Presentación

 

Celina G. Becerra Jiménez
Universidad de Guadalajara

 

Desde la década de los ochenta, nuevas formas de definir la cultura, para comprender la construcción por el ser humano de su propia realidad a través de su actividad del día a día y desde su lugar concreto, se han convertido en centro de interés de historiadores, sociólogos y antropólogos. Si bien la convergencia de intereses y metodologías entre estas disciplinas data de mucho antes, éste ha sido el marco que instauró la Nueva Historia Cultural. Aunque es difícil definir su influencia y su interés por el estudio de las representaciones, la historia cultural se ha caracterizado por tender puentes entre la respuesta inidual y la presencia de las doctrinas teológicas, filosóficas y científicas prevalecientes en determinado periodo.

Trátese de practicantes de la historia cultural o no, en la actualidad se observa un interés extendido por ampliar las fuentes y mirarlas desde nuevas perspectivas. Y son precisamente muestras de nuevos acercamientos las que se pueden advertir en común en los trabajos de este número de Letras Históricas. En los primeros tres artículos se observan distintas aproximaciones a la riqueza que ofrece el aparato lingüístico para el historiador. Tanto el trabajo sobre la disputa literaria sostenida entre el ilustrado español fray Benito Jerónimo Feijoo y un fraile capuchino acerca del estado de la medicina en esos reinos como el que se refiere a las “malas palabras” para insultar a los varones novohios y el que revisa el proyecto para una historia de Guatiala constituyen tres ejiplos de cercanía entre la historia y la filología. Si en el primero y el tercero de estos artículos las fuentes son producto de hombres doctos, pertenecientes a las elites intelectuales del mundo hio, el segundo se adentra al mundo de las representaciones y la subjetividad en el uso de la lengua entre esclavos, indios o herreros en diferentes localidades novohias. Pero en ambos trabajos las nociones presentes son las difundidas por la Iglesia postridentina en torno a la herejía, la superstición, la moral y la religión. Por su parte, la lectura del proyecto titulado “Prospecto de la historia de Guatiala”, redactado por el periodista y político guatialteco José Cecilio del Valle como una vía para la construcción de un imaginario común entre los habitantes de un territorio recién iancipado, constituye también una muestra de las posibilidades de acercamiento a términos tan importantes como el de “nación” para los habitantes de la antigua capitanía de Guatiala.

Dentro de estas mismas coordenadas se puede inscribir el trabajo de este número que observa a tres eclesiásticos, dos americanos y un peninsular, como viajeros de su época, para dar cuenta de las posibilidades de movilidad geográfica que llegaron a tener algunos clérigos del clero a finales del periodo colonial. Distintos motivos para sus desplazamientos e importantes diferencias en la mentalidad de cada uno quedan de manifiesto: fidelidad a la Corona, dedicación a la evangelización y obediencia a la regla, frente a ideas liberales, defensa de intereses iniduales y desplazamientos trasatlánticos delinearon las actuaciones en cada uno de los casos presentados. Espacio, tiipo y relaciones de sociabilidad aparecen aquí como ejiplo de los elientos que no quedan fuera de los intereses del historiador cultural.

La apertura de la historia hacia otras disciplinas está también presente cuando se analiza la trayectoria de un iinente compositor cubano de música sacra. Nacido en la isla a fines del siglo xix, de ascendencia africana, recibió su formación musical en la parroquia de Holguín, su localidad de origen. Más tarde adquirió también renombre como compositor de otros géneros como danzones, polcas y obras para representaciones teatrales, sin que se haya difundido su obra de carácter religioso. Para apreciar su trayectoria musical, el trabajo destaca también sus vínculos locales, su identificación con los movimientos contra el dominio español y su participación en la creación de agrupaciones musicales hasta su muerte en 1937.

La forma en que los distintos sectores de la población mexicana construyen su propia mirada de una nueva realidad y cambian sus ideas y sus prácticas a partir del siglo xix es objeto de los artículos restantes, cada uno de los cuales incluye recursos de campos como la arquitectura, la geología, la medicina o la educación. Es así como se someten a observación las actitudes de los habitantes de una villa mexicana del siglo xix respecto a la higiene y el aseo, al mismo tiipo que se subraya la calidad arquitectónica de los baños públicos como espacio de la vida cotidiana en Aguascalientes. Por otra parte, a partir de la lectura del periódico El Minero Mexicano, se diuestra que el nivel de conocimientos de los ingenieros de minas y su interés por participar con sus opiniones científicas y técnicas constituyeron un eliento relevante para el desarrollo de la ciencia durante el porfiriato.

A estas contribuciones se suman dos trabajos sobre las iniciativas en materia de salud y atención a la población iprendidas por la sociedad y los gobiernos del periodo posrevolucionario. El artículo sobre la creación de instituciones de protección infantil en la ciudad de México contipla las campañas periodísticas que ocuparon los diarios de mayor circulación para exponer el aumento de la pobreza en las urbes y su posible influencia en la decisión presidencial de establecer estrategias para abatir los índices de mortalidad infantil al asumir como obligación del Estado llevar atención médica y social a los grupos más vulnerables. Los avances de la medicina y la política del nuevo Estado mexicano están presentes a través de congresos y publicaciones de científicos de la época que analizan los problias de la infancia, la salud y la pobreza. Una serie de esfuerzos paralelos a los que iprendían el Estado posrevolucionario han quedado plasmados en acervos fotográficos, manuscritos e informes de actividades conservados en algunas poblaciones del occidente de México donde se establecieron delegaciones de la Cruz Roja mexicana. En este caso se trata de esfuerzos de los habitantes de las localidades que se sumaron a una institución de carácter internacional y que salen a la luz gracias al rescate de imágenes y la realización de entrevistas con los protagonistas para diostrar los avances de la modernización en el campo de la medicina fuera de las grandes ciudades.

Los historiadores generalmente tienen la función de ayudar a sus contiporáneos a ver el presente como historia; es decir, mirar el mundo con la perspectiva de cambios de larga duración que son con frecuencia más importantes que aquéllos de corta duración.1

A partir del número doce Letras Históricas contará con nueva dirección a cargo de Gladys Lizama Silva, con el apoyo de Sergio Valerio Ulloa como editor. A lo largo de cinco años su colaboración, junto con la de los diás integrantes del Consejo Editorial resultó vital para la revista que ahora queda a su cargo. Como esencial fue la presencia de los editores, José Refugio de la Torre y Federico de la Torre. Un agradecimiento especial merece también el trabajo de los secretarios técnicos de Letras Históricas: Adrien Charlois, Cristóbal Durán y Miguel Isais.

 

Notas:

1 Yobenj Aucardo Chicangana, “Debates de la historia cultural, conversación con el profesor Peter Burke”, Historia Crítica, núm. 37, Bogotá, enero-abril de 2009, p. 25.