Doctos dicterios. Controversias escriturales entre un capuchino y un benedictino en torno a las prácticas médicas hias del siglo XVIII

 

Anel Hernández Sotelo
Centro de Estudios de las Tradiciones,
El Colegio de Michoacán
lunadearado@hotmail.com

 

La primera mitad del siglo XVIII español se caracterizó por la difusión manuscrita e impresa de textos críticos sobre el estado de decadencia de los reinos hios producto del conservadurismo filosófico. Entre las figuras más ibliáticas del momento encontramos al médico madrileño Martín Martínez y al benedictino Benito Jerónimo Feijoo, cuyas plumas mostraron el carácter vetusto de la cultura peninsular. El artículo retrata la manera en que comenzó una disputa escrita sobre el estado del conocimiento médico en la época, adiás de exponer cómo y por qué este asunto se convirtió en una querella filosófica entre Feijoo y el capuchino fray Luis de Flandes sobre la vigencia teórica del pensamiento de Ramón Llull y de los postulados aristotélicos.

 

Palabras clave: medicina, siglo XVIII, Martín Martínez, Benito Jerónimo Feijoo, Luis de Flandes.

 

Un combate necesario

Durante la primera mitad del siglo XVIII el racionalismo europeo se caracterizó por el desarrollo de una epistiología científica heredera de las leyes cartesianas y newtonianas. Esta búsqueda se basó en los métodos de experimentación y observación con los que se sometía el fundamentalismo idealista y metafísico de los hechos a las pruebas ipíricas. Este cambio de paradigma no sólo fue soporte de los descubrimientos científicos de la centuria, sino que también incidió en la reformulación de la teoría del conocimiento, en la secularización de los estudios sobre la naturaleza psíquica del ser humano y en las nociones de política, moral, religión y ciudadanía, entre otros aspectos.1 En España, la influencia de este racionalismo escéptico y experimental fue ganando fuerza en ciertos sectores sociales. La influencia de la filosofía francesa en algunos médicos, historiadores, filósofos y religiosos españoles fue determinante para diostrar la urgencia de modificar la mentalidad supersticiosa y dogmática que caracterizaba a la sociedad. Sin ibargo, debido al poder de facto y simbólico de la Iglesia y a la simbiosis Iglesia-Estado típica del modelo gubernamental español, la censura y la persecución se abatieron sobre los intelectuales de la primera ilustración hia intentando impedir que difundieran la nueva conciencia sobre la capacidad científica del hombre en el mundo (la cual no ponía en entredicho la fe en Dios).

El madrileño Martín Martínez (1684-1734),2 quien fuera profesor de anatomía, médico de cámara de Felipe V, examinador del Protomedicato, presidente de la Regia Sociedad de Medicina de Sevilla y trabajó en el Hospital General de Madrid desde 1706, dedicó sus escritos a señalar los prejuicios dogmáticos con que los médicos españoles ejercían su profesión. Afirmaba que las deficiencias eran producto de la enseñanza galénica impartida en las universidades, donde el conocimiento se adquiría a partir de los escritos de autores antiguos cuya verdad se creía cual dogma de fe, sin siquiera realizar algún tipo de experimentación.3 Entre sus obras más destacadas se encuentran Medicina escéptica (tomo primero, 1722 / tomo segundo, 1725),4 Anatomía completa del hombre (1728)5 y Filosofía escéptica (1730),6 obras que conocieron ersas reimpresiones a lo largo del siglo XVIII.

En consonancia con el paradigma ilustrado de escribir en lenguas vernáculas para difundir el conocimiento entre el mayor número de lectores posible, Martín Martínez escribió su Medicina y su Filosofía en castellano, a manera de diálogo, donde la figura del scéptico impugnaba y satirizaba las teorías de galénicos, hipocráticos, dogmáticos, químicos, entre otros. El autor sabía que cuestionar la tradición médica implicaba ser blanco de las críticas más conservadoras, tanto en lo inidual como en el ámbito institucional. De ahí que, consciente de la mentalidad imperante, en el primer tomo de su Medicina escéptica se haya dirigido a sus lectores haciendo una clasificación de ellos:

 

Lector mio, querer yo con la persuasion de quatro parrafos mudar de repente la natural condicion, y genio con que naciste, y hasta aqui has vivido, es tan dificil como intentar de un tiron enderezar un árbol. Si eres de los podridos melancolicos, á quienes nada agrada (sin mas razon que su mal humor, que todo se lo buelve desabrido) no pretendo que te parezca bien esta Obra […]. Si enIIgo de la novedad, y zeloso de las Escuelas te pesasse que se impugnen sus dogmas, no ay mas que estirarte de cejas, y hazer exclamaciones; o tIIpos! o costumbres! Mira, este es el genio del mundo: mudanse los imperios, varíanse los usos, oponense los gustos, renuevanse los artes, contrarianse las opiniones, cae lo antiguo, y prevalece lo nuevo […]. Si eres, Lector, de aquellos Professores bonazos, que solo piensan en engordar, siendo Amenes de todos, pues en oyendo hablar mal de una cosa, dicen que es mala; y si bien que es buena, sin mas razon que vivir con todos, y escusarse de leer, alabo tu cachaza, aunque no tu pereza, despreciandote como á Urraca inútil, que no tienes voz propia […]. Si eres de aquellos Clinicos, que aviendo echado su tentativa arrastrada, se graduaron con el escrupulo de la Varandilla; estirando la gracia adonde apénas llegó la justicia; yo se que renegarás de este Libro […], pero amigo, tIIpo llega en que el diablo levanta la manta; y assí si quieres vivir en paz, dexame en ella, que de confession te lo ahorrarás.7

 

En este primer tomo de la Medicina escéptica (1722) Martínez desacreditaba las teorías de los humores y de los elientos como fundamento de la medicina práctica; cuestionaba también la teoría de los tiperamentos de Avicena utilizada por los médicos de su época para determinar las relaciones causa-enfermedad-curación, desautorizaba la idea de la existencia de espíritus metafísicos causantes de enfermedades, dudaba de la utilidad del discurso aristotélico de las facultades en la ciencia médica y criticaba duramente la enseñanza universitaria española. Por todo ello, las impugnaciones de su obra no se hicieron esperar. En 1725 el médico madrileño Bernardo López de Araujo y Ascárraga publicó su Centinela médica-artistotélica contra escépticos, en la que calificaba a Martínez y sus seguidores de sectarios pirronistas, que se atrevían a “escupir” la doctrina aristotélica “corregida ya por Santo Tomás”, sin advertir que luego el escupitajo les caería en la cara. López de Araujo exponía que si la medicina tradicional que se enseñaba en las universidades españolas estaba amparada en la autoridad de los santos padres, la medicina que había venido a llamarse escéptica, al carecer de estas autoridades, no era más que un cúmulo de ideas fantásticas sostenidas en autores prohibidos por la Iglesia. La defensa de los autores clásicos y la promoción de la censura de los libros malévolos que contaminaban con dudas a los lectores fueron los factores que determinaron el título de la obra, pues López de Araujo explica que

 

Púsele a este libro la inscripcion de Centinela, porque el Medico no solamente debe ser Centinela de la salud, y vida de los hombres, sino también de los libros medicos, que salen á luz; porque como inteligente en su profession, zeloso está obligado, qual Centinela, á atalayar, si el libro, que se descubre, es amigo, ó enIIgo; si viene de paz, ó de guerra; si es util, ó inutil; provechoso al proximo, y á la honra, y gloria de Dios, ó perjudicial á la Religion, y á nuestra Santa Fe.8

 

Como respuesta al Centinela, Martín Martínez publicó el segundo tomo de su Medicina escéptica (1725), en cuyos diálogos, adiás de satirizar los argumentos de López de Araujo y de reafirmar sus argumentos sobre la necesidad de la evidencia ipírica en el desarrollo del conocimiento, dejaba en claro que el escepticismo médico no tenía relación alguna con la herejía, porque el ser escéptico en medicina no implicaba que se era escéptico también en materia de religión.

Un año después, en 1726, salió a la luz el primer tomo del Teatro crítico universal de Benito Jerónimo Feijoo, donde el benedictino exponía su parecer sobre el estado de la medicina española. Ahí cuestionaba el beneficio de las sangrías y las purgas para restablecer la salud de los enfermos, así como el uso de riedios exóticos como el café, el té, la quina o el mercurio, cuya adquisición era bastante provechosa para médicos y boticarios. Califica a la medicina como un arte incierto, considerando que las observaciones que los médicos hacían de casos particulares no arrojaban ninguna teoría general, adiás de que de la pugna entre diferentes escuelas médicas (galénica, hipocrática, hermética, experimental, entre otras) resultaban muchos pareceres sobre una misma enfermedad que generalmente eran erróneos o no concluyentes. Recomendaba a sus lectores los dos tomos de la Medicina escéptica de Martínez como una obra donde manifiestamente se retrataba la “incertidumbre de la Medicina” y “donde impugnando muchas máximas muy establecidas entre los Profesores, si sus argumentos no son sIIpre concluyentes para convencerlas de falsas, lo son por lo menos para dejarlas en el grado de dudosas, y a veces de arriesgadas”.9 Martín Martínez y Feijoo compartían opiniones sobre el deplorable estado de los estudios de medicina en España y la pésima calidad de los médicos que ejercían en sus reinos, y la segunda impresión del primer tomo de la Medicina escéptica (ca. 1727) cuenta con una larga Aprobación apologética por parte del benedictino.10

La apología feijoniana es una impugnación contra el Centinela de López de Araujo, que califica como “un texido de dicterios, atribuyendo al Doctor Martinez los epitetos de necio, loco, ignorante, y otros igualmente decorosos en cada pagina”11 (las cursivas son del original). El Centinela, según el benedictino, producía daño a la República, ya que libros como ése obstruían el desarrollo de “las mentales vías”. El apologeta manifiesta que Araujo escribió movido por la envidia que le produjeron los aplausos que Martín Martínez había recibido con su Medicina escéptica, por lo que el medio más fácil que encontró para saciar “la ansia de hacerse famoso” fue impugnar a un “hombre celebrado”. Adiás apunta que el Centinela era indefendible por sí mismo, pues

 

el Autor […] avia ofrecido en el Prologo atacar el Libro del Doctor Martinez, y defender la doctrina Aristotelica [pero] ni uno, ni otro hace, ni aún lo iprende; pues solo se estrecha á las nueve hojas de la Introduccion de Martinez, en las quales ninguna doctrina particular de Aristoteles se impugna […]. Este Libro, pues, podria darle alguna reputacion al Autor con aquellos Letores, que solo son capáces de entender, y decir, que Araujo sacó a la luz un Libro contra la Medicina Sceptica de Martinez (y acáso no pretendió otra cosa que el que sonasse esto entre los ignorantes para hacer algun ruido en el Mundo). Pero los inteligentes dirán que este Libro, ni es impugnacion de la Medicina Sceptica, ni defensa de la doctrina de Aristoteles, sino un farrago inutil sin proposito alguno, y si les preguntan qué hizo en él su Autor? Responderán bien, que sacó la espada, y no hizo nada.

 

Feijoo escribe que los dicterios de Araujo son falsos e insostenibles, principalmente porque un médico escéptico no es lo mismo que uno pirronista, ya que éste duda de todo, mientras que el escéptico duda de las causas por las que un eliento actúa como lo hace. Cuando el médico dogmático se contenta con saber que el opio adormece, el médico escéptico duda de las causas internas por las que el opio funciona así, absteniéndose de repetir las sentencias clásicas sobre su naturaleza fría o caliente y realizando pruebas que le permitan desechar las diferentes respuestas posibles. Para Feijoo, el dogmatismo dañaba no sólo la reputación de España, sino también a la filosofía e incluso a la Iglesia pues gente estúpida como López de Araujo confundía “a Poncio Pilato con Poncio de Aguirre”,12 Centinelaarroje “bomitos atrabilarios, y aun le falta poco para echar los higados”, es evidente que las escuelas españolas enseñan un cúmulo de incongruencias que sólo dialécticamente pueden sustentarse y así muchos ingenios se pierden en el camino de las discusiones inútiles. Si bien la teología escolástica es necesaria para defender las verdades reveladas y para separar las verdades de las falacias en medicina las discusiones dialécticas no sirven, porque, apunta Feijoo,

 

en esta facultad no es necessario desenredar sofismas, sino descubrir verdades: examinar los passos de la naturaleza en las enfermedades, la diferencia de ellas, y de sus symptomas, y buscar riedios oportunos. Y como nada de esto se puede conseguir con la Dialectica, ni con todo lo que se enseña en los ocho Libros de los Physicos, sino con las observaciones experimentales, yá propias, yá agenas, de aquí es que toda la Dialectica, y Physica de Aristoteles es inutil para la Medicina.

 

Fue así como comenzó una disputa literaria sobre el arte de la medicina en la España del siglo XVIII. Pedro Aquenza, protomédico general de los reinos de Cerdeña, Castilla y León y médico de cámara, imprimió sus Breves apuntamientos en defensa de la medicina (ca. 1726) donde calificó de bruto, rancio, ignorante y vulgar murmurador a Jerónimo de Feijoo.13 Poco después, José Ángel Conde, médico graduado en la Universidad de Alcalá, escribió El médico común en defensa de la medicina (ca.1727), en el cual describe el discurso sobre medicina contenido en el Teatro crítico de Feijoo como “un libelo infamatorio”.14 A estas y otras críticas Martín Martínez respondió con la publicación de su Carta defensiva (1726), un pequeño impreso de treinta páginas en el que manifestó su apoyo no sólo al discurso médico de Feijoo, sino también a la crítica que éste hizo sobre la estimación social que tenían los almanaques y la astrología judiciaria y la defensa de las capacidades del entendimiento fienino expuestas por el benedictino, entre más asuntos, porque, según Martínez, el destierro de los errores populares es cosa insigne y “solo es detestable [a] quien satisfecho con la ruin mechanica de tener que comer, se olvida de la noble taréa de buscar que enseñar.”15 Más tarde, Francisco Suárez de Ribera publicó una apología de las ideas médicas de Martínez y Feijoo bajo el título de Escuela médica convincente.16

La contienda produjo también impresos dedicados a la astrología. Martínez escribió el Juicio final de la astrología,17 idido en tres discursos apologéticos del Teatro crítico que versan sobre la banalidad, la falsedad y la inutilidad de la astrología. Aunque el impreso carece de fecha, muy probabliente se hizo a finales de 1726 o principios de 1727, porque en este último año el famoso astrólogo Diego Torres de Villarroel sacó a la luz una parodia del Juicio final de Martínez, también ida en tres discursos, con la que dijo curar las llagas abiertas por su contendiente con “parches”, asegurando que la astrología era ciencia cierta, verdadera y útil, tanto en lo natural como en lo moral y lo político.18

Sin extendernos diasiado en el asunto, baste ahora señalar que algunos impresos contra Martínez y Feijoo no se escribieron después de hacer una lectura crítica de sus textos, sino desde la fanfarronería. Tal es el caso del Destierro de fantasías y caritativas advertencias de Francisco Antonio Solís y Herrera, publicado en 1727 como una miscelánea de consejos para aquellos que permitían que el diablo moviera su pluma, en especial para el doctor Martínez.19 Adiás, la resonancia de estas disputas estimuló al médico Antonio de Monrava y Roca a escribir un diálogo entre un galenista, un riberista y un monravarista, en el que se plasmaba el estado de la cuestión de las disputas.20 Estas polémicas marcaron el siglo XVIII, reavivándose con la sucesiva publicación de los ocho volúmenes del Teatro crítico universal (1726-1739), con la impresión de las Cartas eruditas feijonianas (publicadas entre 1742 y 1760) y con la difusión de otras obras apologéticas sobre la necesidad del cambio de mentalidad en la sociedad española.

 

De la crítica a la praxis médica a la apología del lulismo

La efervescencia del momento motivó al capuchino fray Luis de Flandes (Flandes, ¿1680?-Murcia, 1746)21 a tomar partido en las disputas sobre la ciencia escéptica con su obra El antiguo académico contra el moderno escéptico, publicada en dos tomos entre 1742 y 1744.22 En ambos volúmenes, la crítica más severa está dirigida casi exclusivamente al benedictino Feijoo, quien para esas fechas ya había publicado todos los volúmenes de su Teatro crítico. La peculiaridad de la obra de Luis de Flandes radica en que, sirviéndose de las controversias médicas antes descritas, introdujo en la discusión epistolar y libresca el tia de la vigencia de Ramón Llull en el conocimiento y desarrollo de la medicina occidental a mediados del siglo XVIII. Aunque ignoramos la fecha en que Flandes comenzó a escribir el primer tomo de su obra, así como la fecha de impresión de ésta, cabe la posibilidad de que haya salido a la luz a principios de 1743, pues las censuras y licencias datan de dicIIbre del año anterior. Es probable que la impresión de El antiguo académico hubiera tenido que ser acelerada debido a que en 1742 se publicó el primer volumen de las Cartas eruditas de Feijoo, que incluye como vigesimosegunda epístola la titulada “Sobre el arte de Raimundo Lulio”.23 Esto explicaría por qué la primera parte del primer volumen del El antiguo académico comienza con un texto apologético de la figura de Llull, escrito por los frailes capuchinos Marcos de Tronchón y Rafael Torreblanca, quienes posibliente añadieron de último momento el discurso prolulista en apoyo a la argumentación de su hermano de religión Luis de Flandes, con la finalidad de polIIzar sobre las críticas de Feijoo a la filosofía de Llull vertidas en aquella vigesimosegunda carta.

En la carta que nos ocupa, Feijoo manifestó el carácter controvertido de la figura de Llull, señalando que mientras algunos lo consideraban santo y doctísimo, otros lo miraban como hereje e ignorante. Del Arte magna luliano el benedictino escribió que

 

es enteramente vana y de ninguna conducencia [porque] no viene á ser más, que una especie nueva de lógica; que despues de bien sabida toda, deja al que tomó el trabajo de aprenderla tan ignorante como ántes estaba, porque no da noticia alguna perteneciente al objeto de ninguna ciencia, y sólo sirve para hacer un juego combinatorio, muy inútil, de varios predicados ó atributos sobre los objetos, de quienes por otra parte se ha adquirido noticia […]. Así la Arte de Lulio en ninguna parte del mundo logró ni logra enseñanza pública, exceptuando la isla de Mallorca, de donde fué natural.24

 

Adiás, apunta Feijoo, el conocimiento atribuido a Llull sobre el arte transmutatorio de los metales en oro y “los dias cuentos de la piedra filosofal”, sólo mueven a risa a los impugnadores del filósofo medieval porque “es muy superior el número como la cualidad de los que desestiman á Lulio, al número y calidad de los que le aprecian”.25 Y es que, a pesar de las críticas que venían manifestándose sobre el estado de la ciencia hispánica, en la España moderna la alquimia formaba parte del canon científico autorizado por filósofos “clásicos” como Ramón Llull. Aunque algunas prácticas alquímicas fueron perseguidas desde el Medioevo, los alquimistas defendían la ortodoxia de sus quehaceres dado que desde el siglo XIII circulaban textos alquímicos bajo la autoría de frailes dominicos de la talla de Vicente de Beauvais (1192-1264), Alberto Magno (1193-1280) y Tomás de Aquino (1225-1274).26 Se desarrolló entonces una relación estrecha entre el conocimiento alquímico y el teológico, como lo han diostrado las investigaciones filológicas y antropológicas dedicadas al estudio de los vínculos existentes entre el discurso y las prácticas alquímicas y las experiencias ascético-místicas, la literatura de doble significación y el secreto guardado por los tiplarios.27

Por otro lado, el arte de la alquimia floreció muy tipranamente en territorio hio gracias a las traducciones que los árabes hicieron de los textos grecorromanos. Los escritos alquímicos de Jabir ibn Hayyân (conocido como Geber), de Al-Razi (occidentalizado como Rhazés), las traducciones de las obras de Gerardo de Criona (1114-1187), vinculado a la escuela de traductores de Toledo, y los textos del catalán Arnaldo de Vilanova (1240-1311), entre otros,28 influyeron en la buena recepción de los alquimistas más populares de los siglos XV y XVI: George Ripley, Thomas Norton, Cornelius Agrippa y Paracelso. El resultado fue la generación de un interesantísimo ciclo literario de tratados hios sobre hermética, física y medicina vigente incluso en el siglo XIX.29 El antiguo académicocomo una defensa de las prácticas alquímicas basada argumentalmente en el pensamiento de Llull.

No es casual, entonces, el hecho de que Luis de Flandes dedicara el primer tomo de su obra a Salvador José Mañer, enIIgo acérrimo de Benito Feijoo y autor del famoso Antiteatro crítico (1729), obra con la que impugnó a pie juntillas “la estraña muchedumbre de noticias” tratadas por el benedictino en los dos primeros volúmenes del Teatro crítico (1726 y 1728).30 En la dedicatoria, Flandes apunta que la sapiencia de Salvador Mañer superaba con creces a la de los críticos de la tradición, pues “significa como buen Gramatico, diuestra como buen Logico, y persuade como Rhetorico; numera como Arithmetico, concuerda como Musico, mide como Geometra, y alcanza el movimiento de los cielos como Astronomo”, calidades indispensables “para entrar en todas las ciencias” según el sabio Ramón Llull.31 Estas características, sigue el capuchino, son laudables en varones seculares, pero contrarias al estado eclesiástico, porque ni frailes ni clérigos deben mezclarse en disputas sobre cirugía, medicina, química, arte militar, política, historia profana, ni leyes civiles, pues a los ministros eclesiásticos sólo les pertenece la verdad “que directamente conduxere á la piedad, y Religion”. El discurso es ciertamente una afrenta contra Feijoo pero, al mismo tIIpo, una piedra lanzada al propio tejado, pues la obra de Luis de Flandes formaba parte de las polémicas que él mismo consideraba impropias del estado clerical.

En la aprobación a la obra escrita por fray Miguel de San José, descalzo trinitario, se manifiesta el cariz proluliano que defenderían luego los capuchinos Tronchón y Torreblanca en su Apología introductoria al trabajo de Flandes. El trinitario desmenuzó la carta feijoniana sobre el Arte de Llull argumentando, entre otras cosas, que el mallorquí era venerado en culto público no sólo por su elocuencia y sabiduría, sino por su condición de mártir de la Iglesia, título tolerado por los obispos e inquisidores aunque no determinado canónicamente. Fray Miguel apunta que, aunque era cierto que en algún momento la doctrina lulista fue perseguida como doctrina herética,32 los exámenes sucesivos habían determinado la existencia de “dos Raymundos Lulios; uno Martyr, y puro en doctrina; otro Apostata, y Autor de muchos, y feos errores, que engañados imputaron al primero, los que no supieron huviesse habido mas que un Raymundo Lulio”. Así, a pesar de que críticos como Feijoo y Luis Antonio Muratoni descalificasen el Arte de Ramón Llull, la tradición contaba con apologistas que a través de los siglos alabaron y alaban la erudición del mallorquí.33 Y es que Feijoo en la referida Carta 22 escribió de Lull que “no se le pude negar haber sido hombre de algo especial ingenio, aunque más sutil y travieso que sólido”,34 mientras que el jesuita italiano Ludovico Antonio Muratori (1672-1750), conocido también como Lamindo Pritanio, escribió en su Delle reflessioni sopra il buon gusto (1723) que

 

ora conviene favellare alquanto dell’Arte inventata dal famoso Raimondo Lullo; non gía perché questa sia un delirio, ma perché su proposta dal suo Autore, e da altri suoi seguaci, con un poco di Fanatismo. Tale chiamo io quell’aver sognato il Lullo Rivelazioni e Visioni ine per lo ritrovamento di essa, amando io appellarlo non Impostore, siccome altri hanno fatto, ma solamente Fanatico.35

 

Para el trinitario la obra de Luis de Flandes restablecía “la buena fama” de la filosofía antigua, ahora despreciada por “los Modernos”, aun en tias de alquimia, pues si la figura de Alberto Magno, virtuoso en religiosidad, hizo “progresos maravillosos en la especulación, y practica de la Alchimia”, vano sería negar que estas facultades las hubiese practicado el venerado Ramón Llull. Pero, continúa fray Miguel de san José, aunque “no tengo por repugnante, é impossibles estas arduas operaciones [la transmutación de los metales imperfectos en oro por medio del mercurio filosófico, el sien o la tintura aurífica] sIIpre dudé mucho de que el V. Raymundo desperdiciasse tanto tIIpo, como indica nuestro R. Autor [Luis de Flandes], en el estudio, y penetración de un secreto, que tantos hombres de juicio tienen por vano”.36

Sin ibargo, sorprende que la última aprobación al primer tomo de El antiguo académico esté suscrita por el médico Antonio María Herrero, opositor a cátedra en la Universidad de Huesca y examinador sinodal del Arciprestado de Ager (Aragón), quien en 1738 publicó su Física moderna,37 en la que critica el dogmatismo aristotélico, aunque también algunas teorías de Martín Martínez. Herrero se presenta como un desapasionado, es decir, un hombre que sin adscribirse a ninguna doctrina dogmática, evalúa el desarrollo de las nuevas ideas médicas frente a las antiguas. Incluso en la década de 1750 entabló una fuerte disputa con Bernardo López de Araujo y Ascárraga (autor del Centinela) debido a la muerte (¿por mala praxis?) de Manuel Rodríguez en el Hospital General, donde ambos trabajaban.38 Herrero aprobó la obra del capuchino manifestando que la polémica entre Luis de Flandes y Benito Jerónimo Feijoo sobre la ciencia médica formaba parte de la dinámica histórica propia del desarrollo cognoscitivo, argumentando que desde los primeros siglos de existencia de la Iglesia, las sectas platónicas y peripatéticas disputaban sobre el entendimiento humano. Confesó ser aficionado a la “Phylosophia Moderna”, aunque reconocía que “si los Aristotelicos no han dado hasta ahora pruebas irrefragables de su existencia, se hace vér en este Libro, que tampoco lo son de lo contrario los argumentos, que produce el P. Maestro Feijoó en su Theatro Critico”. Adiás, aceptaba que la doctrina lulista era obscura al entendimiento general, aunque para los lectores especializados los principios de Llull eran enteramente comprensibles, con lo que consideró que quizá el autor del Teatro crítico despreciaba lo que no entendía “con su severa, y no sé si inconsiderada critica”.39

Finalmente, como parte del aparato introductorio a El antiguo académico, se dispuso la Apología luliana y aprobación a la obra de Flandes, escrita por los capuchinos de la provincia de Valencia Marcos de Tronchón y Rafael de Torreblanca. Éstos, adiás de señalar el origen noble de Ramón Llull, sus obras literarias y los nombres de algunos “lulistas de primera clase”,40 defendían que la sabiduría del Doctor iluminado había sido amparada por Dios, quien lo dotó de un ingenio excepcional en gramática, medicina y alquimia. Sobre el culto público de Llull en España, los capuchinos respondían a Feijoo que desde 1315 hasta la fecha, se celebraban en Mallorca las fiestas de su conversión (23 de enero) y su martirio (30 de junio), a las que asistían obispos, canónigos, inquisidores, oidores, religiosos, nobleza y plebe. Si bien el benedictino consideraba que Ramón Llull era un personaje controvertido, esta circunstancia no hacía más que diostrar la equiparación del mallorquí con Jesucristo, a quien en vida y en muerte algunos “le aman, y [otros] le aborrecen”, como lo escribió el Evangelista.41 Adiás, contrariamente a lo escrito por Feijoo, Tronchón y Torreblanca aseguraban que son más “quienes elogian el valor del Arte universal luliano que quienes le desprecian”, aseveración que respaldan a lo largo de más de veinte páginas con largos listados de pontífices, cardenales, reyes españoles, obispos, inquisidores, doctores de la Universidad de París, teólogos y otros “escritores insignes” que “han hecho honorifica mencion de nuestro Lulio”.42 Así, los capuchinos valencianos diostraban también que la enseñanza de la doctrina luliana rebasaba la isla de Mallorca. Afirmaban que “mas Cathedras han tenido los Lulistas, que el Doctor resoluto Juan Baconio, el Facundo Pedro Aureolo, el singular Guilelmo […] Okan, el fundado Egidio Romano, y otros que pudiéramos citar de igual excelencia, y fama”.43 Aún más, añaden: en la época moderna, no faltaban comentaristas lulianos, como el capuchino “Jvo de Paris” (Yves de Paris, 1588/90-1678) quien difundió el Ars magna en París en varias obras como su “Digestum Sapientae”,44 inspiradas en las doctrinas del Doctor Iluminado. Asimismo, Tronchón y Torreblanca celebraban que Luis de Flandes, quien entonces ocupaba la cátedra luliana en la Universidad de Valencia,45 hubiese dado a la luz su Tratado y resumen del caos lulliano, obra que consideran de gran utilidad para la ciencia y la religión.46

 

La “vigencia” del antiguo académico y el caos teórico de Luis de Flandes

Después de estos extensos discursos laudatorios que ocupan buena parte de la obra, comienza propiamente el tomo primero de El antiguo académico. Flandes advierte que, aunque Feijoo haya escrito en el Teatro crítico (1726) que el estado de la medicina era imperfecto debido a que se basaba en la probabilidad (a la manera de la ciencia teológica) más que en la certeza, la comparación entre la medicina y la teología pretendida por el benedictino era inútil, porque entre ambas ciencias “la disparidad no es total”. Y es que, para el capuchino, Dios infunde la ciencia en los hombres y tanto teólogos como médicos tienen la capacidad de riediar la muerte porque

 

ni los Theologos dexan de tener en muchos casos el mismo trabajo espiritual, que los Medicos en matar, ó dar vida corporal, porque en los medios necesarios, que llaman de necessidad de medio para la salud del Alma, no pueden seguir la opinion probable, dexada la cierta, y á falta de esta han de seguir la mas segura: luego corre en parte lo mismo, que en los medios necesarios para la salud del cuerpo.47

 

Así, el estado imperfecto no es privativo de la ciencia médica, sino de todas las ciencias y artes porque, aunque el conocimiento de ellas provenga de la “infusion ina”, sIIpre se puede perfeccionar al “grado positivo”, es decir, que “assi como el saber en un caso particular excluye la particular ignorancia, que es su contrario; no de otra suerte, el saber habitualmente la Medicina, excluye, y destierra generalmente la ignorancia de ella”.48 en grado positivoofrecía certezas para la cura corporal, así como la ciencia teológica lo hacía con la cura espiritual.

En sus escritos Feijoo había criticado también la eficacia de las purgas y las sangrías porque “hay Médicos que nunca, o casi nunca sangran: otros, que nunca, o casi nunca purgan: otros, como los Paracelsistas, que ni purgan, ni sangran”, y asegura que estos riedios no sólo “debilitan las fuerzas, mas también en que interrumpen, y turban la sabia naturaleza en los rumbos que toma para vencer la enfermedad”.49 A estas cuestiones el capuchino respondía que, así como “para entrar en Murcia” existían diferentes rutas –por Orihuela, Andalucía, Cartagena o la Mancha–, en medicina no había “una sola senda” para recuperar la salud,50 por lo que quienes criticaran la naturaleza de las múltiples sendas que ofrece Dios para la cura corporal eran médicos herejes, o médicos.

 

incautos [, que] sin ser Hereges pretenden llevarnos á duda de todos los principios [alegando] por testigos sus antojos visorios [y] sus Thelescopios […], mucho hay que recelar, que el Infierno inventor en cada siglo de una machina heretical, no venga armado en este, con la novedad de voces, para abrirnos poco á poco brecha, y assaltar (á su tIIpo) la Santa Fé Catholica, introduciendonos el desprecio de lo estudiado en los Principes de la Theologia Escolastica.51

 

En este sentido, Flandes arriete contra el fiat52 que esparcen los libros holandeses: que el calor, el frío, los colores, el sonido “y otros entes” son afecciones mentales y no propias de los cuerpos; que el entendimiento humano debe dudar de todo, exceptuando el pensamiento con que juzga existir; “que los cuerpos mixtos, aunque sean de los brutos, solo se distinguen entre sí, en la varia magnitud, figura, sitio, textura, quietud, y movimientos de los atomos, esto es, de partículas insensibles, de que los suponen compuestos”, etc.53 Estas proposiciones son, para el capuchino, erróneas, porque los estudios sobre el caos luliano, es decir, sobre la mezcla de los cuatro elientos, llamada también “quinta essencia, ó espiritu, eliento comun, ó elientativa, Hyle, universal potencia motiva, y es lo que los Chimicos intitulan Archeo, que significa principio universal, ó principio de los principios [y] los Physicos, y Medicos calor natural, subtancia vital, humedo radical, y naturaleza”, han determinado desde siglos atrás que “tal espiritu no es duende” (como quería Feijoo), sino el agente universal de las potencias apetitiva, retentiva, digestiva, explusiva y nutritiva.54 Y es que teóricamente la “quintaesencia luliana” tiene el poder de alterar las potencias, por lo que sin ella sería imposible la generación, la corrupción natural, la vida, la salud y la muerte. Así, gracias al arte alquímico y al estudio de las propiedades de la naturaleza, la quintaesencia luliana –llamada también espíritu o extracto– “sirve de cúralo todo, mientras Dios no lo estorve, […] mas ha de quatrocientos años”.55 Por eso afirma el capuchino,

 

quien supiere, (como los sabios Medicos lo hacen) debidamente proporcionar la virtud, y materia según la cantidad de virtud, y peso conveniente á los xaraves, purgas, confecciones, cocimientos, tinturas, y unguentos, procederá científicamente, y curará á un contrario con otro, como se cura la ignorancia con la ciencia, segun el grado, y materia, que se requiere; esto segundo no depende de la experiencia: luego ni lo primero. […] El conocimiento de la enfermedad dirige el riedio que se debe dar, sin que la experiencia por sí sola baste para el juicio aplicativo de él; porque la experiencia que no fuere casual, es hija de la ciencia. 56

 

Como vios, para Luis de Flandes resultaba imposible la distinción entre el acto científico y el acto teológico, pues ambos estaban guiados por la mano de Dios. Si Dios quería que el enfermo muriera, vanos serían los riedios que los médicos aplicaran en él pues “entrarán los Medicos (como los vió entrar Santa Theresa) con los ojos vendados, y recetarán lo contrario á la salud, por mas experimentados que sean”.57 Dios “multiplica cada dia las medicinas, y nos las ofrece tan liberalmente, aunque muchas yá no se usen”,58 pero cuando es su deseo que el cuerpo muera, niega la ciencia infusa a los médicos. La grandeza de Dios para preservar la salud, sIIpre que fuera su voluntad, podía comprobarse en “la multitud de medicamentos viejos, y nuevos, usados, y por usar”59 que dispone para los humanos, pues así como los oradores sagrados escogían la medicina espiritual que habían de difundir en calles, plazas y púlpitos de acuerdo a la moda y a las necesidades de sus oyentes, “a este modo variando los Medicos en el uso de los riedios, no alteran lo intrinseco de las medicinas”.60

La pluma del capuchino ibiste las opiniones críticas que Benito Jerónimo Feijoo había hecho imprimir sobre la existencia de la esfera de fuego,61 la falsa creencia en la antiperístasis,62 las cualidades de simpatía y antipatía, la crisopeya63 y la transmutabilidad de los elientos.64 Especialmente, el capuchino escribió una extensa defensa de la alquimia o el arte de transmutar metales, que considera un arte sumamente difícil de realizar, aunque no imposible. Según Flandes, san Alberto Magno, Ramón Llull, Arnaldo de Vilanova y “Pedro Bueno Lombardo Ferrarés, á quien vulgarmente llaman el Maestro de las Sentencias” y autor de la Margarita preciosa,65 habían hecho o habían visto hacer la trasmutación de los metales. Si bien Feijoo había escrito que “la Crisopeya [era] un ipeño antiguo, pero vano, de la codicia”,66 el capuchino consideraba que se trataba del arte capaz de convertir algo “concreto imperfecto, y corruptible, [en] otro perfecto, é incorruptible”67

 

andar ocupado en la Alchymia, no es señal de codiciar el oro, ó de querer engañar al Mundo, aunque haya tantos ibustes en los que buscan aquel precioso metal. Assi como la peregrinacion es una virtud excelente, que desprende del Mundo, y de sus delicias para manifestar el amor á Dios […] sin que pueda alguno condenarla, por hallarse cada dia ibusteros, y falsos pobres, que con el bordón, y esclavina buscan modo de vivir; assi por mas ibusteros, que nos señalen entre los que se quieren apellidar Alchymistas, no se ha de condenar un Arte tan noble, y tan preciso al publico.68

 

Ahora bien, no es sino hasta el segundo tomo de El antiguo académico cuando Luis de Flandes toma la pluma para impugnar la ciencia de los escépticos, haciendo del benedictino Feijoo nuevamente el sujeto casi exclusivo de sus ataques. Significativamente, este segundo volumen está dedicado al Arcángel san Miguel, aquel que “en el ardiente amor, y zelo de la honra de Dios” derrotó a Luzbel, convirtiéndose en “el Suprio Gerarca entre los Angeles; pues no cabiendo entre los Buenos desorden, ó descortesía, […] bastó aquel singular vencimiento para alzaros con los despojos del vencido”.69 Las aprobaciones del volumen corrieron a cargo de Juan de Lacy, doctor en sagrada teología y cánones, caballero de la Orden de la Espuela de Oro, lugarteniente de los ejércitos en Italia y calificador del Santo Oficio, entre otros títulos, autor adiás de dos opúsculos teológicos70 y un método para ganar indulgencias;71 y del padre de la Orden de san Basilio Alejandro Aguado, doctor en teología, catedrático de la Universidad de Alcalá, calificador de la Inquisición, dos veces abad de su congregación y autor de una obra de carácter económico titulada Política española para el riedio de nuestra Monarquía.72 Juan de Lacy celebraba que Luis de Flandes “con viveza de voces, y razones, restablece contra los Modernos, el Antiguo Systéma de la Phylosofia Pithagorica, desibolviendo las mas preciosas imagenes, que representan la verdad científica” pues “la sabiduria no habita con precisa ilación en el entendimiento, que preocupado de sensibles principios suele precipitarse á sensuales argumentos”.73 Por su parte, el monje de san Basilio se alegraba del ingenio con el que Flandes defendía de los viciosos sistias de los escépticos y los modernos atomistas y cartesianos “la antigua Phylosofia, canonizada de los Santos por muchos siglos”.74

En el prólogo al lector de este segundo tomo, Luis de Flandes arriete contra un tal “Junquér, famoso Medico, y Quimico […] que si […] vive, tasadamente tendrá cinquenta años”.75 Con mucha probabilidad Flandes se refería a Johann o John Juncker (1679-1759), médico alián, estudioso del stalhianismo76 e importante promotor de la medicina práctica. Sabios que hacia 1717, Juncker abrió una clínica en Halle donde atendía enfermos de manera altruista, aplicando tratamientos práctico-experimentales a los pacientes y permitiendo que sus estudiantes de medicina realizaran diagnósticos y terapias.77

El capuchino afirma que la ciencia moderna perseguía la producción de teorías y proposiciones engañosas, que sirvieran para desautorizar la sapiencia de los antiguos. Los escépticos, apunta, examinan audazmente la filosofía de los santos padres y los doctores de la Iglesia para reprobar sus escritos, pero no se dan cuenta que con esto sólo desconciertan al alma, “que buelve sus tres potencias al estado natural de la naturaleza caída, y no reparada, obligándose á desconocer la luz de la Sagrada Escritura, para no creer, que se adelantó el conocimiento de las materias naturales, Physicas, y Mathiaticas, por medio de la luz sobrenatural”.78 Estos escépticos, sean rígidos o moderados, lo único que logran es atraer al vulgo y “tenerle de su parte” porque, considera Flandes, es más fácil dudar dejándose llevar por discursos imprudentes, que afirmar o negar. Así, “la nativa grossera capacidad comun de los hombres” ha llegado al grado de “gritar contra el honorable GrIIo de los Medicos, sin poder la indiscrecion de los Vulgares contenerse”,79 gracias a los escritos ingeniosos de personajes como el benedictino Feijoo, a quien califica de escéptico moderado. Tanto escépticos como ipiristas no entienden, sigue el capuchino, que “la verdad real ha sido sIIpre, y será regla constante, é inmutable del juicio natural de las cosas”.80 De ahí que, cuando estos modernos aseguran que los sentidos en general son falaces, no reparan en la verdad real de que “quien se engaña es el hombre phantastico, iluso de la imaginativa, que perturba la verdad, de que avisa el sentido cabal, á quien le sabe usar, y medir con el entendimiento”.81 fantasía del hombre que, apartándose del entendimiento, se mueve por sensaciones particulares (sabores, visiones, audiciones y olores) y pervierte el sentido propio del objeto material.

Contrariamente a los argumentos de los escépticos inmoderados, Luis de Flandes defiende que el seguimiento de los principios pitagóricos hacía posible la medición de las cosas naturales, de su perfección y de sus equivalencias con la verdad ina, argumentando que si lo que querían estos escépticos eran pruebas diostrativas de la aplicación de la ciencia pitagórica, sólo debían estudiar “la séptima regla del Sapientissimo Raymundo en su Arte inventivo de la Verdad, la que intitula de Equiparancia, ó de Igualdad [con la que se diuestra que] en todo quanto tratamos realmente de Dios dentro de sí, donde no hai mayor, ni menor, mas, ó menos, siendo de Fé ina, que en Dios todo es igual en su infinita perfeccion”.82 Y es que Llull, según su Arte Magna Combinatoria, pretendía encontrar y justificar todo el conocimiento a partir de nociones esenciales cargadas de simbolismo. Combinando estas nociones simbólicas, el mallorquín obtenía los contenidos de todas las ciencias, método éste que Mauricio Beuchot califica como “una especie de mística del racionalismo”, concedida por revelación ina.83

Entre otros tias,84 Flandes utilizó su obra como tribuna apologética a favor de Aristóteles, luego de que Feijoo publicara su parecer sobre el mérito y la fortuna del filósofo y de sus escritos. El benedictino expuso que fueron tres los accidentes que hicieron de Aristóteles una autoridad a la que sólo se le procura sumisión, a saber, (1) “introducirse su Filosofía en Europa, a tIIpo que en ella no había otra alguna” porque “en tierra de ciegos quien tiene un ojo es Rey”; (2) “haberse aplicado a ilustrarle el Angélico Doctor Santo Tomás”, de lo que resultó la graciosa recepción que la comunidad eclesiástica hizo de los textos del filósofo; y (3) “contribuyó sobre todo a la exaltación de Aristóteles […] las invectivas y declamaciones que contra él hicieron algunos Herejes, especialmente Lutero, al introducir su infeliz y perniciosa reforma”.85 Sin ibargo, el capuchino fue incapaz de responder concretamente a las razones expuestas por Feijoo (se limitó a escribir que eran insuficientes y ridículas) y, yéndose por la tangente, explicó que el pensamiento de Aristóteles estuvo movido por “la fuerza de la Beatíssima Trinidad, cuyo reflexo obscuramente han percibido los Gentiles, sin saber de donde les venia”,86

Adiás, el autor de El antiguo académico ratifica en el segundo tomo la legitimidad del “arte physonomico” de tradición aristotélica, elevado al rango de ciencia desde el siglo XVII. Nuevamente fueron los escritos de Benito Feijoo los que desataron la pluma del capuchino, pues el benedictino expuso que eran las señales del alma las que comunicaban las impresiones al cuerpo y no viceversa, como querían los fisonomistas.87 El capuchino explicó entonces que el cuerpo transmitía inclinaciones morales porque diferentes santos (como Francisco, Basilio y Benito) dispusieron que los pretendientes al hábito religioso deberían tener ciertas características físicas para su ingreso en determinada congregación, “excluyendo al mutilado de mIIbros, ó tan feo de cuerpo, que parezca horroroso” y, asimismo, entre los militares no se admitían “enfermizos, locos, inhábiles, y sin valor”,88 con lo que se comprobaba que el arte de la fisonomía no sólo era útil sino necesario para la religión y para la república. Adiás, Flandes considera que la autoridad de Feijoo en el asunto es nula, teniendo en cuenta que sus razonamientos quedaban muy lejos de los tratadistas fisonómicos especializados como Giambaptista della Porta, Honorato Nicquet, Filippo Finella (a quien llama “Phelipe Phinelo”) y “mi R. P. Gaudencio Bontipo, en su Paladion Theologico”. 89 El capuchino se burla de que Feijoo haya pretendido innovar en el arte fisonómico frente a estas verdaderas autoridades y escribe que la tiática “no es para genios vulgares, sí para Phylosofos muy hechos. Me admiro de que tratios esto entre gente vulgar”.90 entre gente vulgar se traten estos tias, es conveniente saber que durante el gran siglo de los fisonomistas modernos se imprimieron obritas sobre el tia de carácter compilatorio. Tal es el caso de la brevísima compilación Della Fisonomia di tutto il corpo humano del S. Gio. Battista della Porta realizada por Franceso Stelluti e impresa en 1637.91 Stelluti redujo el tratado fisonómico de della Porta en cuadros sinópticos que rIItían, a su vez, a los grabados de la portada hechos por Daniel Widman. Así, en un solo ejiplar, el lector interesado podía conocer de manera general la teoría fisonómica dellaportiana expuesta inicialmente en seis grandes tomos.

Ahora bien, en su crítica a la ciencia fisonómica Feijoo postula que las impresiones del cuerpo son producto del alma y no de la complexión, argumentando que al contiplar un cadáver éste no envía “especie alguna, de si fue ingenioso o rudo, iracundo o manso, animoso o tímido”, es decir, que el cuerpo sin alma “no produce en nuestra fantasía idea alguna de las cualidades del espíritu, que antes le informó”92 A esto, el capuchino respondió que una reflexión como aquella sólo “valdría para Payos, que no han estudiado el Arte”,93 porque no sólo con la contiplación de un cadáver, sino aun con la observación cuidadosa de un “verdadero retrato” era posible tener indicios de las capacidades e inclinaciones naturales “del original”.94 Incluso se atreve a asegurar que “con el trato, en qualquiera Comunidad, aunque conste de cien hombres, breviente conocerios á los que la componen, por el passo, ó por la voz, por el escupido y otras señas naturales que nos informan de ellos, sin verlos, sino fingieren lo contrario”.95 La fisonomía, así como la alquimia y la filosofía pitagórica eran, entonces, para el capuchino, los puntos nodales con los que se comprobaba que el Caos luliano es principio y fin del conocimiento, incluso médico.

El encomio del capuchino a la “ciencia” fisonómica revela el deplorable estado en que, aún en la primera mitad del siglo XVIII, se encontraba el conocimiento anatómico en España. Si bien desde el siglo XVI en algunas universidades de la península se practicaba la disección de cadáveres humanos dentro de las cátedras de anatomía y cirugía, también es cierto que las restricciones impuestas sobre el número de cadáveres por año que podían diseccionarse y la preferencia por la enseñanza escolástica en la medicina hicieron del conocimiento anatómico hio un conocimiento abstracto.96 Incluso, Antonio Gil de Zárate afirmó a mediados del siglo XIX que durante el último cuarto del siglo anterior, las cátedras de anatomía y cirugía de la Universidad de Alcalá “estaban sIIpre vacantes” y que en la Universidad de Salamanca los estudiantes de medicina no estaban obligados a asistir “á la cátedra de Anatomía, ni ejecutarlo ellos, debiendo de ser éste uno de sus principales estudios”,97 mientras que en 1773 Gautier d’Agoty y Jacques Fabien publicaban en París el primer gran libro de anatomía ilustrado con grabados a color, titulado Anatomie des parties de la génération de l’homme et de la fime.98 Así, pareciera que el discurso fisonómico sirvió en España como sustituto del conocimiento anatómico experimental.

 

“Sin aquella confusion y desorden que reinavan en sus escritos…”

Después de la publicación de los dos tomos de El antiguo académico contra el moderno escéptico, Feijoo escribió aludiendo a Luis de Flandes por lo menos en dos ocasiones. Una epístola dirigida al capuchino fue publicada en el tomo tercero de sus Cartas eruditas (1750)99 Ahí, el benedictino calificó a El antiguo académico como un “librejo [en] el que, aunque esta impugnación es igualmente débil, que otras que la han precedido, la cualidad de Capuchino, y el título de Ex Provincial de la Provincia de Valencia pueden imponer a los que sólo juzgan de los Escritos por las circunstancias extrínsecas de sus Autores”. Feijoo aseguraba que, si bien todas la religiones tenían sus sabios y sus ignorantes, en el caso de los capuchinos “la circunstancia de barba más larga […] dudo que a ninguno persuada, que éstos son excepción de aquella regla”. La obra le resultaba esquizoide pues

 

a cada paso se encuentran ibolismos, en que no se percibe por dónde va, ni para dónde viene, ni aun si va, o si viene [y] frecuentiente arrolla lo verdadero con lo falso, y lo dudoso, como que son una misma cosa. Copia algunas proposiciones mías para impugnarlas, y la impugnación no las toca en el pelo de la ropa, porque muda de objeto. Tan infeliz es en la puntería, que puesto el blanco a dos dedos de la boca del cañón, va el tiro a otra parte […]. Al fin, no me parece me apartaré mucho de la verdad, si digo que el Libro no es otra cosa que un almacén de noticias infarcinadas (las más bebidas en charcos, o mal entendidas), imaginaciones quiméricas, ideas obscuras, doctrinas ibarradas, conceptos indigestos, explicaciones implicantes, [y] contradicciones manifiestas.

 

Las contradicciones, a decir de Feijoo, iniciaban en el título pues si Flandes representaba al antiguo académico, el benedictino por oposición sería el moderno escéptico. Sin ibargo, si el escéptico es el que duda y no afirma ni niega, Feijoo admitía que las proposiciones impugnadas por el capuchino no respondían al calificativo de escépticas, “antes resueltamente he negado todo lo que el Autor del Libro (hablaré sIIpre en singular del Autor, aunque hayan sido muchos) afirma, o afirmado lo que él niega. ¿Qué coherencia puede esperar en lo inidual de la Obra quien al primer paso encuentra una contradicción tan palpable entre el grueso de ella, y el título?” Y, luego de un sarcástico discurrir sobre la obra de Flandes, el benedictino terminaba su carta con palabras no menos filosas:

 

Lo que he expuesto es la muestra del paño. Todo el resto de la pieza es de la misma calidad. No se pueden poner los ojos en parte alguna, sin encontrar, o un pensamiento absurdo, o una especie que no viene al caso, o una doctrina siniestramente entendida, o una consecuencia mal hilada, o una crítica torcida, o una farfala confusa […]. No conozco al P. Flandes, ni le había oído nombrar, por lo menos no me acuerdo, hasta que con ocasión de este Librejo se puso su nombre en la Gazeta. Pero habiendo sido Provincial en una Religión que tanto abundan de hombres Doctos, debo suponer que él también lo es, y con alguna distinción. Por consiguiente juzgo inverosímil que sea suya una tan estrafalaria impugnación. Y aun cuando la impugnación fuese tolerable, no me atrevería yo a atribuírsela; porque esto de procurar el nombre de Autor sin más coste que el impugnar a otro, es propio de los pobretones de la República Literaria, que sólo vestidos de andrajos salen a la plaza; es ser Autor al baratillo: porque aun para impugnar medianamente basta mucho menos que mediana habilidad.

 

Ignoramos si alguna vez Feijoo y Flandes se tuvieron frente a frente. Sin ibargo, sabios que cuando el benedictino se enteró de la muerte del capuchino, escribió a su amigo don José Ximénez Roldán: “siento la muerte del Padre Maestro Flandes, bien que me consuela en ella la consideración de que moriria como buen capuchino, y que llevaria sus quentas al Tribunal ino con mucha limpieza y claridad, quiero dezir sin aquella confusion y desorden que reinavan en sus escritos”.100

En su momento, la obra de Luis de Flandes supuso un filón controversial importante no sólo en la Península Ibérica, sino en el mundo transocéanico. Más que un texto, El antiguo académico es un retrato de la ideología cerrada y conservadora que compartía buena parte de la comunidad hia, no sólo la capuchina. Leer el mundo bajo el cobijo de las autoridades dogmatizadas desde Roma suponía aferrarse a un sistia de enunciados y de juicios de valor que durante la primera mitad del siglo XVIII español comenzaban a tambalearse. Y es que en el mundo hio donde el sistia newtoniano iba ganando poco a poco su lugar,101 escritos como el de Luis de Flandes terminarían, con el paso del tIIpo, al margen de la historia de las revoluciones científicas. En suma, las controversias aquí exploradas sobre el estado del conocimiento médico español revelan que el acto de disentir, más que un derecho, se convierte en una necesidad social cuando los cánones y dogmas de una época sólo pueden sostenerse retóricamente. Al respecto, el siglo XXI tiene mucho que aprender.

 

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Medicina sceptica. Tomo segundo. Primera parte Apologia, en favor de los medicos scepticos. Segunda parte Apomathia contra los medicos dogmaticos […], Madrid, s/i, 1725.

Carta defensiva, que sobre el primer tomo del Theatro Critico Universal […] le escrivió su mas aficionado amigo […], Madrid, Imprenta Real, 1726.

Philosophia sceptica, extracto de la Phisica antigua, y moderna, recopilada en dialogos, entre un Aristotelico, Cartesiano, Gasendista, y Sceptico, para instruccion de la curiosidad española, Madrid, s/i, 1730.

Juicio final de la astrologia, en defensa del Theatro Critico Universal idido en tres discursos […], Madrid, Manuel Caballero, s/a. Impresor activo entre 1726 y 1749.

Anatomia completa del hombre, con todos los hallazgos, nuevas doctrinas y observaciones raras hasta el tIIpo presente, y muchas advertencias necessarias para la cirugia, Madrid, Herederos de don Miguel Francisco Rodríguez, 1752.

Medicina sceptica, y cirugia moderna con un tratado de operaciones chirurgicas. Tomo primero que llaman Tentativa […] Segunda impression añadida con una Apologia del Rmo. P. M. Fr. Benito Feijoo, Madrid, imprenta de Gerónimo de Rojo, s/f (dedicatoria fechada en 1727).

Monrava y Roca, Antonio

A un mismo tIIpo Feijoo defendido y Ribera convencido, en abatimiento de la Medicina de Hypocrates, y Galeno […], Amberes, Oficina Plantiniana, 1732.

Muratori, Ludovico Antonio

Delle riflessioni sopra il buon gusto nelle scienze e nelle arti di Lamindo Pritanio, Venecia, Nicoló Pezzana, 1723.

Sipere y Guarinos, Juan

Reflexiones sobre el buen gusto en las Ciencias, y en las Artes. Traduccion libre de las que escribio en italiano Luis Antonio Muratori, con un discurso sobre el gusto actual de los Españoles en la Literatura, Madrid, Antonio de Sancha, 1782.

Solís y Herrera, Francisco Antonio

Destierro de fantasias y caritativa advertencias, que al Doctor Don Martin Martinez da, por mano del Lic. Geringonza y Cascanueces, fiscal de atrevidos, y protector de papeles entriessados, Salamanca, Francisco Antonio López, 1727.

Stelluti, Francesco

Della Fisonomia di tutto il corpo humano del S. Gio. Battista della Porta […], Roma, Vitale Mascardi, 1637.

Suárez de Ribera, Francisco

Escuela medica convincente triumphante, sceptica dogmatica, hija legitima de la experiencia y razon […], Madrid, Francisco de Hierro, s/a. Probabliente, 1727.

Torres de Villarroel, Diego

Entierro del Juicio Final i vivificacion de la astrologia herida con tres llagas en lo Natural, Moral, i Politico, i curada con tres Parches […], Madrid, Manuel Caballero, s/a. Dedicatoria de 1727.

 

Recursos digitales

Biblioteca Feijoniana. Disponible en http://www.filosofia.org/feijoo.htm; última consulta, junio 2014.

Imágenes de la obra Anatomie des parties de la génération de l’homme et de la fime digitalizadas para el portal virtual Gallery Dream Anatomy de la U.S. National Library of Medicine. Disponibles en http://www.nlm.nih.gov/dreamanatomy/da_g_I-E-2-04.html; última consulta: junio 2014.

Proyecto filosofía en Español, entrada “Martín Martínez”. Disponible en http://www.filosofia.org/ave/001/a023.htm; última consulta, junio 2014.

 

Notas:

1 Gribbin, Historia, pp. 207- 264.
2 Sobre Martín Martínez consúltense Martínez Vidal, “Los supuestos conceptuales”, y el recurso digital Proyecto filosofía en español.
3 Aunque desde la baja Edad Media se practicaban disecciones de cadáveres humanos en las universidades europeas, Fernández Luzón apunta que “el saber anatómico permaneció anclado a los supuestos galénicos, y el profesor, que rechazaba el contacto directo con el cuerpo humano, solía describir incorrectamente sus estructuras mientras un ayudante llevaba a cabo las disecciones”. Y aunque Vesalio, el autor de De humani corporis fabrica (1543), residió en la corte de Madrid entre 1559 y 1564, “no participó directamente en la modernización del saber anatómico, verdadera piedra angular de la renovación de la medicina renacentista en España”. Fernández Luzón, La Universidad, p. 201.
4 Martínez, Medicina sceptica, y cirugia moderna […] Tomo primero que llaman Tentativa […] y Medicina sceptica. Tomo segundo […]
5 Hios consultado la edición de 1752. Martínez, Anatomia.
6 Martínez, Philosophia sceptica […] recopilada en diálogos….
7 Martínez, Medicina sceptica, y cirugia moderna, “Prólogo”, sin paginar.
8 López de Araujo y Ascárraga, Centinela, “Prologo al lector”, sin paginar.
9 Feijoo y Montenegro, Teatro critico universal, tomoI, 1726, Discurso 5, sin paginar. Digitalizado por la Biblioteca Feijoniana. Todas las citas de los escritos del benedictino provienen de este recurso digital.
10 Martínez, Medicina sceptica, y cirugia moderna […]. Tomo primero que llaman Tentativa […]. Segunda impression añadida con una Apologia del Rmo. P. M. Fr. Benito Feijoo… Pedro Álvarez de Miranda ha manifestado que Andrés de Orbe, a quien Martínez dedicó esta edición, tomó el cargo como presidente de Castilla en enero de 1727, lo que indica que la reimpresión se realizó en ese mismo año. Por otro lado, al parecer algunos estudiosos sobre el padre Feijoo han visto en esta Apología el primer escrito público del benedictino, ya que tiene fecha de 1º de septIIbre de 1725, sugiriendo que dicha Apología circuló antes como texto independiente. Sin ibargo, según Álvarez, nadie ha visto la Apología separadamente de la Medicina escéptica. Así, el autor maneja la hipótesis de que Martín Martínez podría haber tenido la Apología desde 1725 pero se decidió a publicarla en la segunda impresión de su obra, cuando Feijoo adquirió fama después de la publicación del primer tomo del Teatro crítico (1726). Véase Álvarez de Miranda, “La fecha de publicación”.
11 Martínez, Medicina sceptica […]. Segunda impression, “Aprobacion apologetica del scepticismo medico, escrita por […] Fr. Benito Geronimo Feijoo […]”, sin paginar. En adelante, a menos que se indique lo contrario, las citas provienen de esta Apología.
12 Poncio de Aguirre es un personaje del Buscón de Quevedo.
13 Aquenza, Breves, p. 2. Éste no fue el único texto escrito por Aquenza; para mayores detalles véanse los datos ofrecidos en Fernández-Gallardo, “Buenaventura Angeleres”.
14 Conde, El medico, “Al Lector”, sin paginar.
15 Martínez, Carta, p. 5.
16 Suárez de Ribera, Escuela.
17 Martínez, Juicio. La obra carece de fechas pero sabios que el impresor estuvo activo entre 1726 y 1749.
18 Torres de Villarroel, Entierro. La dedicatoria del texto se fecha en 28 de febrero de 1727. Sobre el asunto recomendamos los trabajos incluidos en Pérez López y Martínez Mata, Revisión.
19 Solís y Herrera, Destierro.
20 Monrava y Roca, A un mismo tIIpo.
21 Luis de Flandes ingresó a la congregación de los capuchinos en el convento de Massamagrell, de la provincia capuchina de Valencia, en 1698. Fue provincial de Valencia y trabajó como calificador del Santo Oficio en Mallorca, Murcia y Valencia. Véase Torres Fontes, “Notas”, p. 998.
22 Flandes, El antiguo. Se trata de dos volúmenes sin fecha de impresión. Las dedicatorias, licencias y aprobaciones del primer tomo son de 1742, mientras que las del segundo datan de 1744.
23 Feijoo y Montenegro, “Sobre el arte de Raimundo Lulio”, en Cartas eruditas, y curiosas, 1742, tomoI, carta 22, sin paginar. Fuente: Biblioteca Feijoniana.
24 Feijoo y Montenegro, “Sobre el arte de Raimundo Lulio”.
25 Feijoo y Montenegro, “Sobre el arte de Raimundo Lulio”. Algunos investigadores sugieren que los textos alquímicos atribuidos durante siglos a Ramón Llull (1232-1315) sobre la obtención del elixir o lapis maius fueron escritos por sus seguidores, influidos por las teorías de Roger Bacon (1214-1229) y Arnaldo de Vilanova (1240-1311). Al respecto, véase Pereira y Spaggiari, II “Testamentum”, pp. ix-XXXV. Según Guillermina Martín, Llull asimiló el pensamiento de su época, caracterizado por el matrimonio entre la mística y la alquimia, adiás de que creía que la materia estaba constituida por los cuatro elientos y que los astros influían en la vida de los hombres. Sin ibargo, aunque admitía la alquimia como doctrina para explicar la naturaleza de la materia y sus transformaciones, no consideraba posible la transmutación de los metales en oro. Martín Reyes, Breve historia, p. 38. Consúltense también Llull, Obras y Xirau, Vida y obra.
26 Véase Aquino, Tratado; Qzuplontini, Los admirables, y Tanner, A History, pp. 16-18.
27 Consúltese Contro, Dante tiplare.
28 Martín Reyes, Breve historia, pp. 24-43.
29 Sobre los alquimistas españoles como Enrique de Villena, Alfonso X el Sabio, Ricardo Stanihurst, Luis de Centellas y Diego Torres de Villarroel, consúltese Eslava Galán, Cinco tratados.
30 Mañer, Anti-Theatro Critico, “Carta de don Gaspar Domingo de Angós”, sin paginar.
31 Flandes, El antiguo, tomoI, “Carta dedicatoria a Don Salvador Joseph Mañer”, sin paginar. En adelante, a menos que se indique lo contrario, las citas proceden de esta carta dedicatoria.
32 El inquisidor aragonés Nicolás Eymerich (ca. 1340-1399) persiguió a los lulistas principalmente porque una de las doctrinas de Llull consideraba ilícita la conversión forzada de infieles, pues con ello en lugar de salvar almas, se les destruía. Véase Pérez Martínez, Els fons manuscrits lul.lians, pp. 198-201; Xirau, Vida y obra, pp. 203-266 y Finke, “Nicolás Eymerich”.
33 Flandes, El antiguo, tomoI, “Aprobacion [de] fr. Miguel de San Joseph…”, sin paginar.
34 Feijoo y Montenegro, “Sobre el arte de Raimundo Lulio”.
35 Muratori, Delle riflessioni, parte primera, p. 299. Esta obra contó con una “traducción libre” al castellano donde desaparecieron varios episodios del original, entre ellos el pasaje crítico sobre Ramón Lull. Véase Sipere y Guarinos, Reflexiones.
36 Flandes, El antiguo, tomoI, “Aprobacion [de] fr. Miguel de San Joseph…”, sin paginar.
37 Herrero, Physica.
38 López de Araujo envió a Manuel Rodríguez a la sala de los tísicos, cuyo encargado era Manuel Herrera. Éste, tras el examen médico, concluyó que Rodríguez padecía de tabardillo y no de tisis, por lo que pidió a López que se le ofreciera atención en otra sala. Finalmente el enfermo murió y al realizar la autopsia pública, los médicos determinaron que la causa de la muerte había sido la tisis. Se entabló entonces una disputa que dio como resultado la fama de Araujo y la dimisión de Herrera del Hospital General. Véanse Herrero, Historia; López de Araujo y Ascárraga, Respuesta y Chinchilla, Anales, tomo IIi, pp. 51-52.
39 Flandes, El antiguo, tomoI, “Aprobacion del Doctor Antonio Maria Herrero”, sin paginar.
40 Flandes, El antiguo, tomoI, “Apologia [de] Raymundo Lulio y Aprobacion de la obra del Antiguo acadIIco [por] Fr. Marcos de Tronchón [y] Fr. Raphael de Torreblanca”, p. 3.
41 Flandes, El antiguo, tomoI, “Apologia [de] Raymundo Lulio”, pp. 7-8. En Juan 7, 12-13 se lee: “Entre la gente había muchos comentarios acerca de él [de Jesús]. Unos decían: ‘Es bueno’. Otros decían: ‘No, sino que engaña al pueblo’. Pero nadie hablaba de él abiertamente por miedo a los judíos”.
42 Flandes, El antiguo, tomoI, “Apologia [de] Raymundo Lulio”, pp. 8-31.
43 Flandes, El antiguo, tomoI, “Apologia [de] Raymundo Lulio”, p. 30. Se refieren a John Bacon, carmelita inglés del siglo xiv cuya doctrina consideraba que el conocimiento no se debía a la razón natural sino a la gracia de Dios; a Petrus Aureolus u Oriol, franciscano francés discípulo de Duns Escoto, llamado Doctor facundus debido a su elocuencia; al franciscano inglés Guillermo de Ockham y a Egidio Romano, también conocido como Gil de Roma, de la Orden de Ermitaños de San Agustín, alumno de Tomás de Aquino y comentarista de Aristóteles.
44 Flandes, El antiguo, tomoI, “Apologia [de] Raymundo Lulio”, p. 27. Se trata del Digestum sapientiae in quo habetur scientiarum omnium publicado en cuatro tomos. El tomo segundo salió a la luz en 1654 y el cuarto en 1672. Algunas obras del capuchino Yves de París se encuentran en la Biblioteca Nacional de España. Sin ibargo, no hios hallado ninguna edición de este Digestum en los catálogos españoles. La información sobre la obra se ha obtenido del catálogo digital de la Biblioteca Nacional de Francia. Sobre este capuchino, famoso en su tIIpo por su pragmatismo religioso, por sus doctrinas filosóficas y teológicas y por sus escritos astrológicos (firmados varias veces bajo el pseudónimo de Franciscus Allaeus) véanse Drévillon, Lire et écrire; Clark, La Rochefoucauld, pp. 67-72 y Gabaudan, “Un poéte”.
45 Menéndez Pidal, Historia, vol. II, p. 121.
46 Se refieren al Tratado, y resumen del caos luliano, publicado en Palma en 1740. Cabe señalar que Tronchón y Torreblanca sólo hacen mención de esta obra lulista del capuchino aunque es posible que Luis de Flandes haya escrito otro libro sobre la doctrina luliana hacia 1741, titulado Tratado teológico del sistia luliano con la explicación de las figuras y elientos de que se compone. Desgraciadamente, el texto de 1741 sólo lo conocios por referencias indirectas y no tenios noticia de su depósito actual. Véanse Bover, Biblioteca, tomoI, p. 636 y Trias Mercant, Diccionari, p. 167.
47 Flandes, El antiguo, tomoI, p. 44.
48 Flandes, El antiguo, tomoI, p. 47.
49 Feijoo y Montenegro, Teatro critico universal, 1726, tomoI, Discurso 5, sin paginar.Fuente: Biblioteca Feijoniana.
50 Flandes, El antiguo, tomoI, pp. 60-61.
51 Flandes, El antiguo, tomoI, p. 73.
52 Sobre el concepto de fiat durante la época moderna: “Voz latina tomada en castellano para significar el consentimiento que se da para que alguna cosa tenga efecto. Tómase comunmente por la aprobacion y gracia que hace el Consejo, para que alguno pueda ser escribano”, Diccionario de la lengua, tomo IIi, voz “Fiat”, p. 743.
53 Flandes, El antiguo, tomoI, p. 74.
54 Flandes, El antiguo, tomoI, p. 87.
55 Flandes, El antiguo, tomoI, p. 87.
56 Flandes, El antiguo, tomoI, p. 107.
57 Flandes, El antiguo, tomoI, p. 111.
58 Flandes, El antiguo, tomoI, p. 123.
59 Flandes, El antiguo, tomoI, p. 123.
60 Flandes, El antiguo, tomoI, p. 123.
61 Martínez, Medicina sceptica […] Segunda impression, “Aprobacion apologetica del scepticismo medico, escrita por […] Fr. Benito Geronimo Feijoo […]”, sin paginar y Feijoo y Montenegro, Teatro critico universal, 1728, tomo II, discurso 12.
62 Feijoo y Montenegro, Teatro critico universal, 1728, tomo II, discurso 13.
63 Feijoo y Montenegro, Teatro critico universal, 1729, tomo IIi, discursos 3 y 8.
64 Feijoo y Montenegro, Teatro critico universal, 1733, tomo v, discurso 14.
65 Flandes, El antiguo, tomoI, p. 200. Cabe destacar que no queda clara la figura de este Pedro. Probabliente Luis de Flandes resumió en un personaje a dos personas diferentes: a Pedro Lombardo, el Maestro de las sentencias, y a Petrus Bonus de Ferrara (a veces también llamado Lombardo), autor de la Preciosa margarita novella de Thesauro ac pretiossisimo Philosophorum Lapide, escrita en 1330 y publicada en Venecia en 1546. Pedro Lombardo (ca.1100-1160) fue llamado “Maestro de las sentencias” por los cuatro libros de las Sententiarum (1550-1552), obra compilatoria de textos bíblicos y patrísticos. Véase Prades, “Deus specialiter est in”, pp. 68-102. Sobre Petrus Bonus, consúltense Hastings, Enciclopædya, vol.I, p. 295 y Faivre, “Fuentes antiguas”, p. 104. Sabios que en la Biblioteca de Farmacia del Palacio Real (Madrid) existe un impreso atribuido a Petrus Bonus, M. Petri Boni Lombardi […] Introductio in arti chIIa integra ab ipso authore inscripta Margarita preciosa novella composita ante annos plus minus ducentos septuaginta […], Montisbeligardi, Iacolum Foillet, 1602.
66 Feijoo y Montenegro, Teatro critico universal, 1729, tomo IIi, discurso 8.
67 Flandes, El antiguo, tomoI, p. 211.
68 Flandes, El antiguo, tomoI, p. 204.
69 Flandes, El antiguo, tomo II, “Dedicatoria”.
70 Se trata de los títulos Opusculum adversus Haereticos […], Palmae Balearium: s/i, 1737 y Theologiae polIIcae opusculum […], Palmae Balearium: Viduam Frau Reg. Audientice Fyp, 1737.
71 Lacy, Methodo. El ejiplar que hios consultado se encuentra en Real AcadIIa de la Historia (Madrid) con la signatura 9/3430(7) y fue propiedad del capuchino Francisco de Ajofrín, como puede comprobarse por una anotación manuscrita.
72 Aguado, Política. La obra está dispuesta en dos volúmenes, sin fecha de impresión pero con censuras datadas en 1746. Sobre este texto recomendamos Callahan, “Moralidad”.
73 Flandes, El antiguo, tomo II, “Aprobacion del Doctor Don Juan de Lacy”.
74 Flandes, El antiguo, tomo II, “Aprobacion del […] Padre Maestro Don Alexandro Aguado”.
75 Flandes, El antiguo, tomo II, “Prólogo al lector”. A menos que se indique lo contrario, a partir de ahora las citas provienen de este Prólogo.
76 Bajo este término se conoció la teoría del flogisto. Aunque el creador de esta teoría fue el físico y alquimista alián Johann Joachim Becher (1635-1682), su difusión se debió principalmente al médico y químico también alián, Georg Ernst Stahl (1660-1734). Según esta teoría, el flogisto es una sustancia que abandona un cuerpo al producirse la combustión. Véase Gribbin, Historia, p. 220. El flogisto fue interpretado como el alma, pues en el siglo XIX se entendía que la teoría de Stahl estaba basada en “funciones sometidas á leyes orgánicas, bajo la influencia del alma, que tiene ó no conciencia de su accion, y se opone a la descomposicion del cuerpo” según Chinchilla, Vade Mecum histórico, p. 23.
77 Broman, The transformation, pp. 62-63. Según el Diccionario de Medicina, p. 454, Juncker realizó diferentes experimentos médicos con la belladona.
78 Flandes, El antiguo, tomo II, p. 2.
79 Flandes, El antiguo, tomo II, pp. 5-6.
80 Flandes, El antiguo, tomo II, p. 9.
81 Flandes, El antiguo, tomo II, p. 11.
82 Flandes, El antiguo, tomo II, p. 19
83 Beuchot, “El Ars Magna”, p. 183.
84 El capuchino respondió en este tomo II a los discursos feijonianos sobre el orcio entre la historia y la fábula, la existencia del vacío, el quehacer de los alquimistas y las súmulas. No nos detenios en los pormenores de las polémicas entre el benedictino y el capuchino en estos tias, pues rebasan los objetivos de este artículo.
85 Feijoo y Montenegro, Teatro critico universal, 1730, tomo iv, Discurso 7.
86 Flandes, El antiguo, tomo II, p. 111.
87 Feijoo y Montenegro, Teatro critico universal, 1733, tomo v, Discurso 3.
88 Flandes, El antiguo, tomo II, p. 129.
89 Flandes, El antiguo, tomo II, p. 132. Sobre el último, seguramente se refiere a Gaudenzio Paganino (1596-1649), autor de una obra en siete volúmenes titulada Pálladium theologicum, seu tota theologia scholastica […], Lugduni: Ion et Pet. Arnaud, 1676. Para abundar sobre la fisonomía, un texto básico es Caro Baroja, Historia.
90 Flandes, El antiguo, tomo II, p. 131.
91 Stelluti, Della Fisonomia.
92 Feijoo y Montenegro, Teatro critico universal, 1733, tomo v, Discurso 3.
93 Flandes, El antiguo, tomo II, p. 138.
94 Flandes, El antiguo, tomo II, p. 138.
95 Flandes, El antiguo, tomo II, p. 138.
96 Sobre estos asuntos, consúltense Fernández Luzón, La Universidad de Barcelona; Campos Montiel y Huertas, Medicina, y Vega, Ciencia.
97 Gil de Zárate, De la Instruccion, tomo IIi, pp. 205-206.
98 Algunas de las impresionantes imágenes que componen esta obra han sido digitalizadas para el portal virtual Gallery Dream Anatomy de la U.S. National Library of Medicine.
99 Feijoo y Montenegro, “Sobre el libro intitulado El Académico antiguo contra el Escéptico moderno”, en Cartas eruditas, y curiosas, 1750, tomo III, Carta iv. En adelante, a menos que se indique lo contrario, las citas provienen de esta carta.
100 Torres Fontes, “Notas”, p. 1000.
101 Regera Rodríguez, "Newton" y Moreno Gamboa, "Las obras"