De Mauthausen a Denia: la desmemoria histórica en Lo que esconde tu nombre, de Clara Sánchez

 

Fidel López Criado
Universidad de La Coruña
fidel.lopez.criado@udc.es

 

Se estudia la novela de Clara Sánchez Lo que esconde tu nombre, como ejemplo de la recuperación y la reorientación de la novela social española en el siglo XXI. Se analiza el trasvase de un tema histórico-social (las víctimas del nacionalsocialismo y la ocultación de criminales nazis en territorio español) hacia el cauce literario del bildungsroman o novela de aprendizaje (la historia de una joven inmadura que se escapa de casa y es acogida por unos octogenarios torturadores nazis), como lanzadera de un debate ético-social (propiciado por la polémica Ley de Memoria Histórica) en torno a la historia, la memoria y la verdad. Para ello, se da particular atención a las claves propedéuticas de la novela (su contexto y referentes histórico-sociales) y su intención didáctica (la literatura como memoria histórica), que comprometen al lector, principalmente joven, en la búsqueda personal de verdad y trascendencia.

 

Palabras clave: literatura e historia, Ley de memoria histórica, víctimas y verdugos de Mauthausen, Eribert Heim, el “Doctor Muerte”, ODESSA en España.

 

A Leopoldo López Criado, asesinado en Mauthausen-Gusen, 3-11-1941.

Historia vero testis temporum. La voz “historia” (ἱστορία, en griego) fue utilizada por primera vez por Aristóteles, en su Historia de los animales (Περὶ τὰ ζῷα ἱστορίαι). Proviene de la voz “hístōr” (ἵστωρ), que significa “hombre sabio”, “testigo” o “juez”, y con este sentido de testimonio recto e imparcial de los hechos se recoge en los Himnos homéricos.1 De igual manera, Marco Tulio Cicerón encomiaba la labor del historiador y la trascendencia social del testimonio histórico: “Historia vero testis tempo-rum, lux veritatis, vita memoriae, magistra vital, nuntia vetustatis”.2 Estas mismas virtudes, evocadas con exquisita ironía por nuestro ingenioso hidalgo de La Mancha, convertirían la historia en el noble arte de contar la verdad, y requerían del historiador una integridad moral (caballeresca) muy superior a la del común de los mortales:

 

habiendo y debiendo ser los historiadores puntuales, verdaderos y no nada apasionados, y que ni el interés ni el miedo, el rencor ni la afición, no les haga torcer del camino de la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo porvenir.3

 

Sin embargo, a pesar del aleccionador escepticismo cervantino, el canon sociolingüístico (ejercido desde el DRAE – Diccionario de la Real Academia Española–) reafirma la veracidad y trascendencia apriorística de la historia, como “narración y exposición de los acontecimientos pasados y dignos de memoria, sean públicos o privados”.4 Naturalmente, el sanchopancista sentido común se resiste: ¿cómo sabemos que esos acontecimientos públicos –y más aún los privados– realmente tuvieron lugar como se afirma en la historia? Y a su vez, ¿quién –y con qué criterios– determina que esos acontecimientos y no otros son “dignos de memoria”? Las respuestas nos las da la historia misma.

A partir del siglo XVIII, el arte de historiar se reconoce como un bien de interés nacional, que debe ser reglado y custodiado por el Estado, de ahí la creación de la Real Academia de la Historia en 1735.5 La tutela del poder confirmaba de manera pública y sin ambages la utilidad instrumental de la historia en la construcción del espíritu nacional, entendido éste como conjunto de creencias, criterios, valores y actitudes grupales que diferencian a una nación de otra. Por supuesto, la instrumentación política de la historia no era nada nuevo en el siglo XVIII. El mejor ejemplo había estado siempre muy a mano, en la labor que la Iglesia había realizado para configurar la historia eclesiástica de España (la misma que, siglos después, sería piedra angular del nacional-catolicismo auspiciado por el fascismo español).6 Sin embargo, no será hasta bien entrado el siglo XX, con el auge de los nacionalismos europeos, que la historia comience a desprenderse de sus pudorosas virtudes ciceronianas para convertirse en cantera casuística de héroes, mitos y monstruos al servicio de una causa.

De ahí que algunos historiadores, conscientes de que una obligada filiación política, económica o religiosa podía conculcar la pretendida veracidad e imparcialidad de la historia, se propusieron entonces resacralizar el “arte” de historiar, elevándolo a la categoría de “ciencia”: es decir, se propusieron contrarrestar el subjetivismo del historiador mediante la aplicación del “método científico”.7 De ahí que, un siglo más tarde, el historiador Edward H. Carr defina la historia como “aquella ciencia que tiene como objeto de estudio el pasado de la humanidad y, como método, el propio de las ciencias sociales”.8 Sin embargo, tanto en cuanto toda ciencia debe establecer descripciones objetivas, basadas en aspectos observables y verificables de la realidad, y habida cuenta de que los acontecimientos (pasados) que el historiador describe no siempre son observables, ni verificables, ni mucho menos objetivos, ese pretendido rigor “científico” de la historia no deja de ser la excusatio non petita de una accusatio manifesta.9 Por ello, no es de extrañar que el canónico DRAE recoja otras acepciones de historia, como “narración inventada”, “mentira” o “pretexto”, “cuento”, “chisme” o “enredo”.10

Lux veritatis. Entonces, ¿podríamos afirmar, recordando los famosos versos de Campoamor, que en la historia, como en este mundo traidor, nada es verdad ni es mentira, pues todo es según el color del cristal con que se mira?11 Desde luego, este cinismo relativista explicaría muchas historias, como aquellas que describen el bombardeo de Pearl Harbour en 1941 como un acto de agresión cobarde y criminal –“a date that will live in infamy”, declaraba el presidente Roosevelt–, mientras que el bombardeo de Hiroshima y Nagasaki en 1945 se describe como un acto de guerra terrible pero necesario.12 Por desgracia para las víctimas –especialmente las del lado perdedor– la verdad forma parte del botín de guerra de los vencedores, que son los que, en última instancia, cuentan o escriben la historia.13 Y en este afán por reconstruir o “versionar” el pasado a imagen y semejanza de unos intereses (sociales, políticos, económicos o religiosos) han incurrido todas las historias, incluyendo la historia reciente de España cuando esconde, matiza o incluso justifica su pasado fascista.

Sin embargo, como el agua, la verdad histórica siempre se abre paso. Y no resulta particularmente difícil dar con ella. En su aplicación cotidiana, la verdad (histórica o de cualquier otra índole) es un concepto más ético/moral que metodológico/científico. Por consiguiente, siempre estará del lado de las víctimas. Su memoria es el alefriz de la historia y debería ser objeto de estudio obligatorio para los ciudadanos más jóvenes. A este respecto, son significativas las palabras del alcalde de Hiroshima, el 6 de agosto de 2010, en su discurso de apertura de la ceremonia de conmemoración de los hibakusha o víctimas del holocausto nuclear:

 

El espíritu de la reconciliación no se ocupa de juzgar el pasado. Por el contrario, ese espíritu de la reconciliación acepta con mente abierta el error humano y trabaja para evitar que los errores pasados se repitan en el futuro. Para tal fin, es indispensable conocer y entender el pasado, razón por la que estamos trabajando para establecer la asignatura de Estudios de la Paz de Hiroshima-Nagasaki en escuelas y universidades de todo el mundo.14

 

De igual manera es loable “el espíritu de reconciliación y concordia, y de respeto al pluralismo y a la defensa pacífica de todas las ideas” que proponía la malhadada Ley de Memoria Histórica española. 15 En su artículo 1º, “Objeto de la Ley”, dice:

 

 

La presente Ley tiene por objeto reconocer y ampliar derechos a favor de quienes padecieron persecución o violencia, por razones políticas, ideológicas, o de creencia religiosa, durante la Guerra Civil y la Dictadura, promover su reparación moral y la recuperación de su memoria personal y familiar, y adoptar medidas complementarias destinadas a suprimir elementos de división entre los ciudadanos, todo ello con el fin de fomentar la cohesión y solidaridad entre las diversas generaciones de españoles en torno a los principios, valores y libertades constitucionales.16

 

 

Más adelante, en su “Exposición de Motivos”, añade:

 

Es la hora, así, de que la democracia española y las generaciones vivas que hoy disfrutan de ella honren y recuperen para siempre a todos los que directamente padecieron las injusticias y agravios producidos por unos u otros motivos políticos o ideológicos o de creencias religiosas, en aquellos dolorosos periodos de nuestra historia. Desde luego, a quienes perdieron la vida. Con ellos, a sus familias. También a quienes perdieron su libertad al padecer prisión, deportación, confiscación de sus bienes, trabajos forzosos o internamientos en campos de concentración dentro o fuera de nuestras fronteras.17

 

Sin embargo, esa “reparación moral” de las víctimas mediante “la recuperación de su memoria personal y familiar” no ha sido posible, ni lo será nunca, en ausencia de un Nuremberg (siquiera fuese moral) que criminalice la ideología fascista y proscriba su apología, camuflada en el relativismo y la equidistancia moral entre víctimas y verdugos, que propone la derecha más reaccionaria.18

En el caso del fascismo alemán, las víctimas recibieron otro trato. Su reparación moral llegó de la mano de la justicia internacional en Nuremberg y dio lugar a numerosas leyes que criminalizaron la apología del nacionalsocialismo, prohibiendo todos sus símbolos externos y manifestaciones públicas. En este cometido fueron imprescindibles el testimonio y la memoria de las víctimas como Simon Wisenthal (superviviente de Mauthausen), Tuviah Friedman, Serge y Bete Klarsfeld, Yaron Svoray, Elliot Welles, Efraim Zuroff o Doris Silvestre, que consagraron sus vidas a la búsqueda y captura de aquellos torturadores y genocidas que habían escapado a la justicia y vivían cómodamente en países cuyos gobiernos los ocultaban y protegían. España fue, hasta hace poco, uno de esos países, y Aribert Heim, más conocido como el “Doctor Muerte” de Mauthausen, fue uno de nuestros más distinguidos huéspedes.19 Quizá porque Alemania no es España, o simplemente porque Spain is different, como

alardeaba el Ministerio de Información y Turismo en los años sesenta, para justificar la supervivencia del fascismo español en una Europa post-fascista, los gobiernos de España (algunos en democracia) no fueron precisamente entusiastas colaboradores en la identificación y extradición de algunos nazis buscados por crímenes contra la humanidad que se habían refugiado en territorio nacional.20

Vita memoriae. Pero, una vez más, allí a donde no llega la conciencia de la historia llega la denuncia de la ficción literaria. Así, en la novela de Clara Sánchez, Lo que esconde tu nombre, la vivencia de un grupo de criminales nazis refugiados en España sirve como telón de fondo anecdótico a la búsqueda y el reencuentro de la protagonista con una verdad histórica y psicológica.21 Sandra, una joven inmadura de treinta años, embarazada de un hombre del que no está enamorada, decide evadirse de todas sus responsabilidades familiares y laborales escapándose a Dianium,22 un pueblecito turístico de la Costa Blanca. Allí, en la playa, conoce a Karin y Fredrik Christensen, un matrimonio de ricos octogenarios que la ayudan y la miman como los abuelos que ella nunca conoció. Sin embargo, la irrupción en su vida de Julián, un viejo republicano español superviviente de Mauthausen, que ha dedicado su vida a perseguir y desenmascarar criminales nazis, pondrá patas arriba esa apacible y despreocupada existencia. Él la ayudará a descubrir que detrás de la aparente bondad de esos entrañables viejecitos late la maldad de dos sádicos torturadores de las Waffen-SS, buscados por el Centro Simon Wisenthal y protegidos por una tenebrosa y poderosa “hermandad”. A partir de este momento comienza el thriller y, de modo paralelo, el bildungsroman que conduce, en lo íntimo y en lo público, al conocimiento liberador de un pasado oculto y prohibido.

Desde luego, resulta irónico que una novela desarrolle en el ámbito de la ficción lo que la historia española calla u olvida convenientemente. Aunque, bien pensado, ésa es, o debería ser, precisamente la tarea más importante de la literatura: descubrir verdades ocultas. Sin embargo, en una sociedad como la española, que ha pagado con la desmemoria histórica el peaje de la democracia, existen muchos jóvenes, como la protagonista, que desconocen un pasado sin el cual no se entiende el presente: es la vita memoriae (la memoria histórica, personal y familiar), el testimonio que sus abuelos no le han podido transmitir: “Nunca había conocido a mis abuelos” (p. 28). Y ese lapsus o desconexión generacional es precisamente una de las razones por las que Sandra se siente atrapada en un laberinto vital: desorientada, inapetente e incapaz de decidir qué camino coger:

 

No tenía ganas de tomar ninguna decisión definitiva. Me encontraba bien pensando a la ligera y sin agobios en distintas posibilidades tan inalcanzables de momento como las nubes mientras en el frigorífico quedaba comida y mi hijo aún no había salido fuera y no me pedía nada.23

 

Sandra, una mujer joven y fuerte, no sabe qué hacer con su vida (su presente), ni mucho menos con la del hijo que lleva dentro (su futuro), porque desconoce (y no le interesa) el pasado (de sus abuelos). Sin embargo, Julián, viejo y enfermo, tiene una misión clara en su vida (identificar y desenmascarar a sus torturadores nazis), precisamente porque conoce su pasado (su memoria como víctima en Mauthausen).24 Esa relación causal de la historia (la de un pasado que condiciona/explica el presente, que, a su vez, condiciona/explica el futuro) es la que le permite entender quién es y cómo ha llegado hasta donde ha llegado:

 

Mi hija pensaba que era un viejo loco y sin remedio obsesionado por aquel pasado que ya a nadie le importaba y del que no era capaz de olvidar ni un día, ni un detalle, ni una cara, ni un nombre, aunque fuese un largo y difícil nombre alemán.25

 

La memoria (de las víctimas), no la historia, es testigo fidedigno del tiempo, verifica o certifica el pasado: “Salva sabía lo que yo había vivido y padecido, y yo lo que había visto él”.26 Pero ahora que su amigo Salva había muerto, su verdad está en peligro de desaparecer: “ya no quedaba nadie que lo supiese todo de mí, que conociese mi infierno tal como fue”.27

Irónicamente, sus verdugos nazis son los únicos testigos presenciales que le quedan. Por eso es tan importante para él encontrarlos. Más allá de un afán justiciero o de venganza personal, la caza de nazis se convertirá (para Julián y más aún para Sandra) en la búsqueda de una verdad trascendente, prohibida y ocultada entre los pliegues relativistas (y revisionistas) de la historia: “Éramos víctimas y nadie quiere a las víctimas ni a los perdedores. Otros no tuvieron más remedio que callar y sufrir el miedo, la vergüenza y la culpa de los supervivientes, pero nosotros nos convertimos en cazadores” de nazis.28 Cada criminal nazi descubierto y llevado a juicio es un aval de su memoria, una verdad incómoda elevada ante la conciencia del presente y del futuro (de todos los jóvenes españoles) como acta notarial de su pasado, prueba irrefutable de que este Macondo sí existió. Pero no será tarea fácil.

Uno de los obstáculos a esta búsqueda es el golfo de separación generacional que la sociedad moderna ha provocado entre viejos (como Julián) y jóvenes (como Sandra): “El taxista me echó un vistazo por el retrovisor. Qué lejos estaba su juventud de mi vejez, era inútil contar nada, explicar nada”.29 La desmemoria histórica hace posible la equidistancia interesada entre el bien y el mal, entre vencedores y vencidos, víctimas y verdugos. Sin embargo, las víctimas saben que el mal nunca es relativo: “Por lo general –dice Julián–, en la vida normal, el bien y el mal están bastante mezclados, pero en Mauthausen el mal era el mal”.30 Esta desambiguación de la memoria es el ovillo de Ariadna que puede rescatar a la protagonista y, con ella, a toda una generación de jóvenes españoles, del laberinto histórico y moral en el que se encuentran perdidos. Es por este motivo que Julián decide contarle (transmitirle o traspasarle) a Sandra el testigo de su memoria. Pero acceder a esta verdad supondrá para Sandra un proceso de aprendizaje (histórico y psicológico) lento y doloroso.

Magistra vital. En el ambiente cálido y acogedor de Dianium, un pequeño pueblecito de la Costa Blanca mediterránea, camuflados entre la multitud de turistas y extranjeros europeos que han establecido allí su lugar habitual de residencia, los criminales nazis Fredrik y Karin Christensen constituyen un entrañable matrimonio de octogenarios noruegos, evadidos del rigor del clima nórdico. Se sienten tan protegidos en ese ambiente que ni siquiera se han molestado en cambiar sus nombres: “tampoco en el buzón estaban disfrazados los nombres. Ponía Fredrik y Karin Christensen”.31 El desconocimiento y la falta de interés de sus vecinos por un pasado remoto e ignoto los convierten en “invisibles” y dan palio a sus crímenes: “Ellos no se sienten culpables –dijo Julián–. No he conocido jamás a ninguno que haya mostrado ningún tipo de arrepentimiento. Piensan que son víctimas de un mundo que ha cambiado y que no les comprende”. 32

Sin embargo, gracias a Julián, Sandra no sólo irá descubriendo un pasado olvidado (el infierno de Mauthausen), sino también un presente igualmente desconocido (la connivencia pasiva de la democracia en la ocultación de criminales nazis). Como el título de la novela nos anuncia, Sandra descubrirá lo que esconde el nombre de los Christensen, el papel de la siniestra “hermandad” que los protege y sus reuniones secretas en el Nordic Club, dirigidas por Otto Wagner, responsable de ODESSA, y el infame Aribert Heim, más conocido como “el carnicero de Mauthausen”.33
El viejo republicano es consciente de que este conocimiento (el pasado como contexto explicativo del presente), como aquel otro del Génesis, significa para Sandra la pérdida de su inocencia y el principio de un doloroso tour de force vital. Pero está convencido de que el descenso a ese infierno le permitirá superar el relativismo moral que atenaza la conciencia de muchos jóvenes como ella: “Mientras Sandra viese a Fredrik y Karin fuera del infierno, le parecerían ángeles en lugar de demonios. Y tal vez los ángeles no existían, no existía el bien absoluto, pero podía asegurar que existía el mal absoluto”.34 Comienza así, pues, un proceso de desambiguación iniciática trascendental.

Hasta ahora, Sandra siempre había mirado la vida a través de ese cristal oscuro infantil que no permite distinguir el bien del mal; pero la luz que aporta el testimonio de Julián pone en crisis el paraíso de su inocencia: “Julián me había inoculado el veneno de la duda”.35 Y él, correspondiendo a la imagen iniciática que sugiere la mordedura de la serpiente, admite que, como el viejo Lucifer, “tenía que abrirle los ojos”.36 Así, de la mano de su Virgilio, Sandra irá descubriendo una nueva realidad vital, que marca un antes y un después en su vida:

 

Antes de conocer a Karin no se me habría ocurrido pensar que la maldad siempre está fingiendo que hace el bien. Karin siempre fingía que hacía el bien y debió de fingirlo cuando mataba o ayudaba a matar a inocentes. El mal no sabe que es el mal hasta que alguien no le arranca la máscara del bien.37

A partir de este momento, Julián sabe que ha encontrado su relevo generacional, la depositaria de su memoria: “Sandra era mi testigo [...], Sandra era el repuesto que Salva había dejado en su lugar”.38

 

Tras una conversación con Karin bajo un árbol que nos recuerda aquel otro del Edén (“estaba apoyada en un árbol y al separarme de él di por concluida la conversación”)39 , a Sandra ya no le quedan dudas sobre la maldad de los Christensen. Ahora sabe que su ignorancia del pasado es la causa de que no haya reconocido antes a estos criminales: “Me juré que cuando volviera a la vida normal me dedicaría a leer más”.40
Ese fortuito encuentro con los Christensen le ha servido, como un viaje

por el infierno de la historia, para conocer personalmente la maldad de los verdugos:

 

Antes no sabía estas cosas, ni nunca las habría sabido si no se me hubiese ocurrido venir a pasar unos días en la playa. Mauthausen, Auschwitz. Cuántas veces había oído esos nombres, pero entonces estaban a años luz, estaban en Orión. Ahora los tenía a un metro de mi cara, a veces a unos centímetros.41

 

Ahora reconoce que los Christensen no podrían ser nunca su familia, como había deseado en un principio, y que sólo su madre, a la que había dado la espalda, era capaz de sentir como madre:

 

“Me tocaba hacerme una ecografía. Tenía pensado que me acompañase Karin, para compartir con ella el momento en que se descubriese el sexo de mi hijo. Pero acababa de cambiar de opinión [...] Karin no era mi madre, ni podía importarle nada mi hijo”.42

 

Al fin, Sandra logra arrancar al mal la máscara del bien:

 

“pero, ni aunque viviera mil años, podría hacerme una idea de lo que pensaba y sentía esta mujer, a la que no le había temblado el pulso para inyectar todo tipo de porquerías en el organismo de los presos, para ayudar a hacer experimentos con gemelos”.43

 

Pero lo que Sandra no sabe es que ella, portadora del futuro que representa el hijo que lleva en su vientre, pasará a ser objeto de disputa entre el bien (la causa de Julián) y el mal (la causa de los Christensen).

Nuntia vetustatis. Los octogenarios Fredrik y Karin Christensen son los últimos vestigios de un pasado que se resiste a desaparecer. Representan la muerte física, simbolizada por la insignia de la calavera y los huesos cruzados de las SS que Sandra ha visto en el uniforme de gala de Fredrik; pero también representan la muerte psicológica, la involución del proceso de individualización del adolescente y la disolución del yo emergente del adulto en el absorbente yo materno-infantil. Y la muerte no puede alumbrar la vida. Por eso los Christensen no tienen descendencia natural:

“Nosotros no tenemos hijos ni nietos –dijo Karin–, pero alguien nos tiene que suceder, alguien tendrá que seguir plantando este jardín y llenando la piscina de agua los veranos, no sé si me entiendes”.44 La Hermandad en la que le proponen entrar representa el canto de sirena (la anulación del yo y la disolución de la voluntad o libertad individual) que Sandra debe desoír en su particular odisea emocional:

 

No se puede andar solo por la vida –dijo Karin–. Cuando uno está solo todo es mucho más difícil, te limitas a lo que puedas hacer tú solo, mientras que si estás apoyado por otros, por muchos, lo que antes era imposible puede llegar a ser posible. El grupo da poder, lo difícil es que haya un grupo dispuesto a aceptarnos y a protegernos. 45

 

Para Sandra, el momento crítico de este viaje iniciático (proceso de individuación) llega cuando el miedo, que es la constatación de la presencia del mal, irrumpe en su vida. Así lo advierte Julián cuando dice: “su mirada era entre seria y asombrada, había descubierto el miedo, no el miedo a no saber qué hacer con su vida, sino el miedo a los demás. Ya no había vuelta atrás. Sandra estaba saltando un precipicio y no la estaba sujetando nadie, nadie la ayudaba, ni siquiera yo”.46 Incluso Karin detecta el cambio: “Pareces mayor [...]. También tienes la voz más triste. No te habrás metido en un lío, ¿verdad?”47 Y Sandra misma advierte la superación de ese miedo gracias a su determinación: “Estaba metida en un lío, en un lío y en un caso de conciencia [...]. Había hecho lo que tenía que hacer y el riesgo estaba perfectamente asumido”.48 Es, ya, una adulta consciente de sí misma y de la otredad, de la dualidad de la existencia humana.

Los otros, “los invisibles”,49 son ahora visibles, y esa “videncia” (o nuevo ver mistérico y liberador) se convierte en “evidencia”: “No reparamos en lo más evidente y el secreto del mundo, la revelación, seguramente está en lo más evidente, en los granos de arena dorados por el sol”.50 Lo evidente en esa carrera de relevos que es la vida y en la que ella, como madre, es protagonista, había estado allí siempre: “me di cuenta de que casi me había olvidado de la criatura que llevo dentro [...]. No es que me hubiese olvidado de que estaba embarazada, eso era imposible, sería como olvidarme de andar, pero había dejado de darle importancia”.51

La victoria sobre el mal conlleva, primero, ver o conocer el miedo (el conocimiento de que el mal existe) y, luego, evidenciar o constatar su peligro (reconocer su presencia entre nosotros):

 

Durante estas últimas semanas había comprendido que es imposible vivir sin peligro. Ni mi hijo ni yo por mucho que me lo propusiera podríamos estar completamente a salvo. Todo es peligro y no se puede saber cuál de todos los peligros es el que nos matará.52

 

Como Ulises, Sandra ha desoído el canto de la sirena (la seguridad y la protección del grupo, a cambio de la anulación de la voluntad individual) y se sitúa ante la vida sin miedo, asumiendo el peligro que supone ser un adulto libre. Se siente resuelta: “por una vez en la vida quería terminar algo que había empezado”.53 Está dispuesta a tomar el camino que ella decida (el del individuo) y no el que otros quieran imponerle (el del grupo).

La Sandra otrora adolescente egoísta y temerosa es ahora una mujer valiente: “Sin Sandra, sin sus agallas, habría sido imposible descubrirlo [la trama ODESSA]. Algún día tendrían que reconocerle su valor”,54 nos dice Julián. Con la emancipación (histórica y sicológica) de Sandra, Julián se siente relevado en su obligación moral ante la memoria de las víctimas:

“perder la memoria, de todo el fango de la vejez en que uno acaba revolcándose, era lo que más me aterraba”.55 Su éxito como cazador de nazis ha sido lograr la visibilidad de esa “comunidad de invisibles”.56 Sin embargo, su recompensa como víctima ha sido lograr que Sandra los viese con sus propios ojos.57

El viaje iniciático llega a su cíclico final y la heroica protagonista, vencedora del mal (el miedo a vivir) y poseedora del toisón de oro de la verdad (su responsabilidad ética ante la historia y la vida), puede regresar a casa: “Yo había vivido en una ilusión hasta este momento. A partir de ahora sabía que la realidad dependía de mí [...]. Ahora sí que esta aventura había acabado para mí”, declara la protagonista.58 Se ha convertido en mujer: “ya no era la misma atolondrada que llegó a Dianium en septiembre cuando creía que el mundo me debía algo. Ahora sentía algo distinto, algo más agrio y al mismo tiempo más reconfortante. No sabría explicarlo”.59 Antes, cuando era niña, hablaba como niña, pensaba como niña y jugaba como niña, pero ahora que es mujer, sabe que ha de dejar atrás lo que era de esa niña: “mirando alrededor, en las baldas aún estaban los libros del instituto. Los posters, el flexo, el escritorio, todo tenía cierto aire adolescente. Mi cabeza empezaba a aclararse, evidentemente había vuelto para marcharme”.60 Es decir, comienza un nuevo ciclo o etapa de su vida como adulta.

Sandra se casará con Santi, el padre del niño que espera, y ambos criarán juntos a ese niño como una familia “normal”. Pero Sandra no olvidará nunca la memoria (transmitida por Julián, primero, y vivida luego por ella misma): “No es que ahora estuviera segura de todo, pero había entrado en la casa del mal, había probado el mal como se prueba la enfermedad o la miseria, todo lo que te hace estar en un mundo aparte, y eso no se olvida”.61 Su hijo, al que le han puesto el nombre de Julián, pero al que llaman “Janín” –como a un pequeño dios Jano, que mira hacia el pasado y hacia el futuro al mismo tiempo–, representa el triunfo de la vida (la maternidad): “Me sentía libre, ahora sí que me sentía completamente libre [...]. Misión cumplida”.62 De igual manera, la misión de Julián ha terminado con éxito y, con ella, concluye también su ciclo vital (su “viaje”): “Desde el momento mismo en que tomé el avión en Buenos Aires supe que emprendía el viaje de los elefantes y que no iba a regresar”,63 claro está que no necesita regresar a casa porque ya está en su casa. Ha logrado su propósito por partida doble. Por un lado, ha traspasado su memoria a Sandra, por lo que asegura su supervivencia en el presente; y por otro lado, el hijo de Sandra, Janín, será, a su vez, el relevo de su madre y el encargado de dar continuidad a la memoria histórica, para inocular y prevenir al futuro con el conocimiento del pasado.

Sin embargo, notemos que Janín, avispado y alertado por la vivencia de su madre, es el prototipo de una nueva generación de españoles, precavidos e inquisitivos, insumisos ante la potestas del canon y la historia:

 

Si era cierto eso de que el feto recibe las sensaciones del exterior, él debió de captar mucha sospecha, miedo, precaución y el claro mensaje de que nada ni nadie es lo que parecen. Cuando nos miraba parecía que buscaba la verdad dentro de nosotros o que sabía que detrás de cualquier cosa había algo más”.64

 

La prevención de Janín y su búsqueda de “algo más” es un aviso de mareantes para generaciones venideras: no te fíes de las instituciones ni de sus verdades, parece decir al lector.65 No obstante, más allá de la sospecha de las instituciones y sus verdades canónicas, la “sospecha” de Janín es una invitación al conocimiento, a la lectura y a la información histórica, especialmente aquella que, oculta entre los pliegues del olvido, puede ayudarnos a entender cómo y por qué hemos llegado hasta aquí. Como sugería José Ortega y Gasset, y antes que él George Santayana, Sócrates, Platón o Aristóteles, entre otros conocidos filósofos de Occidente, el pueblo que desconoce su historia está condenado a repetirla.

 

Hemerografía

Boletín Oficial del Estado (BOE)

Núm. 310 del 27 de diciembre de 2007.

El País

21 de noviembre de 2010.

 

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Notas:

1 Aparece ya en el “Himno a Afrodita”, circa 675 aC. Véase Bernabé, “Los mitos”, pp.93-110, y García Velásquez, Himnos homéricos.
2 Cicerón, De oratore, p. 12. En castellano: “testigo fidedigno del tiempo, luz de la verdad, memoria de la vida, maestra de la vida y mensajera de la antigüedad”.
3 Cervantes, Don Quijote, p. 92. El contexto de la anécdota en que aparece esta opinión sugiere que se trata de un guiño humorístico (refractado por la ironía) al antisemitismo de su época –recordemos la más que probable ascendencia judía del autor–, en el que, a diferencia del idealismo (locura) del personaje, la cordura cervantina advierte, por el contrario, cómo los prejuicios del historiador distorsionan la verdad de los hechos. La cita completa dice así: “Si a esta [historia] se le puede poner alguna objeción acerca de su verdad, no podrá ser otra sino haber sido su autor arábigo, siendo muy propio de los de aquella nación ser mentirosos; aunque, por ser tan nuestros enemigos, antes se puede entender haber quedado falto en ella que demasiado. Y ansí me parece a mí, pues cuando pudiera y debiera extender la pluma en las alabanzas de tan buen caballero, parece que de industria las pasa en silencio: cosa mal hecha y peor pensada, habiendo y debiendo ser los historiadores puntuales, verdaderos y no nada apasionados, y que ni el interés ni el miedo, el rencor ni la afición, no les hagan torcer del camino de la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir” (capítulo IX; página 92).
4 Diccionario, p. 1114.
5 La Real Academia de la Historia fue fundada en 1735, bajo la protección de Felipe V (Real Cédula de 17 de junio de 1738), auspiciada por la acción ilustrada que, en el siglo XVIII, culminó en la fundación de las tres academias más antiguas: Española, de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando. Es importante notar que la Real Academia de la Historia comenzó como una reunión o tertulia literaria, lo que evidencia las raíces de la historia en la literatura y, a la vez, anuncia ya al progresivo distanciamiento entre ambas, desde el ‘subjetivismo’ de la literatura (expresión imaginaria –legendaria o épico-fantástica– de la experiencia) y el pretendido ‘objetivismo’ de la historia (versión supuestamente veraz y fidedigna de los acontecimientos pasados).
6 Son ejemplos próximos de esta estrategia nacionalista los trabajos de San Isidoro de Sevilla, Historia de regibus Gothorum, y los veintinueve volúmenes de la España sagrada, del fraile Enrique Flórez de Setién y Huidobro (Madrid, 1747-1775, veintinueve volúmenes, continuados después por otros autores). Y ya en el siglo XVI y XVII cabe destacar la obra del jesuita Juan de Mariana, Historia de rebus Hiiae, así como De Rege et regis institutione e Historia general de España.
7 Fue el filósofo, teólogo e historiador William Whewell quien primero acuñó y difundió la voz “científico”, que sustituía a la de “filósofo natural”. Whewell consideraba que el método “científico” debía ser lógico y sistemático, capaz de adecuar los hechos a las ideas que los ponen en conexión. A este respecto, sus obras más importantes son History of the Inductive Sciences.
8 Carr, ¿Qué es la Historia?, p.7.
9 La problemática relación entre la verdad y los acontecimientos históricos radica en que, aunque la escribamos con mayúscula, no es Dios (si es que el Dios judeocristiano está exento de prejuicios o preferencias partidistas) quien escribe la historia, sino un ser humano. En consecuencia, incluso en aquellos casos en los que el historiador se esfuerza por ser objetivo y rigurosamente imparcial en su descripción de los hechos –es decir, cuando no manipula o tergiversa, de manera interesada y consciente, los acontecimientos que describe, para ponerlos al servicio de unos intereses (sociales, políticos, económicos, o religiosos)–, no puede evitar ver y entender la realidad que describe desde unas coordenadas ideológicas o emocionales (criterios, valores y actitudes) que pertenecen al ámbito del subconsciente, que operan al albur de su propia voluntad y distorsionan, en parte o en todo, la verdad fenomenológica de los hechos que relata.
10 Éstos son sus significados según se recogen en el DRAE en sus 7ª, 8ª y 9ª acepciones.
11 Muchos historiadores, como Joyce Appleby, Lynn Hunt y Margaret Jacob, son conscientes del escepticismo o cinismo con el que un creciente sector de la población (estadounidense en su caso) ve la labor del historiador y busca reconducir este posicionamiento hacia un planteamiento de la historia como una reflexión metodológica sobre el desarrollo de los grandes sistemas de pensamiento científico que explican las grandes transformaciones sociales, abordados siempre desde la verdad y la objetividad. Appleby, Hunt y Jacob, La verdad, pp. 225-245.
12 Las actas o “Minutes of the second meeting of the Target Committee. Los Alamos, May 10-11, 1945” donde se recoge la estrategia del gobierno estadounidense para llevar a cabo el bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki explican que se escogió deliberadamente una población civil indefensa con el fin de causar el mayor terror posible, no sólo entre los japoneses sino entre otros posibles adversarios de los Estados Unidos. Dichas actas se encuentran en el Archivo Nacional de los Estados Unidos (U.S. National Archives, Record Group 77, Records of the Office of the Chief of Engineers, Manhattan Engineer District, TS Manhattan Project File ‘42-’46, folder 5D: Selection of Targets, 2 Notes on Target Committee Meetings) y pueden consultarse en la trascripción que el historiador Gene Dannen publica como texto electrónico en http://www.dannen.com / decision/targets.html. El punto número siete (7. Psychological Factors in Target Selection), dice con brutal desenfado: A. It was agreed that psychological factors in the target selection were of great importance. Two aspects of this are (1) obtaining the greatest psychological effect against Japan and (2) making the initial use sufficiently spectacular for the importance of the weapon to be internationally recognized when publicity on it is released.
B. In this respect Kyoto has the advantage of the people being more highly intelligent and hence better able to appreciate the significance of the weapon. Hiroshima has the advantage of being such a size and with possible focussing from nearby mountains that a large fraction of the city may be destroyed. The Emperor’s palace in Tokyo has a greater fame than any other target but is of least strategic value.
13 Claro está que si los japoneses hubiesen ganado finalmente la guerra, seguramente habrían celebrado en Washington o en Los Álamos un juicio como el de Nuremberg, en el que los miembros del Target Committee, la tripulación del Enola Gay, el alto mando militar estadounidense, con el general Douglas MacArthur o el mismísimo Franklin Delano Roosevelt a la cabeza, habrían sido juzgados y ahorcados como criminales de guerra. ¿Y qué decir si los nazis hubiesen resultado vencedores? ¿Qué dirían, entonces, nuestros libros de historia? Es probable que también ellos explicasen el exterminio de más de cinco millones de hombres mujeres y niños judíos, masones, comunistas, gitanos, homosexuales, soldados polacos, rusos, republicanos españoles y otros enemigos del Tercer Reich, como un acto de guerra, “terrible pero necesario”. O quizás hubiesen negado el genocidio, como proponen los historiadores revisionistas Bradley R. Smith, Harry Elmer Barnes, David Hoggan, Paul Rassinier y Willis Carto, entre otros. Seguramente dirían que el holocausto había sido un invento sionista, que nunca hubo campos de exterminio y que las localidades de Auschwitz, Belzec, Chelmno, Jasenovac, Majdanek, Mathausen, Maly Trostinets, Sobibor o Treblinka jamás existieron. ¿Y qué responderían, entonces, los sobrevivientes de estos campos “inexistentes”? Quizá tampoco ellos existirían.
14“Speeches by the Mayors of Hiroshima and Nagasaki (August 6th & 9th, 2002)”. La cita, en inglés, dice así: “The spirit of reconciliation is not concerned with judging the past. Rather, it open-mindedly accepts human error and works toward preventing such errors in the future. To that end, conscientious exploration and understanding of the past is vital, which is precisely why we are working to establish the Hiroshima-Nagasaki Peace Study Course in colleges and universities around the world”.
15 La Ley 52/2007, de 26 de diciembre, más conocida como Ley de Memoria Histórica, fue aprobada por el Congreso de los Diputados el 31 de octubre de 2007 y publicada en el BOE, número 310 de 27/12/2007, páginas 53410 a 53416, pero su acatamiento fue muy escaso. En una sociedad atrapada en el vórtice del consumismo, la especulación inmobiliaria y el “pelotazo” (prospera como puedas), esta ley sólo despertó interés entre algunos parientes y herederos ideológicos de las víctimas, y aún más interés entre los familiares y herederos ideológicos de los verdugos. La mayoría de los españoles ha preferido la comodidad del olvido.
16 Boletín Oficial del Estado, p. 53410.
17Boletín Oficial del Estado, p. 53411.
18 Quizá porque el fascismo alemán fue derrotado y el fascismo español no, quizá porque la magnitud del terror nazi no puede compararse con la del franquismo, o quizá porque entre ambos median los intereses perversos de la Guerra Fría, el abrazo de Eisenhower a Franco en 1959, los oportunos Pactos de la Moncloa durante la transición democrática (1977) y el mítico Tratado de la Unión Europea, más conocido como Tratado de Maastricht (1992), las víctimas del fascismo español, muchas todavía enterradas en fosas comunes identificadas, pero que algunos gobiernos municipales o autonómicos no permiten exhumar, siguen esperando la reparación de una justicia que no acaba de llegar.
19 Aribert Heim fue capturado por los estadounidenses en 1945 y puesto en libertad en dudosas circunstancias. Desde entonces, vivió con absoluta normalidad en Baden-Baden, donde ejerció como ginecólogo hasta 1962, año en que una orden internacional de busca y captura le obliga a sumergirse en la clandestinidad. El Centro Simón Wie-senthal de Jerusalén mantiene que Heim vivió en España durante algún tiempo (años sesenta) y luego en Uruguay, Paraguay, Argentina, Egipto y Brasil. No se sabe con certeza cuándo ni dónde murió. En una carta a su hijo, Heim le recomienda que vaya a vivir a España: “Puedo facilitarte información sobre España y te aconsejo que compres allí una segunda vivienda porque puedes sentirte como en tu casa de verdad a causa de los turistas y por la hospitalidad del país, que sabe también apreciar el dinero” (“Atentamente, Doctor Muerte”, El País, 21 de noviembre de 2010). Como Heim, otros criminales nazis residieron en España, amparados por la dictadura franquista primero, y luego agazapados entre las sombras del silencio cómplice de quienes, por diversas razones, decidieron olvidar o desconocer ese pasado.
20 Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, en 1945, la persecución de criminales nazis llevada a cabo por el Centro Simon Wisenthal fue constante y en algunos casos muy intensa, pero no siempre gozó de la colaboración de los gobiernos de aquellos países en los que estos criminales se refugiaron. Es el caso de España. En la década de los noventa, el Centro Simon Wiesenthal estaba convencido de que la Organización de Antiguos Miembros de la SS (Organisation Der Ehemaligen SS-Angehörigen, más conocida por sus siglas: ODESSA) había ayudado a ubicar y proteger en la zona de Levante a algunos miembros destacados de las Schutzstaffel o Waffen-SS. Supuestamente, ODESSA había organizado los viajes, los cambios de identidad y la adquisición de viviendas para estos asesinos. Sin embargo, en junio de 1997, cuando la delegación estadounidense del Centro Simón Wiesenthal en Los Ángeles reclamó al presidente español José María Aznar su colaboración en la búsqueda, captura y extradición de los nazis que, según su información, seguían escondidos en España, el gobierno respondió con un elocuente silencio. Sólo en el 2005, sesenta años después del Proceso de Nuremberg, el gobierno de J. L. Rodríguez Zapatero autorizó que una brigada especial de la policía española (el Grupo de Localización de Fugitivos) investigase, por primera vez en su historia, al criminal nazi más buscado: Aribert Heim. La policía centró su búsqueda en la costa mediterránea, lugar preferido por los criminales nazis que, camuflados en las comunidades de extranjeros residentes en la zona, lograban pasar inadvertidos, pero su éxito fue tan escaso como su motivación: no encontraron el menor rastro.
21 Esta novela ganó el Premio Nadal en 2010; suscitó las iras de un sector de la población española, neonazis y melancólicos de la dictadura fascista y puso a su autora en el punto de mira de los violentos. A diferencia de otros países europeos donde la manifestación de símbolos o actitudes nazis constituye un delito perseguido por la ley, en España dichos símbolos y comportamientos no están proscritos a priori, lo que propicia cuando no encubre y alienta el resurgimiento de anacrónicos rencores y rencillas.
22 El nombre parece aludir al topónimo romano Dianium, la actual Denia, una población turístico-vacacional de la Comunidad Valenciana en la costa norte de Alicante. Dianium había sido consagrada por los romanos a Diana, diosa de la caza, lo que pudiera guardar relación con la “cacería” de nazis de que trata la novela. Por otro lado, debemos tener en cuenta que la voz dia- (del griego δια-) significa “a través de”, “separación” y “hecho de”, lo que pudiera aludir de igual manera a su función simbólica como espacio mítico de transición, separación y reencuentro del viaje iniciático.
23 Sánchez, Lo que esconde, p.15.
24 El eje temporal de referencia para Sandra es el presente: tanto sus abuelos como sus padres, que representan su pasado, están ausentes en la trama, y tampoco habla mucho de ese hijo que lleva dentro y que representa el futuro, mientras que, para Julián el pasado, su vivencia en Mauthausen, de la que habla continuamente y con gran detalle, lo es todo: “Sandra funcionaba en el presente y yo en el pasado, aunque pudiésemos vernos y hablarnos” (176). Esta yuxtaposición de experiencias (pasado y presente) y perspectivas vitales (compromiso y evasión), que se mantiene a lo largo de la novela por una eficaz alternancia de las voces narrativas de Julián y Sandra, conduce progresivamente hacia una convergencia emocional (Sandra asume como propia la misión de Julián de desenmascarar a los verdugos nazis) y propicia una complicidad entre ambos personajes que une o reconecta, al fin, pasado y presente en el continuum de la memoria histórica.
25 Sánchez, Lo que esconde, p. 9.
26 Sánchez, Lo que esconde, p. 10.
27Sánchez, Lo que esconde, p. 21.
28 Sánchez, Lo que esconde, p. 11.
29 Sánchez, Lo que esconde, p. 22.
30 Sánchez, Lo que esconde, p. 42.
31 Sánchez, Lo que esconde, p. 29.
32 Sánchez, Lo que esconde, p. 125. En un proceso de inversión histórica, los Christensen niegan su papel como agentes del mal. La negación es un mecanismo de defensa psicológica que consiste en negar o rechazar aquellos aspectos de la realidad externa o de las experiencias subjetivas que los demás consideran obvios o manifiestos. Suele ir precedido o acompañado por otro mecanismo de defensa, la proyección, que consiste en atribuir a otras personas aquellos sentimientos, impulsos o pensamientos que resultan inaceptables para el sujeto. Estos mecanismos, estudiados ampliamente por Sigmund Freud, se observaban con mucha frecuencia en personalidades paranoides o paranoicas, en situaciones de conflicto emocional.
33 La hermandad es una alusión a Der Bruderscheit, sección de la ODESSA. Otto Wagner se refiere a Otto Skorzeny, uno de los principales responsables de ODESSA, que escapó a Madrid en 1948, donde disfrutó del amparo del régimen franquista y del Vaticano hasta su muerte en 1975. España se convirtió así en una de las principales bases de operaciones de ODESSA, puente entre Europa y América Latina, y Skorzeny desempeñó un papel decisivo en la evasión y ocultamiento de nazis tan repugnantes como Klaus Barbie (“el carnicero de Lyon”, ocultado en Argentina, Bolivia y Perú), Franz Stangi (sádico comandante del campo de Treblinka, ocultado en Siria y Brasil), Eduard Roschmann (“el carnicero de Riga”, ocultado en Italia y Argentina), el general Walter Rauff (inventor de la cámara de gas móvil, ocultado en Ecuador, Argentina y Chile), Gustav Wagner (sádico comandante de los campos de Sobibor y Treblinka, ocultado en Italia y Brasil), el infame Josef Mengele (“el ángel de la muerte” de Auschwitz, ocultado en Argentina y Paraguay) y Karl Eichmann (eficacísimo encargado del transporte de víctimas a los campos de exterminio, ocultado en Italia y Argentina). Otto Skorzeny murió en Madrid en 1975. El novelista Frederick Forsyth publicó The Odessa Files, en 1972, y el director hollywoodense Ronald Neame la popularizó en 1974 en una película protagonizada por Jon Voight y Maximilian Schell.
34 Sánchez, Lo que esconde, p. 102.
35 Sánchez, Lo que esconde, p. 109.
36 Sánchez, Lo que esconde, p. 111.
37 Sánchez, Lo que esconde, p. 145.
38 Sánchez, Lo que esconde, p. 146.
39 Sánchez, Lo que esconde, p. 156.
40 Sánchez, Lo que esconde, p. 174.
41 Sánchez, Lo que esconde, p. 174.
42 Sánchez, Lo que esconde, p. 154.
43 Sánchez, Lo que esconde, p. 233.
44 Sánchez, Lo que esconde, pp. 233-234.
45 Sánchez, Lo que esconde, p. 234. Este proceso de individualización, que la psicología llama Principium individuationis o idividuación, como prefiere el psicólogo suizo Karl Gustav Jung, señala el paso de la adolescencia a la madurez del adulto y está marcado por un proceso de separación del mundo absorbente materno-infantil.
46 Sánchez, Lo que esconde, pp. 236-237.
47 Sánchez, Lo que esconde, p. 276.
48 Sánchez, Lo que esconde, pp. 277-278.
49 Sánchez, Lo que esconde, p. 270. El término “invisible” (o no visible) no se entiende aquí de manera literal, como “que no puede ser visto”, sino más como “que rehúye ser visto” o como “sombras invisibles”, primera y segunda acepción recogidas en el Diccionario de la Real Academia Española. Pero hay que destacar que “sombra” es también un arquetipo jungiano (individual y colectivo a la vez) que representa esa parte primitiva del inconsciente, inaccesible u “oscura”, que el consciente rechaza por su incompatibilidad con la personalidad que predomina en nuestra psique. Es decir, las “sombras” son proyecciones del mal (ético-moral o de cualquier otra índole) que subyace nuestra consciencia y que crea monstruos, como pudieran ser estos criminales de guerra nazis. Así, la autora sugiere que esa “maldad” yace en todos nosotros de manera orteguiana, como circunstancia que complementa al yo de la protagonista, una forma de mal latente, presto a manifestarse en el momento adecuado.
50 Sánchez, Lo que esconde, p. 248.
51 Sánchez, Lo que esconde, p. 284.
52 Sánchez, Lo que esconde, p. 294.
53 Sánchez, Lo que esconde, p. 295.
54 Sánchez, Lo que esconde, p. 315.
55 Sánchez, Lo que esconde, p. 343.
56 Sánchez, Lo que esconde, p. 345.
57 En este sentido, como argumento en la nota 6, la cognición o toma de conciencia social o colectiva (ver el mal como mal, representado por los torturadores nazis) es también una realización del yo consciente a nivel psicológico o individual (verse a uno mismo como resultado o producto de una circunstancia histórica), que anuncia al lector que el mal (cualquier monstruo social o colectivo) es mucho más producto de una circunstancia (las condiciones históricas que alumbran o hacen posible ese mal) que producto de una psique individual. En este sentido, la novela vendría a decir que la maldad es algo inherente al ser humano, por lo que debe ser reconocida y vigilada constantemente, algo que suelen olvidar quienes sólo han conocido libertad y democracia.
58 Sánchez, Lo que esconde, p. 410.
59 Sánchez, Lo que esconde, p. 421.
60 Sánchez, Lo que esconde, p. 427.
61 Sánchez, Lo que esconde, p. 436.
62 Sánchez, Lo que esconde, p. 439.
63 Sánchez, Lo que esconde, p. 419.
64 Sánchez, Lo que esconde, p. 435.
65 En esa advertencia de que “nada ni nadie es lo que parece” late una desafiante desconfianza, evocadora de aquella otra de los convulsos años sesenta y setenta: “no te fíes de nadie mayor de cincuenta”, que se refleja en la crisis de valores que subyace “la crisis” económica (2011-2013). Desde aquel himno gigante del 15-M (protagonizado por una multitud de ciudadanos, en su mayoría jóvenes sin futuro, que reclaman una “¡Democracia real, ya!”), cuyo desengaño se traduce en un insistente “¡que no [...], que no nos representan!”, lanzado contra el Parlamento español, la prensa ha sacado a la luz diariamente las vergüenzas del emperador: la corrupción política (“caso Gurtel”, “caso Bárcenas”), la prevaricación y malversación de altos representantes del estamento legislativo y jurídico (“caso Carlos Divar”), el tráfico de bebés robados (“caso Sor María”), las estafas de las principales entidades bancarias (“caso de las preferentes”), el desencubrimiento de numerosos casos de pederastia, protagonizados por sacerdotes, los escándalos amorosos y financieros de la familia real, y un largo etcétera de escándalos institucionales, todo ello realzado por la sensación de impunidad de los delincuentes y el desamparo legal de sus víctimas. A este respecto, es interesante el libro de Alberto Garzón Espinosa sobre “la crisis” española, en La gran estafa: ¿quién es el ladrón y quién el robado en esta película (Madrid, Destino, 2013), que es, a su vez, una recopila- ción de sus artículos publicados en www.agarzon.net.