Trabajo, trabajadores y participación popular

 

José Alfredo Uribe Salas
Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo
jausalas@gmail.com

 

Reseña del libro de Sonia Pérez Toledo (coord.), Trabajo, trabajadores y participación popular. Estudios sobre México, Guatemala, Colombia, Perú y Chile, siglos XVIII y XIX, México, Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa / Anthropos, 2012, 319 pp.

 

Al finalizar el año 2007 leí con verdadero placer el libro Posición estratégica y fuerza obrera. Hacia una nueva historia de los movimientos obreros, de John Womack Jr., cuyos planteamientos sirvieron para asesorar una tesis de licenciatura. El libro de Womack recupera de manera magistral la dimensión social del trabajo y las múltiples estrategias que elaboraron los trabajadores para hacer visible, en el ámbito de la política, su situación económica y laboral. Ese andamiaje permite a Womack diseñar una nueva perspectiva teórica y documental sobre la posición estratégica de los obreros en la organización del trabajo, la producción de bienes y servicios, y la fuerza acumulada como sector social frente a los dueños de los medios de producción y la clase política gobernante en la conducción de las instituciones del Estado. Ahora veo con agrado cómo algunos de los temas y problemas tratados por Womack se abordan y se resuelven en la profundidad del siglo XIX y en la amplitud del mundo hioamericano en el libro colectivo Trabajo, trabajadores y participación popular, coordinado por Sonia Pérez Toledo.

Los textos fueron presentados en octubre de 2009 en el Congreso “Trabajo, trabajadores y movimientos sociales en México y América Latina, siglos XVIII y XIX”; ahora se dan a conocer en un magnífico libro colectivo que reúne doce ensayos y un estudio introductorio en los que se explora el complejo universo del trabajo a partir del quehacer cotidiano de hombres y mujeres tanto en las ciudades como en el campo a lo largo del siglo XIX, con una gratificante perspectiva hioamericana. Su riqueza temática de conjunto nada tiene que ver con posiciones reduccionistas, deterministas o doctrinarias; por el contrario, se promueve una visión holística donde la incertidumbre de vida se convierte en la motivación fundacional de la participación popular en la esfera pública o de los movimientos sociales de larga data sobre el derecho al trabajo, al salario suficiente y digno y el bienestar de las familias. Aquí cada autor se encarga de complejizar la vertiente heterogénea de los colectivos que estudia, de releer las circunstancias económicas, políticas y sociales cambiantes en el modelo liberal del siglo XIX, y los escenarios sociales de participación, diferenciados no sólo por el país o la época, sino por la fuerza y la vocación organizativa de sus actores.

En ese sentido, la estructura del libro dimensiona en primer lugar el trabajo y los trabajadores, y en segundo la participación o movilización popular. El primer campo temático se abre con el estudio de Jorge Silva Riquer “El trabajo indígena novohio en el siglo XVIII: un viejo problema no resuelto. Un acercamiento preliminar”, en el que se problematiza el heterogéneo mundo del trabajo indígena novohio y se recuperan las formas del trabajo forzoso y los sistemas de coacción impositiva como herramientas analíticas para la comprensión cabal de los engranajes de la economía y la política colonial. En un denso y apretado debate historiográfico, Silva Riquer postula la necesidad de profundizar en los estudios sobre el comportamiento de las actividades laborales de los indígenas para entender las condiciones de trabajo en la agricultura, la ganadería, las minas, los obrajes, los servicios, así como los grados de explotación matizados por la naturaleza de la actividad realizada y la especialización, los niveles de vida dentro de los pueblos de indios, y la movilidad, teniendo en cuenta los conocimientos y destrezas, y también el grado de relación monetaria con el mercado interno. Silva Riquer asume una posición crítica y a la vez provocativa con respecto de lo que se ha dicho en los estudios sobre el trabajo indígena novohio en el sigloXVIII. Sugiere centrar la atención en dos ámbitos del problema: el primero es “el trabajo, sus formas y prácticas”, para entender la especialización y las condiciones laborales; el segundo se refiere a la “relación trabajo-producción-costos”, una condición necesaria para hacer la historia de las formas que asume esa ecuación en la práctica, es decir, en la realidad colonial novohia. Concluye con una vieja recomendación que las nuevas generaciones de historiadores han olvidado: “me refiero –dice Silva Riquer– al uso de los conceptos históricamente, como herramientas analíticas, no como definiciones cerradas e inamovibles que no permiten entender los cambios, las prácticas y las formas que asumen ante las condiciones laborales coloniales tan complejas” (p. 33). Aquí el salario se convierte en un asunto de vital importancia para repensar el mundo del trabajo indígena y la formación del mercado interno colonial.

Precisamente, en su artículo “Las condiciones de los jornaleros dentro de la sociedad hioamericana: el caso de Santiago de Chile y la ciudad de México hacia 1790”, Enriqueta Quiroz explora los ingresos de grupos de peones de la construcción de forma comparativa, antes de la crisis política de la monarquía. La autora documenta las condiciones de vida de este sector de trabajadores urbanos a través de sus ingresos, para ampliar el análisis sobre la capacidad de consumo popular y el grado de impacto que tuvieron en las economías locales. Las categorías de salario, especialización y estabilidad o inestabilidad laboral son instrumentos que permiten a la autora adentrarse en la discusión sobre el lento crecimiento de la economía hioamericana como resultado de un salario de subsistencia individual, no familiar, que aseguraba un margen de acumulación de riqueza que fluía de manera sustantiva a la metrópoli, con los consabidos problemas de inflación y atesoramiento monetario.

Tania Sagastume Paiz, con “Los artesanos en el entramado social de la ciudad de Guatemala en el sigloXIX”, y Jesús Cosamalón Aguilar, con “Color de piel y estatus. El artesanado de Lima a mediados del sigloXIX”, analizan el artesanado urbano de esas poblaciones de los finales del periodo colonial hasta mediados del sigloXIX desde la perspectiva de sus características sociales y profesionales, para evidenciar la complejidad de la organización social y económica en la que estaba inmerso. Ambos autores dimensionan el factor étnico en los juicios y prejuicios que las elites elaboraban sobre los trabajadores, reglamentando e intentando controlar sus espacios de sociabilidad. Según sus estudios, la existencia de racismo y discriminación por el color de la piel no sólo se traducía en el grado de analfabetismo, el tipo de vivienda y la actividad económica, sino también en limitaciones significativas para acceder a los organismos de representación política. No obstante, consideran que su grado de especialización en los oficios facilitó a determinados grupos populares la movilidad social, y ello logró mitigar parcialmente cualquier etiqueta racial durante ese periodo.

Sergio Paolo Solano, en “Oficios, economía de mercado, hábitos de consumo y diferenciación social. El artesanado en Colombia, siglo XIX”, aborda el trabajo artesanal en el Caribe colombiano de la región de Cartagena y Mompox para el periodo de finales de la colonia y el siglo XIX. Acentúa mayormente las continuidades en la organización laboral de los artesanos como expresión, en gran medida, de economías con escaso valor agregado, es decir economías pobres y sociedades agrícolas tradicionales. En ese contexto, el autor concluye que las actividades artesanales del Caribe colombiano fueron poco innovadoras en organización, especialización de oficios y movilidad social, a diferencia de otras regiones económicas de Colombia. Sin embargo, documenta cómo hacia finales del siglo XIX se expresa un cambio en la estructura y la dinámica económica regional, por los vínculos que se establecen con el mercado internacional. El nuevo escenario altera las relaciones laborales y prácticas de trabajo y afecta a un sector de artesanos tradicionales, al tiempo que se promueve una mayor diversificación de las actividades productivas y los grados de especialización para atender las nuevas demandas del mercado interno.

Concluye el primer bloque con el trabajo “Los contratos de concesión de la Beneficencia Pública. ‘Ingeniosas prácticas’ para la formación de los indigentes durante el porfiriato”, de María Dolores Lorenzo. La autora estudia los oficios artesanales que se desarrollaron en los establecimientos de beneficencia en México durante el régimen de Porfirio Díaz. Una mirada a la organización administrativa de estos establecimientos de carácter social permite a la autora calibrar la importancia que se atribuía en esa época a la enseñanza de los distintos oficios artesanales para la formación de los indigentes con una concepción utilitaria, es decir, para combatir el ocio y contar con individuos, hombres y mujeres, útiles a la sociedad. El segundo punto de importancia en el trabajo es la documentación y el análisis de los contratos y beneficios que alcanzaron un grupo de maestros artesanos o pequeños empresarios encargados de la enseñanza de los oficios en dichos establecimientos. Ese esquema acentuó en los establecimientos de beneficencia un doble orden vertical de autoridad: primero el de los directores del establecimiento, y luego la del maestro artesano, que también le permitía contar con mano de obra barata y obtener una ganancia de la venta de los productos que ahí se manufacturaban. Dolores Lorenzo concluye diciendo que “los contratos de concesión solventaron los gastos de instalación y formalizaron ventajas para los maestros y pequeños empresarios [...] pagaron salarios reducidos, contaron con [...] mano de obra cautiva y hasta recibieron una compensación por los servicios prestados” (p.156).

El segundo apartado temático del libro se centra en casos y circunstancias de participación popular que van del movimiento de independencia en 1810 a la intervención estadounidense en México de 1847-1848. En los distintos trabajos se expresa un enfoque analítico que pondera la relación estrecha entre las condiciones materiales y las condiciones culturales, entre economía, ideología y política.

Graciela Bernal Ruiz, en “Un pueblo sedicioso y olvidado del santo temor de Dios. La participación de habitantes de Mexquitic en la insurgencia en San Luis Potosí”, y Antonio Escobar con “Indígenas, mestizos y… ¿conflictos de clase, étnicos o de poder? En las Huastecas, 1810-1850”, abordan el tema de los indígenas y las comunidades indígenas como sujetos centrales del conflicto y la movilización popular en la primera mitad del siglo XIX. Bernal Ruiz lo hace para la población de Mexquitic en el contexto del movimiento de independencia, y Escobar para las Huastecas (de San Luis Potosí y Veracruz) en una temporalidad más amplia, en la que “ese tipo de acontecimientos estuvieron englobados en procesos históricos que en muchos casos tuvieron más de un detonante” (p. 181). Ambos coinciden en que uno de esos detonantes estuvo relacionado con la propiedad y el uso de la tierra. Sin embargo, destacan diversas motivaciones no homogéneas en la pluralidad de actores populares que estuvieron presentes y se movilizaron con distinta intensidad y duración. Sí tuvo que ver el problema de la tierra, pero también los esquemas de arrendamiento, los deslindes de las tierras comunales, la representación en los cargos en el cabildo y en la elección de gobernadores de los pueblos, las desigualdades entre los propios indígenas, sus relaciones de privilegio y conflicto con arrendatarios y propietarios de tierras colindantes, el sistema alcabalatorio que ampliaba o restringía la participación indígena, pero también mulata y mestiza, en la circulación mercantil y sus beneficios. Se plantean preguntas y respuestas que dan continuidad a la problemática planteada por Silva Riquer en el primer capítulo del libro.

Mariana Terán Fuentes, en “Así lo pidió el pueblo. Sombrerete: formas de resistencia y derecho natural”, y Rosalía Ríos Zúñiga, en “Rostros y voces de una multitud. Los motines de Sombrerete (1829-1833)”, exploran la composición social y la diversidad de oficios artesanales en el complejo mundo minero de Sombrerete, Zacatecas, para explicar el sentido, la razón y los alcances de diversos motines que tuvieron lugar en esas minas el año de 1829. Terán Fuentes involucra en su estudio distintos elementos, como las crisis de subsistencia y los conflictos interétnicos, para discutir la experiencia acumulada por los trabajadores en los veinte años anteriores a 1829, desde la perspectiva del imaginario cultural. Con ese bagaje, aborda las diversas formas en que se expresó la participación popular en los motines, movilizaciones populares que buscaban el reconocimiento del derecho natural por parte de los dueños de minas y de las autoridades civiles en términos de justicia, libertad y vida. Ríos Zúñiga, por su parte, discute el problema a partir de los juicios a que fueron sometidas las personas detenidas entre 1829 y 1833. A partir de ese análisis, la autora muestra la composición social diversa de quienes participaron en el robo y saqueo contra “los españoles” en los motines del 11 y 13 de enero de 1829 y el carácter simbólico que ello tuvo como amalgama de la acción colectiva.

El libro cierra con los trabajos “Motín por la moneda de cobre en la ciudad de México, 11 de marzo de 1837”, de Angélica Cacho Torres, y “Revueltas populares en la ciudad de México durante la ocupación norteamericana”, de Carlos Alberto Reyes Tosqui. Ambos tienen como escenario el entorno urbano de la ciudad de México, y como andamiaje explicativo diversos factores de índole económica, política y militar. Aunque fueron casos distantes y de naturaleza distinta, en ambos la movilización popular se expresó como un instinto de sobrevivencia: en el primero, frente al rumor de que se iba a perder todo con la devaluación de la moneda de cobre y el proceso de encarecimiento de los artículos de consumo popular; en el segundo, por el significado que tuvo para los sectores populares la leva, cuya finalidad era fortificar a la ciudad y defender a la patria frente al invasor. En ambos casos, la motivación popular resulta de un ambiente de efervescencia política y militar. Cacho Torres explica el motín por la devaluación de las cuartillas de cobre no sólo en razón de los procesos de devaluación y especulación de gran impacto en las economías domésticas de los sectores sociales más desprotegidos, sino que también encuentra múltiples pruebas de “que en el descontento social (se) presentaron otros motivos de insatisfacción con el nuevo régimen de gobierno, así como sentimientos en contra de quienes representaban el poder económico y los privilegios” (p. 271). Su apreciación final es que “la gente vivió el motín del 11 de marzo de 1837 como un evento liberador de tensiones, donde se evidenciaron pugnas políticas, pero también solida-ridades, identidades colectivas y opiniones diversas sobre la sociedad y la política de entonces” (p. 273).

A su vez, Carlos Reyes Tosqui explora el concepto de violencia urbana para analizar el comportamiento de los sectores populares de la ciudad de México, primero, frente al gobierno por el sistema de leva que los obligaba a defender la patria, y luego ante la intervención estadounidense de 1847 y la ocupación de la ciudad durante nueve meses. En el segundo caso, el autor señala que el comportamiento popular se centró en la violencia por “la presencia extranjera en los espacios de sociabilidad cotidiana” popular, y que los capitalinos actuaron en forma autónoma respecto de las elites, “independientemente de las dimensiones que éstas tuvieran… y lo hicieron con respuestas estratégicas e, inclusive, con organización y liderazgos propios” (p. 299).

Trabajo, trabajadores y participación popular. Estudios sobre México, Guatemala, Colombia, Perú y Chile, siglos XVIII y XIX, es un mirador sorprendente del mundo del trabajo, la organización popular y el conflicto social.