Entre lo dulce y lo salado

 

Gladys Lizama Silva
Laura Pacheco Urista
Universidad de Guadalajara
gladysli@cencar.udg.mx
laura.leo24@hotmail.com

 

Reseña del libro de Sergio Valerio Ulloa, Entre lo dulce y lo salado. Bellavista: genealogía de un latifundio (siglos XVI al XX), Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 2012, 375 p.

 

Al leer el libro de Sergio Valerio Ulloa surge la interrogante de por qué un historiador escribe sobre un tema, un caso, una ciudad o determinados actores. Suele haber detrás motivaciones sentimentales, además de las intelectuales de transmisión del conocimiento. Las suyas, y nos las cuenta, son las vivencias de infancia y adolescencia junto a su familia en las cercanías de Bellavista, El Plan y Las Navajas, el espacio geográfico e histórico objeto de la narración.

Valerio hace una revisión de la historiografía sobre el mundo rural y la hacienda en la que constata cómo los nuevos historiadores han mostrado que ambos, durante el siglo XIX, se mecanizaron y modernizaron y produjeron cultivos comerciales que permitieron la vinculación con otros espacios económicos. Es decir que la hacienda que estudia implementó en la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX un modelo de desarrollo que estuvo lejos de ser el de un espacio cerrado y autárquico. El autor muestra las continuidades dentro de un espacio geográfico, pero analiza y explica las pequeñas y grandes rupturas que no sólo dan a la hacienda su particularidad en cuanto a ritmos y formas de generar y afrontar procesos, sino que la insertan dentro de contextos mucho más amplios, comunes a la zona central de México.

El enfoque teórico metodológico es el de la larga duración, tal como la definió Fernand Braudel, donde la microhistoria enriquece la macrohistoria. Para Valerio el trabajo historiográfico, siguiendo a Ricoeur, está constituido por tres operaciones: la prefiguración donde el historiador imagina la trama, la configuración que es la que construye el discurso narrativo y la refiguración, momento en que el texto es leído e interpretado por el lector; dicho coloquialmente, Valerio tiene la esperanza de que haya un lector que complete el proceso de hacer un libro.

A través de todo el texto se advierte la historia de lo cotidiano –del día a día, mes a mes y año con año–, que va junto al relato de las coyunturas y las estructuras, sean éstas la revolución de 1910 o los sistemas productivos de las haciendas estudiadas a lo largo de varios siglos; a saber, desde “el último cuarto del siglo XVI, cuando se otorgaron las primeras mercedes de tierras a los propietarios originales [...] a mediados de la década de 1930, cuando las haciendas desaparecieron por causa del reparto agrario”(p. 14). Los ejes narrativos son las haciendas de El Plan, Navajas y Bellavista, con la familia Remus como núcleo de parentesco fundamental en la creación de la fortuna familiar en esta etapa de la historia de Jalisco.

Las fuentes del autor son de primera mano, y tantas que es imposible enumerarlas todas. Entre las más destacadas están los protocolos notariales, los oficios municipales y del gobierno local, memorandos, expedientes, libros de contabilidad, periódicos de la época. Todos fueron útiles en la narrativa de la historia del complejo agroindustrial Bellavista. Este material documental se encuentra depositado en gran parte en los diversos archivos históricos de Guadalajara y de Jalisco, y, por supuesto, en el General de la Nación. A manera de ejemplo del uso de las fuentes, diremos que a través de los libros de contabilidad no sólo se da a conocer una situación administrativa o financiera, sino también los matices que adquirían las relaciones interpersonales en la hacienda entre patrones y trabajadores, la división social de trabajo, los índices de salarios, la relación de intercambio entre bienes y servicios dentro de las fincas mancomunadas.

El libro está organizado en cinco capítulos, más una extensa introducción y las conclusiones finales. En la primera parte se hace un recorrido histórico por el origen y la transformación de la hacienda de Bellavista en los siglos XVII, XVIII y la primera parte del XIX, y se narra cómo llegó la propiedad a manos de Nicolás Remus. Luego el autor se detiene en mostrar la trayectoria en los negocios de este comerciante, empresario y prestamista, destacando los vínculos de parentesco que estableció con la familia Vallarta, de la cual descendía su madre, y con Manuel Luna, otro acaudalado comerciante que era el padre de su mujer, Mercedes Luna. En la segunda fase, bajo la dirección de la familia Remus, la estabilidad y la racionalización de una propiedad y su explotación conjunta no sólo fueron el inicio de una empresa familiar exitosa, sino una estrategia en sí misma que, además, estuvo acompañada de una gestión siempre eficiente tanto en el ámbito comercial como en el técnico. Por otro lado, el autor dedica un apartado a mostrar la habilidad empresarial del fundador de Bellavista y Anexas, don Nicolás Remus. Su perfil revela a un ágil comerciante que diversificó sus negocios, innovó con la instalación del ingenio azucarero y en alguna medida dejó encaminada la continuidad de su negociación, mantenida por sus hijas después de su muerte. Dos estrategias probadas fueron el recurso a los lazos familiares y sociales para dar continuidad a sus empresas y el endeudamiento para continuar la modernización.

En el capítulo II Valerio presenta las cualidades físicas y geográficas particulares de Bellavista y Anexas, sus cultivos y acuíferos, la extensión y calidad de sus tierras y algunos cálculos sobre sus alcances productivos agrícolas y los valores de las fincas. Hurgando en los inventarios y estadísticas, logra encontrar la división y especialización del trabajo de cada una de las haciendas asociadas, así como establecer algunos valores y extensiones agrícolas. En los apartados sobre los cultivos de maíz y frijol, así como en el de la actividad ganadera, el lector puede entrever la existencia de empleados y aparceros dentro de la empresa, y también conocer en detalle las técnicas y los aperos de labranza utilizados en los plantíos de las haciendas.

Esta descripción ayuda a conocer no solo la parte funcional u operativa de las actividades agroganaderas, sino también el tipo de tareas, trabajadores y jornales. Esto último deja entrever el tejido laboral, técnico y social del que disponía la hacienda para su adecuado funcionamiento. En el apartado del cultivo de la caña, el autor describe paso a paso el proceso que éste requería, la clase de plantas sembradas, las tendencias existentes en la zona para el cultivo cañero y, al igual que en las actividades anteriores, es posible conocer las tareas campesinas, las particularidades técnicas y agronómicas que permitieron el éxito productivo de la hacienda en su región. Algo similar sucede con el funcionamiento y mejoramiento de la industrialización de la caña, particularmente la fabricación de azúcar, tanto en un nivel general como en el caso específico del ingenio de Bellavista.

Hay que destacar dos importantes reflexiones que el autor hace en este capítulo respecto de la continuidad y la modernización productiva de Bellavista y Anexas. Primero, la coexistencia de tendencias tradicionales e innovadoras: mientras que en los métodos de siembra se observa más bien una continuidad de lo tradicional en cuanto a utensilios y técnicas, la modernidad productiva se ve en los procesos de la producción, es decir, en el momento de la industrialización de la caña para obtener distintos productos. Segundo, la modernización tecnológica conllevó una reestructuración general del complejo hacendario que se orientó tanto a lo constructivo como a la lógica, velocidad, calidad y cantidad de la fabricación del azúcar, e incluso repercutió en la administración de la empresa y su capacidad y alcances en el procesamiento de caña en el ámbito regional. Todo eso estuvo acompañado por otra serie de innovaciones como los telégrafos, el alumbrado eléctrico, el ferrocarril y por supuesto la expansión del riego.

En el tercer capítulo Valerio presenta Bellavista y Anexas en su funcionamiento interno, desde su lógica ordinaria tanto en el campo como desde el despacho administrativo. Lo primero que se puede vislumbrar aquí es la división del trabajo entre cada una de las partes que forman la negociación en sus diferentes ámbitos; en un plano general se observa cómo a pesar de ser legalmente una sola empresa, Bellavista, El Plan y Las Navajas tenían una producción y una contabilidad independientes, aunque era vital para ellas el intercambio constante de productos, mercancías y capital. En este capítulo los libros de contabilidad son centrales, pues permiten al autor establecer una serie de cálculos y gráficas en que se puede apreciar de manera contundente la economía diaria de las haciendas: las entradas, salidas, ventas, compras, existencias, los gastos corrientes y el pago de salarios, etcétera; más que ser una serie de datos cuantitativos, esta información permite observar precisamente la lógica financiera que mantenía a flote la empresa.

El capítulo cuarto aborda el pleito entre las dueñas de Bellavista, las Hijas de Remus, contra la compañía del Ferrocarril Central que intentaba construir una línea entre Guadalajara y Manzanillo, y el proceso de endeudamiento que las fincas tuvieron con la Caja de Préstamos. Los beneficios que el transporte traería a la empresa no eran desconocidos por sus dueñas y mucho menos por sus administradores, que además eran voceros del medio de transporte desde sus diversas trincheras científicas y económicas. Quizá este apartado sea uno de los más importantes del capítulo. Aquí Valerio demuestra cómo las entonces propietarias no se oponían al establecimiento de la vía, incluso tenían esperanza de que traería beneficios, sin embargo, este rasgo de la modernización ferroviaria estuvo lejos de beneficiar a las haciendas. En la apreciación tanto del administrador –experto en el tema por demás– como por un perito externo, los daños que la ejecución de la vía causaría serían mayores que la indemnización que compañía del FCM quería otorgar.

Las Hijas de Remus y sus mandos administrativos no se resistían al paso del ferrocarril por su territorio, simplemente querían recibir el pago justo que cubriera suficientemente los daños infraestructurales que causaría, pues destruiría el espacio con las mejores tierras y obras de hidráulicas. En efecto, el trazo de la vía destrozó sobre todo las cercas que dividían y clasificaban los potreros de las haciendas según su calidad y cultivo, rompió los sistemas de canalización, lo que perjudicó el riego, además de destruir los plantíos que ahí estaban; derribó edificios, desniveló terrenos y, en general, partió en dos el latifundio de Bellavista y Anexas. Por si esto fuera poco, la vía arruinó buena parte de la infraestructura que se había construido a lo largo de cerca de cincuenta años, lo que provocó el rompimiento de la lógica productiva que tenían las fincas. El daño causado por esta obra y los consecuentes gastos que había que hacer para repararlos fue el factor, además de la renovación del ingenio, que obligó a la propietaria a buscar el préstamo que por diversos factores resultaría impagable para la empresa.

En el quinto y último capítulo se expone el proceso de fragmentación del latifundio bajo la intervención de la Caja de Préstamos; también narra detalladamente las solicitudes de tierra por parte de los pueblos vecinos a las haciendas, describiendo cómo y cuándo se efectuó la dotación de tierras a dichos pueblos; así nos enteramos de la desintegración de esta gran propiedad como resultado de la revolución de 1910, el sobreendeu-damiento de las herederas de Nicolás Remus y la reforma agraria. En términos precisos, se describe cómo no se hicieron los pagos de los préstamos, de tal forma que las haciendas luego de ser intervenidas pasaron por una serie de cambios de propietarios y las Remus quedaron privadas de sus propiedades. Así fue como los créditos que las Remus habían girado cayeron en manos de los hermanos Castellanos y Tapia; paralelamente, el representante de la testamentaría de Jesús Remus saqueó la maquinaria y usurpó las instalaciones del ingenio y plantíos de caña.

Finalmente, la junta de acreedores de la Caja de Préstamos a la que pertenecían los créditos sobre Bellavista terminó por formar una compañía anónima denominada Riesgos e industrias Bellavista, S.A., que de alguna manera muy lejana a la de los Remus siguió explotando las antiguas propiedades, ya comenzada la década 1930. La época de los Remus quedó entonces completamente sepultada.

Este trabajo hace recordar dos anteriores, de gran significado en la historiografía michoacana: Haciendas de tierra y agua (1989), de Heriberto Moreno García, reconocido historiador que se nos adelantó en la partida de este mundo hace algunos años, y Empresarios lombardos en Michoacán. La familia Cusi entre el porfiriato y la posrevolución (1884-1938), de Alfredo Pureco Ornelas, historiador joven salido del semillero que es el doctorado de ciencias sociales del Colegio de Michoacán. Con el primero comparte la historia de otra hacienda que curiosamente tuvo un nombre parecido: Buenavista. Ésta, como Bellavista, no era cualquier hacienda, perteneció a José Francisco Velarde, el famoso Burro de Oro, quien por ser proimperialista la perdió en 1863, antes de ser fusilado.

La hacienda de Buenavista tenía una extensión de catorce sitios y medio de ganado mayor (AHIPJ, Emeterio Robles Gil, Protocolo de 31/05/1877, fj. 33) equivalentes a 25 456.345 hectáreas (Cecilio Robelo, 1997, p. 16), pero a diferencia de lo que nos cuenta Valerio de Bellavista, Heriberto Moreno define a Buenavista como hacienda tradicional; claro, se entiende porque la temporalidad de la cual se ocupa llega hasta 1863; falta que alguien narre, justamente, la historia de Buenavista como la hacienda moderna y comercial en que se transformó durante el porfiriato, cuando fue adquirida por los Martínez Negrete. José María Martínez Negrete Roncal la llamó Vista Hermosa de Negrete, y llegó a ser una de las haciendas más modernas, que incluyó hasta una escuela agrícola de la cual queda aún el bello edificio de herrería francesa que hoy alberga la escuela del ejido.

Con el texto de Alfredo Pureco comparte la historia que éste narra de la construcción de un complejo agrícola industrial muy moderno: la Nueva Italia y Lombardía, dos grandes haciendas de la tierra caliente michoacana, exportadoras de arroz al mercado regional y nacional desde la segunda mitad de la época porfiriana hasta que les cae la mano expropiadora de Lázaro Cárdenas en 1938.

Otros rasgos que ambos libros comparten son la historia de las familias que hicieron florecer estos emporios agroindustriales, los Cusi en la tierra caliente michoacana y los Remus en Santa Ana Acatlán y Tala, Jalisco. También coinciden en narrar la modernización de que fueron objeto esos complejos agroindustriales, uno para la producción de arroz y otro para la de azúcar. Sus narrativas llevan de la mano al lector por las vicisitudes que pasaron durante la revolución de 1910 y nos damos cuenta de cómo este hecho coyuntural afectó de diferente manera esas unidades productivas, pues mientras que Nueva Italia y Lombardía continuaron trabajando con un más bajo perfil pero sin pérdidas significativas, Bellavista, Plan y Navajas fueron dividas por el ferrocarril, que trajo destrucción con el paso de los revolucionarios que tuvieron ese medio de transporte como eje para la lucha revolucionaria. También ambos textos convergen en narrar los sistemas productivos, los perfiles de los peones y trabajadores agrícolas. Finalmente, ambos autores desembocan en la narrativa de la desintegración del gran latifundio, producto tanto de la pérdida de rentabilidad por el retraso en la introducción de nueva tecnología (sobre todo en el caso de Bellavista), el impacto de la lucha armada de la década revolucionaria, el endeudamiento excesivo y el reparto agrario ocurrido en Bellavista y en Nueva Italia y Lombardía de 1920 a 1938.

El resultado final es que con el libro de Sergio Valerio Ulloa hoy conocemos mejor buena parte de la historia agraria y rural de Jalisco con el enfoque de lo que Fernand Braudel llamó la larga, la mediana y la corta duración, y también cómo las mujeres herederas del emporio rural fueron capaces de llevar el complejo agroindustrial por caminos atinados, provechosos y exitosos.