En el Camino Real. Representaciones, prácticas y
biografías de bandidos en Jalisco, México, 1867-1911

 

Jorge Alberto Trujillo  Bretón
Universidad de Guadalajara

 

El bandolerismo en el siglo XIX en América Latina presentó una tipología diversa, lo cual también ocurrió en  el caso de Jalisco. Además del “bandido social”, que se presentó en casos excepcionales, otro tipo de bandidos fueron parte del paisaje delictivo que se configuró en la segunda mitad de ese siglo y en los primeros decenios del XX: bandidos antisociales, bandidos
psicópatas, bandidos-guerrilleros, bandidos-políticos, bandidos-empleados. El desarrollo del bandolerismo respondió a un contexto singular, principalmente rural, y ni durante la República restaurada ni en la dictadura del general Porfirio Díaz se logró exterminar. Las razones de su persistencia se encuentran en la pobreza del medio, en el conocimiento del terreno, en la lentitud y debilidad de la administración de justicia y en las redes de complicidades.

 

Palabras claves: Bandolerismo, violencia, justicia, castigo, control social.

 

Desde hace varios decenios el inglés Eric Hobsbawm, a través de sus clásicos trabajos Rebeldes primitivos y Bandidos, y especialmente de su concepto de “bandido social”, logró atraer la atención de los historiadores y aun de los sociólogos hacia el bandolerismo, que se caracteriza por originarse principalmente en las zonas rurales, sobre todo en aquéllas con severos problemas de tenencia de la tierra y con una población campesina que sufría secularmente de pobreza y de todo tipo de abusos. El bandido social tal como lo define Hobsbawm implica también la existencia de relaciones de poder complejas, donde la comunidad de origen y sus tradiciones desempeñan un papel importante para su sobrevivencia, mientras que el papel del estado y su relación con este fenómeno puede ser relativo en la medida en que no termina de fortalecer el control sobre su propio territorio.1

Si bien la influencia de Hobsbawm ha sido importante en América Latina para intentar comprender el bandolerismo, su estudio en México ha sido abordado de manera polifacética y original, y destacan, sin ánimo de mencionarlos todos, los trabajos de Paul J. Vanderwood, Arturo Güémez Pineda, Laura Solares Robles y María Aparecida de Sousa Lopes, quienes abordan sus respectivos objetos de estudio relacionándolos con la administración de la justicia y la pobreza, e incluso como  parte de la resistencia popular.2
Para el caso de Jalisco son pioneros los trabajos de William B. Taylor, María Guadalupe Flores y Angélica Peregrina, y hace poco más de cinco años Jaime Olveda publicó un libro  sobre dicha temática, aunque cada uno de ellos aborda un periodo distintos del siglo XIX.3
La pregunta que se siguen planteando los historiadores acerca de la existencia de bandidos sociales se mantiene vigente no sólo en México, sino también en el resto de América Latina. Este fenómeno es mucho más complejo de lo que podría pensarse. En tal sentido Richard W. Slatta considera que “el modelo de bandido social no puede captar las variaciones históricas significativas del bandidaje en América Latina. Otros modelos, como  el bandido-político y el bandido-guerrillero son obligatorios”.4 En la misma compilación de Slatta (Bandidos. The Variety of Latin-American Ban- drity) no  faltan mexicanos, brasileños, cubanos, bolivianos, colombianos, venezolanos y argentinos que si bien en su génesis comparten elementos comunes, como el problema de la tierra y la pobreza, también presentan singulares e importantes diferencias que se asocian con los movimientos milenaristas, con intereses políticos o con formas de resistencia social.
Aun cuando la figura del bandido social ha sido más bien de carácter excepcional en América Latina, tenemos que pensar en rehacer una taxonomía del bandidaje que responda al contexto y a las singularidades en las que se desarrolló en nuestros países y redefinir al bandido mismo. Al respecto, Gabriel Rafart explica el “ser bandido” desde distintas fórmulas: unas veces como conducta social (o antisocial) relacionada con la maquinaria del estado y la necesidad de modernidad, y otras por el discurso que asignaba un carácter negativo, contrario al del ciudadano, que marginaba y estigmatizaba y le daba el carácter de “bandido de la vida  política”.5
El bandido en México, al igual que en el resto de América Latina, respondió al contexto social, económico y político en el que se inscribió y generó sus propias particularidades, y aunque podemos hallar algunos bandidos sociales lo más común es encontrar a los que actuando principalmente en grupo (gavillas o cuadrillas) tuvieron un  propósito económico; a los que de manera patológica no sólo medraban con sus víctimas sino que llegaban a secuestrar, violar o a torturar y asesinar cruelmente; a los que respondieron a los conflictos políticos y bélicos incorporándose en alguno de los ejércitos beligerantes y que bien pueden considerarse como bandidos-guerrilleros, y por  último a los que después de  una reconocida carrera delictiva fueron incorporados como  empleados del estado o llegaron a ocupar puestos de representación popular: el bandido-empleado o el bandido-político.
Con esta somera explicación, en este ensayo intento exponer las representaciones que se hicieron de los bandidos, las prácticas que estos delincuentes generaron por sus acciones y las repercusiones que tuvieron tanto en la sociedad como en el gobierno. Para fortalecer las representaciones y las prácticas expongo dos  biografías de bandidos. Dichos casos corresponden al bandido antisocial o patológico y al bandido con antecedentes de guerrillero y que terminó participando como  político. Ambos actuaron en el territorio de Jalisco en un periodo que cubre desde la restauración de la República (1867-1876) hasta la dictadura del general Porfirio Díaz (1877-1911).
Orientado teórica y metodológicamente por una historia del delito, con el título de este trabajo intento simbolizar uno de los diversos lugares, el camino real o principal, en el que el bandido llegaba a efectuar sus correrías; es decir, si bien no es el único espacio en el que el bandido actuaba, vale la pena tomar su nombre como elemento singular en las  representaciones que la misma prensa hacía de él.

 

El escenario

Las correrías de los bandidos jaliscienses durante el período 1867-1911 tuvieron como marco geográfico un extenso territorio de más de 86 000 kilómetros cuadrados6 con gran diversidad de paisajes en los que hay lagos, ríos, selvas, costas, montañas, valles, cordilleras, mesetas, volcanes, barrancas y otros accidentes geográficos, con condiciones climáticas singulares en cada una de  sus diversas regiones, las cuales estaban unidas por un deficiente sistema carretero7 cuyo mal estado se agudizaba con el temporal de lluvia, de junio a septiembre. Los paisajes singulares, las condiciones climáticas, la calidad de los caminos y aun las redes sociales establecidas por  los  propios bandidos les  permitían mimetizarse tanto con el terreno que pisaban como con los grupos sociales de los que formaba parte y con los que interactuaban, a fin de lograr sus objetivos, o bien para escapar o esconderse de la acción de la justicia.
Políticamente nuestro bandido cubrió dos períodos de la historia mexicana: la República restaurada y el porfiriato. La restauración comprendió desde la  derrota y expulsión de las tropas intervencionistas francesas ocurridas en 1867 hasta el triunfo del Plan de Tuxtepec (1876), y se caracterizó precisamente por la imperiosa necesidad de reconstruir y reordenar el país, que padecía graves problemas económicos y sociales. Para lograrlo era fundamental la pacificación del territorio. Los  principales escollos fueron las rebeliones indígenas, las revueltas militares y, precisamente, el bandolerismo, que se vio favorecido por el licenciamiento de buena parte del ejército. Jalisco no fue ajeno a tales necesidades ni a tales problemas. Robos, secuestros y asesinatos fueron cosa común en los años de la restauración, además de importantes conflictos entre los poderes y la conocida rebelión indígena de Manuel Lozada, que fue sofocada en 1873.
El porfiriato comprendió un largo periodo que se caracterizó por la estabilidad política y social y una preocupación intensa por lograr la modernización imitando modelos foráneos. Se logró un importante crecimiento económico que benefició principalmente a las oligarquías locales y a los inversionistas extranjeros, creció el tendido de vías férreas, que favoreció al comercio, la industria y la banca, y hubo importantes innovaciones tecnológicas como el teléfono y la electricidad. Sin embargo el porfiriato también generó graves contradicciones sociales que tuvieron sus raíces en el despojo agrario de las comunidades indígenas y que se vieron agudizadas por las graves crisis económicas internacionales que impactaron negativamente al país, sobre todo a principios del siglo XX, y que también repercutieron en  términos de  desempleo, las  consecuentes  carestías y escasez de productos básicos como el maíz, y por supuesto el incremento del bandolerismo, aunque con características diferentes a las de la época de la restauración, como se explicará más adelante.
Desde la República restaurada hasta el fin del porfiriato los bandidos estuvieron presentes en los once y hasta doce cantones8 que componían el estado de  Jalisco, cuyo  número de habitantes era de 715 218 en  1868, de  979 568 en  1878  y al principio de la Revolución era  ya de 1 153 900.9
En los años de la dictadura el 70% de la población se distribuía en pequeñas localidades representadas por ranchos, rancherías, villas, haciendas, minas y congregaciones, mientras que el restante 30% se concentraba en Guadalajara, que tenía cerca de 100 000 habitantes, Lagos, con 53 205, y otras pequeñas ciudades que difícilmente rebasaban los 30 000. Esto se complementaba con una débil densidad de  población, que no llegaba en
1910 a los 14 habitantes por kilómetro cuadrado.
El  bandido, que habitaba principalmente en las zonas rurales, sin duda tuvo como  opciones laborales básicamente el trabajo en alguna de las tres principales unidades de  producción: el rancho, la hacienda o las comunidades indígenas. Tampoco faltaban quienes trabajaban en ingenios, minas, ferrerías, o en negocios de  otro carácter, y ganaban por  lo general miserables jornales y recibían malos tratos. Peones, sirvientes, vaqueros, pastores, aparceros, arrieros, caporales, leñeros, carboneros y muchos oficios más eran desempeñados por la población rural. En la clásica Historia moderna de México, Luis González, al referirse al periodo de la República restaurada, menciona que además de cumplir con las tareas del cultivo de la tierra algunos labriegos llegaban a entregarse parcial o totalmente al bandolerismo.10 González rescata una nota periodística del estado de  Guerrero en  la que se señala que el labriego, al pertenecer a la clase más pobre de la sociedad, era el que regularmente se reclutaba para el servicio de las  armas, pues se reconocía su extremado valor y su “resignación en las fatigas de campaña”.11  Esta misma experiencia no sólo le debió servir para participar activamente en el ejército, sino  también para efectivamente convertirse en bandido cuando las condiciones de vida eran desesperadas.
Aunque se puede considerar al campo como el medio principal de la proliferación del bandolerismo, no hay que descartar a las ciudades de Jalisco, ya que sus habitantes también se veían afectados por los periodos de carestía, hambruna y desempleo. Las pocas ciudades diseminadas en el extenso territorio jalisciense, como Guadalajara o Lagos, eran las sedes principales del poder político y religioso y en ellas se concentraban los principales servicios administrativos, las empresas comerciales, industriales y bancarias, los establecimientos políticos, educativos, religiosos, militares y carcelarios. En esas ciudades habitaban la oligarquía jalisciense, la clase política y la alta burocracia, además de la clase media y los sectores populares, estos últimos compuestos por una gran masa de jornaleros, empleados, artesanos y obreros que, en contraste con la opulencia en que vivían los primeros, devengaban raquíticos salarios y concentraban el 90% del total de la población. De ahí debieron salir un regular número de hombres y pocas mujeres que se incorporaron a las gavillas de bandoleros. En un viejo ensayo, María Guadalupe Flores y Angélica Peregrina, después de explicar el término de gavilla como un grupo de individuos que se dedicaba a robar poblaciones, asaltar caminos, saquear haciendas, destruir archivos, etc., y cuya “intención era motivada por  una problemática social”, destacan “el origen rural de los integrantes, o de los estratos más bajos de las poblaciones: emanados de una explotación constante, sea por los hacendados, sea por los patrones u otras personas”.12

 

Del castigo, la tortura y la muerte

Durante buena parte del siglo XIX se mantuvo vigente en nuestro país la legislación penal heredera de la colonia; no obstante, se hicieron importantes esfuerzos por irla mexicanizando, creando una multitud de leyes que volvieron confuso el trabajo de jueces y magistrados. Sin embargo, con el Código penal federal de 1871,  y luego con el correspondiente a Jalisco de 1885, se facilitaron las tareas judiciales al contar con un solo corpus de este tipo.
Ante el temor de la sociedad de denunciar a los  bandidos, la impotencia de la policía y del sistema judicial en general para reprimirlos, el gobierno de Jalisco emitió paulatinamente una serie de medidas para controlar el fenómeno. Por ejemplo en 1857 el gobernador decretó que los salteadores que se aprehendieran infraganti o en cuadrilla, detenidos en poblado o en despoblado, debían ser pasados por las armas, para lo que antes se nombraba un jurado popular que en un  término de 24 horas debía dictar sentencia. A los castigados a la pena capital se les daba auxilio espiritual y se les ejecutaba.13
En  enero de 1868 el gobierno estatal emitió el permiso para que los jefes políticos realizaran juicios sumarios y ejecutaran a los culpables de tales delitos, lo cual ocurrió en muchas ocasiones,14 y se facultó a la autoridad militar para castigar hasta con la pena de muerte y el destierro a todo tipo de sospechoso o indiciados de ladrón o plagiario.15 Un año más tarde y ante el hecho de que el bandolerismo seguía asolando las zonas rurales, el gobierno estatal suministró a los hacendados “de confianza” armas y municiones para defenderse de los  criminales, facilitó escoltas a aquellos que lo pedían y reorganizó la gendarmería en un solo cuerpo. Antes de estas medidas se reconoció que los hacendados negociaban o capitulaban con las gavillas de asaltantes debido a su falta de confianza en las fuerzas de gendarmería.16
Aunque el Código penal de Jalisco no tipificaba el delito de bandolerismo, sí lo hacía con otros delitos en que se encontraban relacionadas las diversas actividades ilícitas que conllevaba este fenómeno: el robo cometido por una cuadrilla de ladrones que asaltara alguna población se castigaba con pena de doce años de prisión, mientras que por el robo con violencia a las personas realizado en camino público, incluido el homicidio, la violación, el tormento o las graves lesiones que se causaran a alguna persona se imponía la pena capital.17 El plagio cometido en camino público se castigaba según si se dejaba o no en libertad al plagiado y si éste quedaba con vida; la pena iba desde un mínimo de cuatro años hasta la condena a muerte.18  El abigeato no está considerado bajo ese nombre, pero sí como robo sin violencia. Si se cometía en campo abierto, con apoderamiento de una o más bestias de carga, tiro o de silla, o una o más cabezas de ganado e incluso aperos de labranza, se castigaba con un año de prisión,19 y el castigo se incrementaba seis meses más si se mataba a las reses en el campo y se robaban todas o partes de ellas. Por último, el robo  de correspondencia se castigaba con dos años de prisión.

Otro riesgo que corrían los bandoleros en Jalisco era la aplicación de la ley fuga, que consistía en fingir liberar al detenido, fuera en la cárcel o en el trayecto hacia ella, para inmediatamente asesinarlo. Un caso que bien pudo representar la aplicación de la ley fuga fue el asesinato del bandolero León Ruiz, muerto en 1867 cuando una fuerza de seguridad pública lo conducía de Zapotlanejo a Guadalajara. El motivo de su ejecución fue que supuestamente intentó huir.20 Durante el porfiriato la ley fuga se utilizó de manera constante.
Pero la cárcel y la muerte no eran el único castigo que podía esperar el bandido, también la tortura era un castigo que podía recibir. Una nota periodística lo expresa de manera clara al aludir al  suplicio a que fue sometido un cómplice de bandidos que en 1872 fue detenido por una fuerza de seguridad que le aplicó “un bárbaro tormento” para después amenazarlo con fusilarlo si no daba el nombre del resto de los bandidos. Después de atarlo a un árbol dispararon a muy corta distancia sobre él con armas solamente cargadas de  pólvora, lo cual  le quemó el rostro.21
No obstante las graves penas o castigos que se podían esperar, además de los riesgos inevitables de la “profesión”, el bandolerismo se volvió a desatar por todos los rumbos del estado y casi a diario se cometían robos, asesinatos y secuestros. El historiador jalisciense Luis Pérez Verdía señala al respecto que a diferencia de las grandes gavillas que operaban en el periodo de 1859 a 1862, compuestas de hasta 500 hombres y que eran impulsadas por un objetivo político, las que surgieron después del triunfo de las tropas republicanas tenían pocos integrantes, aunque estaban compuestas por audaces bandidos que se dedicaban a robar y a secuestrar en centros populosos, dirigidos por antiguos oficiales del ejército que torturaban a sus víctimas para obtener un cuantioso botín.22
¿Cómo se pudo lograr reducir el número de las gavillas y de sus integrantes? La respuesta no solamente se encuentra en una legislación penal que llegó a castigar a los bandidos con la pena de muerte, sino que también intervinieron otros factores cuyas repercusiones fueron más importantes durante el porfiriato:

a)  La creación o el reforzamiento de corporaciones policiacas. Con el anecedente de que en 1856 se había creado la Policía Rural del estado de Jalisco para que atendiera exclusivamente la seguridad pública de caminos y poblaciones, y al año siguiente se establecieron fuerzas de acordada en los pueblos con mismo fin, en 1867 se creó  provisionalmente (por seis meses) una llamada Guardia Civil, que tuvo por tarea “exterminar las gavillas de ladrones y plagiarios que empiezan a formarse en el Estado”.23 Esta Guardia Civil estaría compuesta en cada cantón por lo menos de ochenta integrantes. Otra corporación que se creó con el objeto de garantizar la seguridad en los caminos fue la Gendarmería del estado (1882),24 la cual tuvo como  antecedente otra conocida como Gendarmería de a caballo (1862).25
b)  La identificación y el control de los bandidos. Otro elemento importante fueron los nuevos métodos de identificación de los criminales que incorporaron algunas características corporales y la fotografía de los delincuentes, datos que formaban parte de los registros carcelarios. Esas fotografías se incluyeron en los  famosos álbumes de ladrones y de individuos de mala nota y fueron difundidos públicamente en revistas policíacas como Argos.
c)  Las modernas instituciones carcelarias. Otro elemento a considerar es el funcionamiento de la Penitenciaría de Jalisco que en 1875, con la terminación de su  muro exterior, empezó a recibir presos de  todo el estado que hubiesen sido sentenciados a penas mayores a un año. En la penitenciaría se ejecutó a numerosos bandidos. Era mucho más segura que las precarias cárceles del resto del estado.26
d)  La  conmutación de la  pena. La conmutación de la pena, es decir el cambio de la sentencia original por el servicio de la armas o bien por el poblamiento de  territorios como la Baja California o Yucatán, autorizada por el Supremo Tribunal de Justicia de Jalisco, permitió que muchos presos acusados por robo y homicidio, entre ellos algunos bandidos, dejaran la cárcel y se trasladaran a otras regiones.

Aun con todas estas medidas y controles, periódicos como El Diario de  Jalisco muestran en 1888 su malestar publicando que las acciones de las gavillas eran tan frecuentes y la seguridad pública tan mala como en “pasados tiempos calamitosos, de revoluciones y de trastornos públicos”.27 Esta apreciación parece justa si se toma en cuenta que antes de terminar el porfiriato la Gendarmería de Jalisco estaba compuesta de apenas 400 soldados de caballería, más un piquete de infantería, organizados en escuadrones residentes, el primero de ellos, además de  la infantería, en Guadalajara, el segundo en Ameca, el tercero en Zacoalco y el  cuarto en Tepatitlán. Esto significa que ni siquiera había uno por cabecera de  cantón.28 En  1907  la revista Argos, especializada en cuestiones policiacas, se quejaba de que en los municipios los gendarmes eran muy pocos en número y que además en ocasiones no obedecían las órdenes del director o del jefe político, “porque son amigos de aquéllos que tratan de capturar, y cuando el perseguido es un cacique del pueblo o hijo de alguno de los ricos del lugar, la mofa es descarada y burda”.29
Para esta misma revista, el problema se solucionaría cuando las poblaciones lograran contar con mayor número de gendarmes que cubriesen las necesidades y percibieran mejor salario.30

 

Modus operandi y persecución

El escritor costumbrista decimonónico Hilarión Frías y Soto representó con agudeza en uno de sus trabajos la manera en  que los bandidos asolaban el campo, especialmente cuando asaltaban una diligencia. Según la narración de Frías y Soto, la operación comenzaba cuando el jefe de los bandidos veía  avanzar el vehículo entre la polvareda del camino y se preparaba para saltar en el momento oportuno entre la maleza del monte y ordenar el alto al conductor. Lograda la detención del vehículo, se instalaba un  par de vigías en lugares estratégicos e inmediatamente algunos de los bandidos se daban a la tareas de desvalijar a los pasajeros obligándolos a ponerse en fila para despojarlos de cualquier objeto de valor que trajeran y luego dejarlos bocabajo en el suelo. Mientras tanto, el resto de los  bandidos se dedicaba a abrir cajas, baúles “y sacos de noche; han escogido lo que les ha agradado, y formando maletas abultadas, las atan en los tientos de la silla y parten por la vereda después de recoger sus avanzadas, perdiéndose entre los sembrado y los árboles del monte”.31

Una vez pasado el susto, los pasajeros se levantaban, dispuestos a continuar su camino.
Pero los bandidos no sólo asaltaban la diligencia para despojar de sus bienes a los pasajeros, sino que también lo hacían para robar el correo, como en el caso ocurrido a principios de 1872, cuando una numerosa gavilla de bandidos detuvo violentamente una diligencia que procedía de la ciudad de México. Para colmo, en el momento del asalto se presentó la gendarmería, que fue derrotada fácilmente por los bandidos y obligada a huir. La Civilización, semanario de  Guadalajara, se quejaba de que en muy poco tiempo se habían presentado dos asaltos a la diligencia procedente de México, lo cual trastornaba de manera notoria tanto el comercio como al público en general.32
A diferencia del bandido de campo, el procedente de las zonas urbanas se dirigía, una vez terminado el asalto, a la garita de su ciudad, casi siempre cercana al lugar de  los hechos, para continuar con sus ocupaciones habituales, “como la talabartería, el expendio de fierro viejo y prendas de ropa, pero sobre todo la correduría de caballos, pues es un magnífico picador”.33
Pero las gavillas también alteraban la vida de los  habitantes de  las ciudades, como  reseña La Prensa en  octubre de  1867,  cuando ocurrió un escandaloso robo  en  pleno barrio del  Santuario en el que participaron once bandidos bien armados, quienes hirieron gravemente al propietario de la finca  y maltrataron a su hija.34
Para Laura Solares Robles el bandolerismo representó un fenómeno tanto rural como urbano, aunque el segundo pudo controlarse mejor debido a que se presentaba en espacios cerrados.35
La vida del bandido entrañaba importantes peligros, como afirma Frías y Soto, pues estaba “salpicada de sangre” y acababa “esa vida aventurera con una bala en una escaramuza del camino real, o con cinco balas que le envía la justicia humana para curar la moral del bandido que no pudo formar bien”.36
La persecución de los bandidos, principalmente en el medio rural, no era nada fácil, pues contaban, como lo señala Argos, con “el amparo de sus amigos y parientes en las haciendas o ranchos donde ellos  han cometido sus crímenes”.37 La misma revista aconseja que en estos casos fuera la sagacidad el recurso más eficaz para perseguir y atrapar a los  bandidos, pues comúnmente contaban con muchas complicidades y tácticas peculiares propias del campo:

Un niño que se encuentra en un camino, el gañán que parece indiferente y testigo mudo pueden ser los encargados de desorientar o de dar cuenta de cualquier movimiento. El grito que imita el canto de un ave, el ronco ruido que produce un cuerno, pueden ser señales que dan cuenta de la  presencia de la fuerza pública, avisándole al criminal.38

Este párrafo no sólo orienta acerca de las redes que tenían estructuradas los propios bandidos, sino también hace pensar en la muy probable existencia en  Jalisco del definido como “bandido social”, cuyo apoyo representaba, por un lado, el resentimiento popular contra el aparato de gobierno ante los abusos seculares de que eran objeto, y por  otro, el hecho de que podían recibir beneficios materiales de los mismos bandidos. En su representación del bandido, Hilarión Soto y Frías describe que una vez consumado el asalto, los gavilleros regresaba al pueblo donde residían y eran recibido y protegidos por parientes y lugareños, y comenzaba el reparto del botín.39
Lo anterior no suena excesivo frente a las duras condiciones económicas que prevalecían sobre todo en las poblaciones rurales, algunos de cuyos habitantes llegaron a convertirse en parte de los grupos de bandidos o en sus cómplices. No era raro saber que entre los miembros de una familia se encontraban quienes asolaban los caminos reales. En este sentido, Gonzalo Sánchez y Donny Meertens niegan, para el caso de Colombia, que la agrupación en la que se integraba el bandido (banda, cuadrilla o gavilla) fuera una simple asociación para delinquir, y la definen como colectivo de una heterogénea composición (protectores y vengadores, altruistas y aprovechadores, jefes y súbditos, organizadores y ejecutores) que representa “un lugar de confluencia de  múltiples relaciones sociales y múltiples lógicas de acción, y es también un lugar de tensión entre preferencias individuales y necesidades colectivas”.40
Aunque resulta comprensible la existencia de redes de complicidades, es importante matizarlas, pues no necesariamente todos los que participaban lo hacían por su libre  voluntad: el miedo era  un  factor importante, y los bandidos exigían la colaboración de algunas personas que consideraban necesarias para sus planes delictivos. Un buen ejemplo del miedo que pudieron tener algunos de los cómplices de los bandidos fue  el caso de Ambrosio Pérez, quien en 1868 fue acusado en  Tepatitlán por el delito de “receptador de ladrones” y castigado a un año de prisión en  los talleres de la penitenciaría de Guadalajara. La acusación contra Pérez se fundaba en que recibió en su casa durante cinco días a la conocida gavilla de Nemesio Navarro, a la que prestó algunos servicios. El abogado defensor de Pérez apeló exitosamente al demostrar que Pérez accedió a las  peticiones del líder de la gavilla motivado por un miedo grave, lo cual lo excusaba de cualquier responsabilidad. Añadió el defensor algo que puede tomarse como  una fuerte crítica a la mala administración de la justicia de esos años, que dejaba prácticamente desprotegidas a las poblaciones menores:

Es necesario no olvidar que las poblaciones y sobre todo las rancherías están y han estado por mucho tiempo abandonadas a sus solas fuerzas; que los bandidos han ejercido un dominio casi absoluto en estas últimas, y no sería posible exigir a todos los ciudadanos que abandonaran sus propiedades para recurrir a las grandes poblaciones o bien que hicieran una resistencia inútil por la desigualdad numérica con los bandidos, siendo muy frecuente esa especie de tolerancia pasiva en los  hombres de bien que tienen que ceder a las  exigencias y aun violencia de los malvados, o bien sucumbir de una manera honrosa víctima de su venganza.41

Además de las complicidades activas o pasivas, las gavillas tenían otro factor a su favor: la geografía. El bandido conocía como nadie el terreno que pisaba, lo cual le representaba una enorme ventaja frente a sus perseguidores:

Los ataques verificados de noche en puntos que no son bien conocidos producen la mayor parte de las veces resultados contraproducentes, porque hay que convenir en que el perseguido anda casi siempre en puntos que le son peculiares y cuyas quebradas conoce al palmo, eso aparte de la ventaja que en la práctica tiene el que espera los movimientos de los que lo buscan.42

A la ventaja que representaba el conocimiento de los caminos y en general de la geografía y el clima de la región que asolaba, el bandido tenía a su favor la lejanía de los centros de  administración de justicia, la lenta acción policiaca e incluso la complicidad de las autoridades locales. La misma persecución de bandidos, asaltantes y plagiarios era una constante de todos los días en Jalisco e implicaba en ocasiones la detención y el encarcelamiento de los transgresores. Su captura implicaba un gran esfuerzo para las autoridades y un gran peligro y trabajo para las fuerzas militares y policiacas que intervenían en su búsqueda.
La geografía jalisciense daba mucho a los bandidos para que pudieran, si no escapar fácilmente de la persecución policiaca, cuando menos resguardarse. Un ejemplo de ello es la narración del alférez Aureliano L. del Real, quien relata en los primeros días de 1900 su experiencia al perseguir a los bandidos que asolaban la zona de San Pedro Analco:

Con fecha 6 (de enero) mandé cuatro gendarmes al rancho de la Casa Blanca y cuatro por la misma línea del rancho de San Nicolás a cubrir los puntos dominantes de los bandidos y yo salí en compañía del sargento y dos gendarmes rumbo al norte; ataqué al pueblo de Ocotique, tomé informe con los vecinos y me dieron razón de que hacía tres días que habían pasado seis u ocho individuos armados, pero que luego tomaron la sierra al terreno de Zacatecas; pasé al Tuitán y me  informaron lo mismo; me  regresé a Ocotique y me encontré con el bandido Wenceslao Saldaña: se me fue, protegido por la sierra, largando un caballo bayo y una yegua retinta ámbar ensillados; en el mismo punto aprehendí a cuatro individuos por sospechas, a los que remití junto con los caballos a la Autoridad Política de este punto. Continué mi marcha tocando el  rancho de La Ciénega, Río Chico, Hacienda Vieja, donde aprehendí a otros tres individuos y entre ellos al bandido Alejandro Rodríguez de la Cruz, Severo Salazar desertor del 2o. (destacamento de  gendarmes) y Felipe Gómez, asesino, y a éstos los remití a la misma Autoridad Política. Seguí mi marcha por el rancho de Los Sauces, Cobricito, San  Nicolás y Casas Blancas, donde tenía a los gendarmes apostados, y me encontré con la novedad de que el día siete, entre cinco  y seis de la mañana, cayó a Casas Blancas el  bandido Marcos Salas, en  compañía de otros; Salas les  disparó tiros a los gendarmes y entonces le contestaron disparando siete cartuchos entre ambos; los bandidos tomaron la sierra largando una frazada, unos calzones, los cuales fueron entregados a la autoridad; me  informé con  varios vecinos y me dijeron que todos los bandidos habían tomado distintos rumbos. Enseguida marché con toda la fuerza a mi mando a este punto, encontrándome la novedad de que el día once, entre seis y siete de la mañana, se fugaron tres presos de los más criminales, quedando entre los demás el ya mencionado Alejandro Rodríguez o de La Cruz; el resto se pusieron en libertad por no habérsele encontrado delito.43

Si bien el alférez pudo detener a un buen número de bandidos, lo que hace atractiva su narración es que a su paso le salieran éstos por todos lados, lo que significa que ya al comenzar el nuevo siglo el problema del bandolerismo se mantuvo vigente, aunque seguramente con las  características que señalara Luis Pérez Verdía.
Por otro lado, es importante preguntarse quiénes podían perseguir y sobre todo detener a los mismos bandidos. La respuesta puede ser  que eran aquellos que conocían de  sobra la  región en  la  que operaban las gavillas, quizá por  haber nacido en  ella, y también resulta lógico pensar que los mismos que antes habían sido  soldados o gendarmes pudieron dedicarse al bandolerismo conociendo de sobra no sólo el terreno en que operaban, sino  también las estrategias y tácticas que utilizaban.
Las  persecuciones narradas por  el alférez implicaban no sólo  los  peligros obvios, sino   además las  dificultades que enfrentaba el sistema judicial y en especial el de las cárceles jaliscienses, que no ofrecían la seguridad que se requería y que por lo tanto facilitaban la fuga de los reos.44

 

La singularidad de un bandido

Aunque hay  elementos comunes en  las trayectorias de  los bandidos de  la segunda mitad del siglo XIX, es imposible construir un retrato que los dibuje a todos, como  pretendió hacerlo Hilarión Soto y Frías. Si bien los bandidos respondían a un contexto económico, social y político bien determinado, su carrera criminal debió ir construyéndose en la medida en que interactuaban con el resto de su familia y su grupo social. Sin duda con el tiempo, incluso antes de  dedicarse a delinquir, estuvieron involucrados en problemas de carácter violento. Precisamente la violencia es el elemento central en la vida de  los bandidos, una violencia de formas y usos diversos que, en  el caso de  los fragmentos de  vida  de  los bandoleros que expongo a continuación, seguramente les sirvieron para desahogar sus pulsiones de  muerte, para sobrevivir en un medio ya de por sí difícil, o inclusive para ganarse fama de criminales violentos para sacar provecho personal.
El par  de biografías o fragmentos de vida  que expongo a continuación no responden necesaria y estrictamente a la figura de  un bandido típico que sólo  trascendiera en  lo colectivo, es decir en  una gavilla, pero sí son representativas de un periodo en el que se trató de dar  cierta estabilidad y orden a la vida  nacional y estatal, y en el cual  la defensa de la propiedad era  prioritaria para el estado.

 

Prudencio Colorbio,
biografía de un bandido homicida y violador

Mucho se ha  escrito sobre los  bandidos guerrilleros que asolaron el estado de Jalisco en el siglo XIX, que tuvieron como característica común el haber cometido crueles abusos contra la población civil, además de haber combatido en  las  filas  liberales o conservadoras. Sin embargo, no  todos tuvieron en su experiencia la participación en bandos políticos en pugna; muchos eran bandidos comunes y corrientes que sembraron el terror entre  la población y estaban muy  lejos  de cualquier ideal romántico.
Uno de  éstos fue  Prudencio Colorbio, quien murió fusilado en  la Penitenciaría de  Escobedo. ¿Quién era?, ¿qué hizo  Prudencio Colorbio para merecer la  muerte? A raíz  de  su  ejecución, el  diario Juan Panadero se interesó por  bosquejar su  biografía: Colorbio nació en  Tizapán el  Alto en  1843.  Desde niño  mostró una actitud violenta y cruel y en  la escuela elemental, además de aprender a leer  y escribir, se distinguió por  su carácter impetuoso y por  la gravedad de  sus travesuras. Al terminar la escuela su padre quiso que se dedicara a las  labores del  campo, pero él prefirió el oficio  de  sombrerero. Su primer delito lo cometió cuando apenas contaba con quince años de edad, al intentar infructuosamente violar a una muchacha de  su  pueblo. Después de  trabar amistad con  gente de mala fama del  lugar, Colorbio rápidamente  pasó de  los  delitos contra la policía y la moral a otros mayores, al convertirse en salteador de caminos “recorriendo montado y armado las  rancherías, exigiendo lo que quería a los  pusilánimes e indefensos labradores”. En  sus incursiones robaba, hería y mataba cruelmente y lograba eludir con  éxito las  amenazas y la acción de los tribunales.

En 1865 intentó violar  a una mujer llamada Rosa  N. en su propio domicilio, y como  ésta se resistió le hundió un  puñal en  el pecho y la terminó de asesinar de un balazo. Ese  mismo año  pretendió violar  a otra mujer de nombre Regina Sánchez, de  diecisiete años de  edad, para lo cual  se introdujo en  casa de  ésta, donde al encontrarse como  primer impedimento al tío de  ella  lo asesinó a puñaladas. Cuando éste agonizaba se presentó un  niño  de  nueve años, hermano de  Regina, al  que mató a  balazos.  Al observar el  homicidio de  sus familiares la  muchacha gritó desaforadamente, teniendo por respuesta que el asesino la hiriera en el vientre y en las piernas y que le hiciera pedazos los pechos a mordidas, lo que provocó que se desmayara y se consumara la violación. Colorbio continuó con  su carrera de fechorías y más tarde organizó una gavilla a la que le dio tintes políticos, aunque su tarea consistió en seguir robando y matando en pueblos  pequeños. Sus  crueles asesinatos le ganaron el rechazo de  muchos miembros de su gavilla, que lo abandonaron.
A partir de  1869  Colorbio comenzó una carrera criminal de  secuestrador  y sometía a atroces sufrimientos a sus víctimas. La noche del  10 de junio  de  1872,  después de  robar la tienda de  un  tal José María Barragán, secuestró a un  joven de  nombre Eutimio Celia, a quien exigió a cambio de  su  libertad una fuerte suma de  dinero; como  no  se la entregó, le dio muerte después de haberlo martirizado. Así también fue  inclemente con los que consideraba sus enemigos, a quienes llegó  a asesinar incluso introduciéndose en  sus casas. Una  vez  casado, vivió en  un  rancho hasta el año  de  1872,  cuando volvió  a su  vida  criminal. En uno  de  sus múltiples andanzas regresó a su pueblo natal a fin de cometer otra tropelía cuando

sonó la ventana de la casa de D. Guadalupe Reyes, y al asomarse éste, (Colorbio) le disparó un  pistoletazo, cuya bala le atravesó el cráneo y le hizo caer de espaldas; la familia del herido mandó llamar a un sacerdote, y al salir  el enviado dejó  la puerta abierta y en  el acto  Colorbio se introdujo a la casa y a puñaladas acabó de matar al infortunado.45

Estos hechos y muchos más fueron los  atribuidos a  Colorbio, quien llegó  a estar preso en algunas poblaciones de Michoacán. Después de ser detenido por  las  autoridades judiciales de  Jalisco y al comenzar su  juicio admitió los delitos que se le imputaban. La descripción física que hace de él Juan Panadero evoca las teorías fisonómicas46 del siglo XVIII:

Su voz era bronca y apasionada, sus ademanes groseros y todo su porte mostraba al hombre de corazón depravado. Su estatura era  regular, ancho de hombros, de cabeza abultada y de una mirada feroz; cualquiera diría que la historia de sus horrores la llevaba escrita en su rostro.47

Los tribunales ordinarios jaliscienses lo condenaron a la pena capital. Colorbio pidió el indulto y le fue  negado. Entonces su  abogado defensor promovió el recurso de  amparo al juez  de  distrito, quien mandó suspender  la  ejecución mientras duraba el  juicio respectivo. La  sentencia original fue  confirmada por  la Suprema Corte de  Justicia y por  tal  razón se le volvió  a poner en  capilla. Nuevamente su  abogado solicitó amparo al juez  de  distrito por  ciertas fallas de  las  que adolecía el proceso. La Suprema Corte de Justicia comenzó un  nuevo juicio  que tampoco prosperó. Colorbio, junto con  otros dos  criminales de  nombres Cayetano Solano y Francisco Cayeros, fue finalmente ejecutado el 4 de noviembre de 1875.48
Los excesos de bandidos como  Prudencio Colorbio no fueron la excepción  ni en  la restauración ni en  el porfiriato. Tonalá fue  una de  las  villas más azotadas por  los bandidos, que acostumbraban tumbar “las puertas de  las  casas con  barras y hachas. Era peligroso andar por  los  caminos. Robaban las diligencias ahí en el jagüey”.49Los hurtos iban acompañados de actos de crueldad como  el que sufrió Valente Maldonado, dueño de un mesón, quien fue  extorsionado por  un  grupo de  bandidos que lograron sacarle importantes sumas de dinero hasta que sólo pudo entregar cifras reducidas y por ello “los  bandidos en venganza lo golpearon, le mutilaron sus partes nobles y murió a consecuencia de esta atrocidad”.50

 

José María Sánchez, alias el Gordito

Un ejemplo de  bandido del  siglo XIX  en  la segunda mitad de  esa centuria es José María Sánchez, criminal, guerrillero y político. José María Sánchez Padilla, conocido como  el Gordito, era  originario de  Teuchitlán, de  27 años de edad, de oficio arriero, casado, analfabeta. El 2 de diciembre de 1868 fue condenado por los juzgados de primera instancia de los departamentos de Ahualulco de Mercado y Tequila a ser pasado por  las armas por  haber cometido los delitos de robo  con asalto y plagio. Ante este fallo, el reo solicitó indulto porque consideraba que existía un error substancial en la sentencia. Los antecedentes que presentaron las autoridades judiciales de Ahualulco de Mercado sobre Sánchez señalaban que comenzó su carrera delictiva desde  muy  joven, que tenía una conducta escandalosa y nociva y era  además irrespetuoso ante las autoridades. Su captura, efectuada en Ameca el 11 de octubre de 1868,  se debió a la búsqueda organizada de las gendarmerías y acordadas de Ameca, Ahualulco y Teuchitlán.51
Al Gordito se le culpaba del  sufrimiento de  los habitantes de  haciendas y rancherías pertenecientes a las  jurisdicciones de  las citadas cabeceras y de  los viajeros que se animaban a transitar por  estos territorios, expuestos a los  continuos asaltos de  las gavillas capitaneadas por  este personaje. Los delitos por  los que se juzgó a Sánchez fueron los que  cometió sólo  en  el  año  de 1868: robo  con  asalto en  despoblado contra la persona de  Nepomuceno Martínez, despojo que sufrieron de  sus burros los arrieros de  Ladislao Monteón, secuestro de  Vidal  Vega cuando fue asaltada la hacienda de la Estanzuela, asalto sufrido por Eliseo Madrid en los callejones de  la Estanzuela, asalto a Francisco Jiménez y a dos  mujeres  que lo acompañaban en el rancho de la Alhaja.
La sentencia de  pena de  muerte fue  dictaminada como  errónea por  el Consejo de Gobierno y conmutada por una de 15 años de deportación.
El  testimonio del  mismo Sánchez presentado  al  gobernador nueve años después (1877)  revela datos interesantes acerca de  su vida  privada y pública, que él divide en  dos  periodos: en  el primero, que va  de  1866 a 1867,  se le califica como  “ladrón de camino real”, describe su  pasado a partir de  1867,  cuando era  trabajador de  la hacienda de  la Estanzuela, propiedad del licenciado Hilarión Romero Gil y administrada por  un  inglés de nombre Thomas Walsh. Sin especificar las razones, señala que fue despedido y con  ello se le cerraron las  puertas para conseguir trabajo en las  haciendas cercanas e incluso en  su  pueblo natal, lo que provocó que “con una madre y hermanas a quienes tenía que mantener me  encontré en una situación desesperada, no produciéndome el trabajo de carbonero en que me ocupé luego ni un real  diario”.52
Los  empleados de  la  hacienda de  la  Estanzuela lo acusaron, según Sánchez injustamente, ante el propietario, quien a su  vez  lo hizo  ante la justicia, de  ser  responsable de  la  pérdida de  ganado vacuno y equino, con lo que empezó su persecución y fue aprehendido por primera vez.  Se le sentenció por  los  delitos de  asalto y robo  contra un  señor de  nombre Eliseo Madrid y contra Hilarión Romero Gil, su antiguo patrón, delitos que Sánchez negó con las siguientes justificaciones:

El Sr. Madrid pasaba de  su hacienda para Guadalajara acompañado de un mozo  y montados en buenos caballos y armados; otro amigo me acompañaba y con  buenas palabras y sin amenazas le pedí en  clase de  préstamo su sarape y su pistola y tres pesos en dinero, dejándolo continuar su viaje  y ofreciéndole mis servicios para hasta donde gustara, servicios que no  aceptó (...) Al señor Romero Gil,  lejos de haberlo atacado, sus mozos fueron los que me  atacaron; él  pasaba para el Refugio con  sus mozos bien montados y armados y yo estaba con  sólo un  compañero; reconocí a mi antiguo amo  y de  intento me detuve, con  el solo objeto de  descubrir quiénes eran los que estaban robando sus muebles y sincerar yo  mi  conducta; y si aprovechaba aquellas circunstancias era  porque el Sr. Romero Gil se había negado a  hablarme tres veces que, sufriendo mi  vergüenza, lo solicité. Sus mozos al  verme, y tres contra dos y a  una distancia de  doscientas varas del  punto donde yo estaba, dieron carrera a sus caballos y vinieron a acometerme, disparando ellos sus tiros. Al verme agredido tan violentamente hice  uso del derecho de defensa propia, cambiando algunos tiros y tomando la retirada.53

A los ocho  años de  su estancia en  la penitenciaría de  Guadalajara, Sánchez logró  aprovechar una oportunidad y fugarse; se ocultó en  los montes y se dedicó a cortar y vender leña para alimentar a su familia. Al poco  tiempo se ganó el rencor de  una persona de nombre Luis Labastida, quien montó una feroz  persecución contra él con  el objeto de asesinarlo. Labastida muy  probablemente sea el personaje importante de  Teuchitlán que mencionaba la madre de  Sánchez (María Dorotea Padilla)  en  un  ocurso dirigido el año  de  1872  al gobernador del  Estado, en el que informaba de  los abusos de  esa persona por  el simple deseo de convertir en su amante a la esposa de  su hijo.  Ante la agresión de  que fue  objeto, Sánchez se puso a la defensiva aludiendo al derecho natural de sobrevivencia y escondiéndose en  los cerros y valles de  Ahualulco y Ameca.
En  el  segundo periodo comienza su  participación como   guerrillero en  el estado de  Jalisco apoyando el Plan  de  Tuxtepec54  y rechazando el intento reeleccionista de  Lerdo de  Tejada. Combatió durante dieciocho meses bajo  las  ordenes de  los  generales Pedro A. Galván y Florentino Cuervo, quienes lo indultaron de la pena que le faltaba por cumplir. De su experiencia como combatiente antilerdista dice:

Para el partido del Sr. Ceballos soy un bandido execrable, para los pueblos  y haciendas que me  conocen y donde me proporcionaban los recursos para mantener mi fuerza y hacer la guerra a los enemigos de la soberanía del estado soy el guerrillero más considerado y más moderado en pedir recursos de cuantos han conocido.55

Sánchez justificó su  lucha contra las  tropas de  Ceballos y su  paso por haciendas, ranchos y poblaciones de Ameca, Cocula, Ahualulco, Etzatlán y Tequila señalando su  lucha heroica y victoriosa contra sus enemigos y el respeto que tuvo por sus vidas, así como  la protección que ofrecía a los habitantes de esos lugares:

La  guerra se hace con  dinero y la  desgraciada acción en  la  que mi honrado y valiente general Galván no  pudo continuar con  el mando del  ejército ya  no  tuvo recursos para pagar a  los soldados de  mi compañía. Yo debía obedecer la orden de  mi general, que al separarme  de  su lado  y herido como  él estaba (...) diciéndome: “vete a los puntos donde estabas, hostiliza las fuerzas enemigas y protege a los pueblos y haciendas y a todos los amigos”. La orden la he  cumplido fielmente y el general Ceballos que puso contra mí más de  trescientos hombres, que ofreció a Ocampo tres mil pesos por  mi cabeza y le puso una fuerza bien equipada de  hombres conocedores del  terreno para destruirme, quedaron burlados y en  más de  diez  combates a sus valientes les quebré sus espadas. Quedaron en  algunos de  estos encuentros oficiales y soldados prisioneros y el mismo comandante Pilar  Ocampo, que con  tanto interés y odio  me  perseguía, cayó  en mi poder. Todos han sido tratados con  más consideración que la que exige el derecho de  la  guerra, y ninguno de  ellos tendrá que decir que yo los traté mal.56

Al terminar la guerra, el 18 de enero de 1877, Sánchez solicitó en Ameca  a las  autoridades judiciales se le confirmara el indulto por el tiempo que le faltaba para extinguir su  pena. Ante tal  solicitud las  autoridades judiciales emprendieron una investigación centrada en  conocer si efectivamente José María Sánchez no  había cometido atrocidades durante el tiempo que fue guerrillero. Las entrevistas con más de cien  habitantes de las  localidades de  Ameca, Ahualulco, Cocula, Tecolotlán, Juchitlán, San Martín de  la Cal, Soyatlán y Atengo arrojaron que José María Sánchez y sus guerrilleros no  habían cometido abuso alguno contra la  población, que siempre otorgaron garantías suficientes, no recurrieron a la extorsión para obtener recursos económicos y que Sánchez castigaba a sus subordinados cuando cometían alguna falta contra los habitantes de la región; así mismo, se decía que siempre fue generoso y humanitario. Finalmente fue  indultado el 23 de  junio  de  1877  de  la condena que le faltaba purgar. Este dictamen final  es muy sospechoso debido a los  siguientes puntos: el  expediente del  proceso por  el  que fue  sentenciado a  pena de  muerte en  1867 extrañamente se extravió, y además al imponerse el Plan  de Tuxtepec al que se había adherido el propio Sánchez, ya hablaba de una amistad con  el general Porfirio  Díaz,  por  lo que la resolución pudo haber estado amañada para favorecerlo.
El 18 de  agosto de  1881  el diario Juan Panadero reprodujo un  artículo redactado por  Salvador Quevedo y Zubieta y publicado en El Lunes de México que hablaba sobre la  inseguridad en  Jalisco. En  dicho artículo Quevedo y Zubieta hacía mención del Gordito y otros antiguos gavilleros y acusaba al gobierno estatal de brindar protección a los bandidos a cambio de convertirse en sus instrumentos:

Una  de  las  principales causas que contribuyen más poderosamente a sostener el estado de  inseguridad en  que se encuentra Jalisco (es)  la protección decidida que el gobierno del  estado dispensa a los  bandidos  y la inmoral política adoptada por el poder de  valerse de  los criminales como  de  los  más útiles instrumentos de  sus designios y de  sus miras administrativas.57

Si bien Quevedo y Zubieta hacía mención de los delitos que llevaron al Gordito a la Penitenciaría, no señalaba que había combatido como  guerrillero  contra el gobierno de  Lerdo. Además criticaba que José María Sánchez fuera candidato a munícipe de  Ameca con el apoyo del  licenciado Leandro Camarena, gobernador del estado.

 

Conclusiones

El bandido en  Jalisco en  la  segunda mitad del  siglo  XIX puede ser  estudiado y comprendido desde distintos ángulos: el primero sería considerarlo como  alguien que a partir de  su  activa participación en  guerras de  intervención o civiles adquirió la necesaria experiencia no  sólo  en  el uso  de  las  armas, sino  también en  tácticas guerrilleras, que sumadas al conocimiento de  la geografía de  la región, las  redes de  complicidades y solidaridades o el  miedo que provocaba su  mala fama y la  insuficiente administración de  la justicia pudo operar y mantenerse en  acción aún ya entrado el siglo  XX.
El segundo ángulo sería que, a pesar de las cruentas medidas que llegó a tomar el gobierno contra los bandidos, el fenómeno del bandolerismo no desapareció del todo e incluso llegó a incrementarse notablemente, aunque su manera de organizarse y de operar cambiara sustancialmente. Las razones de la sobrevivencia de este fenómeno pueden ser comprendidas a partir de los abusos que se cometían sobre todo contra la población rural y las crisis socioeconómicas que han sido una constante en la historia del país.
Otro enfoque consiste en diferenciar al bandido de acuerdo con su propia  trayectoria moral y criminal: el bandido vuelto guerrillero que posteriormente regresara a su actividad ilegal y el bandido común y corriente, más como  “bandido antisocial”, como  lo identificara Hobsbawm; un bandido  diversificado que podía ser  salteador de  caminos, abigeo, secuestrador, y cuyas estrategias y métodos para lograr sus propósitos deben haber sido  diversos.
Un cuarto aspecto no sólo  buscaría simplemente ver  al bandido como antisocial, sino  como  el que cometió actos terroristas y hasta patológicos contra los habitantes de  la región que asolaba y que atrajo el interés no sólo de la justicia, sino  también el de la propia prensa que pudo promover entre sus lectores el temor por  este tipo  de  bandidos, pero que además probablemente ayudó a mitificar la figura del bandido en general.
Una  quinta y última perspectiva aborda las  acciones del  bandido, en particular las  de  las  gavillas que actuaban por  su  propia cuenta y riesgo y que eran protegidas por el propio gobierno con el objeto de obtener beneficios de carácter político. Es el estado en Jalisco quien desempeña un doble papel en  relación con  el bandolerismo: por  un  lado  es parte activa en  la persecución y represión, y por  otro  es protector y hasta patrón. Es también el  estado que, preocupado por  lograr su  modernización según los esquemas occidentales y orientado bajo  el  lema positivista de  “orden y progreso”, impulsaría programas de  regeneración y rehabilitación social que tendrían un  eco  sobre todo en  las  clases sociales menos privilegiadas y en  especial contra aquellos que desafiaban el orden público y que amenazaban la propiedad privada.
Por  otro  lado,  el que el bandido tuviera un  origen básicamente rural habla acerca del  control y del  poder que los  caciques y propietarios de haciendas y ranchos tuvieron sobre la población campesina a través de distintos medios y recursos y con  el apoyo del  estado. Frente al ejercicio del  poder de  los  propietarios de  la tierra y el ganado y el del  estado, el bandido fue  la más clara voz de  resistencia contra cualquier tipo  de  imposición y abuso.
Para Vicente Ribes Iborra este fenómeno fue  desapareciendo paulatinamente debido a  la  eficacia del  aparato estatal: “el despliegue de nuevos métodos y elementos policiacos tuvo como  consecuencia la desaparición de  las  últimas gavillas”. Reconoce también que aunque en  el porfiriato se dieron algunos rebrotes, éstos no  llegaron a los  niveles de la época de la Reforma.58 Pero si bien es cierto, como  afirma Ribes Iborra, que el bandolerismo no alcanzó ese nivel, no quiere decir que en los años posteriores a la Reforma y aun en el porfiriato las gavillas desaparecieran o disminuyeran ostensiblemente; simplemente el fenómeno del bandolerismo, ya no protegido por  las  guerras internas o intervencionistas, cambió de rostro. La idea de que durante la Reforma o bien en la intervención francesa existió una  época dorada del  bandolerismo es cierta, por  más que resulte obvio  que una guerra incrementa ese tipo  de  fenómenos, y más cuando se confunde el  bandolerismo con  las  acciones insurgentes o guerrilleras. Por ello  más bien se puede hablar de  etapas diferentes para el  estudio y la  comprensión de  este fenómeno, no  sólo  en  Jalisco sino en  todo México: una que caracteriza al bandolerismo en  tiempos de paz  y otra en tiempos de guerra. Tampoco es adecuado generalizar dicha afirmación para todo México, pues lo conveniente sería hacer un  estudio por  estados o regiones para conocer las características y la duración del fenómeno, en  el que por  ejemplo, y como  lo afirma Maria Aparecida de Sousa Lopes para el caso de  Chihuahua, tan sólo  el abigeato alcanzó cifras  alarmantes durante los últimos decenios del siglo XIX.59
Acerca de  Jalisco, Jaime Olveda afirma que el bandolerismo sólo  empezó a disminuir notablemente hasta 1880 como resultado de las diversas leyes de  tipo  penal y a la mejor organización de  los  aparatos policiacos que reprimieron el  fenómeno.60 Sin  embargo una nota publicada por  el periódico El Globo  contradice lo expuesto por Olveda al señalar que unos meses antes de comenzar la Revolución mexicana el desempleo y la miseria extendidos en  los distintos cantones y regiones jaliscienses provocaron que además de las consiguientes hambrunas se diera un aumento del bandolerismo, y la región de  los Altos de  Jalisco, precisamente el objeto de estudio de Olveda, no fue la excepción. La nota dice  así:

Los  Altos, por  estar en  la  sierra o Tierra Colorada, como  se le  llama a todo aquel distrito poblado con  más de  cien  mil almas, está en  una miseria espantosa.
De por  sí la agricultura en  aquella gran región es muy  pobre y con  las cosechas pasadas se acabó en las haciendas y ranchos hasta el último grano y los peones del campo y su familia se encontraron sin  trabajo y sin  que comer.
La situación no puede ser  más angustiosa.
El hambre y la miseria asolando una región de cien  mil almas.
Los hombres sin  trabajo clamando misericordia dan lástima y son  a la vez un peligro.
Cuadrillas de  bandidos han brotado por  todos los  caminos llegando hasta las puertas de Atotonilco.61

Tras comenzar la Revolución (1910-1917) regresaría en  Jalisco el  tipo de  bandido no  propiamente revolucionario, que protegido en  las  mejores  causas aprovecharía su  inserción en  las  filas  de  las  fuerzas armadas para cometer los mismos antiguos abusos y tropelías. Con el desarrollo de nuevas tecnologías como  la de los vehículos motorizados el bandolerismo sufriría importantes mutaciones que lo preservarían por más tiempo, aunque identificado con otros nombres.

 

Siglas y referencias

AHJ                       Archivo Histórico de Jalisco, Guadalajara, Jalisco.
BPEJ-FE                 Biblioteca Pública del Estado de Jalisco, Sección de Fondos Especiales
BPEJ-FE-AHSTJJ     Biblioteca Pública del  Estado de  Jalisco, Sección de  Fondos Especiales, Archivo Histórico del Supremo Tribunal de Justicia de Jalisco.

 

Hemerografía
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Notas:

1 Hobsbawm, Bandidos, pp. 19-31; Hobsbawm, Rebeldes primitivos.
2 Vanderwood, Desorden y progreso; Güémez, “El abigeato”; Solares Robles, Bandidos somos; De Sousa Lopes, De costumbres y leyes.
3 Taylor, “Bandolerismo e insurrección”, pp.  187-222; Flores y Peregrina, “Las gavillas”, pp. 2-7; Olveda, Con el Jesús en la boca.
4 Slatta, Bandidos, p. 2.
5 Rafart, Tiempos de violencia, pp. 55-60.
6 Antes de  que fuera separado definitivamente el cantón de  Tepic (1884),  Jalisco tenía una extensión territorial de 100 625 kilómetros cuadrados. Ya sin este cantón, su extensión exacta era  de  86 741 kilómetros cuadrados.   Nájar Herrera, Geografía particular, pp. 8-9.
7 Después de  derrotadas las fuerzas intervencionistas francesas (1867),  el estado que guardaban los caminos era  desastroso, por  lo que hubo que emprender urgentes tareas para restaurarlos. Con la dictadura porfiriana se privilegió la construcción de vías férreas sobre la reparación de  los viejos caminos, especialmente los troncales. Silva Escamilla, Historia de los caminos, pp.   167, 181, 197 y 199.
8 Los cantones jaliscienses eran: Guadalajara, Lagos, La Barca, Sayula, Ameca, Autlán, Colotlán, Ciudad Guzmán, Mascota, Teocaltiche y Ahualulco. Posteriormente se agregó el de Chapala, que sustituyó al de Tepic. Nájar Herrera, Geografía particular, p. 9.
9 Muriá, Historia de las divisiones, pp. 193, 197 y 204.
10 González y González, “Los campesinos”, p. 331.
11 González y González, “Los campesinos”, p. 331.
12 Flores y Peregrina, “Las gavillas”, p. 3.
13 Colección de los decretos, 1ª serie, t. 14, p. 483.
14 Pérez Verdía, Historia Particular, p. 348.
15 Colección de los decretos, 2ª serie, t. 3, pp. 42-43.
16 Robles Gil, “Memoria presentada por  el gobernador”, en  Urzúa y Hernández, Jalisco, pp. 378-380.
17 Código penal del estado de Jalisco, pp. 99-100.
18 Código penal del estado de Jalisco, pp. 142-143.
19 Código penal del estado de Jalisco, p. 95.
20 “Uno menos”, en La Prensa, Guadalajara, 14 de octubre de 1867, núm. 139, p. 3, consultado en BPEJ-FE.
21 “Crimen de  otra especie”, en  La Civilización, Guadalajara, 7 de  septiembre de  1872, núm. 94, p. 3, consultado en BPEJ-FE.
22 Pérez Verdía, Historia Particular, p. 347.
23 Colección de los decretos, 2ª serie, tomo 2, p. 281.
24 AHJ, Ramo  de gobernación, Asunto de seguridad pública, 1885,  caja  1099,  expediente sin número.
25 Colección de los decretos, 2ª serie, tomo 1, pp. 346-347.
26 Trujillo  Bretón, “Entre la celda y el muro”.
27 Diario  de  Jalisco, Guadalajara, octubre 19 de  1888,  núm. 412,  p.  2, consultado en BPEJ-FE.
28 Nájar Herrrera, Geografía particular, p. 37.
29 “Los policías en los pueblos”, en Argos, Guadalajara, 15 de abril  de 1907,  núm. 1, p. 8, consultado en BPEJ-FE.
30 “Los policías en los pueblos”, en Argos, Guadalajara, 15 de abril  de 1907, núm. 1,  p. 9.
31 Frías y Soto, “Álbum fotográfico”,  p.  325.
32 "El robo  de  correo” en  La Civilización, Guadalajara, 7 de  septiembre de  1872,  núm.,
94, p. 3, consultado en BPEJ-FE.
33 “El robo  de correo” en La Civilización, Guadalajara, 7 de septiembre de 1872, núm., 94, p. 3.
34 “Robo¡ Robo¡  Robo¡”, en  La Prensa, Guadalajara, 16 de  octubre de  1867,  núm. 140, p. 4, consultado en BPEJ-FE.
35 Solares Robles, Bandidos somos, pp. 188-189.
36 Solares Robles, Bandidos somos, pp. 188-189.
37 “Sobre la pista”, en Argos, Guadalajara, 20 de mayo de 1907, núm. 6, p. 82, consultado en BPEJ-FE.
38 “Sobre la pista”, en Argos, Guadalajara, 20 de mayo de 1907, núm. 6, p. 82.
39 Frías y Soto, “Álbum fotográfico”,  p. 325.
40 Sánchez y Meertens, Bandoleros, p. 11.
41 BPEJ-FE-AHSTJJ, Ramo  criminal, legajo 8, año  1868, exp. 32753.
42 “Sobre la pista”, en Argos, Guadalajara, 20 de mayo de 1907, núm. 6, p. 83, consultado en BPEJ-FE.
43 AHJ, Ramo  de gobernación, Asuntos de seguridad pública, caja  1153,1900, exp.94.
44 Trujillo  Bretón, “Entre la celda y el muro”.
45 “Rasgos biográficos de  Prudencio Colorbio”, en  Juan Panadero, Guadalajara, 7 de  noviembre de 1875, núm. 339, p. 2, consultado en BPEJ-FE.
46 La fisionomía era  una pseudociencia del  siglo XVIII que trataba de  demostrar que los rasgos faciales determinan el carácter y el comportamiento de  los individuos. Aunque sus antecedentes son remotos, el principal representante de  esa etapa fue  el suizo Johann Kaspar Lavater (1741-1801). La fisonomía representa el antecedente inmediato de la frenología. Anitúa, Historia de los pensamientos, pp. 165-166.
47 “Rasgos biográficos de  Prudencio Colorbio”, en  Juan Panadero, Guadalajara, 7 de  noviembre de 1875, núm. 339, p. 2, consultado en BPEJ-FE.
48 “No tuvieron escapatoria”, en Juan Panadero, Guadalajara, 4 de noviembre de 1875, p. 2, consultado en BPEJ-FE.
49 Mata Torres y García Pérez, Las garitas, p. 104.
50 Mata Torres y García Pérez, Las garitas, p. 104.
51 AHJ, Ramo de justicia, Asunto de justicia penal, 1878, caja J-40, expediente sin número.
52 AHJ, Ramo  de  justicia, Asunto de  justicia penal,  1878,  caja  J-40, expediente  sin número.
53 AHJ, Ramo  de  justicia, Asunto de  justicia penal, 1878,  caja  J-40,  expediente  sin número.
54 Con el propósito de derrocar de la presidencia de la República a Sebastián Lerdo de Tejada y evitar su reelección, el general Porfirio Díaz y sus simpatizantes instrumentaron el 1º de enero de 1876 el conocido Plan  de Tuxtepec; en noviembre de ese mismo año y mediante el empleo de  las armas derrotaron a las tropas lerdistas y lograron que el general Díaz ocupara el lugar de  Lerdo de  Tejada. Iglesias González, Planes políticos, pp. 486-489; González. “El liberalismo triunfante”, pp. 652-656.
55 AHJ, Ramo  de  justicia, Asunto de  justicia penal, 1878,  caja  J-40,  expediente  sin número.
56 AHJ, Ramo  de  justicia, Asunto de  justicia penal, 1878,  caja  J-40,  expediente  sin número.
57 Juan Panadero, Guadalajara, jueves 18 de agosto de 1881, núm. 940, p. 2, consultado en BPEJ-FE.
58 Ribes Iborra, “El bandolerismo en el centro”, p. 160.
59 De Sousa Lopes, “Los patrones de la criminalidad”, p. 514.
60 Olveda, Con el Jesús en la boca, p. 190.
61 El Globo,  Guadalajara, febrero 15 de 1910, núm. 49, p. 2, consultado en BPEJ-FE.