Posesión libresca: elementos de procedencia
novohispana en bibliotecas mexicanas

 

María Idalia García Aguilar
Centro Universitario de Investigaciones Bibliotecológicas
Universidad Nacional Autónoma
de México

 

La historia de la cultura escrita comprende los estudios desde los modos de producción de los textos hasta la conformación de bibliotecas y el mundo de los lectores. Para mejorar nuestra comprensión de los dos últimos aspectos es importante considerar los testimonios que acerca de su propia procedencia guardan los libros heredados del pasado. Este trabajo documenta parte de la diversidad de esos testimonios que se encuentran en repositorios mexicanos para mostrar la riqueza que representan como un espacio que ha estado olvidado para la investigación histórica y en particular para la valoración patrimonial de las colecciones bibliográficas, porque son testigos de la historicidad de cada objeto desde que es producido hasta su custodia con temporánea.

 

Palabras claves:  Procedencia, historia  del libro, historia  de las bibliotecas, patrimonio bibliográfico, cultura  escrita.

 

Una de las facetas más interesantes y emocionantes de la investigación, es la de los impredecibles hallazgos; el encuentro con noticias inéditas, con datos desconocidos hasta ese momento y, en ocasiones, imposibles de imaginar.
Martha Fernández (1988)

 

Del origen al destino

Entrar en una biblioteca  con fondos antiguos  y pasear  asombrados  por sus pasillos  nos permitirá observar  ciertos detalles. Pero en este espacio privilegiado, hojear un libro del pasado nos abre un mundo de infinitas posibilidades, entre las cuales  está adentrarnos en las diversas historias de la posesión  de objetos librescos y de quienes  los poseyeron.  La identificación  de dicha propiedad  parece  simple,  aunque  en realidad  es un asunto de naturaleza compleja porque los dueños de esos libros, al igual que nosotros, tuvieron múltiples  maneras para manifestar su aprecio o su disgusto por una lectura  o por una obra.
El interés  por la procedencia  de las colecciones  de libros que hemos heredado  ha alcanzado  mayor notoriedad en los últimos años por el desarrollo  de conocimiento  en materia  de cultura  escrita. Esta  disciplina incluye, entre  otras  cosas,  la historia  de los objetos librescos desde  su producción,  comercio y circulación, hasta  todos los actores  sociales  que participan en estos hechos; también abarca el estudio de la conformación de las bibliotecas y los lectores,  así  como las actividades de censura  y control que ejercieron  los grupos de poder sobre las obras impresas.
El conocimiento  de todas estas  temáticas requiere  del concierto  de varias  disciplinas como la bibliografía material, que tiene sus antecedentes en el trabajo de los británicos Greg,  Pollard y McKerrow desde finales del siglo XIX. La bibliografía material  ha evolucionado  notablemente desde aquella  época hasta  conformar escuelas de pensamiento como la anglosajona, la francesa, la italiana o la española. Cada una de ellas tiene particularidades propias,  pero todas comparten  un principio: el análisis de los productos de la cultura  escrita  como objetos materiales.
La  materialidad de los objetos librescos permite  apreciar  los valores textuales e históricos que cada  uno posee.  Los  valores textuales comprenden  todas las características que un objeto adquiere  en su proceso de producción  y que le proporcionan  rasgos inconfundibles. Por su parte, los valores  históricos son aquellos  elementos  que un objeto libresco adquiere  a partir de su introducción al mundo social y hasta su custodia contemporánea.
En el conocimiento de todos estos detalles también han contribuido aquellas  personas  que han escogido participar en la tarea  de catalogar esos objetos resguardados en numerosos repositorios. Sin este trabajo de conocimiento bibliográfico  que observa,  analiza y caracteriza los detalles de cada libro, impreso o manuscrito, para determinar los valores  textuales  e históricos no se podría,  por un lado,  definir  lo que hace  singular a cada objeto ni,  por otro, comprender  por qué alguno  de esos valores hacen que los objetos sean apreciados como parte del patrimonio  bibliográfico en cada país.
En efecto, una tarea tan puntual  podría parecer obsesiva e inútil,  más propia de espíritus frívolos y un poco maniacos, pero sin tal labor no podemos acercarnos a la comprensión  del proceso histórico  que cada libro ha tenido y que incluye igualmente el estado de la conservación. También da cuenta  de la vida de cada objeto y de sus vicisitudes, ya que se trata de una  cuestión  bien  simple: ningún  objeto cultural  envejece  de igual manera,  porque ha enfrentado diferentes condiciones. Al igual que otros datos,  la conservación aporta  información  sobre determinados eventos (incendios, inundaciones u otros) que a cada objeto le ha tocado padecer.
Todo este conjunto que testimonia  la historicidad de los objetos de la cultura escrita y que refiere a un orden social en el que los libros también  cohabitan  ha dado lugar  a una  mirada  particular de estudio: aquella  que distingue las marcas  en los libros.  Este tipo de huellas  están indisociablemente ligadas  a la evidencia que han dejado los lectores tanto como los bibliómanos,1  por lo que su estudio  nos introduce  en las nieblas  del pasado, donde hay pocas ocasiones  de encontrar claridad.
Quizá por tal condición esas marcas nunca dejan de ser fascinantes y poco a poco han ido cobrado mayor significación desde que algunos especialistas de la cultura escrita  han mostrado un caudal de información  que puede ayudar a individualizar y personificar el complejo acto de la lectura de las generaciones que nos han precedido.2 Entre  estos estudiosos  fue pionero Roger Stoddard3 con su trabajo de la década de 1980; pese a que el tema  no generó  en un primer  momento demasiado  impacto,  actualmente sí que ha motivado trabajos interesantes que ofrecen una atractiva línea de investigación en pleno desarrollo.4

Los diversos testimonios de historicidad

Entre  las marcas  que los objetos librescos adquieren  en su devenir  hay dos que pueden referir al acto de la apropiación  o al de la posesión.  Pero establecer una diferencia entre ambos actos no es tan fácil como podría parecer. Para dar cuenta  del posible atolladero  que estas  marcas  representan podemos ejemplificar con un caso del periodo virreinal: el de Carlos de Sigüenza  y Góngora.
Este ilustre personaje tuvo una biblioteca de casi 470 volúmenes,5 que donó a su  muerte  al Colegio  Máximo  de San Pedro y San Pablo.  Aunque se ha citado en varias ocasiones el documento,6 nunca se realizó la transcripción completa  del inventario donde se registró  esa colección  y actualmente tampoco se ha localizado  en ningún  repositorio  mexicano  o extranjero.7 Lo que sí se conoce es su testamento, que ha sido transcrito8 y donde se mencionan  varias  obras;  asimismo, se han conservado  libros que ostentan en la portada la firma de Sigüenza.9 A veces  ésta presenta una característica especial: va acompañada  de la fecha  y el precio que suponemos se refiere al momento de la adquisición; por ejemplo:  “Carlos de Sigüenza  y Góngora 1674, 8p”.10
Este dato nos permite suponer que los libros pertenecieron al sabio novohispano, pero no permiten  necesariamente afirmar  que se trata  de ejemplares leídos. Para establecer tal condición de lectura se requiere  de otros elementos, como anotaciones  manuscritas que reflejen una postura o una opinión y cuya grafía se pueda vincular directamente con Sigüenza por comparación  con los manuscritos o documentos conservados que hayan sido identificados como de su autoría. La lectura  de un libro también podría suponerse  si  el mismo  autor dejó constancia de ese  acto en su propia producción por medio de una mención directa.11

Por su parte, la identificación de la posesión de un objeto libresco parece más simple,  pero también  puede presentar complicaciones, puesto que tener  un libro  no significa de forma indefectible que una  persona se apropie de su contenido y le dé significado.12 Para empezar  se deben distinguir los diferentes testimonios que indican  la propiedad  de un objeto, y que éstos  sean legibles  o comprensibles. Después, como opción de investigación y con objeto de enriquecer el conocimiento  o permitir mayor fiabilidad  en la identificación de tal propiedad, se podría relacionar el elemento  con otro tipo de testimonio  histórico,  como serían aquellos documentos en los que se registró la propiedad de libros.
Ahora bien, las marcas de los objetos librescos son de varias  formas, y son posibles porque la disposición textual  y material de los libros manuscritos  e impresos  permite  una interacción con la sociedad  que produce y transmite esos objetos.  Si bien  los espacios “libres” de texto  son los que reciben  toda forma de impronta  social  como lugar  ideal  para todos los añadidos,13 es innegable  que también  hay manifestaciones de los individuos  ahí donde el texto ha sido depositado.  Por ejemplo el añadido,
la corrección o el tachado que pudieron hacerse  por diferentes motivos.
De esta manera podemos identificar algunas de estas improntas. En términos generales existen signos de propiedad, testimonios de lectura,14 ejercicios de escritura y caligrafía (denominadas probatio calami)15 y evidencias de censura  y expurgo. En este último caso hay que precisar que la censura no necesariamente está determinada por líneas  de comportamiento  de carácter  general (normado o no), sino también  por impulsos  personales que dan cuenta de una reacción específica ante el contenido de un objeto.16

No debemos olvidar la consideración de la encuadernación entre estas evidencias históricas, ya que sus  características también  nos permiten conocer si el libro se vendió en rama y adquirió  cierta  personalidad con la posesión,  o si fue encuadernado de origen, respondiendo  a las características del mercado en una época específica. La encuadernación es otro tema interesante de estudio que afortunadamente han emprendido otros estudiosos  con notables resultados.17
Todas estas  huellas  en su gran diversidad muestran la utilidad  y la valoración  del objeto libresco  en diferentes momentos de la historia, así como el impacto que cierta  obra o cierto autor pudieron llegar a tener.18
Aquí  queremos  enfatizar los rastros  que podemos relacionar con el acto de la posesión,  en el que una persona o institución deja testimonio  de la propiedad por cualquier  razón o motivo.19
En este sentido, los libros impresos  que hemos heredado del periodo novohispano  poseen una enorme cantidad  de marcas  de propiedad que evidencian formas completamente distintas e incluso  peculiares de tales acciones. Entre estos testimonios básicamente podemos diferenciar los que se relacionan con particulares y los de instituciones. Los tipos que encontramos  son las marcas  de fuego, los sellos, los ex  libris, los ex dono, las anotaciones  manuscritas y, en raras  ocasiones, las encuadernaciones.20
Como decíamos líneas atrás, una forma ideal de establecer el vínculo entre un objeto marcado y su poseedor requiere además localizar otro testimonio  de la posesión, como pueden  ser las  memorias  de libros  o los inventarios post  mortem.21  Desde  esta perspectiva, la propiedad sólo puede establecerse cuando la huella  del poseedor es inequívoca e inconfundible como para permitir el estudio conjunto de las dos fuentes históricas.22
En el caso de las personas como poseedoras de libros, este tipo de análisis  es extremadamente complejo, y no porque sean pocas las bibliotecas novohispanas de particulares como se ha supuesto,23 sino porque los hombres y las mujeres  de la época virreinal eran mucho más vulnerables a las sanciones de las autoridades, a diferencia de los numerosos establecimientos religiosos de la época.24  En cualquier  caso debemos aclarar que una relación  de libros sólo da cuenta  de aquellos  que se registran en un momento específico,  por lo cual no dice nada sobre los libros prestados, donados, extraviados o incluso “silenciados”.25

 

Para abrir boca:  algunos propietarios de libros en la Nueva España

Con  estas  consideraciones previas podemos acercarnos a los tipos  de marcas de propiedad (y sus características) utilizadas durante el periodo novohispano. Aquí  nos enfocaremos  a las marcas  de propiedad  que encontramos  en libros  conservados, por lo que no trataremos otro tipo de testimonios históricos. Además el breve espacio de esta reflexión sólo nos permite  mostrar unos cuantos  ejemplos de los numerosos  que existen,26 que esperamos  ilustren el enorme campo de conocimiento que representan para la investigación histórica, ya que su rastro permite acercarnos al estudio sobre las bibliotecas novohispanas.27
Ahora  bien,  entre esas  huellas  se distinguen por su singularidad las marcas de fuego, que en número y diversidad parecen estar directamente relacionadas con establecimientos novohispanos. A pesar  de que quienes las han estudiado consideran que fue un tipo de marca de propiedad empleado en España desde el siglo XVI y luego utilizada en los territorios de ultramar,28  no tenemos plena certeza  de este origen.  Con esta consideración,  los trabajos de identificación de las marcas de fuego realizados por la Biblioteca José María Lafragua entre los años 2004 y 2006, que conforman los datos de su catálogo de marcas de fuego,29 permiten  plantear nuevas  preguntas de investigación sobre tales testimonios.
Esta marca es “una señal carbonizada colocada principalmente en los cantos de estos libros mediante un instrumento metálico”.30 No tenemos ninguna certeza de cuándo comenzó a emplearse ni cuál de las órdenes mendicantes fue la primera en hacerlo.31 En efecto, la recopilación de datos de la biblioteca Lafragua también ha mostrado que existen tanto libros marcados  a fuego como solamente anotados como propiedad de un establecimiento religioso.32 La coincidencia de ambos testimonios en un solo objeto es reducida  en comparación  con los dos conjuntos  anteriores, lo que nos permite suponer que no todos los libros poseídos fueron marcados  con fuego y, por tanto, establecer una duda razonable sobre el empleo de esta marca como forma exclusiva de la propiedad.
Este  mismo  trabajo  institucional también  ha permitido  adscribir de manera más correcta las marcas de fuego a los poseedores,33 puesto que se ha partido del número de casos localizados que llevan tanto una marca como una anotación.  También se han podido determinar correspondencias en marcas que no habían sido identificadas o cuya denominación  fue equívoca.34  Es  necesario precisar que la prioridad  de esta  compilación es identificar los libros marcados  más que las marcas en sí mismas, para determinar cuántos  libros  vinculados con bibliotecas novohispanas35 se conservan actualmente en México.  Mostramos  ejemplos de este tipo de marcas en la siguiente página.
Otra marca muy conocida de posesión  libresca por antonomasia  es el ex  libris, ya que su “más sencilla expresión consiste  (y así se advierte  con frecuencia) en escribir el poseedor su nombre”.36 Por esta simple  apreciación se ha considerado como ex libris toda mención de un propietario de la naturaleza que sea, sin considerar la técnica  con que se marcó esa huella. En nuestra opinión denominar ex libris a toda marca de propiedad crea una confusión innecesaria en la caracterización de éstas, en particular cuando

Marca de fuego del Colegio de San Juan  en canto superior

Sandoval, Historias de Idacio, BEFK 16698.

Marca de fuego no identificada en canto lateral

Sylveira, Comentariorum in Apocalipsim B. Joannis Apostoli, BEFK 22221.

se considera dentro de este rubro la anotación manuscrita de propiedad37 y también al ex dono, que tienen otras características.
Como bien se ha indicado, el ex libris es “la etiqueta impresa que indica la marca de propiedad”.38 Esta condición que refiere a la materialidad de la marca es su característica primordial39 y por la cual se ha establecido que su origen se encuentra en paralelo con el de la prensa tipográfica.40

Estas piezas  han despertado  mucho interés  tanto para estudios  específicos como para el coleccionismo.41 En la Nueva  España con esta condición se puede datar su uso a partir  del siglo XVIII,42  y se dio tanto entre particulares como en instituciones; de éstas, se distinguen los ex  libris empleados  por el Convento  de San Francisco de México  y los dos que se conocen de la Biblioteca Turriana.43 Mostramos  aquí dos ejemplos de ex  libris.

EX libris  de Lucas Alamán en guarda anterior.

Acosta, Historia   natural y moral de las  Indias, BEFK 16451. También presenta anotación manuscrita en portadilla: “Ego sum qui sum et qui furus”.

Ex libris  de Isidro García
Carrasquedo en h.1v.

Vieyra, Todo>s sus sermones y obras, BEFK 24570. El tomo primero de esta edición contiene el retrato grabado del autor y lleva  el mismo ex libris, BEFK 24569.

A diferencia de lo señalado  sobre el ex  libris, los ex  dono sí pueden ser tanto impresos  como manuscritos, ya que su uso y distinción refiere a la donación de material  bibliográfico  a una institución o persona  específica, tanto antigua  como moderna.44 El ex  dono permite  establecer dos tipos de posesión: quién cede y quién recibe la propiedad. Entre los más conocidos casos de ex dono del periodo novohispano  se encuentra el impreso de Andrés  de Arce y Miranda, quien donó su biblioteca  particular  al Convento  de San Francisco de Puebla  en el siglo XVII.45 Mostramos aquí dos ejemplos, uno impreso y uno manuscrito, de este caso:

Ex dono impreso en h.2r.: “Este Libro con los demas de su libreria  dejó a este Convento de Nuestro Padre San Francisco de la Puebla el Señor Chantre  Don Andres de Arze y Miranda Electo Obispo de Porto Rico con la condicion de que en ningun tiempo se pueda vender, enagenar, prestar  o permutar,y de que no pueda salir del convento”.

Vitrian, Las  memorias de  Felipe de  Comines, BEFK 16320. Este ejemplar también posee una encuadernación de pergamino  con decoración  azul en los cantos,  marca  de fuego en canto superior del  “Convento de  las  Llagas de  Nuestro  Santo Padre San Francisco de la Puebla”, y anotación manuscrita en guarda  anterior: “El 21 de henero de 1720 se compró este libro para el Auto del Capitán Juan  Rodríguez  de Tejada vezino de esta ciudad de la Puebla de los Ángeles” y en portadilla  “Tomo primero hasta  foxas
442. Tomo 2 desde foxas 443 hasta  477”.  Este  volumen  contiene  el tomo segundo de la obra, impreso por el mismo taller y en la misma fecha, pero presenta  portada con marca tipográfica  del impresor, BEFK 51221.

An. Ms de donación en guarda anterior: “Esta obrita me la donò el Señor Licenciado Vivero, Canonigo de la Catedral de Monterrey en 30 de julio de 1810. Pedro de Eznalo”.

Avancini, Orationis, BEFK  23965.

Los sellos se emplean  desde tiempos tan remotos como la época mesopotámica  o la egipcia,  y son tan comunes en el uso jurídico como en la vida cotidiana como forma de validación de un acontecimiento específico. Por tal razón son el rastro más común que está presente  en los libros y, por ese mismo empleo, en la historia encontraremos sellos tanto antiguos como contemporáneos. También es la explicación que justifica a la disciplina dedicada  a su particular estudio: la sigilografía.46
El sello se define como “una  impronta obtenida sobre un soporte por la aposición  de una matriz  con los signos  propios  de una persona  física o jurídica  para  testimoniar la intervención directa  o delegada  de su propietario”.47 Los sellos se diferencian primordialmente por la forma en que se presentan y pueden  ser  exentos  o pendientes. Los  primeros  se encuentran colgados del soporte por diversos  medios (cintas, lazos, etcétera), mientras que los segundos se incorporan y pasan a formar parte del material escriptorio.48
Los sellos pueden ser clasificados de muchas maneras: por la materia, la forma,  el tamaño,  la categoría  y otros elementos. Aquí nos interesa resaltar  el tipo de impronta que resulta  de la aplicación  de la matriz,  con ánimo de una caracterización más genérica de los sellos que se encuentran en los libros conservados. Es necesario apuntar que esta apreciación no es la que establece el estudio especializado, que distingue otros aspectos para la identificación. Así,  encontramos  sellos  de cera (lacrado), con oblea, en seco o en tinta.
Ciertamente los sellos presentes en libros de repositorios  mexicanos, pese a su importancia para el estudio de la procedencia  y de la movilidad de las  colecciones  bibliográficas, no han sido estudiados con profundidad y por ello en ocasiones  se dificulta  su correcta identificación. Esto se complica si añadimos el conjunto de libros custodiados  en México que proceden de Europa, y por lo tanto tienen sellos de instituciones o personas extranjeras.
Los  sellos  de instituciones mexicanas de los siglos  XIX y XX son los elementos  que más atestiguan la dispersión de las colecciones dentro de nuestro propio país. Por esa razón creemos que su estudio debe realizarse conjuntamente con el de la historia  de las instituciones, en particular de las bibliotecas, temática  a la que no dedicamos  mucha atención y que tampoco parece generar mucho interés en la investigación histórica. Aquí mostramos dos ejemplos de sellos de tinta; el primero probablemente se empleó a principios del siglo XX:

Sello de tinta en portada de la
Librería del Colegio de México

Al parecer se trata del Colegio Máximo de Cristo Rey, fundado  entre  1925  y  1926 en Ysleta  (El Paso, Texas) por Camilo  Crivelli. Este mismo Colegio será refundado a mediados de los años cuarenta  en México, con el nombre legal de Instituto  Libre de Filosofía y Ciencias, A.C., conocido también  como Colegio Máximo  de Cristo  Rey. En el año 2001 cambió su nombre a Colegio de Estudios Teológicos, entidad que cerró sus actividades en 2005. Decimos que “al parecer” porque el Colegio Máximo, desde la llegada de los jesuitas a la Nueva España hasta su última salida en 1856, fue el de San Pedro y San Pablo, institución que también fue denominada como Colegio de México. Possevini, Ivdicivm, De Nuae Galli, Ioannes Bodini, BEFK 21665. El ejemplar  también tiene anotación manuscrita en portada: “Esta corregido conforme al nuevo Índice de 632” y “Collegii Mexicani Societatis Jesu Bibliothecae”.

Sello de tinta grasa en portada, no identificado.

Saavedra, Idea  de  un  príncipe  político christiano, BEFK 23829.

Finalmente encontramos   las  anotaciones   manuscritas, que  conforman un universo complejo de marcas  en los libros.  Estas huellas, como su nombre lo dice,  son evidencias de escritura manual  que en la mayor parte de los casos se hicieron con tintas metálicas, aunque existen casos puntuales en carboncillo. Es  precisamente por su diversidad que podemos encontrar  anotaciones relacionadas con la propiedad,  la lectura,  la escritura, la censura  y el expurgo,  como ya se ha mencionado.
Sin duda las anotaciones  conforman un inmenso  espacio  testimonial de la vida  de los libros  en momentos  sociales  concretos que bien  valdría un tema de investigación. Como hemos hecho algunas  precisiones sobre los diversos  tipos de anotaciones, aquí mostramos  unos ejemplos de ellas,  el primero de una institución y el segundo de un particular, que indican  la propiedad durante el periodo novohispano.

An. ms. de propiedad en h.1v.: “Desde Convento de Santa Barbara siendo Guardian Nuestro Maestro Fray  Juan  de
Santa Ana”.

Morales, Los otros libros vndécimo y dvodecimo de la Coronica General de España, BEFK 16369. También tiene marca de fuego del convento de San Antonio de Puebla (también  conocido como convento de Santa Bárbara) en canto superior e inferior, y
anotaciones  manuscritas de propiedad particular: An. ms. de propiedad en portada “Juan de Ocampo”, y en h.1v. “Racionero Juan de Ocampo”.

An. ms. de propiedad en final de la obra: “Este Lybro es del Doctor christobal de La carrera”.

Veracruz, Repertorium sententiarum, BEFK  16594. También tiene  marca  de fuego del Colegio de San Juan en canto superior  e inferior.

 

¿Es posible establecer conclusiones?

Como se puede apreciar, estos  testigos  de la posesión  libresca pueden coadyuvar  con las  investigaciones en desarrollo  que están localizando los inventarios de libros en la Nueva España, tanto de particulares como de instituciones. En  este  sentido  debemos anotar  que conservamos un conjunto  notable  de testimonios que han  sido identificados y que dan cuenta de los libros que conformaron las bibliotecas de establecimientos religiosos, tanto del clero secular  como regular.
También se ha dicho ya que marcas, ex  libris, ex  dono y anotaciones podrían relacionarse con otros testimonios históricos (como un inventario o documento de compra) en que se encuentren registrados esos mismos libros  marcados.  Así,  el estudio  de todos esos elementos  permitiría obtener una visión  más clara  de aquello que distingue y define una parte fundamental de la cultura escrita  en la Nueva España: los libros.
En  nuestro  país  falta  camino  por recorrer  en el estudio  de la procedencia  de los libros y manuscritos del pasado.  Quizá esta particularidad se deba a que no hemos prestado  la atención  que merecen  a estos rastros de historia. Es necesario cambiar esta situación básicamente por dos razones.  La  primera  es que este  tipo de evidencia es extremadamente susceptible al saqueo puntual y preciso, y la segunda es que su presencia en cualquier  objeto libresco aumenta su valoración  cultural y por tanto también económica.  Sin conocer lo que poseemos  como heredad  nunca tendremos certeza de lo que podemos perder en cualquier circunstancia.
Para reparar  tal olvido podríamos empezar  por enfatizar la importancia de registrar los diversos  testimonios de procedencia  en los trabajos de catalogación que se realizan de esos objetos, pero también  abocarnos  a la tarea de identificar y caracterizar los tipos de testimonios para normalizar  su registro,  incluyendo tamaños  y lugar de ubicación. De esta manera se estaría consolidando una herramienta útil para la investigación especializada, pues  permitiría contar  con datos fiables  para reconstruir las colecciones bibliográficas, particulares e institucionales, que diversos procesos históricos han dispersado en los repositorios  de México y el extranjero.49
Ésta  es la tendencia que se aprecia  en numerosas instituciones interesadas en identificar la historicidad de los objetos bibliográficos que custodian. Tal es el caso de la Universidad de Barcelona,50 el proyecto europeo citado y el del Instituto Getty.51  En  efecto,  lo más deseable  es desarrollar a partir  de un catálogo de las ediciones  conservadas en una biblioteca  o en un conjunto de bibliotecas otras bases de datos que integren información  textual  e imágenes  digitales sobre encuadernaciones, marcas tipográficas o ilustraciones que se interrelacionen con el catálogo principal.52 Es por tanto una tarea que involucraría numerosas disciplinas y que requiere  de desarrollos tecnológicos  para los que debemos prepararnos y formar recursos  humanos.
Esta aspiración nos conduce a otro gran problema que no hemos del todo resuelto: la catalogación  de los fondos antiguos en México bajo criterios uniformes en el marco de la colaboración y el intercambio institucionales. A diferencia de otros países  que ya llevan más de treinta  años en tan laboriosa  tarea, la aceptación  de la normativa  internacional en la materia no tiene más de seis años en nuestro país,53 lo que significa que a la fecha no tenemos certeza  de la gran mayoría  de los objetos librescos  que conservamos del periodo novohispano, y menos aún de sus valores históricos.
No obstante, el panorama  no resulta  tan desolador, ya que algunas bibliotecas mexicanas han emprendido  proyectos  de catalogación siguiendo el camino ya marcado por otros con buenos resultados.54 En esos proyectos los testimonios de procedencia no han quedado descuidados; por el contrario,  se están  registrando para proyectos  específicos o para ser recuperados  en un corto plazo. Lo lamentable es la postura de otras instituciones que siguen registrando las ediciones  de manera muy sintética, sin considerar  los elementos históricos. Esto significa que no se comprende que para conocer y en consecuencia valorar  los objetos librescos de la Nueva España se requiere de detalles  más precisos para un efectivo control del legado bibliográfico  de nuestro país.
En conjunto las marcas de propiedad muestran una diversidad de testimonios que dan prueba, y a veces con mucho detalle,  de cómo los objetos de la cultura escrita  formaron parte de la vida cotidiana  en diferentes sociedades. Cada uno de esos objetos librescos posee una historia propia que puede ser única (relacionada con una persona o una institución), pero que también puede ser múltiple y así mostrar el recorrido de un largo camino en el tiempo recolectando  elementos  que lo convierten en algo más allá de su propia naturaleza. Los objetos poseídos o simplemente marcados se transforman así de productos materiales en objetos transmitidos y valorados  por generaciones y, por tanto, en piezas  patrimoniales dignas de un aprecio cultural  que debería ser reconocido.

 

Siglas y referencias

BNMX   Biblioteca Nacional de México,  México,  D.F.
BEFK     Biblioteca Eusebio Francisco Kino de la Compañía  de Jesús, México,  D.F.

 

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Notas:

1 Son aquellas  personas  que se caracterizan por la “pasión de tener muchos libros raros o los pertenecientes a tal o cual ramo, más por manía que para instruirse. Diccionario de la Lengua Española.
2 Petrucci, Alfabetismo, p. 35.
3 Stoddard, Marks in Books.
4 Como ejemplos de ese interés tenemos obras como Pearson, Provenance; Shaw, Books and Their Owners, y un número de 1999 de la revista de la Biblioteca Nacional de Francia dedicado a los libros anotados de dicho repositorio (“Le livre annoté”). Asimismo, la organización de distintos foros para discutir el tema atestiguan la creciente importancia de los estudios  sobre la procedencia  de los materiales impresos. Destacan  en este sentido la conferencia dedicada al tema en la Sociedad Bibliográfica de América titulada Marks in Books de 1997; la reunión en 2005 del Rare Books and Special Collections Group of Chartered Institute of Library and Information Professionals (Inglaterra), para organizar  la Annual Study Conference: Whose book was it anyway? Book  ownership and provenance; la reunión de especialistas en Munich titulada “Early printed books as material  objects”, Meetings  for Experts, Bayerische Staatsbibliothek, agosto de 2009, y finalmente  el espacio en la red del Consortium of European Research Libraries (cerl) dedicado a los estudios  de procedencia  en los libros, en http://www.cerl.org/web/en/ resources/provenance/main (consulta: febrero de 2009).
5 Díaz y de Ovando, El Colegio Máximo, p. 33.
6 Por ejemplo en Pérez Salazar, Rojas Garcidueñas, Irving, Trabulse y otros.
7 Hay quienes  consideran que es un testimonio  irremediablemente perdido. Véase  Burrus, “Clavigero and the lost Sigüenza y Góngora manuscripts”, p. 62.
8 Pérez Salazar, Biografía de D. Carlos de Sigüenza y Góngora, pp. 161-194.
9 Existen cuando menos cinco ejemplares con anotación  manuscrita de Sigüenza  en la Biblioteca Nacional de México y cinco más en otras instituciones del país.
10 Regius, Ultrajectini [p]hilosophia naturales, BNMX rfo 2367. Anotación  en portada.
11 El Doctor José Luis Ruvalcaba, del Instituto  de Física de la unam, ha realizado estudios con la técnica  pixe (emisión  de rayos  X inducida  por partículas) de un ejemplar  que lleva la firma de Sigüenza  y numerosas anotaciones  manuscritas en el interior. Así, ha determinado  que la rúbrica  y los datos que la acompañan poseen como ingrediente el cinabrio, además  de aquellos  que son característicos de las tintas  metálicas. De esta manera  también  se comprobó que las anotaciones  interiores no tenían  esa particular composición  y por tanto no pueden atribuirse a la misma  mano. El estudio se realizó en el libro de González  Dávila, Teatro eclesiastico, BEFK 16371. Pueden consultarse la técnica y sus resultados en Ruvalcaba Sil, “El estudio no destructivo”.
12 Roger Chartier ha insistido en esta diferencia en varios de sus trabajos.
13 Torné, “La mirada del tipógrafo”, p. 158.
14 Para conocer diversas formas de manifestación del acto de la lectura es recomendable leer el trabajo de Navarro Bonilla, “Las huellas de la lectura”, pp. 243-287.
15 Navarro Bonilla, “Manifestaciones gráficas”, p. 166.
16 Por ejemplo, puede observarse que en algunos libros impresos con grabados de desnudos alguien  ha “vestido” las imágenes. Como ejemplo, Brant,  De stultifera navis, BEFK 19451.
17 Podemos distinguir aquí obras de carácter  general  como Bermejo, Álvarez et al., Enciclopedia de  la encuadernación, y el Catálogo de encuadernaciones de la Biblioteca Británica.
18 Véase Hayward, “The location of copies”, pp. 8-14.
19 Mendoza Díaz-Maroto, La pasión por los libros, pp. 142-156.
20 Los estudios  realizados a la fecha por Lucía Torner y Thalía Velasco  de la Escuela Nacional  de Conservación y Museografía (inah) han mostrado que la mayoría  de las encuadernaciones distintivas provienen  de Europa y que solamente  ciertas  encuadernaciones datadas en los siglos XVI y XIX podrían atribuirse a manufactura local. Sin embargo, la falta de estudios sobre encuadernaciones conservadas en México no permite todavía atribuir  una encuadernación a un poseedor específico.
21 Cada inventario de libros es conocido genéricamente como “memoria de libros” cuando se trata de un registro institucional o comercial, e “inventario post mortem” cuando se trata de la relación de los bienes de una persona, entre los que también se encuentran libros.
22 Tal es el caso de Melchor Ocampo, cuya biblioteca  fue inventariada a su muerte  en 1861 y legada al Colegio de San Nicolás en Michoacán. Actualmente lo que queda de esta biblioteca, que estaba compuesta por 490 volúmenes, se conserva en la Biblioteca Pública  de la Universidad Michoacana de San Nicolás  de Hidalgo. El estudio  de esta colección bibliográfica ha relacionado los libros registrados en la testamentaria con los conservados en la biblioteca  universitaria. Herrera  Peña, La biblioteca de  un  reformador, pp. 30-32.
23 Carreño Velázquez, Marcas de propiedad, p. 20.
24 En este  sentido  los estudios  contemporáneos  sobre bibliotecas particulares en la Nueva  España, han mostrado que son bastantes más de las que se creían  y que sus contenidos  abarcan  prácticamente todos los temas que se publicaban, y también que los lectores novohispanos estaban actualizados en la oferta editorial de su época.
25 Infantes, Del libro áureo, p. 181.
26 Actualmente estamos  desarrollando una metodología que nos permita  caracterizar cada grupo de marcas de propiedad, para identificar y describir de forma normalizada. Esta investigación se acompaña de fotografías  digitales para ejemplificar los tipos de marcas localizados  y así favorecer estudios posteriores.
27 Como es bien sabido, el conjunto de todas estas  bibliotecas solamente  ha sido abordado de forma general por Osorio Romero en su Historia de las bibliotecas novohispanas. De forma particular existen numerosos  estudios  realizados a la fecha. En éstos se observa  mayor interés  por las bibliotecas particulares que por las institucionales. Un acercamiento a los trabajos realizados sobre esta temática  puede verse en García, “Suma de bibliotecas novohispanas”.
28 A la fecha han sido localizadas marcas  de este tipo en España, Italia  y Perú. Sólo las italianas fueron dadas a conocer por Barbieri, “Marcas de fuego”, pp. 249-258, aunque no se ha establecido si son anteriores a las novohispanas. Por su parte, las noticias  de los casos español y peruano proceden de comunicaciones personales con otros investigadores. Puede verse un estado de la cuestión sobre las marcas de fuego en México en García, “Libros marcados con fuego”, pp. 272-273.
29La biblioteca  Lafragua es una dependencia de la Universidad Autónoma  de Puebla, cuyo catálogo de marcas de fuego se encuentra disponible  en  http://www.marcasde- fuego.buap.mx/.
30 Definición  elaborada por Manuel de Santiago Hernández, director de la Biblioteca La-fragua.
31 Las marcas de fuego también han sido estudiadas con el mismo método pixe por el doc- tor Ruvalcaba Sil y su estudio no ha podido determinar esta datación por la naturaleza del objeto de estudio (evidencia de carbón).
32 La casuística también ha mostrado un número importante de libros marcados con fuego que pueden relacionarse con particulares entre los siglos XVIII y XIX como Francisco Uranga, J.M. Chávez y Villaseñor, Felipe Belasco de la Torre y Melchor Ocampo.
33 La correcta  vinculación con los poseedores  institucionales se posibilita porque un grupo de las marcas  que podemos denominar  epigráficas refieren  a una institución particular (v. gr. “Sn. Fco. D. Mexico”), mientras que las otras que podemos denominar figurativas poseen elementos  iconográficos  que se han relacionado  con una orden específica (v. gr. el monte con la cruz de los carmelitas o el corazón cruzado de los agustinos).
34 El trabajo de la biblioteca Lafragua es la base del proyecto “Catálogo Nacional de Marcas de Fuego” que actualmente se realiza con el concierto de varias instituciones públicas y privadas. En éste se mantiene el supuesto de propiedad hasta que la recopilación de datos indique  otra posible  teoría de empleo. Véase  Salomón Salazar,  Proyecto: Catálogo Nacional de Marcas de Fuego.
35 Esta denominación es la más común que se ha empleado y refiere a repositorios bibliográficos de instituciones fundadas tanto por el clero regular como por el clero secular, lo que implica que comprende otro tipo de bibliotecas que no formaron parte de conventos novohispanos, sino también de colegios y seminarios.
36 Bouza, El ex libris, p. 30.
37 Véase Torre Villar, Ex libris y marcas de fuego, p. 25; Mendoza Díaz-Maroto, La pasión por  los libros, p. 142; Carreño  Velázquez, Marcas de  propiedad, p. 31; Bouza, El ex libris, p. 39. Este último autor refiere a una clasificación del conde de Colombí que también consideraba como ex libris los súper libros.
38 León, Ex libris de bibliófilos mexicanos, p. 67.
39 Delgado Casado, Los ex libris españoles, p. 5. Por ex libris se entiende una “etiqueta o sello grabado que se estampa en el reverso de la tapa de los libros, en la cual consta el nombre del dueño o el de la biblioteca a que pertenece el libro, Diccionario de Lengua Española.
40 Pearson, Provenance Research. p. 54
41 En México, despues  de la colección de Nicolás  León, sólo existen dos colecciones  de ex libris que fueron compiladas en el siglo XX. Son las de Guillermo Tovar y de Teresa y José Ignacio Conde. La primera ha sido adquirida  por la Universidad Iberoamericana y fue expuesta al público al tiempo de la publicación del Catálogo. La segunda colección, que proviene de la biblioteca de Conde, es custodiada actualmente por la Biblioteca del Instituto  Mora y no se ha estudiado ni catalogado, aunque los ex libris se conservan en cajas y micas especiales en el Fondo Antiguo de esa institución. Se ha estimado que se compone de 800 piezas, que comprenden aproximadamente el periodo de 1920 a 1950 y fueron compradas en España, Francia, Portugal, Italia y Brasil.
42 León, Ex libris de bibliófilos mexicanos, p. 67, y Teixidor, Ex libris y bibliotecas de México, p. XXVIII.
43 León, Ex libris de bibliófilos mexicanos,  pp. 71 y 81.
44 Véase Labarre, Historia del libro, p. 99. Se entiende por ex dono la “indicación especial que llevan algunos libros en la que se hace constar que fueron donados”. Martínez  de Sousa, Diccionario de bibliología, p. 404.
45 Esta evidencia histórica ha permitido  reconstruir parte  de la biblioteca, ya que a la fecha no se ha localizado  su inventario. Véase  Salazar  Ibargüen, Una  biblioteca virreinal.
46 La sigilografía se entiende  como una ciencia  histórica de carácter  autónomo, relacionada con otras disciplinas del conocimiento. Implica  el estudio científico  de los sellos empleados por el hombre “como instrumento o medio adecuado para autorizar  y validar la documentación  pública (oficial) y aun la privada”. Riesco Terrero, Introducción a la sigilografía, p. 5.
47 Carmona de los Santos, Manual de sigilografía, p. 15.
48 Tamayo, Archivística, p. 274.
49 Un ejemplo interesante a seguir  en el aspecto de la identificación y la caracterización de repositorios  es el realizado  por el Gruppo di lavoro sulle  provenienze coordinato dalla Regione Toscana e dalla Provincia autonoma di Trento. Ver Cestelli y Gonzo, Provenienze, pp. 23-37.
50 Rueda y Ruiz, “Towards a Provenance”.
51 Provenance Research, http://www.getty.edu/research/conducting_research/provenance_index/.
52 Un buen ejemplo de este tipo de catálogos es el de procedencia  de libros antiguos  de la Bibliothèque Municipale de Lyon, http://www.bm-lyon.fr/trouver/basesdedonnees/ base_provenance.htm.
53 Nos referimos a la norma isbd (A).
54 Verguer Arce, “La Biblioteca de Reserva de la Universitat de Barcelona”.