Cuando los estudiantes quisieron hacer revoluciones

Sergio Valerio Ulloa

Universidad de Guadalajara

valerio601223@yahoo.com.mx

 

Reseña del libro de

Sergio Arturo Sánchez Parra, Estudiantes en armas. Una historia política y cultural del movimiento de los enfermos (1972-1978), Culiacán, Universidad Autónoma de Sinaloa,

2012, 514 p.

 

Los revolucionarios que no saben combinar las formas ilegales de lucha con todas las formas legales son malísimos revolucionarios.

Lenin1

 

 

Tuve la fortuna de acompañar en sus primeras etapas la elaboración de este libro, desde que se presentó como proyecto de tesis, y después en la presentación de sus primeros avances en el seminario del área de Historia del Doctorado en Ciencias Sociales de la Universidad de Guadalajara, siempre bajo la atinada dirección de Elisa Cárdenas. Muchas de las discusiones de ese entonces, la bibliografía recomendada y los enfoques están incorporados en el texto que reseño en esta ocasión. El libro de Sergio Arturo Sánchez Parra es una contribución muy importante para la historiografía nacional y sinaloense en particular, pues es producto de una amplia y profunda investigación sobre el movimiento estudiantil y la guerrilla en Sinaloa durante la década de 1970. Dicha investigación tiene como base una revisión bibliográfica exhaustiva sobre el tema y una búsqueda impresionante en fuentes de primera mano; entre éstas se pueden enlistar periódicos locales de Sinaloa y nacionales, así como entrevistas

a varios de los actores involucrados, además de una amplia consulta de archivos nacionales y locales.

Como sucede en casi todos los temas historiográficos, quienes escribimos historia nunca partimos de cero, siempre hay alguien que lo hizo antes que nosotros. En el caso de la violencia política y de los movimientos armados en el continente americano se ha escrito muchísimo. No hay un país o una región del continente que no haya experimentado y presenciado la violencia política en algún momento de su historia. Sánchez Parra nos dice que este fenómeno ha sido generalizado y endémico durante los dos últimos siglos, pues la violencia se ha expresado de diferentes maneras. Las causas de esos conflictos sociales han sido diversas, como lo han sido los mecanismos a través de los cuales los grupos descontentos han canalizado su inconformidad.

Sobre los movimientos armados se han generado varios discursos que tratan de contar su historia, analizar sus causas o sus logros y significados. Los primeros en escribir sobre estos movimientos son los propios actores involucrados, sean partidarios u opositores, los testigos, los escritores y periodistas contemporáneos o los gobernantes. Todos ellos elaboran o construyen una imagen de la realidad que están viendo y experimentando, a la cual le tratan de dar un sentido, una explicación y una interpretación, para de ahí sacar conclusiones y poder actuar sobre dicha realidad. Toda la documentación de primera mano tiene este carácter, e incluye visiones muy particulares sobre los mismos hechos, acontecimientos o procesos, las cuales dependen de la posición, la ideología o el lugar social, económico, político y/o cultural que cada individuo ocupe en la sociedad, como bien lo dice Sánchez Parra, siguiendo a Roger Chartier.2

Inmediatamente después de finalizado el periodo en el que se llevó a cabo el movimiento armado en cuestión, se produce otra serie de discursos: de un lado, el de los vencedores, la versión oficial de lo que pasó con toda su censura, deformación y ocultamiento de información; de otro, el de los vencidos tratando de rescatar la experiencia vivida del olvido, de la tergiversación oficial y de la censura; es cuando los actores sobrevivientes escriben sus memorias, todavía muy afectadas del sentimiento y del compromiso ideológico, producto de las heridas provocadas en la batalla. Ambas versiones siguen siendo muy opuestas y contradictorias, se elaboran representaciones todavía muy cargadas y deformadas por su posicionamiento político e ideológico.

Después de un largo tiempo transcurrido desde los hechos relatados, cuando dos o tres generaciones han pasado y los conflictos entre los actores han aminorado en intensidad o de plano han desaparecido, las nuevas generaciones de historiadores o estudiosos de los movimientos armados logran elaborar una historia más “objetiva” y desapasionada; la historia ya no se basa en la memoria ni el testimonio directo de los actores involucrados, sino en una seria investigación con pretensiones científicas, académicas o realistas, y el deseo de conocer la verdad sobre el pasado en cuestión. Lo cual no quiere decir que esta nueva representación esté libre de sesgos ideológicos o políticos, pero sí que éstos son muy diferentes de los que estaban en juego al momento en que se dieron los enfrentamientos. El historiador en la actualidad no se puede desprender de la visión del mundo y de la cultura que tiene, y con ella elabora, analiza e interpreta los hechos del pasado, con su investigación y métodos produce una imagen del pasado que pasa por el filtro de sus propias ideología y cosmovisión.

El valor del texto de Sánchez Parra consiste en que es producto de la distancia tanto temporal como ideológica-política, pero además, del compromiso de llegar a la verdad a partir del método historiográfico, mediante la interrogación de diversas fuentes y testimonios, así como a partir de la explicación, interpretación y discusión teórica.

Para elaborar esta nueva historiografía, en cierta medida desapasionada y sin compromisos políticos e ideológicos directos y comprometida con la verdad histórica se ha tenido que recurrir a una gran cantidad de fuentes hemerográficas, documentales y testimoniales, pero sobre todo ha sido a partir de la apertura de los archivos secretos de la Secretaría de Gobernación y de la Defensa Nacional que se pudo completar gran parte de la información que antes permanecía oculta o censurada por el Estado.

En el ambiente políticamente tolerante de las últimas dos décadas se ha experimentado un boom de la historiografía y de la literatura en torno a los movimientos armados de la década de 1970. Según dice el autor, esto se debió al afán de documentar un pasado reciente que se desconocía en buena medida y a la búsqueda de la justicia, de reparación del daño a las víctimas de la guerra sucia que desplegó el Estado en la década de los 70 del siglo pasado. De esta manera han ido apareciendo buenos y sólidos estudios sobre las guerrillas en los estados de Guerrero, Chihuahua, Jalisco, Oaxaca, Sinaloa y Nuevo León.

Sobre el caso específico de la guerrilla en Sinaloa, Sánchez Parra hace su análisis a partir de un recorrido por la historia de la cultura política universitaria y estudiantil desde el surgimiento en 1873 del Colegio Civil Rosales y de la Universidad Autónoma de Sinaloa (uas) durante el siglo xx. Con esto el autor demuestra que los movimientos estudiantiles de la década de 1970 no aparecieron de manera espontánea, sino que formaron parte de una tradición cultural y política que tiene su explicación en la historia local y regional, y más específicamente en la historia de las dos instituciones sinaloenses mencionadas. A partir de ellas se dan las formas de sociabilidad y de asociación que fueron de gran importancia en la educación y en la formación política de los estudiantes y de los profesores universitarios.

En ese espacio académico, político y cultural universitario se dan varias luchas que relata y explica el autor: la organización de los estudiantes en la Federación de Estudiantes Universitarios de Sinaloa (feus), la lucha por la reforma universitaria, la lucha por los espacios públicos y la confrontación política entre proyectos e imaginarios de los distintos grupos que confluyen en los espacios universitarios físicos y en el espacio público, a través de la prensa y de los discursos. En este ambiente abigarrado de confrontación y de formación de identidades e imaginarios políticos y culturales se da a principios de la década de 1970 la radicalización de un grupo de estudiantes universitarios que de alguna manera, rompen o marcan un parteaguas con la cultura local universitaria y con la cultura política sinaloense. A este grupo se les denominó los enfermos, y son ellos el objeto y el eje central de la investigación.

Según Sánchez Parra, la aparición del movimiento estudiantil radical de los enfermos se explica por múltiples factores y causalidades; entre ellas destacan cuestiones económicas estructurales como el agotamiento del modelo económico implementado por el régimen priista denominado “desarrollo estabilizador” y la crisis económica de los años de 1970; por otro lado, hay factores políticos que también aportan parte de la explicación, como la esencia de un régimen autoritario, represor y antidemocrático, que no daba espacios para las expresiones políticas opositoras o disidentes dentro de las formas legales. Esto se manifestó en continuas represiones de los movimientos sindicales, campesinos, profesionales y estudiantiles. La crisis y la represión del movimiento estudiantil de 1968 y 1971 fueron ejemplos claros de que el Estado mexicano no estaba dispuesto a permitir la disidencia ni los movimientos opositores por la vía democrática, legal y pacífica.

Aunado a ello, Sánchez Parra sostiene que los grupos radicales vieron en las revoluciones cubana y china ejemplos de que era posible, necesario e inevitable el derrocamiento del sistema capitalista y la instauración del socialismo en los países latinoamericanos, y que México no era la excepción. La estrategia del foco guerrillero y la guerra de guerrillas se fijaron en el imaginario de los grupos radicales de izquierda como una vía posible para derrocar al régimen priista y al capitalismo en México. Todo lo anterior fue interpretado por parte de los grupos radicales como señales claras y contundentes de que la única alternativa era el recurso de la vía armada y la formación de grupos guerrilleros con el objetivo de derrocar al régimen establecido.

El autor reconstruye la herencia intelectual leninista que inspiró a la Liga Comunista 23 de Septiembre, y el papel que desempeñaron los enfermos de Sinaloa dentro de esa organización guerrillera. Los enfermos primero tuvieron que disputar sus espacios y la dirección del movimiento estudiantil dentro de la uas frente a otros grupos estudiantiles, y hacia afuera de la universidad con otros grupos y partidos políticos como el pri, el pan y el pcm, y contra el Estado.

Sánchez Parra explica las estrategias de lucha, los intentos insurreccionales, las formas de organización y sus actividades guerrilleras, su auge y su decadencia como movimiento armado y finalmente su derrota, a partir de las estrategias seguidas por el Estado mexicano, entre las cuales estuvo el enfrentamiento directo, la labor de espionaje e infiltración, la reforma política de 1977 y la ley de amnistía a todos aquellos presos políticos y participantes de los grupos guerrilleros. Esto provocó la pérdida de dirigentes históricos, las escisiones internas y el abandono de la lucha armada por parte de los miembros de la guerrilla urbana. Todos esos procesos, afirma el autor, determinaron que la Liga Comunista 23 de Septiembre, desde mediados de 1974 hasta 1978, viviera en Sinaloa una historia marcada de altibajos. Los golpes de todo tipo propinados por las autoridades y las divisiones internas provocaron que sus iniciativas y estrategias se caracterizaran por su aislamiento y escaso impacto social local.

Así pues, la tesis central del autor del libro es que a partir de la primavera de 1973 y hasta mediados de 1978 los fines para los que se utilizó el espacio público fueron diferentes de los del periodo anterior, cuyo objetivo principal había sido lograr la Reforma Universitaria. A partir de 1973 comenzó a aparecer en el espacio público un proyecto político que de manera armada y simbólica pretendía hacer la revolución e instaurar el socialismo en Sinaloa y en el país. Esto se divulgó o se hizo público a partir de una vasta producción textual que exponía los fines y objetivos del grupo. Su periódico clandestino, Madera, fue el medio para difundir las razones de ser y el proyecto político, además de ser el contacto con las masas y la opinión pública, a las que trataba de educar políticamente. De esta manera los enfermos y la Liga Comunista 23 de Septiembre se convirtieron en un tema y en un referente obligado para todos los actores políticos en la arena pública mexicana.

Cabe preguntar: ¿Cuál era la enfermedad de los enfermos? Sánchez Parra asevera que no se sabe con exactitud cuándo apareció en el firmamento universitario de Sinaloa el grupo estudiantil radical denominado los enfermos, pero que era un grupo perteneciente a la feus. Postula que el adjetivo enfermo probablemente nació en los álgidos debates que llevaban a cabo las distintas organizaciones estudiantiles, y que el mote de enfermos se utilizó para descalificar de forma peyorativa a los grupos de activistas que ya no enarbolaban demandas reformistas y autonomistas para la uas, sino que querían incorporar a la universidad a la lucha de la transformación social. Asegura el autor que el nombre de enfermos proviene de Lenin, quien lo adjudicó a las conductas radicales que asumieron integrantes de los partidos comunistas inglés, holandés y, sobre todo, alemán. Lenin rechazaba y condenaba a estos grupos por ser “un nocivo revolucionarismo pequeño burgués”, opuesto a la participación política por vías legales, ya que reivindicaban como única vía la acción directa y armada. La referencia a este término proviene del texto de Lenin.3

Así pues, la enfermedad del infantilismo de izquierda se refiere al voluntarismo vanguardista, a la ingenuidad y la irresponsabilidad de dirigentes inexpertos, desligados de las masas; a la falta de un análisis serio para saber muy bien cuál era la relación de fuerzas con el fin de diseñar las tácticas y las estrategias más apropiadas para el movimiento proletario y para el triunfo de la revolución socialista. Sin embargo, los enfermos de Sinaloa no se dieron por aludidos por esa definición que daba Lenin de “la enfermedad infantil del comunismo de izquierda”; más bien los sinaloenses se mostraban orgullosos de estar enfermos, y hasta lo presumían, se asumían como enfermos, pero para ellos su enfermedad provenía de la inoculación del “virus rojo del comunismo” y se autodenominaban vanguardia del proletariado. Curiosamente, esta cuestión de la enfermedad por el “virus rojo” también la sacaron los enfermos sinaloenses del mismo texto de Lenin.4

¿Cuál era el diagnóstico correcto de la enfermedad de los enfermos sinaloenses: “el virus rojo del comunismo” o “el infantilismo de izquierda”? Según mi punto de vista, estaban más cerca de lo segundo que de lo primero. El desarrollo de los acontecimientos y los resultados le dieron la razón a Lenin: era una vanguardia sin apoyo de las masas, voluntarista e ingenua, que no supo medir la correlación de fuerzas entre ellos, el Estado y los grupos de la sociedad, y en palabras de Lenin: “unos malísimos revolucionarios”.

 

1 Lenin, “La enfermedad infantil del ‘izquierdismo’ en el comunismo” (1920), Lenin, Obras escogidas, Moscú, Progreso, 1977, t. xi, pp. 1-85.

2 Roger Chartier, El mundo como representación. Historia cultural: entre práctica y representación, Barcelona, Gedisa, 1999.

3 Lenin, “La Enfermedad”, pp. 1-85.

4 Lenin, “La Enfermedad”, pp. 82-83.