Reseña Los hombres de la nación. Itinerarios de progreso económico y el desarrollo intelectual, Puerto Rico en el siglo xix Leticia Bobadilla González1 1Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Email: letibobadilla@yahoo.com.mx Recibido: 27/10/2014 Aceptado: 22/11/2014 Reseña del libro de María Teresa Cortés Zavala, Los hombres de la nación. Itinerarios de progreso económico y el desarrollo intelectual, Puerto Rico en el siglo xix, Morelia, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo - Coordinación de la Investigación Científica, Ediciones Doce Calles S. L., 2012, 176 p.

María Teresa Cortés Zavala es una investigadora que desde hace muchos años ha abordado la historia intelectual y cultural de Puerto Rico. Tiene en su haber obras sobre el pensamiento liberal decimonónico de escritores, políticos, periodistas y viajeros, y ha analizado publicaciones periódicas, obras científicas, literarias y filosóficas. Este libro conjuga la historia de dos liberales promotores del pensamiento reformista, con un claro programa tendiente a lograr la prosperidad económica y el desarrollo educativo de la isla hacia la segunda mitad del siglo xix.

Esos liberales de ideas fisiocráticas eran Román Baldorioty de Castro y José Julián Acosta, quienes consideraban que la riqueza de Puerto Rico se concentraba en la agricultura y el comercio; ambos promovieron ideas de avanzada y se manifestaron a favor de la abolición de la esclavitud. María Teresa Cortés los identifica como intelectuales reformadores, promotores del desarrollo científico y de las actividades agrícolas. Baldorioty impulsó proyectos educativos para el desarrollo científico, pero inspirado en el positivismo comtiano promovió el paradigma del desarrollo como única vía para sumarse al concierto internacional que inspiraba la idea de lo moderno. José Julián Acosta se dedicó a reconstruir la memoria histórica de Puerto Rico. Se puede hablar de una escritura continua en ambos intelectuales, partícipes de los procesos de construcción del Estado nacional puertorriqueño, de lo cual dejaron constancia en su escritura política y científica en los periódicos Asuntos de Puerto Rico, El Derecho, La Crónica, El Progreso, La Razón, El Agente, La revista de Agricultura, Industria y Comercio y La Azucena.

Ambos personajes fueron contemporáneos, viajaron a Europa y tuvieron una formación intelectual similar; sin embargo, Baldorioty se inspiró más en las ideas del republicanismo, mientras que José de Acosta fue un asimilista. Los dos defendieron la abolición de la esclavitud y promovieron la puesta en marcha de una economía basada en el trabajo libre. Ambos fueron también periodistas e impresores independientes y de ideas autonomistas.

Acosta escribió un tratado de agricultura aplicado a los cultivos intertropicales y creó un programa para la enseñanza de la geografía y la agricultura para jóvenes. Nos dice María Teresa Cortés: “su contribución a la historia puertorriqueña es inapelable, su obra escrita constituye uno de los aportes trascendentales en la conformación de un discurso de la identidad histórica boricua”. Sin embargo, por sus ideas políticas Baldorioty fue castigado con la difamación y perseguido, debido a su participación junto a Segundo Ruiz Belvis y Mariano Quiñones en la redacción del informe sobre la abolición inmediata de la esclavitud en la isla de Puerto Rico, presentado a la Junta de Información sobre las reformas. Más aún, fue encarcelado en 1868 acusado de deslealtad al régimen colonial. Ambos intelectuales pensaron que era posible definir a la comunidad puertorriqueña, y en este intento imaginaron la nación y el Estado.

El presbítero Rufo Manuel Fernández Carballido influyó en la formación de los jóvenes Baldorioty y Acosta, pues envió a sus discípulos a la Universidad Central de Madrid con el propósito de que se prepararan para establecer a futuro las bases de un programa pedagógico-educativo en Puerto Rico. Baldorioty ingresó en la Sociedad Económica de Amigos del País, asociación donde se difundían nuevas ideas sobre conocimientos científicos y técnicos. María Teresa Cortés describe las redes de amistad que entablaron en Madrid con otros intelectuales como el poeta Manuel José Quintana, Domingo del Monte, Ramón de la Sagra, José Antonio Saco, Rafael María de Labra, Martínez de la Rosa, Pacheco y Olózaga. En la biblioteca de Domingo del Monte leyeron la obra de Abbad y Lasierra. Allí comenzaron sus ideas antiesclavistas y sus contactos con estudiantes como Ramón Emeterio Betances, futuro independentista puertorriqueño, autor del llamado Grito de Lares en 1868.

 A su regreso de Europa, Baldorioty y Acosta se vieron involucrados en actividades de desarrollos tecnológicos de impacto local, visitaron haciendas azucareras y contribuyeron al análisis de tierras en los campos puertorriqueños, así como a la exploración de la isla de Mona y Monitos en busca de guano. Formaron una Sociedad Recolectora de Documentos Históricos para la historia de Puerto Rico. Colaboraron en el estudio y la aclimatación de plantas para investigar enfermedades en la caña de azúcar. Participaron en la fundación de la Escuela de Comercio, Agricultura y Náutica. De ahí salieron proyectos para lograr el crecimiento económico y modelos para sanear las crisis cíclicas que presentaba la producción azucarera ante la falta de mano de obra capacitada.

Para Baldorioty era importante que los hacendados y comerciantes puertorriqueños estuvieran organizados y tuvieran bancos y cajas de ahorro que les permitieran acrecentar sus riquezas y contar con capital para la inversión. Creía que si se incorporaba a los graduados de sus programas al mercado laboral, la innovación tecnológica en el campo y la cultura agrícola serían beneficiadas. Se impulsaron actividades de fomento económico y comercial, como la organización de ferias y exposiciones agrícolas; las ferias servían para exponer productos de toda clase, muestras de ganado vacuno y caballar, industria y artes, y se hacían verbenas populares; estas ferias y exposiciones fueron consideradas “ferias del progreso”. Se dice que Baldorioty asistió a la Exposición Universal de París en 1855 y de ello derivó una memoria muy significativa.

Gracias a María Teresa Cortés sabemos que Baldorioty y Acosta formaron parte de un grupo de reformadores criollos liberales con ideas republicanas, antiesclavistas, autonomistas y luego separatistas, y además usaron el periodismo como un medio eficaz de trasmisión de sus ideas. En ese grupo se encontraba José Gualberto Padilla, Ramón Marín, José Gautier Benítez, Juan Francisco Torrefuerte y José Pablo Morales. Sus propuestas para mejorar los procesos productivos iban dirigidas a los hacendados pequeños y medianos, pero chocaron con los intereses de otro grupo opuesto, formado por los administradores de la isla y por un grupo de conservadores criollos y peninsulares esclavistas, y funcionarios medios de la administración central -ingenieros, militares, burócratas, intermediarios-. Éstos veían a la Escuela de Agricultura impulsada por Baldorioty como el lugar donde se formaban los futuros “disidentes del régimen”, y Baldorioty fue acusado de ser “desafecto al régimen”.

Dicen que nadie es profeta en su tierra. Baldorioty fue a Santo Domingo y ahí fundó la Escuela de Náutica y pudo desempeñar sus tareas de pedagogo como tanto anhelaba. Dirigió el periódico La Crónica. Antes, en Puerto Rico, había dirigido El Derecho. Por cierto, La Crónica fue el primer vocero autonomista; desde ahí se reorganizaron el Partido Liberal Reformista y el Partido Autonomista Puertorriqueño en 1887. Baldorioty fue autonomista, creía en la gestión política y administrativa para la modernización de Puerto Rico a partir del libre cambio, la creación de infraestructura en caminos, el crédito agrícola, la creación de un mercado interno y la mecanización de la industria azucarera. Consideraba establecer un nuevo orden educativo basado en las artes, la ciencia y la industria. Este pensamiento se vio reflejado en sus Memorias sobre la exposición de París, publicadas en 1867. María Teresa Cortés lo define como un hombre de letras y de ciencia. Su crítica del Estado español se centraba en el rechazo de éste a conceder libertades políticas y al exceso de la burocracia administrativa.

Por su parte, José Julián Acosta es presentado por la autora como un constructor de la memoria histórica de Puerto Rico. Fue un reformista liberal nacido en San Juan en 1825 y aficionado desde joven a las ciencias naturales. En París, junto a Baldorioty, asistió a las cátedras del Museo de Historia Natural. Viajó a Berlín y Londres y fue discípulo de Senarmont, Vejar y Boussingault, éste un prestigiado naturalista francés fundador de la química agronómica moderna. Junto a Baldorioty, contribuyó a fomentar la agricultura y la innovación tecnológica en Puerto Rico y también participó en la Sociedad Económica de Amigos del País. En 1870 asistió a la fundación del Partido Liberal Reformista y se opuso al poder colonial. El pensamiento de José Julián Acosta es de corte más moderado que el de Baldorioty. Escribe la autora:

después de la división que vivió en su interior el Partido Liberal Reformista, la supresión de la esclavitud en 1873, y de ser nombrado diputado a Cortes en 1879, se retiró de la política para dedicarse de lleno a las labores culturales y a la educación, y ser catedrático de Agricultura hasta el año de su muerte en 1891.

José Julián Acosta escribió más sobre el paisaje y la naturaleza de Puerto Rico, y estableció las diferencias entre la vida en la metrópoli y la isla caribeña, así como entre los peninsulares y los criollos. De joven escribió una bitácora, Viaje a Madrid. Con sensibilidad para la escritura, describió las ciudades de Cádiz, Jerez, Sevilla y Córdoba, recreando ambientes sociales y culturales. En Sevilla estableció contacto con liberales como José de Hazeta, Monseñor Cisneros y Alberto Lista. En Madrid asistió a las veladas del Ateneo Científico, Literario y Artístico, donde asistían intelectuales y políticos. También estuvo en las tertulias organizadas por Domingo del Monte que eran frecuentadas por Martínez de la Rosa. Conoció al exdiputado a Cortes Ramón de la Sagra, quien influyó en su interés por la historia de la ciencia, y a Antonio Saco Isla, quien lo influyó en los estudios de historia natural. Por el poeta cubano Domingo del Monte tuvo acceso a la obra de Íñigo Abbad y Lasierra sobre la isla de San Juan Bautista. Fue miembro de la Sociedad Recolectora de Documentos de la isla de San Juan Bautista de Puerto Rico, cuyos miembros “partían de la idea cientificista o positivista de que en los documentos del pasado se concentraban los argumentos que les permitirían explicar las causas del atraso económico, político y social de su tierra natal, así pensaban O’Reilly o Íñigo Abbad y Lasierra”. Al respecto, resultó un hecho significativo que en 1854 Alejandro Tapia editara la Biblioteca Histórica de Puerto Rico, la cual fue considerada como la construcción de un relato fundacional de la “puertorriqueñidad”.

José Julián Acosta, en Madrid, frecuentaba la casa de Ramón Emeterio Betances, quien para ese entonces era estudiante de medicina. Su primer trabajo publicado llevó por título Francisco José de Caldas, naturalista neogranadino, obra dedicada a sus mentores Rufo Manuel Fernández y Lucas de Tornos. Acosta también conoció a Alejandro de Humboldt y conversó con él. Después de seis años de estudiar en Europa regresó a Puerto Rico, y como era natural en todo joven recién formado en el extranjero comenzó a comparar las realidades de mundos tan diferentes, por ello aspiró al mejoramiento educativo de los sectores medios con capacidad para el trabajo productivo. En 1854 fundó la Escuela de Agricultura, Comercio y Náutica, pues consideraban que la producción azucarera era el principal motor del desarrollo agrícola, y por ende de la economía. De ahí que pensara en la necesidad de que en Puerto Rico hubiera una escuela de “contabilidad mercantil y otra de náutica; un instrumento agrónomo; un gabinete de máquinas e instrumentos que convenga hacer conocer, y de la necesidad de importar semillas de granos y plantas para distribuir entre los labradores”. Así, entonces llegó a considerar que se necesitaba la publicación de un periódico “consagrado al fomento de los intereses materiales para difundir las técnicas agrícolas para abatir la crisis del campo”. También se requería enviar al extranjero a comisionados para que examinaran los adelantos de la agricultura. La Escuela de Agricultura, Comercio y Náutica comenzó a funcionar con siete alumnos inscritos en los cursos de agricultura, 30 en comercio y 14 en náutica. Los primeros catedráticos fueron José Julián Acosta, Román Baldorioty de Castro y el piloto de marina Claudio Grandi. La escuela fue parte del proyecto de un sector productivo que abordaba la agricultura, la industria y el comercio naviero con una visión nueva para su explotación. Era la juventud educada quien debía llevar

sin tardanza a los campos los sabios consejos de la teoría, inicie con discernimiento y pulso en las mejoras que reclaman el cultivo de nuestros frutos y su transformación en materias comerciales en cuanto se refiere al abono, desagüe o riego de los terrenos, a la alternativa de cosechas y otros muchos puntos interesantes que no es dado resolver a la manera práctica.

La idea de la innovación tecnológica y de lo “moderno” para esta época significaba aquello que traía mejoras con respecto a una práctica anterior, era lo nuevo. Esta necesidad de desarrollo tecnológico se hizo sentir a partir de la segunda mitad del siglo xix, cuando los Estados Unidos estaban creciendo económicamente y demandaban materias primas (cobre, hierro, azúcar) de los países de América Latina y el Caribe. Hacia 1870 se verificaba la integración del mercado estadounidense gracias a la construcción de su ferrocarril intercontinental; este hecho impregnó la idea de lo moderno en otros países del continente. Los proyectos científicos de la época tendientes a lograr el desarrollo buscaron medir, calcular, homogeneizar pesos y medidas, buscaron hacer cartografías del territorio, crear estadísticas sobre su población, medir la cantidad de recursos que había. Los censos tuvieron esa función a finales del siglo xix, todo ello para la extracción y explotación de los recursos naturales. Se buscó ante todo optimizar el trabajo en cuanto a mano de obra.

El libro de María Teresa Cortés es la historia de la obstinación de dos intelectuales por hacer posible sus sueños reformadores para Puerto Rico a mediados del siglo xix. Es la historia de dos grandes hombres constructores de proyectos, con una amplia formación intelectual en la historia, la ciencia, la literatura, el periodismo. La investigación pertenece a una historiadora extraordinaria que cuenta con un amplio reconocimiento en la materia y me alegra decir que estamos frente a una edición bastante bien cuidada que recomiendo ampliamente

.1Acta Botanica Brasilicaabbhttp://creativecommons.org/licenses/by/3.0/by3.0BY 3.0 Sociedade Botânica do Brasil0102-3306