Periodismo y violencia política en México, 1970-1976. La mirada de El Diario de Culiacán1
Journalism and political violence in Mexico, 1970-1976. View of El Diario de Culiacán
Sergio Arturo Sánchez Parra1
Antonio de Jesús Uzeta F.
Resumen
Este trabajo aborda algunos aspectos de la violencia política que aquejó a México, y en particular al estado de Sinaloa, en la década de los setenta de la centuria pasada, a través de lo publicado por El Diario de Culiacán, periódico de la capital sinaloense. No se trata de un ensayo que describa un conjunto de acciones políticas y militares desplegadas por diversos grupos guerrilleros a lo largo y ancho del territorio nacional. Ésta y otras preocupaciones son tomadas en cuenta al momento de estudiar este fenómeno, que afectó profundamente a la sociedad mexicana en esa época y que ponemos a consideración de los lectores. Más bien nuestro texto propone analizar el papel de los instrumentos a través de los cuales un sector social accedió al espacio público para canalizar una diversidad de opiniones en torno al problema, buscar las explicaciones pertinentes, o simultáneamente utilizar reportajes, opiniones, editoriales que permitieran la construcción de potenciales representaciones sociales en torno a todos los grupos que decidieron, por consideraciones ideológicas y políticas, enfrentar al Estado mexicano a través de la lucha armada.
Palabras clave: violencia política, espacio público, representaciones colectivas, guerrilla.
Abstracts
This essay covers some aspects of the political violence which afflicted Mexico and Sinaloa during the 1970s as viewed by El diario de Culiacán, a newspaper of the Sinaloan capital. It is not an essay which describes a set of political and military actions which various guerrilla groups deployed the length and breadth of Mexico. This, and other preoccupations, are considered in studying this phenomenon which deeply affected the Mexican society of this time and which we ask our readers to consider. Our essay will analyze the role of instruments through which the public acceded to a public forum to channel diverse opinions about the problem, looking for explanations, or at the same time, using reports, opinions and editorials which allowed the reconstruction of potential social representations of these groups which decided for idealogical and political reasons to confront the Mexican state through armed struggle.
Key words: politics, public forum, collective representation, guerrilla.
Introducción2
Eran años en que la violencia política3 hizo su aparición en México. Transcurría la primera mitad de la década de los setenta del siglo pasado. Diversas regiones del territorio nacional fueron testigos de numerosas acciones armadas desplegadas por un sinnúmero de organismos clandestinos, tales como asaltos a bancos, bombazos a instalaciones gubernamentales o propiedad de la burguesía. También se realizaron secuestros de aviones, de connotados empresarios y de personal diplomático extranjero, todo ello teniendo como escenario ciudades como Chihuahua, Guadalajara o Monterrey; movilizaciones callejeras, ajusticiamientos de policías e integrantes de la burguesía nacional, emboscadas a personal militar e incluso intentos insurreccionales, como el articulado por la Liga Comunista 23 de Septiembre en el estado de Sinaloa a principios de enero de 1974.
Múltiples organizaciones políticas y militares operaron a lo largo y ancho del país, unas de carácter rural, como la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria (acnr), liderada por el profesor normalista Genaro Vázquez, o como la Brigada de Ajusticiamiento del Partido de los Pobres (bapdlp), al mando del también maestro Lucio Cabañas Barrientos, ambas en el estado de Guerrero.
Por otro lado, en ambientes urbanos operaron muchos grupos que se identificaron con distintas siglas, tales como el Frente Urbano Zapatista (fuz), la Liga de los Comunistas Armados (lca), las Fuerzas Revolucionarias Armadas del Pueblo (frap) y, sobre todo, la Liga Comunista 23 de Septiembre (lc23s), muchos nombres con un solo propósito: derrocar al Estado mexicano e imponer la dictadura del proletariado en México.
Haya habido diferencias significativas o no, en su mayoría bajo el cobijo doctrinario del marxismo leninismo, tales organizaciones desataron su lucha de guerra de guerrilla contra un régimen político imperante que apeló a todo tipo de recursos y estrategias (legales e ilegales) para confrontar, diezmar y desaparecer a centenas de militantes, en tanto eran grupos que abiertamente lo habían desafiado, que ponían en riesgo la seguridad nacional y por ende las razones de Estado debían imponerse a toda costa.
Esta historia fue documentada por la prensa mexicana. Y contada a su manera. En un ambiente de control asfixiante de los medios de comunicación por parte del gobierno, éstos desempeñaron un papel fundamental en la estrategia de combate y exterminio que el régimen de Luis Echeverría Álvarez (1970-1976) desplegó en contra de las organizaciones guerrilleras. Para las autoridades era de importancia capital ganarse a la opinión pública. Con tal fin, la prensa escrita y su guerra informativa debían imprimir en el imaginario colectivo la amenaza que representaban aquellos grupos de jóvenes violentos para la seguridad nacional.
Mediante esa labor de comunicación, los diarios mexicanos construyeron la representación colectiva de que México era víctima de la ira, la paranoia y la locura de segmentos de la juventud vinculada en su mayor parte con la delincuencia del orden común y en menor medida con las universidades, que sin razón alguna, moral o política, agredían a la sociedad en su conjunto con sus acciones destructivas.
El Diario de Culiacán, informativo de la capital sinaloense, puso su granito de arena en la estrategia oficial para confrontar localmente a las organizaciones clandestinas que operaron en el país, y especialmente a la lc23s, en tanto que una de sus bases principales de operaciones fue el estado de Sinaloa. En esta entidad del noroeste mexicano el grupo estudiantil denominado Los Enfermos, de la Universidad Autónoma de Sinaloa (uas), desplegó una guerra de guerrillas contra el régimen político.
Este ensayo, si bien describe algunas acciones de violencia política que articularon en diversas partes del país grupos guerrilleros rurales y urbanos, destaca el papel que desempeñó la prensa como un instrumento más que empleó el Estado para combatir a aquellos sectores de la sociedad mexicana que apelaron a la lucha armada como mecanismo a través del cual podían lograrse los fines de sus organizaciones.
Cinco son los objetivos propuestos en esta narrativa en torno a los vínculos entre El Diario de Culiacán y la violencia política que aquejó a México durante una década: primeramente, reconstruir el pasado de militancia declaradamente anticomunista con el que nació este informativo y el entorno institucional que lo influyó para asumir sin dificultad el papel del periódico enemigo de los grupos guerrilleros que operaron en diversas partes del país. En segundo lugar, gracias a una muestra aleatoria tomada de un sinnúmero de reportajes elaborados sobre las insurgencias armadas, mostrar algunas acciones de la insurgencia armada en el territorio nacional y en el tono que fueron transmitidas por este medio de comunicación escrito. El tercer objetivo es considerar al Diario de Culiacán como instrumento de acceso al espacio público para una audiencia que deliberó algunos aspectos sobre la cuestión. El cuarto, analizar una de las explicaciones más socorridas por las voces detractoras de las insurgencias intentando argumentar qué había causado la violencia política. Y como quinto y último punto, se busca evaluar el papel desempeñado por las universidades en la creación o conversión de estudiantes en especies de engendros del mal, esto a través de las representaciones que la documentación permitió difundir.
Un poco de historia
El Diario de Culiacán salió a la luz pública el 1º de abril de 1949, en plena época en que México comenzaba su etapa de industrialización sustitutiva y de unidad nacional de la mano del presidente Manuel Ávila Camacho, en un entorno internacional de naciente guerra fría. Tuvo como director fundador al licenciado Román R. Millán, periodista de viejo cuño quien desde 1929 tenía relación con el medio.
Desde el primer número, El Diario de Culiacán se hizo eco de la influencia estadounidense y de un anticomunismo militante. Adoptó sin reserva alguna el formato de producción, diseño y distribución de la Escuela Interamericana de Periodismo, asentada en Nueva York, lastre que al final pesaría en la línea editorial a seguir en el futuro.
En esos primeros días en que hizo su aparición a la luz pública en la capital del estado, las notas periodísticas que abordaban los asuntos internacionales destacaban, entre otras cosas, la falta de libertades y la persecución de que eran objeto los opositores a los regímenes comunistas; ejemplo de ello es la siguiente nota:
Actualmente está desatada una persecución contra el catolicismo en Checoslovaquia ordenada por el gobierno movido por los soviéticos que controlan la población. Todos los despachos recibidos de Praga dicen que diariamente son aprehendidos cuando menos 25 sacerdotes, a quienes con lujo de fuerza se arroja a las mazmorras para sufrir penalidades sin cuento, pues no tienen ventilación alguna y los alimentos que se proporcionan a los presos son pocos y de la peor calidad.4
Años más tarde, la herencia de esta línea política e ideológica se expresó en un campo semántico maniqueo, con acento persecutorio y divulgado sin restricción alguna contra movimientos sociales, campesinos como el de Rubén Jaramillo en Morelos o de tipo urbano: de ferrocarrileros, maestros, médicos y sobre todo estudiantes en los años sesenta, que confrontaron a las autoridades mexicanas exigiendo solución a las reivindicaciones enarboladas en su lucha.
Dichas movilizaciones fueron presentadas por la prensa mexicana como el momento propicio para difundir entre la opinión pública a lo largo y ancho del territorio nacional, con claro tono alarmista, que nuestro país era una de tantas piezas en el ajedrez del comunismo internacional con el propósito de desestabilizar y alterar el orden, por lo que era necesario que el Estado utilizara todos los medios posibles para neutralizar y liquidar a todos aquellos grupos e individuos que se prestaran a siniestros objetivos.
No cabe duda que El Diario de Culiacán se sumó a dicha campaña de linchamiento sin cortapisas. Pero también es necesario intentar explicar los porqués de este posicionamiento contra los opositores al Estado mexicano.
Para comprender el comportamiento de órganos de prensa estatales como El Diario de Culiacán ante un fenómeno como la violencia política que aquejó a Sinaloa u otras regiones del país es necesario entender el contexto histórico en que se desenvolvieron éste y el resto de los medios informativos. Ello es indispensable para comprender el posicionamiento acrítico, falto de objetividad y análisis, con el cual abordaron la emergencia de grupos estudiantiles radicales en la entidad, o guerrillas urbanas y rurales que operaron en estados como Jalisco, Nuevo León o Guerrero.
La prensa local y nacional de las décadas de los años cuarenta a los setenta del siglo xx estuvo inmersa en una batalla ideológica que trascendió las fronteras mexicanas. Fue la época en que la llamada guerra fría estuvo en su punto más álgido y la rivalidad entre dos bloques de poder se expresó en el terreno ideológico y político; conseguir el apoyo de la opinión pública por cualquiera de los bandos en pugna se convirtió en un objetivo indispensable.
Dicho enfrentamiento se tradujo en este terreno en una guerra de palabras que pretendió legitimar un régimen en detrimento del oponente. En esa perspectiva, los líderes de ambos grupos destinaron todo tipo de recursos para ganar a la opinión pública internacional en torno a los intereses que representaban.
En ese contexto, México, durante los sexenios de Manuel Ávila Camacho (1940-1946) y sobre todo de Miguel Alemán Valdés (1946-1952), se acogieron al paraguas político e ideológico estadounidense, lo que dio origen a una estrategia de contención y persecución de todos los grupos opositores, principalmente de izquierda, donde la prensa escrita desempeñó un papel fundamental. No le quedaba de otra: en esa época, el Estado mexicano había diseñado diversos mecanismos de control y cooptación de los diversos medios de comunicación, entre los que destacaba el creado para la prensa escrita. Durante el gobierno de Lázaro Cárdenas (1934-1940) se fundó la Productora e Importadora de Papel, S.A. (pipsa), a través de la cual el régimen político en turno obligaba a las compañías periodísticas a someterse a los dictados oficiales so pena de castigarlas no vendiéndoles la materia prima de la industria que era el papel. Otros mecanismos fueron la compra de publicidad o, en caso de asumir una postura independiente, la asfixia económica, la persecución de periodistas y el cierre de diarios o revistas.
Así, de buena o mala manera, la prensa escrita en nuestro país fue cómplice de un régimen político enemigo de la democracia y de una de las libertades más elementales: el derecho a la información. Fueron unos medios de comunicación que se volvieron pilares fundamentales del “ogro filantrópico” en que se convirtió al Estado en ese entonces, tal como lo llamó Octavio Paz.
Ese contexto político autoritario que privó en México en dicha época se exacerbó en Latinoamérica debido a dos hechos históricos que provocaron en Estados Unidos y las oligarquías nativas el temor a que el comunismo pudiera establecer una cabeza de playa en el continente. Por un lado, el experimento frustrado del gobierno nacionalista de Jacobo Árbenz en Guatemala, derrocado por un golpe militar en 1954 bajo los auspicios estadounidenses y, sobre todo, el triunfo de la revolución cubana en el año de 1959.
Este último suceso profundizó la paranoia anticomunista en México y la prensa, dócil a un gobierno abiertamente aliado al vecino del norte, rápidamente se convirtió en un instrumento de contención y combate contra una supuesta conjura internacional comunista que se cernía sobre todo el continente americano. Ante el peligro, los diarios de circulación nacional y estatal al unísono emplearían todo tipo de estrategias informativas con el único propósito de linchar a todo individuo o grupo que pareciera simpatizar con las ideas de izquierda. Elisa Servín sostiene
lo siguiente:
incluyó la denuncia de comunistas, izquierdistas, militantes sociales y defensores de los derechos civiles como potenciales caballos de Troya del imperialismo soviético y el comunismo, y por tanto, enemigos del mundo libre que debían ser perseguidos y reprimidos.5
Bajo estas directrices, informativos como El Diario de Culiacán, con tono estridente y visión paranoica, macartista, se dedicaron en los años sesenta y setenta a construir opinión pública y representaciones sociales sobre individuos o grupos políticos, radicales o no, que se sospechara ser de ideas de izquierda y por ende títeres de Moscú o La Habana, con lo que quedaban expuestos a la persecución política. Tuvieran o no responsabilidad en las movilizaciones sociales o acciones de los grupos políticos y militares urbanos y rurales o apelaran a la violencia política, rápidamente el Estado y sus voceros señalaban con índice de fuego que los comunistas y aliados eran los ejecutores de los hechos.
En este contexto histórico, caracterizado simultáneamente por el control gubernamental sobre los medios de comunicación nacionales y la atmósfera internacional anticomunista, El Diario de Culiacán comenzaría a llevar a cabo su tarea frente a la violencia política que se escenificaría en el estado y el país.
La violencia política descrita
en El Diario de Culiacán
Pánico, asombro, afirmaciones de que México era víctima de una conspiración internacional, acusaciones contra grupos estudiantiles o instituciones de educación superior de que eran espacios de reproducción del terrorismo y subversión contra las autoridades fueron parte del tráfico noticioso que cotidianamente reprodujo El Diario de Culiacán a lo largo de la década de los setentas del siglo xx.
Por otro lado, fue un periódico interesado en documentar y explicar, desde su muy particular punto de vista, las diversas acciones de violencia política que desplegaron numerosos grupos guerrilleros, urbanos y rurales, en distintas partes del territorio nacional.
La violencia política en el país se caracterizó por movilizaciones callejeras, ataques a instalaciones agrarias, asesinatos de policías, emboscadas a efectivos del ejército, bombazos en sucursales bancarias, intentos insurreccionales o secuestros de connotados empresarios, aviones o personal diplomático, como parte del arsenal empleado para conseguir los objetivos que se habían propuesto.
Todas y cada una de las acciones de violencia política tuvieron cabida en El Diario de Culiacán. Sin embargo, serían reseñadas de acuerdo a la línea editorial previamente marcada por el anticomunismo, cuasi militante, del que hacía gala desde años atrás, y el control gubernamental sobre los medios de comunicación. Se pretendía mostrar la magnitud y el impacto de la destrucción ocasionada por las acciones políticas y militares que efectuaban las organizaciones clandestinas y de explicar, a tono con las directrices del periódico y las autoridades gubernamentales, que la explosión de descontento proveniente de un sector de la población nacional era propio de pandillas delirantes o agentes del comunismo internacional.
Cotidianamente los lectores de la capital sinaloense se enteraban que en las principales ciudades del país sucedían cosas desagradables. Del asombro se pasaba a fomentar el miedo. De la zozobra, a una toma de postura contraria hacia todos aquellos que intentaban desestabilizar a México con acciones consideradas como enfermedad, tales como
La “peste” de los asaltos llegó a Chihuahua, en donde tres bancos fueron atracados simultáneamente por un grupo al parecer guerrillero. Filial del que ayer perpetró dos robos en Monterrey. En los asaltos perpetrados aquí, fueron abatidos tres asaltantes y hay otras tres personas que se debaten entre la vida y la muerte. La capital del estado se conmovió al saber del asalto triple, el más espectacular perpetrado a bancos del país, hasta la fecha.6
De los asaltos bancarios rápidamente se pasó a denunciar a quienes las autoridades acusaban de ser responsables materiales o intelectuales de la pandemia de asaltos bancarios que asolaba regiones del país. Dicha campaña de denuncia era apoyada con denuedo por el conjunto de periódicos que circulaban en las entidades o nacionalmente. Culpaban a cualquier persona identificada como de izquierda:
El cabecilla del “comando” que asaltó a dos bancos en esta ciudad recientemente reveló más nombres de sus cómplices. Uno es el dirigente del Partido Socialista de Monterrey, el Lic. Raúl Ramos Zavala, y el maestro Adolfo Mir, un abogado de la capital del país. El jefe de los asaltantes Jorge Luis Rhi, estudiante originario de Ciudad Victoria, también fue capturado por la policía anoche con otros 24 sospechosos. El hampón y su gente se enfrentaban con los agentes y finalmente fueron sometidos.7
O con la misma intensidad publicitaban los partes oficiales donde se documentaban los golpes propinados a la subversión. Ello tenía claros propósitos: alertar a la opinión pública de que nuestro país corría riesgos inminentes. Cotidianamente las páginas de El Diario de Culiacán fueron espacio abierto para que las fuerzas de seguridad difundieran los éxitos de su lucha antiguerrillera:
La policía descubrió el cuartel de los asaltantes bancarios en donde tenían una fábrica de “bombas molotov”, polígono de tiro al blanco para entrenarse en el uso de ametralladoras y otras armas, así como una gran cantidad de parque. Para mañana rendirán su declaración preparatoria para responder a los cargos de homicidio, asalto a mano armada, asociación delictuosa y otros delitos.8
Por un lado, con bombo y platillos se celebraban los éxitos de la guerra contrainsurgente desplegada en diversas regiones del país; por otro, cuando los golpes eran propinados por los grupos armados en contra de los cuerpos de seguridad el tono de la nota era distinto. Sombríos panoramas, acechaban a México graves peligros, el dolor y la muerte se hacían sentir en cada párrafo redactado por el periodista en cuestión en contra de aquellos asesinos despiadados que enlutaban sin pudor algunos numerosos hogares de este país:
Cinco policías muertos, dos gravemente heridos y un botín de dos millones 400 mil pesos fue el saldo que arrojó el doble asalto simultáneo registrado esta mañana en dos sucursales bancarias ubicadas en Oriente 101 e Iguarán, así como en Norte 60-A de la colonia Tablas de San Agustín. Según las autoridades encargadas de la investigación en ambos casos, se señala como autores materiales a miembros activistas de la Liga Comunista 23 de Septiembre cuya denominación específica es “Operación 24 de Diciembre”, que señala la fecha de la caída de Pedro Orozco Guzmán, de Guadalajara, Jalisco.9
El alud informativo continuaría. En el mismo tenor, las noticias no darían cuenta de las acciones de organizaciones clandestinas que apelaban a motivaciones políticas para utilizar la violencia como instrumento para enfrentar al Estado mexicano. Todo el tiempo, hasta que las propias autoridades decretaron que el exterminio de las guerrillas, urbanas o rurales, llegaba a su fin, la guerra desplegada por quien se asumió y se asume como el depositario de la violencia legítima confrontó a “hampones”, “viles secuestradores” y “asalta bancos de la peor ralea”. Nunca hizo frente a luchadores sociales, líderes o activistas de organizaciones político-militares.
Por ello, toda acción persecutoria de guerrilleros, detenciones de éstos, enfrentamientos armados o el asesinato de militantes a manos de los agentes del orden fueron reseñados como reportajes de nota roja, honroso lugar al que se envía a la delincuencia organizada o del fuero común. Así, cotidianamente el principal informativo de la capital sinaloense describía desde esta óptica la muerte de delincuentes a cada rato:
Fue muerto a tiros por la Policía Mario Olguín, uno de los autores del triple asalto bancario, cuando pretendía huir esta mañana, junto con otros detenidos. Olguín acababa de llevar a los agentes al lugar en que había escondido parte del botín y creyó que sería fácil escapar. En ese momento de descuido, corrió y fue perseguido por los agentes, pero al no poder darle alcance, le dispararon y murió casi al instante.10
Si la insurgencia armada daba visos de existencia, el discurso podía ser sombrío o con clara intencionalidad de generar opinión pública del cinismo con que actuaban contra personas o instituciones. Los “forajidos” arropados con la vestimenta de insurgentes si de algo carecían era de “principios morales”, decía la prensa. Lucio Cabañas, guerrillero que propinaba a cada rato dolorosos golpes a los efectivos militares, en esa época se convirtió en el objetivo favorito de esa prensa interesada en construir ante la opinión pública la representación de que el profesor normalista de Atoyac, Guerrero, si algo podía presumir era de la ostentación de desvergüenza con que actuaba contra sus víctimas. Si bien podía darse algún y ocasional espacio para que su organización difundiera su ideario político, rápidamente las notas periodísticas debían resaltar esos rasgos siniestros de los guerrilleros:
Luciendo una larga cabellera, bigotes y una pequeña barba que le crecieron durante su cautiverio, Cuauhtémoc García Terán señaló hoy a la prensa que Lucio Cabañas Barrientos le intentó adoctrinar en la idea de que nos gobierna una minoría y que los campesinos y la clase media son los que deberían formar el gobierno. Explica el liberado que Cabañas Barrientos tienen una columna de grueso calibre de guerrilleros, mismos que cuentan con una ideología bien definida, al igual que su cabecilla. Finalmente subrayó que cuando lo dejaron libre Lucio le dijo en señal de “broma”, “nos vemos aquí el próximo año.11
Personajes de la peor ralea, escoria social que utilizaban como pretexto ideologías extrañas para intentar legitimar aquello que carecía del más mínimo valor positivo. “Hampones”, “criminales” que lastimaban a la sociedad a la menor provocación con el propósito de saciar su sed destrucción.
El Diario de Culiacán, día con día, hasta que la violencia política en Sinaloa y el resto del país dio visos de pasar a ser historia, machacó a la opinión pública con la idea de que la sociedad en su conjunto se enfrentaba a bandidos dispuestos a todo con tal de salirse con la suya:
Agentes de la Policía Municipal detuvieron a cinco presuntos extorsionadores frustrados anteayer y ayer, quienes en un anónimo pedían millón y medio de pesos a la Harinera de Sinaloa, empresa para la cual cuatro de los detenidos trabajaban desde hace muchos años. Los cinco trabajadores y un cómplice que habían elegido para hacer llegar el anónimo y después recoger el dinero amenazaban con “volar” la factoría si no era entregada dicha cantidad.12
Éstas y otras muchas más acciones de violencia política ocuparon diversos espacios en las páginas del informativo que circuló en Culiacán. No terminó su tarea informativa ahí. En esos años sus planas fueron abiertas para que expertos o interesados en el tema formaran opinión pública sobre los diversos grupos clandestinos convertidos en burdos malhechores y sus acciones se debatieran en la esfera pública local y nacional.
El Diario de Culiacán y el espacio público
La violencia política generada por los grupos estudiantiles radicales u organizaciones políticas y militares que la impulsaron dio pie a un cúmulo de opiniones en contra de aquellas expresiones de extrema izquierda que apelaron al uso de las armas como el medio más idóneo para obtener dividendos políticos. Todos esos discursos, editoriales, artículos de opinión o reportajes accedieron al espacio público, ámbito al que Habermas13 concibe como deliberativo y de discusión aparentemente al margen del control estatal; el citado matutino local otorgó participación sin restricción alguna a las personas ilustradas gracias a la apertura que encontraron.
Así, se articularon múltiples voces debatiendo en torno a un tema que se volvió insoslayable en la agenda de debate público. Si bien esto contribuyó a la ampliación del espacio público, al difundir todo tipo de producción escrituraria relacionada con el tema gracias a esas plumas ávidas de formular todo tipo de veredictos sobre dicho fenómeno social, como contraparte provocó en la opinión pública la paranoia anticomunista y la sensación de miedo frente a todo aquel actor político opositor al régimen de Luis Echeverría Álvarez.
Público es todo conjunto de individuos que se han convertido en lo que Kant14 denomina maestros de la opinión, que tienen el atributo de hacer públicos sus razonamientos privados en tanto son parte de una elite ilustrada capaz de formular opiniones verbalmente o redactar documentos sobre un tema en específico. Dichos textos o testimonios orales recogidos por comunicadores se difunden en el espacio público, ámbito por excelencia donde se promueven o producen foros de debate, como en este caso en torno a la violencia política que se desarrollaba en diferentes regiones de la República mexicana. Ello sólo es posible en una sociedad que se presume moderna, donde existe un público apto para deliberar frente a ésta u otras cuestiones, dirían autores como James Van Horn Melton,15 gracias a la pujante cultura impresa existente en la época contemporánea.
La violencia política desatada por un cúmulo de organizaciones guerrilleras propició una guerra de opiniones. En ese periodo (1970-1980) se multiplicaron notas, reportajes, editoriales o artículos de reflexión acerca del tema. De manera innegable, la violencia política que asoló diversas regiones del país se convirtió en el asunto estelar de la agenda de debate del México de aquel entonces.
Por ende, toda prensa se volcó a formar una opinión pública proclive a confrontar y derrotar al terrorismo y subversión. ¿Por qué ese valor estratégico en el empleo de la palabra escrita que circula masivamente? De acuerdo con François-Xavier Guerra, afirmamos que “no hay mejores medios que los que proporciona la imprenta de los papeles periódicos, destinados por su naturaleza a excitar, sostener y guiar a la opinión pública”.16
El alud de información, comentarios en tono crítico, condenas a la violencia encabezada por los agrupamientos clandestinos o intentos por explicar el porqué del fenómeno tenía una sola finalidad: “hacer creer, hacer actuar”.17
Las palabras son armas que los actores sociales emplean para confrontar al adversario, denigrar al oponente, insuflar valor a quien lo combate y movilizar a los tibios de espíritu. En esos días que estremecían a la vida pública nacional, la prensa escrita en México y El Diario de Culiacán no fueron la excepción, se convirtieron en un arma de guerra. Fue un medio igualmente eficaz que otros empleados por las autoridades gubernamentales para la persecución y el aniquilamiento de las insurgencias, aunque fuera solo a través de la palabra escrita.
Este periódico, en esa época, se convirtió en tribuna de un público (local y nacional) interesado en promover el debate y generar opinión pública en torno a lo que ellos consideraban el problema más delicado que aquejó a la sociedad mexicana en la década de los setenta de la centuria pasada.
Sus páginas fueron abiertas para que interesados en la cuestión, con sus producciones discursivas, construyeran representaciones sociales sobre la violencia política y/o crearan esa opinión pública que pretendió convertirse, diría Roger Chartier, en el árbitro soberano,18 el detentador del monopolio de la razón en torno al inconveniente en que se convirtieron los grupos guerrilleros en el país.
Durante los años en que las insurgencias armadas desplegaron su lucha revolucionaria en contra del Estado mexicano, el espacio público fue escenario a través del cual se formularon los más variados puntos de vista contra todos aquellos grupos, activistas o dirigentes que se lanzaron a la lucha armada para modificar radicalmente a la sociedad.
Desde todos los ámbitos de la vida pública nacional o estatal se publicitaron variopintas opiniones en torno a lo que por unanimidad estas voces consideraban un flagelo que lastimaba al país entero. Una de las aristas que más se debatió en el espacio público del fenómeno de la violencia política, entre muchas que presentó, fue discutir en torno a la legitimidad de usarla como recurso y de quién era la prerrogativa de emplearla. Como táctica utilizada para intentar modificar la situación imperante, llevaba a un callejón sin salida. Hasta discursos formulados por aquellos que, como Salvador Allende, defendían las vías pacíficas al socialismo, eran utilizados por periodistas para desacreditar la opción armada. Su conferencia en el Paraninfo universitario tapatío fue utilizada con ese fin:
Una lección magistral sobre métodos de arribar al poder la dio el Presidente Allende cuando en Guadalajara habló a los estudiantes. Hablando sobre la violencia –él que la conoce tanto–, hizo ver a los muchachos la falacia que hay en entregarse a las ideas cuando ejemplos como la cubanización y la guevarización que se tuvo en América Latina a raíz del triunfo del Comandante Castro y cuando aconteció la muerte del Che Guevara. Anotó, con precisión, que el revolucionarismo de los estudiantes universitarios, no pasa de ser un encendimiento al que apaga el frío de la titulación.19
Apelar a la lucha revolucionaria era elegir una fórmula más que equivocada, cuyo único destino era el fracaso, el exilio, la cárcel o la desaparición. Resolver los grandes problemas nacionales obligaba a explorar otros caminos, decidir transitar por vías legales que la revolución institucionalizada había creado. En El Diario de Culiacán, cotidianamente se difundieron este tipo de declaraciones de dirigentes sindicales que indicaban a los mexicanos que el cambio en el país tenía vías debidamente acotadas:
los trabajadores de México no necesitan recurrir a la violencia para encontrar solución a sus complejos problemas. Sólo, agregó, debemos apoyar la legislación laboral y seguir el criterio revolucionario para resolver los problemas. El viejo luchador apuntó que dentro de la ley todos los problemas de México, por muy graves que sean, siempre encontrarán una solución.20
La polémica cobró forma. Si la clase obrera rechazaba la lucha revolucionaria, ¿por qué los estudiantes universitarios invadían terrenos que no les eran propios? Si el proletariado mexicano categóricamente condenaba la lucha armada como estrategia para cambiar el rumbo del país, lo único que quedaba para la prensa no era más que un puñado de aventureros que a lo único a que aspiraban era alterar el orden legal imperante con funestos propósitos.
Algunos articulistas expertos en esgrimir argumentos detractores contra quienes catalogaban como revolucionarios de ocasión señalaban:
me dirijo a los estudiantes con plena conciencia de lo que está sucediendo en México y además les hablo con conceptos que son una verdad palmaria. Sentenció ante los estudiantes que las revoluciones tienen que pasar por el tamiz de las masas obreras y campesinas y que son éstas las que deben prepararlas.21
El cambio radical de las estructuras económicas y políticas en suelo mexicano, de acuerdo con el debate que se ventiló en el espacio público, apuntó en una dirección inequívoca. La opinión pública que se forjaba día con día señalaba que transformar el país era monopolio de unos cuantos. Quienes desde las aulas universitarias pretendían sumarse a los trabajadores o convertirse en su vanguardia quedaban excluidos o impedidos de subirse al carro de la revolución. Podían serlo todo menos revolucionarios, y sus acciones de guerrilla eran burdos actos criminales sin nombre. Pobres de Genaro Vázquez, Lucio Cabañas o Ignacio Salas Obregón; la prensa y las opiniones formuladas en las páginas de El Diario de Culiacán desacreditaron unas vidas dispuestas al sacrificio, en tanto que eran
la contrarrevolución, que se escuda en el delito y en la práctica del terror, al igual que en los tiempos de Madero, será vencida por la fidelidad del pueblo a sus principios, por la unión del gobierno y de las clases sociales que creen en la autonomía y el progreso compartido.22
Éstos y otros temas se debatieron en el espacio público referente al asunto. El público interesado discutió con denuedo en torno a la legitimidad o pertinencia de la sociedad que pretendían construir aquellos sujetos que empleaban como recurso la violencia revolucionaria como el instrumento con el cual podían obtener dividendos políticos. Para las insurgencias guerrilleras la dictadura del proletariado era el objetivo final. ¿Por qué esa meta? La respuesta se encuentra en los discursos teóricos e ideológicos que inspiraron a los grupos clandestinos, como el marxismo-leninismo o el guevarismo en boga en la época.
Sin embargo, las voces que emplearon la palabra escrita para hacer públicos sus razonamientos privados se encargaron de poner en entredicho a los países influidos por esas producciones intelectuales. Las naciones del llamado bloque socialista o la propia Cuba eran todo menos paraísos en donde la libertad y democracia existieran. Todo lo contrario, eran brutales regímenes totalitarios que asfixiaban la vida de los seres humanos:
El más grave error que pudieron cometer los creadores del llamado “socialismo científico”, Carlos Marx y Federico Engels, fue el haberse proclamado campeones de un supuesto régimen social al que denominaron “dictadura del proletariado” constituyéndose de esta manera en enemigos de la democracia representativa a la que calificaron de burguesa. ¿Qué ocurrió en Checoslovaquia cuando Dubceck quiso verle rostro humano al socialismo? Se le aparecieron los tanques de cinco ejércitos comunistas. En Hungría, los comunistas ahogaron en sangre el clamor nacional de independencia y democracia. Toda la historia del comunismo no es más que la historia de una lucha sistemática contra la democracia, las libertades y el espíritu creador del hombre.23
No sólo eran comunidades en las cuales las libertades básicas de todo ser humano habían sido cercenadas de tajo, afirmaban las voces detractoras expresadas en El Diario de Culiacán. El gulag soviético o el campo de reeducación eran el resultado final de la tan cacareada dictadura del proletariado. Pero aún había más. Naciones como la Unión Soviética o la propia Cuba, además de limitar la vida privada, eran territorios donde se fomentaba entre aquellos ilusos que reclutaban en el tercer mundo las ansias por practicar el terrorismo y destrucción en regiones del orbe como Latinoamérica. Voces de ese público que deliberaba el asunto de la violencia política argumentaban:
Oscuros intereses internacionales han encontrado la forma de utilizar a los terroristas para fines muy distintos a los que éstos creen servir, y que saben que con sólo adjuntarles un membrete rimbombante, armas de desecho, la mayoría de las veces checoslovacas o soviéticas, llaman ejército a un grupo de seis o de diez pillos que muchas veces son patrocinados por La Habana, Moscú o Pekín, ya tienen a su servicio una eficaz máquina del terror.24
Como conclusión de este debate ventilado en el espacio público, la ecuación era la siguiente: la lucha armada y el proyecto político que abanderaban las organizaciones políticas y militares no tenían razón de ser. Y con ello, líderes y dirigentes de estos agrupamientos quedaban desacreditados tajantemente:
Los señores Lucio Cabañas, Isidro Castro Fuentes, Enrique Velázquez Fierro, José Luis Oribe Ramírez y Agustín Álvarez Ríos están resueltos a cambiar las estructuras de nuestro país, para convertirlo por la vía del terror y el crimen en ese paraíso terrenal llamado “socialismo científico”, o sea todo ese infierno de esclavitud, mentira y desvergüenza que estamos viendo funcionar tan hermosamente en Cuba o la urss.25
Negro panorama se vislumbró para las organizaciones políticas y militares. El espacio público había sido copado por aquellas voces detractoras de todas aquellas siglas que adoptaron las vías insurreccionales como estrategia de lucha. Día con día, como campaña de linchamiento, la prensa local y nacional expropió banderas y arrinconó al banquillo de los acusados a quienes osaron imitar a Fidel Castro o el Che Guevara en territorio nacional. No fue el único punto a tocar en la controversia desatada por la insurgencia armada. El espacio público dio apertura a discutir otro de los temas de la agenda de debate: ¿qué provocaba su aparición? Y al modo, a publicitar ciertas explicaciones del fenómeno.
En la búsqueda del agente causal
Para el informativo culiche, las causas de que la violencia política sentara sus reales en Sinaloa y México podían ser varias: choque entre grupos de poder, el comunismo internacional, la situación interna de las familias o cuestiones de orden sicológico asociadas a insatisfacciones de la vida moderna que aquejaban a un sector de la sociedad mexicana.
Todos estos factores en su conjunto habían abierto una especie de caja de Pandora, saliendo a relucir en el espacio público mexicano infinidad de males que ocasionaban dolor, muerte y destrucción, cuyos autores eran importantes segmentos de la juventud en el país. A cada rato, opiniones recogidas por los comunicadores difundían consignas o condenas contra estos criminales vestidos de universitarios:
Ante el Presidente Echeverría, el Senado de la República denunció hoy que en el país se producen ataques tortuosos o frontales contra las instituciones de la República de grupos minoritarios en los que se conjugan la provocación, el infundio, la intriga, el rumor tendencioso y criminal, la violencia anárquica y el gangsterismo en todas sus formas. Al respecto el líder del Senado, Profesor Enrique Olivares Santana, manifestó que se trata de confundir al país y alarmarlo, de dividirlo, de sembrar la desconfianza de los mexicanos hacia sus instituciones y predisponerlo contra la política gubernamental.26
El Diario de Culiacán, en los años en que las insurgencias armadas rurales y urbanas operaron en diversas regiones del territorio nacional sin cortapisas, se encargaría de difundir todo tipo de comunicados en contra de aquellos sujetos que apelaron a la violencia política como el instrumento más adecuado para confrontar al Estado. Simultáneamente con esta labor de denostación de los grupos armados, éste y otros informativos de la entidad se dedicaron a publicitar las más variadas interpretaciones que dieran con los responsables materiales o intelectuales de este nefasto problema que aquejaba al mundo contemporáneo. Un hecho reconocido por el informativo fue que la violencia era un problema que aquejaba al mundo contemporáneo. Existía, sí; lo que no explicaban con certeza era qué la provocaba:
No sé qué vamos a hacer, sobre todo nosotras las mujeres, con el aumento pavoroso de la delincuencia juvenil, principalmente en las apartadas colonias que circundan al Distrito Federal y en donde ha aumentado en grado superlativo la criminalidad y disminuido desesperadamente el número de guardianes del orden.27
De igual manera, se admitía que la violencia estaba siendo desatada mayoritariamente por jóvenes. Y sobre todo, que en los centros de educación superior este fenómeno comenzaba a dar señales de preocupación por su incidencia. Cotidianamente, las páginas del periódico reproducían reportajes en ese sentido:
Un alto funcionario de la Organización de los Estado Americanos fustigó ayer que la violencia estudiantil es un síntoma desconsolador de
la cual no se libra casi ninguno de nuestros países. El Secretario
de la Comisión Ejecutiva del Consejo Interamericano para la Educación, la Ciencia y la Cultura (ciecc) se lamentó que la violencia estudiantil aumentará la dependencia, derrochará sin beneficio para nadie los inmensos esfuerzos del presente y hará inerme la fuerza que la educación tiene en su función liberadora.28
Se admitía que la violencia era un asunto al que debía prestársele la atención debida. Estaba ahí y era necesario atemperarla. Seguía lo otro. ¿Por qué los jóvenes se habían vuelto, radicales, violentos?, ¿cuáles eran las causas de que la violencia aflorara en el mundo contemporáneo? El Diario de Culiacán buscó y encontró las respuestas requeridas. Apuntó a todos lados menos a los más importantes, los factores políticos y económicos. La vorágine de la sociedad moderna, la inadaptación familiar, las generaciones adultas incapaces de educar a quienes estaban llamados a sustituirlos en el futuro. Cualquiera de estos argumentos podía ser
la explicación:
Muchas de las formas radicales de la protesta juvenil se explican por la limitada capacidad que tienen los jóvenes para enfrentarse con los obstáculos de la vida moderna. Por otra parte, con frecuencia el joven no encuentra en sus padres y maestros ayuda en su orientación adecuada, aunque también es cierto que ellos mismos, padres y maestros, no están capacitados para seguir el ritmo de cambio y evolución del mundo que los rodea. Esa falta de orientación explica que los jóvenes tiendan a exagerar o simplificar los problemas y las situaciones, olvidándose de los elementos constructivos de la sociedad.29
Y efectivamente, en esos años en que asolaron la región y el país las insurgencias armadas, cual si fuere credo religioso, sus páginas fueron espacios para que la argumentación surgiera y cobrara fuerza: la desintegración familiar era una de las principales causas de que cientos de jóvenes tomaran el camino equivocado. Cotidianamente se reprodujeron todo tipo de reportajes con el claro propósito de poner en guardia a la opinión pública sobre los riesgos que corría la juventud si la célula básica de la sociedad no tomaba con seriedad el reto de convertirse en guía de ella. En voz de alerta se comentaba:
los jóvenes de hoy están llamados –cada vez a plazo más corto– a tomar las riendas de esta sociedad tan compleja en su desarrollo. Hay en muchos padres de familia la inquietud por el desquiciamiento de la sociedad, que se opera particularmente en los países desarrollados y que en el nuestro no tiene aún los caracteres alarmantes, pero ante el cual es preciso iniciar una acción previsora y orientadora.30
El grito de auxilio estaba dado. De prestar oídos sordos a la exigencia de los habitantes de este país en torno a la exigencia de “meter en cintura”, imponer orden dentro de las familias mexicanas, el desastre era inevitable. Y El Diario de Culiacán no perdía oportunidad de alimentar ese miedo:
Si la educación del joven no está en manos de los padres, si éstos abandonan la vida familiar normal, si el joven no cuenta con el compañerismo del padre y de la madre, no veo un futuro feliz para las familias mucho menos para la humanidad.31
Una vía para explicar la insurgencia armada fue responsabilizar a los desajustes que provocaba la vorágine de la sociedad moderna. Fracturas en la vida familiar o insatisfacciones materiales o espirituales aparecían como resultado de los desacoples generados. Eran partes del rompecabezas explicativo sobre la violencia mexicana que podía y puede recuperarse gracias a la documentación difundida por El Diario de Culiacán. La otra arista que puede reconstruirse con esas fuentes para escribir un capítulo de esta historia, aún no suficientemente abordada, son las representaciones sociales en torno a la violencia política.
Una representación posible
Otra de las partes que integraron el rompecabezas informativo sobre la violencia política de fin de siglo xx fue, por un lado, abonar en el terreno explicativo intentando responder –a su manera– qué la había detonado; por otro, crear representaciones colectivas y difundirlas a la opinión pública con el claro propósito de generar el repudio de la población a las organizaciones clandestinas y simultáneamente legitimar la labor de persecución y aniquilamiento que las fuerzas de seguridad nacionales efectuaban en contra de ellas.
La violencia política afectó a la sociedad en su conjunto. Su magnitud e impacto fueron reseñados puntualmente en El Diario de Culiacán. La producción de reportajes, editoriales o artículos de opinión permitió entre otras cosas saber cómo se debatió el tema en el espacio público, quiénes y cómo participaron en la polémica o con el cúmulo de información construir representaciones colectivas en torno a dicha violencia.
Las representaciones colectivas son “una visión del mundo que los individuos o grupos albergan en sí mismos y utilizan para actuar o tomar posición, y resultan indispensables para entender la dinámica de las interacciones sociales”.32 Si bien éstas organizan simbólicamente la realidad, no pueden considerarse construcciones asépticas, neutras, sino todo lo contrario. Importa sobremanera dilucidar quién es el emisor del discurso que las formula y así poder entender el sentido o para qué de su formulación. Todo sujeto o grupo que emite un mensaje tiene un principio de inteligibilidad33 que lo identifica frente al conjunto de la sociedad. Con ello, fácilmente puede comprenderse la naturaleza o los fines de la representación o representaciones que difundió cotidianamente El Diario de Culiacán, un informativo afín al Estado y de naturaleza abiertamente anticomunista.
Con estas notas aclaratorias, las fuentes consultadas posibilitaron encontrar sobre este menester un común denominador: las instituciones de educación superior han desnaturalizado su razón de ser, se han convertido en tierra de nadie o espacio para fomentar la delincuencia y la subversión. A lo largo de los años investigados, fue condición normal que éste u otros informativos difundieran en el espacio público esta representación a ojos del público contra una institución que tenía como única finalidad educar sin distingos sociales a los mexicanos.
Sin embargo, la realidad desafortunadamente era otra. Los centros de educación superior en diversas partes del territorio nacional habían desviado su camino. De ser los centros formadores por excelencia de los cuadros técnicos y científicos que el desarrollo regional reclamaba, habían pasado a ser centros de adoctrinamiento en ideas exóticas, instancias en donde se fomentaba la intolerancia y el sectarismo político. Todo tenía un origen. Dentro de las universidades una tendencia radical, izquierdizante, campeaba sin freno, y los periódicos como El Diario de Culiacán difundían y difundían sin césar esa representación colectiva sobre dichas instituciones educativas. Por doquier se recogían opiniones que robustecieran dicha representación:
El ex rector de la Universidad Autónoma de Sinaloa, Doctor en Derecho Gonzalo Armienta Calderón, afirmó ayer que “en casi todas las universidades del país se ha perdido el rumbo por ideologías sectaristas que atan el pensamiento y lo encadenan desvirtuando el concepto y los fines para los que fueron creadas. Un país como México no se cambia con las armas de la violencia. Ahora es más difícil ser un buen estudiante que un universitario que sale a la calle sumido en el anonimato a quemar camiones y destruir comercios.34
En esta situación más que lamentable, se daban los bochornosos espectáculos que ofrecían comunidades estudiantiles en cualquier parte de México gracias a que las universidades u otras instituciones de educación superior eran ámbitos donde se adoctrinaba para el desorden y la destrucción. Ejemplos a diestra y siniestra serían publicados en las páginas del diario con ese propósito:
Simples diferencias del estudiantado del Instituto Tecnológico de Durango y los pertenecientes al Instituto Juárez degeneraron en reprobables actos criminales, violando salvajemente los recintos estudiantiles causando daños materiales por más de cinco millones de pesos. Tanta bestialidad por parte del estudiantado duranguense debe ser conocida íntegramente por todos los habitantes de nuestro país, pues desde el punto de vista ciudadano, de ninguna manera debe quedar impune este vil atentado merecedor de los más rigurosos castigos.35
Había un ambiente de anomia donde la ley de la selva privaba sin que nadie en instituciones tales como la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, la Autónoma de Nuevo León, de Guadalajara, la Autónoma de Sinaloa o la propia Nacional Autónoma de México hicieran algo. La violencia y sus consecuencias fueron el pan nuestro de cada día ante la permisibilidad y tolerancia de las autoridades universitarias, o peor aún, gubernamentales. Así, las disputas verbales, físicas o los enfrentamientos armados dentro de los campus eran condición más que normal y los periódicos cotidianamente reseñaban a su manera este fenómeno perverso:
De pronto ¿huida o persecución?, por la vidriera vimos que pasaban corriendo y disparando varios individuos. Apagamos rápidamente las luces del salón. Ordenó a los alumnos que se pegaran a las paredes, la balacera continuaba. Creo que se dispararon más de cincuenta tiros. Aquello duró, me imagino, unos cinco u ocho minutos. Se hizo el silencio. Cautelosamente abrimos la puerta. “Allá quedaron tirados unos”, dijo alguien. “Acá otros” respondió otro muchacho. Después: “Aquí hay un compañero herido”, “Acá hay otro con ataque de nervios”.36
Esta condición imperante, en que los universitarios dirimían sus diferencias internas con las armas en la mano, fácilmente podía transformarse en un ámbito desde donde se lanzara un reto abierto a los gobiernos en turno, en tanto en sus aulas sus estudiantes aprendían en las lecturas de Carlos Mariguella o Régis Debray el arte de la conversión en guerrilleros. Las instituciones de educación superior, para desgracia de la sociedad entera negando su razón de ser, estaban convertidas en territorios que fomentaban la subversión y el terrorismo. Ante esa triste realidad todo aquello que hicieran las autoridades gubernamentales para imponer –de cualquier manera– el imperio de la ley en ellas era una medida más que obligatoria:
De una lección calificó el gobernador de la entidad (Puebla), Gonzalo Bautista O’Farrill, el enfrentamiento ocurrido ayer entre estudiantes y guardianes del orden, los cuales sólo respondieron a la agresión de los comités de lucha de la Universidad Autónoma de Puebla y del Partido Comunista, que trataron deliberadamente de alterar el orden público, aseguró el mandatario estatal.37
¿Por qué esta situación desastrosa rondaba a las universidades del país?, ¿qué había pasado para que esta realidad funesta dominara por completo los otrora espacios formadores por excelencia de los cuadros técnico-profesionales que demandaba el desarrollo regional? La respuesta era fácil de encontrar. Todos y cada uno de los integrantes de la prensa escrita en México al unísono se sumaron a la tarea de encontrar a los autores materiales e intelectuales de tan lamentable situación y al mismo tiempo alimentar esa representación colectiva a ojos de la opinión pública de que las universidades mutaron e incubaron un virus que las había contaminado:
Hace tiempo dijimos que existen las guerrillas ideológicas. Que además de los guerrilleros que ya estaban en las montañas combatiendo y en las ciudades preparando secuestros y realizando asaltos, existe una guerrilla más peligrosa aún, que es la ideológica. Ya resultan innumerables los miembros de esa guerrilla que son los escritores de la llamada izquierda, que en sus frecuentes y numerosos artículos en muchísimas publicaciones justifican en todas formas a los guerrilleros. Con el descubrimiento y aprehensión de guerrilleros en Nuevo León y en Chihuahua, ya salió a la luz pública el origen universitario de muchos asaltos y secuestros que al parecer se gestan en las propias universidades. Nosotros no pretendemos atacar a las universidades y la autonomía de ellas, lo que lamentamos es que se están convirtiendo en centros de subversión, en focos de desorden y promotores de la delincuencia.38
Ésa era la representación dominante que las páginas de El Diario de Culiacán difundieron sobre la supuesta realidad imperante en la universidad estatal o las de otras latitudes del territorio nacional. Eran espacios que habían abandonado la noble tarea de educar y formar a los profesionales que demandaba el desarrollo regional por “fabricar” entes sedientos de sangre y destrucción. Un panorama desolador era lo que se divulgaba y divulgó en los años subsiguientes. Era el granito de arena que ponía en el combate a las insurgencias armadas. Fue un instrumento más de todos aquellos que el Estado mexicano empleó para combatirlas, diezmarlas y desaparecer a cientos de sus militantes.
Epílogo
La labor informativa de El Diario de Culiacán continuó en torno a la violencia política. Hasta que la década de los setenta de la centuria pasada terminaba y la labor contrainsurgente del Estado diezmaba a las insurgencias armadas, la difusión de todo tipo de comunicados se mantuvo.
El espacio público fue medio a través del cual se siguieron difundiendo éstas y otras aristas del tema. El público siguió debatiendo contra las organizaciones guerrilleras o creando representaciones sociales contra cualquier sigla, tales como frap, fuz, cap o lc23s. Ésa es otra historia. Por nuestra parte, algo ya hemos abonado al respecto.
Bibliografía
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Hemerografía
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3 de mayo de 1973, 29 de septiembre de 1973, 2 de octubre de 1973, 3 de octubre de 1973, 4 de octubre de 1973, 12 de octubre de 1973, 15 de octubre de 1973, 22 de octubre de 1973, 29 de octubre de 1973, 30 de octubre de 1973, 31 de octubre de 1973, 15 de febrero de 1974,
11 de diciembre de 1974, 28 de febrero de 1976, 21 de abril de 1976.
1 Universidad Autónoma de Sinaloa, Facultad de Historia, México.
Prol. Josefa Ortiz de Domínguez s/n, Ciudad Universitaria, Culiacán de Rosales, Sinaloa, México.
2 Este ensayo es un resultado parcial de un proyecto de investigación titulado Universidad en la calle. Una historia política y cultural del Movimiento Estudiantil de la uas: 1966-1978, financiado por el Programa de Apoyo a Proyectos de Investigación (profapi/2013) que impulsa la Dirección General de Investigación y Posgrado de la uas (dgip uas).
3 La violencia ha tenido y tiene un papel capital en la historia de la humanidad. Es ejercida tanto por el Estado como por individuos o grupos contra otros o contra el Estado mismo. Puede ser ejercida por un grupo rebelde o de revolucionarios que tratan de modificar el statu quo de una sociedad y tiene como finalidad vencer la resistencia del adversario. Uno de sus métodos más efectivos es de carácter simbólico, pues a través de diversos medios impresos o gráficos pone de manifiesto una situación de injusticia o busca legitimar las acciones del grupo que lleva cabo la lucha. Su implementación, cabe aclarar, no es indiscriminada. El grupo debe escoger lugar, individuos o edificios a los cuales hará objeto de su violencia para así poder ganarse el apoyo de parte de la sociedad. Bobbio, Matteuci y Pasquino, Diccionario, pp. 1627-1634.
4 Anónimo, “Ruda persecución a sacerdotes católicos en Checoslovaquia”, El Diario de Culiacán, 12 de junio de 1949, p. 1.
5 Servín, “Propaganda”, p. 12.
6 Anónimo, “Triple asalto bancario en Chihuahua”, El Diario de Culiacán, 16 de enero de 1972, p. 2.
7 Anónimo, “Un líder del pps coludido con los asaltabancos”, El Diario de Culiacán, 19 de enero de 1972, p. 1.
8 Anónimo, “Hallan un campo para adiestrar guerrilleros en Monterrey”, El Diario de Culiacán, 21 de enero de 1972, p. 3.
9 Belisario Ibarra Osuna, “Grupos Guerrilleros asaltaron dos Bancos”, El Diario de Culiacán, 11 de diciembre de 1974, pp. 1-6.
10 Anónimo, “Mataron a tiros a uno de los asaltabancos”, El Diario de Culiacán, 23 de enero de 1972, p. 2.
11 Anónimo, “Sano y salvo regresó a su domicilio el estudiante Cuauhtémoc García Terán”, El Diario de Culiacán, 10 de junio de 1972, p. 2.
12 Anónimo, “Amenazaban con volar una harinera”, El Diario de Culiacán, 2 de octubre de 1973, pp. 1-4.
13 Habermas, Historia.
14 Kant, Filosofía, p. 29.
15 Van Horn Melton, El nacimiento, p. 15.
16 Guerra, Modernidad, p. 298.
17 Guerra, Modernidad, p. 301.
18 Chartier, Espacio, pp. 37-40.
19 José Natividad Rosales, “La mejor lección de Allende. No a la violencia”, El Diario de Culiacán, 30 de diciembre de 1972, pp. 4-6.
20 Anónimo, “La violencia no es la solución: Fidel Velázquez”, El Diario de Culiacán, 15 de octubre de 1973, pp. 1-2.
21 G. Díaz Barrón, “Sólo los obreros y campesinos hacen las revoluciones”, El Diario de Culiacán, 10 de diciembre de 1972, p. 4.
22 Anónimo, “La fidelidad del pueblo vencerá la contrarrevolución: Lic. Moya Palencia”, El Diario de Culiacán, 31 de octubre de 1973, pp. 1-2.
23 F. Pedroza, “Los marxistas no pueden ser demócratas”, El Diario de Culiacán, 4 de octubre de 1973, p. 9.
24 Tomás Ramírez Torres, “Dos orígenes y un resultado”, El Diario de Culiacán, 12 de octubre de 1973, p. 4.
25 Mario Gómez Mayora, “Los Intocables”, El Diario de Culiacán, 3 de octubre de 1973, p. 10.
26 Anónimo, “Olivares Santana se pronuncia en el Senado”, El Diario de Culiacán, 15 de febrero de 1974, p. 1-8.
27 Virginia V. Nieto, “Aumento de la Delincuencia Juvenil en las Grandes Ciudades”, El Diario de Culiacán, 19 de abril de 1972, p. 2.
28 Anónimo, “La violencia estudiantil, síntoma desconsolador”, El Diario de Culiacán,
19 de junio de 1972, pp. 1-3.
29 Winfried Pinger, “Causas de la actitud de protesta”, El Diario de Culiacán, 29 de septiembre de 1972, p. 9.
30 Anónimo, “Conclusiones del II Foro Internacional de la Juventud”, El Diario de Culiacán, 30 de octubre 1973, p. 9.
31 Anónimo, “Conclusiones del II Foro Internacional de la Juventud”, El Diario de Culiacán, 29 de octubre 1973, pp. 1-2.
32 Abric, “Las representaciones”, p. 406.
33 Ruiz Guadalajara, “Representaciones”, p. 54.
34 Angélica Cifuentes, “Esas tendencias atan y encadenan al pensamiento”, El Diario de Culiacán, 28 de febrero de 1976, p. 1.
35 Virginia V. Nieto, “Censurable demostración de barbarie estudiantil en el estado de Durango”, El Diario de Culiacán, 19 de abril de 1973, p. 6.
36 Jorge M. Pellegrini, “Universidad a balazos”, El Diario de Culiacán, 21 de abril de 1976, p. 3.
37 Anónimo, “Lo sucedido es una lección dice el Gobernador Poblano”, El Diario de Culiacán, 3 de mayo de 1973, p. 12.
38 Gustavo Narrina, “Las Guerrillas Universitarias”, El Diario de Culiacán, 16 de febrero de 1972, p. 4.