Sin Dios ni ley: violencia, incomprensión y desamparo.
La situación de Tacna, Arica y Tarapacá tras la Guerra del Pacífico, a la luz  del diario El Comercio y la revista Variedades, 1910-1912

 

Paula Hurtado López
Pontificia Universidad Católica de Chile

 

La  política de  chilenización supuso la continuación “no  bélica” de la Guerra del Pacífico. Ésta finalizó con la firma  del Tratado de Ancón, mediante el cual  se cedió a perpetuidad la provincia de  Tarapacá a Chile, y Tacna y Arica  quedaron bajo  su poder por  diez años, antes de  un  plebiscito.  El gobierno chileno no logró  afianzar la “chilenidad” en la zona, por lo que instauró un programa basado en la violencia y en la “desperuanización” que incluyó el cierre de escuelas e iglesias, la expulsión de  maestros y sacerdotes, la destrucción de  imprentas y la  repatriación de  personas. Se da cuenta de las impresiones recabadas por  dos  publicaciones peruanas respecto de  la situación vivida en  Tacna, Arica  y Tarapacá.

 

Palabras claves: Chilenización, provincias cautivas, nacionalismo, violencia, repatriaciones.

 

Introducción1

La Guerra del Pacífico fue un conflicto entre Chile, Perú y Bolivia que duró de  abril  de  1879  a octubre de  1883.  En 1878  el Estado boliviano constató que para entrar en  la “era del  progreso” debía contar con  suficientes ingresos fiscales. En  el litoral de Antofagasta, empresarios y trabajadores extranjeros venían explotando los caliches del  desierto para convertirlos en  salitre y exportarlos sin  que Bolivia  hubiese tomado hasta entonces ninguna acción, aun cuando legítimamente podía imponer tributos a la producción y exportación.
El Estado boliviano introdujo entonces un impuesto moderado de diez centavos por  quintal de  salitre, que, sin  embargo, rompía un acuerdo de estabilidad tributaria firmado anteriormente. Por su  parte, el Perú había firmado en  1873  un  Tratado de  Alianza Defensiva con  Bolivia,  por  lo que se pensaba que Chile  se mantendría al margen de  este asunto. Sin embargo, las empresas chilenas se rehusaron a pagar el impuesto y pidieron ayuda a Gran Bretaña y otras naciones europeas ante la inminente expropiación boliviana. Chile  había comprendido que si conseguía dominar el mercado del salitre podría paliar su déficit fiscal.
Fue  así como,  tras la ocupación chilena del litoral de Bolivia,  el Perú se puso del  lado  de  ésta. “He  aquí a tres gobiernos contemplando el salitre como  miraría un  hambriento viajero un  trozo de  carne tierna. La guerra, vista a la distancia de  más de un  siglo  y dado el esquema  económico y fiscal  en que se movían los tres estados implicados, era  inevitable”.2
La llamada “guerra del  salitre” llegó  a su  fin con  la firma  del  Tratado de Ancón, que cambió el mapa de Sudamérica: Bolivia perdió la provincia de  Antofagasta y su  litoral; Perú entregó a Chile  la provincia de  Tarapacá  en  forma perpetua, así  como también Arica  y Tacna por  un  lapso de diez  años que terminó extendiéndose a cuarenta y cinco. Los habitantes peruanos de  la zona quedaron entonces en  una suerte de  limbo  y las autoridades chilenas regularizaron su situación mediante la ley del 31 de octubre de  1884,  que les  permitía conservar su  nacionalidad siempre y cuando se registraran en las municipalidades antes de doce meses.
Durante el siglo  XIX, tras la caída de  la monarquía borbónica y la consiguiente falta de  unidad en  el poder, las  ideas modernas de soberanía y representación popular comenzaron a  cobrar mayor fuerza: nuevos actores surgieron en  política y quienes se sentían “llamados naturalmente a gobernar” (a saber, elites, grupos militares y caudillos) debatían para imponer distintos modelos que se ceñían a la tradición o bien al ideario liberal, concordando en la necesidad de implantar un  cierto orden garante de estabilidad y base de todo progreso.
De este modo, los líderes de los nacientes estados americanos intentaban construir discursivamente el ideario nacional con  el objeto de  afianzar  sus estructuras administrativas. Expresión de  ello  es la  política de chilenización llevada a cabo por el Estado chileno entre fines del siglo  XIX y 1929  respecto de  las  recientemente incorporadas provincias de  Tacna, Arica  y Tarapacá.
Como bien señala Sergio González, luego de la guerra, en las zonas donde  la población originaria era  mayoritaria, el cambio de soberanía no  era un  problema   meramente político-administrativo, sino fundamentalmente social y cultural.3 Y es que imaginar la historia de  estos territorios desde un discurso nacional propiamente “chileno” resultaba bastante dificultoso, puesto que en ellos predominaban elementos peruanos y bolivianos que se presentaban como  hostiles y enemigos del ideario de nación:4

Según Anderson, los líderes de los estados manipularon “palancas políticas de nacionalismo oficial”, incluyendo la educación controlada por el estado, la censura de la prensa, la propaganda organizada por el Estado, así como  la reescritura oficial  de  la historia. Durante la controversia de Tacna y Arica, los líderes políticos tanto en  Lima  como  en  Santiago empezaron de  manera consciente a mover estas “palancas” para producir su respectiva identidad nacional ante la inminencia del plebiscito.5

Con  el  correr de  los  años, el  gobierno cayó  en  la  cuenta de  que no había logrado afianzar la “chilenidad” en la zona y recurrió entonces a la acción violenta, con  el objeto de  introducir cambios significativos y desestructurantes en  la sociedad y en  la cultura local  tendientes a hostilizar y “desperuanizar” a la población.6 Todo  ello alcanzó un  punto álgido en 1910,  puesto que éste “era el año  del  centenario en Chile  y el nacionalismo era  un  sentimiento que emergía desde todos los rincones y sectores sociales como un manantial natural”.7

 

Los medios escritos y la difusión
de un ideario nacional

François-Xavier Guerra sostiene que a partir de 1808 se abrió en el mundo hispánico una época de profundas transformaciones. En España comenzó la revolución liberal y en América el proceso que llevó a la independencia. Por medio de  estas revoluciones se trataba de  legitimar la emancipación de  las  nuevas naciones hispanoamericanas y la formación de  regímenes políticos modernos, en un proceso único que comenzó con la irrupción de la modernidad en  una monarquía y que desembocó en  la desintegración de ese conjunto político en múltiples estados soberanos.
Sin embargo, la revolución llevó  a término muchos procesos comenzados durante el antiguo régimen. La Ilustración introdujo un nuevo sistema de  referencias en  que se combinaban ideas, imaginarios sociales, valores y comportamientos,siendo el  hombre el centro de  este nuevo sistema, como  valor  supremo y criterio de  referencia con  que debían medirse tanto las  instituciones como los  comportamientos. Estas sociabilidades modernas se caracterizaban por  la  asociación de  individuos de orígenes diversos y se establecían únicamente con el fin de discutir por medio de “la razón”.
Es decir, lo radicalmente nuevo fue  la creación de  una escena pública que dio  el triunfo a una nueva legitimidad, la de  la nación o del  pueblo soberano, y a  una nueva política con  actores diferentes. Ésta reunió a algunos burgueses, pero sobre todo a  nobles, patricios, clérigos, profesores, estudiantes y empleados públicos cuyo  rasgo común no  era  una situación socioeconómica similar, sino  la pertenencia a un  mismo mundo cultural. Vale decir que se trataba de una modernidad entendida como  el nexo entre estado-nación, esfera pública y opinión pública.8
Así,  el periodismo y la prensa fueron el conducto por  excelencia para el debate público:9 se identificaron con  un  proyecto nacional que transformaría a los  distintos reinos en  países modernos e ilustrados, y el periódico sería el medio por el cual  la población se informaría y educaría.10 Las  fuentes peruanas seleccionadas, El  Comercio y  Variedades, al abordar el tema de la política de chilenización, se hicieron eco  del  resentimiento y el desencanto experimentados tras la derrota en la Guerra del Pacífico, pero, ante todo, buscaban denunciar las  irregularidades e injusticias cometidas por la administración chilena en las llamadas “provincias cautivas”, con el objeto de dar  cuenta del sentir de sus habitantes al  resto de la población. Esta idea se ve  confirmada por el historiador chileno Gonzalo Vial, quien sostiene que “de todos modos, la ‘chilenización’  –cuyo objetivo a nadie podía escapar– motivó enérgicas protestas del Perú, que nosotros rechazamos con  igual severidad;  aducíamos el derecho nacional, convenido en Ancón, de  administrar la zona ocupada como  si fuese chilena”.11
Debido a la destrucción de imprentas y a la censura de prensa instaurada en  Tacna, Arica  y Tarapacá, nos  basamos en  fuentes editadas en Lima,  pero que contaban con  corresponsales en  dichas provincias. Esto con el objeto de visualizar las impresiones que se tenían del proceso desde  un  escenario diferente al de  las  “cautivas”, bajo  la óptica de  personajes que no eran oriundos de la zona.
El primer número del  diario El Comercio salió a la luz en 1839, sólo quince años después de declarada la independencia del  Perú, por  lo que el lema de  “Orden, libertad y saber” surgió para hacer frente al clima de inestabilidad imperante. Conforme a  éste, “se persiguió el  tratamiento objetivo de  la información y la mayor honestidad, convicción y ponderación en la opinión a través de una línea editorial coherente y no sujeta a los vaivenes del trajinar político”.12
En sus ediciones de marzo de 1910 el diario publicó los “documentos secretos” elaborados meses antes por  una comisión consultiva chilena sobre la política chilenizadora. Con  fecha 3 de  marzo, señala: “Empezamos a publicar estos documentos secretos que comprueban el propósito de Chile  de eludir, a todo trance, el cumplimiento del tratado de Ancón... Se trata de un  pretexto, con el fin de  echar de  Arica  y Tacna a compatriotas nuestros en  quienes Chile  ve  un  estorbo para sus proyectos de detentación de nuestras provincias del sur”.13  Entre sus titulares se contaban “La  expulsión de  los curas peruanos”, “El comité nacionalizador  de Tacna y Arica”, “Consternación en  el pueblo”, “Se  los obliga a salir por  la fuerza”, “Los periódicos de  Bolivia  censuran la conducta del gobierno chileno”, mediante los cuales se buscaba alertar al resto de la población. Variedades, revista semanal ilustrada, se editó por  primera vez el 29 de febrero de 1908 bajo la dirección de Clemente Palma y Manuel Moral y Vega,14 quienes habían trabajado juntos entre 1905  y 1907  en  la revista Prisma. Por esos años comenzó la decadencia de la aristocracia y el posicionamiento de la burguesía, apoyada por el desarrollo económico de la urbe y la adquisición de  poder político, por lo que cambió también el público. Los editores comprendieron que era necesario desprenderse del carácter social, literario, severo, escrupuloso y aristocrático de Prisma transformando la revista de tal manera que resultara más popular, amena, casera e interesante. Así surgió Variedades, con la visión de una nueva época peruana, con el fin de solazar a su nueva clase dominante.15

 

El proceso chilenizador en la historiografía

La historiografía chilena y peruana tradicionalmente han denominado “chilenización” al conflicto diplomático, político, social e ideológico que afectó a Tacna y Arica  entre 1884  y 1929.  El historiador peruano Raúl  Palacios Rodríguez expone que por  esta política “se ha  entendido todo género de medidas tendientes a hacer perder en  ellos (los territorios) el carácter de peruanos, desvinculándolos en todo de su patria, el Perú, e infundiéndoles el sello característico de  la nacionalidad chilena”.16 Junto a esto, enfatiza la resistencia de los peruanos frente a las acciones violentas y prohibitivas que, aun cuando los obligaban a mantener vivas sus tradiciones en la clandestinidad, paradójicamente reforzaron los vínculos con su patria.
Siguiendo la misma línea, el historiador peruano Jorge Basadre destaca la lealtad de los peruanos, aludiendo a su infancia en Tacna:

De niño, el Perú fue  para mí, como  para muchos, lo soñado, lo esperado, lo profundo; el nexo que unía a la lealtad al terruño y al hogar que invasores extraños y abusivos quisieron cortar, la  vaga idea de  una historia con sus grandes fulgores y sus numerosas caídas y la fe en un futuro de liberación.17

De igual manera, sostiene que pese al litigio peruano-chileno se había mantenido la convivencia social con los habitantes de otras nacionalidades.
Entre las investigaciones más recientes encontramos las de la historiadora peruana Rosa Troncoso, quien se refiere al tema de  la chilenización desde la perspectiva de  los  repatriados provenientes de  las  “provincias cautivas” y de la  identidad de  los “tarapaqueños peruanos”, quienes dada la  estrecha convivencia mantenida con  los  chilenos fueron posteriormente mirados con recelo y desconfianza: “¿Qué era  entonces ser  repatriado? El término empezó a tener una connotación negativa, era  vivir de alguna manera el desarraigo, era  vivir una realidad decepcionante”.18
Troncoso sitúa el surgimiento de las Ligas Patrióticas y el comienzo de la política de desperuanización en el año  de 1911.
En lo que respecta a la historiografía chilena, el sociólogo Sergio González aborda el tema a la luz de  sus investigaciones realizadas en  la pampa tarapaqueña y en  el puerto de  Iquique. En vista de  ello es posible advertir dos momentos de  inflexión política en dicho proceso: el primero en  1907, con la masacre obrera en la escuela Santa María de Iquique, en que chilenos y peruanos tuvieron un  destino común, tras lo cual  empiezan las primeras repatriaciones; el segundo en 1911,

cuando el nacionalismo compulsivo que emergió por  el clima  pre-ple-biscitario sobre la soberanía de  Tacna y Arica, tanto en  Perú como  en Chile, exacerbó los ánimos y posibilitó que grupos patrioteros realizaran  los primeros saqueos a clubes sociales, imprentas y casas particulares de peruanos.19

El autor propone también que los mecanismos de  dominación fueron violentos, eficaces y metódicos, puesto que se buscaba consolidar la chilenidad en  la zona,20 y señala que la escuela pública se constituyó como un  agente chilenizador, pero que llegó muy lentamente a la provincia de Tarapacá.
Por  su  parte, el historiador chileno Julio  Pinto expone que la Guerra del  Pacífico trajo un  recambio en  la estructura administrativa, política y judicial, transformando también la  concepción de  proyecto nacional reflejada en  una voluntad de chilenización que se mantuvo hasta el fin de siglo  más en  un  plano discursivo que en  una acción concreta. De  este modo, a comienzos del siglo  XX se intensificaron las medidas y se provocó un “etnocidio cultural andino”:

Porque en  medio de  esta tensión permanente entre cambio y permanencia, el mundo popular pampino fue  entrelazando sus antiguas culturas y sus nuevas experiencias en  un  tejido que, a final  de  cuentas, constituyó el  contenido mismo de  la  identidad pampina: híbrido de tradición y modernidad, de peonaje y proletariado, de patria y de clase, de lo local y lo cosmopolita.21

 

La política chilenizadora durante los  primeros años

Chilenizar o chilenización es una santa palabra, que tiene la virtud mágica de hacer que nadie pida amparo, ni ampare a los habitantes pobres que existen en las cautivas:
que hace sordos a los que tienen el deber de velar porque la Constitución y las leyes respeten a unos y otros…22

Dada la importancia que tenía entonces Tarapacá desde el punto de vista geográfico y económico y al  carácter de  “terrenos baldíos” atribuido a las  provincias de  Tacna y Arica  tras la Guerra del  Pacífico, entendemos por  chilenización un  proceso de “socialización de  la identidad nacional” llevada a cabo por el Estado chileno, que tenía como  fin afianzar la estructura administrativa en la zona y su estabilidad interna.23
Así,  la primera fase de  dicha política se extendió desde la firma  del Tratado de Ancón en 1883 hasta los primeros años del siglo XX y se caracterizó por  un  intento pacífico de  las  autoridades chilenas por  ganarse la simpatía y adhesión de los habitantes peruanos, para contar con su apoyo al momento de celebrarse el plebiscito.24
La educación en  las  provincias cautivas constituyó uno  de  los  temas centrales del programa chilenizador. Y es que

los centros escolares, al igual que el hogar, la Iglesia y otras instituciones tradicionalmente peruanas, se constituyeron desde el inicio  mismo del cautiverio en verdaderos receptáculos de la más pura e inmaculada peruanidad y sus maestros en  auténticos depositarios y paladines del espíritu nacional.25

Por  ello,  una de  las  primeras medidas tomadas por  el intendente de Tacna, Manuel Francisco Palacios, fue expedir un  decreto a mediados de mayo de  1900  mediante el cual  clausuraba las  escuelas peruanas de  dicho  departamento, notificándose dos  días después a los  profesores que debían cesar en sus funciones en un plazo máximo de veinticuatro horas.
De  igual manera, en  Arica  fueron clausuradas las  dos  escuelas que existían, hecho considerado inaceptable por  la Sociedad Peruana de  Beneficencia, que procedió a establecer escuelas privadas. En una de  ellas estudió el connotado historiador Jorge Basadre, quien señaló:

La enseñanza que la señora Carlota, antigua maestra peruana, junto con  don  Pedro Quina Castañón, impartía a un  grupo muy reducido de niños presentaba, para nosotros, las  apariencias de  la clandestinidad. Experimentábamos la sensación de ir a clases día a día  como  quien va a algo  prohibido. Hasta los policías de las esquinas conocían, sin duda, la existencia de  ese centro escolar, pero como  era  pequeño y aislado, habían decidido tolerarlo.26

Es  decir, la  existencia de  estos centros de  enseñanza era  una suerte de  secreto a voces del  que las  fuerzas públicas preferían hacer caso omiso, puesto que no  veían en  ellos  una instancia que pudiera llevar al cuestionamiento de la política chilena.
La  inversión en  obras públicas constituyó otro  de  los  aspectos centrales durante esta primera fase, puesto que la introducción de mejoras en  infraestructura permitiría a las  autoridades ganarse la aprobación de los peruanos. Al respecto, Mateo Riesle, residente en  Tacna desde 1879, aludiendo a una transformación total en la provincia, expresaba:

Los estanques actuales del agua potable no existían, los habitantes bebían el agua de  Caplina, la que era  sacada por  los aguadores, y noten Uds.  que era  en  el mismo Caplina donde se arrojaban los desperdicios y basuras, así  que el agua que se bebía en  Tacna no era  precisamente muy  limpia y pura.27

A esto se sumaban la  pavimentación de  las  calles principales y de las  aceras, el  hermoseamiento de  jardines y plazas, la canalización del

Caplina, la construcción de  numerosos edificios públicos, escuelas y casas modernas.
Sin embargo, ni la clausura de  escuelas peruanas ni el ímpetu modernizador resultaron suficientes para imponer el sello chilenizante, y es que

mientras Chile  tuvo la esperanza de  modificar los sentimientos patrióticos de los habitantes de las provincias no se atrevió a dar  el paso violento que ha dado. Pero  al fin se convenció que la falta de tacto, la poca sagacidad del chilenizador Lira no dio buen resultado, y ha optado por cortar de raíz  el peruanismo en esas provincias.28

 

Del afianzamiento de lo nacional
a las  manifestaciones xenofóbicas

La violencia como  elemento fundante
La fase conocida como  la “chilenización violenta” se extendió entre los años 1900 y 1926 aproximadamente y se manifestó con mayor intensidad a partir de  1908.29 Se caracterizó por  el establecimiento de  un  programa fundamentado en  la violencia y en  la hostilidad y que contemplaba una serie de  medidas radicales en  perjuicio de  los  peruanos, tales como  la clausura de escuelas e iglesias, la expulsión de maestros y sacerdotes, la censura de la prensa y la destrucción de imprentas, así como  la expulsión progresiva y en  masa de  los peruanos, todo ello con  el objeto de  impedir la transmisión de  los  valores patrios peruanos y de reducir a la mínima expresión sus instancias de manifestación pública.
Conforme a esto, la violencia desplegada  no  apuntaba únicamente al control de  las conciencias, sino también al escarmiento y a la degradación física como  expresión de  rechazo a la presencia peruana en  la zona. Ilustrativo resulta el caso de  don  Roberto Freire, director del  diario tacneño El Tacora, quien fuera víctima de  numerosos ataques. El 30 de  mayo de  1910  fue  atacado y golpeado con  un  revólver a la entrada de  su casa y seis meses después asaltado en  la  imprenta del  diario; esta vez  se contaron entre las víctimas su madre y sus hermanas. Al respecto señalaba El Comercio:

Los asaltantes procedieron con  brutalidad extraordinaria, pues dieron a las  tres inermes señoras una serie de  garrotazos rompiéndoles las cabezas, bañándolas en  sangre y causándoles otros graves daños… Otro  de los cobardes asaltantes penetraba, entre tanto, a la habitación en  que se hallaba la señora Juana Arias viuda de  Freyre, anciana de ochenta y cinco  años, que por  su edad y enfermedad que la aquejaba  no  puede andar, y con  un  salvajismo que espanta la arrastró casi desnuda hasta la primera habitación, donde su hija,  la señorita Eloísa, la cubrió con  su  cuerpo, recibiendo los  golpes que eran dirigidos a la anciana y recibiendo uno  que le hizo  una rotura en la cabeza.30

Junto con esto se llevaron todos los papeles encontrados, destrozaron las  cuatro máquinas de  imprimir y las  dejaron completamente inutilizadas para evitar que se siguieran publicando notas referentes a los abusos cometidos por los chilenos. Resulta interesante que se destaque que “los asaltantes se dirigieron hacia arriba, dando gritos de ‘viva Chile’.  Los policías  de punto gozaban tranquilamente del fresco, mientras en la calle  se hacían más de  treinta disparos. Esta punible actitud no necesita comentarios; habla por  sí sola”,31 puesto que deja en  evidencia la complicidad entre los  agentes chilenizadores y la policía en cuanto realidad sabida, reconocida y amparada. Por  ello,  los  mandatarios no  eran jamás contradichos “aun en  los  casos de  las injusticias más manifiestas; porque es tal  el régimen de  terror allí implantado que soportar cualquier atropello, cualquier vejamen e  injusticia resulta beneficioso… pues callándose se libran de peores cosas”.32

 

La experiencia del desamparo
El control de  las  actividades religiosas en  las  “provincias cautivas” fue uno  de  los temas más abordados por  la revista Variedades y el diario El Comercio. Éste señalaba que

la medida propuesta era  la última que su gobierno podía emplear para la completa chilenización de aquellas provincias, una vez que, habiendo  clausurado ya  las  escuelas dirigidas por  maestros peruanos, no  le falta hacer más que privar a los fieles de [las iglesias] de los beneficios y de  la vigilancia pastoral de  los  párrocos peruanos [para consolidar así,  la administración en la zona].33

Con  este propósito, el Gobierno chileno hizo  circular en  1909  un  documento, mediante el cual  se ordenaba la clausura definitiva de  las  iglesias peruanas y la expulsión de  sus sacerdotes para impedir que dichas provincias retornaran a  manos del  Perú, aun cuando de  hecho seguían dependiendo de la diócesis de Arequipa y Tacna. Según lo dispuesto por la Santa Sede, los sacerdotes peruanos que desearan continuar prestando servicios religiosos debían contar con  la venia tanto del  gobierno como del clero chileno.
Así,  todo parecía indicar que “no  es el  pase la  causa de  la  medida sino  la necesidad de alejar a los párrocos peruanos en quienes se supone alguna influencia en orden a ese mantenimiento del sentimiento nacional que Chile  no ha podido dominar por medio alguno en 30 años de administraciones sucesivas”.34 Y es que las  autoridades civiles atribuían al clero peruano mala reputación, inmoralidad e incultura, por  lo que se consideraba que su prédica podía tener una incidencia negativa sobre los fieles al alentarlos a manifestar su descontento por medio de panfletos, tertulias y actos cívicos, poniendo en entredicho la política chilenizadora.
De este modo, al verse privados de aquella guía moral y espiritual, los habitantes peruanos sintieron heridos sus sentimientos religiosos:

A pesar de  lo acostumbrados que vamos estando ya  a los  torpes manejos de  los  chilenos para apoderarse arteramente de nuestras indefensas provincias de  Arica  y Tacna, el espíritu nacional no  ha  podido menos que conmoverse en  sus más delicadas fibras con  motivo del nuevo y bochornoso golpe de  arbitrariedad cuyo  resultado ha  sido  la expulsión de  nuestros curas en  las cautivas… Todo  eso  sabemos y sabíamos hace tiempo: mucho y malo  esperábamos de  nuestro insaciable  adversario del  ’79, pero no  lo suponíamos capaz de  atentar hasta contra derechos eclesiásticos indiscutibles.35

Frente a esto, los medios escritos dejaron entrever que el poder religioso se supeditaba al poder político, puesto que la Iglesia chilena delegaba a la Cancillería la supervisión del  ejercicio de  las  funciones religiosas, al permitirle aprobar o rechazar los nombramientos eclesiásticos:

Es claro  que si los curas de Tacna se sometieran a la imposición de que sus nombramientos eclesiásticos fueran visados por  la Cancillería de Santiago, sólo  obtendrían el  pase los  que de  antemano consintieran servir de instrumento a la inicua política de fuerza que Chile  desarrolla hoy  en  nuestras provincias del  sur  como  medio de  detentar esos territorios, cuyos legítimos dueños permanecen leales a la patria peruana a pesar de todas las amarguras de su largo cautiverio.36

Entonces se va generalizando la idea de  que la Iglesia se preocupaba más de  los asuntos terrenales que de  los espirituales, desatendiendo las necesidades de  los habitantes de  la zona. Tanto así  que incluso señoras respetables y de  posición acomodada, privadas de  las  prácticas del  culto,  manifestaron su  descontento protestando en  las  calles y señalando: “para los que viven en esas provincias estará negado todo auxilio religioso si no visten la casaca del soldado y no empuñan un arma homicida. Ha querido así  darse una idea plástica de  que sólo  la fuerza impera en  esos territorios y que sólo el terror domina en ellos”.37
En vista del desacato de algunos sacerdotes peruanos a las disposiciones emitidas por el gobierno chileno, el intendente de Tacna y Arica, don Máximo Lira, decretó a comienzos de 1910 la expulsión de José M. Flores Mestre, Vitalino Berroa, José F. Cáceres, Esteban Tocafondi, Mariano F. Zeballos, Francisco Quirós y Juan G. Guevara, quienes debían abandonar la zona en un plazo de cuarenta y ocho  horas. “Vencido el plazo la policía exigió que salieran los curas; éstos protestaron en voz alta del abuso que se cometía, encaminándose a la estación acompañados de  varios caballeros peruanos y de  numeroso pueblo que se le unió  en  el camino. En la estación se despidieron además varias señoras peruanas con  lágrimas en  los ojos”.38 Quedaron en  su  reemplazo y a cargo de  las  parroquias de Tacna y Arica  sacerdotes carmelitas españoles.
Al respecto llama la atención la declaración del  canciller Edwards en que señaló que tal disposición no fue intempestiva, sino  fruto de maduros estudios del  gobierno, lo que evidenciaría una voluntad consensuada de las  autoridades por  amparar este tipo  de prácticas. En  vista de  ello,  la revista Variedades se refirió  al intendente como  un  “funcionario chileno que en toda época se ha prestado a hostilizar y vejar a los moradores peruanos de esas nuestras provincias”.

 

Radicalización y desencanto

A partir de  1911  se intensificaron las medidas chilenizadoras, por  lo que aumentaron las denuncias por  violencia física y por expropiaciones de propiedades al pie del Morro  de Arica  con el objeto de construir cuarteles y proceder al cierre masivo de fábricas.39 Al respecto señalaba El Comercio:

En  Tacna suceden cosas parecidas. Se han fundado o pretenden fundar  empresas industriales con  apoyo del  estado destinadas a hacer competencia a empresas o industriales peruanos radicados allí desde mucho tiempo atrás… y a provocar la ruina o el desamparo de las familias  peruanas que a su sombra viven.40

Junto con  esto se prohibió y se castigó más severamente la celebración  de   actos patrióticos entre los peruanos, tales como  izar la bandera, cantar el himno nacional o conmemorar las  principales fiestas y batallas: “Aquí estamos cohibidos de  toda manifestación y transcurre el día  como cualquier otro.  En los años anteriores conmemorábase la fecha entusiastamente en  el local  de  la Sociedad Peruana de  Beneficencia, donde con asistencia del  pueblo se verificaba una actuación patriótica”.41 Ya no visitaban los lugares en que los soldados peruanos dieron su  vida  durante la  guerra, puesto que se les  obligaba a  celebrar la  toma del  Morro  de Arica por parte de los chilenos yendo hacia éste en romería acompañados por  una banda de  música, autoridades chilenas, carabineros y escuelas públicas; tras lo cual  se pronunciaban discursos al pie  de  la bandera, se tocaban cuecas, se formaban ramadas y comenzaba la vendimia, profanándose el sitio  donde perecieron peruanos y chilenos.42
De igual manera, se hicieron frecuentes los  llamados a la violencia y a la insurrección a través de  campañas y mítines antiperuanos. En  este contexto surgieron las  llamadas Ligas Patrióticas, organizaciones civiles ultranacionalistas chilenas que, aparentemente amparadas por  el gobierno, persiguieron a los peruanos. Dichos grupos apoyaron el cierre de escuelas e imprentas, se opusieron a que los  peruanos trabajaran como maestros o empleados públicos, pretendieron que el 80% de  los trabajadores y empresarios fueran chilenos, persiguieron la obligatoriedad del servicio militar para los nacidos en Tarapacá, así como  también restringir progresivamente la inmigración de peruanos. Señala El Comercio:

En  efecto, nuestros compatriotas de  Iquique sufren hoy  la más brutal hostilidad. El ataque a sus propiedades, la propaganda malévola y ociosa

contra sus personas, el daño a sus intereses, la amenaza a sus hogares es lo que encuentran compatriotas nuestros que, después de haber tenido la desgracia de ver pasar a manos extrañas el pedazo de suelo donde nacieron, viven allí sin garantías y sin consideraciones de ningún tipo.43

La tensión y hostilidad fueron en aumento; en junio  de 1911 comenzaron  la expulsión de  los maestros peruanos de  Iquique y la reducción del número de  trabajadores en  la pampa salitrera. Se procedió también a la clausura definitiva de  los periódicos peruanos, lo que permitiría explicar el aumento de  denuncias por  ataques a las  imprentas. Sugerente resulta el caso del asalto a la imprenta de La Voz  del Perú el 23 de mayo de 1911, que una semana después se hizo extensiva al club,  al casino y a la Bomba Peruana en la ciudad de Iquique, como  acto  de venganza por un supuesto asalto de  los peruanos al consulado en  Lima  y en  el Callao. Se destacaba aquí que tales delitos “sólo son  posibles con la complicidad y estímulo de las  autoridades de  policía… pues no hay  otro  modo como  podría haberse cometido ese delito a  media cuadra de  la  plaza principal y sin  que las autoridades, que fueron llamadas oportunamente por teléfono, llegaran a tiempo para evitarlo”.44
Por otra parte, la prensa criticó también la postura de  silencio mantenida por  el Vaticano frente a la cuestión religiosa de  las provincias cautivas, ante lo cual  Variedades afirma:

Pero  antes que tal  actualidad u oportunidad de  momento está la legítima conveniencia de  que tales hechos sean conocidos en todas partes, dentro y fuera, para sanción moral siquiera de los atropelladores… Mientras aquí todavía creemos que contamos con el Vaticano y que merced a ello  no  se dice  misa en  nuestras provincias que sucumben poco  a poco  al poderío del  detentador, ello es, como  puede verse, que tal misa se dice, que la misma iglesia ostenta la bandera chilena donde sólo  debiera aparecer la imagen del Crucificado, y que la concurrencia chilena no puede ser  más numerosa.45

De  este modo los  medios escritos se hicieron eco  del  desencanto  y el  desconcierto que embargaban a  los  habitantes peruanos, por  lo que desde Lima  se ordenó el  retiro de  la  legación peruana, poniéndose de manifiesto que nada avanzaríamos con tener ministro en Santiago si fuera él a contemplar  calladamente las  violencias y ultrajes de  la chilenización de  Arica y Tacna; el asalto allí a las  imprentas peruanas, la expulsión brutal de nuestros compatriotas, la clausura de  nuestras iglesias y escuelas. No mientras Chile  use de  su  fuerza para oponerla a nuestro derecho, la legación del Perú no tiene un puesto decoroso en Santiago.46

Como  consecuencia de  esto comenzó el 28 de  diciembre de  1911  un nuevo éxodo de peruanos hacia Lima,47 producto de la hostilidad y la violencia experimentadas durante los últimos meses. Esta situación ocasionó  nuevas repatriaciones, apoyadas por el Estado peruano a través del Comité de  Auxilios a  los  Repatriados del  Sur,  por  lo que su  número se incrementó considerablemente.48

 

“El quiebre de un sueño”. El retorno a la patria

Durante el año  1912  El Comercio y Variedades no dieron ya tanto énfasis a los vejámenes sufridos por  los peruanos en  las provincias del  sur,  sino más bien a la condición en que éstos se encontraban a su regreso a Lima. Y es que, como  medida compensatoria, fueron trasladadas 250 personas al Callao49 y alojadas en  varios recintos, tales como  el viejo  local  en  que funcionaba el Colegio Nacional de  Nuestra Señora de  Guadalupe o en  el Colegio de  San  Lázaro, donde se les  proveyó de  comida y cobijo  durante el tiempo que tomara reubicarlos en diversos trabajos. No obstante, dado el elevado número de  repatriados dichos lugares no lograron dar  abasto, por  lo que las  condiciones de  vida  que ahí  se observaban eran bastante deplorables:

todo está lleno  de  útiles domésticos; colchones, sillas, mesas… de  las incomodidades de  vida  tan en  común y tan estrecha. Hay repatriados que duermen en el patio y otros en el pequeño corredor que tiene sali da  a Santa Teresa, frente a la afamada gruta de Lourdes; los servicios de  agua y desagüe tienen que ser  escasos para la cantidad de  personas que allí viven, y las  cocinas y demás servicios íntimos tienen que llevarse a cabo en  un  pampón que está al descubierto, expuestos a la indiscreta y ociosa curiosidad de los transeúntes.50

Es decir, no todo fue color de rosa para los repatriados. Más aún considerando que la presencia de  los llamados “tarapaqueños peruanos” suscitó opiniones contrapuestas entre sus compatriotas. Por una parte había quienes los miraban con recelo, dada la estrecha convivencia sostenida con los chilenos, producto de la mezcla de costumbres y tradiciones diversas (compartieron paseos, cumpleaños y aniversarios patrios, las familias se vincularon a  través de  matrimonios y compadrazgos, los niños estudiaban  en colegios chilenos51) que fue  configurando una identidad particular y que podía llevar a considerarles como  “traidores a la patria”. Por el contrario, hubo también quienes, conmovidos por  la entereza y el estoicismo que mostraban, les atribuyeron una suerte de carácter heroico.
Sugerente resulta el caso referido por Variedades con fecha 1º de enero de  1912  respecto del  conmovedor espectáculo brindado por  los  repatriados al volver de  una fiesta, “encabezados por  una banda militar que ejecutaba entusiastas marchas. Iban con  las banderas peruanas en  alto, marciales, gritando á pulmón abierto “viva el Perú” y sentían el orgullo de  pisar una tierra suya sobre todas las  cosas, y de  gritar en  alto  el encanto de  su  retorno”.52 Podemos observar cómo  se superponen ambas opiniones, puesto que dentro de  la misma celebración hubo quienes en medio del  bullicio patriótico lanzaron gritos de  odio  contra determinadas personas. Por ello, los repatriados estaban desilusionados.
De igual manera, la misma Iglesia parecía tratar con  desprecio a los “tarapaqueños peruanos”, por cuanto “no  faltó más tarde, en Lima, algún sacerdote que, en la confesión, reprendiera con dureza a mujeres tacneñas porque no habían ido a misa ni había comulgado durante largo tiempo”,53 lo que resulta un  tanto tragicómico. “Éstos lo habían dejado todo por  su amor al Perú: familia, amigos, propiedades. En  Tarapacá eran atacados por ser  peruanos y en el Perú eran rechazados por ser  repatriados”.54
Como  resultado de  la salida de  los peruanos de  las  provincias de  Arica, Tacna y Tarapacá decayó el ritmo de las hostilidades y las autoridades chilenas consideraron conveniente reanudar las  relaciones diplomáticas con el Perú y contribuir a la tranquilidad del ambiente internacional.55

 

Consideraciones finales

La llamada política de  chilenización supone un  fenómeno complejo que puede ser  abordado desde múltiples aristas. Hemos considerado pertinente remitirnos a  la  información recabada por  el  diario El Comercio y la revista Variedades con  el objeto de visualizar las  impresiones que se tuvieron de dicho proceso desde un escenario diferente al de las “provincias  cautivas”: la capital.
Durante el  período investigado se observa una creciente hostilidad y violencia contra los habitantes peruanos (con  mayor intensidad desde fines de  1910)  que llevó  a  la  aplicación de  medidas extremas como  la clausura de escuelas e iglesias, la expulsión de maestros y sacerdotes, la censura de la prensa, la prohibición de manifestar en público su peruanidad y la expulsión progresiva y en masa. Todo  esto iba  de la mano de un sentimiento de desencanto y desamparo experimentado por las víctimas, quienes observaban con  dolor  y desconcierto la indiferencia de  la Iglesia y de  las  autoridades civiles frente a los abusos cometidos. Sin embargo, nada logró  apabullar su  sentimiento patrio, por  lo que comenzaron a llevar una vida  en la clandestinidad, fundando sus propias escuelas, habilitando lugares como  templos, conmemorando a sus próceres y celebrando las principales fiestas dentro de sus hogares, entre otras cosas.
Al contrario de  lo que podría pensarse, la llegada de  los repatriados a Lima en 1912 no implicó el fin de sus desdichas, por lo que los medios escritos pusieron de manifiesto la precariedad material en que se encontraban y el recelo y el desprecio con que eran tratados por sus compatriotas.
Desde mediados del  siglo  XIX Chile  incorporó nuevos territorios y adquirió inmensas riquezas. Sin embargo, recurrió al uso  de  la violencia en múltiples aspectos con el objeto de cambiar el imaginario de los habitantes peruanos de  la zona para hacer efectiva la implantación de  su  administración y soberanía.
Mediante este trabajo buscamos dejar constancia de esa “otra cara” del proceso: no ya la de un país victorioso, sino la de un pueblo, el peruano, que debió enfrentar el dolor  del  desarraigo. Más que una “visión de  los vencidos” quisimos retratar el sentir de una nación que padeció a manos de otra el intento de  cortar sus raíces identitarias y que, luego de  retornar a la patria (una suerte de  tierra prometida), continuó experimentando el rechazo, pero esta vez  por  parte de  sus propios compatriotas. Esto no tiene el afán de distinguir entre “buenos” y “malos”, sino más bien de demostrar que en el proceso de consolidación de los estados nacionales no todo fue blanco o negro, puesto que existían una serie de matices.
El proceso de  chilenización llegó  a su  fin con  la firma  del  Tratado de
1929,  mediante el cual  se devolvió la provincia de Tacna al Perú y se confirmó  el dominio de  Chile  sobre Arica. Sin embargo, el recuerdo amargo de  la guerra y de  la vida  bajo  la administración chilena dejaron abiertas una serie de heridas que se manifiestan hasta nuestros días.

 

Fuentes hemerográficas
El Comercio, 1910-1912.
Revista Variedades, 1910-1912.

 

Bibliografía
Basadre, Jorge
El alma  de  Tacna (Ensayo de  interpretación histórica), Tacna, Ediciones Cofide, 1926.
—  La  vida  y  la historia. Ensayos sobre personas y  lugares, Lima,  Tall.
Industrial Gráfica, 1981. Contreras, Carlos y Marcos Cueto
Historia del Perú contemporáneo, Lima,  Fondo Editorial Pontificia Universidad Católica del Perú, 2007.
Díaz A., Alberto
“La ‘chilenización’ de Tacna y Arica  o los problemas para una historia regional del  norte de  Chile”, Revista Werken: Arqueología, Antropología,  Historia, núm. 4, (2002), pp.  145-168, disponible en: www.revistawerken.cl
Earle, Rebeca
“El  papel de  la imprenta”, en  Ángel Soto  (ed.),  Historia de  la prensa chilena del  siglo  XIX.Entre tintas y plumas, Santiago de  Chile, Centro de  Investigaciones de  Medios Andes (CIMA), Facultad de  Educación, Universidad de Los Andes, 2004,  pp.  19-43.
González Miranda, Sergio
“Tarapacá: región en  conflicto (1911-1929)”, Revista de  Ciencias Sociales (1997) en línea, fecha de consulta: 10 de julio de 2009.  Disponible en: http://redalyc.uaemex.mx/redalyc/src/inicio/ArtPdfRed.jsp?iCve =70800704>
—  Hombres y mujeres de la Pampa. Tarapacá en el ciclo de expansión del salitre, Santiago de Chile, LOM, 2002.
—  El dios  cautivo: las ligas  patrióticas en la chilenización compulsiva de
Tarapacá (1910-1922), Santiago de Chile, LOM, 2004. Guerra, François-Xavier
Modernidad e independencias: ensayos sobre las revoluciones hispánicas, Madrid, Mapfre, 1992.
Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile
La  situación de  los  peruanos en  Chile. Documentos  comprobatorios que desmienten las  afirmaciones del  gobierno del  Perú, Santiago de Chile, Ministerio de Relaciones Exteriores, 1923.
Palacios Rodríguez, Raúl
La chilenización de  Tacna y Arica. 1883-1929, prólogo de  Jorge Basadre, Lima,  Colección Perú-Historia, Editorial Arica, 1974.
Pinto Vallejos, Julio
Trabajos y rebeldías en  la pampa salitrera, Santiago de  Chile, Universidad de Santiago, 1998.
Ruz Sagal, Rodrigo
“Estado, tierra y comunidad andina. Algunas notas sobre la constitución  de  la propiedad de  la tierra en  la precordillera chilena. Siglos  XIX y XX”,  Revista Werken: Arqueología, Antropología, Historia, núm. 7, (2005),  pp.  151-164.
Skuban, William E.
Lines in the Sand. Nationalism and  Identity on  the Peruvian-Chilean
Frontier, Albuquerque, University of New Mexico Press, 2007. Stuven Vattier, Ana  María
La seducción de  un  orden: las élites y la construcción de  Chile  en  las polémicas culturales y políticas del  siglo  XIX, Santiago de Chile, Universidad Católica de Chile, 2000.
Troncoso de la Fuente, Rosa
“Peruano en Tarapacá y chileno en Lima: el caso de los tarapaqueños peruanos repatriados  1907-1920”, en  A 90 años de  los sucesos de  la Escuela Santa María  de  Iquique, Santiago de  Chile, LOM,  1998,  pp.
329-335.
— “Una historia de amor propio. El caso de los tarapaqueños peruanos”, en  Sobre el  Perú.  Homenaje a José Agustín de  la Puente Candamo, Lima,  Fondo Editorial PUCP, 2002,  pp.  1313-1321.
Vial, Gonzalo
Historia de Chile  1871-1973, Santiago de Chile, Santillana del Pacífico, 1983.

 

Páginas web
El Comercio (en línea) http://www.elcomercio.com.pe/impresa/notas/comercio-170anos como-institucionnacional/ 20090504/281876, consultado el 10 de  julio de 2009.
“Revista Variedades”
“Revista Variedades que entrega hoy  El Peruano cumpleo hoy  cien años”, (2008),  http://limavirreynal.blogspot.com/2008/03/revista-variedades-que-entrega-el.html, consultado el 10 de julio de 2009.

 

Notas:

1 Este trabajo es una versión ampliada de la ponencia expuesta en el seminario A 130 años de la Guerra del  Pacífico. Revisiones historiográficas, Universidad Andrés Bello, Viña del Mar, Chile  (19 y 20 de mayo de 2009).
2 Contreras y Cueto, Historia del Perú contemporáneo, pp. 162-163.
3 González Miranda, “Tarapacá”, p.  39.
4 Ruz Sagal, “Estado, tierra y comunidad andina”, p. 135.
5 Skuban, Lines in the Sand, p. 30. Traducción de  la autora. “According to Anderson, leaders of nation states manipulate what he terms “policy levers of oficial nationalism”, including compulsory state-controlled education, press censorship, state-organizated propaganda, and the official  rewriting of history. During the Tacna-Arica controversy, political leaders in both Lima  and Santiago consciously began to move these “levers” to help produce their respective national identities in anticipation of the plebiscite”.
6 Díaz A., “La ‘Chilenización’”, p. 1.
7 González Miranda, El dios cautivo, p. 19.
8 Guerra, Modernidad e independencias.
9 Stuven Vattier, La seducción de un orden.
10 Earle, “El papel de la imprenta”, p. 39.
11 Vial, Historia de Chile, pp. 291-292.
12 El Comercio (en línea), “170  años como  institución nacional”.
13 El Comercio (en línea), “170  años como  institución nacional”.
14 Palma fue  uno  de  los personajes más importantes de  la escena literaria peruana de principios del  siglo XX, y Moral,  un  fotógrafo portugués que cambió el concepto de revista en el Perú, por medio de una adelantada técnica que lo convirtió en el promotor del foto-periodismo.
15 “Revista Variedades que entrega hoy El Peruano cumple hoy cien  años” (en línea).
16 Palacios Rodríguez, La chilenización de Tacna y Arica, p. X.
17 Basadre, La vida  y la historia, p. 37.
18 Troncoso de la Fuente, “Peruano en Tarapacá”, p. 333.
19 González Miranda, Hombres y mujeres, p. 51.
20 Díaz A., “La ‘Chilenización’”, p. 7.
21 Pinto Vallejos, Trabajos y rebeldías, p. 315.
22 El Comercio, Lima,  viernes 11 de febrero de 1910.
23 González Miranda, El dios cautivo, p. 16.
24 Palacios Rodríguez, La chilenización de Tacna y Arica, p. 27.
25 Palacios Rodríguez, La chilenización de Tacna y Arica, p. 69.
26 Basadre, La vida  y la historia, p. 8.
27 Ministerio de  Relaciones Exteriores de  Chile. La situación de  los peruanos en  Chile. p. 32.
28 Variedades, Lima,  26 de febrero de 1910, p. 375.
29 Coincidimos con  Sergio González en  señalar que en  este viraje habría tenido una importancia decisiva el reciente recuerdo de  la huelga y la matanza obrera en  la escuela Santa María de  Iquique en  1907,  en  la cual  los tarapaqueños peruanos habían participado junto a chilenos, bolivianos y argentinos. En vista de  la actitud desafiante de  los trabajadores y de los intereses económicos sobre la zona, se habría vuelto más urgente la necesidad de  aplacar los ánimos para hacer totalmente efectiva la instalación de  la administración chilena.
30 El Comercio, Lima,  6 de diciembre de 1910.
31 El Comercio, Lima,  6 de diciembre de 1910.
32 El Comercio, Lima,  11 de febrero de 1910.
33 El Comercio, Lima,  14 de enero de 1910.
34 El Comercio, Lima,  6 de enero de 1910. Hace referencia a una nota aparecida en el diario El Ferrocarril  de Santiago el 18 de diciembre de 1909.
35 Variedades, Lima,  16 de marzo de 1910.
36 El Comercio, Lima,  20 de enero de 1910.
37 El Comercio, Lima,  10 de septiembre de 1910.>
38 Basadre, La vida  y la historia, pp. 40-41.
39 El Comercio, Lima,  2 de mayo de 1911.
40 El Comercio, Lima,  8 de enero de 1910.
41 El Comercio, Lima,  28 de julio de 1911.
42 El Comercio, Lima,  8 de junio  de 1910.
43 El Comercio, Lima,  30 de mayo de 1911.
44 El Comercio, Lima,  26 de mayo de 1911.
45 Variedades, Lima,  2 de septiembre de 1911, p. 1090.
46 El Comercio, Lima,  20 de enero de 1911.
47 La primera repatriación tuvo lugar en  1907,  a pocos días de  la matanza obrera en  la escuela Santa María de  Iquique. Luego de  la repatriación de  1911,  ésta adquirirá un carácter masivo durante los años 1918, 1920 y 1925. En 1918 por la agitación creada en el Perú por la victoria de los aliados y las doctrinas de Wilson. En 1920 por la posibilidad de guerra con Chile  como consecuencia de la movilización sobre Tacna y en 1925 por el laudo, ante la inminencia del plebiscito. Véase El Alma de Tacna, 1926, p. 77.
48 Troncoso de la Fuente, “Peruano en Tarapacá”, pp. 329-330.
49 El Comercio, Lima,  27 de enero de 1912.>
50 Variedades, Lima,  marzo de 1912, pp. 295-296.
51 Troncoso de la Fuente, “Una historia de amor propio”, p. 1314.
52 Variedades, Lima,  1° de enero de 1912, pp. 15-16.
53 Basadre, La vida  y la historia, pp. 40-41.
54 Troncoso de la Fuente, “Una historia de amor propio”, p. 1318.
55 Variedades, Lima,  21 de diciembre de 1911, p. 1500./p>