Sin Dios ni ley: violencia, incomprensión y desamparo.
La situación de Tacna, Arica y Tarapacá tras la Guerra del Pacífico, a la luz del diario El Comercio y la revista Variedades, 1910-1912
Paula Hurtado López
Pontificia Universidad Católica de Chile
La política de chilenización supuso la continuación “no bélica” de la Guerra del Pacífico. Ésta finalizó con la firma del Tratado de Ancón, mediante el cual se cedió a perpetuidad la provincia de Tarapacá a Chile, y Tacna y Arica quedaron bajo su poder por diez años, antes de un plebiscito. El gobierno chileno no logró afianzar la “chilenidad” en la zona, por lo que instauró un programa basado en la violencia y en la “desperuanización” que incluyó el cierre de escuelas e iglesias, la expulsión de maestros y sacerdotes, la destrucción de imprentas y la repatriación de personas. Se da cuenta de las impresiones recabadas por dos publicaciones peruanas respecto de la situación vivida en Tacna, Arica y Tarapacá.
Palabras claves: Chilenización, provincias cautivas, nacionalismo, violencia, repatriaciones.
Introducción1
La Guerra del Pacífico fue un conflicto entre Chile, Perú y Bolivia que duró de abril de 1879 a octubre de 1883. En 1878 el Estado boliviano constató que para entrar en la “era del progreso” debía contar con suficientes ingresos fiscales. En el litoral de Antofagasta, empresarios y trabajadores extranjeros venían explotando los caliches del desierto para convertirlos en salitre y exportarlos sin que Bolivia hubiese tomado hasta entonces ninguna acción, aun cuando legítimamente podía imponer tributos a la producción y exportación.
El Estado boliviano introdujo entonces un impuesto moderado de diez centavos por quintal de salitre, que, sin embargo, rompía un acuerdo de estabilidad tributaria firmado anteriormente. Por su parte, el Perú había firmado en 1873 un Tratado de Alianza Defensiva con Bolivia, por lo que se pensaba que Chile se mantendría al margen de este asunto. Sin embargo, las empresas chilenas se rehusaron a pagar el impuesto y pidieron ayuda a Gran Bretaña y otras naciones europeas ante la inminente expropiación boliviana. Chile había comprendido que si conseguía dominar el mercado del salitre podría paliar su déficit fiscal.
Fue así como, tras la ocupación chilena del litoral de Bolivia, el Perú se puso del lado de ésta. “He aquí a tres gobiernos contemplando el salitre como miraría un hambriento viajero un trozo de carne tierna. La guerra, vista a la distancia de más de un siglo y dado el esquema económico y fiscal en que se movían los tres estados implicados, era inevitable”.2
La llamada “guerra del salitre” llegó a su fin con la firma del Tratado de Ancón, que cambió el mapa de Sudamérica: Bolivia perdió la provincia de Antofagasta y su litoral; Perú entregó a Chile la provincia de Tarapacá en forma perpetua, así como también Arica y Tacna por un lapso de diez años que terminó extendiéndose a cuarenta y cinco. Los habitantes peruanos de la zona quedaron entonces en una suerte de limbo y las autoridades chilenas regularizaron su situación mediante la ley del 31 de octubre de 1884, que les permitía conservar su nacionalidad siempre y cuando se registraran en las municipalidades antes de doce meses.
Durante el siglo XIX, tras la caída de la monarquía borbónica y la consiguiente falta de unidad en el poder, las ideas modernas de soberanía y representación popular comenzaron a cobrar mayor fuerza: nuevos actores surgieron en política y quienes se sentían “llamados naturalmente a gobernar” (a saber, elites, grupos militares y caudillos) debatían para imponer distintos modelos que se ceñían a la tradición o bien al ideario liberal, concordando en la necesidad de implantar un cierto orden garante de estabilidad y base de todo progreso.
De este modo, los líderes de los nacientes estados americanos intentaban construir discursivamente el ideario nacional con el objeto de afianzar sus estructuras administrativas. Expresión de ello es la política de chilenización llevada a cabo por el Estado chileno entre fines del siglo XIX y 1929 respecto de las recientemente incorporadas provincias de Tacna, Arica y Tarapacá.
Como bien señala Sergio González, luego de la guerra, en las zonas donde la población originaria era mayoritaria, el cambio de soberanía no era un problema meramente político-administrativo, sino fundamentalmente social y cultural.3 Y es que imaginar la historia de estos territorios desde un discurso nacional propiamente “chileno” resultaba bastante dificultoso, puesto que en ellos predominaban elementos peruanos y bolivianos que se presentaban como hostiles y enemigos del ideario de nación:4
Según Anderson, los líderes de los estados manipularon “palancas políticas de nacionalismo oficial”, incluyendo la educación controlada por el estado, la censura de la prensa, la propaganda organizada por el Estado, así como la reescritura oficial de la historia. Durante la controversia de Tacna y Arica, los líderes políticos tanto en Lima como en Santiago empezaron de manera consciente a mover estas “palancas” para producir su respectiva identidad nacional ante la inminencia del plebiscito.5
Con el correr de los años, el gobierno cayó en la cuenta de que no había logrado afianzar la “chilenidad” en la zona y recurrió entonces a la acción violenta, con el objeto de introducir cambios significativos y desestructurantes en la sociedad y en la cultura local tendientes a hostilizar y “desperuanizar” a la población.6 Todo ello alcanzó un punto álgido en 1910, puesto que éste “era el año del centenario en Chile y el nacionalismo era un sentimiento que emergía desde todos los rincones y sectores sociales como un manantial natural”.7
Los medios escritos y la difusión
de un ideario nacional
François-Xavier Guerra sostiene que a partir de 1808 se abrió en el mundo hispánico una época de profundas transformaciones. En España comenzó la revolución liberal y en América el proceso que llevó a la independencia. Por medio de estas revoluciones se trataba de legitimar la emancipación de las nuevas naciones hispanoamericanas y la formación de regímenes políticos modernos, en un proceso único que comenzó con la irrupción de la modernidad en una monarquía y que desembocó en la desintegración de ese conjunto político en múltiples estados soberanos.
Sin embargo, la revolución llevó a término muchos procesos comenzados durante el antiguo régimen. La Ilustración introdujo un nuevo sistema de referencias en que se combinaban ideas, imaginarios sociales, valores y comportamientos,siendo el hombre el centro de este nuevo sistema, como valor supremo y criterio de referencia con que debían medirse tanto las instituciones como los comportamientos. Estas sociabilidades modernas se caracterizaban por la asociación de individuos de orígenes diversos y se establecían únicamente con el fin de discutir por medio de “la razón”.
Es decir, lo radicalmente nuevo fue la creación de una escena pública que dio el triunfo a una nueva legitimidad, la de la nación o del pueblo soberano, y a una nueva política con actores diferentes. Ésta reunió a algunos burgueses, pero sobre todo a nobles, patricios, clérigos, profesores, estudiantes y empleados públicos cuyo rasgo común no era una situación socioeconómica similar, sino la pertenencia a un mismo mundo cultural. Vale decir que se trataba de una modernidad entendida como el nexo entre estado-nación, esfera pública y opinión pública.8
Así, el periodismo y la prensa fueron el conducto por excelencia para el debate público:9 se identificaron con un proyecto nacional que transformaría a los distintos reinos en países modernos e ilustrados, y el periódico sería el medio por el cual la población se informaría y educaría.10 Las fuentes peruanas seleccionadas, El Comercio y Variedades, al abordar el tema de la política de chilenización, se hicieron eco del resentimiento y el desencanto experimentados tras la derrota en la Guerra del Pacífico, pero, ante todo, buscaban denunciar las irregularidades e injusticias cometidas por la administración chilena en las llamadas “provincias cautivas”, con el objeto de dar cuenta del sentir de sus habitantes al resto de la población. Esta idea se ve confirmada por el historiador chileno Gonzalo Vial, quien sostiene que “de todos modos, la ‘chilenización’ –cuyo objetivo a nadie podía escapar– motivó enérgicas protestas del Perú, que nosotros rechazamos con igual severidad; aducíamos el derecho nacional, convenido en Ancón, de administrar la zona ocupada como si fuese chilena”.11
Debido a la destrucción de imprentas y a la censura de prensa instaurada en Tacna, Arica y Tarapacá, nos basamos en fuentes editadas en Lima, pero que contaban con corresponsales en dichas provincias. Esto con el objeto de visualizar las impresiones que se tenían del proceso desde un escenario diferente al de las “cautivas”, bajo la óptica de personajes que no eran oriundos de la zona.
El primer número del diario El Comercio salió a la luz en 1839, sólo quince años después de declarada la independencia del Perú, por lo que el lema de “Orden, libertad y saber” surgió para hacer frente al clima de inestabilidad imperante. Conforme a éste, “se persiguió el tratamiento objetivo de la información y la mayor honestidad, convicción y ponderación en la opinión a través de una línea editorial coherente y no sujeta a los vaivenes del trajinar político”.12
En sus ediciones de marzo de 1910 el diario publicó los “documentos secretos” elaborados meses antes por una comisión consultiva chilena sobre la política chilenizadora. Con fecha 3 de marzo, señala: “Empezamos a publicar estos documentos secretos que comprueban el propósito de Chile de eludir, a todo trance, el cumplimiento del tratado de Ancón... Se trata de un pretexto, con el fin de echar de Arica y Tacna a compatriotas nuestros en quienes Chile ve un estorbo para sus proyectos de detentación de nuestras provincias del sur”.13 Entre sus titulares se contaban “La expulsión de los curas peruanos”, “El comité nacionalizador de Tacna y Arica”, “Consternación en el pueblo”, “Se los obliga a salir por la fuerza”, “Los periódicos de Bolivia censuran la conducta del gobierno chileno”, mediante los cuales se buscaba alertar al resto de la población.
Variedades, revista semanal ilustrada, se editó por primera vez el 29 de febrero de 1908 bajo la dirección de Clemente Palma y Manuel Moral y Vega,14 quienes habían trabajado juntos entre 1905 y 1907 en la revista Prisma. Por esos años comenzó la decadencia de la aristocracia y el posicionamiento de la burguesía, apoyada por el desarrollo económico de la urbe y la adquisición de poder político, por lo que cambió también el público. Los editores comprendieron que era necesario desprenderse del carácter social, literario, severo, escrupuloso y aristocrático de Prisma transformando la revista de tal manera que resultara más popular, amena, casera e interesante. Así surgió Variedades, con la visión de una nueva época peruana, con el fin de solazar a su nueva clase dominante.15
El proceso chilenizador en la historiografía
La historiografía chilena y peruana tradicionalmente han denominado “chilenización” al conflicto diplomático, político, social e ideológico que afectó a Tacna y Arica entre 1884 y 1929. El historiador peruano Raúl Palacios Rodríguez expone que por esta política “se ha entendido todo género de medidas tendientes a hacer perder en ellos (los territorios) el carácter de peruanos, desvinculándolos en todo de su patria, el Perú, e infundiéndoles el sello característico de la nacionalidad chilena”.16 Junto a esto, enfatiza la resistencia de los peruanos frente a las acciones violentas y prohibitivas que, aun cuando los obligaban a mantener vivas sus tradiciones en la clandestinidad, paradójicamente reforzaron los vínculos con su patria.
Siguiendo la misma línea, el historiador peruano Jorge Basadre destaca la lealtad de los peruanos, aludiendo a su infancia en Tacna:
De niño, el Perú fue para mí, como para muchos, lo soñado, lo esperado, lo profundo; el nexo que unía a la lealtad al terruño y al hogar que invasores extraños y abusivos quisieron cortar, la vaga idea de una historia con sus grandes fulgores y sus numerosas caídas y la fe en un futuro de liberación.17
De igual manera, sostiene que pese al litigio peruano-chileno se había mantenido la convivencia social con los habitantes de otras nacionalidades.
Entre las investigaciones más recientes encontramos las de la historiadora peruana Rosa Troncoso, quien se refiere al tema de la chilenización desde la perspectiva de los repatriados provenientes de las “provincias cautivas” y de la identidad de los “tarapaqueños peruanos”, quienes dada la estrecha convivencia mantenida con los chilenos fueron posteriormente mirados con recelo y desconfianza: “¿Qué era entonces ser repatriado? El término empezó a tener una connotación negativa, era vivir de alguna manera el desarraigo, era vivir una realidad decepcionante”.18
Troncoso sitúa el surgimiento de las Ligas Patrióticas y el comienzo de la política de desperuanización en el año de 1911.
En lo que respecta a la historiografía chilena, el sociólogo Sergio González aborda el tema a la luz de sus investigaciones realizadas en la pampa tarapaqueña y en el puerto de Iquique. En vista de ello es posible advertir dos momentos de inflexión política en dicho proceso: el primero en 1907, con la masacre obrera en la escuela Santa María de Iquique, en que chilenos y peruanos tuvieron un destino común, tras lo cual empiezan las primeras repatriaciones; el segundo en 1911,
cuando el nacionalismo compulsivo que emergió por el clima pre-ple-biscitario sobre la soberanía de Tacna y Arica, tanto en Perú como en Chile, exacerbó los ánimos y posibilitó que grupos patrioteros realizaran los primeros saqueos a clubes sociales, imprentas y casas particulares de peruanos.19
El autor propone también que los mecanismos de dominación fueron violentos, eficaces y metódicos, puesto que se buscaba consolidar la chilenidad en la zona,20 y señala que la escuela pública se constituyó como un agente chilenizador, pero que llegó muy lentamente a la provincia de Tarapacá.
Por su parte, el historiador chileno Julio Pinto expone que la Guerra del Pacífico trajo un recambio en la estructura administrativa, política y judicial, transformando también la concepción de proyecto nacional reflejada en una voluntad de chilenización que se mantuvo hasta el fin de siglo más en un plano discursivo que en una acción concreta. De este modo, a comienzos del siglo XX se intensificaron las medidas y se provocó un “etnocidio cultural andino”:
Porque en medio de esta tensión permanente entre cambio y permanencia, el mundo popular pampino fue entrelazando sus antiguas culturas y sus nuevas experiencias en un tejido que, a final de cuentas, constituyó el contenido mismo de la identidad pampina: híbrido de tradición y modernidad, de peonaje y proletariado, de patria y de clase, de lo local y lo cosmopolita.21
La política chilenizadora durante los primeros años
Chilenizar o chilenización es una santa palabra, que tiene la virtud mágica de hacer que nadie pida amparo,
ni ampare a los habitantes pobres que existen en las cautivas:
que hace sordos a los que tienen el deber de velar porque la Constitución y las leyes respeten a unos y otros…22
Dada la importancia que tenía entonces Tarapacá desde el punto de vista geográfico y económico y al carácter de “terrenos baldíos” atribuido a las provincias de Tacna y Arica tras la Guerra del Pacífico, entendemos por chilenización un proceso de “socialización de la identidad nacional” llevada a cabo por el Estado chileno, que tenía como fin afianzar la estructura administrativa en la zona y su estabilidad interna.23
Así, la primera fase de dicha política se extendió desde la firma del Tratado de Ancón en 1883 hasta los primeros años del siglo XX y se caracterizó por un intento pacífico de las autoridades chilenas por ganarse la simpatía y adhesión de los habitantes peruanos, para contar con su apoyo al momento de celebrarse el plebiscito.24
La educación en las provincias cautivas constituyó uno de los temas centrales del programa chilenizador. Y es que
los centros escolares, al igual que el hogar, la Iglesia y otras instituciones tradicionalmente peruanas, se constituyeron desde el inicio mismo del cautiverio en verdaderos receptáculos de la más pura e inmaculada peruanidad y sus maestros en auténticos depositarios y paladines del espíritu nacional.25
Por ello, una de las primeras medidas tomadas por el intendente de Tacna, Manuel Francisco Palacios, fue expedir un decreto a mediados de mayo de 1900 mediante el cual clausuraba las escuelas peruanas de dicho departamento, notificándose dos días después a los profesores que debían cesar en sus funciones en un plazo máximo de veinticuatro horas.
De igual manera, en Arica fueron clausuradas las dos escuelas que existían, hecho considerado inaceptable por la Sociedad Peruana de Beneficencia, que procedió a establecer escuelas privadas. En una de ellas estudió el connotado historiador Jorge Basadre, quien señaló:
La enseñanza que la señora Carlota, antigua maestra peruana, junto con don Pedro Quina Castañón, impartía a un grupo muy reducido de niños presentaba, para nosotros, las apariencias de la clandestinidad. Experimentábamos la sensación de ir a clases día a día como quien va a algo prohibido. Hasta los policías de las esquinas conocían, sin duda, la existencia de ese centro escolar, pero como era pequeño y aislado, habían decidido tolerarlo.26
Es decir, la existencia de estos centros de enseñanza era una suerte de secreto a voces del que las fuerzas públicas preferían hacer caso omiso, puesto que no veían en ellos una instancia que pudiera llevar al cuestionamiento de la política chilena.
La inversión en obras públicas constituyó otro de los aspectos centrales durante esta primera fase, puesto que la introducción de mejoras en infraestructura permitiría a las autoridades ganarse la aprobación de los peruanos. Al respecto, Mateo Riesle, residente en Tacna desde 1879, aludiendo a una transformación total en la provincia, expresaba:
Los estanques actuales del agua potable no existían, los habitantes bebían el agua de Caplina, la que era sacada por los aguadores, y noten Uds. que era en el mismo Caplina donde se arrojaban los desperdicios y basuras, así que el agua que se bebía en Tacna no era precisamente muy limpia y pura.27
A esto se sumaban la pavimentación de las calles principales y de las aceras, el hermoseamiento de jardines y plazas, la canalización del
Caplina, la construcción de numerosos edificios públicos, escuelas y casas modernas.
Sin embargo, ni la clausura de escuelas peruanas ni el ímpetu modernizador resultaron suficientes para imponer el sello chilenizante, y es que
mientras Chile tuvo la esperanza de modificar los sentimientos patrióticos de los habitantes de las provincias no se atrevió a dar el paso violento que ha dado. Pero al fin se convenció que la falta de tacto, la poca sagacidad del chilenizador Lira no dio buen resultado, y ha optado por cortar de raíz el peruanismo en esas provincias.28
Del afianzamiento de lo nacional
a las manifestaciones xenofóbicas
La violencia como elemento fundante
La fase conocida como la “chilenización violenta” se extendió entre los años 1900 y 1926 aproximadamente y se manifestó con mayor intensidad a partir de 1908.29 Se caracterizó por el establecimiento de un programa fundamentado en la violencia y en la hostilidad y que contemplaba una serie de medidas radicales en perjuicio de los peruanos, tales como la clausura de escuelas e iglesias, la expulsión de maestros y sacerdotes, la censura de la prensa y la destrucción de imprentas, así como la expulsión progresiva y en masa de los peruanos, todo ello con el objeto de impedir la transmisión de los valores patrios peruanos y de reducir a la mínima expresión sus instancias de manifestación pública.
Conforme a esto, la violencia desplegada no apuntaba únicamente al control de las conciencias, sino también al escarmiento y a la degradación física como expresión de rechazo a la presencia peruana en la zona. Ilustrativo resulta el caso de don Roberto Freire, director del diario tacneño El Tacora, quien fuera víctima de numerosos ataques. El 30 de mayo de 1910 fue atacado y golpeado con un revólver a la entrada de su casa y seis meses después asaltado en la imprenta del diario; esta vez se contaron entre las víctimas su madre y sus hermanas. Al respecto señalaba El Comercio:
Los asaltantes procedieron con brutalidad extraordinaria, pues dieron a las tres inermes señoras una serie de garrotazos rompiéndoles las cabezas, bañándolas en sangre y causándoles otros graves daños… Otro de los cobardes asaltantes penetraba, entre tanto, a la habitación en que se hallaba la señora Juana Arias viuda de Freyre, anciana de ochenta y cinco años, que por su edad y enfermedad que la aquejaba no puede andar, y con un salvajismo que espanta la arrastró casi desnuda hasta la primera habitación, donde su hija, la señorita Eloísa, la cubrió con su cuerpo, recibiendo los golpes que eran dirigidos a la anciana y recibiendo uno que le hizo una rotura en la cabeza.30
Junto con esto se llevaron todos los papeles encontrados, destrozaron las cuatro máquinas de imprimir y las dejaron completamente inutilizadas para evitar que se siguieran publicando notas referentes a los abusos cometidos por los chilenos. Resulta interesante que se destaque que “los asaltantes se dirigieron hacia arriba, dando gritos de ‘viva Chile’. Los policías de punto gozaban tranquilamente del fresco, mientras en la calle se hacían más de treinta disparos. Esta punible actitud no necesita comentarios; habla por sí sola”,31 puesto que deja en evidencia la complicidad entre los agentes chilenizadores y la policía en cuanto realidad sabida, reconocida y amparada. Por ello, los mandatarios no eran jamás contradichos “aun en los casos de las injusticias más manifiestas; porque es tal el régimen de terror allí implantado que soportar cualquier atropello, cualquier vejamen e injusticia resulta beneficioso… pues callándose se libran de peores cosas”.32
La experiencia del desamparo
El control de las actividades religiosas en las “provincias cautivas” fue uno de los temas más abordados por la revista Variedades y el diario El Comercio. Éste señalaba que
la medida propuesta era la última que su gobierno podía emplear para la completa chilenización de aquellas provincias, una vez que, habiendo clausurado ya las escuelas dirigidas por maestros peruanos, no le falta hacer más que privar a los fieles de [las iglesias] de los beneficios y de la vigilancia pastoral de los párrocos peruanos [para consolidar así, la administración en la zona].33
Con este propósito, el Gobierno chileno hizo circular en 1909 un documento, mediante el cual se ordenaba la clausura definitiva de las iglesias peruanas y la expulsión de sus sacerdotes para impedir que dichas provincias retornaran a manos del Perú, aun cuando de hecho seguían dependiendo de la diócesis de Arequipa y Tacna. Según lo dispuesto por la Santa Sede, los sacerdotes peruanos que desearan continuar prestando servicios religiosos debían contar con la venia tanto del gobierno como del clero chileno.
Así, todo parecía indicar que “no es el pase la causa de la medida sino la necesidad de alejar a los párrocos peruanos en quienes se supone alguna influencia en orden a ese mantenimiento del sentimiento nacional que Chile no ha podido dominar por medio alguno en 30 años de administraciones sucesivas”.34 Y es que las autoridades civiles atribuían al clero peruano mala reputación, inmoralidad e incultura, por lo que se consideraba que su prédica podía tener una incidencia negativa sobre los fieles al alentarlos a manifestar su descontento por medio de panfletos, tertulias y actos cívicos, poniendo en entredicho la política chilenizadora.
De este modo, al verse privados de aquella guía moral y espiritual, los habitantes peruanos sintieron heridos sus sentimientos religiosos:
A pesar de lo acostumbrados que vamos estando ya a los torpes manejos de los chilenos para apoderarse arteramente de nuestras indefensas provincias de Arica y Tacna, el espíritu nacional no ha podido menos que conmoverse en sus más delicadas fibras con motivo del nuevo y bochornoso golpe de arbitrariedad cuyo resultado ha sido la expulsión de nuestros curas en las cautivas… Todo eso sabemos y sabíamos hace tiempo: mucho y malo esperábamos de nuestro insaciable adversario del ’79, pero no lo suponíamos capaz de atentar hasta contra derechos eclesiásticos indiscutibles.35
Frente a esto, los medios escritos dejaron entrever que el poder religioso se supeditaba al poder político, puesto que la Iglesia chilena delegaba a la Cancillería la supervisión del ejercicio de las funciones religiosas, al permitirle aprobar o rechazar los nombramientos eclesiásticos:
Es claro que si los curas de Tacna se sometieran a la imposición de que sus nombramientos eclesiásticos fueran visados por la Cancillería de Santiago, sólo obtendrían el pase los que de antemano consintieran servir de instrumento a la inicua política de fuerza que Chile desarrolla hoy en nuestras provincias del sur como medio de detentar esos territorios, cuyos legítimos dueños permanecen leales a la patria peruana a pesar de todas las amarguras de su largo cautiverio.36
Entonces se va generalizando la idea de que la Iglesia se preocupaba más de los asuntos terrenales que de los espirituales, desatendiendo las necesidades de los habitantes de la zona. Tanto así que incluso señoras respetables y de posición acomodada, privadas de las prácticas del culto, manifestaron su descontento protestando en las calles y señalando: “para los que viven en esas provincias estará negado todo auxilio religioso si no visten la casaca del soldado y no empuñan un arma homicida. Ha querido así darse una idea plástica de que sólo la fuerza impera en esos territorios y que sólo el terror domina en ellos”.37
En vista del desacato de algunos sacerdotes peruanos a las disposiciones emitidas por el gobierno chileno, el intendente de Tacna y Arica, don Máximo Lira, decretó a comienzos de 1910 la expulsión de José M. Flores Mestre, Vitalino Berroa, José F. Cáceres, Esteban Tocafondi, Mariano F. Zeballos, Francisco Quirós y Juan G. Guevara, quienes debían abandonar la zona en un plazo de cuarenta y ocho horas. “Vencido el plazo la policía exigió que salieran los curas; éstos protestaron en voz alta del abuso que se cometía, encaminándose a la estación acompañados de varios caballeros peruanos y de numeroso pueblo que se le unió en el camino. En la estación se despidieron además varias señoras peruanas con lágrimas en los ojos”.38 Quedaron en su reemplazo y a cargo de las parroquias de Tacna y Arica sacerdotes carmelitas españoles.
Al respecto llama la atención la declaración del canciller Edwards en que señaló que tal disposición no fue intempestiva, sino fruto de maduros estudios del gobierno, lo que evidenciaría una voluntad consensuada de las autoridades por amparar este tipo de prácticas. En vista de ello, la revista Variedades se refirió al intendente como un “funcionario chileno que en toda época se ha prestado a hostilizar y vejar a los moradores peruanos de esas nuestras provincias”.
Radicalización y desencanto
A partir de 1911 se intensificaron las medidas chilenizadoras, por lo que aumentaron las denuncias por violencia física y por expropiaciones de propiedades al pie del Morro de Arica con el objeto de construir cuarteles y proceder al cierre masivo de fábricas.39 Al respecto señalaba El Comercio:
En Tacna suceden cosas parecidas. Se han fundado o pretenden fundar empresas industriales con apoyo del estado destinadas a hacer competencia a empresas o industriales peruanos radicados allí desde mucho tiempo atrás… y a provocar la ruina o el desamparo de las familias peruanas que a su sombra viven.40
Junto con esto se prohibió y se castigó más severamente la celebración de actos patrióticos entre los peruanos, tales como izar la bandera, cantar el himno nacional o conmemorar las principales fiestas y batallas: “Aquí estamos cohibidos de toda manifestación y transcurre el día como cualquier otro. En los años anteriores conmemorábase la fecha entusiastamente en el local de la Sociedad Peruana de Beneficencia, donde con asistencia del pueblo se verificaba una actuación patriótica”.41 Ya no visitaban los lugares en que los soldados peruanos dieron su vida durante la guerra, puesto que se les obligaba a celebrar la toma del Morro de Arica por parte de los chilenos yendo hacia éste en romería acompañados por una banda de música, autoridades chilenas, carabineros y escuelas públicas; tras lo cual se pronunciaban discursos al pie de la bandera, se tocaban cuecas, se formaban ramadas y comenzaba la vendimia, profanándose el sitio donde perecieron peruanos y chilenos.42
De igual manera, se hicieron frecuentes los llamados a la violencia y a la insurrección a través de campañas y mítines antiperuanos. En este contexto surgieron las llamadas Ligas Patrióticas, organizaciones civiles ultranacionalistas chilenas que, aparentemente amparadas por el gobierno, persiguieron a los peruanos. Dichos grupos apoyaron el cierre de escuelas e imprentas, se opusieron a que los peruanos trabajaran como maestros o empleados públicos, pretendieron que el 80% de los trabajadores y empresarios fueran chilenos, persiguieron la obligatoriedad del servicio militar para los nacidos en Tarapacá, así como también restringir progresivamente la inmigración de peruanos. Señala El Comercio:
En efecto, nuestros compatriotas de Iquique sufren hoy la más brutal hostilidad. El ataque a sus propiedades, la propaganda malévola y ociosa
contra sus personas, el daño a sus intereses, la amenaza a sus hogares es lo que encuentran compatriotas nuestros que, después de haber tenido la desgracia de ver pasar a manos extrañas el pedazo de suelo donde nacieron, viven allí sin garantías y sin consideraciones de ningún tipo.43
La tensión y hostilidad fueron en aumento; en junio de 1911 comenzaron la expulsión de los maestros peruanos de Iquique y la reducción del número de trabajadores en la pampa salitrera. Se procedió también a la clausura definitiva de los periódicos peruanos, lo que permitiría explicar el aumento de denuncias por ataques a las imprentas. Sugerente resulta el caso del asalto a la imprenta de La Voz del Perú el 23 de mayo de 1911, que una semana después se hizo extensiva al club, al casino y a la Bomba Peruana en la ciudad de Iquique, como acto de venganza por un supuesto asalto de los peruanos al consulado en Lima y en el Callao. Se destacaba aquí que tales delitos “sólo son posibles con la complicidad y estímulo de las autoridades de policía… pues no hay otro modo como podría haberse cometido ese delito a media cuadra de la plaza principal y sin que las autoridades, que fueron llamadas oportunamente por teléfono, llegaran a tiempo para evitarlo”.44
Por otra parte, la prensa criticó también la postura de silencio mantenida por el Vaticano frente a la cuestión religiosa de las provincias cautivas, ante lo cual Variedades afirma:
Pero antes que tal actualidad u oportunidad de momento está la legítima conveniencia de que tales hechos sean conocidos en todas partes, dentro y fuera, para sanción moral siquiera de los atropelladores… Mientras aquí todavía creemos que contamos con el Vaticano y que merced a ello no se dice misa en nuestras provincias que sucumben poco a poco al poderío del detentador, ello es, como puede verse, que tal misa se dice, que la misma iglesia ostenta la bandera chilena donde sólo debiera aparecer la imagen del Crucificado, y que la concurrencia chilena no puede ser más numerosa.45
De este modo los medios escritos se hicieron eco del desencanto y el desconcierto que embargaban a los habitantes peruanos, por lo que desde Lima se ordenó el retiro de la legación peruana, poniéndose de manifiesto que nada avanzaríamos con tener ministro en Santiago si fuera él a contemplar calladamente las violencias y ultrajes de la chilenización de Arica y Tacna; el asalto allí a las imprentas peruanas, la expulsión brutal de nuestros compatriotas, la clausura de nuestras iglesias y escuelas. No mientras Chile use de su fuerza para oponerla a nuestro derecho, la legación del Perú no tiene un puesto decoroso en Santiago.46
Como consecuencia de esto comenzó el 28 de diciembre de 1911 un nuevo éxodo de peruanos hacia Lima,47 producto de la hostilidad y la violencia experimentadas durante los últimos meses. Esta situación ocasionó nuevas repatriaciones, apoyadas por el Estado peruano a través del Comité de Auxilios a los Repatriados del Sur, por lo que su número se incrementó considerablemente.48
“El quiebre de un sueño”. El retorno a la patria
Durante el año 1912 El Comercio y Variedades no dieron ya tanto énfasis a los vejámenes sufridos por los peruanos en las provincias del sur, sino más bien a la condición en que éstos se encontraban a su regreso a Lima. Y es que, como medida compensatoria, fueron trasladadas 250 personas al Callao49 y alojadas en varios recintos, tales como el viejo local en que funcionaba el Colegio Nacional de Nuestra Señora de Guadalupe o en el Colegio de San Lázaro, donde se les proveyó de comida y cobijo durante el tiempo que tomara reubicarlos en diversos trabajos. No obstante, dado el elevado número de repatriados dichos lugares no lograron dar abasto, por lo que las condiciones de vida que ahí se observaban eran bastante deplorables:
todo está lleno de útiles domésticos; colchones, sillas, mesas… de las incomodidades de vida tan en común y tan estrecha. Hay repatriados que duermen en el patio y otros en el pequeño corredor que tiene sali da a Santa Teresa, frente a la afamada gruta de Lourdes; los servicios de agua y desagüe tienen que ser escasos para la cantidad de personas que allí viven, y las cocinas y demás servicios íntimos tienen que llevarse a cabo en un pampón que está al descubierto, expuestos a la indiscreta y ociosa curiosidad de los transeúntes.50
Es decir, no todo fue color de rosa para los repatriados. Más aún considerando que la presencia de los llamados “tarapaqueños peruanos” suscitó opiniones contrapuestas entre sus compatriotas. Por una parte había quienes los miraban con recelo, dada la estrecha convivencia sostenida con los chilenos, producto de la mezcla de costumbres y tradiciones diversas (compartieron paseos, cumpleaños y aniversarios patrios, las familias se vincularon a través de matrimonios y compadrazgos, los niños estudiaban en colegios chilenos51) que fue configurando una identidad particular y que podía llevar a considerarles como “traidores a la patria”. Por el contrario, hubo también quienes, conmovidos por la entereza y el estoicismo que mostraban, les atribuyeron una suerte de carácter heroico.
Sugerente resulta el caso referido por Variedades con fecha 1º de enero de 1912 respecto del conmovedor espectáculo brindado por los repatriados al volver de una fiesta, “encabezados por una banda militar que ejecutaba entusiastas marchas. Iban con las banderas peruanas en alto, marciales, gritando á pulmón abierto “viva el Perú” y sentían el orgullo de pisar una tierra suya sobre todas las cosas, y de gritar en alto el encanto de su retorno”.52 Podemos observar cómo se superponen ambas opiniones, puesto que dentro de la misma celebración hubo quienes en medio del bullicio patriótico lanzaron gritos de odio contra determinadas personas. Por ello, los repatriados estaban desilusionados.
De igual manera, la misma Iglesia parecía tratar con desprecio a los “tarapaqueños peruanos”, por cuanto “no faltó más tarde, en Lima, algún sacerdote que, en la confesión, reprendiera con dureza a mujeres tacneñas porque no habían ido a misa ni había comulgado durante largo tiempo”,53 lo que resulta un tanto tragicómico. “Éstos lo habían dejado todo por su amor al Perú: familia, amigos, propiedades. En Tarapacá eran atacados por ser peruanos y en el Perú eran rechazados por ser repatriados”.54
Como resultado de la salida de los peruanos de las provincias de Arica, Tacna y Tarapacá decayó el ritmo de las hostilidades y las autoridades chilenas consideraron conveniente reanudar las relaciones diplomáticas con el Perú y contribuir a la tranquilidad del ambiente internacional.55
Consideraciones finales
La llamada política de chilenización supone un fenómeno complejo que puede ser abordado desde múltiples aristas. Hemos considerado pertinente remitirnos a la información recabada por el diario El Comercio y la revista Variedades con el objeto de visualizar las impresiones que se tuvieron de dicho proceso desde un escenario diferente al de las “provincias cautivas”: la capital.
Durante el período investigado se observa una creciente hostilidad y violencia contra los habitantes peruanos (con mayor intensidad desde fines de 1910) que llevó a la aplicación de medidas extremas como la clausura de escuelas e iglesias, la expulsión de maestros y sacerdotes, la censura de la prensa, la prohibición de manifestar en público su peruanidad y la expulsión progresiva y en masa. Todo esto iba de la mano de un sentimiento de desencanto y desamparo experimentado por las víctimas, quienes observaban con dolor y desconcierto la indiferencia de la Iglesia y de las autoridades civiles frente a los abusos cometidos. Sin embargo, nada logró apabullar su sentimiento patrio, por lo que comenzaron a llevar una vida en la clandestinidad, fundando sus propias escuelas, habilitando lugares como templos, conmemorando a sus próceres y celebrando las principales fiestas dentro de sus hogares, entre otras cosas.
Al contrario de lo que podría pensarse, la llegada de los repatriados a Lima en 1912 no implicó el fin de sus desdichas, por lo que los medios escritos pusieron de manifiesto la precariedad material en que se encontraban y el recelo y el desprecio con que eran tratados por sus compatriotas.
Desde mediados del siglo XIX Chile incorporó nuevos territorios y adquirió inmensas riquezas. Sin embargo, recurrió al uso de la violencia en múltiples aspectos con el objeto de cambiar el imaginario de los habitantes peruanos de la zona para hacer efectiva la implantación de su administración y soberanía.
Mediante este trabajo buscamos dejar constancia de esa “otra cara” del proceso: no ya la de un país victorioso, sino la de un pueblo, el peruano, que debió enfrentar el dolor del desarraigo. Más que una “visión de los vencidos” quisimos retratar el sentir de una nación que padeció a manos de otra el intento de cortar sus raíces identitarias y que, luego de retornar a la patria (una suerte de tierra prometida), continuó experimentando el rechazo, pero esta vez por parte de sus propios compatriotas. Esto no tiene el afán de distinguir entre “buenos” y “malos”, sino más bien de demostrar que en el proceso de consolidación de los estados nacionales no todo fue blanco o negro, puesto que existían una serie de matices.
El proceso de chilenización llegó a su fin con la firma del Tratado de
1929, mediante el cual se devolvió la provincia de Tacna al Perú y se confirmó el dominio de Chile sobre Arica. Sin embargo, el recuerdo amargo de la guerra y de la vida bajo la administración chilena dejaron abiertas una serie de heridas que se manifiestan hasta nuestros días.
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Notas:
1 Este trabajo es una versión ampliada de la ponencia expuesta en el seminario A 130 años de la Guerra del Pacífico. Revisiones historiográficas, Universidad Andrés Bello, Viña del Mar, Chile (19 y 20 de mayo de 2009).
2 Contreras y Cueto, Historia del Perú contemporáneo, pp. 162-163.
3 González Miranda, “Tarapacá”, p. 39.
4 Ruz Sagal, “Estado, tierra y comunidad andina”, p. 135.
5 Skuban, Lines in the Sand, p. 30. Traducción de la autora. “According to Anderson, leaders of nation states manipulate what he terms “policy levers of oficial nationalism”, including compulsory state-controlled education, press censorship, state-organizated propaganda, and the official rewriting of history. During the Tacna-Arica controversy, political leaders in both Lima and Santiago consciously began to move these “levers” to help produce their respective national identities in anticipation of the plebiscite”.
6 Díaz A., “La ‘Chilenización’”, p. 1.
7 González Miranda, El dios cautivo, p. 19.
8 Guerra, Modernidad e independencias.
9 Stuven Vattier, La seducción de un orden.
10 Earle, “El papel de la imprenta”, p. 39.
11 Vial, Historia de Chile, pp. 291-292.
12 El Comercio (en línea), “170 años como institución nacional”.
13 El Comercio (en línea), “170 años como institución nacional”.
14 Palma fue uno de los personajes más importantes de la escena literaria peruana de principios del siglo XX, y Moral, un fotógrafo portugués que cambió el concepto de revista en el Perú, por medio de una adelantada técnica que lo convirtió en el promotor del foto-periodismo.
15 “Revista Variedades que entrega hoy El Peruano cumple hoy cien años” (en línea).
16 Palacios Rodríguez, La chilenización de Tacna y Arica, p. X.
17 Basadre, La vida y la historia, p. 37.
18 Troncoso de la Fuente, “Peruano en Tarapacá”, p. 333.
19 González Miranda, Hombres y mujeres, p. 51.
20 Díaz A., “La ‘Chilenización’”, p. 7.
21 Pinto Vallejos, Trabajos y rebeldías, p. 315.
22 El Comercio, Lima, viernes 11 de febrero de 1910.
23 González Miranda, El dios cautivo, p. 16.
24 Palacios Rodríguez, La chilenización de Tacna y Arica, p. 27.
25 Palacios Rodríguez, La chilenización de Tacna y Arica, p. 69.
26 Basadre, La vida y la historia, p. 8.
27 Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile. La situación de los peruanos en Chile. p. 32.
28 Variedades, Lima, 26 de febrero de 1910, p. 375.
29 Coincidimos con Sergio González en señalar que en este viraje habría tenido una importancia decisiva el reciente recuerdo de la huelga y la matanza obrera en la escuela Santa María de Iquique en 1907, en la cual los tarapaqueños peruanos habían participado junto a chilenos, bolivianos y argentinos. En vista de la actitud desafiante de los trabajadores y de los intereses económicos sobre la zona, se habría vuelto más urgente la necesidad de aplacar los ánimos para hacer totalmente efectiva la instalación de la administración chilena.
30 El Comercio, Lima, 6 de diciembre de 1910.
31 El Comercio, Lima, 6 de diciembre de 1910.
32 El Comercio, Lima, 11 de febrero de 1910.
33 El Comercio, Lima, 14 de enero de 1910.
34 El Comercio, Lima, 6 de enero de 1910. Hace referencia a una nota aparecida en el diario El Ferrocarril de Santiago el 18 de diciembre de 1909.
35 Variedades, Lima, 16 de marzo de 1910.
36 El Comercio, Lima, 20 de enero de 1910.
37 El Comercio, Lima, 10 de septiembre de 1910.>
38 Basadre, La vida y la historia, pp. 40-41.
39 El Comercio, Lima, 2 de mayo de 1911.
40 El Comercio, Lima, 8 de enero de 1910.
41 El Comercio, Lima, 28 de julio de 1911.
42 El Comercio, Lima, 8 de junio de 1910.
43 El Comercio, Lima, 30 de mayo de 1911.
44 El Comercio, Lima, 26 de mayo de 1911.
45 Variedades, Lima, 2 de septiembre de 1911, p. 1090.
46 El Comercio, Lima, 20 de enero de 1911.
47 La primera repatriación tuvo lugar en 1907, a pocos días de la matanza obrera en la escuela Santa María de Iquique. Luego de la repatriación de 1911, ésta adquirirá un carácter masivo durante los años 1918, 1920 y 1925. En 1918 por la agitación creada en el Perú por la victoria de los aliados y las doctrinas de Wilson. En 1920 por la posibilidad de guerra con Chile como consecuencia de la movilización sobre Tacna y en 1925 por el laudo, ante la inminencia del plebiscito. Véase El Alma de Tacna, 1926, p. 77.
48 Troncoso de la Fuente, “Peruano en Tarapacá”, pp. 329-330.
49 El Comercio, Lima, 27 de enero de 1912.>
50 Variedades, Lima, marzo de 1912, pp. 295-296.
51 Troncoso de la Fuente, “Una historia de amor propio”, p. 1314.
52 Variedades, Lima, 1° de enero de 1912, pp. 15-16.
53 Basadre, La vida y la historia, pp. 40-41.
54 Troncoso de la Fuente, “Una historia de amor propio”, p. 1318.
55 Variedades, Lima, 21 de diciembre de 1911, p. 1500./p>