Los usos del pasado.
La historia y la política argentinas en discusión, 1910-1945
Horacio Miguel Hernán Zapata
Universidad Nacional de Rosario
Argentina
Alejandro Cattaruzza,
Los usos del pasado. La historia y la política argentinas en discusión, 1910-1945,
Buenos Aires, Sudamericana (colección Nudos de la Historia Argentina), 2007, 216 pp.
ISBN 978-950-07-2874-4.
La conocida y reputada Editorial Sudamericana lanzó al mercado en 2007 una nueva colección llamada Nudos de la Historia Argentina, que según las palabras de su director, el historiador Jorge Gelman, ha nacido para crear un puente entre el notable crecimiento del interés de conocer y aprehender el pasado de la Argentina y el progreso observado en la investigación que practican los historiadores profesionales en las universidades nacionales y otras instituciones científicas. La meta que se propone es comunicar ese conocimiento a un público más amplio que el que se halla en los espacios académicos. La noción de que el pasado también es una construcción discursiva y de que esa construcción tiene su peso en el presente –en la enseñanza de la historia, en las escuelas, los libros y la televisión del presente– campea en esta nueva colección. El despliegue de esa idea es el tema central, el punto de condensación del sentido, del nudo de la historia del trabajo que tenemos entre manos y que es motivo de la reseña: Los usos del pasado. La historia y la política argentinas en discusión, 1910-1945, del historiador Alejandro Cattaruzza. Es uno de los primeros ejemplares de la propuesta editorial que, a nuestro parecer, resulta prometedora y digna de lectura. El objeto de estudio de la obra es el examen tanto de la construcción de algunas imágenes e interpretaciones del pasado nacional como de los intentos de difundirlas y hacerlas circular en la sociedad argentina entre la época de la conmemoración del Centenario de Mayo y la emergencia del peronismo,aunque éste queda excluido del volumen. Lo que se analiza son algunos núcleos nacionales que –salvo el del Centenario– podrían ser considerados “menores” y alrededor de los cuales se concentraron los afanes de educadores, intelectuales, funcionarios y políticos para construir, dar un uso o finalidad a esa materia relativamente informe que en el fondo tiene que ver con la configuración de la conciencia nacional.
Es necesario tomar algunas precauciones a la hora de leer este libro. En primer lugar, se debe tener en cuenta que se trata precisamente de una síntesis, pensada para un amplio público no académico, bajo un protocolo escritural propio de un ensayo histórico. Y en segundo lugar, el cometido de abrir este tipo de publicación a la sociedad toda no la inhibe de recorrer grandes líneas de análisis, respetando el rigor de un trabajo de índole científica, pero donde la utilización de los términos, la síntesis y la complejidad, junto con la presencia de ciertos debates e interpretaciones, han sido cuidadosamente armonizados a fin de que su lectura sea clara, entendible y placentera. En este sentido, el trabajo puede encuadrarse en un registro de análisis político-cultural, incorporando las aproximaciones y los enfoques propios de la historia social, la historia de las ideas y la historia intelectual. Asimismo, el autor fija un criterio de periodización –cuyo punto de partida es 1910 y su punto de llegada 1945– que responde a su hipótesis de trabajo, la cual sostiene que ese arco temporal representó un periodo crucial en el que las imágenes, representaciones y evocaciones del pasado dieron lugar a disputas y debates intensos y durante el cual estuvo muy extendida la convicción de que en las polémicas sobre el pasado se dirimían asuntos importantes para el presente, donde es posible leer, a su vez, otra cara de los conflictos político-culturales que atravesaron a la Argentina de aquellos días.
La obra se halla estructurada en ocho acápites claramente diferenciados, aunque es dable pensar también una división en tres apartados generales, no explicitados. El primer capítulo del libro tiene por objeto formular los criterios conceptuales sobre los que se asienta el recorrido teórico e historiográfico a realizar. Los siguientes seis capítulos se ocupan de una sucinta reseña histórica y un diagnóstico de los esfuerzos específicos que se efectuaron por configurar imágenes del pasado y por difundirlas, de las resistencias que se desataron en torno a estas cuestiones, de los fracasos y éxitos en los resultados y de su irreductible dimensión política. Por lo tanto, la organización de los apartados no es tanto cronológica, sino más bien problemática. De este modo, Cattaruzza pasa revista de las querellas, los acuerdos y las interpretaciones de algunos segmentos particularmente significativos del pasado, entre los cuales se hallan la celebración del Centenario de la “Nación”, que halló más consenso para ser fijado en la Revolución de Mayo de 1810 y no en 1816, año de la Independencia –bastante más lógico por más definitivo, si se lo piensa–; la implantación de la fiesta nacional del 12 de octubre a raíz de un decreto de Hipólito Yrigoyen de 1917 (aunque no con la denominación de “Día de la Raza”, expresión que prolongará los debates hasta nuestro presente) y de y sus corolarios simbólicos (como el homenaje a la herencia hispánica en Argentina); las discusiones en torno a la tradición folklórica –estimuladas en las escuelas a partir de los años ’20– y las operaciones tejidas alrededor del rescate o la elegía de la controvertida figura del gaucho, comenzando por las más conocidas de Rojas y Lugones alrededor de Martín Fierro; y el affaire Rosas, uno de los grandes tabúes, que aún persiste en la discusión de adjudicarle o no el nombre de una calle en la ciudad de Buenos Aires (aunque tiene su billete rojito punzó de veinte pesos argentinos de circulación nacional). También se examinan los debates acerca de la función social de la historia y las prácticas que suponía la construcción de un discurso histórico plenamente científico, profesional y objetivo que se pergeñaban en el interior del espacio académico y en los ambientes dedicados a la investigación y a la enseñanza de la historia. Finalmente, en el capítulo ocho el autor presenta, desde una óptica crítica, comparativa, global y desde la media duración, un balance general o, como bien advierte el título de esta sección, “una mirada de conjunto” de los procesos de construcción de imágenes del pasado y de disputa por su difusión e imposición. En este sentido, el balance proyecta varios y muy interesantes aciertos.
Un primer punto a resaltar en este balance, pero que atraviesa todo el dispositivo conceptual, es el marcado énfasis en un aspecto que fue descuidado desde bastante tiempo atrás por quienes hacen historia de la historiografía: la problemática de explicar cómo una sociedad se relaciona con su pasado, en un esfuerzo por seguir el camino trazado por Marc Bloch cuando dictaminaba que “para conocer bien una colectividad es importante, antes que nada, encontrar nuevamente la imagen, verdadera o falsa, que ella misma se forma de su pasado”. Se trata, pues, de comprender que las relaciones con el pasado se tejen en espacios más amplios que los de una supuesta “corporación” de historiadores profesionales, que no es monopolio exclusivo de ellos, sino que es posible pensar y estudiar otros procesos de construcción imaginaria del pasado que pueden ser desplegados desde innumerables registros por fuera del campo de la historia institucionalizada, que se aproximan al pasado para dar algún tipo de interpretación sobre él: el documental o la ficción televisiva, el ensayo libre, la investigación periodística, la biografía literaria, la novela histórica, la memoria personal o grupal, etc. De esta manera, la conocida expresión “historia de la historia” resulta más pertinente a este libro, en la medida en que busca desplegarse sobre frentes múltiples: las condiciones de producción y la configuración de los discursos acerca del pasado, la vinculación entre los productos de la historia profesional y el mercado de los bienes culturales, la disposición de los “lugares de la memoria colectiva”, los elementos institucionales que afectan la producción historiográfica y las relaciones que dichas instituciones entablan con los demás actores del mundo cultural y científico.
A propósito de la obra, el autor encuentra que las visiones del pasado nacional tienen lugar en varios espacios simultáneamente e involucran a una gama amplia y diversa de sectores –entre los que se cuentan los intelectuales, los escritores de ficción, los funcionarios del Estado (a través de decretos y disposiciones sobre días de fiesta o monumentos), las dirigencias de los partidos políticos y sus militantes y los historiadores– que tomaron parte en aquellas acciones y dotaron de algún sentido específico a la historia nacional, adoptando diferentes formas. Siguiendo esta línea, Cattaruzza ha logrado superar los análisis dicotómicos que muy a menudo tienden a ver en este periodo un único combate librado entre dos interpretaciones absolutamente antagónicas y precisas del pasado (académicos y militantes) para delinear un mapa peculiar donde las nota característica es una disputa dispersa, que poseyó instancias de mayor intensidad y que sostuvieron diversos sectores cuyos argumentos aparecían influenciados por los de sus adversarios, se mostraban a veces rígidos, pero a la vez flexibles y cambiantes cuando las discusiones modificaban su eje y era necesario reagruparse, coaligando líneas que resultan, desde nuestro presente, contradictorias y que continuaban avanzando con tales argumentos aun cuando quedaban cuestiones sin solucionar. La búsqueda de una tradición cultural firme con la cual enlazarse plantearía las dificultades de la empresa: entre el pasado español y el indígena, entre el gaucho y el campesino sedentario, entre la Nación de Mayo y otra más primordial. De cualquier forma, el autor puntualiza que la versión de la nacionalidad que se enlazaba con la figura del gaucho no desplazó a otras fórmulas, pudiendo articularse sin mayores dificultades en las acciones conmemorativas del Estado y en las obras de determinados intelectuales dos alternativas ideológicas: una, asentada en una Nación pensada como una comunidad cívico-política, cuya historia se centra en el pasado de los ciudadanos, y otra cimentada en rasgos culturales originarios, quizás étnicos y más propios.
Otro acierto del libro respecto de la problemática es que la disputa entre una historia cuyo centro se instalara en el rosismo –y en la recuperación de unos gobiernos a los que se les atribuía haber llevado adelante ciertas políticas que parecían dignas de destacar (como la restauración de la vigencia de la ley, medidas proteccionistas en relación con el comercio exterior, defensa del derecho de fijar las condiciones de navegación de los ríos interiores y por extensión, de nuestra soberanía)– y una que hiciera hincapié en Mayo, u otra que encontrara su eje en la Constitución de 1853, o quizás en ambos acontecimientos, era potencialmente más áspera que otras pujas: ambas competían en el terreno político y de la intervención pública. En relación con un último punto a distinguirse, la emergencia del peronismo afectaría profundamente la cultura y la política argentinas, con lo cual se constata un nuevo eje para los conflictos que tienen lugar en estos campos. Así, Cattaruzza señala, para dar fin a la obra, que en su lucha, el peronismo fluctuó entre mostrarse como el movimiento que venía a romper con el pasado o como el que venía a recuperar algunas viejas tradiciones políticas y, por ende, con sus respectivas versiones del pasado de la Argentina. A resultas de ello, la proyección política peronista consistió en representarse vinculada a una estirpe nacional de varios horizontes: la Nación de Mayo, la del gaucho, la de Rosas, la posterior a Caseros y a la Constitución de 1853, la hispanocatólica y quizás alguna más, incluso algunas producto de la hibridez.
Pero por otra parte, más allá de esta línea de continuidad, el punto disruptivo en el discurso debe ubicarse en que, esta vez, la Nación que se construía un pasado proclama ser una Nación de los trabajadores. Si se buscara un hilo conductor a las partes del todo, es evidente que lo que sobrevuela aquí es la formación del imaginario argentino durante el siglo xx, algo que empieza con el fuerte trasfondo inmigratorio de las primeras décadas y culmina hacia 1945 con la ruptura de una ilusión de homogeneidad, ya que si bien todos era argentinos, a partir del 17 de octubre irrumpe una fractura social de fuertísima raíz clasista, donde se rasgan algunos velos y donde también darán comienzo otras maneras de imaginar la nacionalidad.
Teniendo en cuenta todos estos señalamientos, Los usos del pasado de Alejandro Cattaruzza se presenta como una obra presta para ser leída por quienes buscan un tema novedoso y poco explorado, condensando muchos datos desperdigados a la luz de una reflexión de conjunto, sin caer en prejuicios nacionalistas ni lugares comunes. Y lo hace ajustándose a su objetivo, bajo un estilo de escritura correcta, atenta y dirigida a un público no especializado, ansioso y dispuesto a “desatar el pasado” y “entender el presente”. Pero sobre todo alienta a preguntarnos sobre los sentidos (y contrasentidos) de la configuración de imágenes que promuevan la inclusión en una comunidad política, sobre los proyectos de construcción de una Nación que cobije en su seno la pluralidad de los actores y colectivos sociales que conforman una sociedad y, en términos amplios, que coadyuve a reflexionar críticamente sobre la función social de la historia y del historiador en estos senderos.