Un cambio apresurado: la secularización de las misiones de la
Sierra Gorda (1770-1782)

 

María Teresa Álvarez
Icaza Longoria1
Facultad de Filosofía  y Letras, UNAM

 

Este trabajo propone un acercamiento al proceso de secularización de las misiones de la Sierra Gorda, situadas cerca del centro del virreinato novohispano. Desde el siglo XVI diferentes grupos de misioneros habían  incursionado en la zona, pero sin haber logrado la reducción de la población indígena. En el siglo XVIII misioneros de dos colegios franciscanos, el de San Fernando  de México y el de San Francisco de Pachuca, dirigieron  sus  pasos  hacia esta región. Los primeros  intentos  misionales  se enfocaron  en los indios jonaces y después  en los pames. Las fundaciones misionales establecidas en la Sierra Gorda por ambos colegios tendrían  una evolución particular; cada misión  enfrentó  sus propios retos y obtuvo resultados variables, lo que se apreciaría claramente en el cambio cultural  experimentado en distintos aspectos de su vida por los indios bajo la tutela de sus  misioneros  respectivos. Al contrastar la evolución  de dos áreas de misión aledañas se podrá entender mejor la dinámica de la Sierra  Gorda en su conjunto, así como encontrar puntos de concordancia y de discordancia entre ambos enclaves misionales

 

Palabras claves: Sierra Gorda, indios pames, indios jonaces, secularización de misiones, franciscanos.1

 

La importancia de la misión  como institución clave  para el avance de la colonización  española es reconocida en forma generalizada.2 En el virreinato de la Nueva  España, gracias  a su establecimiento se fueron ganando espacios  para extender  el territorio  bajo dominio colonial. Sin embargo, es preciso  tener  en cuenta  que en los hechos  la misión  funcionó de manera particular de acuerdo con una serie de variables entre las que ocupan un lugar  determinante las características de la etnia  a la cual se dirigía  la labor de reducción, el tipo específico  del personal misionero, la región y sus recursos, el papel de los otros pobladores en la zona aledaña  y la política  de la Corona española. La combinación  de estas  variables produjo resultados distintos. Si estamos en condiciones de entender las diferentes manifestaciones del régimen misional  podremos evaluar  mejor el papel que la institución tuvo en distintas épocas y lugares;  asimismo, nos será  posible  comprender  las  razones  de su mayor o menor perdurabilidad.
No debe perderse  de vista  que la misión  era concebida  como una fase  inicial  en el proceso de cristianización de la población indígena. Eran consideradas como zonas  misionales las áreas  donde la tarea  de conversión  estaba  todavía  por conseguirse, lo cual iba asociado  con el propio proceso de reducción de la población indígena. Bajo este régimen los indios dependían  directamente de los religiosos  a cargo del enclave misional, y éstos  dirigían  el proceso de adquisición de elementos  materiales y espirituales procedentes  de la cultura  de los españoles. Los misioneros  ejercían  un papel central  de intermediación entre los indios y el resto de la sociedad.
Idealmente las  misiones  debían  lograr sus  objetivos  en un plazo de diez años:  pacificar  a los indios,  volverlos  productivos  y convertirlos en feligreses cumplidos, para  dejar  paso  al clero  secular. Se suponía  que pasado ese tiempo los indios  debían  estar en condiciones  de contribuir con el pago del tributo  y las  obvenciones eclesiásticas.  En  realidad  la duración del régimen misional fue bastante más prolongada, si bien varió mucho de un caso a otro. Los diversos  sectores involucrados pudieron dar por terminado el régimen misional  en situaciones distintas; en ocasiones la trasferencia se hizo tras  conseguir  la estabilidad material  y un buen nivel de adoctrinamiento de los indios, pero también hubo casos en que la misión no logró sus metas, pese a lo cual la administración pasó a manos de los clérigos seculares. Podía ser que los propios intereses de los misioneros,  la oposición de los indios  o la presión  de los otros grupos fueran determinantes para llevar a cabo el cambio administrativo.3
Mientras en  algunas   regiones  unas  misiones   se  secularizaban,  en otras  se creaban  nuevas. Esto  se explica  porque  las fronteras  estaban en un proceso de constante  reconformación; lo que una vez había  sido un sitio  remoto y escasamente habitado, con el paso del tiempo podía convertirse en un lugar poblado donde se realizaran distintas actividades productivas; no obstante,  a fines  del periodo colonial  aún  había  zonas de conversión viva.  Durante  la segunda  mitad  del siglo XVIII la Corona
española  puso especial  énfasis en que los regulares se abocaran  a la labor misional  en las regiones  alejadas, donde aún no se lograba asentar la presencia de los españoles.4 En las zonas de misión el programa secularizador  se aplicó sobre todo en los sitios más cercanos  a las áreas  de colonización consolidadas. Mientras tanto, en las últimas décadas del periodo colonial la labor misional se iría recorriendo  cada vez más al norte, a regiones consideradas claves, como las Californias.
En  este  trabajo  propongo un  acercamiento al  proceso  de secularización  de las  misiones  de la Sierra  Gorda,  situadas bastante cerca  del centro del virreinato novohispano. Hasta  el propio siglo XVIII el territorio serrano  constituía un “manchón de gentilidad” especialmente preocupante por encontrarse en pleno arzobispado  de México. Desde el siglo XVI diferentes grupos de misioneros habían incursionado en la zona, pero sin haber logrado la reducción  de la población indígena. En el siglo XVIII los misioneros franciscanos de dos colegios,  el de San Fernando  de México y el de San Francisco de Pachuca  dirigieron  sus pasos hacia esta región. Los primeros intentos misionales se dirigieron  a los jonaces y después  se concentraron  en los pames.

Las  fundaciones misionales establecidas en la Sierra  Gorda  por uno y otro colegio tendrían  una evolución  particular; a su vez, cada misión enfrentó sus propios retos y obtuvo resultados variables, lo que se apreciaría  claramente en el cambio cultural experimentado por los indios  en distintas áreas  de su vida.5 Creo  que al contrastar la evolución  de dos áreas de misión aledañas se podrá entender  mejor la dinámica  de la Sierra Gorda en su conjunto,  así como encontrar  puntos de concordancia y de discordancia entre ambos enclaves misionales. Las misiones  serranas compartían  una  problemática semejante, estaban  ubicadas en un área cuya  integración estaba  pendiente, la cual  había  quedado  rodeada por los colonizadores  españoles. Los fernandinos obtuvieron mayor productividad en sus misiones  y pudieron contener a los colonos;  en cambio, los frecuentes roces de los religiosos  del Colegio de Pachuca  con los vecinos fueron un obstáculo importante  para lograr mayor estabilidad.
El acercamiento a los procesos de transferencia al clero secular, tanto en las misiones  de Jalpan, Landa, Tilaco, Tancoyol y Concá (Colegio de San Fernando) como en el conjunto misional  de Pacula,  Xiliapan y Cerro Prieto (Colegio de Pachuca), permitirá conocer mejor la dinámica  particular con la que se dio la secularización en la arquidiócesis de México. Suele tenerse  la idea de que en esta jurisdicción había condiciones  adecuadas para  que un clero secular  abundante y deseoso de acomodo se hiciera cargo de la atención  espiritual de los feligreses. Ciertamente dentro de este territorio estaban la capital y muchos pueblos de indios donde el proceso de colonización  llevaba  mucho tiempo de haberse  afianzado; pero, no debe olvidarse, había también zonas de misión donde el acercamiento de los indios a las actividades productivas y la religión  de los españoles era un asunto  bastante  reciente. Las  autoridades civiles y eclesiásticas decidieron  aplicar  en forma generalizada el programa  de secularización en todo el arzobispado, pero a juzgar por los hechos posteriores la transferencia  al clero secular  de las misiones  de la Sierra  Gorda fue un tanto prematura. Los  logros conseguidos en el periodo misional  debieron  enfrentar una dura prueba y todos los sectores involucrados tuvieron  necesidad de reacomodarse.

 

Las misiones del  Colegio de San Fernando de México

En la Sierra Gorda habitaban principalmente dos grupos étnicos: los pames, quienes se dedicaban  a la recolección y la cacería, complementadas con la práctica  de la agricultura, y los jonaces,  cuya subsistencia dependía de una economía de apropiación.6 Los colonizadores  avanzaron en la región impulsados por las posibilidades que ofrecía para el desarrollo  de la minería, la agricultura y la ganadería; poco a poco fueron involucrándose en estas actividades y a la par fueron estableciendo diversos poblados. Los indios respondieron a la intromisión en sus territorios  incursionando en los espacios  ocupados por los españoles. Los ataques indiscriminados de los colonos tanto contra indios de guerra como pacíficos recrudecieron los conflictos,  especialmente con los jonaces, hasta bien avanzado  el siglo XVIII. Hasta este momento algunos productos y prácticas occidentales se habían  ido incorporando al bagaje cultural de los diferentes grupos étnicos serranos, pero sin modificar a fondo su mundo.7 La presencia misional en la Sierra Gorda había  sido discontinua.8 Agustinos, dominicos y franciscanos habían  intentado  en diferentes momentos consolidar la presencia religiosa  en la zona,9 pero sólo habían  conseguido  congregar a una parte de los indios cuando pudieron ofrecerles alimento seguro, lo cual dependía  del titubeante apoyo de las autoridades virreinales; estas fundaciones no alcanzaron una situación estable.
La  presencia de indios  gentiles  tan cerca  de la capital  novohispana fue la principal motivación  para la erección  del Colegio  de Propaganda Fide  de San Fernando  de México en 1733.10  Por medio de esta fundación los franciscanos pudieron contar con operarios y recursos  económicos constantes para emprender  con nuevos  bríos la labor misional  entre los indios  serranos  e intentar  su  reducción,  lo cual  acarrearía condiciones favorables para el crecimiento de las empresas de los colonos. Las autoridades del virreinato se mostraron bien dispuestas a apoyar a religiosos  y civiles para lograr la integración de esta zona. Entre 1735 y 1736 los jonaces protagonizaron un nuevo episodio de levantamiento. A partir de una combinación  de enfrentamientos armados y acercamientos diplomáticos el coronel José de Escandón consiguió la suspensión de las hostilidades.11
Poco después  los fernandinos establecerían con estos indios  su primera misión en la zona, San José de Vizarrón. El objetivo de esta fundación era “quitar este padrastro  y borrón del corazón de la cristiandad y dejar libre el paso de la Huasteca y Meztitlán”.12

Al principio  las autoridades y los misioneros  se mostraron  optimistas respecto  a la misión  de Vizarrón,13 esperaban buenos resultados porque contaban  con buenas  tierras  y agua suficiente para la producción  agropecuaria. Pero poco después  expresaron su desilusión. Los fernandinos exigieron  de los jonaces un cambio drástico en un plazo corto. Los instaron a abandonar  sus anteriores actividades de recolección  y cacería, pero a cambio de abundantes exigencias laborales y doctrinales; al final, los misioneros no pudieron ofrecerles  suficiente estabilidad material. En respuesta gran parte de los jonaces  huyó. Los fernandinos se quejaban  de la resistencia  de sus feligreses, pero no desistieron. En cambio, las autoridades virreinales retiraron  su apoyo a esta misión y hacia 1748 optaron por usar la vía de las armas.
En 1744 los religiosos  del Colegio de San Fernando  establecieron cinco misiones  (Jalpan, Concá, Tilaco, Landa y Tancoyol) con objeto de reducir a la abundante  población pame que residía  en esta parte de la Sierra Gorda. Las misiones  fernandinas fueron madurando  gradualmente. Al principio los indios entraban  y salían  de ellas, pero los misioneros  fueron reduciéndoles la posibilidad de seguir  dependiendo  de la recolección; los pames reforzaron  su dedicación  a la agricultura y se habituaron  a la crianza  de ganado. Los indios recibían  raciones alimenticias complementarias, para lo cual debieron asumir algunos compromisos laborales  y asistir a la doctrina dominical. Hubo años difíciles, pero se superaron. Alguna  misión  llegó a estar en condiciones de prestar dinero a las otras;14 además, contaron con el respaldo proporcionado por las autoridades virreinales y el Colegio.
Hacia  la década  de 1750 los fernandinos consiguieron aumentar  las cosechas y el ganado, con lo cual fue posible dotar a los indios de raciones diarias. Éste  fue el mecanismo  clave  para lograr su permanencia en las misiones. La  población  asentada  se mantuvo bastante  estable, aunque siguieron  las entradas  y las salidas de indios. Los productos procedentes del mundo español se volvieron necesarios en lo cotidiano; algunos, como la ropa, llegaron a ser muy valorados.  Los pames aprendieron  a manejar nuevas  herramientas y a desempeñar  actividades acordes a las necesidades de la vida en las misiones. Debieron aceptar crecientes obligaciones laborales y mayores exigencias doctrinales. Se instituyó la celebración de festividades religiosas, se edificaron  iglesias y hubo una administración más frecuente  y diversa de los sacramentos para enraizar definitivamente el cristianismo, aunque  los pames  no abandonaron  por completo sus antiguas creencias.
Al consolidarse la producción de las misiones, mantener  la concordia entre el proyecto misional  y el de la colonización  civil  fue imposible.  Los vecinos  “de  razón”  pugnaron  por hacerse  del control  sobre  las  tierras más productivas y la mano de obra local.  Los fernandinos lograron que los colonos salieran de las misiones y se asentaran aparte. Para los pames las oportunidades laborales en las haciendas y poblados de los colonos pudieron resultar atractivas porque allí podían obtener bienes al margen de la misión y acceder  a mayor libertad.  Pese a todo, colonos y misioneros debieron  encontrar  espacios  de entendimiento porque  necesitaban la colaboración de la contraparte  para la realización de sus propios fines.
El éxito en la captación  de nuevos  habitantes, las reservas alimenticias disponibles, la fuerza de las presiones externas, entre otras causas, determinaron variaciones en la evolución  demográfica  de las  cinco  misiones  fernandinas. En  el decenio  de 1760 se alternaron  el crecimiento y la caída poblacional.  En esta época algunos indios y colonos llegaron a sumar fuerzas para promover la secularización de las misiones de la zona. Sin embargo, la mayoría  de los indios optaron por conservar el status de misiones  para seguir  exentos  del pago de tributos y diezmos.15
Hubo una  respuesta diferenciada dentro del grupo pame al cambio cultural  promovido durante  el periodo fernandino. Una parte importante rechazó el orden misional y consideró otras alternativas a su alcance: huir a los montes o acudir a otras instancias religiosas o civiles. No obstante, buena parte de los pames aceptaron  permanecer  en las misiones  y realizar cambios sustanciales en la forma en la que resolvían su subsistencia. En  el terreno espiritual muchos indios  mantuvieron una dualidad  cultural: participaban masivamente en las festividades religiosas y cumplían con los requerimientos doctrinales básicos,  pero lejos de la vigilancia de los frailes  continuaban con sus viejas  prácticas rituales.

 

La secularización de las  misiones
del  Colegio de San Fernando de México

Tras  la expulsión de los jesuitas, los miembros  de los Colegios  de Propaganda Fide  tuvieron  necesidad de hacer algunos  ajustes para cubrir los vacíos  dejados  por los ignacianos en diversas zonas  del territorio novohispano. En este contexto  se ubica  la secularización de las misiones fernandinas de la Sierra  Gorda en 1770.16 En la documentación  se señala  que fueron los propios indígenas quienes  hicieron la solicitud  de ser atendidos  por sacerdotes diocesanos. En todo caso las autoridades sólo darían  oídos a tal petición  si coincidía  con sus  intereses y con la decisión de los misioneros. Así fue que los fernandinos dijeron que ya no consideraban necesaria su presencia allí y mencionaron  la urgencia  de contar con ministros para las misiones  de California.17 La transferencia al clero secular  de las  misiones  fernandinas coincidió  con los nuevos bríos que adquirió la ola secularizadora en el arzobispado de México con Francisco Antonio de Lorenzana, quien convirtió  al programa en la piedra angular de un amplio proyecto sociocultural.18 En el caso de las doctrinas esto incluyó una revisión de la estructura parroquial existente y la creación de mayor número de curatos.19 La transferencia a los seculares en el territorio  del arzobispado  se había venido dando desde mediados de siglo; este prelado hizo un esfuerzo por hacer el cambio jurisdiccional en diferentes áreas pendientes, desde la capital  del virreinato hasta las zonas de misión.
Al momento de la secularización en la Sierra Gorda se ponderaron cuáles de las antiguas misiones  serranas tendrían  posibilidad de sostener  a un cura y de ser pueblos viables con permanencia más estable. Se tomó la decisión  de establecer sólo dos sedes parroquiales: Jalpan y Landa. La  primera  por su calidad  de cabecera  lo tenía  seguro.  Landa  ocupaba el tercer sitio en número de población entre las cinco misiones; seguramente se tomó en consideración su buena localización, enfilada  hacia  la Huasteca, juzgando que era un elemento favorable para futuros intercambios comerciales. En contraste, Tilaco, para entonces  la más poblada de las cinco misiones, pero más alejada  de los caminos  principales, no fue seleccionada como nueva parroquia.
Como parte del proceso de transferencia las autoridades determinaron que las tierras  de las misiones  debían ser repartidas entre los indígenas.20 Se procedió de acuerdo con las recomendaciones de los religiosos, porque éstos conocían “los méritos de cada uno” y por esperarse desinterés en sus acciones. En términos generales, como dotación de tierra para sembrar milpas en todas las misiones se dieron dos almudes21 por familia, aunque a algunos se les dio sólo uno y a otros tres. En Concá a veces se añadía al maíz un cuartillo22 de frijol y huertos de platanares. Es la única misión  donde se aclara  que los indígenas no sembraban de comunidad sino en forma particular.
Gracias a la estabilidad material  conseguida, todas las misiones  contaban con bastantes animales para distribuir entre sus habitantes. El reparto fue muy variable dentro de cada una. Hubo personas que recibieron once animales, mientras a otras les tocó uno. También se distribuyeron algunos aperos para la siembra. Las  herramientas necesarias para reparaciones  y algunos instrumentos agrícolas  se dejaron para el uso comunal. En los inventarios de bienes  de las misiones  también  se mencionan diversas prendas  de vestir23 y piezas  de tela.  Igualmente se repartieron solares  para las casas. En este rubro se encuentran diferencias considerables  entre una misión y otra. Los indios más favorecidos  fueron los de Jalpan, donde la medida  del solar que se les concedió era de 40 por 60 varas.24  En orden decreciente seguían  los de Tancoyol con 28 por 50 varas, los de Concá con 25 por 50 varas  y los de Landa  con 40 por 30 varas. Los de Tilaco recibieron  uno bastante  más pequeño: 26 por 33 varas.25 En el tamaño del solar debió haber incidido tanto la disponibilidad de tierras como el número de habitantes de cada misión.

Los religiosos  decían tener razones  para confiar en que los indígenas podrían vivir  bien sin su cercana  tutoría.  Sin embargo, en los hechos no dejaron de manifestar recelo. Seguirían recibiendo  raciones  como medio para afianzar  su permanencia en los poblados, pues aún se temía que si contaban con alimentos en abundancia se irían a los cerros llevándoselos. La cantidad  de maíz de la que disponía  cada pueblo para dotar de raciones  a sus  indios  era bastante  variable, desde  las  abundantes reservas de Tilaco (3 300 fanegas)  hasta las escasas de Concá (500 fanegas).26 Sin embargo, en todos los casos se dieron tres almudes de maíz a la semana a las familias que tuvieran hijos y dos a las que no los tuvieran. Durante el funcionamiento de las misiones  los religiosos  proporcionaban  diariamente su ración a los pames. Ahora ellos mismos debían administrar sus alimentos  a lo largo de la semana.  En atención a su calidad de recién secularizadas, los indios de las cinco antiguas misiones  fernandinas recibieron algunas concesiones de parte de las autoridades; por ejemplo, no debían  pagar al alcalde  mayor de Cadereita por su visita, ni por la elección y confirmación  de los oficiales  de república.
Tras la salida de los frailes se agudizaron los conflictos por la posesión de las tierras  y proliferaron  los abusos por parte de los pobladores civiles contra los indios.  El caso de Concá fue el que presentó más complicaciones y dio origen a un largo litigio.  A lo largo de dos décadas  los indios de este pueblo se quejaron continuamente porque las objeciones hechas por algunos vecinos españoles a la aceptación de sus linderos provocaron que las autoridades no confirmaran  sus títulos. Por los atropellos constantes a sus propiedades decían sufrir  insuficiencia de pasto y agua para el ganado durante todo el año. No obstante,  también  se constatan cambios en su respuesta ante esta problemática. Los habitantes de Concá  nombraron un procurador para que se ocupara de la defensa  de sus asuntos en la ciudad de México.27
Para 1774 se decía que un número considerable de indios serranos  se hallaba metidos en breñas,  bosques,  cuevas  y barrancas.28 Algunos  fugitivos de las antiguas misiones  fernandinas buscaron  refugio en la nueva misión de Bucareli, establecida en 1776 por fray Juan Guadalupe Soriano, quien había sido misionero  del Colegio de Pachuca.29 A pesar  del incremento de las  presiones los poblados  permanecieron, pero ya no como pueblos sólo de pames. Hacia las últimas  décadas del siglo era notoria la presencia de diversos  grupos humanos; en particular había  aumentado el número de mulatos.
El primer  cura  que quedó a cargo de Jalpan fue don Ignacio  Borja. Como no había  ministros en varias  de las  antiguas misiones, quien  se hiciera  cargo de la administración religiosa  de la cabecera  debía visitar una amplia  extensión de 16 leguas  o más. Cuando  el cura  visitaba los pueblos de Tilaco, Tancoyol y Concá  administraba los sacramentos, impartía  la doctrina  y se ocupaba de los asuntos  más urgentes. En Concá, por ejemplo,  se había  establecido el compromiso  de que hubiera  misa entre semana  cada 15 días.30 Los misioneros habían dejado una mula allí para  el transporte  del cura,  sobre  todo para  cruzar  los ríos;  los indios habían adquirido  el compromiso de sustituirla cuando envejeciera o muriera.  A las misas  celebradas en Concá  asistían los soldados  de Arroyo Seco, recorriendo  una distancia de seis  leguas.  El pago de las misas  era compartido: dos veces seguidas se hacían cargo los indios y la siguiente el resto de los asistentes. Durante sus prolongadas  ausencias el cura debía pedir la ayuda  de los feligreses más instruidos de cada pueblo para que enseñaran diariamente a los niños.
Borja dejó el curato de Jalpan y en 1776 llegó como cura don Manuel Villalpando.31 Pronto el nuevo ministro  se puso en actividad; debía ocuparse de muchos asuntos habituales de la administración religiosa  y además se afanó en la fundación  de cuatro cofradías. Casi  desde su llegada Villalpando tuvo motivos de enfrentamiento con don Juan  Mañan,  el administrador de la hacienda  de Concá. Mañan no asistía a la iglesia, lo cual preocupaba mucho al cura porque en su opinión tal hecho escandalizaba “a  toda la feligresía y sus  contornos”. El administrador se defendía  diciendo que se ausentaba por estar dedicado a las labores de la hacienda. Según testigos  en tiempos de los misioneros sí asistía a misa, pero cuando llegó el primer  cura  su  presencia comenzó a hacerse  más irregular hasta llegar a las prolongadas ausencias denunciadas por Villalpando. La conducta de Mañan alarmó más al cura cuando supo que obstruía  la vida religiosa  de los indios de la hacienda, mostraba reticencia para cubrir los derechos  parroquiales y expresaba en público su falta de respeto por el ministro. En opinión de Villalpando el origen del conflicto con Mañan era que éste quería impedir  que hubiera  un cura de pie fijo, vicario  suyo, en Concá.  Seguramente deseaba  evitar  la presencia de un eclesiástico tan cerca  de su área de influencia. El panorama  se complicaba  más porque el administrador de la hacienda  contaba con el apoyo del alcalde  mayor de Cadereita, don Lázaro  Figueroa, y de su teniente, don Clemente Lara. Cada uno, a su vez, tendría altercados  con Villalpando.
A principios de 1777 se daría  el clímax  del enfrentamiento entre  el cura y el administrador. Mañan se tomó atribuciones en la elección de los oficiales de república  y Villalpando lo mandó aprehender. Figueroa  y Lara planearon  asaltar  al cura  para  quitarle al reo. Villalpando había  sabido del asunto  por los indios  la noche anterior  y pudo solicitar el apoyo de soldados de Saucillo  y Arroyo  Seco, con lo cual impidió  que le arrebataran a Mañan.  Lara  profirió serias  amenazas contra el vecindario de Jalpan y su párroco. El cura intentó prender a Figueroa  y Lara,  pero el juez eclesiástico de Escanela no se lo permitió.  Todos estos hechos causaron gran escándalo  tanto entre los naturales “recién quitados  del pecho de los misioneros” como también entre la demás gente. Cuando Villalpando informó a las autoridades de sus acciones  argumentó que había actuado en defensa  de la inmunidad y jurisdicción de la Iglesia; no obstante,  fue reconvenido  por el ministro  de la curia  eclesiástica del arzobispado  de México. Le informó que debía liberar a Mañan, fue advertido que en lo sucesivo debía informar  primero de lo que ocurriera  en materias del conocimiento  del Santo Oficio y no proceder a prender a ninguna  persona. Le  pidieron  remitir  el caso al provisor  de españoles en México.  El cura de Jalpan dejó libre al administrador, pero continuó denunciando que no había habido un cambio en su actitud.  Lara le dio múltiples  motivos de disgusto: usurpó el puesto de tesorero de la cofradía del Santo Entierro, pretendió robarse la mula que Villalpando usaba para transportarse y causaba  escándalo  con su pública embriaguez.
Ese  mismo mes don Lázaro  Figueroa, en su calidad de alcalde mayor, visitó  estos pueblos y provocó gran inquietud entre los indios de Tilaco, Tancoyol, Concá y Landa  porque les hizo pagar la visita, así como la elección y confirmación  de los oficiales  de república, sin respetar  la exención de que gozaban.  Además, Figueroa  los había obligado a venderle  mulas a precios muy bajos. Los indios recurrieron al cura de Jalpan. Decían que buscaban ayuda en ese lugar porque había sido su cabecera  en tiempos de los misioneros. El cura  los llamó a la quietud,  les ofreció ayudarlos, pero también les dijo que debían presentar sus ocursos en México. Figueroa sólo devolvió el dinero de Concá. El episodio terminó con la solicitud a Villalpando de enviar  los procesos contra Lázaro  Figueroa  y Clemente Lara a la curia eclesiástica del arzobispado  de México.
Podemos  ver  que a consecuencia del cambio  jurisdiccional en esta zona de la Sierra  Gorda  los equilibrios de fuerza  se alteraron notablemente.  Los  misioneros buscarían aprovechar su experiencia serrana  en nuevos escenarios, pero antes de irse tomaron decisiones determinantes para la vida de sus antiguos  feligreses. A juzgar por los bienes  que fueron repartidos  a los indios, puede constatarse que bajo la administración de los religiosos las misiones  habían conseguido bastante  productividad; esto parecía ser una buena base para el futuro de los pames; no obstante, al pasar a manos de los clérigos seculares el escenario presentó grandes variaciones. Los indios  quedaron  bajo la tutela  de un número menor de ministros religiosos  y la vigilancia sobre ellos se relajó. Algunos  aprovecharon para mudarse hacia destinos diversos. Los que se quedaron en los pueblos debieron enfrentar  circunstancias complicadas  frente al avance de los colonos y los abusos de las autoridades locales.  En varios  asuntos debieron apoyar al nuevo cura, le pagaron por recibir servicios religiosos, impartieron la doctrina en su ausencia y lo defendieron cuando hizo falta. A su vez, acudieron a él para pedirle ayuda en circunstancias adversas.
Los pobladores españoles  aprovecharon la ausencia de los misioneros para ganar espacios. Para los indios las tierras  repartidas resultaban más difíciles de defender  e indudablemente otros grupos buscarían la forma de hacer crecer sus propiedades. Es interesante ver que entre los vecinos se presentaron casos en los que se relajó el cumplimiento de las obligaciones espirituales. Quizá la negativa de Mañan al establecimiento de un vicario  en Concá tenía como objetivo mantener  los nuevos márgenes  de libertad y poder adquiridos  a la salida  de los religiosos.
El nuevo cura de Jalpan tenía por delante  un difícil  reto. Debía atender sedes  diversas y conseguir  el reconocimiento de una heterogénea feligresía. A Villalpando, en particular, le tocó enfrentar  una fuerte  animadversión, su conflicto con un poderoso hacendado se complicó mucho más ante el apoyo que dieron a éste las autoridades locales.32 En alianza con los indios y otros colonos, el cura pudo enfrentar  a sus opositores con cierto éxito, pero no pudo detenerlos, se encontró con el impedimento  de respetar  los espacios  de autoridad institucionales. Le tocaría vivir  en carne propia el acotamiento del papel de los ministros eclesiásticos impulsado por las autoridades civiles en las décadas finales del periodo virreinal.

 

Las misiones del  Colegio de San Francisco de Pachuca

En 1733 el convento del Real de Minas  de Nuestra  Señora de la Asunción de Pachuca  se convirtió  en un instituto  especializado en la labor misional: el Colegio de San Francisco de Pachuca.33 Los frailes  descalzos  contaron con el apoyo de dos clérigos  para reunir fondos entre los mineros, comerciantes y vecinos del lugar para ayudarles a fundar su primera misión en la Sierra Gorda. A partir de 1734 realizaron recorridos de reconocimiento por lugares cercanos a Zimapán.34 En este sector de la sierra había campos mineros, de cultivo, haciendas, trapiches y obrajes. La zona era un sitio estratégico en la ruta hacia  el norte y el noreste, sin embargo, se trataba de un espacio peligroso que debía ser pacificado e integrado al virreinato.
La  primera  misión  de los religiosos  de Pachuca  se realizó  con el objetivo  de reducir  a los belicosos  indios  jonaces; la fundaron donde confluían  los ríos Tolimán y Moctezuma  y fue conocida como Las  Adjuntas. En  este  paraje  hubo brotes  de enfermedades y fue necesario mudar  la misión a las cercanías de Zimapán; ahí se le puso por nombre San Pedro de Tolimán. Las  ventajas del nuevo emplazamiento incluían “buen  temperamento,  agua,  leña,  magueyes, nopales,  mezquites, garambullos:35

mantenimientos silvestres que apetecen  dichos  chichimecos”. Esto  es llamativo  porque se siguieron  criterios  distintos a los imperantes en la elección  del sitio de Vizarrón. Parecía  vislumbrarse la disposición a que los jonaces  continuaran dedicándose a sus tradicionales actividades recolectoras.
Pronto se presentaron roces entre los fernandinos y los de Pachuca, dada la vecindad  de sus  misiones. Fue  necesario establecer los límites jurisdiccionales de cada colegio: el río Moctezuma se convirtió en la línea divisoria. La  región  al poniente,  hoy perteneciente a Querétaro,  quedó bajo jurisdicción del Colegio  de San Fernando; la zona al oriente,  en el actual  estado de Hidalgo,  quedó a cargo de los religiosos  del Colegio de San Francisco.36 Al parecer las exigencias laborales y los castigos  se aplicaban  con mayor rigor  en Vizarrón; muchos  jonaces  huyeron  de allí  a Tolimán, pero también de este lugar se fugaron.37
Hubo otros elementos  que obstaculizaron el buen desarrollo  de Tolimán: tenía  la desventaja de contar con pocas tierras laborables y los indios presentaron oposición a residir  allí. En opinión de un misionero del Colegio  de Pachuca  los jonaces  no quisieron permanecer en esta misión “por ser una nación bulliciosa, bruta y bárbara”, cuyo genio inconstante  y rebelde los hacía “irreductibles”.38 Señalaba  que los militares habían  optado por acabar con los indios para tener tierras  y pastos para su ganado; también  hablaba  de fuertes  roces entre los colonos y los misioneros.
Al mismo tiempo que a los fernandinos se les asignó misionar  en la zona de Jalpan, los de Pachuca  recibieron  el encargo de establecer tres misiones  entre  pames  en Xiliapan, Pacula  y Cerro  Prieto.39 Podemos darnos  alguna  idea de la evolución  de estas  fundaciones a través  del testimonio  de fray Juan Guadalupe Soriano, que data de la década  de 1760. Señalaba  que la fundación  de Xiliapan se había  hecho con perspectivas prometedoras  porque contaba con tierras  fértiles. Se pensaba que podría abastecer de vituallas a los reales  de minas cercanos, sobre todo a Zimapán  y Xacala. Este religioso  reconocía  que se habían presentado  dificultades para  la estabilidad demográfica  por la presencia de enfermedades, pero subrayaba que las  mayores pesadumbres las habían  ocasionado  los soldados. Las siembras continuamente eran dañadas  por el ganado de los militares. Como los pames  no resolvían sus  necesidades alimenticias, seguían  saliendo  a los cerros  a buscar yesca  para tener recursos  que les permitieran adquirir  maíz. En el año de 1767 iban a estrenar  la iglesia, el órgano y muchas  imágenes; muy probablemente  los frailes  consiguieron apoyos externos  para financiar estos gastos.
La misión de Pacula tenía una situación más favorable. Estaba situada en un llano donde se podía sembrar  abundante maíz y también  contaba con dos ojos de agua. Uno de sus ministros había dispuesto  la construcción de una cerca de piedra para asegurar la manutención de los indios y evitar “quebraderos de cabeza”. Gracias a estas medidas se había logrado asentar  a un número considerable de indios.  Aparentemente en este caso pudieron sobrellevarse mejor los roces con los soldados que vivían del otro lado del llano.
A ojos de Soriano la misión  de Cerro Prieto era la que tenía  mejores condiciones: estaba en una barranca, rodeada por montes donde podían obtenerse en abundancia madera, animales, frutas y agua. Todo esto había permitido a los misioneros de Pachuca asentar allí a un mayor número de pames. Subrayaba  que la clave para el mejor desarrollo de esta misión estribaba en que allí vivían únicamente indios,  sin  mezcla  de gente de razón.40 Concluía  que gracias  a estas  circunstancias los indios  estaban
más doctrinados,  tenían más bienes e incluso eran grandes comerciantes.
A pesar de todo, su opinión general sobre los pames era poco favorable. Decía  que el tratar  con ellos  era un “lento  y dilatado martirio” porque eran muy ignorantes, maliciosos, flojos y les gustaba  andar  por el monte como fieras.  Hablaba  igualmente de que los indios  eran muy dados a idolatrías;41 según él, la mayoría creía en hechiceros  y eran dados a la embriaguez.42

 

La secularización de las  misiones
del  Colegio de San Francisco de Pachuca

En octubre de 1775 el alcalde mayor de Cadereita, Lázaro  Figueroa, describía  el estado de los  indios de las misiones  de Pacula  y Xiliapan como lastimoso.  Su crítica  a los misioneros era contundente: decía que no sabían el idioma de los indios, por lo cual no les predicaban ni los instruían en la fe, contentándose  con decirles  misa  sin  administrarles los sacramentos. Además, decía,  en lo temporal estaban  desatendidos y se veían precisados a sembrar  en cerros, cañadas  y laderas  porque los misioneros alquilaban las mejores tierras  a gente de razón. Planteaba el objetivo de ver si las misiones  se podrían convertir  en curatos,  pues en su opinión el dinero real se malgastaba inútilmente. El ejemplo de las misiones  fernandinas se tomaba como referente  y señalaba que en la misma jurisdicción otras misiones  ya se habían secularizado.43
Los  misioneros del Colegio  de Pachuca  se defendieron. Dijeron  que habían hecho todos los esfuerzos para el cumplimiento de su ministerio. Acusaron a Figueroa  de que sus declaraciones eran “imposturas y falsas calumnias”.44 Sacaron a relucir  que así como los jonaces  de Tolimán habían apostatado  y huido a los montes, había el peligro de que los indios de Pacula,  Xiliapan y Cerro Prieto volvieran a remontarse  si se les presionaba  a sostener  a los curas sin tomar en cuenta  su precaria  situación material. No obstante,  los de Pachuca  se mostraron  dispuestos a dejar sus misiones  serranas, si bien aconsejaron  que quedaran  en manos del clero regular; ellos pidieron nuevas  zonas de misión para su Colegio.45
Los indios explicaron que habían pasado por un periodo de pobreza de varios  años;  según decían,  gracias  a sus ministros actuales tenían  comida y quién los confesara. Los naturales pidieron que las misiones  fueran secularizadas más tarde;  sin embargo,  las diligencias prosiguieron. Las averiguaciones conducentes a la secularización se encargaron al bachiller don Ignacio  Borja,  primer cura de Jalpan, quien  empezó su encargo haciendo explícito su reconocimiento a los del Colegio de San Francisco por la buena administración e instrucción de los feligreses.
Borja  pidió su opinión  sobre la secularización a algunos  vecinos  de razón. Los testigos  entrevistados dijeron que sí podía erigirse un curato con sede en Pacula,  así como una vicaría en Cerro Prieto.  Coincidían en que los indios estaban dispuestos a sostener  a sus curas,  aunque señalaban que eran extremadamente pobres. Después  habló con los indios  de las tres misiones, usando como intérprete a un cacique  de Jalpan.46 Los oficiales  de república  y naturales de Pacula  dijeron  que aceptarían que hubiera  cura  y pagarían  derechos  según  el arancel,47 pero pedían  que se agregara  Xiliapan a Pacula  para estar en posibilidades de sostener  al nuevo  ministro. Asimismo, solicitaron  conservar sus  tierras  y no pagar derechos  de fábrica,  porque ellos habían  construido  su iglesia; además, pidieron  la cesión de una fanega,  antes  usada  para gastos del religioso, con el fin de sufragar  el aceite  de la lámpara  del Santísimo  Sacramento. Los indios de Xiliapan coincidieron  en los mismos puntos: se mostraron dispuestos a pagar obvenciones, pidieron ser agregados a Pacula, conservar sus tierras  y ser exonerados  de los derechos  de fábrica.  Conscientes de su futura  calidad  de pueblo de visita, dijeron  que se esforzarían por pagar  misa  cada 15 días.  Decían  que no tenían cabalgaduras y por eso pedían  no ser obligados  a llevarlas al ministro. Cuando  se les preguntó expresamente a los indios de Cerro Prieto si estaban dispuestos a mantener a sus ministros, primero dijeron que no podrían hacerlo por estar muy pobres. Luego compareció el gobernador de este pueblo para manifestar que aceptaban  pagar los derechos según arancel, pero suplicaban seguir dependiendo de Pacula como cabecera.
La secularización se hizo en 1777 por instrucciones del arzobispo Alonso Núñez  de Haro. La  zona del oriente  serrano  quedó en los siguientes términos: con Pacula, Xiliapan, siete ranchos y nueve parajes fue establecido un curato con cabecera  en Pacula.  Aunque se seguía  reconociendo la pobreza de los indios  se calculó que los emolumentos  producidos  por obvenciones podrían  llegar  a 500 pesos.  Los  habitantes de Xiliapan  no fueron eximidos  del derecho de fábrica pero sí de proveer de cabalgadura al cura y se les concedió el uso de la fanega solicitada. Se determinó establecer en Cerro Prieto un vicario de pie fijo; en este caso los emolumentos producidos  por obvenciones se calcularon  en 400 pesos.  Por ser corta la cantidad  disponible  para salarios, les fueron asignados 200 pesos de sínodo al cura de Pacula y 100 pesos al vicario de Cerro Prieto. De cualquier manera,  como dejarían  de pagarse  a los misioneros 1 500 pesos anuales, las arcas reales salían  beneficiadas.

Los  habitantes de los pueblos  debían  recibir  tierras: 600 varas  por cada  viento,  más  una legua.  Cada  indio  casado,  por su parte,  recibiría un solar capaz de trabajarse con seis  cuartillos de maíz de sembradura. Algunos  de los indios  de Pacula  y Xiliapan, a pesar  de que inicialmente se habían  mostrado  dispuestos a aceptar  esta  propuesta,  manifestaron su rechazo  a la secularización. Las  autoridades desestimaron el asunto, pues según  ellas  la oposición era “poco sincera”, producto de sugestiones externas. Sin embargo,  sí reconocieron  que existía el riesgo de que los indios  huyeran. El alcalde  mayor de Cadereita y el de Meztitlán, del que dependía  Cerro  Prieto,  fueron  avisados que no cobraran  por estas gestiones y las cumplieran de oficio.
Pocos años después  volvió a plantearse la cuestión  de si convenía mantener  la vicaría de pie fijo en Cerro Prieto.48 Según el vicario a cargo en 1782, Miguel  Ordóñez,  este pueblo no producía  lo necesario para su sostenimiento y afirmaba que él obtenía sólo lo muy preciso gracias  a las limosnas  de algunos vecinos de Zimapán.  La situación se había agravado porque había disminuido de manera significativa el número de naturales a consecuencia de una epidemia  de viruela.
La petición del vicario y de los indios era que Cerro Prieto se uniera a Pacula. El arzobispo encargó las gestiones pertinentes al juez eclesiástico de Xacala, Francisco Hipólito  Sánchez  de Aparicio. Éste  debía  indagar cuántas  familias había  en Cerro  Prieto  y cuánto  se producía  al año en emolumentos  y obvenciones para  confirmar  si la imposibilidad de sostenimiento  del vicario  era real. Asimismo, debía indicar  la distancia que había a Xacala y Pacula para decidir a cuál curato debía de anexarse Cerro Prieto.
Varios testigos de razón declararon que les constaba la pobreza de los indios y su dificultad  para cubrir los derechos; uno de ellos afirmó que él mismo frecuentemente debía sufragarlos. Otro dijo que en teoría debían reunirse 300 pesos por el pago de derechos, pero que esto no ocurría porque muchos indios no podían pagar, entre otras causas  porque gastaban sus escasos  recursos  en bebidas  alcohólicas. Lo más grave era que cuando los indios quedaban como deudores era frecuente  que huyeran, con lo que dejaban de asistir a la misa y a la doctrina.
Algunos  indios de Cerro Prieto se habían resistido a depender de Xacala “a fin de estar libres de sujeción”; sin embargo, cuando el juez habló con ellos dijeron que darían  su consentimiento a la anexión. El promotor fiscal revisó el informe y señaló que la administración debía hacerse  desde Xacala, ubicada  a menor distancia. Comentaba  que los ingresos  por derechos  debían  llegar a 300 pesos,  pero que no ocurría  así  “ya  por la miseria  de unos y ya por la malignidad de otros”,  por tanto lo que podía recaudarse apenas ascendería a 100 pesos. Manifestaba su preocupación de que aquellos  indios  aún neófitos carecieran de pasto espiritual y de que el cura buscara  “por otro camino” lo que le faltaba o llevara  los derechos con demasiado rigor. Finalmente, la resolución del arzobispo fue que se suprimiera la vicaría de pie fijo en Cerro Prieto y fuera anexada al real de Xacala. El sínodo asignado  antes al vicario pasaría  al cura de Pacula.
La zona de misiones  perteneciente a los religiosos  del Colegio de Pachuca  había  atravesado una  etapa  difícil  en los años previos a que se planteara su transferencia al clero secular. Se había  conseguido  escasa productividad, lo cual fue un obstáculo para asentar a los indios y proporcionarles  buena atención espiritual. Todo ello fue usado para argumentar que las misiones  no eran administradas adecuadamente, por lo cual debían pasar a manos de clérigos del arzobispado; es posible que también influyeran los argumentos  de ahorro al real erario. Como las condiciones de la feligresía eran  precarias, en este  caso las  autoridades estuvieron dispuestas a dar un apoyo complementario para el sostenimiento del ministro  del único curato establecido y de su vicario  auxiliar. Los indios mostraron reticencia al cambio jurisdiccional y buscaron  retrasarlo; no lo consiguieron, pero al menos estuvieron en condiciones  de negociar algunos de los términos  de sus obligaciones y lograron algunas  concesiones menores por su situación de estrechez. Las  decisiones tomadas en el terreno eclesiástico influirían en la determinación de las posiciones  jerárquicas  de cada pueblo:  Pacula  quedaría  como el pueblo más importante de este sector de la Sierra Gorda. De cualquier  manera, en un documento fechado entre 1787 y 1792 este pueblo es descrito  como “un  lugar muy infeliz”, en cuya iglesia  se notaba mucha pobreza y desaliño.49
Algunas de las decisiones tomadas  al momento de la secularización resultaron inoperantes y el arzobispo  debió hacer  algunos ajustes. Fue necesario replantear la viabilidad de la presencia de un ministro religioso en Cerro Prieto. La que había sido la misión más próspera del Colegio de Pachuca  no pudo sostener  a un vicario  de pie fijo. Su anexión  a Xacala dejaría a estos indios sujetos a una atención religiosa esporádica y en una situación de dependencia respecto a una cabecera  distinta. Los recursos antes  usados para apoyar  a su vicario  se encauzaron para contribuir  al sostenimiento de otro cura.
Los misioneros de Pachuca  no tomaron la iniciativa para dejar las misiones  serranas, pero aceptaron  salir  de ellas.  En  realidad no podían impedir  la secularización de las  misiones, aunque  no dejaron  de hacer advertencias respecto de sus posibles consecuencias. Seguramente ponderaron  las  múltiples  dificultades existentes y juzgaron  más  adecuado concentrarse en la búsqueda de otros horizontes. Poco después ellos también dirigirían sus  pasos al septentrión novohispano. Por lo que hace a la relación  entre la feligresía y los clérigos  que llegaron  a esta  zona en los años posteriores a la salida  de los misioneros, se trata de una historia que aún aguarda  un análisis detallado; en todo caso, las condiciones prevalecientes a la salida de los misioneros sugieren un inicio igualmente complicado.

 

Consideraciones finales

Al  poner en comparación  el proceso  de desarrollo  de las  misiones  que tenían  en la Sierra  Gorda  tanto el Colegio  de San Fernando  de México como el de San Francisco de Pachuca  nos encontramos  con situaciones interesantes. Ambos grupos de misioneros fracasaron entre los nómadas jonaces  y cifraron  sus esperanzas en los más pacíficos  pames,  cuyo umbral de compatibilidad con los españoles  era mayor. Para los misioneros presentes en la Sierra Gorda se fue haciendo evidente  que una condición indispensable para lograr cambios  de fondo en la forma de vida  de los grupos indígenas era lograr la modificación  de su relación con el medio y su asentamiento definitivo  en las misiones  donde se dedicaran a actividades productivas. Conseguir este objetivo sólo era posible en una situación de contacto continuo, el cual permitiría ejercer el control en diversos ámbitos a mayor profundidad. La estabilidad de las misiones dependía de que en ellas  los indios  encontraran un buen equilibrio  entre las exigencias de los misioneros y la satisfacción de sus principales necesidades.
Ambos grupos de misiones  estaban en la misma región, un lugar relativamente céntrico del territorio virreinal; en el siglo XVIii se concentraron esfuerzos de diversos  sectores para promover su desarrollo.  Las autoridades civiles consideraron urgente pacificar  la Sierra Gorda para facilitar la comunicación con diversas zonas. Para estos fines procuraron impulsar la producción del área serrana y buscaron  allanar  el avance  hacia regiones más alejadas, especialmente al Nuevo Santander. Aunque  la prosperidad lograda  por los misioneros de los dos colegios  fue desigual, en ambos casos tuvieron  mejores expectativas de éxito al estar en contacto directo con los indios,  sin intermediación de la población española. Como pudimos ver, cada  misión  evolucionaba a su propio ritmo,  pero también  es innegable  que en algunos sentidos  las fundaciones de los fernandinos y de los de Pachuca  conformaban, respectivamente, un conjunto; habían estado  interrelacionadas durante  la gestión  de los misioneros y fueron secularizadas en bloque.
Los misioneros de ambos colegios se mostraron dispuestos a aceptar la secularización de sus misiones  serranas. Actuaron  de acuerdo con la lógica impulsada por la Corona española: los miembros del clero regular debían  concentrar  sus  energías y operarios en el frente  misional  en las fronteras  septentrionales del virreinato, para entonces  en plena  expansión. Paradójicamente, atendiendo  a criterios  de racionalidad económica, en lugares  que poco antes  habían  sido “conversiones vivas” se redujo el número de ministros. En  el caso de la Sierra  Gorda los cálculos  para establecer las nuevas  sedes parroquiales se hicieron pensando en la viabilidad que presentaban algunos de los pueblos y en contar con recursos que permitieran el sostenimiento de los curas.  Los curatos  establecidos fueron menos numerosos  que las misiones  a las que sustituían. En algunas zonas  del virreinato la organización secular  era exigua, por ello los obispos pasaban  apuros para sustituir a los misioneros, pero ése no era el caso del arzobispado  de México. Las autoridades civiles y eclesiásticas habían señalado repetidamente que en este territorio el clero secular era abundante y estaba  bien preparado.  Al ser transferidos a los seculares, varios  curatos  del arzobispado  fueron divididos  para proporcionar  mejor atención a los feligreses, dar empleo a mayor número de clérigos y fortalecer la estructura parroquial. En la Sierra Gorda fue aplicada  una lógica distinta: los recursos  disponibles sólo alcanzaban para sustentar a pocos curas,  así que cada uno de ellos debió hacerse  cargo de áreas muy extensas. Bajo la administración diocesana la Corona dejaba de pagar el sínodo de los misioneros y la responsabilidad de sostener a los curas pasaba a los feligreses. En los pueblos serranos  no desapareció por completo el apoyo del monarca, pero sí disminuyó en forma drástica y se presentó como un complemento otorgado en razón de la pobreza de los feligreses para no presionar  a éstos en demasía  y dar cierto apoyo a los nuevos pastores.
Con la secularización de las misiones  serranas se hacía evidente  la voluntad de lograr homogeneidad  en el territorio  del arzobispado  de México en su conjunto; la administración eclesiástica de lugares  con condiciones de madurez  muy distintas estaba pasando a manos de los párrocos; a su vez, ministros y feligreses quedaban  sometidos  a un control más directo del arzobispo. El asunto  a subrayar es que en esta época los habitantes de la zona serrana  llevaban  poco tiempo de estar  familiarizados con los patrones de vida aprendidos  durante su estancia en las misiones. Asuntos como la dedicación  a las actividades agropecuarias y la participación en la ritualidad cristiana estaban en proceso de arraigo; la estabilidad conseguida era aún precaria. Con la secularización de las fundaciones misionales la población serrana  se veía forzada a adaptarse a bruscos cambios en un lapso muy corto. Las consecuencias de esa exigencia fueron muy diversas: algunos dejaron los poblados, otros hicieron  todo lo posible para defender sus tierras  y prerrogativas en las cambiantes circunstancias.
Los indios  de las misiones  dependientes de los dos Colegios  de Propaganda Fide  presentes en la Sierra  Gorda tuvieron  diversas reacciones ante la inminencia de la secularización. Todos ellos sabían que no podían frenarla  y de hecho en el caso de las misiones fernandinas se dijo que los mismos pames la solicitaron. En el ámbito de los de Pachuca, solicitaron el retraso en la aplicación  de la medida,  pero finalmente  las discusiones y peticiones  se dieron en torno a cuestiones administrativas (si un pueblo quedaba adscrito  a uno u otro curato y si existían condiciones  para sostener  a un vicario). En ambas zonas se hicieron  algunas  concesiones económicas,  exenciones o contribuciones a los pueblos  recientes, aunque las  autoridades locales  no necesariamente las respetaban. Vale  la pena subrayar que las fronteras  en el interior  de la Sierra Gorda eran en realidad  menos  rígidas  de lo que podríamos  suponer, lo cual  queda  en evidencia cuando vemos a los mismos  personajes intervenir en asuntos que involucran a ambas regiones.
Podría pensarse que los indios  serranos  estaban  ansiosos  de aprovechar la situación de mayor libertad derivada  de la salida de los misioneros. Seguramente fue así para parte de ellos, para quienes deseaban  regresar  a sus viejas  formas de subsistencia, lo mismo que para aquellos  dispuestos a integrarse al mundo español. Pero otra parte de los indios mostraría  en los años posteriores a la secularización su anhelo de contar con un cura residente que los defendiera  en caso de abusos. Sin la presencia de los misioneros, los propietarios  y los funcionarios de los alrededores  ejercieron mayor presión para hacerse de recursos. Como pudo verse en los episodios de enfrentamiento protagonizados  por el cura de Jalpan, los vecinos  de razón contaban  con mayores posibilidades de intervenir en la vida de los pames. Al parecer  buscaban  disputar  a los curas  los huecos dejados por los misioneros y se mostraron  dispuestos incluso  a intervenir en asuntos de carácter religioso. No obstante, en más de una ocasión el cura de Jalpan debió pedir ayuda a los soldados de los alrededores  para mantener  la paz. El episodio de Villalpando también deja clara otra lección: los eclesiásticos no debían extralimitarse en sus funciones; no les tocaba aplicar justicia por mano propia. Las autoridades prefirieron liberar a un personaje tan polémico como Mañan  antes  que aprobar lo hecho por quien decía defender  los intereses del rey y la Iglesia  sin permiso para hacerlo.

Hay varias razones que mueven a pensar en la dificultad para continuar el complicado programa de celebraciones rituales establecido durante la época misional. Había menos operarios religiosos y se podía instruir a los indios con menor frecuencia. Algunas devociones  especialmente caras  a los franciscanos no necesariamente serían  retomadas  con el mismo entusiasmo por los curas,  en una época en la que muchas manifestaciones de devoción  popular fueron mal vistas por las autoridades civiles y religiosas. Podríamos inferir que con el paso del tiempo la huella de los misioneros vendría  a menos, como ocurriría  con los templos erigidos  durante  el período misional. Sin embargo, el cristianismo había echado raíces  entre los pobladores de la región: el cura Manuel Villalpando, recién llegado a Jalpan, se dedicó entusiasta a la fundación de nuevas  cofradías y logró la colaboración y alianza  de sus feligreses indios.
Quizá sería  en el ámbito misional  donde la secularización acarrearía mayores transformaciones para los feligreses porque no sólo implicaba, como en todos lados, el cambio  del personal  religioso  y la necesidad de establecer una relación  con los nuevos ministros, sino también  la desaparición de cierto  orden que había  mantenido  a sus  habitantes sometidos  a reglas  distintas respecto  de los indios que vivían en zonas bien consolidadas del virreinato. Después  de la transferencia jurisdiccional a los seculares, en asuntos  de atención  espiritual el esquema  de segregación se desdibujaba: un mismo ministro  debía ocuparse  de los indios y del resto de la población. Los nuevos curas  debieron encontrar acomodo con los diferentes sectores  que conformaban  su feligresía e incluso mediaron entre las partes. No se trató únicamente de un asunto administrativo, pues implicó grandes transformaciones en la vida de las comunidades involucradas. En algunos casos, como el de Jalpan, tras la secularización se abrirían las puertas a la coexistencia entre  diversos grupos humanos. Los lugares más apartados siguieron  siendo habitados predominantemente por indígenas, pero quedaron en una situación de mayor estrechez tras  la salida  de los religiosos. Poblados que habían sido prósperos  bajo el régimen  misional, como Tilaco y Cerro  Prieto, algunos años después  habían  perdido muchos de sus pobladores. Todo esto parece indicar  que la transferencia de la zona serrana  a manos de seculares se hizo con cierta precipitación. El cambio jurisdiccional se dio cuando sus  habitantes todavía  se encontraban en una etapa  bastante incipiente del proceso para  afianzar  nuevas  estructuras económicas y patrones  culturales. El conjunto  de cambios  que traería  consigo  la secularización se traduciría en fuertes  presiones  para los indios  de la Sierra Gorda y en una agudización de las tensiones por el control de los recursos  de la región.

 

Siglas y referencias

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Notas:

1 Para la realización de este trabajo recibí el apoyo otorgado a la Universidad de Guadalajara  por conacyt. Participé en el proyecto “Fronteras en movimiento: patrones  de transculturación, crisis  financiera y movilidad demográfica en las misiones sonorenses, 1767-1855”, coordinado por José Refugio de la Torre Curiel, a quien agradezco la invitación. Los objetivos de esta investigación tienen muchos puntos que conectan con los que se plantean en el texto del proyecto.
2 Esto se ha planteado así a partir del trabajo de Bolton, “The Mission as a Frontier Institution”, pp. 42-61. Autores   como David Weber, Susan Deeds y Cynthia Radding han retomado esta idea en sus trabajos.
3 En este sentido es interesante ver los planteamientos sobre el proceso de transferencia de las misiones de Sonora de José Refugio de la Torre; véase Torre Curiel, “Decline and Renaissance”, pp. 51-73.
4 Esto se relacionó con la transferencia de doctrinas de indios del clero regular al secular.
El asunto se menciona de manera implícita en la Real Cédula  del 23 de junio de 1757 (agn, Reales  Cédulas Originales, vol. 77, exp. 77, ff. 186-189v.). En este documento el rey moderó la aplicación del programa secularizador y ordenó que en cada provincia las órdenes religiosas pudieran conservar una o dos parroquias de las más prósperas para que allí residieran los frailes separados  de los curatos y se educara a los religiosos  que se irían  a las zonas de misiones  vivas. Hace falta estudiar  en qué medida se cumplió el objetivo de que los religiosos  doctrineros  se convirtieran en misioneros  cuando el programa de secularización se aplicó en las diferentes diócesis.
5 José Refugio de la Torre hace un planteamiento que me parece atendible para los casos que estudio; él invita  a pensar las misiones  no como grandes unidades  de evangelización integradas en un solo circuito económico y social, sino como un conjunto de pequeñas realidades locales, con problemáticas comunes pero con mecanismos de respuesta delimitados tanto por el medio geográfico como por los recursos materiales y humanos de las comunidades. Torre Curiel, Vicarios en entredicho, p. 273.
6 Eran hábiles cazadores y recolectores  de una gran variedad  de comestibles vegetales.
7 Los indios  serranos  conocerían  nuevos  productos animales y vegetales con los cuales se irían  familiarizando; también  se aficionaron  a usar ropa y comenzaron  a tener transacciones comerciales. En algunos casos se hizo el nombramiento  de oficiales  de república.
8 Una obra indispensable para conocer el desarrollo de estas misiones es Gómez Canedo, Sierra Gorda, que da una visión global de la labor realizada por los distintos grupos de misioneros  en la zona. En mi tesis  de maestría me ocupé principalmente  de la evolución de las misiones  fernandinas; me interesó  sobre todo analizar el cambio cultural experimentado por los grupos indígenas. Véase Álvarez Icaza, “Indios y misioneros”.
9 Los agustinos fueron los primeros en penetrar en esta parte de la Sierra Gorda. En 1537 establecieron sus primeros  contactos  con los pames; estuvieron en el área serrana hasta 1744, cuando José de Escandón propuso su sustitución por los fernandinos. Los dominicos fundaron diversas misiones  entre los jonaces a partir de 1685; en los años posteriores  hubo varios episodios de alzamientos de los indios y enfrentamientos con colonos que impidieron  la consolidación  de estas  fundaciones. Desde mediados  del siglo XVI los franciscanos hicieron entradas  a la zona serrana, en ciertas  zonas lograron fundar enclaves permanentes, pero no pudieron afianzar varias de sus misiones.
10 AGN, Historia, vol. 29, f. 252.
11 A partir de esto José Escandón se convirtió  en líder de los colonizadores  en la región y logró ser nombrado para encabezar nuevas  iniciativas más hacia el noreste; véase Osante, Los orígenes del Nuevo Santander.
12 BNM, Archivo Franciscano, núm. 1028, caja 45, 1746, ff. 4-7.
13 AGN, California, vol. 60 (I), exp. 4, 1744, f. 54.
14 Sabemos que Concá le prestó dinero a otras misiones  y que para 1750 se le pagó la deuda; volvió a hacerlo en la década de 1760. Puede pensarse que esta misión tenía fondos más abundantes gracias  al trapiche  instalado  allí. Véase  el libro de cuentas  de Concá en agn, Colección de Documentos para la Historia  de México, vol. 24.
15 Véase Álvarez Icaza, “Los desafíos al orden misional”, pp. 43-69.
16 Este tema fue escasamente abordado por Gómez Canedo, quien al hacer algunos señalamientos sobre las circunstancias que influyeron  en la decisión de secularizar estas misiones concluye que “todos quedaron muy contentos”. Gómez Canedo, Sierra Gorda, p. 123.
17 AGN, Archivo Histórico de Hacienda, vol. 623, 1770, s.f.
18 Zahino, Iglesia y sociedad, pp. 50-56.
19 Óscar Mazín señala que Lorenzana acometió esta empresa como condición para recomponer al clero diocesano, lo cual llevaba aparejados  varios  asuntos, como el impulso a la docencia en los seminarios, el aumento del número de vicarios, la enseñanza del castellano y la división de curatos. Mazín, “Reorganización del clero”, pp. 76-77.
20 Hubo un embate de las autoridades españolas  contra la propiedad comunal en la parte final del siglo XVIII. Escandón señala que en Sonora se emitieron varias medidas en ese sentido que remataron con la  abolición del régimen de administración comunal de las tierras  en 1794. Véase “La nueva administración misional”, pp. 327-360.
21 Un almud es la vigesimocuarta parte de una carga de semillas o áridos y equivale a 7 litros con 56 centilitros, o sea 7.56 litros. La concesión se refiere a la extensión de tierra necesaria para cultivar esta medida.
22 Una carga de semillas contenía 96 cuartillos. El cuartillo equivale a 1.89 litros. Igual que en el caso anterior, la concesión se otorgaba según la tierra necesaria para cultivar esta medida.
23 Se mencionan camisas, calzones, nagüillas, corpiños, rebozos poblanos, medias, calcetas, sombreros finos y algunos trajes de danzante para la fiesta de Corpus.
24 Es la unidad principal de las medidas de longitud. Equivale a 8 decímetros, 3 centímetros y 8 milímetros, o sea .838 metros.
25 AGN, Archivo Histórico de Hacienda, vol. 623, 1770, s.f.
26 La notoria escasez de reservas de alimentos en Concá se debía a que se había despilfarrado la abundante  cosecha del año anterior.
27 AGN, Tierras, vol. 942, exp. 392, 1770-1785.
28 AGN, Indiferente General, vol. 322.
29 La misión de la Purísima Concepción de Bucareli fue establecida en la parte queretana. Al parecer  se trató de una iniciativa individual de fray Juan Guadalupe Soriano, pero el Colegio de Pachuca  le envió un compañero durante  sus últimos  años. Esta misión estuvo en funciones hasta 1796.
30 AGN, Inquisición, 1109, f. 100.
31 Conocemos la trayectoria previa de Manuel Villalpando: había sido párroco auxiliar de la iglesia  de San Juan Bautista Acaxochitlán, en la provincia  de Jilotepec, y de la de San Juan Bautista Tescatepec, en la provincia  de Tutu de la Sierra  Alta. También se había desempeñado  como cura interino, vicario  in capite y juez eclesiástico del curato y jurisdicción de San Juan Bautista Taltoyucan. agn, Inquisición, 1109, f. 125.
32 Véase el texto de Taylor, Ministros de lo sagrado. Por otro lado, De la Torre señala que en las zonas donde la misión  continuaba  funcionando  la Corona buscó restringir el papel de los misioneros  a guías espirituales, quiso excluirlos de intervenir en las elecciones locales, la administración de la justicia y el acceso a la mano de obra. De la Torre Curiel, “Decline and Renaissance”, p. 67.
33 Héctor Samperio señala  las siguientes fases  en la evolución  del Colegio de Pachuca: monasterio  (1592-1732), Colegio de Propaganda Fide  (1732-1905) con dos etapas, dependiente de la provincia  de San Diego de México (1596-1771) y autónomo (1771-1897) hasta la unificación de las diversas ramas franciscanas y la absorción de la provincia de San Diego por la del Santo Evangelio. Samperio, “Apuntes para la historia”, p. 185.
34 Del real de minas  de Zimapán  se extraía plata y plomo (usado para el beneficio de la plata). Todos los reales  de minas  serranos  eran pequeños  o medianos, pero de rendimiento  constante; su producción  llegó a equilibrar momentos de crisis  de grandes centros como Guanajuato y Zacatecas. Zimapán era un punto estratégico en la región, enlazado  con la ruta comercial  del camino de Tierra adentro; también  estaba  ligado con Querétaro e Ixmiquilpan y, a través de Actopan, con Puebla. Asimismo, recuas con productos serranos  llegaban  a Guadalajara y Michoacán. Arroyo, “El desarrollo  de la colonización”, p. 73.
35 Garambullos: planta  de la familia  de las cactáceas, con tronco corto y bien definido, ramas  muy numerosas y un poco encorvadas hacia  arriba, su fruto es pequeño, rojo oscuro. Enciclopedia de México, tomo 6, p. 3177.
36 La división fue propuesta  primero por el arzobispo  Vizarrón  y luego confirmada  por José de Escandón.
37 Labra, “Manifiesto de lo precedido”, pp. 136-137.
38 Soriano, “Prólogo historial”, p. 142.
39 Artemio  Arroyo  estudia  la zona oriental  serrana  de 1650 a 1750; véase  Arroyo, “El desarrollo de la colonización”. Sin embargo, no hay un estudio que nos permita conocer en forma detallada  cómo fue el desarrollo  de estas  misiones  después  de 1750. Para épocas posteriores es clave el texto de Soriano, “Prólogo historial”, pp. 140-152. La obra fue escrita como introducción a una gramática y vocabulario en lengua pame realizados por este religioso.
40 Soriano aclaraba  que a su juicio este nombre se aplicaba a los colonos por ironía, pues era constante su carencia  de ella, Soriano, “Prólogo historial”, p. 148.
41 En su análisis sobre las fundaciones misionales del Nayar, De la Torre señala  que los conflictos originados por el desacuerdo en la organización material de las misiones iban de la mano con las denuncias de persistencia de idolatría. De la Torre Curiel, Vicarios en entredicho, p. 283.
42 Soriano, “Prólogo historial”, pp. 149-151.
43 AGN, Clero Regular y Secular, vol. 40, ff. 1-209.
44 AGN, Clero Regular y Secular, vol. 40, f. 9.
45 Los descalzos  de Pachuca  desarrollaron su labor misional  en Coahuila  y Tamaulipas entre 1781 y 1850. Samperio, Misiones del Colegio, p. 121.
46 Los fernandinos se habían comunicado con los pames principalmente en la lengua de los indios; por lo visto el primer cura no estaba en condiciones de comunicarse en forma directa con quienes no hablaban castellano.
47 Se referían  al arancel  establecido en 1767 por Lorenzana, el cual indicaba  en forma específica las tarifas que debían pagar los feligreses por distintos servicios espirituales.
48 AGN, Clero Regular y Secular, vol. 40, ff. 254-279.
49 El brigadier Pedro Ruiz Dávalos realizó una inspección a las milicias serranas a petición del virrey Revillagigedo entre 1787 y 1792. Gómez Canedo, “La Sierra Gorda a fines del siglo XVIII”, p. 602.