La importancia de los registros hospitalarios para el análisis de la epidemia y escasez
de alimentos en Guadalajara, 1785-1786

 

Lilia V. Oliver  Sánchez
Universidad de Guadalajara

 

El  propósito  de   este  trabajo es  hacer un  análisis sobre el  comportamiento de la mortalidad y  sus efectos en  la natalidad para dos parroquias de Guadalajara  durante la  crisis de  1785-1786. Por otra parte, se hace una revisión sobre las medidas tomadas para enfrentarla durante el  llamado “año del  hambre” y las consecuencias en el campo de la asistencia hospitalaria. Por lo  que compete a los registros parroquiales de entierros, fuentes  que comúnmente se utilizan en la demografía histórica para el análisis de esta variable demográfica, se propone en  este trabajo incluir otro tipo de  fuentes, como  son los registros hospitalarios, para abatir el común subregistro de  la mortalidad.

 

Palabras clave: Guadalajara, mortalidad, natalidad, historia demográfica, hospitales.

 

Introducción

A lo largo del siglo  XVIII la población de Guadalajara, capital del reino de la Nueva Galicia, fue diezmada por varias crisis demográficas. Las más cruentas se presentaron en los años de 1737-1738, 1741-1742, 1747, 1763, 1780, 1785-1786 y 1797.1 A excepción de la crisis de 1785-1786, fueron causadas por  enfermedades epidémicas. Los  elevados niveles de  la mortalidad y sus bruscos ascensos fueron una característica común de  las  sociedades de  Antiguo Régimen. En  este contexto, los  regímenes de alta mortalidad como   los  imperantes en  las  poblaciones novohispanas y  decimonónicas de  nuestro país se caracterizan por  los intensos y frecuentes incrementos de  la mortalidad, lo cual  da  como  resultado lo que los estudiosos del  tema han llamado crisis demográficas. Sobre éstas, Livi Bacci sugiere que debe existir más de un cincuenta por ciento en el incremento de  la  mortalidad normal para hablar de  una crisis moderada, mientras que para hablar de las grandes crisis podía llegar a cuadruplicarse.2
Thomas Calvo  señala que, según Pierre Goubert y Jean Meuvret, “se considera crisis demográfica aguda cuando el  número de defunciones se duplica y al mismo tiempo existe un derrumbe del 50 por ciento de los nacimientos; además se caracteriza por  su brusquedad, su  intensidad y su  breve duración”.3 Lo que está fuera de  discusión es que la presencia  de  una crisis demográfica implicaba una alteración de  la  dinámica poblacional:4 además del  incremento en  la mortalidad, una brusca caída de  los nacimientos y concepciones, también un  derrumbe del  número de matrimonios, porque muchos de  los  futuros cónyuges fueron víctimas de la propia crisis y además porque las circunstancias no eran favorables para los casamientos.5
Existen importantes avances en  cuanto al estudio y el debate sobre las causas que originaron las crisis demográficas de las poblaciones en el pasado. Los trabajos pioneros planteaban que guardaban relación con las crisis agrícolas y las  hambrunas, es decir con  las  crisis de  subsistencia. Estudios posteriores han mostrado que las  crisis demográficas no  necesariamente estuvieron relacionadas con  las  crisis agrícolas. En  general fueron tres las  fuentes diferentes de  las  crisis demográficas, a saber: el hambre —ocasionada en  algunos casos por  las  crisis de  subsistencia—, las  epidemias y las  guerras. En  ocasiones podían combinarse dos o las tres de  estas fuentes. Asimismo, los  ataques irregulares de  enfermedades epidémicas infecciosas solían presentarse de manera independiente de los ciclos  irregulares de las cosechas.6
Para los estudios sobre este tema en nuestro país, Florescano planteó,7 como  se habían hecho en  otros estudios para Europa,8 esa relación ente crisis agrícolas y epidemias.9 Estudios posteriores, como  sabemos, pusieron  en  duda este enfoque; América Molina, haciendo un  recuento sobre este asunto, señala que Brading, Rabell y Morin  han encontrado que

no  existía una causalidad entre crisis y epidemias, pues al comparar las series de precios con las tendencias demográficas locales se observa  que aun cuando la  desnutrición originada por  las  crisis agrícolas precedió e  intensificó la  incidencia de  la  enfermedad, el origen y el alcance geográfico de las epidemias se extendió mucho más allá de los límites de las sequías y heladas locales.10

La misma autora señala que la vinculación entre la epidemia de  matlazáhuatl de 1736-1739 y la crisis de 1740-1742 ejemplifica el modelo analítico  propuesto por  Pérez Moreda y Romano. “Según estos autores, no debe profundizarse en  el efecto causal entre crisis agrícola y epidemia, sino  ampliar el esquema” a la siguiente fórmula: crisis de  subsistencia– epidemia–crisis de  subsistencia. Esto es precisamente lo que Molina encontró con  relación a la crisis de  subsistencia de  1734-1735, que precede al matlazáhuatl de 1736-1739, y que a su  vez  es seguida por  una crisis de  subsistencia en  los  años de  1739-1742, la cual  puede explicarse por la escasez de  trabajadores del  campo que la epidemia se había llevado a la tumba.11 Como  mencioné al inicio  de  este trabajo, para el caso de  la Guadalajara del  siglo  XVIII, exceptuando la crisis de  1785-1786, todas las demás fueron causadas por enfermedades epidémicas. El hecho de  que esas crisis eran provocadas más bien por  epidemias que por  crisis agrícolas y sus secuelas de  escasez de  alimentos y hambre lo han señalado también Pedro Canales para la región de  Toluca y Chantal Cramaussel para el septentrión neovizcaíno.
Sin embargo, parece ser que la crisis de 1785-1786 en Guadalajara, como en otros asentamientos de la Nueva España, es la única del siglo XVIII en la que sí existe una relación causal con la crisis agrícola de ese año,12 con  la  escasez de  alimento y, por  lo que nos  deja saber la  documentación cualitativa para el caso de  Guadalajara como  lo veremos más adelante, con el hambre. Aun cuando para la misma crisis Cramaussel ha comprobado que para el real de Chihuahua fue causada por una epidemia y no por las malas cosechas.13
El propósito de  este trabajo es hacer un  análisis sobre el comportamiento de  la  mortalidad y sus efectos en  la  natalidad para dos parroquias de  la  ciudad durante la  crisis de  1785-1786. Por  otra parte, hago una revisión sobre las  medidas tomadas para enfrentar esa crisis durante el llamado “año del  hambre” en  Guadalajara y las  consecuencias en el campo de  la asistencia hospitalaria. Por  lo que compete a las  fuentes que comúnmente se utilizan en  la demografía histórica para el análisis de esta variable demográfica, que son  los registros parroquiales de entierros, propongo en  este trabajo acudir a otro  tipo  de  fuentes como  son  los registros hospitalarios, para abatir el común subregistro de la mortalidad, especialmente en  momentos de  crisis. Los estudios sobre la mortalidad en  los  asentamientos más poblados no  han tomado en  cuenta este tipo de  fuentes, por  lo que considero que este hallazgo nos  permitirá tener un  mejor acercamiento a los  niveles y la estructura de  la mortalidad en el pasado.

 

La pérdida de las  cosechas, 1785

La crisis agrícola de  1785-1786 en  la Nueva España fue  ocasionada por la  pérdida de  las  cosechas.14  Por  lo que respecta a  la Nueva Galicia, a finales de agosto de 1785 éstas se perdieron a causa de una fuerte granizada. En septiembre Guadalajara empezó a resentir las consecuencias de una fuerte inmigración de desempleados y expulsados del campo que por esas fechas deambulaban por las calles y plazas pidiendo limosna unos y robando otros, todos víctimas del  hambre. No podemos cuantificar el número de  los que diariamente llegaban a Guadalajara; sin  embargo debió ser  considerable, porque a finales de  octubre el regente de  la Audiencia de  Nueva Galicia, Eusebio Sánchez Pareja, dispuso que el Ayuntamiento  de  Guadalajara convocase “a  las  personas de mayor juicio  y conocimientos exhortándolas para que presentaran  por  escrito un  proyecto referente a las  medidas que convendría tomar para remedio de los males públicos”.15 Esta información cualitativa hace referencia explícita al problema del hambre en  la Nueva Galicia y en  Guadalajara y se encuentra entre los proyectos que presentó un grupo de vecinos como respuesta a la solicitud del Ayuntamiento, en uno  de los cuales se menciona que el más importante de los “males públicos” por el mes de octubre era

la afluencia de gentes y familias errantes que aconsejadas del hambre que no  pueden matar en  sus patrióticos suelos ocurren ya  y han de ocurrir indispensablemente a esta capital como  patria común de todos los pueblos que componen este Reino  de la Nueva Galicia.16

La situación era  grave para una ciudad que no tenía los servicios ni los recursos para alojar a esa muchedumbre de pobres. Un grupo de vecinos atendió al llamado que el Ayuntamiento hacía y sus proyectos se presentaron al Cabildo de  la ciudad a mediados de  noviembre. Los más importantes fueron los  de  Juan Ángel Ortiz,  José de  Samobe, Manuel Otero, Juan  Alfonso Sánchez Leñero, Juan  García Cano, Manuel Vera,   Pedro Manuel Tapiz y Arteaga, Juan de  Arredondo, Manuel Puchal y Salvador Gutiérrez de  Espinoza y Arce.17 De este grupo de  personas pudientes de la ciudad sabemos que Juan Ángel Ortiz  era  un renombrado comerciante y Juan Alfonso Sánchez Leñero era  miembro de la jerarquía eclesiástica.
Se  pueden distinguir en  los  proyectos tres planteamientos para resolver la situación. En  el caso de  once de  los  tapatíos que manifestaron sus ideas al respecto es claro  el miedo a  la inmigración de  pobres a  la ciudad. Una  referencia más al problema del hambre la hace Juan García Cano cuando dice  que “la  muchedumbre de  miserables sin  ocupación ni destino” significaba “continuos homicidios, repetidos robos, reiteradas rapiñas, más visibles las  prostituciones e inexcusables los insultos a que impele aquel ocio y a que provoca el hambre”,18 por  lo que proponía que se impidiera por todos los medios posibles “que se alojen en esta ciudad unas familias que aumenten la calamidad y levanten alguna furiosa peste y hagan imposible la  subsistencia de  los  que la  pueblan”.19Me parece importante destacar en  la propuesta anterior esa relación implícita que hace un  contemporáneo entre hambre y “alguna furiosa peste”; en  efecto,  para abril del  siguiente año  una epidemia sin  duda favorecida por  el hambre de  esos errantes que llegaban a Guadalajara ocasionó el alza en la mortalidad, como veremos más adelante.20
También en  la ciudad de  México se tenía miedo al arribo de los pobres durante la misma crisis. Al respecto Enrique Florescano dice: “el espectáculo de  la miseria es tal  que algunos vecinos acomodados piden echar de  la ciudad todos los léperos y levantar murallas para impedirles la  entrada. El miedo invade a  los citadinos”.21  Como  mencioné para el tema de la relación entre crisis de subsistencia y epidemia, y para el caso concreto de una ciudad como Guadalajara, donde el grueso de la población dependía para su alimentación en buena medida de las  cosechas de maíz  y frijol, la aseveración de García Cano resulta muy  valiosa al señalar que “la muchedumbre de miserables” que ingresaban a la ciudad presas del hambre podía provocar una peste. Sobre la pérdida de las cosechas el obispo de  Guadalajara, fray  Antonio Alcalde y Barriga, por  medio de  un comunicado a los curas y padres doctrineros de 30 de diciembre de 1785, decía:

Cuando con  harto dolor  de  mi  corazón estaba recibiendo frecuentes informes de la escasez que en muchos territorios de esta diócesis se ha tenido justamente de  las  semillas de  maíz  y frijol, que es el principal y diario alimento de  la mayor parte de  sus habitantes, demandada de  la casi  general pérdida de  los  sembrados, con  motivo de  la anticipación de los hielos cuya noticia ocupando en el todo mi atención, excitaba mi paternal amor a premeditar y proporcionar los medios más oportunos con  que se podría consultar a las  funestas consecuencias que necesariamente debían esperarse de tal ocurrencia.22

Otra proposición que se desprende de  los  proyectos entregados  al Ayuntamiento de  Guadalajara en  noviembre de  1785  es la  que sugería que se pusiera a trabajar a los inmigrantes. Manuel Puchal menciona que la  razón por  la  que se tenía que atender a los  necesitados no  sólo  era por  derecho divino sino  —y lo menciona en  primer término— por  derecho  natural. La  sugerencia era  que los  pobres fuesen empleados en  la construcción de  obras públicas, caminos y arreglos de  las  barrancas que impedían el acceso a Guadalajara, o en la construcción de una alhóndiga y un cuartel para la tropa. De igual forma, plantea que se fomente la agricultura. Aquí  tanto Pedro Tapiz y Arteaga como  Manuel Puchal tienen una idea clara al respecto: prestar a los  labradores pobres los  ejidos de la ciudad sin exigirles arrendamiento, con la condición de cultivar las frutas o semillas de rápida producción para que fueran su alimento. Resulta también muy  interesante la  proposición de  los  vecinos Ortiz,  Samobe, Otero y Sánchez Leñero de  comprar “dos o tres mil arrobas de  algodón” con  el propósito de  manufacturarlos en   hilo  que se podría vender a los fabricantes “de mantas y otros géneros” que se hacían por  entonces en Guadalajara. También se propusieron medidas para impulsar, entre otros rubros, la ganadería. La tercera proposición que se planteó está relacionada con  la atención a los enfermos; como  veremos más adelante, fue  la que se llevó  a la práctica y es la que señaló que los  pobres y enfermos fueran concentrados en  un  solo  lugar para evitar “la  mendiguez”, los robos  y que las calles se llenarán de vagabundos y ociosos.
Finalizó el  año  de  1785  en  Guadalajara con  esa muchedumbre que deambulaba y dormía en calles, portales y plazas. Luis Pérez Verdía menciona que el precio del  maíz  subió de  un  peso la fanega a cinco  pesos, también “la  manteca a nueve pesos la arroba, lo mismo que el frijol, y el trigo a diez  y ocho  pesos la carga, cuando días antes sólo  llegaba a siete pesos”.23 Casi  todas las actividades de  las  autoridades, sobre todo del Ayuntamiento y de  la Iglesia, se abocaron a resolver la situación. En noviembre de ese año el Ayuntamiento había comisionado a dos  ciudadanos para empezar a comprar maíz  para socorro de  los  pobres. Pérez Verdía también menciona que el obispo Alcalde estableció cocinas en los barrios del Santuario, Analco y el Carmen donde diariamente se daba de comer a más de dos  mil personas; además facilitó al Ayuntamiento 100 000 pesos, sin rédito, para comprar maíz  y venderlo a los pobres a bajo  precio y remitió a los curas foráneos 50 000 pesos para que “se hiciesen siembras que pudiesen remediar al siguiente año  aquella necesidad”. También envió a los curatos de  Sayula, Tepatitlán, Asientos y Fresnillo importantes donativos.24 La situación era tal que el 11 de noviembre el Ayuntamiento mandó matar todos los  perros de  la ciudad porque un  día antes habían sido robados once de  ellos  con  el propósito de  desollarlos y venderlos como carneros.25  En  otras partes del virreinato, el  cura de  Pénjamo proponía “hacer tortillas con  las  dos  terceras partes de  olote  molido amasado con

sal” para aliviar la miseria.26 José Antonio Alzate proponía comer nopal y órgano asados y “hacer la sopa del  Delfinado y para aprovechar los huesos, cuernos y pezuñas de los desperdicios”.27
Por lo que respecta a Guadalajara, al siguiente año, es decir en  1786, en  efecto, la  ciudad se vio  invadida por  esos errantes con hambre que deambulaban por  las  calles, barrios y plazas de  la ciudad. A decir de  Pérez  Verdía, “en vano imploraban socorro, y cadáveres de  hombres y mujeres yacían por  todas partes acusando la situación más cruel”.28 En ese contexto una epidemia denominada como  “la  bola”, por  la combinación de  diversos padecimientos contagiosos gastrointestinales y pulmonares, ocasionó una crisis demográfica. En  un  escrito de  la Gaceta de  México, las  enfermedades que durante 1786  se presentaron en Guadalajara fueron descritas de la siguiente manera:

el mal  presentaba síntomas de  constipación o catarro con  poca fiebre por  la mañana y fiebre alta por  las  noches, fuerte dolor  de cabeza, sudor  copioso y sangrado por  la nariz; al séptimo día  la piel  se cubre de petechias o puntos rojizos o morados; los pacientes se quejan de  sordera y los  ojos  se ponen rojos,  se infla  el estómago; hay  inconciencia acompañada de  delirio; se encogen los pulmones y el paciente fallece entre el undécimo y vigésimo primer día.  En otros casos los síntomas ordinarios se complican con  dolores en  varias partes del  cuerpo, principalmente en el pecho. 29

Sherburne Friend Cook dice que probablemente no haya habido una clara epidemia, que no se trataba propiamente de  una sola enfermedad, sino que se juntaron una serie de  enfermedades gastrointestinales y respiratorias que seguramente incluían tifoidea, disentería, pulmonía e influenza,30 y por la descripción anterior debemos agregar el dengue. Veamos ahora el análisis cuantitativo de la mortalidad en ese fatídico año  de 1786.

 

Análisis de la mortalidad. 1786

Para el  análisis de  la  mortalidad en  Guadalajara durante ese año  de crisis debemos empezar por  decir que, si nos basamos en los registros parroquiales, presenta un  grave subregistro de  casi el  cincuenta por ciento. A la mortalidad asentada en  los archivos parroquiales es necesario sumar la mortalidad que aparece en los registros del Hospital Real de  San  Miguel de  Belén. Después de buscar en  los registros parroquiales de  la ciudad los decesos que aparecen en  los registros hospitalarios y encontrar que no se repiten llegué a la conclusión de  que se llevaban registros por  separado; considero que este hallazgo es fundamental para el análisis de la mortalidad en Guadalajara, por lo que es necesario contabilizar los registros hospitalarios para alcanzar un  mejor acercamiento a  los niveles y estructura de  la  mortalidad en  ese tiempo. Es importante aclarar que aun cuando había otro hospital, el de  San  Juan de  Dios, se trataba tan sólo de  un  pequeño establecimiento. La tabla 1 y la gráfica 1 muestran las defunciones registradas por  mes en  Guadalajara. Como  se puede advertir, la mortalidad alcanzó su mayor nivel  en el mes de  abril.
Resulta interesante separar el número de  entierros registrados por mes en  las cuatro parroquias y los registrados en  el hospital en  ese año de  crisis; lo anterior muestra que el comportamiento de  la mortalidad es diferente en  el nosocomio y en  las parroquias. En  las gráficas 2 y 3 podemos advertir que tanto en  las parroquias como  en  el  hospital el mayor número de defunciones se registró en el mes de abril. A pesar de esto, los 244 entierros registrados en  el nosocomio —cifra  que significó
58.65%  del  total de  defunciones de  ese mes en  la ciudad— fueron más que los 172 decesos registrados en  las cuatro parroquias (41.35%). Ello se debe posiblemente a  que buena parte de  los enfermos fallecidos en  el  hospital formaban parte de  esos “errantes que aconsejados del hambre que no  pueden matar en  sus patrióticos suelos ocurren ya  y han de  ocurrir indispensablemente a esta capital”, como  decía en  octubre  de  1785  uno  de  los vecinos consultados por  el Ayuntamiento, aun cuando en  ningún caso los registros hospitalarios y parroquiales hacen referencia al hambre como  causa directa de  la muerte. En el hospital, durante los meses de  marzo, abril  y mayo las defunciones ascienden para luego descender en  junio  y julio y volver a repuntar en  agosto. Por lo que respecta a los decesos registrados en  las parroquias, la mortalidad, después del  ascenso de  abril, se eleva nuevamente en  el mes de octubre (gráfica 3).
El total de  entierros registrados en  Guadalajara durante 1786  es de 2 413,  lo que significa una mortalidad importante. No conocemos el total de  la población de  Guadalajara para ese año, sin embargo tenemos el  total para una fecha tan cercana como 1782,  es decir, cuatro años antes del  llamado “año del  hambre”, cuando la  ciudad tenía 20  000

habitantes.31 Si tomásemos esta cifra  para estimar la  tasa de  mortalidad, bajo  el supuesto de  que en  esos cuatro años la población no debió incrementarse significativamente —tomando en cuenta que desde 1784 y 1785  la mortalidad se elevó a consecuencia de  que se habían presentado enfermedades epidémicas— la  tasa de  mortalidad fue  aproximadamente de 12%. Se trata de una tasa que podemos considerar elevada, aunque ciertamente menor a  las tasas que solían registrarse durante los regímenes demográficos premodernos característicos del  periodo novohispano. Esto nos hace suponer que, sumando los registros hospitalarios a los parroquiales, los cálculos de  la mortalidad continúan con un  subregistro importante.
En efecto, hay  información cualitativa que habla de  cientos de  difuntos  de  los que no se podía saber quiénes eran, “ni  su estado, ni patria”; es decir, no se levantaron registros de ellos.  Por fortuna esta información cualitativa también nos  proporciona cifras sobre el  número de  decesos en  Guadalajara durante ese año  de  escasez y enfermedad. Revisaré esa información. Los cementerios de  la ciudad no eran suficientes, y al igual que los  hospitales quedaron rebasados. El obispo fray  Antonio Alcalde aseguraba que

desde principios del  mes de  marzo hasta hoy  [13  de  septiembre de 1786] se han enterrado en la Iglesia y Cementerio de Guadalajara veinte y cinco  cadáveres cada día,  uno  con  otro  de  párvulos y adultos que suman cinco  mil a poca diferencia y no se podrán abrir sepulcros sin riesgo de  tocar en  alguno que exhale vapores pestilentes, con  gravísimo peligro de la ciudad…32

Ese  mismo mes, según un  reporte que el  fiscal  del  crimen hacía al gobernador de  la Nueva Galicia, en  el atrio del  Santuario de Guadalupe cada mañana se encontraban los cadáveres amontonados que se llevaban durante la noche y se dejaban “los  más, desnudos enteramente, sin  que se pueda saber quiénes son,  su estado ni patria”.33 Para el análisis de los niveles y comportamiento de  la mortalidad durante la crisis de  1786  en Guadalajara es fundamental tomar en  cuenta el reporte del  fiscal  del  crimen sobre los cadáveres que se dejaban en el atrio del Santuario de Guadalupe, el cual  se traduce, como  mencioné, en un subregistro importante de  la mortalidad. Si tomamos como  más cercana a la cifra  de  decesos en la ciudad la que proporciona el obispo Alcalde, hasta el 13 de septiembre de  ese año  (1786)  de  5 000  fallecidos (sin  tomar el total de  defunciones que tenemos registradas para el resto del  año), tendríamos que la tasa de  mortalidad sería de  22%,  valor  que concuerda más con  los índices de la mortalidad en  ese periodo y una crisis de  mortalidad causada por  la combinación de escasez de alimentos y epidemia.
Una  vívida descripción de  lo que pasaba en  la ciudad a mediados del mes de  septiembre se encuentra en  un  comunicado que el Cabildo de  la ciudad envía al Obispo, en  el cual  solicita apoyo económico para ayuda de los menesterosos. Seguramente los efectos que producía la escasez de alimentos y las enfermedades eran la causa de esos cuerpos esqueléticos a los que alude la descripción del Cabildo:

También refleja este cabildo que de  los hospitales salen los enfermos a medio curarse, o convalecientes, cuyos dos  peligrosísimos estados bastan para enfermar a los  sanos, esta expresión no  necesita de  otro apoyo que el ver  por  las  calles tirados, y otros con mejor aliento andan pidiendo limosna de  puerta en  puerta, tan escuálidos débiles y macilentos que como  unos esqueletos apenas pueden tenerse en  pie, enseñando la experiencia haberse encontrado algunos muertos en plazas  y barrios, con  lo que presidiendo del  natural horror es forzoso que pululando la epidemia de día en día haga dentro de muy  breve un progreso lastimoso.34

Los característicos efectos de la crisis de mortalidad se dejaron sentir en el descenso de los bautizos en los meses inmediatos posteriores al alza de  las  defunciones. Como  lo muestra la gráfica 4, tal  relación se puede observar para las  parroquias de Analco y el Sagrario. A partir del  mes de abril, cuando la mortalidad registra su  mayor ascenso tanto en  las  parroquias como  en  el hospital, los  bautizos sufren un  descenso vertiginoso que perdura a lo largo de  todo el año. Por  otra parte, de  acuerdo con  el recuento anual de  decesos registrados en  los libros del  Hospital Real  de San  Miguel de  Belén y del  número de  personas que ingresarían anualmente a lo largo de  casi  todo el siglo  XVIII —como  se puede apreciar en las gráficas 5 y 6 respectivamente— la crisis de mortalidad de 1786 fue la más cruenta de  ese siglo. Pérez Verdía sostiene que murieron en  todo el reino de la Nueva Galicia más de 50 mil personas.35

 

Sede  provisional y “nueva fábrica”
del  Hospital Real de San Miguel de Belén

Veamos ahora qué medidas se tomaron en  la ciudad en  ese fatídico mes de  abril  cuando la mortalidad se incrementó. Aquella propuesta que sugería que los “mendigos, enfermos y ladrones” fueran encerrados y que se pusiera a trabajar a los sanos se llevó a la práctica. El 14 de febrero de 1786 el Ayuntamiento había consultado al gobernador de la Real Audiencia sobre la creación de  un hospicio para pobres. Hay  que aclarar que en la documentación sobre el recogimiento de pobres se emplean indistintamente los términos “hospital provisional”, “hospicio de  pobres” o “casa de misericordia”; lo que funcionó en realidad fue una mezcla de hospital, hospicio y cárcel de pobres y enfermos. El 3 de abril  de 1786 el presidente de  la Audiencia estableció “un hospital provisional para pobres, necesitados, limosneros, vagabundos, desocupados y forasteros”.36  Con  esto, como  era  común durante las epidemias, se puso en funciones un hospital provisional: el que Cook  llamó  “el  hospital del  hambre.” El 3 de  abril  de 1786 se ordenó por bando

que todos los  pobres verdaderos que quieran aplicarse al  trabajo se presenten a los hospicios, donde permanecerían sin  salir  de ellos,  ocupados continuamente en las labores que se señalaren, y que los que no se presentaren voluntariamente al Ayuntamiento y se hallaren pidiendo limosna, o en corrillos, juegos y ociosidad en la plaza, calles, salidas y contornos del pueblo, serán presos y conducidos a los mismos hospicios en donde se ejercitarán por más tiempo y en trabajos más pesados que los que presentaren.37

La institución trabajó con  fondos gubernamentales y de  los  vecinos. Se  elaboró una lista de  miembros de  la  Real  Audiencia, del Arzobispado, del  Cabildo municipal, de  los comerciantes y de  algunos vecinos que podrían contribuir con  sus limosnas a la creación y el sostenimiento del hospital, de  tal suerte que el 6 de  abril  de  1786  el Ayuntamiento informó que se procedería al “recogimiento de  pobres”. La sede del  hospital de emergencia fue el viejo  Colegio de San Juan, antes ocupado por los jesuitas; se aseguraron edificios separados: la “mansión de las Ánimas” para los hombres y la “mansión de San Francisco” para las mujeres, propiedad ésta del  monasterio de  Santa Teresa.38 El Colegio de  San  Juan, sede del “hospital del  hambre”, estaba ubicado en  la manzana actualmente entre las calles de Ocampo y Juárez.
Finalmente la creación del  hospital quedó consumada el 30 de  abril de  1786  cuando la Real  Audiencia, por  medio de  un  edicto, declaraba “el establecimiento de  un  hospital provisional, mediante la poca capacidad de  que se halló  a  cargo de  los  PP.  de Belén, para el  excesivo extraordinario número de  enfermos que hace tiempo se experimenta en  esta ciudad”.39 El documento hace hincapié en  que mientras durara la epidemia  los  pacientes deberían permanecer encerrados en  el  hospital; sólo se permitiría la salida a quienes decidieran regresar a “sus propios domicilios”, en  cuyo  caso se pondrían fuera de  la ciudad, a proporcionada distancia, con  la prevención de  que si se volvieran a encontrar en  ella  se pondrían irremisiblemente y por  mismo hecho en calidad de  presidiarios por  seis meses en  la obra del  Palacio Real.40 Para finales del  mes de  abril de  1786 el hospital atendía a 240  pacientes con  las  siguientes recomendaciones: “no  forzándolos al trabajo, ni teniéndolos ociosos, sino  con  un entretenimiento ligero y honesto, cuidando de  que se les  instruya cotidianamente, y especialmente a  los  de  la  pubertad, en  la ley  de  Dios  y principales misterios de nuestra santa fe católica”.41 Hacia finales de 1786 se hizo  evidente que el hospital provisional había cumplido su  propósito y no se necesitaba más. La epidemia había prácticamente desaparecido y el número de pobres descendió. Alrededor del 12 de noviembre se rezó una novena “porque la pestilencia está descendiendo y ahora la mortalidad esta efectivamente decreciendo”.42 El 23  de  diciembre de  1786  el ayuntamiento tomó acuerdo para la extinción del  hospital “porque han cesado las  públicas y generales calamidades que inclinaron al  Ayuntamiento al citado establecimiento, con  respecto también al corto número de pobres que en la actualidad existe en el mismo”.43
El hospital quedó clausurado formalmente el 4 de  enero de  1787.  Así llegaba a su fin el hospital provisional. Los niños y muchachos fueron distribuidos como sirvientes y aprendices, según el oficio en el que quisieran adiestrarse; las  mujeres solas y necesitadas fueron llevadas a la casa de recogidas. Los hombres físicamente aptos fueron puestos a trabajar limpiando las calles.
La construcción de  un  edificio nuevo para el Hospital Real  de  San  Miguel de  Belén —actual Hospital Civil  Fray  Antonio Alcalde— llevada a cabo entre 1787  y 1794  está directamente relacionada con  las  mortíferas epidemias que diezmaron la población de Guadalajara a lo largo del siglo XVIII.44 La crisis demográfica de 1786 fue la causa inmediata para ejecutar un  proyecto que se había iniciado a principios del  siglo  XVIII. El 25 de  diciembre de  1786  el obispo Alcalde y Barriga solicitaba los planos para la construcción de “la nueva fábrica del hospital”. El 6 de mayo del siguiente año, es decir en 1787, se abrían en Guadalajara los cimientos del nuevo establecimiento, y pareciera que la magnificencia con  que fue  construido  —capacidad para mil  camas— estuvo directamente  relacionada con la catástrofe vivida, con  el número de  enfermos que a un  mismo tiempo estuvieron hospitalizados, además de  los  que a la hora de  la muerte tuvieron por  lecho el suelo de  las  plazas y calles de  Guadalajara durante el año  de 1786.

 

Consideraciones finales

Es  difícil  saber en  qué proporción estuvo involucrada el  hambre como causa directa de  la muerte de  los  miles que fallecieron durante 1786  en Guadalajara; lo que parece estar claro  es que no  se trató de  una crisis de  hambruna como  las  que solían diezmar a  las  poblaciones europeas. En  los  registros tanto parroquiales como  hospitalarios no  encontramos mención directa a una enfermedad en particular o al hambre como  causa de  la muerte, lo cual  no  implica que la escasez de  maíz  y frijol no  haya ocasionado que un  porcentaje de  la población sufriera de  hambre y haya muerto por  esa causa, como  lo deja saber la información cualitativa que he revisado.
En cuanto a las  fuentes empleadas en  este trabajo, quiero dejar planteado como  un  hallazgo relevante el hecho de  que para el estudio de  la mortalidad, especialmente en  las  grandes ciudades donde se cuente con registros hospitalarios, es necesario sumarlos a los  registros parroquiales.  Esto debido a  que seguramente, como  en  el  caso de  Guadalajara, se llevaron registros separados. Para ciudades como  la  de  México, los trabajos sobre mortalidad que no hayan incorporado los registros de  los diversos hospitales de  la ciudad tendrían un  subregistro importante. Por lo tanto es necesario contabilizar los registros hospitalarios en  cada epidemia y cada año  que se ha  de  estudiar, ya que el subregistro varía dependiendo de la causa que origina la crisis de mortalidad. Como  ejemplo, para Guadalajara en  la crisis de  1786,  en  la que interviene la escasez de alimentos además de una epidemia, el subregistro es muy  grave: de casi
50 por  ciento. Sin embargo, para la crisis de  1780,  causada por  una epidemia de  viruela, pude comprobar que el subregistro es de  25 por  ciento aproximadamente.
A partir de  este hallazgo considero que, por  lo menos para el caso de Guadalajara, la  demografía histórica debe incorporar los registros hospitalarios en  los  estudios sobre la  mortalidad. Como  han planteado los estudiosos de  las  crisis demográficas, hay que tener presente que existe normalmente un  subregistro de  la  mortalidad. Considero que después del  hallazgo que menciono en  este trabajo, la  demografía histórica de las  ciudades y poblaciones que cuenten con  registros hospitalarios de “entradas, salidas y defunciones” de  enfermos deben incorporarse a los estudios sobre mortalidad. Aun  cuando este tipo de registro varía, dependiendo de  quienes administraban el nosocomio, generalmente contiene información muy  valiosa.45
Podemos concluir diciendo que el subregistro de  defunciones durante las crisis de  mortalidad es un  hecho, aun cuando su porcentaje varíe de acuerdo con  la causa de  la crisis, como  ya  se dijo.  Queda pendiente para futuras investigaciones el análisis de la mortalidad en esta crisis por grupos de edad, género y origen de los fallecidos; esta última variable resultaría de gran valor  para tener una aproximación a aquellos errantes que, aconsejados por “el hambre que no podían matar en sus patrióticos suelos”, llegaron a Guadalajara. Muchos de ellos seguramente encontraron un plato de comida  en  las cocinas públicas que puso a funcionar el obispo fray  Antonio Alcalde, o en las comidas que ofrecía el Hospital Real de San Miguel de Belén a los cientos de enfermos que ingresaron en ese año  al nosocomio, además de las “comidas de pobres” que se solía ofrecer en la puerta del hospital a las doce del día,  a pesar de lo cual  los efectos de la escasez de alimentos y el hambre estuvieron entre las causas de esta crisis.

 

Siglas y referencias

AHAG    Archivo Histórico de la Arquidiócesis de Guadalajara, Guadalajara, México.
AHJ       Archivo Histórico de Jalisco, Guadalajara, México.
APSJA   Archivo parroquial de San José de Analco, Guadalajara, México.
APSM    Archivo parroquial del Sagrario Metropolitano, Guadalajara, México.
APSG    Archivo parroquial del Santuario de Guadalupe, Guadalajara, México.
APM      Archivo parroquial de Mexicaltzingo, Guadalajara, México.

 

Hemerografía

Gaceta Municipal de Guadalajara, tomo i, núm. 6, sección histórica, época colonial (documentos inéditos y monografías), 1531-1821, Guadalajara, Imprenta y encuadernación de don  Mariano Bobadilla, 1917,

Gaceta Municipal de  Guadalajara, tomo II,  sección histórica, época colonial  (documentos inéditos y monografías), 1531-1821, Guadalajara, Imprenta y encuadernación de don  Mariano Bobadilla, 1917.

Gaceta Municipal de Guadalajara, tomo III, núm. 1, sección histórica, época colonial (documentos inéditos y monografías), 1531-1821, Guadalajara,  Imprenta y encuadernación de don  Mariano Bobadilla, 1919.

 

Bibliografía

Calvo,  Thomas

Acatzingo. Demografía de  una  parroquia mexicana, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1973.

Canales Guerrero, Pedro

“Propuesta  metodológica y  estudio de  caso. ¿Crisis alimentarias  o crisis epidémicas? Tendencias demográficas y mortalidad diferencial, Zinacantepec, 1613-1816”, en América Molina del  Villar y David  Nave Gómez (coords.), Problemas demográficos vistos desde  la  historia. Análisis de  fuentes, comportamiento y distribución de  las  población en  México, siglos XVI-XIX,  México, El Colegio de  Michoacán–ciesas– conacyt, 2006,  pp.  67-115.

Cook,  Sherburne Friend

“The Hunger Hospital in Guadalajara. An Experiment in Medical Relief”,  Bulletin of the History of Medicine, vol. VIII, 1940,  pp. 533-545.

Cramaussel, Chantal

“Crisis de mortalidad y crisis agrícolas en la villa de San Felipe el Real de Chihuahua entre 1715 y 1816”, ponencia presentada en el 53º Congreso Internacional de Americanistas, México, 20 de julio de 2009.

Flinn, Michael Walter

El sistema  demográfico europeo, 1500-1820, 2ª ed.,  Barcelona, Crítica, 1989.

Florescano, Enrique

Precios del  maíz y crisis agrícola en  México, 1708-1810, México, Era, 1986.

Livi Bacci,  Massimo

La  société italienne devant les  crises de  mortalité, Florencia, s.e., 1978.

Malvido, Elsa

“Cronología de  epidemias y crisis agrícolas en  la época colonial”, en Enrique Florescano y Elsa  Malvido (comps.), Ensayos sobre la historia de  las  epidemias en  México, tomo i, México, Instituto Mexicano del Seguro Social,  1982.

— “Efectos de  las  epidemias y hambrunas en  la  población colonial de México (1519-1810)”, en  Enrique Florescano y Elsa  Malvido (comps.), Ensayos sobre la historia de las epidemias en México, tomo i, México, Instituto Mexicano del Seguro Social,  1982.

Molina del Villar, América

Nueva España y el matlazáhuatl. 1736-1746, México, El Colegio de Michoacán–ciesas, 2001.

Morin, Claude

Santa Inés Zacatelco, 1646-1815: contribución a la demografía histórica del  México colonial, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1972.

Oliver  Sánchez, Lilia V.

“Los  servicios de  salud, el pensamiento ilustrado y la crisis agrícola de  1785-1786”, en  José María Muriá y Jaime Olveda (comps.), Lecturas  históricas de  Guadalajara, tomo III,  México, Instituto Nacional de Antropología e Historia–Gobierno del  Estado de Jalisco–Universidad de Guadalajara, 1992,  pp.  53-77.

El Hospital Real de San Miguel de Belén, 1581-1802, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 1992.

Pérez Verdia, Luis

Historia particular del estado de Jalisco, tomo i, Guadalajara, Tipografía de la Escuela de Artes y oficios  del Estado, 1910.

Pescador, Juan Javier

De bautizados a fieles difuntos. Familia  y mentalidades en  una  parroquia  urbana: Santa Catarina de México, 1568-1820, México, El Colegio de México, 1992.

Wrigley, Edward Anthony

Historia y población. Introducción a la demografía histórica, Madrid, Guadarrama, 1969.

 

Notas:

1 En 1738  la crisis fue  causada por  una epidemia de  tifo (matlalzáhuatl), en 1762 por viruela, en 1763 por tifo, en 1769 por viruela, en 1780 por viruela, en 1786 por hambruna y “bola” (enfermedades pulmonares y gastrointestinales contagiosas), en  1797 por viruela.
2 Bacci,  La société italienne, p. 10.
3 Calvo, Acatzingo, p. 62.
4 Pescador, De bautizados a fieles difuntos, p. 91.
5 Calvo, Acatzingo, p.65; Morin, Santa Inés Zacatelco, p. 41.
6 Wrigley, Historia y población, p. 75; Flinn, El sistema demográfico, p. 80.
7 Florescano, Precios del maíz, pp. 85-86.
8 Meuvret, “Les Crises de subsistance”, citado por Flinn, El sistema, p. 212.
9 Al respecto, Florescano menciona que “en la mayoría de  los casos la crisis preparó la entrada, o favoreció después la propagación, de  diferentes enfermedades. Para la ciudad de México, por lo menos diez  de las grandes pestes que diezmaron la población de  la ciudad en  el siglo XVIII están estrechamente asociadas con  las crisis agrícolas”. Florescano, Precios del maíz, p. 160.
10 Molina del Villar, Nueva España y el matlazáhuatl, p. 175.
11 Molina del Villar, Nueva España y el matlazáhuatl, p. 182.
12 Canales Guerrero, “Propuesta metodológica”, p. 99.
13 Cramaussel, “Crisis de mortalidad”.
14 Sobre la pérdida de las cosechas Cook menciona que “en el verano y el otoño de 1785 el centro de  México padeció una serie de calamidades naturales que destruyeron por completo todas la siembras de grano y redujeron a grandes sectores de la población a una extrema pobreza”. Cook,  “The Hunger Hospital”, p. 533; Malvido, “Cronología de epidemias”, pp. 171-177; Malvido, “Efectos de las epidemias”, pp. 179-201.
15 Gaceta Municipal de Guadalajara, t. II, 1917, p. 83. Esta referencia la he citado en Oliver, “Los servicios de salud”, pp. 54-55.
16 Oliver, “Los servicios de salud”, p. 55.
17 Oliver, “Los servicios de salud”, p. 55.
18 Gaceta Municipal de Guadalajara, t. II, 1917, p. 85.
19 Gaceta Municipal de Guadalajara, t. II, 1917, p. 85.
20 Es importante aclarar que tanto el 1774,  como  en  1785,  se habían presentado epidemias en la ciudad.
21 Florescano, Precios del maíz, p.156.
22 AHAG, Edictos y circulares, 1780-1799.
23 Pérez Verdía, Historia particular, p. 377.
24 Pérez Verdía, Historia particular, p. 378.
25 Gaceta Municipal de Guadalajara, t. i, núm. 6, 1917, p. 56.
26 Pérez Verdía, Historia particular, p. 379.
27 Pérez Verdía, Historia particular, p. 379.
28 Pérez Verdía, Historia particular, p. 378.
29 Cook, “The Hunger Hospital”, p. 536.
30 Cook, “The Hunger Hospital”, p. 536.
31 AHAG, Gobierno, Parroquias, caja  del Sagrario de Guadalajara, 1782, s.n.
32 Gaceta Municipal de Guadalajara, t. III, núm. 1, 1919, p. 23.
33 Gaceta Municipal de Guadalajara, t. III, núm. 1, 1919, p. 23.
34 AHAG, Libro de Cabildo 1786, legajo 44, foja 7.
35 Pérez Verdía, Historia particular, p. 451
36 amg, leg. 13, exp. 1, 6 de abril  de 1786, ff. 36-39.
37 Gaceta Municipal de Guadalajara, t. I, núm. 1, 1917, pp. 91-92.
38 Gaceta Municipal de Guadalajara, t. I, núm. 1, 1917, p. 95.
39 Gaceta Municipal de Guadalajara, t. I, núm. 1, 1917, p. 96.
40 Gaceta Municipal de Guadalajara, t. I, núm. 1, 1917, p. 96.
41 Gaceta Municipal de Guadalajara, t. I, núm. 1, 1917, p. 95.
42 Gaceta de México, vol. 11, núm. 23, p. 269.
43 amg, leg. 13, exp. 1, 23 de diciembre del 1786.
44 En  uno  de  los  planos para construir un  nuevo edificio para este hospital, aprobado por el rey  Carlos III  en  1760,  se especifica claramente en  la leyenda, al referirse a las enfermerías para hombres y mujeres: “compónense ambas del  número de 28 salas, con separación de personas y accidentes. Caben de 500 a 600 camas, y en epidemias muchas”. Si en  el diseño del  hospital el arquitecto tuvo en  mente la necesidad en  la ciudad de  amplias salas para enfermos, especialmente durante las  epidemias, también la construcción del  monumental edificio está relacionada con  ese hecho, y no puede explicarse sin  tener en  cuenta los estragos causados por  las  enfermedades epidémicas que durante 1785  y 1786  asolaron la ciudad. Consultar Oliver  Sánchez, El Hospital Real.
45 Los registros que se llevaban en  los hospitales administrados por  la orden hospitalaria  de  Nuestra Señora de  Belén (betlemitas, como  los del  Hospital Real  del  Señor San  Miguel de  Belén de  Guadalajara durante el siglo XVIII) generalmente contienen la siguiente información: nombre del  enfermo, edad, adscripción étnica, origen, sala del hospital donde se le atendía y excepcionalmente la enfermedad que padecía (sobre todo a finales de  ese siglo). Algunas de  las  enfermedades que solían mencionarse eran “lazarinos” (enfermos de lepra), locos o dementes (enfermos mentales) y esporádicamente se consignan las epidemias, información que resulta extraordinariamente valiosa. Algunas de las ciudades que tuvieron hospitales administrados por esta orden hospitalaria en la Nueva España son la ciudad de México, Guadalajara, Oaxaca, Puebla, Jalapa y Guanajuato.