Arte y simulación: imágenes de las clases populares
en Guadalajara durante el porfiriato

 

Juan Arturo Camacho Becerra
El Colegio de Jalisco

Este trabajo tiene como objetivo discutir dos usos de la fotografía en la Guadalajara porfiriana. Uno de estos fines  era el de la elaboración de registros (fichas de prestadores de servicios domésticos y otro tipo de oficios) por parte del gobier no municipal de Guadalajara entre 1888 y 1913; el segundo  propósito era de carácter artístico y estético, y se desprende de la representación de tipos populares por parte de un artista profesional de la fotografía. El hilo conductor es la imagen fotográfica de las clases populares en Guadalajara durante el porfiriato.

 

Palabras claves: Fotografía, Guadalajara, porfiriato, clases populares.

 

La fotografía fue uno de los inventos mecánicos que conmocionaron por igual  la esfera de la difusión impresa  de las ideas, la percepción  de la imagen y la creación artística.1 Durante el último tercio del siglo XIX, la popularización de aparatos fotográficos y métodos de revelado es digna de ser considerada como un fenómeno de globalización por la difusión de imágenes “fidedignas” de la tierra y sus habitantes.
Desde el principio se dejó sentir su impacto dentro de las instituciones de gobierno; la posibilidad de tener un registro más fiel de las clases subalternas2 obligó  a usar la fotografía en todo tipo  de registros,  desde penitenciarios hasta los libros municipales de sirvientes y prestadores de servicios, como fue el caso de Guadalajara.
Este trabajo  tiene  como objetivo presentar  dos usos de la fotografía: uno con fines específicos de registro  (como lo son las fichas de prestadores de servicios  domésticos  y otro tipo  de oficios) hecho por el gobierno municipal de Guadalajara  entre  1888 y 1913; el segundo es el objetivo artístico y estético que se desprende de la representación de tipos populares por parte de un artista profesional de la fotografía. El hilo conductor es la imagen fotográfica de las clases populares en Guadalajara durante el porfiriato.
Estudiar la fotografía más allá de los valores y esquemas de la historia del arte implica una consideración de referentes sociales y circunstancias técnicas, para lo que se requiere un método de arqueología de la imagen. “Arqueologizar la imagen supone el abandono de sus valores puramente estéticos en beneficio de su más extensa reflexión histórica”.3 No se trata de revisar fotografías antiguas únicamente por sus cualidades  técnicas y de belleza; por el contrario,  se busca su valor secuencial y la continuidad de su valor histórico y documental.
Con esta idea se trabajaron 300 registros de sirvientes y oficios  no para significarlos estadísticamente en cuanto a salarios y modos de vida, sino para indagar  acerca de las características de su representación y los propósitos  de ésta. De los cien tipos populares captados por el fotógrafo José María Lupercio  escogí diez, en atención  a los límites  de extensión de este artículo,  y únicamente con la finalidad de señalar un uso distinto de la fotografía en el registro  de las clases populares, así como por las siguientes cualidades: veracidad en el escenario de trabajo de los retratados, composición entre sujeto y entorno e información respecto de la condición  social.

 

Fotografías de un real: credenciales del porfiriato

A finales del año de 1839, cuando William Fox Talbolt  y Jacques Daguerre ya habían presentado en sus respectivas academias de ciencias un informe  para fijar  la imagen,4 llegó a México el primer daguerrotipo. El grabador  francés Louis  Prélier desembarcó  en Veracruz el 2 de diciembre con dos máquinas  para hacer daguerrotipos e inmediatamente ofreció demostraciones con vistas  tomadas  del palacio,  la plaza de armas, el convento  de San Francisco, la bahía y el castillo  de San Juan de Ulúa del famoso puerto. El 26 de enero de 1840 Prélier hizo una exhibición del aparato en la plaza mayor de México.
La marquesa Fanny Calderón de la Barca contó en su célebre relato La vida en México durante  una residencia de dos años que en noviembre  de 1840 su esposo hizo tomas en el bosque de Chapultepec con un daguerro-tipo que le había enviado desde Boston el historiador William Prescott.5
Al margen de obsesionarnos  con el dato histórico preciso del invento y la llegada  de la fotografía a México, lo importante es que comenzó un proceso tendiente a popularizar la imagen  fija y que este hecho tendría enormes repercusiones  artísticas  y sociales. La fotografía fue un invento que se popularizó  rápidamente en nuestro  país y pronto  también  sirvió como elemento de control; desde 1855 se hicieron retratos  de los presos de las cárceles de la ciudad  de México6 y lo mismo ocurriría  desde 1867 en la penitenciaría de Escobedo de Guadalajara.
Poco sabemos del paso de los daguerrotipistas por tierras  jaliscienses entre 1840 y 1850, sólo la noticia  de que en 1846 el último alquimista, Théodore Tifferau, estuvo unas semanas en Guadalajara buscando transformar la plata  en oro y haciendo daguerrotipos. Los historiadores regionales refieren  que Jacobo Gálvez, constructor del teatro Degollado, trajo de su grand tour7 una cámara oscura para hacer fotografía, aunque no se conoce ninguna imagen  de su autoría. En el Museo Regional y en colecciones particulares se conservan ambrotipos fechados en la década de 1850 y también  se ha difundido ampliamente el anuncio  en la prensa local de 1858 de Amado  Palma, quien  se comprometía a hacer retratos en 14 segundos, de las nueve de la mañana a las cuatro de la tarde, “aun cuando estuviere  lloviendo”.8
Amado Palma o Justo Ibarra pueden haber sido el autor de la primera fotografía histórica de la ciudad; se trata  de un colodión9 que registra  la imagen de la parte sur del palacio de gobierno  en ruinas después de haber estallado el cuarto de municiones la mañana del 10 de enero de 1859. A Ibarra se le atribuye haber instalado  el primer  estudio fotográfico  de la ciudad y haber captado la entrada de los franceses a Guadalajara,  por la calle de Loreto, el 6 de enero de 1864.
Para 1870 el desarrollo  de los estudios  fotográficos en las principales ciudades  de México  se había consolidado,  a pesar del estado de guerra latente y las dificultades para conseguir los materiales; esto se explica en parte porque el desarrollo de la industria fotográfica  se vincula a una idea de modernidad “promovida por los grupos ilustrados de cualquier credo político”.10
A partir de esa década “el  retrato  fotográfico  se convertirá en el instrumento ideal  de  las  apariencias   sociales,  servirá  para demostrar   a los demás y a sí mismos  los progresos  alcanzados. En este sentido,  su historia puede  eventualmente servir  de indicador de la evolución  de la sociedad”.11
Las noticias  de fotógrafos  y establecimientos fotográficos en Guadalajara dan cuenta de que en 1872 el almacén de drogas y productos químicos del prestigioso farmacéutico Lázaro Pérez ya ofrecía un completo surtido de artículos  fotográficos: cámaras inglesas,  cámaras esteroscópicas  con lentes  de acción instantánea, placas para ferrotipos, papel albuminado, colodiones y toda clase de sustancias químicas.12 Al año siguiente Miguel Moret anuncia que hace cien tarjetas  de visita  por 16 pesos y una por un real; su estudio  estaba por la calle del Santuario.  Mercado  y Barrière  se establecieron en el portal  de Agustinos número 2, antigua  casa de Justo Ibarra,13 y ofrecían, además de retratar, “la  más completa  colección  de vistas estereoscópicas  del país y del extranjero”.
Los gabinetes fotográficos utilizaban como técnicas más frecuentes la impresión sobre papel albuminado (clara de huevo y sales de plata) y el colodión  (placas tratadas con nitrocelulosa, alcohol  y éter),  que permitían la multiplicación de imágenes,  desde la común  “carta  de visita” a las llamadas  promenade   (con el eje de composición vertical), cabinet (cuadradas)  y la imperial, utilizada principalmente en retratos de boda.14
Durante  los primeros  cuarenta  años el retrato  fue el género preferido por el público  en general:  “la  fotografía autoriza  la democratización del retrato. Por primera vez, la fijación, la posesión y la comunicación en serie de la imagen  propia  se vuelven posibles”.15 En la fotografía de este periodo lo creativo  es la sumisión  a la moda. Los fotógrafos  mexicanos  no sólo siguieron las propuestas  de posturas  y escenografías  sugeridas  por Disdéri en su famoso manual,16 sino también  lo que observaban en los fotógrafos contemporáneos como Nadar (Gaspar Félix Tournachon)  o John Jabez Edwin Mayall, autor de un retrato de la reina Victoria, realizado en 1861, en el que la soberana inglesa aparece de pie y de perfil posando sus manos en el borde de una cómoda, una imagen que muchos fotógrafos consideraron como fórmula  modelo para los retratos  de damas.
En los retratos  de damas y caballeros  los escenarios,  las poses, así como su relación  con los objetos  “servían para construir un sistema  de diferenciaciones simbólicas”17 que mostraban  a una clase en ascenso social acelerado. Entre otras ideas acerca del estudio de la fotografía en México,  Rita Eder escribió  que la burguesía  mexicana  vio en el retrato una manera de filiación mimética con la cultura  europea que le permitía manifestar su deseo de lo que no tenía y acababa de conseguir,  además identificó la influencia de formas pictóricas en su composición  provenientes del neoclásico y el romántico.18
La llegada  del ferrocarril a Guadalajara  en 1888, además de congregar a los fotógrafos  para obtener el testimonio visual del hecho histórico, fue ocasión para que aparecieran  las primeras  vistas  panorámicas  de la ciudad, producidas por el gabinete fotográfico de Francisco Sánchez Guerrero  y Antonio Figueroa.  Entre  ellas destaca una donde  la locomotora arrolla  a las vacas, paradoja visual: la máquina  como símil del progreso espanta  a las vacas, símbolo  de una sociedad  rural;  un cambio  radical para la antigua ciudad en la que los vecinos se conocían entre sí y que con esta conexión vinculó  a muchas poblaciones más allá de su región y aseguró su crecimiento demográfico.19 Se empieza  a marcar los barrios  por clases sociales, la gran masa ocupada en los diversos oficios durante  los años de dominación colonial  estaba identificada en los gremios  y ahora pasaba a estar compuesta de ciudadanos  fuera de control.

 

Identidad y simulación en el registro de sirvientes

El positivismo y las ideas del criminólogo italiano Césare Lombroso (1836-1909), quien  sostenía que las inclinaciones criminales obedecían  más a estados patológicos  o anomalías físicas que a factores  sociales o económicos, se difundieron ampliamente en nuestro  país entre  1880 y 1910. Desde esta perspectiva, las prostitutas, y los empleados  domésticos,  al igual  que los reos, eran considerados  como inestables  y susceptibles de asociarse a la delincuencia.
Un reglamento expedido por el Ayuntamiento de la ciudad en 1888 obligaba a todos los prestadores de servicios domésticos, así como a los trabajadores ambulantes, a registrarse con una fotografía en la oficina municipal.20 Esta medida hizo que cocineras, cocheros, mozos, niñeras, recamareras, caballerangos, jardineros, porteros, boleros, peluqueros, vendedores de lotería, sastres y un largo etcétera se volcaran en la docena de establecimientos fotográficos de la ciudad. Con esta disposición de corte decimonónico la fotografía prácticamente estaba al alcance de todas las clases sociales y los patronos ejercían control sobre sus sirvientes, pues se quedaban con su carnet durante el tiempo que estaban a su servicio. A este respecto conviene considerar la opinión de Robert Curley:

las ciencias sociales de fin de siglo,  ya que no fue sólo el gobierno, tenían el afán de clasificar, encauzar, y moldear a los ciudadanos de la República mediante  sus nuevas técnicas “ortopédicas”. Los registros fueron un símbolo de esas nuevas técnicas y vale la pena compararlos con los registros  de presos: son prácticamente idénticos.21
Más que analizar las relaciones amo-servidor, así como los reglamentos que las norman,  me interesa  destacar los aspectos artísticos  y estéticos de este conjunto  de fotografías  que no obstante  sus propósitos  se atuvieron al canon del retrato  burgués  de la época.
Este peculiar  registro  realizado  entre 1888 y 191322 es un espléndido mosaico fisonómico  del pueblo tapatío durante  el porfiriato. Cada una de las fichas de registro  incluye once puntos que consignan, además de filiación fisonómica, el nombre de los padres, el lugar de origen, la ocupación, el domicilio, el sueldo, el nombre del patrón  o el de un fiador en el caso de los ambulantes.
Para este trabajo  se revisaron  registros de diferentes periodos:  1888-1889, 1900-1905 y 1909-1912; se escogieron  70 imágenes que reunieran los siguientes elementos: manejo  de luz  evidente en sus contrastes  y composición, posturas que denotaran un estilo o moda específica, un gesto de expresión  y actitud, así como su evolución  estilística dentro  de la historia de la fotografía en su referente  local.
El corpus nos permite asomarnos también a un estilo de época donde las apariencias eran lo más importante, por lo que la presentación física de los sirvientes de la casa era una cuestión de cuidado; de allí que la gran mayoría aparezcan, tanto hombres como mujeres, con vestimenta singular que junto con algunos atrezzos (que seguramente les proporcionaba el fotógrafo) como flores y canastillos formaban el atuendo básico para las damas. Es frecuente el uso de un saco negro de manga larga y holanes que marcan un corte amplio en algunas de las señoras retratadas. Este tipo de saco se comenzó a utilizar a finales de los setentas del diecinueve, a imitación de las damas que montaban a caballo y representaba simplicidad y elegancia, en contraste con el voluminoso vestido de polisón.23
Existe como esquema fijo la intención de parecerse al patrón  o la patrona  (imágenes  1 y 2). En estas secuelas de los retratos pictóricos del

romanticismo, la representación consigue  simulaciones fabulosas en las cuales los personajes aparecen junto a un mueble de estilo francés o frente a un jardín o un bosque (imágenes 3, 4, 5).
Un retrato  representativo de la influencia de la iconología  utilizada en la pintura para representar cualidades  se observa  en el caso de la pilmama  Francisca Carrillo,  de 22 años (imagen  6), quien  aparece en  el registro  de oficios con un rebozo cruzado y llevando  flores y cerezas en las manos, en clara referencia  a la abundancia, representada como una mujer de pechos voluminosos ataviada  con túnica  y portando  canastillos de flores y frutos.  Esto refleja también  las instrucciones del fotógrafo  al cliente,  quien debía posar o actuar un personaje en actitud de “parecer y reconocer”, a decir de Walter Benjamin: “el procedimiento mismo inducía a los modelos a no vivir  fuera, sino dentro del instante. Mientras posaban largamente crecían dentro  de la imagen  misma y se ponían en decisivo contraste  con los fenómenos de una instantánea”.24

Si consideramos  que los salarios  de estos empleados  oscilaban  entre $1.50 y $6, es probable  que no tuvieran necesidad  de una bolsa de mimbre  adornada con flores, una prenda que les confería una imagen de dama o señora de acuerdo al canon de su época (imágenes 7 y 8); casos excepcionales  son los de doncellas  dedicadas  a la costura  o al cuidado de niños, ataviadas con vestuarios más a la moda, como los vestidos que marcan el talle, tal cual aparece Ángela  Villalobos, costurera  de 20 años (imagen 9).

Este proceso de credencialización, además de su significado social como forma de control, significa también  la popularización de la carta de visita  en Guadalajara.  La carte de visite,  patentada en Francia en 1854, consiguió  un nuevo uso del colodión para obtener estos pequeños retratos del tamaño de una  tarjeta  de presentación:

Se hacía primero un negativo de placa húmeda, con una cámara especial que poseía cuatro lentes y un soporte de placa que podía ser deslizado de izquierda a derecha o viceversa. Se hacían cuatro exposiciones en cada mitad de plata, o sea que se conseguían ocho poses sobre un negativo. Una sola copia del negativo podía ser cortada en ocho retratos separados [...] Disdéri, que tenía un gran sentido del espectáculo, hizo mundialmente famoso este sistema de producción en serie para el retrato.25

En 1861 se vendieron en Inglaterra 70 000 retratos  del príncipe  consorte en la semana inmediatamente posterior  a su muerte.26 Desde un principio comenzaron  a  retratar a las personas  de cuerpo entero,  por lo que la cabeza era el doble que la de un alfiler; el perfeccionamiento y alcance de lentes para 1880 ya permitía hacer acercamientos de tres cuartas partes o de medio cuerpo para destacar la filiación.
El sistema era fácil de imitar y pronto  en todo  el mundo  se hicieron cartas de visita  de manera mecánica y rutinaria por improvisados fotógrafos que apenas tenían rudimentos  de técnica,  ya no digamos de óptica.  En este contexto  es que
ubicamos las cartas de visita  de los sirvientes tapatíos  del porfiriato, con la variante  de que no todas las fotografías  fueron hechas por fotógrafos  ambulantes que se instalaban por el rumbo  del manantial del Agua  Azul  o en San Juan de Dios, sino que algunas fueron realizadas en estudios establecidos  como aquéllos donde a las damas retratadas se les identifica en muchos casos por una bolsa de mimbre  adornada con flores y en otros con un saco de vestir.
En las fotos tamaño  credencial  o carta de visita  de los sirvientes se aprecian formatos que siguen los retratos  de la burguesía en ascenso. De acuerdo con Jean Baudrillard,27 quien califica de kitsch  la simulación con pretensiones artísticas  para representar lo que se tiene  y se ambiciona, los fotógrafos  mexicanos de las décadas finales del siglo XIX  pueden considerarse junto con muchos de sus colegas contemporáneos de diferentes partes del mundo como precursores de la estética de la simulación.
En este registro de sirvientes los niños aparecen en el año de 1902. Se trata de retratos despojados de escenografía para captar un acercamiento objetivo del sujeto, rasgo que se aprecia como un adelanto en la composición fotográfica: centrar el objetivo en el personaje. Este avance se acentúa con el manejo de la luz que enfatiza la expresión del rostro, hay un cambio en la técnica de iluminación provocada por el fogonazo y la dirigida con un reflector o ventanas transparentes desde una altura superior al retratado. Por otra parte también prefigura una tipología de indumentaria del proletariado urbano, como es el uso de la prenda que vestían los obreros norteamericanos conocida como cubretodo (overall), estas características están claramente observadas en los retratos de boleros (imágenes 10 y 11). Las fotografías de niños trabajadores son síntoma de una sociedad que no cumple con atender a las familias de clase baja, grupos al margen del progreso pregonado por el régimen. Niños en la calle para completar el gasto familiar fueron los boleros, los vendedores de lotería y los voceadores de periódico; de los dos primeros grupos se hicieron registros, el otro será también tema pictórico, como veremos más adelante (imagen 12).

Esta serie de fotos tamaño credencial pasan de ser el cuadro escenográfico  de la simulación a revelar  un acercamiento  al carácter del retratado,  influidas por corrientes  pictóricas, como me parece observar en el retrato  de Victoria Razón (imagen  13), de 38 años, con domicilio en la calle de Catalán,  del barrio  de Analco;  ejemplo  pleno  de significados y con un armonioso volumen de luces y sombras que nos remiten  al expresionismo.  Igual efecto tenemos en las líneas de la vida que representan

la nobleza de la mirada de las ancianas sirvientas o la complicidad de María Ventura González, de 45 años (imagen 14), vendedora de lotería,  habitante de  la  vecindad del Reposo, cuya imagen se nos revela como un elocuente  documento estético de condición de vida y expresión; el anónimo fotógrafo  ha concitado  la atención  de un perro que retoza  sobre la mano envuelta en su rebozo pinto,  una discreta solución  del  fotógrafo  para envolver las manchas de jiricua  que dice padecer la retratada y de esta manera rescatar la confianza de doña Ventura, quien    aparece   serena ante la cámara.

Los trajes de los cocheros son evidencia  también  de una ciudad  que aspiraba  a dar imagen  de orden  en los prestadores  de servicio  y, a la manera de los europeos, aparecen con corbatas y en algunos casos leontinas, o en un reflejo de modas como lo evidencian el gasné de Eufemio Chávez (imagen 15), o el sombrero estilo chambergo de Donaciano Leaño (imagen 16).
La escueta redacción que acompaña las fotos nos informa que muchos de estos servidores eran originarios de poblaciones y ciudades del occidente de México. Venían de Arandas, Tepatitlán, Autlán, Aguascalientes, León, Ixtlahuacán del Río, y estaban domiciliados en las calles del Cometa, el Alacrán, Industria, 28 de Enero, en los barrios de Analco, Mexicaltzingo, de la Capilla de Jesús y san Juan de Dios. Muchos mostraban secuelas de la viruela según lo consigna el punto “señas particulares”: “hoyoso de viruelas”, pocos eran “ciegos de dos ojos”, sordos o mudos (imagen  17).
No obstante  el contenido discriminatorio de la medida,  visto  a distancia se aprecia un intención identitaria más allá del fichaje de tipo policiaco.28  Podemos ver las caras de las llamadas  clases populares,  no en

 

su totalidad aunque sí en un muestrario que consideramos representativo   de  edades  y  condiciones. Esto en gran medida  se debe a la intención estética de los fotógrafos, a quienes  no les importó que fueran impresas  con el proceso de albúmina en papel contacto, hasta entonces el más económico de los conocidos, y  muestran un conocimiento  de la técnica y sus resultados que en mucho dependían de la destreza  del  maestro  de  estudio. En este sentido,  por una parte estamos ante el inicio de la fotocredencialización; muy  pocas  veces las cartas de visita representan valores estéticos, pero observo en éstas una excepción.

 

Escenas y personajes del natural

Junto con el progreso material  vivido  por Guadalajara  durante  el mediodía del porfiriato se comenzaron a presentar síntomas de descomposición social provocados por una migración rural  que no alcanzaba vivienda ni servicios  públicos.  Barrios como Mexicaltzingo, Mezquitán y Analco  comenzaron  a llenarse  de viviendas colectivas  conocidas como alcaicerías o vecindades (imagen  18). Según la prensa,  los dueños subdividían las grandes casonas coloniales a su arbitrio, sin considerar  si tenían las condiciones  mínimas  de higiene.  En 1892 el cronista  del diario  El Mercurio consideraba que las alcaicerías o vecindades  eran “un verdadero oprobio a la cultura  y una constante  amenaza para la higiene.  En ellas no hay luz, no hay aire, no hay ventilación, los propietarios dividen un chiquero  con tapias y alquilan los compartimientos a precios elevadísimos”.29
Un ejemplo de este tipo de vivienda fue la vecindad de Medrano, establecida en lo que hasta el siglo XVII  había funcionado como la sede de la Audiencia de Nueva Galicia (imagen 19).  El pintor  José Vizcarra tomó el tema para hacer dos versiones: en la primera, realizada hacia 1890 (imagen 20), pinta la vida cotidiana; las señoriales arquerías han sido habilita-

das como tendederos,  se observa también  que en el segundo piso, lo que en la casona fue una terraza, se han improvisado viviendas; el punto  de vista  triangular se compone a partir del tronco de un árbol que proporciona sombra a una pila y un lavadero en el que distribuye una discreta presencia humana representada por una mujer que extiende un mantón, otra que se aproxima  con ropa  en las manos, una párvula  que juega con el chorro de agua que cae a la pila. Esta sutil   manera  de  indicar   la  clase social de sus habitantes se afirma con los poblados tendederos.  En la segunda composición, probablemente realizada hacia 1900 (imagen 21), en primer  plano vemos un par de arrieros con su recua; el espacio es limpio,  la presencia humana es discreta. Además de los arrieros, un personaje está situado en las escale-

ras; por su perspectiva parece ser el punto  de vista  opuesto  al anterior. Aquí no hay lavaderos.
En ambos  casos está presente un interés  por una parte en el realismo, y otro tanto en la experimentación del manejo de la luz para recrear diferentes horas del día. En el primero parecen ser las primeras horas de la mañana y en el segundo el mediodía, a la hora que llegaban los arrieros  a calmar su sed y la de sus acémilas. Ha sido cuidadoso en marcar la sombra como una diagonal  que separa espacios.
En estas escenas no se observan las riñas ocurridas en los barrios: “enuna  casa  de vecindad situada  en la calle del Cometa  se desarrolló  antenoche un drama que tuvo un sangriento final”;30 tampoco dan cuenta de los servicios de la ciudad: “los carros en los que conducen

la carne del rastro a los diversos expendios de la ciudad amenazan hacerse pedazos en las calles según están desvencijados,  y además provocan náuseas porque  están  muy  descuidados”;31 no hay ningún vestigio de los electrocutados como José Ascensión Torres, albañil  de la cervecería La Perla, que cayó fulminado por uno de los alambres de luz eléctrica del recién instalado  servicio público.32
Las pinturas de Vizcarra  son idealizaciones que corresponden más a una búsqueda  plástica  que a un retrato  realista.  Su interés está presente en su trabajo  con la luz. Es en este contexto  que surge de nuevo un vínculo entre pintura y fotografía para tratar  de captar esencias que confluyen  en la intención estética  de conseguir  una expresión  desprovista de andamiajes.  En la pintura, por los volúmenes  y densidades  de color en función  de la proyección  de la luz; en la fotografía,  para experimentar también  con los volúmenes de luces y sombras que iba a captar la cámara al aire libre.
El interés de hacer fotografía con lenguaje pictórico se ejemplifica con la serie de tipos populares  hecha hacia 1900 por el fotógrafo José María Lupercio  (1870-1929), quien  captó en sus escenarios  de trabajo  a tortilleras, lavanderas,  niños  vendedores  y hasta evangelistas, con escenas cargadas de realismo y desprovistas de mirada folclórica.
Probablemente  con motivo  de la exposición  regional  organizada  en 1902, el fotógrafo  y pintor  Lupercio  preparó una serie de tipos populares (cien). Por ser de interés  para el presente  trabajo se han seleccionado El voceador de periódicos, Los herreros, tres versiones de las lavanderas, un retrato de tortilleras en el mercado, los aguadores captados en diferentes circunstancias, un evangelista y una niña sacándose una espina, piezas que me permitirán abonar a la idea antecedente  y que resultan  válidas en cuanto a intereses  temáticos  de la pintura de la “escuela mexicana”, un arte que fuera para el pueblo y donde éste se convirtiera en protagonista.
El voceador de periódicos fue uno de los personajes callejeros que irrumpió en la escena plástica  a finales del siglo XIX. En Guadalajara  fue Bernardelli quien  hizo una primera  versión  que influyó  en los trabajos estudiantiles para la exposición  de fin de cursos de 1891. Entre los alumnos que siguieron una carrera pictórica encontramos  a Marcelino Dávalos, José Vizcarra  y Otón de Aguinaga. Un año después, a propósito  de la exposición  en la Sociedad de Paisajistas  Gerardo Suárez, Fernán Gil, columnista de El Mercurio, comentó  del “papelerito”: “La  pureza de líneas, los detalles  de la exposición,  el tipo  bellísimo  de esas niñas  que

son como el vehículo de la prensa diaria en una capital y que prestan inconscientemente alas al progreso  forman  el verdadero mérito  de ese cuadro”.33 El tema estuvo vigente  hasta fines del porfiriato, como lo prueban dos fotografías  tomadas por José María Lupercio  en 1900 en las que el fotógrafo  captó a este niño vestido  de harapos para significarlo como un síntoma negativo de la vida urbana (imágenes 22 y 23). Lupercio  capturó  dos versiones.  En la primera  el niño aparece de cuerpo entero  y la segunda es un acercamiento  de plano medio;  ninguna tiene fondo, están fuera de contexto.  En la del niño que está completo  y de pie, lo muestra en un gesto de vocear el periódico; el segundo, que sostiene bajo el brazo derecho  el famoso periódico  Juan Panadero, con la mano metida  en la bolsa del raído pantalón,  mira serenamente  a la cámara. En ambos es evidente lo dañado de sus prendas de vestir, pantalones y sombrero roto, y el primero  va descalzo.
El interés  por personajes surgidos  como consecuencia  del progreso y al margen de él los convirtió en ejemplos de la corriente sentimentalista del realismo,  además de su propuesta  social:  “estaba la demanda  del mercado burgués  muy propenso  a coleccionarlas  en el último  tercio  del siglo. En esta posición estaría El papelerito, uno de los tipos urbanos que más representaron los alumnos de la ENBA  en las décadas de los setenta a los noventa”.34 Estas manifestaciones iconográficas deben su interés  a una continuación del realismo más que a la búsqueda  de configurar una escena con intención de denuncia  social, circunstancia que cambiará  en la siguiente década.
Otra imagen  que tuvo  por igual  versiones  en pintura como en fotografía fue lo de los herreros. En 1896 Bernardelli pintó  su versión con un estilo impresionista, donde la luz del fuego de la fragua choca con la claridad del día que deja pasar la puerta abierta  por el jinete para iluminar la escena central, protagonizada por dos herreros (imagen 24). De esta manera Bernardelli trajo a Guadalajara el estudio del desnudo natural, ajeno a las poses clásicas, y la consideración de la luz como protagonista de la composición; con estos lineamientos sentaba las bases para el desarrollo de la pintura contemporánea en esta región.
Luz y naturaleza  son elementos  que el fotógrafo  y pintor  José María Lupercio tomó muy en cuenta hacia 1900, cuando realizó su serie de tipos populares.  En su versión de Los herreros (imagen 25) la cámara también ha centrado  la acción en la forja, sólo que aquí intervienen tres personajes; al que vemos al centro, la escalera del fondo para conducir al nivel de la calle le confiere una atmósfera  de contraste  con la blancura  que surge del fogón. Este tema milenario del arte de Vulcano  se convertía  en una postal de tipos populares por obra de la fotografía.
Resulta  interesante destacar  dos posturas  de parte  del artista,  una que se presenta  distante de involucrarse y otra en la que le interesa  lo gestual. La composición  de las lavanderas  marcada con el número 40 de la serie presenta  una notable  diferencia con la número 18. En la primera

ha querido  captar  al grupo  alineado en torno  al arroyo;  nadie  voltea a la cámara, y la composición es una perfecta  diagonal (imagen 26). En la segunda, a la manera del impresionismo (imagen  27), ha jugado con los blancos  de la ropa y
presenta  una mujer  en camisón que aparece de pie con una blusa en la mano; completa la escena al aire libre una niña que no rebasa los cuatro años y cubre su desnudez entre los dos carrizos que sostienen  el improvisado tendedero.  La pose parece haber sido convenida  por el fotógrafo; la modelo de la lavandera  sola parece ser una señora de clase media. Su corte de pelo es a la moda, recortado al hombro, ya no es la larga melena, orgullo indígena. Su camisón luce discretos encajes en el cuello y bordes, y su ademán es de mostrar  la prenda.  El hallazgo  estético  de Lupercio está en este juego de blancos y grises que le dan la ropa, las ramas de jarilla y el fondo a cielo abierto, como si fuera una pintura hecha a plein air.
Las lavanderas fue otro de los temas tratados en este periodo. Eran mujeres que se dedicaban a lavar y planchar ropa, en su mayoría se trata de personajes  humildes procedentes  de los suburbios de la ciudad  que lavaban en los ojos de agua de los Colomos o en el arroyo de Atemajac. Gerardo Murillo fue uno de los primeros  en ocuparse del tema:  Lavanderas indígenas, fechado  en 1900, es un óleo sobre madera  de regular tamaño (68.5x95.5 cms.) (imagen  28), en cuyo primer  plano dos mujeres sin rostro  definido  dirigen su eje visual  al espectador  y refriegan ropa en un lavadero  de piedra; al fondo, otra mujer arrodillada y de espaldas hace lo mismo.  Hay también  un niño  al lado de la mujer  que vemos en el primer  plano del lado izquierdo. La escena se enmarca con un paisaje

de montañas  y se rige por el monumento que parece ser una fuente.  Su factura  es a base de pinceladas  que más que marcar esbozan el paisaje y los tipos de las mujeres. Es un cuadro en la línea de búsqueda  plástica y de pintura al aire libre que Gerardo Murillo había aprendido en el taller de Félix Bernardelli.
En las tortilleras (imagen 29) captadas por el ojo y la cámara de Lupercio en plena acción, el fotógrafo se presenta como el ojo testigo de una actividad cotidiana. En esta escena, tomada dentro de un mercado, una de las mujeres  incluso tiene el pelo corto, seguramente por un ataque de piojos o tiña, y otra una delgada trenza que hace un arco en su espalda. Su oficio era considerado como “rudo y poco productivo”, pasaban gran parte del día arrodilladas por “insignificantes utilidades”,35 además de estar sujetas
a accidentes laborales como la trituración de brazos en el molino.36

El fotógrafo  acudió al lugar de trabajo.  Por las columnas parece ser el desaparecido  mercado Corona; en el cuadro ha reunido  una valiosa información etnográfica: los metates para la molienda  del maíz, incluido el de la trituración, las ollas para el agua junto con una tinaja, los raídos petates que sirven  para mitigar el sol, o tal vez colocados intencionalmente por el fotógrafo  para conseguir  la iluminación deseada. Lupercio  capturó  un cuadro estético de un momento cotidiano.
Para el tema de los aguadores  ensayó dos variantes,  una con intención estética  y otra más relacionada  con el fotorreportaje. En el primer caso (imagen  30), el personaje  que muestra  su registro  con el medallón característico ha suspendido su tarea de ofrecer agua para beber, traída por tubería  desde el manantial de los Colomos hasta la fuente  pública

pues parece estar complacido  frente a la cámara. En la otra  versión los aguadores han sido sorprendidos en el acto de llenar  los cántaros de agua y ninguno atiende  a la cámara;  en esta fórmula  consigue el registro  etnográfico y por el emplazamiento de la cámara un documento  estético  de la fotografía al aire libre (imagen 31).
Lupercio  fue más allá en su intención de retratar tipos populares de la ciudad  y se trasladó  a Chapala para capturar una hermosa imagen de niños a la orilla del lago (imagen  32). En primer  plano, una niña de espaldas a la cámara carga un cántaro,  en tanto  un grupo  de niños trata  de lanzar una canoa al agua. Algunas  niñas enrebozadas,  una de ellas con una criatura  abrazada, completan la escena enmarcada por el espejo lacustre y el follaje que se sumerge en el agua. El fotógrafo ha cuidado los ejes de su composición además de los contrastes  en su claroscuro. La imagen de los niños en el porfiriato osciló entre los retratos  de estudio de los hijos de clase acomodada, que son representados en escenarios artificiales (como la niña en una barca escenográfica  captada por Octaviano  de la Mora) (imagen  33) y fotografías  de niños empleados en faenas como llevar el agua o cuidar a los hermanos pequeños.

Indagar sobre el registro  iconográfico  de las clases populares en México nos remite  a las pinturas de castas (imagen  34); algunos tipos  como el cerero, el carbonero, la buñuelera o el evangelista persistieron hasta el siglo  XIX  en las recopilaciones que hicieron grabadores  y escritores37(imagen 35).

 

Las clases populares irrumpieron en la fotografía mexicana con la llegada del fotógrafo francés François Aubert, quien entre 1865 y
1867 realizó un ejercicio documental en su estudio de tipos populares. Su punto de vista privilegia una visión clasista y racista; es el extranjero que indaga en la peculiar identidad del otro. Obligados a posar en el estudio del extranjero, “los harapientos indígenas se ven agobiados por la miseria y tienden a aparecer ante la cámara en condiciones de sumisa servidumbre, abatidos  e incluso
tristes”38 (imagen 36).

En 1870 en el despacho de Antioco Cruces y Luis Campa se hizo una serie de 80 fotografías de “tipos populares” entre las que hay indistintamente personajes  auténticos y modelos caracterizados en escenarios recreados en el estudio, un proceso que imitó el de la pintura: primero los retrataron en el estudio sin escenografía para que se acostumbraran a posar frente a la cámara, luego los volvieron a fotografiar en su correspondiente escenario. Para cada personaje se reconstruyó el lugar donde se le reconocía ordinariamente; no tenían ninguna intención documental, pues los modelos son una “colección detalladamente planeada para comercializarlos abiertamente como un repertorio ocupacional”39 (imagen 37).
Lupercio ha sacado su cámara del estudio. Su mayor audacia es experimentar al aire libre con un medio de representación hasta entonces poco explorado; desprovistos de todo folclorismo, los personajes  se presentan en sus lugares de trabajo. Es el caso de El evangelista (imagen 38), ubicado en un lugar público; dentro del cuadro también ha incluido a un niño vendedor descalzo y con harapos.

Concluiré  con la imagen  de la niña  que  parece extraer  una  espina (imagen  39); una niña con un vestido  de manta que está sentada  sobre un peñón, cubierta con un rebozo de percal que deja ver su despeinado cabello. Esta imagen será motivo de otras versiones por parte de pintores de la llamada escuela mexicana.40
Ningún otro fotógrafo  mexicano  de su época tuvo  los propósitos  de Lupercio.  En sus imágenes  de tipos  populares  su intención realista  es superada por la composición  artística; imbuido de los intereses  de la expresión  plástica  de su época, ensaya una estética  naturalista en la que desliza una denuncia  social al poner en su objetivo sus condiciones  materiales  de vestido.

 

Reflexiones finales

Las tarjetas  de visita  de estos sirvientes no se corresponden con las de registros de presos en cuanto a su cualidad artística.  Estas últimas  se hacían con una fórmula  objetiva  que captaba “el  rostro de los criminales”, y en las de los sirvientes y prestadores  de servicios  tratan  de hacerlos parecerse al patrón al pedirles posar con vestuarios  ajenos a su cotidianidad. También  observamos una evolución  respecto del llamado retrato  de credencial,  que con el paso de los años va afinando  su objetivo y pierde interés por captar la apariencia  y centrarse en la expresión.
Por su parte, Lupercio  fue en búsqueda  de su objetivo, sin importarle si el vestuario  era el correcto  o si el contexto  físico era estético; buscó hacer un retrato  fiel  de las clases populares  con intenciones artísticas, por lo que estudió  iluminación y composición  y en algunos  casos, como el de Los herreros, consiguió un ejemplo del arte fotográfico. Este acercamiento  a los tipos  de representación fotográfica  de las clases populares nos muestra también  la evolución  de la fotografía como arte y técnica en Guadalajara durante  el porfiriato.
La representación de las clases populares  en Guadalajara  osciló del simulacro  presente  en los registros de prestadores  de servicios  al esteticismo  naturalista de la tarjeta  postal  con pretensiones; en ambos, las clases populares se convierten en protagonistas, como ocurrirá unos años más tarde en la escuela mexicana de pintura.

 

Siglas y referencias

AHM         Archivo  Histórico Municipal de Guadalajara.
AICC        Archivo  del Instituto Cultural Cabañas, Guadalajara,  Jalisco.
FHBPJJA   Fondos Históricos de la Biblioteca Pública de Jalisco Juan José Arreola, Guadalajara, Jalisco.

 

Hemerografía

Juan Panadero, Guadalajara,  1873.
El Mercurio, Guadalajara,  1891.
Diario de Jalisco, Guadalajara,  1901.
Jalisco Libre. Diario del pueblo, Guadalajara,  1905.

 

Bibliografía

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Notas:

1 Peter Burke señala dos revoluciones en la producción de imágenes, la imagen impresa en los siglos XV  y XVI  y la imagen fotográfica que en el siglo XX  dio lugar al cine y la televisión. Burke, Visto y no visto, p. 20.
2 El concepto se debe a Antonio Gramsci (1891-1937); en términos muy generales la sociedad se divide en clases hegemónicas y subalternas, éstas están integradas por el proletariado urbano y rural y la pequeña burguesía.
3 Carlos Córdova define la “arqueología de la imagen” como una propuesta de investigación centrada en el análisis de la circulación social de la fotografía, de cómo se produce, reproduce  y consume. Córdova, Arqueología de la imagen, p. 86.
4 Desde 1816 Joseph-Nicéphore Niepce (1765-1833) había descubierto un procedimiento para fijar la imagen sobre papel mediante la cámara oscura y diez años más tarde conseguiría plasmar una imagen tomada desde su ventana en lo que llamó un punto de vista; la asociación con el escenográfo  Louis-Jacques Mandé  Daguerre  (1787-1851) y la muerte de Niepce en 1833 facilitaron el camino para que por medio de una campaña publicitaria Daguerre se hiciera de la patente del invento. El 7 de enero de 1839 el diputado François Arago presentó el informe a la Academia de Ciencias del descubrimiento del daguerrotipo; unas semanas más tarde, el 25 de enero, William Henry Fox Talbot presentó en la Royal Institution  de Londres  unas imágenes obtenidas por la simple exposición al sol de objetos –flores, hojas, plumas, etc.– aplicados sobre un papel sensibilizado. Por su parte, Hercules Florence (1804-1879), en 1833 consiguió fijar la imagen en un papel sensibilizado con nitrato de plata por la acción de la luz al que llamó photographie; el acontecimiento ocurrió en Sao Carlos, (hoy Campinas, en Sao Paulo, Brasil), lo que dificultó su difusión. En sentido estricto se debe a los tres la paternidad del invento. Soguees, Historia de la fotografía, y Newhall, Historia de la fotografía.
5 Casanova y Debroise, Sobre la superficie, pp. 21-22.
6 El decreto del Ministerio de Gobernación para la identificación de reos data del 14 de mayo de 1855; citado en Barrón Cruz, “Bosquejo histórico”, p. 38
7 Tradición de los jóvenes aristócratas ingleses de viajar por “el continente” y en particular a las ruinas de Pompeya y Herculano después de su descubrimiento en 1737; para los jóvenes artistas americanos durante el siglo XIX se convertirá en un viaje a las capitales europeas del arte: París y Roma.
8 Orendain, “El daguerrotipo y la fotografía”, p. 109.
9 Proceso fotográfico que consiste en barnizar con una emulsión química una placa de cristal para obtener el negativo.
10 Casanova y Debroise, Sobre la superficie, p. 42.
11 Casanova y Debroise, Sobre la superficie, p. 51.
12 En Juan Panadero, Guadalajara, 30 de marzo de 1873.
13 Ibarra fue el primer fotógrafo registrado con un estudio fotográfico hacia 1860.
14 Para mayor información sobre técnicas y formatos consultar Soguees y Pérez Gallardo, Diccionario de Historia de la fotografía.
15 Alain Corbin, citado por Debroise, Fuga mexicana, p. 27.
16 André-Adolphe-Eugène Disdéri (1819-1889), fotógrafo francés creador de la carte de visite, el formato más popular de la fotografía en ese periodo, escribió además dos folletos de instrucciones a los fotógrafos: Renseignements photographiques indispensables à tous (1855) y L´Art de la photographie (1862), difundidos en México según Negrete Álvarez, Valleto hermanos, p. 31.
17 García Canclini, “Uso social y significación”, p. 18.
18 Eder, “El desarrollo de temas”, p. 27.
19 En 1895 el censo reportó 83,000 habitantes, mientras que el de 1900 sumó 101,000 habitantes. Becerra y Solís, La multiplicación.
20 Curley, “La democratización del retrato”.
21 Curley, “La democratización del retrato”, p. 35.
22 En el Archivo Municipal de Guadalajara se conserva una veintena de libros de registros de prestadores de servicios y otros oficios.
23 El polisón era un cojín para levantar el derrière; más información sobre estas modas en Benítez, El traje y el adorno.
24 Benjamin, “Pequeña historia de la fotografía”, p. 69.
25 Newhall, Historia de la fotografía, p. 64.
26 Newhall, Historia de la fotografía, p. 65.
27 Baudrillard, El espejo de la producción.
28 En “La democratización del retrato” Curley nos hace notar que se trata de un reglamento de corte policiaco.
29 El Mercurio, Guadalajara, 4 de septiembre de 1892.
30 Diario de Jalisco. “Un mal hombre”, Guadalajara, 13 de noviembre de 1901.
31 Diario de Jalisco. “Un mal hombre”, Guadalajara, 8 de noviembre 1901.
32 En Jalisco libre. Diario del pueblo, Guadalajara, 13 de septiembre de 1905, núm. 441.
33 El Mercurio, Guadalajara, 30 de octubre de 1891, vol. I, núm. 18.
34 Velásquez Guadarrama, “Pervivencias novohispanas”, p. 216.
35 Diario de Jalisco, Guadalajara, 5 de noviembre de 1901.
36 Diario de Jalisco, Guadalajara, 5 de noviembre de 1901.
37 Los mexicanos pintados por sí mismos.
38 Massé Zendejas, Simulacro y elegancia, p. 117.
39 Massé Zendejas, Simulacro y elegancia, p. 118.
40 Raúl Anguiano pintó un cuadro en el que una indígena chiapaneca se extrae del pie una espina; se conserva en el Museo de Arte Moderno  de México.