Dos versiones de la modernidad americana.
Aproximaciones a las colonizaciones hispana y lusitana1
Two versions of American modernity.
Approaches to Hispanic and Lusitanian colonization
Daniel Inclán2
ttessiss@gmail.com
Resumen
El presente trabajo propone una lectura comparada de los procesos de colonización de América Latina, centrándose en las diferencias entre portugueses y españoles, durante la construcción de la modernidad latinoamericana en el siglo xvi. Se siguen las propuestas teóricas de Bolívar Echeverría para configurar una lectura histórica que dé cuenta de la multiplicidad del hecho moderno atendiendo tres ejes analíticos: 1) la configuración de una economía colonial; 2) las transformaciones espaciales y 3) los cambios de la vida cotidiana.
Palabras clave: Colonización hispana, colonización lusitana, modernidad, historia crítica de América Latina.
Abstract
This paper attempts to provide a comparative reading of the colonialization processes in Latin America, focusing on the differences between Portuguese and Spanish, during de construction of Latin American modernity in the 16th century. It follows the theoretical proposal of Bolivar Echeverria in order to set a historical reading that shows the multiplicity of the modern fact, heeding three analytical axes: 1) the configuration of a colonial economy; 2) the spatial transformations; and 3) the shifts on everyday life.
Keywords: Hispanic colonialization, Lusitanian colonialization, modernity, critical history of Latin America.
No se trata de que lo pasado arroje su luz sobre lo presente o lo presente sobre lo pasado; la imagen es aquello donde el pasado y el presente se juntan para construir una constelación. Mientras que la relación del antes con el ahora es puramente temporal (continua), la del pasado con el presente es una relación dialéctica, a saltos.
Walter Benjamin, Tesis sobre la historia
El color no es malo ni es enemigo. El enemigo eran las costumbres y las cosas que pretendía el pueblo de los hombres de ojos azules.
Fogwill, Runa
Pensar en la sui generis unidad latinoamericana, esa identidad configurada por múltiples, contrapuestos y a veces incompatibles modos de ser, obliga a mirar hacia el pasado para tratar de entender su genealogía, antes de querer explicar lo actual desde comparaciones fútiles entre lo tradicional y la ruptura o por determinaciones de última instancia. Para ello se puede partir de un presupuesto que ya es un sentido común, pero no por eso diáfano, que América es una invención (O’Gorman, 1958, pp. 99ss).3 No hay algo así como una sustancia inmutable ni una forma unívoca de la configuración abigarrada de los distintos sujetos que habitan el continente. No existe una unidad esencial en la que se puedan autorreconocer los distintos latinoamericanismos; por el contrario, es justo la multiplicidad de expresiones la que conforma una sutil manera de comportamiento ante el mundo que puede ser reconocida como un “ethos histórico”.4
La historia de América Latina es parte del largo proceso de configuración de la modernidad, no sólo en su versión capitalista (la modernidad realmente existente).5 América es una geografía y una historia de lo posible, donde la modernidad se experimentó de múltiples maneras. La unidad dentro de la diferencia, que
se debe a la vigencia todavía determinante de varios proyectos de modernidad capitalista que han quedado como distintos estratos de la identificación social, esbozados a partir del mestizaje como forma de comportamiento identificador. Porque, en efecto, hay muchas modernidades latinoamericanas, muchos intentos o proyectos de modernidad que se probaron en su época, y que tal vez fracasaron, pero que no obstante quedaron como propuestas vivas de organización social extendidas por toda la geografía del continente (Echeverría, 2006a, p. 208).6
Una manera de aproximarse al proceso de invención de América es a través del entendimiento de los distintos proyectos de modernidad que están en juego (la versión peninsular, la modernidad india, la modernidad mestiza, etc.), ya que cada uno tiene distintas raíces con ciertas semejanzas y muchas diferencias. La configuración de mundos modernos de vida en América opera bajo un principio de refracción de las distintas matrices históricas que los conforman; su reconocimiento es, las más de las veces, indirecto, articulado y en recomposición: los mundos prehispánicos, el mundo peninsular, la imagen de Europa. Las modernidades americanas manifiestan la presencia de lo múltiple como simultáneo, de contemporaneidades no coetáneas, que expresan contradicciones y conflictos sociales no resueltos (Bloch, 1978).
La pregunta historiográfica es: ¿dónde y cuándo empieza este proceso de configuración del mundo moderno americano, correlativo a su invención? Bolívar Echeverría ha centrado su atención en el largo siglo barroco, el siglo xvii, que la historiografía suele calificar como el siglo en el que se conforman las bases de una identidad criolla, como resultado político de un mestizaje cultural. Para complementar el análisis de Bolívar Echeverría, antes de centrarse en el estudio del siglo barroco es conveniente pensar los fundamentos que hay detrás en el polémico siglo de la conquista (que para los fines de este trabajo se ubica entre 1492 y 1580, el año de la conquista y el año de la unificación de reinos en la península Ibérica). El siglo xvi es el de la polifonía, del habla “civilizada” y de la múltiple cacofonía local, en el que se sientan las bases para la construcción de un imaginario americano (Gruzinski, 1991, pp. 279ss).
El objetivo de este texto no es hacer un balance exhaustivo de los debates historiográficos contemporáneos, algunos de los cuales han tenido un crecimiento considerable durante las reflexiones en torno al bicentenario y por las perspectivas de historia comparada e historia mundial. Muchos de estos trabajos han servido para cuestionar los usos anacrónicos de conceptos y categorías; por otro lado, han superado lecturas localistas, intentando hacer vínculos regionales.
El propósito de este trabajo es recuperar algunos debates para construir estrategias analíticas que prefiguren una historia de la modernidad en América Latina y contribuir a pensar de otra manera el sistema mundo moderno, en particular su proyecto civilizatorio y las potencias alternativas que desde sus orígenes estaban presentes en América. No es una investigación empírica novedosa la que se presenta, sino una reinterpretación elaborada a partir de la comparación de los procesos de colonización portugueses y españoles.
El siglo xvi como campo de batalla material y simbólica
Un primer punto de inflexión es la forma dual de invención y producción de la realidad americana durante el siglo xvi, el siglo de la conquista y la colonización. Este periodo es el de la reactualización de las viejas tradiciones medievales fuera de Europa, que operan como proemio de la modernidad. El papel de la Iglesia como articulador social, el peso de la monarquía, la organización del espacio mediante la construcción de ciudades, entre otras, siguen vigentes en América y expresan, en otras geografías, la larga edad media europea.7
Por un lado, la invención religiosa de una Castilla americana era el horizonte ideal para resolver, desde otro emplazamiento geográfico, los problemas morales, políticos y económicos de la vida peninsular. La versión americana de España mantenía una extraña continuidad temporal con el fin de la guerra de expulsión de musulmanes, llamada Reconquista, pero que era más bien una cruzada, que además de una empresa religiosa era una empresa imperial. El mismo año en que se toma el último bastión musulmán se amplía la aventura atlántica castellana, que años atrás había comenzado con la conquista de las islas Canarias.
Por otro lado, la invención de una versión lusitana de América no tiene los mismos fundamentos y objetivos, ni la misma carga significativa. América aparece en el horizonte portugués cuando el interés principal era alcanzar Asia rodeando África.
Esto derivará en dos formas de construcción de una realidad colonial en un mismo continente, en un tiempo común pero con diferentes ritmos. Tal diferencia no es sólo resultado de las dos formas de inventar un nuevo mundo, también desempeñan un papel importante las realidades históricas sobre las que se erigieron y las resistencias que tuvieron que enfrentar. Mientras que los asentamientos españoles se hicieron en dos puntos centrales, el mesoamericano y el andino, sobre una base social numerosa y con una configuración compleja, los lusitanos se enfrentaron a un terreno vasto habitado por cientos de pequeños grupos, muchos de ellos seminómadas. Mientras los hispanos conquistaron en bloque a un amplio número de nativos en dos centros de poder estratégicos organizados en relaciones jerárquicas, los portugueses tuvieron que lidiar con grupos móviles, semiautónomos, lo que dificultaba el control de la población.
En los procesos de exploración pueden reconocerse imaginarios diferenciados. Para ambos, el territorio se llenaba de asociaciones mitográficas, al tiempo que demostraba su extraordinariedad. Pero los españoles no sólo reconocían la exuberancia de la tierra, también reaccionaban por comparación ante la realidad a la que se enfrentaban vinculando las localidades vencidas con las toponimias de la lucha contra los mahometanos.
Afirmar que el Nuevo Mundo se lee desde ojos peninsulares es una obviedad. Lo que interesa es tratar de pensar las prácticas que acompañan a los procesos cognitivos. Una parte importante de la legitimidad discursiva de las conquistas españolas residía en la homologación de las grandes gestas de la reconquista, las batallas por recuperar ciudades grandes y convertir poblaciones igualmente grandes; los lusitanos no tuvieron que enfrentar ese proceso. Los discursos de los conquistadores son parte de un amplio conjunto de prácticas en proceso de transformación.8
Un posible mundo moderno
El proceso de colonización de América es doble, no sólo se inventa un Nuevo Mundo a partir de su conquista y su colonización; también se reinventa Europa, o una versión renovada de lo europeo. El principio colonial moderno se aplica para ambos lados. América se coloniza al mismo tiempo que Europa; el agente es una relación social sui generis en proceso de conformación: la empresa capitalista.9
El momento colonial de la modernidad no es el de la invasión y conquista, primero de los ibéricos y después de ingleses, franceses y neerlandeses, como lo plantean los estudiosos de la “decolonialidad”. El momento colonial de la modernidad refiere a la unión forzada de la modernidad con el capitalismo. La lógica capitalista se hace material en la colonización de América, pero también en la de Europa, que no es de antemano una realidad capitalista.10
El siglo xvi es el de la prefiguración del mundo moderno, en el que se ponen en juego los elementos constitutivos del modo de producción capitalista.11 América desempeña un papel ambivalente, ya que define el rumbo de la Europa hacia el capitalismo, al tiempo que representa una posibilidad alternativa de que la producción y reproducción de la vida social vaya por otro lado.
Sin ser plenamente capitalista ni plenamente moderno, este periodo puede ser leído como el siglo de la colonización de la lógica del capital, el de la construcción de los fundamentos de la modernidad realmente existente. Si bien falta mucho tiempo para que el capitalismo se consolide como un modo de producción general que articula y domina toda la economía planetaria, hay ya muestras de su lógica de operación. Los viejos sistemas económicos, tanto en la baja Edad Media como en la recién conquistada América, mantienen sus principios básicos, pero articulados bajo un principio capitalista, desde el que se diseña un mercado mundial.12
Es importante no olvidar los debates que hay sobre el proceso de consolidación del capitalismo como el modo de producción dominante. La discusión tiene varios polos, dos de corte histórico y otros conceptuales. El principio del debate es la diferencia entre capital y capitalismo. Esta diferencia señalada por Marx no es menor en el entendimiento de la configuración capitalista del mundo.13 La existencia de una economía mercantil a escala mundial no muestra una forma capitalista de la economía. Si bien el capital es una precondición del capitalismo, su existencia no asegura relaciones de producción capitalistas. El que la circulación mercantil no sea suficiente para la acumulación de capital, y por eso el capital interviene en la esfera de la producción, no presupone la configuración de un mundo capitalista; es más bien su prefiguración.14
Hay un sistema económico capitalista colonial (distinto del capitalismo del centro de Europa) en el que perviven distintas matrices económicas en las que la forma capitalista es la articuladora, sin ser la dominante. En el caso de América en el siglo xvi interactúan economías comunitarias, una economía feudal y una economía mundial mercantil, complementarias y contrapuestas a la vez. Hay un conflicto no resuelto por la obtención de ganancias; ante la inmensa riqueza del continente la técnica importada de Europa es insuficiente y las técnicas locales no están diseñadas para la producción de gran escala (Bagú, 1992).
La economía colonial capitalista en el Atlántico que se construye en el siglo xvi es parte de un mercado mundial, sin el cual es imposible entenderla. En este proceso se configura la geografía de la economía mundial, pero antes de ella la topografía de los intercambios mercantiles, para construir y reconocer los distintos emplazamientos económicos de circulación de mercancías. No todas las cosas eran necesarias en todo el mundo, hay criterios de civilidad para determinarlo. La jerarquización no es binaria, norte sobre sur, ni occidente sobre oriente. Es una graduación de complejas escalas geográficas, en el interior de Europa y en el interior de América.
Espacios modernos en América
La producción del nuevo espacio tiene como escenarios privilegiados, aunque no los únicos, a las ciudades y las haciendas, que son los emplazamientos donde los conquistadores y los conquistados se convierten en vasallos bajo el cobijo imaginario de instituciones monárquicas. Son los lugares donde germinan las colonizaciones materiales y de lo imaginario.
Hay importantes diferencias entre los lusitanos y los españoles. Para los portugueses la presencia en el Nuevo Mundo tiene una preponderancia mercantil; su primer objetivo es el control de geografías comerciales, al que subordinan la ampliación de los territorios imperiales (Schwartz, 1990). En cambio, para los hispanos el proceso comercial se concentra en la explotación de las riquezas locales mediante una colonización extensa del nuevo territorio. La empresa eespañola tiene la preponderancia de conquista y colonización; en cambio, la empresa portuguesa privilegia lo comercial y mercantil. Esto se nota en la diferencia sustancial entre la Casa de Contratación de Sevilla y la Casa da India de Lisboa: mientras la primera operaba como una administración real para defender los intereses de la Corona y de los mercaderes, la segunda era una empresa comercial que defiende los intereses de los inversionistas en la Carriera da India (Furtado, 2003).
La colonización por invasión, control territorial y poblacional que realizaron desde el comienzo los hispanos se manifestó en Brasil hasta el siglo xvii. El dominio español sobre las nuevas tierras era tanto simbólico como material, se trasplantó una toponimia peninsular y se generó un proyecto de colonización mediante el poblamiento de las tierras. Para ello fue necesario justificar primero el dominio sobre los habitantes de las tierras ocupadas. Este proceso dio principio en la invasión del Caribe, donde se sentaron las bases de lo que pasará lustros después en tierras continentales. En las islas caribeñas hay una política de dominio de poblaciones nativas que persigue el control de la fuerza productiva, junto con la invención de categorías de clasificación social. Es en el Caribe donde se ensaya la guerra justa contra los nativos y su posterior trabajo forzado. Los lusitanos siguen otro proceso, su colonización es resultado de intereses ambiguos, que oscilan entre beneficios comerciales y argumentos religiosos; como en África, su principal objetivo no fue la extensión de las tierras imperiales ni la propagación de la fe.
Los emplazamientos en las nuevas tierras no tuvieron una misma función; para los lusitanos eran fuertes comerciales, localizados en las orillas continentales, para garantizar una salida rápida de mercancías, para los españoles representan localizaciones administrativas de control de población y territorio. La expansión colonial hispana se hizo sobre la base de una amplia red de ciudades y caminos que intentaban conectar la mayor parte del territorio conquistado. En los dos virreinatos las ciudades más grandes se edificaron durante el siglo xvi sobre las ruinas de viejos asentamientos prehispánicos. Del lado portugués las ciudades crecieron como archipiélagos, conectadas por el mar o por los ríos. Para el siglo xvii en Brasil sólo había siete ciudades importantes, todas junto al mar (Rocca, 2009).
Paradójicamente, las ciudades novohispanas implementaban decisiones monárquicas para limitar el comercio interno. Hubo periodos en que la Corona prohibió la comercialización entre sus territorios para proteger a las mercancías peninsulares. Esto produjo crecimientos locales fuertes pero desconectados y una amplia red de contrabando que subvertía las disposiciones comerciales metropolitanas. Por el contrario, las ciudades portuguesas estaban abiertas al comercio interno y externo, ante la necesidad de productos que la plantación no podía satisfacer.
Una de las razones de estas diferencias en la producción del espacio es la forma en la que se configura la relación colonial. Mientras las colonias hispanas eran consideradas como territorios adyacentes, con prerrogativas administrativas como todos los reinos que componían la alianza regia (que es la base de lo que después se llamará España), lo que produjo un fuerte sistema corporativo, en cambio las colonias lusitanas, si bien tenían autonomía relativa de la metrópoli, su dependencia para resolver los problemas internos era muy grande. Los portugueses no fundan hasta 1540 un gobierno general en América. Por su parte, el primer virreinato hispano es de 1535, dieciséis años después de la conquista de tierras continentales. Siete años más tarde se funda el virreinato de Nueva Castilla en el Perú. Durante el siglo xvi hay diez audiencias en el virreinato de la Nueva España, lo que demuestra el papel de la burocracia en el proyecto imperial (aunque en la práctica no fuera del todo acorde con sus funciones asignadas).15
El caso castellano se puede explicar como resultado del proceso de reconquista, recién terminado en 1492, y del proceso de unificación de los reinos. En este periodo la Iglesia peninsular desempeñó un papel central, así como las prerrogativas administrativas para la conquista y evangelización de los territorios “recuperados”.
Si bien Portugal también participó del proceso de reconquista, su duración fue menos larga. Desde 1140 la Corona se consolida, es la primera unificada de la península. Su expansión territorial comienza en el siglo xv con los viajes atlánticos hacia Madeira, las Azores y después Cabo Verde. En esas expediciones rige la lógica mercantil, sus asentamientos subordinan el control territorial al control comercial. Los asentamientos lusitanos en África no se consolidan con la presencia de colonos estables, sino por el éxito mercantil a corto plazo. La forma africana seguirá en Brasil desde 1500, año del primer contacto, hasta 1534, cuando la tierra se arrienda a mercaderes que emprenden la conquista territorial. Al comienzo de este proceso, se divide el territorio en 14 capitanías hereditarias otorgadas a portugueses de alta calidad social, con amplios poderes administrativos. La intención era limitar el avance francés al norte, no reorganizar el territorio bajo una administración centralizada.16
Esta forma comercial de construir un territorio monárquico permitió la presencia de múltiples y variados agentes para poblar las nuevas tierras. A diferencia del control castellano para asegurar la procedencia de los nuevos colonos, los portugueses permitieron la instalación de casi cualquier persona.17 Esto es el antecedente de un espacio social de convivencia desde la diversidad, que será también aplicado, con sus salvedades, a las poblaciones locales (por ejemplo, el tupi era una lengua franca en las ciudades costeras). La marca de esta movilidad es la fluctuación de los sectores comerciales de Europa, que no representaban un estamento asentado por largo tiempo, sino un grupo social de mucha movilidad. Aquí desempeñan un papel preponderante los “cristianos nuevos” (judíos y musulmanes conversos), que vieron en tierras brasileñas un espacio de oportunidad para seguir practicando sus actividades comerciales y, en secreto, sus creencias religiosas (Novinski, 2001).
La construcción de la geografía lusitana en América no tiene como intención hacer una nueva versión de Portugal. Las ciudades y villas y el rápido crecimiento de las plantaciones lo demuestran. Brasil es en el siglo xvi un territorio de múltiples fronteras,18 con el mundo atlántico, entre capitanías, entre regiones de tierra adentro habitadas por indígenas, entre regiones ocupadas por franceses. La primera frontera se define por la existencia de un mundo civilizado y la necesidad comercial; sólo cuando las ganancias decaen se amplía la frontera hacia terrenos ignotos. Sólo a finales del siglo xvii, cuando se descubre oro en Minas Gerais, el interior se convierte en espacio de riquezas.
El espacio brasileño es en el siglo xvi es predominantemente rural, desarrollado en función de una economía agraria cuyo centro es el monocultivo del azúcar (Mintz, 1996). Alrededor de los ingenios es que se reproducen los espacios de socialización. La economía de plantación es el eje de la vida económica y la integración regional (Schwartz, 2005). Otro espacio importante, pero no menos rural, son las aldeas jesuitas, concentraciones de poblaciones nativas para su evangelización y protección.
En el caso hispano, las ciudades desempeñan un papel central. En ellas se expresa el deseo de hacer una España americana, una versión corregida del mundo peninsular, reproduciendo sin errores las ciudades medievales. En los nuevos asentamientos urbanos se edifican sueños y deseos. Las ciudades hispanoamericanas en el siglo xvi no se entienden sin la minería; sin el auge de los metales, Lima y México no habrían sido dos de las urbes más grandes y ricas del mundo. La economía minera organizaba la vida productiva, era una inapreciable fuente de ingresos. Las minas se complementaban con las haciendas, que las abastecían de productos. La hacienda no se consolida como unidad económica sino a finales del siglo xvii, cuando ocupa un lugar importante en el abasto de los subsistemas urbanos.19
La reorganización de la vida social
La reorganización de la vida cotidiana en el siglo xvi sigue siendo un objeto de debate en la historiografía. En este trabajo interesa poner atención en el proceso de mestizaje peculiar, marcado por los fallidos intentos de segregación, que suelen leerse como un rechazo absoluto de la presencia peninsular por parte de las poblaciones nativas o el rechazo peninsular a los locales. La relación entre conquistadores y nativos produce equilibrios relativos de un proceso de dominación, que existe no por los grupos (dominadores europeos sobre dominados nativos), sino por la construcción de prácticas en las que se definen los sujetos y sus identidades.20 Estas prácticas se alimentan de diversos criterios de clasificación social como: 1) la posición en el proceso de conquista (los méritos por servicios), 2) la nacionalidad (entendida como el lugar de nacimiento, expresada por el apellido y por el linaje), 3) la actividad productiva (p.e. ser artesano o campesino). La dominación no se genera por diferencias esenciales, sino por la reconfiguración de los esquemas de organización y clasificación social.
Un elemento para considerar este periodo es el de la construcción de las clasificaciones sociales. La categoría de indio, que sirve para resolver un problema múltiple y complejo, para crear una unidad social donde no existía, ya que la diversidad y divergencia de las distintas formas de ser de los grupos nativos eran demasiado amplias como para ser agrupadas en una imagen-unidad de clasificación. Hay un encubrimiento discursivo de la diferencia, que no necesariamente se refleja en las prácticas.21 A esto hay que agregar que no todos los indios se asumían como conquistados. Las rebeliones indígenas son historia pendiente de ser comparada, para entender su papel en la construcción de las identidades americanas; no sólo atendiendo a las grandes movilizaciones y enfrentamientos, sino también a las formas cotidianas de resistencia y de recreación de las viejas formas de sociabilidad.22
Algo similar puede decirse de la categoría de español y portugués, que designa a grupos no homogéneos. Esto no presupone una relación equitativa u horizontal; por el contrario, hay una marcada diferencia de poder en la construcción de los criterios y prácticas de clasificación social, pero como todo poder, es una relación entre sujetos, no un acto de dominio sobre un actor pasivo.
Se puede usar una imagen para explicar el proceso de construcción de diferencias sociales pensando que los europeos pasaron de una teratología colonial a una protoetnología colonial; transitaron de la búsqueda de los seres fantásticos en un ambiente pleno de caballería al entendimiento de los otros (a veces bajo la fuerza de las armas para poder lograrlo). En América se replantean las concepciones medievales, de larga data, a través de las cuales se simboliza la relación con el mundo creado, con lo Otro no humano, que desempeña el doble papel de espacio donde habita lo salvaje y espacio de prueba de la verdadera fe (Bartra, 1992). América es un espacio de actualización del mito del salvaje, que sirve como mediación social para superar las contradicciones existentes en las distintas concepciones de mundo en interacción, las distintas geografías y la falta de conocimiento de una realidad compleja.23 No sorprende la idea de monjes ermitaños que ponen a prueba su fe, sobre todo en el sertão brasileño que simbolizaba la posibilidad de una tierra sin males, habitada por buenos salvajes (Pereira de Queiroz: 1969).
El papel de la Iglesia en la configuración del orden social es fundamental en las regiones hispanas y la región lusitana. La presencia de las órdenes religiosas y militares es importante desde el principio; un ejemplo claro lo representa Nicolás de Ovando, miembro de la orden militar de Alcántara, que fue designado gobernador de La Española en 1501. Durante el gobierno de Ovando empieza el proceso de construcción de un espacio social marcado por la idea de hacer una España americana. El primer paso es la fundación de ciudades para aglutinar y organizar a las poblaciones dispersas, además de organizar la actividad económica y las empresas de exploración. La labor militar y religiosa fue la de poner orden en un mundo en constante cambio de percepciones, de paisajes, de poblaciones, de sentidos. También desarrolló actividades secundarias no menos importantes, como ser la mayor fuente de capitales.
En el caso portugués, la Iglesia también es central, sólo que llega en un momento distinto. Son los jesuitas los primeros en establecerse en las nuevas tierras y empezar el proceso de evangelización; llegan a Brasil nueve años después de su fundación, mucho antes de ir a terrenos hispanos. El proyecto de sociedad jesuita tiene una clara marca postridentina, la imagen de la Reforma luterana es un referente a combatir. La Compañía de Jesús es una expresión del debate humanista del siglo xvi, alimentado de un milenarismo y de una escatología cuyo objetivo era una evangelización compleja, que construyera en el mundo la imagen del paraíso perdido. La salvación empezaba en la comunidad y en la Tierra.
América fue un nuevo escenario de la guerra religiosa, primero de manera simbólica durante el siglo xvi y después concreta, con la presencia de las colonias inglesas y holandesas en el siglo xvii. Esta disputa es fundamental para entender la occidentalización múltiple del Nuevo Mundo; por un lado, la idea católica ibérica de la salvación por la renuncia y las buenas obras, y por otro, la concepción protestante de la vocación individual asegurada en el éxito y la bonanza material.24 Durante el siglo xvi la imaginería religiosa asociaba la pérdida de almas en Europa y el descubrimiento de una tierra no corrompida y lista para la evangelización (Mayer, 2008, pp. 53ss).
Para el caso hispano la encomienda y el repartimiento de nativos son dos criterios de clasificación social legitimados por la empresa evangelizadora. En la práctica la encomienda tenía un sentido de control de poblaciones, sobre todo de su fuerza productiva.25 No todos podían ser encomenderos; se requería, al menos discursivamente, una cualidad notable que asegurara el cuidado de los indios y garantizar el pago de impuestos correspondientes. Por otra parte, no todos los indios participaron de la encomienda, esto dependía de su posición social y de su capacidad de negociación e integración a la vida colonial.26 Ante la crisis de la encomienda se instauró el repartimiento, que obligaba a ciertos indígenas a trabajar forzadamente para un conquistador. Junto con la exacción de la fuerza de trabajo, se obligaba al consumo de mercancías que distribuía el conquistador; esto completaba el círculo de sumisión.
Junto al repartimiento, hay otro proceso de clasificación social de las diferencias: las dos repúblicas, la de indios y la de españoles. Un proceso que se acompañó de la construcción de criterio toponímico para los indios: todos sus pueblos tomarían el nombre de un santo. Desde la edificación de las primeras ciudades se estableció la división de espacios como una política de segregación para impedir el mestizaje. Pero las prácticas cotidianas nunca respetaron la separación, el mestizaje cultural corría paralelo a la mezcla de los cuerpos. En este proceso de integración, los ritmos de transformación cultural son distintos de los indios entre españoles que de los españoles entre los indios. Los indígenas aprendieron rápidamente las formas y estrategias de vida colonial, no así los colonos europeos que vivían entre indios. Las zonas de contacto directo son más complejas y más extensas por parte de los indígenas que por parte de los colonos.27 La jerarquía social es una mezcla de matrices que intentaron adaptar las formas nativas a los criterios tardomedievales. Al menos eso se intentó con la construcción de los espacios sociales para los caciques en Nueva España o los curacas en Perú y en todos los territorios hispanos con la promoción de cofradías de indios. En los Andes los indios lograron un uso estratégico de su posición social para asegurar privilegios y defender formas comunitarias de existencia.
En la región andina se implementó para las zonas mineras la mita, que formalmente se parece al repartimiento, pero con la diferencia que en su ejecución hay una compleja negociación con los grupos indígenas. Sin negar su carácter explotador de la fuerza de trabajo india, hay que reconocer que fue un espacio de transacciones de poder entre conquistadores y nativos. En principio porque permitió una organización comunal del trabajo, que se siguió haciendo a la usanza prehispánica durante más de un siglo.28
La presencia de población negra fue importante por regiones, pero no en todo el territorio español. El papel social de los negros es doble, productivo y simbólico; fueron una fuerza de trabajo importante en las plantaciones caribeñas y costeras, al tiempo que eran un símbolo de prestigio para sus dueños en las ciudades, en las que trabajaban como sirvientes domésticos.
En la parte lusitana se utilizaban otros criterios de organización social. La esclavitud de los indios era frecuente. Ante el descenso de la población nativa, por su alta tasa de mortalidad o por su migración a tierra adentro, los lusos recurrieron al comercio de esclavos negros para mantener la demanda de azúcar. Este doble proceso les permitió ser parte central de la configuración del mundo atlántico durante más de dos siglos (Godinho, 2005). A Brasil llegan miles de esclavos y de Brasil salen toneladas de azúcar; ese doble ciclo comercial marca la vida social desde 1549, cuando se hace legal el comercio de esclavos africanos. Los bajos costos de los esclavos, sus malas condiciones de vida hicieron que este sector poblacional estuviera en constante renovación. A eso se suma la baja tasa de natalidad, porque la mayoría eran hombres y porque las condiciones en las que las mujeres debían tener a sus hijos no eran seguras. Los esclavos negros no sólo fueron importantes por su carácter económico, también generaron complejas relaciones entre estratos sociales (1988).
En cuanto a las poblaciones nativas, las relaciones fueron ambiguas y contradictorias. Los indios tupi aceptaron y convivieron con los conquistadores, pero la necesidad de mano de obra no consideró esta relación hospitalaria. Por lo que la esclavitud de indios fue una constante en las tierras brasileñas. La caza de indios fue el motivo de incursiones tierra adentro por bandas de colonos mestizos, que al tiempo que ampliaban los territorios alimentaban la necesidad de mano de obra servil. Esta estrategia era opuesta a la que seguían los jesuitas, que construían aldeas para los indios, liberándolos del trabajo esclavo de las plantaciones. La disputa por la fuerza de trabajo nativa entre colonos y misioneros fue una constante en el siglo xvi.
La presencia francesa en el noreste también impactó en la forma en la que los colonos portugueses se relacionaban con los indios, pues los galos prohibieron la esclavitud de los nativos. Además, convivían cotidianamente con ellos. Ese mismo modelo lo siguieron los holandeses.
El crecimiento de los territorios colonizados hacia tierra adentro con el auge de las plantaciones configura en Brasil una sociedad del sertão, de colonizadores del “desierto”. La forma de habitarlo es por excelencia la hacienda de plantación y la aldea de evangelización, donde se configura una tierra de santos y de milagros, de misticismos y subversiones (Weckmann, 1993). La hacienda es el espacio donde se inicia en el siglo xvi la construcción de sociedades paralelas a la portuguesa, tanto de negros como de indios; son los espacios de mediación y encuentro que durante el siglo xvii se trasladarían a la plaza y a las procesiones religiosas. La multiplicidad de tiempos y lugares de la hacienda permite construir realidades no binarias (amo-esclavo, tradición-desarrollo), sino de terceros no incluidos: mulatos, malandros, fiestas. La hacienda es por excelencia el espacio en que la sociedad se enfrenta consigo misma, con sus contradicciones y sus límites estructurales. El suplemento de la hacienda es la aldea, el espacio del ritual y de la construcción de imágenes colectivas y comunitarias, donde las distintas realidades se compensan y se complementan.29 Esta labor expresa la visión jesuítica del mundo de Dios en la tierra, del paraíso perdido en el presente.
En el caso español como en el portugués se da la construcción de un sector social sin espacio en las concepciones estamentales tardomedievales que se refuncionalizaron para clasificar la vida social: el libre, los sujetos que no cabían en la clasificación social. Generalmente mestizos liberados de las obligaciones sociales de los estamentos sociales. Esta figura será problemática en el largo siglo barroco, pero desde el siglo xvi representa dificultades en la organización social. Hay una diferencia de género que no ha sido suficientemente explorada, ya que generalmente los mestizos sin espacio en la esfera pública son hijos naturales, sin padre socialmente reconocido; por lo que es una labor femenina la de construir un espacio de pertenencia y legitimidad para este sector sin espacio.30
De múltiples modernidades
En el siglo xvi americano se presenta una forma de comportamiento que intenta reconstruir la vida en un contexto en el que parece imposible; un comportamiento que es producto de la interacción de múltiples matrices culturales y de tiempos históricos asincrónicos, en interacción forzadas. Ante la negación de la vida, por la fuerza de la conquista material, simbólica y biológica, que afecta de maneras desiguales a nativos y a peninsulares, se construye en las prácticas una vida material y caminos de reconfiguración del sentido de la existencia. Este proceso no se realiza por entidades constituidas, es, por el contrario, una relación de constitución de identificaciones nuevas. Se occidentaliza América, se occidentaliza Europa, se indianiza América, se indianiza Europa. Estas configuraciones no son resultado de un encuentro pacífico, sino del desarrollo de relaciones contenciosas, entre sujetos con fuerzas desiguales y con objetivos incompatibles. Fuerzas y objetivos que tienen que ser reformulados en la inevitable convivencia cotidiana en un mundo en ruinas y, paradójicamente, abierto a las posibilidades.
Las condiciones materiales en las que la constitución de nuevos sujetos se realiza no son equitativas, lo que determina su posición y su carácter. La organización de la vida es resultado de un poder social desigual, de una distribución heterogénea de los espacios sociales; pero no es camino unidireccional, ni de dos polos: conquistadores y conquistados. La complejidad se da en las múltiples y sutiles mediaciones, que se sostienen sobre inserciones históricas específicas, un bizarro mundo medieval y mundos nativos destruidos. La relación central no es la de dominadores-dominados.
El siglo de la espada y de la cruz es el de una batalla en múltiples terrenos por dar rumbo y contenido a una forma moderna de existencia, que si bien empieza a colonizarse por la valorización del valor, no lo hace de manera plena. La resolución del drama de la conquista en las prácticas cotidianas, desde las que se construye un espacio de resistencia, prefigura ya una multiplicidad de formas posibles para la modernidad. La base de estas versiones de modernidades alternativas es la apertura hacia los otros. Apertura que es siempre ambigua, contradictoria y, a veces, conflictiva, pero que permite vivir lo invivible.
El siglo xvi es el de la occidentalización de la historia americana, pero también el del principio de la americanización de la historia europea, que paulatinamente deja de desarrollarse en torno al mar de Mediterráneo. No sólo se llevaron metales y riquezas del Nuevo al Viejo mundo; también viajó la posibilidad de que la modernidad fuera de otra forma, distinta a la capitalista, representada por América como un sujeto sui generis que expresaba la posibilidad de una vida de apertura a la diferencia (Echeverría, 2006a).
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1 El trabajo es resultado del proyecto papiit-dgapa-unam in303715, “Modernidades alternativas y nuevo sentido común”
2 Instituto de Investigaciones Económicas, Universidad Nacional Autónoma de México, México. Circuito Mario de la Cueva, s/n, Cd. Universitaria, 04510, cdmx, México
3 Es importante trascender el idealismo de Edmundo O’Gorman, pues si bien su planteamiento permite múltiples lecturas, tiene límites al reducirse al orden del pensamiento. La invención de América no sólo es un proceso imaginario, implica criterios de clasificación de orden material. Esta misma crítica se aplica a los planteamientos de Walter Mignolo (2007, pp. 27ss), que reduce el enfoque a los criterios epistemológicos usados por los europeos para la invención y el dominio del Nuevo Mundo.
4 Bolívar Echeverría define el ethos histórico como “un principio de construcción del mundo, de la vida. Es un comportamiento que intenta hacer vivible lo invivible; una especie de actualización de una estrategia destinada a disolver, ya que no a solucionar, una determinada forma específica de la contradicción constitutiva de la condición humana: la que le viene de ser siempre la forma de una sustancia previa o “inferior” (en última instancia animal), que al posibilitarle su expresión debe sin embargo reprimirla” (Echeverría, 1998, p. 37).
5 Por modernidad se entiende, a la manera de Bolívar Echeverría (2010a), la totalización de un proceso civilizatorio sostenido por la posibilidad de trascender la escasez cuantitativa y cualitativa (derivada de la relación amenazante con lo no humano, lo Otro, la naturaleza) y construir un mundo de abundancia (cualitativa) desde una relación técnica de cooperación y codisfrute de la riqueza natural. Hay aquí un problema que engarza con la tradición historiográfica, porque si bien la noción moderna de la historia aparece en el siglo XVIII, no tenemos que confundirla con la historia de la modernidad. La perspectiva de Echeverría permite una lectura de doble nivel, tanto material como semántica; la modernidad no es sólo un proyecto inacabado (como Habermas lo plantea) o una forma de vida o modos sociales europeos a partir del siglo XVII (como lo sugiere Giddens); es una civilización material que actualiza en la forma capitalista las potencias para superar la escasez (Echeverría, 1995).
6 Esta propuesta ofrece líneas de investigación más críticas que los estudios “decoloniales”, que si bien han abierto el campo de reflexión sobre las realidades americanas, pensadas desde una modernidad-colonialidad, reducen y simplifican la complejidad del proceso histórico, por cosas tan sencillas como el hecho de mirar a Europa como una entidad homogénea y configurada de antemano.
7 Jérôme Baschet (2009, pp. 249ss) propone una interesante lectura del mundo feudal en América, desarrollando la idea de Jacques Le Goff de una larga edad media, que no termina con el renacimiento, sino que dura hasta entrado el siglo XVII. Bajo esta premisa, Baschet agrega el elemento americano al estudio de la civilización medieval, para pensar cómo se recompone en tierras no europeas. Esto le permite afirmar que en América hay un feudalismo tardío y dependiente que convive con otros segmentos económicos.
8 Michel de Certeau ha señalado el cambio en el orden del discurso durante el siglo xvi. A partir de la presencia del Nuevo Mundo se elabora otro funcionamiento de la escritura y la palabra. “Comprendida en la órbita de la sociedad moderna, su definición adquiere una pertinencia epistemológica y social que no había tenido antes; en particular se convierte en el instrumento de un doble trabajo que se refiere, por una parte, a la relación con el hombre salvaje, y por otra parte a la relación con la tradición religiosa.” (Certeau, 2006, p. 205). Debemos recordar que el discurso también se materializa en prácticas, y que son éstas las que lo alimentan, las que intenta representar.
9 Si bien ambas categorías, capitalismo y colonialismo, no son propias de la época, sirven de matrices analíticas para explicar un proceso en formación de muy larga duración. La lógica colonial del capitalismo no se reduce a un hecho concreto, es una forma de analizar las dinámicas de producción de una civilización material organizada sobre la base de la valorización y la ganancia sin límites. Tanto el colonialismo como la modernidad son palabras que designas tres niveles asociados, pero diferenciados: 1) en ambos casos se trata de un concepto, 2) una teoría (o teorías) y 3) formas de describir un proceso histórico. En cada uno de estos niveles hay varios debates por determinar su especificidad, desde distintas perspectivas disciplinares. Para los fines de este trabajo modernidad y colonialismo son dos procesos vinculados a la configuración del mundo capitalista. La modernidad se ve como una potencia que hasta la fecha sólo se ha podido actualizar en su forma capitalista; el colonialismo es una dinámica de subsunción multimodal que no sólo refiere al control político y económico de una metrópoli, sino a un amplio conjunto de procesos de reparto y clasificación social que subordinan cognitiva, afectiva y políticamente comunidades y territorios.
10 Esta colonización del capital es el proceso en el que la valorización del valor domina la esfera económica, primero en la circulación y luego en la producción y en la reproducción. El capital se vuelve un sujeto automático, en términos de Marx, una relación que cumple las funciones de un sujeto social sin ser un sujeto (Marx, 1987, pp. 109ss.) Este proceso presupone una colonización del mundo de la vida en el planeta.
11 Como dice Eric Hobsbawm, “La economía europea atravesó por una ‘crisis general’ durante el siglo xvii, última fase de la transición general de la economía feudal a la economía capitalista. Aproximadamente desde el año 1300, cuando se hizo evidente que algo marchaba mal para la sociedad feudal europea, hubo varias ocasiones en que ciertas zonas de Europa parecieron encontrarse al borde mismo del capitalismo. El siglo xiv en Toscana y en Flandes y los comienzos del siglo xvi en Alemania tenían sabor a revolución “burguesa” e “industrial”. Pero es recién a mediados del siglo xvii que este sabor se convierte en algo más que el condimento de un plato esencialmente medieval o feudal. Las primitivas sociedades urbanas nunca alcanzaron un éxito total en las revoluciones que anunciaron” (Hobsbawm 1971, p. 9). Subrayados míos.
12 Esto ha sido ampliamente estudiado por Immanuel Wallerstein (1979); para este sociólogo el siglo xvi es una inflexión desde la que se puede reconocer el principio del sistema-mundo capitalista, que sin la presencia de América sería impensable.
13 Karl Marx trascendió la división entre producción y circulación. El capital, si bien domina y se recrea en la esfera de la circulación, impacta y reconfigura la esfera de la producción y la reproducción. Un factor determinante es la construcción histórica de una mercancía artificial: la fuerza de trabajo. Desde este elemento se erige la diferencia del precio final de la mercancía y la minúscula parte que de éste corresponde a la reproducción de la fuerza de trabajo, lo que es posible sólo en un modo de producción general de la riqueza social bajo la lógica capitalista (Marx, 1988, pp. 224ss).
14 Éste es un debate no resuelto, a pesar de las correcciones y ampliaciones de la obra de Braudel (1974). Giovani Arrighi (1999, pp. 107ss) hizo un esfuerzo por replantear la historia del capitalismo desde el surgimiento de una economía mercantil de escala mundial, estudiando el papel del capital financiero.
15 Michel Bertrand (2011) ha reconstruido el carácter sistémico de los vínculos de los funcionarios de la hacienda real y las elites locales, para superar la idea de la corrupción generalizada de los funcionarios y demostrar las tensas relaciones de la burocracia con las disposiciones de la Corona, los conflictos entre el diseño político y su implementación.
16 La presencia francesa en territorios portugueses manifiesta un cambio en las relaciones interestatales y prefigura ya un orden moderno. Mientras los españoles respetaban la bula papal de Tordesillas, los franceses desconocen el laudo papal y se aventuran a la guerra entre Estados. La presencia gala coincide con el debilitamiento del poder papal en la Europa central, manifiestos en el Ínterin de Augsburgo, promulgado por Carlos V como estrategia de pacificación y conciliación entre protestantes y católicos. Después, con la derrota de la armada invencible de Felipe II y la independencia de Flandes, las relaciones interestatales se modifican al margen de las bulas papales. Los holandeses no sólo las desconocen sino que usan criterios jurídicos civiles para colonizar tierras brasileñas.
17 La paradoja comercial de la conquista portuguesa se expresa también en los contratos comerciales con los estados con los que mantuvo una guerra en los territorios de Brasil. Con los holandeses firma un acuerdo comercial en 1661, veinte años después de que los expulsan de sus territorios en América; con los ingleses habían firmado dos acuerdos de intercambios comerciales en 1642 y 1654, mediante los cuales se crea una factoría inglesa en Lisboa; con los franceses firman acuerdos en 1667 y con España
en 1668.
18 Darcy Ribeiro (1977, pp. 238ss) resaltó el papel multifronterizo en el interior de las colonias portuguesas como característica de la interacción social.
19 Enrique Florescano (1971) sigue siendo clave para entender esta relación. Por otro lado, François Chevalier (1999) identificó tres grandes dominios de las haciendas novohispanas que las hacían tanto un enclave comercial como político: 1) control sobre bienes naturales rentables: el agua y la calidad del suelo de cultivo, 2) control sobre la fuerza de trabajo y 3) control sobre los mercados regionales y locales.
20 Esta tensión no se desarrolla sólo en el terreno discursivo, en la configuración de una economía escritural colonial, como la llama Francisco Ortega (2011). Lo que está en juego no es sólo la posibilidad de enunciar para subvertir las distancias culturales, lo que se juega es más simple, pero a la vez más complicado: la disputa por la capacidad de construir y significar la existencia, por dar sentido (en su doble acepción: dirección y contenido) a la vida. Este proceso se llena de silencios, incluso puede ser mudo, sin la necesidad de transitar al orden de lo escritural o del habla.
21 Enrique Dussel (1992) afirma que la modernidad comienza en 1492 a partir del encubrimiento de la otredad nativa que habitaba el continente. Su sugerente propuesta requiere de una lectura histórica compleja, que pueda dar cuenta del proceso en el que se configuran las identidades indias y las identidades peninsulares, la del colonizado y la del colonizador. Para Dussel, Europa es ya una existencia sustancial y definida al momento de la conquista: “Europa que tiene la ‘experiencia’ de construir al otro como dominado bajo el control del conquistador, del dominio del centro sobre una periferia. Europa se constituye como el ‘centro’ del mundo (en un sentido planetario). ¡Es el nacimiento de la modernidad y el origen de su ‘mito’!” En esta lectura Europa no es un proceso, sino una entidad sustancial (Dussel, 1992, p. 10).
22 Un trabajo muy sugerente es el de Georges Baudot (2007), su análisis de las formas de resistencia de las comunidades indígenas en la Nueva España, tratando de ir más allá de la lectura colaboracionista de las elites indígenas y la sumisión de las bases.
23 No es extraño que en el siglo barroco existan varios intentos europeos por representar la figura del nuevo salvaje americano, desde los caníbales de Montaigne hasta el Calibán de Shakespeare. Aunque Harold Bloom (2008, p. 808) afirme que Calibán dista mucho de ser una celebración del “hombre natural”, es difícil no hacer asociaciones alegóricas para leer el proceso colonial en la relación entre Próspero y Calibán.
24 Es interesante pensar la (norte)americanización de la modernidad, propuesta por Bolívar Echeverría (2010b, p. 87), en una clave histórica de larga duración, en la que se configura la imagen del destino y el triunfo que llenan de contenido y sentido a la modernidad capitalista tardía.
25 Silvio Zavala (1992) demostró la refuncionalización en América de la forma medieval de la encomienda, que durante la reconquista tuvo un carácter territorial, mientras en el nuevo mundo fue poblacional.
26 En el caso andino esto ha sido ampliamente estudiado por Silvia Rivera Cusicanqui (2010b), que refuta las ideas de Tristan Platt acerca del desplazamiento del sometimiento de la autoridad inca a la autoridad española por parte de las comunidades del altiplano. Para Rivera Cusicanqui, hay una tradición preinca de negociación con los poderes dominantes, lo que ha permitido la sobrevivencia de las formas comunitarias y territoriales de muy larga duración.
27 Rolena Adorno (1989, p. 118) llama zonas de contacto a las prácticas y espacios sociales construidos por los indígenas a través de la refuncionalización de los recursos de los conquistadores. Su ejemplo es el caso de Guaman Poma de Ayala, que construye una mediación discursiva entre lo oral indígena y lo escritural hispano a través del uso de imágenes, presentes en ambos horizontes culturales.
28 Michael Taussig (1980) propone una polémica, pero sugerente, forma de mirar la compleja relación de los indígenas en la minería andina, a través del estudio de las formas de construcción simbólica del habitante de las entrañas de la mina: el Tío, una representación del diablo. Lo demoníaco expresa una ambigua relación de los indios con la producción capitalista, particularmente con la ética que le acompaña, donde no todo es dominación sino un proceso constante de negociaciones simbólicas.
29 Extrapolo las propuestas de Roberto Da Matta (2002) hacia el Brasil del siglo xvi, para encontrar ahí los gérmenes de lo brasileño.
30 Silvia Rivera Cusicanqui (2010a) ha ensayado respuestas para el caso del altiplano andino, estudiando la configuración del poder comercial de las mujeres como una estrategia que apuesta por el mestizaje como forma de construir un espacio social que revierte la deshonra de la procedencia ilegítima.