El interés de explorar y conquistar la América septentrional por parte de la Corona de Castilla dio origen entre los años de 1598 y 1600 a una expedición al mando de Juan de Oñate. Sus logros más destacados fueron inspiración para que el legista, soldado y poeta Gaspar de Villagrá escribiera el único poema épico del norte del río Bravo, cuyo tema central es la batalla de Ácoma. El poema consta de 11 900 versos endecasílabos distribuidos en 34 cantos y fue impreso en Alcalá de Henares y publicado en 1610, con dedicatoria a Felipe III y con el título de Historia de la Nueva México.
Manuel M. Martín Rodríguez ha dedicado ya buen tiempo y atención a la obra, de lo que han resultado su estudio Gaspar de Villagrá: legista, soldado y poeta (Universidad de León, 2009) y la edición de la Historia de la Nueva México (Instituto Franklin de Estudios Norteamericanos, Alcalá de Henares, 2010). Si el primero es una aproximación biográfica, el segundo es filológica, de modo que ésta que aquí se comenta redondea el tratamiento con una aproximación crítica a partir de informes, hallazgos y opiniones, propias y ajenas. Son cinco estudios reunidos bajo un título que muestra muy bien cómo Villagrá hizo de la guerra una composición y de la poesía un reto: Cantas a Marte y das batalla a Apolo.
Los cinco estudios sobre Gaspar de Villagrá aproximan favorablemente al lector que quiera conocer la Historia de la Nueva México y a su autor, ya que cada uno contiene amplia información en el propio sentido, que a su vez es complementaria del resto: una biografía detallada del poeta poblano que Martín Rodríguez ha robustecido con datos importantes gracias a la reorientación de sus indagaciones; aporta también la no menos interesante formación humanística del autor, reflejada en el segundo y tercer estudios, debidamente comentados con base en versos tomados del poema muy a propósito de lo que explica. El cuarto estudio tiene lugar preponderante entre los demás no sólo por las muchas observaciones que en el siglo XVII alguien dispensó al poema, sino que presenta a un personaje contemporáneo a Villagrá que, como él, vivió y observó las costumbres de la Nueva España de su tiempo, y por si fuera poco, dedicó al poema una crítica que raras composiciones han merecido en su momento, y de las que Martín Rodríguez nos hace partícipes en la lectura. Cierra esta contribución en Cantas a Apolo y das batalla a Marte con muy diversas opiniones de que el poema ha sido objeto a lo largo de más de cuatrocientos años, lo que nos proporciona una visión sincrónica y diacrónica de su recepción.
El primer estudio toca aspectos de la vida de Gaspar de Villagrá, nacido de padres españoles en Puebla de los Ángeles en 1555 y estudiante de leyes a partir de 1571, durante seis de los siete años que permaneció en Salamanca para luego regresar a la Nueva España y ejercer varios oficios burocráticos hasta que se alistó como capitán en la expedición comandada por Juan de Oñate hacia el norte de la Nueva España, experiencia que le daría material para la creación de su Historia de la Nueva México. En 1600 Villagrá volvió a España y permaneció allá hasta 1620, cuando, a los sesenta y cinco años, le fue concedido el puesto de alcalde mayor de Zapotitlán, en Guatemala, pero murió en alta mar durante la travesía hacia el puerto de la Vera Cruz, donde haría escala.
A la formación humanista de Gaspar de Villagrá se dedica el segundo estudio. El conocimiento en materia jurídica del bachiller no sólo le consiguió algunos cargos públicos en la Nueva España (como el de juez asesor en materias eclesiásticas y del foro mixto, obtenido en 1598), sino que dejó huella en su poema épico mediante la curiosa inclusión de varios documentos legales en el cuerpo de su creación, que no sólo complican el curso del canto, sino que resultan paradójicamente coherentes con un género que aún cabalga entre las pretensiones poéticas y las historiográficas. Ésta y otras singularidades de la obra de Villagrá le merecieron en más de una ocasión opiniones implacables, como la de don Marcelino Menéndez y Pelayo para quien la Historia de la Nueva México “vence en lo rastrero y prosaico [… ] Está en treinta y cuatro morales cantos en verso suelto [… ] una escoba desatada” (p. 241).
El tercero de los estudios se refiere a las fuentes del poeta. El teatro de González de Eslava, ecos de la Eneida, la Farsalia y los textos homéricos, además de la Araucana y la Comedia (aunque la alusión a Dante sea apenas una) resaltan en una obra que, a decir de Martín Rodríguez, deviene en una “auténtica escritura intertextual que hace de la alusión a otros textos su verdadera y original razón de ser” (Martín, p. 80). Y no solamente la antigüedad clásica tiene voz en este poema, sino que también contribuyeron a la red intertextual “las pinturas indígenas de las kachinas y del martirio de los frailes, el dibujo cosmográfico de Mómpil, la leyenda de Aztlán [… ] y dos comedias que se representan en distintos momentos de la entrada de Oñate” (pp. 133-134).
El cuarto estudio tal vez sea el más interesante, pues trata las anotaciones que haría un puntilloso lector anónimo casi contemporáneo del poema; un lector conocedor del latín, lengua en que citó a Ovidio y Virgilio en su copia de la Historia de la Nueva México, testigo también de la Nueva España en la que se desenvolvió Villagrá. Así, la formación humanista y la cercanía histórico-geográfica de este lector permite a Martín Rodríguez regalarnos con una erudita lectura de primera mano de esta obra todavía mal comprendida, una lectura que supone una “concordancia casi perfecta entre el sentir del autor y el de este su lector más diligente” (p. 178).
El último estudio comenta y analiza las críticas que la obra de Villagrá ha recibido a lo largo de cuatro siglos. Por ejemplo, en el mismo siglo XVII se juzgó los paratextos del poema como encomiásticos y muy exagerados, aunque tampoco faltaron quienes llegaron a comparar a Villagrá con Homero e incluso se le consideró un nuevo Ercilla. La crítica del siglo XVIII no fue mejor, al ubicar al poema entre los malos y entre los mentirosos En el XIX el poema alcanzó proyección internacional y pesó por su valor histórico más que literario, aunque siguió recibiendo comentarios adversos. En el siglo XX su recepción gozó de más amplitud y la crítica fue más variada: González Obregón, por ejemplo, le concede poca calidad poética, lo mismo que Menéndez Pelayo, cuya opinión ya conocemos; por el contrario, Méndez Plancarte reivindica a Villagrá: “franqueza realista, sabrosa llaneza en el decir candoroso, fantasía pintoresca, y grande interés histórico y a veces novelesco”, aunque también califica sus versos como “sueltos y llenos de asonancia, no hacen sino seguir lo que era general costumbre en el siglo XVI ” (p. 245).
Los versos que aparecen en el estudio referente al humanismo en Villagrá, así como en el de la intertextualidad presente en el poema y el que concierne a la crítica del lector anónimo representan una muy reducida ejemplaridad respecto del conjunto de la obra; funcionan para los fines específicos que señala el autor, por lo que la lectura del poema completo siempre será la mejor opción de juicio para el lector actual.
En el breve tiempo que ha transcurrido de este siglo XXI se han multiplicado los estudios y referencias a la Historia de Villagrá, aunque las opiniones siguen siendo variopintas. El juicio del autor de Cantas a Marte y das batalla a Apolo es favorable: “puede no haber destacado en su día como poema épico pero, con el transcurso de los años y los cambios en los criterios estéticos, indudablemente gana terreno hoy por su modernidad estructural y discursiva”. Añade que la figura del poblano “ha resurgido como ave fénix […] de las cenizas del silencio y el escarnio con que lo había tratado hasta ahora la historia literaria” (p. 271), al grado de que México, Estados Unidos, España y “la nación chicana” ahora se disputan a Villagrá y su obra como parte de su patrimonio histórico y cultural.
- » Recibido: 14/09/2015
- » Aceptado: 27/11/2015
- » Publición impresa: 2018Mar-Sep