En el presente balance historiográfico se pretende mostrar, a través de la revisión de fuentes testimoniales e institucionales, historiografía revisionista y regional, que las investigaciones sobre el desarrollo del Ejército y Marina mexicanos durante el Porfiriato (1876-1911), principalmente en sus procesos de “profesionalización” y en la relación entre educación y poder político, tuvieron un cambio paulatino entre la década de l960 y 1980, al pasar de ser historias “personalistas” a dar explicaciones estructurales y a complejizar cada vez más las interpretaciones. Además, tomaré a la rebelión felicista (octubre 1912) para probar cómo en un estudio de caso se han reproducido las mismas interpretaciones que en los estudios generales, incluyendo el cambio en las décadas de 1960 a 1980.
This article argue that oil serve like a handle object in front of the industrialization process, the one began intensify for the mexican modern politics aplication at the beginning of the twentieth century, and that oil worked like socio-technical process mediator too, wich generate a technical and informative knowledge network. This process can be exemplified through Dos Bocas accident in 1908 and the drilling system efectivity performed in El Jardin field on 1932, in northern Veracruz.
- balance historiográfico;
- Ejército y Marina mexicanos;
- profesionalización;
- educación;
- rebelión felicista.
- oil accident;
- space-network;
- drilling system;
- modernization;
- social life.
Introducción
El presente texto tiene como objetivo realizar un breve balance historiográfico sobre lo que se ha escrito acerca del desarrollo del Ejército y la Marina de Guerra mexicanos durante el Porfiriato (refiriéndome a sus procesos de “profesionalización” y centrándome en la relación entre educación y poder político) y si tal proceso influyó en el proceder de ambos cuerpos durante la rebelión de Félix Díaz. Esto con el fin de demostrar si este tipo de estudios han vinculado el desarrollo institucional del Ejército y la Marina, la educación de sus miembros y el resultado de un proceso bélico como la sedición felicista. Mi hipótesis consiste en que la historiografía sobre estos temas, hasta la década de 1960, muestra el resultado de la rebelión felicista como desvinculada de las condiciones institucionales del Ejército y la Marina, siendo todavía una historiografía “de los grandes hombres”. Mientras que entre la década de 1960 y 1980, experimentó un cambio que le permitió complejizar las interpretaciones. Esto debido a cambios tanto históricos (la consolidación del régimen permitió, con matices, cierta apertura a la crítica de procesos históricos como la Revolución mexicana), como historiográficos (la profesionalización e institucionalización de la historia, la interdisciplina y la adopción de nuevas perspectivas teórico metodológicas, conceptuales y heurísticas).
Considero pertinente analizar en conjunto al Ejército y a la Marina debido a que la historiografía ha tendido a enfocarse en el primero y prestarle poco interés al segundo. Un balance comparativo ayudará a discernir cómo equilibrar los estudios de la Marina respecto al Ejército, y a saber en qué se ha avanzado en los estudios de uno que falte en el otro. Dicha falta de interés obedece, principalmente, a cuestiones históricas: México se ha caracterizado por una doctrina defensiva no expansionista, debido al rol que ha jugado en el escenario mundial y que lo ha llevado a preferir la construcción y mantenimiento de fortificaciones costeras que conformar una flota de guerra. Además, los conflictos internos del siglo XIX (protagonizados por fuerzas terrestres, que así adquirieron una mayor importancia política) siempre se mostraban más urgentes que la defensa de las costas mexicanas, por lo que los gobiernos mexicanos no tenían el presupuesto o interés para invertir en la Marina. De esta forma, hasta el siglo XX, México pudo contar con una Armada en condiciones de realizar algún papel significativo y de comenzar a desarrollar su propia historia e historiografía.
En buena medida por este papel poco relevante que había desempeñado la Marina en términos históricos, la historiografía había sido poco propensa a prestarle atención, sumado a la muy difundida idea de que el Ejército siempre ha sido desleal al poder civil y uno de los principales motores de conflicto en la historia de México; mientras que la Marina siempre se ha mostrado como apolítica y leal al poder, lo que haría irrelevante su estudio.2
Por otra parte, este trabajo se suscribe a la idea de José Luis Piñeyro (1985), para quien la lealtad institucional (que sustituye a la fidelidad personal) y la educación son dos de los niveles en que se puede dividir la profesionalización de las fuerzas armadas. (p. 14). He vinculado estos niveles porque la escuela es el espacio de sociabilidad donde se reproduce la ideología dominante con el objetivo de cohesionar a los miembros de una sociedad y darles su lugar dentro de ella (Pérez, 2009, 46 pp.), máxime si la educación pretende ser científica (como en el Porfiriato), ya que las comunidades basadas en el conocimiento científico gozan, relativamente, de mayor autonomía que otros grupos sociales, pues están afectadas por estructuras sociales tan diversas que ninguna le condiciona más que otra (Bartolucci, 2017, p. 18), por lo que el grupo militar educado científicamente tendería a ser más apolítico y leal.
Y si bien, la lealtad de las fuerzas castrenses durante el Porfiriato no solo dependió de la educación, sino también de factores tan diversos como compromisos políticos personales (incluido el clientelismo y patronazgo) o experiencias compartidas en el campo de batalla, considero que la educación es uno de los factores más importantes para conseguir la lealtad de las fuerzas armadas,3 en las cuales se pretende una ideología más influyente y enérgica en sus elementos. De esta forma, es posible aproximarse al Ejército y la Marina en tanto actores políticos, una de las formas más recientes en que se ha estudiado a estos cuerpos.
Finalmente, también se presentará un breve balance sobre las obras que han tratado de la rebelión felicista, un alzamiento armado en Veracruz contra el gobierno de Francisco I. Madero encabezado por Félix Díaz, sobrino de Porfirio Díaz, en octubre de 1912. Esto con el fin de notar cómo en un estudio de caso operan las mismas nociones que en los estudios “generales”, coincidiendo su renovación entre la década de 1960 y 1980.4 En ese sentido, coincido con M. Eugenia Arias (2015): “distingo a esa tendencia histórica regional como una de las principales en las obras acerca de la historia militar y naval mexicana” (p. 554).
Ahora bien, la historiografía que trata sobre estas cuestiones se puede dividir en cuatro grupos: 1) Durante poco más de la mitad del siglo XX este tipo de estudios parecieron ser solo obra de miembros castrenses con una escasa formación histórica que perseguían un fin testimonial. 2) Desde la segunda mitad del siglo pasado, comenzaron a surgir historias institucionales cuyo fin era “conmemorativo”. 3) Entre la década de 1960 y 1980, la corriente revisionista comenzó a permear en los estudios históricos sobre el desarrollo militar durante el Porfiriato y la Revolución mexicana, principalmente entre autores de origen académico, con un enfoque más militar que naval. 4) Por otra parte, se encuentran las “historias regionales”, en muchas de las cuales la explicación sobre la rebelión felicista es más compleja. El foco de este artículo será el tercer grupo, dando una visión somera a los demás.A continuación presentaré cada tipo de obras.
Desarrollo
1 Obras testimoniales
A pesar de que es injusto comparar estas obras realizadas por aficionados a la historia con la historiografía académica profesional, considero pertinente hacerlo por dos razones: una, para establecer claramente los dos momentos de la historiografía militar y naval del Porfiriato y la rebelión felicista; y la segunda, para rastrear el origen de la idea, repetida por todos los autores, de la deslealtad del Ejército y la fidelidad de la Marina.
Estas fuentes se pueden subdividir en tres grupos: las que solo hablan de la Marina, las que se dedican exclusivamente al Ejército, y las que mencionan a ambas instituciones. La existencia de este tipo de fuentes se debe a “la labor de despolitizar al ejército mexicano, de sacar a sus integrantes […] del ámbito de la deliberación pública. […] [De ahí que la historiografía militar se caracterizara por] el presentismo, propagandismo e instrumentalismo” (Ibarrola, 2013, p. 622).
En el primer subgrupo se engloban los estudios de individuos muy preparados militarmente pero con una escasa formación histórica, como los escritos de Juan de Dios Bonilla, Historia marítima de México (1962), Raziel García, Biografía de la Marina mexicana. Semblanzas históricas (1960), Mario Lavalle, La Armada en el México Independiente (1985) y Memorias de Marina, buques de la Armada de México (1992), o Enrique Cárdenas, Educación naval en México (1967) y Semblanza marítima del México independiente y revolucionario (1970); todas con alguna especie de financiación por parte de la Secretaría de Marina. Estos autores tienden a explayarse en los sucesos que narran y exagerar su importancia, pues buscaban enaltecer sus propias acciones y a su institución a través de “héroes de bronce” cuyas acciones equivalían al de toda la institución. Además, explicaban la historia naval mexicana a través de la fidelidad y heroísmo de los marinos. Es de destacar la homogeneidad de sus testimonios, que incluso parecen copias unos de otros.
El segundo subgrupo, surgido desde finales del Porfiriato, tiene una interpretación acerca del Ejército según la cual las fuerzas armadas eran débiles e ineficaces. Dicha percepción se originó gracias a libros como el de Francisco Bulnes, El verdadero Díaz y la Revolución (1920), quien formó parte de la camarilla política de los “científicos” (por lo que fue a contracorriente de la “interpretación oficial” de los jefes revolucionarios). Bulnes consideraba todo “militarismo”, incluyendo la Segunda Reserva de Bernardo Reyes y el caudillismo de la Revolución mexicana, como algo dañino para el país. En ese sentido, defendía (no sin ciertas críticas) la forma matizada en que Díaz profesionalizó a las fuerzas armadas y les restó poder político, a través de esa ineficacia para hacerse con el poder.
Otros dos textos de este subgrupo, que sí aplican la lógica “heroica” y personalista, pero al Colegio Militar, son los libros de Gabriel Cuevas, El glorioso Colegio Militar mexicano en un siglo (1824-1924) (1937) y el semi-testimonial de Juan Chavarri, El Heroico Colegio Militar en la historia de México (1960), pues combinaban sus recuerdos con investigación de archivo. El nombre de ambos escritos da perfecta idea de que dicha institución educativa fue considerada como “gloriosa” siguiendo la perspectiva de los “grandes hombres”.
Por su parte, Juan Manuel Torrea tuvo una aproximación más crítica al abordar la educación militar porfirista, pues en sus obras, La vida de una institución gloriosa. El Colegio Militar (1821-1930) (1931) y La lealtad en el Ejército Mexicano (1939), expuso las carencias del Ejército porfiriano, tales como la incapacidad para cubrir vacantes, o una ineficiencia en la educación práctica que recibían los militares; pero sin dejar de alabar la “cohesión” y la fidelidad del Ejército a las instituciones. Se destaca que en su concepto de lealtad separaba al poder civil del militar, considerando que éste último no debía subordinarse al primero si éste afectaba sus intereses como grupo.
En el tercer subgrupo se encuentra dos textos que comparten la división maniquea entre la podredumbre del Ejército y la gloria de la Marina. Es el caso de Alberto Calces, Un marino en la Revolución Mexicana (1968) y José Ives Limantour, Apuntes sobre mi vida pública (1911), donde se refería tanto a los intentos infructuosos de mejoramiento del Ejército como a la poca importancia en cuestiones castrenses que tuvo la Marina. Además, ambas fuentes atribuían esta diferencia a unos cuantos individuos.
Ahora bien, en cuanto a fuentes testimoniales sobre Félix Díaz, en primera instancia, existe una obra escrita por José Fernández Rojas, La Revolución Mexicana. 1910 a 1913 (1913) que incluye en un capítulo el desarrollo de la revuelta felicista. No se disponen de datos del autor, pero se infiere que se asumía como periodista independiente por el prólogo de su libro (Fernández, 1913, p. 5) y por algunas notas del diario La Patria (26 de mayo de 1913, p. 3). A pesar de esa supuesta independencia, claramente maneja un tono pro felicista y antimaderista, pues el Félix Díaz de Fernández es un revolucionario con ideales de justicia y paz, capaz de derrocar al mal gobierno de Madero. Esta obra es muy personalista y visceral, además de explica todo a través de dos personajes: Díaz y Beltrán.
Un caso similar representa Luis Liceaga, Félix Díaz (1958), un allegado directo de Díaz5 que escribió una biografía favorable hacia él y apasionada contra la Revolución, motivado por una reivindicación histórica tanto propia como de Díaz. Cabe destacar que, entre sus fuentes, hay numerosas cartas de dudosa procedencia que Liceaga atribuye a Madero, las cuales carecen de referencias de archivos, no han sido citadas por otras autores y contienen afirmaciones atribuidas a Madero que parecen no corresponder con su manera de pensar, como la exigencia, a título personal, del fusilamiento de Díaz (Liceaga, 1958, p. 99).
En contraste, existen dos textos de Alfonso Taracena que presentan la perspectiva maderista, pues este autor conoció y fue seguidor de Madero. Formado en Derecho y dedicado al periodismo, Taracena escribió historia con el plan de explicar, justificar y exaltar el movimiento revolucionario a partir el nacionalismo (Ruiz, 2018, p. 221). Dos de sus libros tratan de Félix Díaz: una biografía titulada Francisco I. Madero (1973a) y una obra basada en fuentes periodísticas y epistolares, Madero, víctima del imperialismo yanqui (1973b). En ambos afirma la intriga de Díaz con marinos “yanquis”, (rebatiendo a Liceaga), a lo cual Madero respondió con un discurso nacionalista que exacerbó los ánimos de los militares para detener la asonada. En el segundo libro acusó a Joaquín Beltrán de antimaderista hasta que Madero compró su lealtad. Es decir, igual que para Fernández, Taracena resume todo a las acciones de tres hombres: Madero, Beltrán y Díaz.
Es evidente que estas obras testimoniales citadas, al carecer prácticamente todas de rigor académico, tienden a emitir juicios muy viscerales, producto de sus simpatías o antipatías hacia los sujetos de sus historias, o incluso por haber participado directamente en los hechos que narran o haber trabajado para alguno de los bandos en conflicto (Liceaga fue íntimo amigo de Díaz y trabajo para él, mientras que Taracena fue militante maderista). Además, todos estos autores pretenden mostrar una visión “de cronista”, es decir, su criterio de verdad recaía en lo que vivieron de primera mano ellos o los actores en conflicto; aunque algunas obras afirmen en la “opinión pública” para justificar opiniones personales (Fernández), o citen una gran cantidad de fuentes primarias sin referir su procedencia (Liceaga).
Historias institucionales y generales
Son el punto de partida para todo estudio sobre las fuerzas armadas mexicanas, para tener un marco general y por el amplio respaldo documental que tienen. Aquí incluyo las obras financiadas por instituciones gubernamentales, lo cual influye en la manera en que son abordados los eventos que narran estos libros. En estos textos también se describen solo al Ejército o solo a la Armada. Ambas surgieron desde la década de 1930, con publicaciones de índole más bibliográfico y recopilador6 (Ibarrola, 2013, p. 625). Hasta la década de 1950 comenzaron a surgir trabajos historiográficos; en un inicio siguiendo la línea de autores de obras testimoniales, es decir, de militares que escribían historia por afición o vocación.
Uno de los primeros en escribir una historia militar institucional fue Daniel Gutiérrez, en su Historia militar de México, 1876-1914 (1955), quien está a caballo entre una historia académica y una testimonial, pues su texto es muy descriptivo en cuanto a las operaciones militares, sin importarle mucho los por qué o una esquematización de su conocimiento. Hay que tomar en cuenta que éste era un libro de texto, con el fin usarlo en sus clases como profesor del Colegio Militar, es decir, sus motivos eran puramente institucionales y conmemorativos. Durante los siguientes lustros, las obras institucionales, al igual que las testimoniales, conservaron ese carácter, con prácticamente nula crítica de fuentes.
Conforme la historiografía militar se fue abriendo a los historiadores profesionales, estas historias institucionales también lo fueron haciendo, pero conservando la línea de establecer una historia “oficial”. Pese a tener formatos académicos y basarse en amplias investigaciones documentales, siguieron reproduciendo esa imagen de heroicidad de sus elementos.7 Es el caso de la obra coordinada por Jesús de León Toral y Miguel Sánchez, El ejército mexicano (1979), con la novedad de que “fue abordada colectivamente lo que evidencia cierta especialización entre los militares historiadores” (Ibarrola, 2013, p. 627).
Las publicaciones históricas institucionales volvieron a proliferar hasta la celebración de los centenarios relacionados con la Revolución mexicana.8 Éstas ya habían asentado un modo “especializado” de trabajar, por lo cual muchos textos se limitaban a seguir el “programa” planteado por las historias generales. Por ejemplo, Pedro Castro y Mario Flores, en su artículo Participación de los marinos en la Revolución Mexicana (2010), formularon que la Armada permaneció fiel al gobierno durante la asonada felicista debido a la visita que les hizo Madero durante su campaña presidencial, y al nombramiento de un marino como jefe del Estado Mayor Presidencial. De nuevo, se reproduce la idea de causas personales.
Asimismo, otras entidades gubernamentales y no gubernamentales han publicado estudios históricos sobre las fuerzas armadas mexicanas. Estas visiones suelen ser más “académicas”, pues son obras más recientes y sus participantes, generalmente, son historiadores profesionales. Por ejemplo, la obra editada por El Colegio de México El ejército mexicano: 100 años de historia (2014), y el libro publicado por el INEHRM Historia de los Ejércitos mexicanos (2013), tienen la ventaja de conjuntar investigadores de diversas instituciones y corrientes (incluyendo militares historiadores), con el fin de dar una visión más “completa” del Ejército mexicano abordándolo desde múltiples puntos de vista.9 Empero, estas obras continúan siendo conmemorativas, pues se hacen a petición o con apoyo de la SEDENA o la SEMAR, por lo cual, poco se puede extraer de este tipo de obras, excepto sus intenciones “totalizantes” al pretender abarcar un gran periodo de tiempo, personajes o puntos de vista.
Una excepción a estas obras “oficiales” y conmemorativas es el reciente artículo Desarrollo institucional del ejército porfirista (2019), publicado en el Boletín del Archivo General de la Nación y elaborado por dos personas con perfiles laborales gubernamentales (Edwin Álvarez proviene del INAH, y Pedro Celis trabaja en el Estado Mayor Presidencial), rasgo que no se encuentra en ningún otro historiador profesional de este balance. Por ello, en buena medida, su postura es abiertamente contraria a la de Mario Ramírez y Alicia Hernández,10 al afirmar que los esfuerzos porfiristas por profesionalizar al Ejército no fueron totalmente en vano (pp. 107-108); es decir, el Ejército no era tan débil ni desorganizado. Esto condujo a Celis y Álvarez a aseverar que el Ejército tuvo un “desempeño eficaz” contra Félix Díaz.
Historiografía revisionista
Como se ha afirmado en este artículo, entre las décadas de 1960 y 1980 ocurrieron una serie de factores que propiciaron un cambio historiográfico gradual en la historia militar mexicana. En primer lugar, existió una renovación historiográfica y filosófica en general en México,11 posible gracias a que: “Una vez que el nuevo régimen consiguió afianzarse y organizarse, la historia como disciplina intelectual independiente se pudo fundar en los espacios académicos” (Ibarrola, 2013, p. 620), Es decir, la primera condición de posibilidad del cambio en la historiografía militar fue la profesionalización de la historia en México.
Esta modificación general coincidió con un cambio en el Archivo Histórico de la SEDENA, que hasta entonces había mantenido un “secretismo” tal en sus archivos que solo los militares podían tener acceso a ellos. Según Antonio Aguilar (2015), es precisamente “Durante la década de los sesentas [que] el Archivo Histórico empezó a ser consultado por personal civil”. (p. 46). Es decir, a partir de esa década, personas ajenas a la institución militar, incluyendo historiadores profesionales, tuvieron la oportunidad de consultar ese archivo, si bien, solo hasta tiempos recientes su consulta se ha hecho más abierta.
Es así que comienza un cambio en la forma de hacer historiografía militar, de la mano de una nueva forma de escribir historia que se ha denominado “revisionista”. Debido a que sería muy problemático definir en este artículo al “revisionismo”, me acogeré al comentario de Teresa Aguirre (2011): “[…] en México el término revisionista se ha usado en un sentido diferente [al de otras partes de América Latina] más en oposición a las “verdades canónicas u oficiales.” (p. 39). Dichas verdades consistían, entre otras, en que la historia la hacían los grandes hombres (se incorporaron nuevos actores históricos); que la Revolución era una sola (se particularizaron los movimientos revolucionarios, incluyendo sus ejércitos), o que la historia era solo política (en buena medida gracias a la interdisciplina, la historia comenzó a interrelacionar su objeto de estudio con factores económicos, culturales, sociales, etc.) En ese sentido, consideré pertinente agrupar estas obras como “revisionistas”, pues todas persiguen fines académicos donde lo que prima es el conocimiento histórico profesional.12
A pesar de esta renovación, parece haber una corriente de académicos que da continuidad a las historias testimoniales que hablan solo del Ejército porfiriano. Es el caso los textos de Friedrich Katz, La guerra secreta en México (1982) y Alan Knight, La Revolución Mexicana (1986), dónde se perpetúa la idea de debilidad e ineficacia del Ejército como explicación del derrumbe del poder porfirista y el triunfo maderista. Esto se debió tanto a que su enfoque radicaba en los revolucionarios y no en el Ejército federal (ninguno consultó archivos militares), como a algunas nuevas herramientas teóricas que corroboraban ese juicio (por ejemplo, Katz añadió factores internacionales para explicar la debilidad del Ejército federal).
Dicha idea de desorganización e ineficacia también ha pasado a autores cuyo enfoque sí es el Ejército. Es el caso de Alicia Hernández, pues en su artículo Origen y ocaso del Ejército porfiriano (1989), a través de un análisis de la composición social de los efectivos del Ejército,13 confirmó la reducción del tamaño y atribuciones del Ejército, debilitándolo. En la actualidad, uno de los principales exponentes de esta manera de describir al Ejército porfiriano es Mario Ramírez, en cuyos artículos La logística del Ejército Federal: 1881-1914 (2008), Ejército federal, jefes políticos, amparos, deserciones: 1872-1914 (2014) y Una discusión sobre el tamaño del Ejército mexicano: 1876-1930 (2006), propone la insuficiencia de elementos y la falta de formación y organización de las fuerzas militares. Sus análisis, al igual que Alicia Hernández, se basan en el grueso de los individuos pertenecientes a la institución. En este sentido, Ramírez, Hernández, Knight y Katz formarían parte de la misma corriente interpretativa por la forma en que analizan al Ejército (estructuralmente) y la manera en que lo caracterizan (débil y desordenado).
Katz, al ser partícipe de la llamada “nueva historia política”, la cual aborda la dimensión política (relaciones de poder) de todo agente histórico, puede ser considerado dentro de una corriente interpretativa mayor, en la cual la interdisciplina es la principal novedad.14 Esta nueva historia política también se expone en estudios del científico social Roderic Ai Camp, como Mexican political biographies, 1884-1935 (1991), Generals in Palacio: The Military in the Modern Mexico (1992) y Reclutamiento político en México, 1884-1991 (1996) que vinculan los cargos políticos con la edad, los grados militares y la educación de los castrenses. Así, Ai Camp logró un atinado análisis de las redes que Díaz tejió con los militares y cómo los desactivó políticamente en función del cargo político que les otorgaba.
Este método es similar al usado por el científico social Edwin Lieuwen en Mexican militarism: the political rise and fall of the revolutionary army (1968), quien, además, asevera que la falta de profesionalización causó la deslealtad del Ejército ante revueltas como la felicista. Esta misma visión “generacional” se aprecia en la tesis de Marco Sánchez, Una iniciativa reyista en la historia mexicana. La Segunda Reserva del Ejército Nacional; su historia, alcance y consecuencias, 1901-1914 (2016); mientras que este proyecto reyista es el comienzo de lo que Ariel Rodríguez y M. Eugenia Terrones, en su artículo Militarización, guerra y geopolítica: el caso de la ciudad de México en la Revolución (2000), proponen como la militarización de la política y la sociedad que el gobierno porfiriano intentó a partir de 1900, usando conceptos novedosos (militarización, geopolítica) mediante un enfoque reciente: considerar a las ciudades como unidades de análisis.
Una visión similar posee el internacionalista Jorge Alberto Lozoya en su libro El Ejército Mexicano (1911-1965) (1970), donde aseveraba que el Ejército federal tuvo un papel importante como policía y vigilante del statu quo. Al igual que Ramírez o Hernández, Lozoya analizó la composición social del Ejército, pero enfocándose en las clases medias de las ciudades y pueblos grandes. Por otro lado, Lozoya menciona el fracasado intento de modernizar los programas del Colegio Militar, debido a la corrupción, la leva, la extorsión. Otra visión “académica” sobre el Colegio Militar la proporciona Juan José Saldaña, Amanda Cruz y Anabel Velasco, en el artículo Ciencia, tecnología y política en el Ejército Mexicano durante el Porfiriato: el dibujo científico y la producción de armamento (2011), donde describían una mezcla entre asignaturas científicas, técnicas y de cultura general, además de las militares, todas las cuales perseguían un fin modernizador “positivista”.
Asimismo, hay que mencionar algunos textos que pretenden sistematizar ideas y construir nuevas categorías de análisis teórico: el del politólogo José Luis Piñeyro, Ejército y sociedad en México. Pasado y presente (1985), que establece, por ejemplo, los niveles de profesionalización ya mencionados; el de Juan José Saldaña, Conocimiento y acción. Relaciones históricas de la ciencia, la tecnología y la sociedad en México (2011), quien propone el concepto de “militarización de la ciencia y la tecnología”, a través del cual explica la “profesionalización científica” de las fuerzas armadas mexicanas estableciendo “un paralelismo entre la regulación en el orden militar con el de la ciencia y la tecnología” (Saldaña, 2011, p. 54). Además, está el texto de Carlos Bosch, México frente al mar (1981), que plantea el conflicto mexicano entre “la novedad marinera y la tradición terrestre”.
Por otro lado, hay que destacar algunos artículos extranjeros que proponen interpretaciones novedosas respecto a los autores nacionales. Es el caso de Paul Vanderwood, Response to Revolt: The Counter-Guerrilla Strategy of Porfirio Díaz (1976) y su perspectiva teórica de “guerrilla-contraguerrilla” que guiaba el accionar del Ejército porfiriano ante revueltas como la maderista; así como el estudio de W. Schiff, German Military Penetration into Mexico during the Late Díaz Period (1959), donde, basado en archivos alemanes, analiza los intentos teutones de introducir sus “métodos militares” en México. Un trabajo más novedoso es la tesis de Stephen Neufeld, Servants of the Nation: The Military in the Making of Modern Mexico, 1876-1911 (2009), para quien la profesionalización del Ejército porfiriano, incluyendo su inserción en “cada área de la sociedad” y que “extendió el Estado a zonas que estaban previamente más allá del influjo del centro y su vigilancia” (p. 9), fue esencial para instituir las bases del México moderno y explica, en parte, la cultura política del siglo XX.
En cuanto al proceder de los marinos, se debe mencionar la tesis de Leticia Rivera, Desarrollo institucional, reclutamiento, orígenes sociales y profesionalización en la Armada de México (1821-1941), (1999). Su análisis partió de fuentes primarias inéditas, al ser una de las primeras historiadoras profesionales en acceder al archivo de la SEMAR, y al ser prácticamente un texto inaugural, las fuentes secundarias son mínimas. Uno de sus aportes más novedosos es la descripción de la diferencia de reclutamiento que ha existido entre Ejército y Marina y de los distintos orígenes sociales de sus miembros, lo que ayuda a explicar ese carácter diferenciado. Su visión se define como “historia social de la Armada”.
Aquí incluiré un par de obras sobre Félix Díaz escritas por Peter Henderson, mientras que otras, por su enfoque, decidí clasificarlas como “Historias regionales”. En el primero, un artículo en conjunto con Héctor Zarauz titulado “Félix Díaz y el Ejército mexicano” (2012), analizaron a dicho personaje a través de la perspectiva teórica de los exiliados, ponderando las redes que Díaz tejió a través de su carrera castrense, incluyendo su rebelión contra Madero en Veracruz, para volver al país una vez exiliado. El otro trabajo de Henderson, Félix Díaz, the Porfirians and the Mexican Revolution (1981), fue uno de los primeros que vinculó a Díaz con muchos altos mandos del Ejército, debido a sus fuentes novedosas. Su principal falla fue no perfilar los miembros de tropa comandados por esos jefes militares.
Historias regionales
En general este tipo de textos, cuando hablan del Porfiriato, se limita a describir acontecimientos específicos y cómo fueron vividos en sus regiones, dejando de lado la explicación de procesos. De esta forma, solo mencionan eventos de armas o el tránsito de alguna tropa importante por su región. Este es el caso de libros como los de José Melgarejo, Breve historia de Veracruz (1960) o Carmen Blázquez, Veracruz. Una historia compartida (1988), ambos académicos de la Universidad Veracruzana. El texto de Melgarejo sigue enfrascado en la idea de que las historias regionales sirven para demostrar la aportación de la región al centro, a la historia nacional; en tanto que la obra de Blázquez, aunque participa de la idea de entender a la región por sí misma, no lo traduce al terreno militar.
Una excepción a estas historias meramente descriptivas son las obras de Luis Sánchez, tales como Veracruz, Fuerzas armadas y gobernabilidad durante el Porfiriato, (2012), “Bernardo Reyes y el intento de modernización del ejército mexicano, 1900-1902” (2010a), “La educación en el Ejército porfiriano, 1900-1910” (2011) y “La Segunda Reserva del ejército en Veracruz, 1900-1902” (2010b). En estos estudios, Luis Sánchez plantea la importancia estratégica de Veracruz como un punto de conexión principal entre México y el extranjero, por lo que el régimen porfiriano debía ejercer una coacción y un control mucho mayor. Paradójicamente, las fuerzas armadas en Veracruz no tuvieron una mejora muy importante durante el Porfiriato. En estas obras se añade el espacio como elemento de análisis histórico.
Para el caso de la rebelión felicista, los estudios de historia regional están más complejizados, aunque todos ponen mayor atención a los revolucionarios que a las fuerzas federales. Se destacan libros como el de Leonardo Pasquel, llamado La Revolución en el estado de Veracruz (1972), en el cual resalta el hecho de que hubiera soldados que se adhirieron a la sedición, pero ningún marino que lo hiciera. Y aunque parezca que Pasquel explicó este proceso solo a través de las acciones individuales, hay que mencionar que incluyó una relación bastante completa sobre los elementos de cada hueste. Entre sus principales fuentes de información están las proclamas felicistas y las epístolas.
Bernardo García, en su libro Puerto de Veracruz. Veracruz: Imágenes de su historia (1992), y respaldado por la novedosa aportación de archivos municipales, apoyaba la idea de Pasquel de que la revuelta fue planeada en buen momento y buen lugar, pero complejiza las razones por las cuales fracasó, destacando que algunos militares se mostraron favorables a la sublevación felicista, y que ningún marino defeccionó. Pero aunque este estudio sea una microhistoria del puerto de Veracruz, en el cual había una flota importante de Marina y un destacamento militar significativo, estos actores brillan por su ausencia en este libro.
En contraste, los artículos de Karl Koth, Madero, Dehesa y el Cientificismo: el problema de la sucesión gubernamental en Veracruz, 1911-1913 (1996), y de Heather Fowler-Salamini, Revuelta popular y regionalismo en Veracruz, 1906-1913 (2009), otorgan una explicación distinta: ambos enmarcan la rebelión felicista en el contexto de la elección para gobernador de Veracruz, pues presuntamente Madero había apoyado a un candidato afiliado a los “científicos”, por lo que Díaz se levantó en armas contra este candidato “científico”. Cabe destacar que los militares pasan desapercibidos en estos artículos: ¿Sus relaciones de lealtad o deslealtad también se podrían leer en ese código político de científico-anticientífico? Fowler-Salamini incluso incorpora como actores políticos los campesinos, en detrimento de las fuerzas armadas. Ambos textos son ejemplo de la nueva historia política.
Finalmente, uno de los estudios más recientes sobre la rebelión felicista, que ancla dicha revuelta con las condiciones generales de los cuerpos castrenses durante el Porfiriato, es la tesis de Irving Barragán, La rebelión de Félix Díaz en Veracruz. Problemas estructurales del Ejército y el gobierno de Francisco y Madero, 1911-1913 (2014), donde se establece una asociación estructural entre el desarrollo del Ejército durante el Porfiriato (destacando la “politización” de los militares con el triunfo maderista), las condiciones particulares de Veracruz, y el actuar de los militares durante la sedición felicista.
Conclusiones
Como se ha observado, los estudios del Ejército durante el Porfiriato y la etapa maderista, desde los primeros trabajos (cuyo fin era más de cronista o periodista que de historiador) hasta la década de 1960, han estado permeados por la historiografía militar tradicional que consideraba a la guerra como el accionar de los grandes hombres en el campo de batalla. Dicha noción fue conservada en muchas de las historias institucionales, incluso después del periodo de inflexión que aquí se establece, debido a que el objetivo de la SEMAR y la SEDENA ha sido presentar la historia “oficial” de esas instituciones y trazar una orgullosa “tradición institucional”. En tanto que, a partir de la década de 1960, la profesionalización e institucionalización de la historia en México permitió la innovación en las maneras de hacer historia militar, adoptando un enfoque “revisionista” y dotándola de nuevos rasgos, los cuales, después de este balance historiográfico, se pueden sistematizar de esta forma:
1) La multiplicación de los protagonistas (Mario Ramírez, Alicia Hernández: clases bajas del Ejército, Miguel Sánchez: huestes revolucionarias en conjunto, Luis Sánchez: integrantes de la Segunda Reserva reyista, Roderic Ai Camp: estructura política porfiriana, Katz y Schiff: actores internacionales, principalmente diplomáticos y servidores públicos).
2) La ampliación de los temas: las historias institucionales y testimoniales tendían a interpretar al Ejército y a la Marina como un todo homogéneo (o, si acaso, verter comentarios negativos sobre las clases bajas, de tropa, y exaltar a los mandos medios y altos); mientras que en estas nuevas historias surgen, por ejemplo, los análisis que interrelacionan lo militar con otras esferas, tales como la ciencia (Saldaña), la diplomacia (Katz), el derecho (Rivas), la educación (Luis Sánchez), o la justicia (Ramírez).
3) El uso de nuevas perspectivas teórico metodológicas (el análisis generacional de Ai Camp y Marco Sánchez, la perspectiva de los “exiliados” de Henderson y Xarauz para el caso de Félix Díaz, la nueva historia política de Katz, Koth y Fowler-Salamini, o la historia social militar de Rivera); el empleo de nuevos conceptos (“identidad”, “espacios de sociabilidad” y “coetaneidad” dentro de la Segunda Reserva, en el caso de Marco Sánchez, “guerrila-contraguerrilla” para Vanderwood); y la incorporación de análisis teóricos sobre la “profesionalización” (Piñeyro, Lozoya) o la “militarización” (Kuri y Terrones, Saldaña).
A pesar de todos los avances y nuevas propuestas interpretativas, hay un juicio en el cual, en general, todas las obras de los cuatro grupos que consigno coinciden: algunos miembros del Ejército se adhirieron a la asonada felicista ya sea para reinstaurar el Antiguo Régimen o por ser cercanos a Félix Díaz, mientras que ninguna menciona la defección de algún marino. ¿Será solo un “vacío historiográfico” o realmente en esta revuelta no hubo ningún elemento de la Marina que apoyara a Díaz? ¿Por qué? Como se vio, este es un juicio que surgió desde el inicio de la historiografía sobre la rebelión felicista (desde los escritos de Fernández en 1913) En ese sentido, la hipótesis que planteo al inicio del trabajo se matiza, pues aunque los cambios ocurridos entre las décadas de 1960 a 1980 consiguieron modificar las formas de abordar la historia del Ejército y la Marina porfiriano, no lograron romper con la idea de que la Marina siempre ha sido apolítica y leal al poder político. Sin embargo, eso no significa que la historiografía naval mexicana solo reproduzca las ideas que se han establecido por las historias institucionales (las cuales siguen dominando) pues obras como las de Luis Sánchez, Rivera, Bosch o Barragán han comenzado a particularizar y a dotar de múltiples dimensiones a los miembros de la Marina. Por ello, considero que este tipo de trabajos deben ampliarse.
Además, el hecho de que toda la historiografía esté de acuerdo en este actuar diferenciado entre Ejército y Marina, no ha impedido que se den explicaciones cada vez más complejas sobre esta situación, sin que se haya logrado aún una interpretación satisfactoria, pues incluso se han propuesto ideas en principio contradictorias: por un lado, que las fuerzas armadas fueron “abandonadas” durante el Profiriato (Katz, Hernández, Ramírez); y por otro, que hubo un fortalecimiento del Ejército a partir de 1900 (Rodríguez, Terrones y Lozoya). Pero si en el caso del Ejército los estudios cada vez se diversifican más, para la Marina aún hay mucho que explicar: ¿la diferencia entre Ejército y Marina se explica por razones personales o estructurales? ¿Hay que creerle a las fuentes de la Marina acerca de lo inmaculada que ha sido su institución durante toda su historia?
Por otro lado, las interpretaciones sobre las relaciones de Félix Díaz con militares y marinos durante su rebelión siguen siendo superficiales, pues la mayoría no van más allá de explicaciones personales no estructurales. Esto debido a que su foco han sido las fuerzas revolucionarias maderistas (cada vez se hacen análisis más finos y particulares de éstas) y no los protagonistas del conflicto (los militares), quienes en casi todas las historias (a excepción de Pasquel o Barragán) quedan relegados. ¿Por qué no considerar importante el estado en que se encontraba el Ejército y la Marina en Veracruz durante el Porfiriato y el maderismo? ¿Por qué algunos batallones se declararon a favor de la rebelión y otros no, más allá de la amistad de algunos jefes con Félix Díaz? Este tipo de preguntas deben considerarse para futuras investigaciones. Y, en ese sentido, respecto a la hipótesis de este trabajo, se puede concluir que las historias regionales no han vinculado aún las condiciones estructurales del Ejército y la Marina con el desarrollo de un evento puntual como la sedición felicista.
Finalmente, considero pertinente mencionar algunos otros nichos que hace falta explorar. Es necesario un estudio más detallado acerca de la situación del Ejército y Marina durante el Porfiriato y la Revolución, no tanto en su número, distribución, o efectividad, sino en su educación, identidad y formas de auto-representación, o incluso en una visión integradora que les dé un lugar dentro de la política porfiriana. Igualmente, está ignota la visión de la prensa acerca de ambos cuerpos durante estas etapas y escasean estudios sobre la Armada parecidos a los de Ramírez o Hernández, historias generales de la Armada en la Revolución fuera del ámbito de la SEMAR y estudios sobre los sucesos particulares de armas durante la Revolución Mexicana, así como las historias comparativas entre el Ejército y la Marina.
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Esta clase de juicios parecen aplicar a toda Latinoamérica, por ejemplo, John Johnson (1966) asegura que: “los jefes del Ejército son estudiados con mayor profundidad que los de las fuerzas armadas de mar y aire, debido a que los ejércitos han tenido por lo general mayores posibilidades de imponer su voluntad a la sociedad” (p. 13). Es decir, las marinas latinoamericanas tenderían a ser más apolíticas que sus Ejércitos.
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En estos factores de lealtad no incluyo el de una “tradición institucional”, pues si bien desde el inicio del México independiente los mandos medios y altos del ejército desarrollaron cierta “lealtad de cuerpo” nunca se identificaron como una “clase social” separada del resto de la sociedad (Hernández, 2006, pp. 129-131). En ese sentido, Hernández (2006) asevera: “el fracaso en la conformación de un “espíritu de cuerpo” basado en una conciencia de clase militar institucional es el elemento más notable del ejercito permanente en toda su existencia (1821-1860)” (p. 144). Además, hay que considerar que en 1860, durante la Guerra de Reforma, los liberales decretaron la disolución del Ejército (Garner, 2010, p. 67), surgiendo un nuevo Ejército federal basado en la Guardia Nacional, compuesta por civiles armados, cuerpos irregulares con lealtades más personales.
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Desde obras como Pueblo en vilo, de Luis González y González (1968), hasta la consolidación de los estudios históricos regionales con obras como El laboratorio de la Revolución de Carlos Martínez Assad (1979). Si bien, el estudio de Luis González es una “microhistoria,” coincido con María Eugenia Arias (2015) que Pueblo en vilo fue uno de los principales impulsores de los estudios históricos regionales.
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Si bien, Liceaga participó en sucesos de armas, no consta que haya pertenecido del Ejército.
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Néstor Herrera y Silvino González (1937), Apuntes para una bibliografía militar de México, 1536-1936,Vito Alessio, (pról.) (1948), Guía del Archivo Histórico Militar de México. Formada de orden de la Dirección de Archivo Militar; Guillermo Cota (1947), Historia Militar de México. Ensayo.
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Una excepción sería la obra coordinada por Valdéz, Historia General de la Infantería de Marina mexicana (2012), publicada por la SEMAR, pues críticamente plantea el fracaso del cuerpo de Infantería de Marina durante el Porfiriato, pues solo existía en las leyes y no en la práctica.
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Algunas son: Secretaría de Marina-Armada de México (1997), Cien años de historia. Heroica Escuela Naval Militar, 1897-1997; (2012), Historia General de la Secretaría de Marina-Armada de México; (2006), Armada de México: Retos y desafíos.
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Algunos de los participantes de esas obras serán mencionados más adelante en el presente artículo.
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Vid. “Historiografía revisionista”.
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Dicha renovación se inició décadas antes y estuvo encabezada por Leopoldo Zea, Samuel Ramos, Luis Villoro, Edmundo O’Gorman, entre otros (Zoraida Vázquez, 1961, p. 6).
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Un último factor que ayudó a la consolidación de los estudios históricos militares sobre el Porfiriato en la década de 1980, fue el neoporfirismo, una revalorización política e historiográfica del periodo porfiriano por sí mismo, no solo como la causa de la Revolución (en parte propiciado por el cambio ideológico del PRI), lo que hizo posible estudiar nuevas dimensiones del Porfiriato, incluyendo lo militar (Garner, 2010, pp. 21-46).
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Otro acercamiento al Ejército porfiriano a través de su composición social, pero enfocado en los indígenas, es Brian Loveman, For the Patria: Politics and the Armed Forces in Latin America, (1999).
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Otros ejemplos de esta interdisciplina son Santiago Portilla, Una sociedad en armas (1995), quien combina el análisis histórico con el geográfico, y Agustín Rivas, La Ordenanza General del Ejército y los ciudadanos armados de 1910 (2013), quien ligó el análisis histórico con el legal.
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- » Recibido: 25/02/2020
- » Aceptado: 20/07/2020
- » : 25/03/2021» : 09/2020