La entrevista
Díaz-Creelman en Bogotá, o la historia
de un silencio
J.
Paola Prieto Mejía*
Universidad Nacional Autónoma de México
Av. Universidad 3000, C.U., Delegación Coyoacán, C.P. 04510, Ciudad de Méxic
ORCID: 0000-0002-6351-8144
Fecha de recepción: 21 de octubre del 2020
Fecha de aceptación: 18 de noviembre de 2021
DOI: https://doi.org/10.31836/lh.25.7316<
Resumen:
El objetivo de este artículo es analizar las
condiciones de publicación y recepción en Bogotá de la traducción de la
entrevista que hizo en 1907 el periodista norteamericano James Creelman al
presidente de México Porfirio Díaz. Parto de señalar las características y la
importancia de dicho documento en el medio mexicano, para luego explicar la
relación entre los presidentes Rafael Reyes y Porfirio Díaz; aspecto central a
la hora de comprender la temprana publicación de la entrevista en Bogotá, solo
después de haberse hecho en Ciudad de México y Nueva York. Y, por último,
analizo los elementos que explican el silencio con el que fue recibida la
entrevista en Colombia, mediante la identificación de los usos políticos a los
que pretendía servir su publicación.
Palabras clave:
Porfirio Díaz, Rafael Reyes, opinión pública, circulación de ideas, redes
intelectuales.
Abstract: The objective
of this article is to analyze the conditions of publication and reception in
Bogotá of the translation of the interview made in 1907 by the American
journalist James Creelman to the President of Mexico Porfirio Díaz. I start by
pointing out the characteristics and importance that document in the Mexican
environment; and then explain the relationship between Presidents Rafael Reyes
and Porfirio Díaz, a central aspect when it comes to understanding the early
publication of the interview in Bogotá, only after it was done in Mexico City
and New York. And, finally, I analyze the elements that explain the silence
with which the interview in Colombia was received, by identifying the political
uses that its publication intended to serve.
Keywords: Porfirio Díaz, Rafael
Reyes, public opinion, circulation of ideas, intellectual networks.
En los albores del siglo XX, la comunicación entre los
países de América Latina tenía grandes limitaciones. Poco se sabía en el norte
de lo que ocurría en el sur y viceversa. Salvo los escuetos vínculos
diplomáticos entre los países, y las conexiones personales entre algunos
escritores y políticos latinoamericanos, no existía una base material para el
intercambio masivo y expedito de revistas, libros, ideas y viajeros. Como un rezago
de la estructura colonial, los principales caminos conducían a Europa o a
Estados Unidos: las bibliotecas estaban llenas de libros que procedían de
afuera del subcontinente y los periódicos, si en ellos aparecía alguna noticia
internacional, era, primordialmente, sobre las metrópolis.
Cuando estos vínculos lograron tejerse entre los
países de Latinoamérica lo hicieron, en mayor medida, aunque no únicamente, triangulados
por Estados Unidos. Así, si un colombiano deseaba viajar a México a principios
del siglo XX debía atracar primero en un puerto norteamericano o en La Habana,
antes de arribar a Veracruz. Lo mismo sucedía con las noticias. Toda
información sobre algún país latinoamericano pasaba la mayoría de las veces por
las agencias de noticias estadounidenses o por el servicio de información del
Departamento de Estado, donde las representaciones diplomáticas del sur se
nutrían de la información que mandaban, según fuera el interés, a sus
respectivos países.
Noticias
sobre el México porfiriano en Colombia circularon, desde finales del siglo XIX,
a través de estos incipientes canales de comunicación, según tuvo la
oportunidad de demostrarlo Adriana Suárez Mayorga (2017). Aunque no eran
referencias detalladas sobre el devenir político mexicano, permitieron que los
políticos y letrados colombianos discutiera en torno del porfiriato: sus logros
en materia económica, su efectividad al pacificar el país y, aún más importante,
la perpetuación en el poder de Porfirio Díaz.
Gracias
a estos incipientes nexos entre ambas naciones fue posible la temprana
publicación en Bogotá de la traducción de la entrevista que el periodista
norteamericano James Creelman hizo a Porfirio Díaz en 1907, publicada el año
siguiente en el Pearson’s Magazine. A pesar de los intereses de los
redactores del semanario La Ilustración
en donde fue publicada la entrevista y del gobierno de Rafael Reyes porque se
diera publicidad a los planteamientos de Díaz, llama la atención el silencio
que siguió a su publicación. Salvo un par de menciones, el documento no generó
debate en la prensa nacional y solo fue retomado por los opositores de Reyes
cuando la crisis del régimen en 1909 llevó a su renuncia.
Para explicar las razones de esta situación, en
el presente artículo me propongo analizar los canales por los cuales llegó la
entrevista Díaz-Creelman a Colombia y la forma en que fue recibida. Parto de
señalar las características y la importancia de dicho documento en el medio
mexicano, para luego explicar la relación entre Rafael Reyes y Porfirio Díaz, aspecto
central a la hora de comprender la pronta publicación de la entrevista en
Bogotá, inmediatamente después de haberse hecho en Ciudad de México y Nueva
York. Por último, analizo los elementos que explican el silencio con el que fue
recibida la entrevista en Colombia, mediante la identificación de los usos
políticos a los que pretendía servir su publicación.
Para abordar este tema me basé en una revisión de
fuentes primarias y secundarias provenientes de México y Colombia.[1] La posibilidad de acceder a documentos de archivo y
prensa de ambos países y contrastar las respectivas historiografías nacionales
en torno al problema planteado, me
permitió cuestionar,
primero, el entrelazamiento de ambos países, y segundo, el flujo de información
que fue posible sobre la base de estos lazos. A
partir de esto identifiqué las
conexiones existentes entre México y Colombia y observé la forma en que interactuaron a principios
del siglo XX, en que se desbordaron e infiltraron a través de sus fronteras nacionales (Seigel, 2005,
p. 63).
Al
pensar la vía por la cual llegó la entrevista Díaz-Creelman a Bogotá como un
flujo, quiero plantear la imagen de un intercambio azaroso, poco regular, donde
las trabas y la falta de vías directas que conectaran a ambos países son
resaltadas como elementos importantes en el análisis. La reconstrucción de
estos vínculos permite explorar la génesis de una incipiente red de políticos e
intelectuales que décadas después se pusieron en comunicación, y entender el
papel que desempeñó en este proceso la diplomacia y los círculos letrados
decimonónicos. Así, aunque para el periodo de estudio no puede hablarse de
redes políticas e intelectuales en estricto sentido (Devés-Valdés,
2007, p. 30; Pita, 2016, p. 14), sí estamos ante un proceso de gestación de
vínculos de diverso tipo entre Colombia y México que durante los primeros años
del siglo XX se irán fortaleciendo, para convertirse en los caminos que
facilitaron el tránsito de personas y de ideas. Estos aspectos, junto con
aquellos propios del contexto colombiano me permitieron responder a la pregunta
por la temprana circulación de la entrevista y el silencio que rodeó su publicación
en Bogotá.
A finales de 1907 el
periodista norteamericano James Creelman viajó a la Ciudad de México a
entrevistarse con el presidente Porfirio Díaz. De este encuentro, llevado a
cabo en el Castillo de Chapultepec, resultó el largo reportaje titulado “President Diaz. Hero of the
Américas”, publicado en Nueva York en el Pearson’s Magazine de marzo de 1908. Antes de poder leerse en las calles
neoyorquinas, apareció una versión en inglés en el diario de la colonia
norteamericana en México, The Mexican Herald, en el número
del 28 de febrero (Garciadiego, 2011, p. 31).[2] Esto fue posible,
afirma Javier Garciadiego,
gracias a los nexos que los
directores de este periódico tenían con la Embajada y la prensa norteamericana,
además de que el número de marzo
del Pearson’s Magazine estaba impreso desde finales
de febrero, lo que permitió que estuviera en primera plana el 28 de ese mes.
En aquella
entrevista, además de justificar su régimen, Porfirio Díaz anunció su intención
de “insistir en retirarse” de la presidencia —que no es lo mismo que efectivamente
retirarse—, al cabo de su periodo presidencial (Luján, 2008, p. 14). El
presidente afirmaba que, aunque creía que los principios de la democracia no
estaban aún plantados profundamente en el pueblo mexicano, había crecido en este
el amor por la libertad. Por este motivo deseaba colaborar de cerca con su
posible sucesor para que quedara pacíficamente establecido y pudiera demostrar
al mundo que México había entrado ya en la completa y última fase del uso de
sus derechos y libertades, que la nación estaba superando la ignorancia y la
pasión revolucionaria, y que era capaz de cambiar y elegir presidente sin
flaquear y sin guerras (Luján, 2008, p. 14). Solo un par de años bastarían para
demostrar cuán equivocado estaba Díaz al creer que la sucesión de 1910 sería
pacífica.
Las
declaraciones de Díaz en el Pearson’s Magazine
se expandieron como pólvora, y rápidamente fueron traducidas y publicadas por
Rafael Reyes Spíndola en el diario mexicano El Imparcial, en una versión en español
un tanto amañada que respondía al interés del gobierno por hacer públicas en
territorio mexicano dichas afirmaciones, claro está con el matiz que le podía
brindar la prensa aliada. Esto no evitó que los temas centrales de la
entrevista: la sucesión presidencial de 1910 y la creación de un partido de
oposición, despertaran inquietudes entre los críticos del régimen.
Según
lo afirma Garciadiego, la entrevista tenía una naturaleza doble al estar
dirigida tanto a Estados Unidos como a México. Hacia afuera la intención era
agradar al presidente Theodore Roosevelt al recomendar su permanencia en el
poder y tranquilizar a los inversionistas norteamericanos temerosos del
envejecimiento de Díaz (Garciadiego, 2011, p. 24). Hacia adentro son diversas
las interpretaciones que existen frente a las razones que el gobernante
mexicano tuvo para asegurar que no se presentaría a una nueva reelección y que
apoyaría la creación de un partido de oposición, aunque meses más tarde se “rindió” ante la
presión popular que le exigía no abandonar la presidencia, y presentarse una
vez más como candidato.[3] Lo cierto es que al parecer Díaz no calculó el
impacto que el doble contenido del reportaje iba a tener en los públicos a los
que fue dirigido, sobre todo en el mexicano, y en este sentido las frases que
buscaban “apaciguar a la clase política, al empresariado y a la opinión pública
norteamericana tendrían en México el efecto contrario: aquí generarían ansiedad
y agitación” (Garciadiego, 2011,
p. 26).
Si
bien en el pasado le había servido la “comedia del ruego”, como fue llamada la
estrategia utilizada por Díaz para legitimar sus anteriores reelecciones, el
México de 1908 ya no era igual. Él mismo, con 78 años, ya estaba muy viejo y el
problema de la sucesión apremiaba (MacGregor, 1985, p. 99). Además, como nunca
antes, las elecciones de 1910 se dieron en medio de la escisión dentro del
grupo gobernante entre “los científicos” y los partidarios del gobernador de
Nuevo León, Bernardo Reyes (Garciadiego, 2011, p. 57). Sumado a esto, Díaz
enfrentó por primera vez un auténtico movimiento opositor encarnado en la
figura de Francisco I. Madero, quien logró capitalizar la crisis del régimen en
medio de un clima favorable a los cambios (Garciadiego, 2011, p. 59; Knight, 2015, pp. 94–115). Por último, la sociedad ya
no era aquella que había contribuido a forjar el gobierno de Díaz a finales del
siglo XIX. En su interior se habían reavivado los debates políticos gracias a
factores como las exigencias de los liberales para que fueran aplicados los
preceptos fundamentales de la constitución (Cockcroft, 1999, p. 90), los
efectos desfavorables de la restitución de la vicepresidencia, el impacto en la
opinión pública de la represión de los obreros tras las huelgas de Cananea
(1906) y Río Blanco (1907), las crisis económicas de 1907 y 1908, y las
contiendas electorales estatales de 1909 (Garciadiego, 2011, p. 60).
Si
tenemos en cuenta estos elementos se comprende que no fueron las declaraciones
de Díaz en el vacío las que provocaron la agitación política posterior, sino
estas promesas hechas en medio de una situación volátil, política y
económicamente, en la que por primera vez se estaban poniendo en entredicho los
logros más destacados del régimen: la bonanza económica y el progreso material
alcanzado bajo la égida de un gobierno autoritario (MacGregor, 1985, p. 100).
Además
de Estados Unidos y México, el reportaje fue publicado completo en Colombia. El
20 de julio de 1908, Rafael Espinoza Guzmán y Jorge Reinales sorprendieron al
público bogotano con el primer número de su nuevo periódico titulado La Ilustración. Hacía un par de meses
que habían dejado de publicar el semanario Bogotá
Ilustrada (1906); sin embargo, con el apoyo y beneplácito del gobierno de
Rafael Reyes continuarían informando al público bogotano a través de La
Ilustración.[4] La portada apareció engalanada para este número con
una imagen del presidente de la República que dejaba ver el carácter progobiernista
de la publicación. En sus páginas interiores, junto con un reportaje sobre el
gabinete presidencial de Reyes, apareció traducido por Reinales, del Pearson’s Magazine, el reportaje que James
Creelman le hizo a Porfirio Díaz.
Pese a los vínculos personales del
general Rafael Reyes con México, como evidenciaré más adelante, no llegó a
Colombia la versión mexicana publicada en El
Imparcial que, como ya dije, apareció incompleta y modificada, sino la
original publicada en la revista neoyorquina. La versión que fue traducida para
el diario bogotano pudo haber sido enviada desde Estados Unidos con los
informes que la legación colombiana en Washington despachaba hacia Bogotá, a
los que Reinales tuvo acceso por ser el encargado de la correspondencia del presidente
colombiano.
Para la época las vías y medios de
comunicación entre los países latinoamericanos eran incipientes, y los que
existían estaban dirigidos principalmente, aunque no únicamente, hacia las
antiguas metrópolis. De manera tal que cualquier información que llegaba de
México a Colombia pasaba, la mayoría de las veces, primero por Estados Unidos a
través del Departamento de Estado y la prensa norteamericana, instancias a las
que recurrían los ministros colombianos para enviar sus informes diplomáticos
al Ministerio de Relaciones Exteriores en Bogotá. Incluso llegó a suceder que,
a falta de vías más expeditas de comunicación entre Colombia y sus
representaciones diplomáticas, las noticias sobre los acontecimientos
nacionales llegaron a oídos de los diplomáticos colombianos en el exterior a
través de esos mismos medios.[5] Esta situación fue denunciada por el intelectual
argentino Manuel Ugarte para quién el intercambio epistolar entre los
escritores latinoamericanos a principios del siglo XX era las únicas relaciones
útiles que existían entre los países de América Latina (Ugarte, 1917, p. 61).
A lo anterior se suma el hecho de
que en general la opinión pública y el gobierno colombiano no mostraban interés
por los asuntos políticos mexicanos, más allá de lo relacionado con las
posibles reacciones que estos podían generar en Estados Unidos. Salvo vínculos
personales de políticos colombianos con México, o la circulación esporádica de
noticias y opiniones respecto del régimen de Díaz, las relaciones entre los
gobiernos de México y Colombia, al menos hasta el retorno de los liberales al
poder en 1930, eran escuetas y estuvieron trianguladas por la presencia y los
intereses norteamericanos en el escenario político latinoamericano. Esto
sucedió incluso pese al antinorteamericanismo que se respiraba en el país a
raíz de los sucesos panameños. Si bien las élites colombianas vieron con
sospecha la influencia norteamericana en el país, les fue imposible detener la fuerza
que venía adquiriendo el país del norte en los asuntos latinoamericanos,
particularmente los colombianos.
Si
bien la entrevista no llegó a Bogotá vía México —para entender la
decisión de publicarla tan temprano, respecto de otros países latinoamericanos—
ni completa —en el primer número de un periódico financiado por el
gobierno nacional— es importante tener en cuenta los vínculos que se
tejieron entre Rafael Reyes y Porfirio Díaz desde la estadía del colombiano en
territorio mexicano a principios de siglo; aspecto que será abordado en el apartado
siguiente.
Rafael Reyes arribó a la
Ciudad de México en 1901 como representante de Colombia ante el II Congreso
Panamericano. Como parte del cuerpo diplomático, tuvo la oportunidad de
establecer relaciones con Porfirio Díaz y con importantes figuras de la
política mexicana. Sobre este hecho el colombiano Genaro Payán en 1907 en una
visita que hizo a México, contaba a los lectores del diario El Tiempo de México, detalles de la
amistad que habían construido Díaz y el en ese entonces ya presidente de
Colombia, Rafael Reyes:
El general Porfirio Díaz jamás recibe en las noches
a ningún extraño –afirmaba– pero para el ilustre colombiano siempre
estuvieron francas las puertas de Chapultepec y de Cadena 8. Largas horas
pasaban los dos grandes hombres de Estado en profundas conversaciones acerca de
los problemas de sus dos países. El General Porfirio Díaz comprendió desde
luego, que a su amigo le estaba destinada una enorme misión sobre la tierra:
hacer la paz de Colombia, como lo ha hecho; encaminar al país por el carril de progreso,
de donde ya no podrá retroceder.[6]
La fascinación de
Reyes por el régimen de Díaz lo llevó, en varias oportunidades, a alabar su
administración e intentar aprender de ella para contrarrestar los efectos de
las guerras y el partidismo en Colombia. A finales de noviembre de 1902, por
ejemplo, Reyes organizó un banquete en la Ciudad de México en honor al coronel
Miguel Ahumada, gobernador de Chihuahua, y del general Mucio P. Martínez,
gobernador de Puebla. En dicha reunión no escatimó en elogios al gobierno de
Díaz y al progreso económico que había alcanzado México bajo su dirección.
Afirmaba Reyes, según el corresponsal mexicano, que
(...)
antes de venir a México, él recomendaba a los jóvenes que se dedicaban a la
política, que visitaran a los Estados Unidos para que aprendieran el modo de
gobernar a un pueblo y se inspiraran en las ideas de la verdadera democracia;
pero desde que llegó a México, se ha convencido de que no sólo en los Estados
Unidos se puede tener una muy buena escuela, sino también entre nosotros, y que
dadas las circunstancias de ser nosotros y los colombianos hermanos por el
origen, tal vez sea mucho mejor y más provechosa una estancia en México que en
cualquier otro país de América ó (sic) Europa.[7]
Pasar una temporada en Europa o Estados Unidos era algo común entre
las élites políticas e intelectuales latinoamericanas, para quienes el “Viejo
Mundo” era un espacio privilegiado “de referencias y validación de conductas y
modelos sociales” (Yankelevich, 2003, p. 15). Esto implicaba no solo una mirada
atenta a los procesos políticos y sociales que sacudían a Estados Unidos y
Europa, sino también el desconocimiento de aquello que sucedía en los países
vecinos. Por ello pasar una temporada en México, y no solo esto, sino además
recomendar a los jóvenes colombianos vinculados con la política que, de manera
preferente o complementaria, pasaran por México, representaba una propuesta
novedosa para la época.
En el
tiempo que Reyes estuvo en México pudo, además de conocer la dinámica del
régimen porfirista, estudiar las diferentes posibilidades comerciales que
existían entre ambos países. Para tal fin estableció contacto con el Secretario
de Hacienda, José Yves Limantour, a quien le presentó un proyecto para impulsar
el comercio entre México y los países de Centro y Sur América.[8] Allí planteó los desafíos que la falta de
comunicación entre los países del continente, no solo en el campo cultural sino
también en el económico, representaban para el eficaz intercambio comercial
entre ellos. La idea, según Rafael Reyes, era reemplazar los productos que en
el sur se consumían, provenientes de Europa y Estados Unidos, por los
mismos de igual calidad, pero ahora producidos en México, y viceversa. Para
ello proponía, entre otras cosas, el establecimiento de dos líneas de vapor que
salieran con dirección al sur desde los puertos de Veracruz y Salina Cruz. Estos proyectos si bien no lograron
concretarse en el corto plazo, se hicieron efectivos años después con el
establecimiento de relaciones comerciales entre ambos países.
Cuando
Reyes regresó a Colombia en 1904 no
eran secretas las simpatías que albergaba por Porfirio Díaz, y por la paz y el
progreso alcanzados en México bajo su gobierno. Ya desde 1902, había dado a
conocer al ministro de Relaciones Exteriores de Colombia su idea de que lo más
conveniente para el país era priorizar los asuntos económicos sobre los
políticos, siguiendo así la fórmula porfirista de más administración y menos
política.[9]
Esto
explica que, inspirado en Porfirio Díaz, Reyes diera cierre a su discurso de
posesión con las siguientes palabras:
Atenta y cuidadosa administración de los asuntos públicos, no
combinaciones políticas, será mi preocupación única como primer Magistrado de
la República, pues considero que mucha administración y poca política es en
síntesis el programa de gobierno que en su actual condición el país reclama de
sus mandatarios.[10]
Esta no era una
fórmula desconocida para los colombianos. La idea de un gobierno firme y de una
administración honrada, capaz de imponer la paz sobre todo el territorio
nacional, había rondado la prensa desde los inicios de la Guerra de los Mil
Días.[11] Incluso, como lo afirma Suárez Mayorga (2017, p.
101), desde 1880 las acciones del general mexicano habían deslumbrado a los
colombianos por la seguridad, la estabilidad y la tranquilidad que su gobierno
le había dado al pueblo mexicano; en el mismo sentido se habían suscitado
debates acerca del continuismo en el poder y la congruencia que guardaba, o no,
este tipo de régimen con la tradición legalista colombiana. Discusiones de este
tipo ocupaban a la opinión pública cada vez que se efectuaban elecciones presidenciales
en el país. Por ejemplo, en 1898 el presidente Miguel Antonio Caro levantó
sospechas entre sus opositores por la actitud que había tomado frente a la
sucesión presidencial que se avecinaba y que generaba entre ellos el temor de
que este quisiera implementar en Colombia “el sistema adoptado en México del
continuismo en el poder” (citado en Suárez Mayorga, 2017, p. 107).[12]
El
debate se reavivó con la elección de Reyes en 1904, sobre todo a raíz de la
reforma aprobada en la Asamblea Nacional, por la cual se extendió el periodo
presidencial en curso a una década, solamente mientras estuviera a la cabeza
del gobierno el general Reyes (Delgado, 2002, p. 110–112). Además, se
otorgaba al presidente de la República la facultad de nombrar por decreto a su
sucesor en caso de falta temporal (Lemaitre, 1953, p. 265). Esta reforma se
prestó para que la opinión pública señalara con insistencia las similitudes entre
el nuevo presidente y el gobernante de México.[13]
A tal
punto llegó el debate que el 11 de junio de 1904 el periódico conservador El Nuevo Tiempo[14] dedicó su página editorial al tema diciendo: “Es
bien singular que en vísperas de inaugurarse una nueva administración se hable
tanto del gobierno de Porfirio Díaz en Méjico. ¿Es esa la aspiración de alguno
de nuestros partidos? ¿Es acaso el programa de algún candidato?”.[15]
Basados
en los preceptos del positivismo latinoamericano, gobiernos como los de Porfirio
Díaz en México, Floriano Peixoto
en Brasil y Rafael Reyes en Colombia, habían adoptado formas de gobierno
centralizadas y presidencialistas, donde primaba la autoridad del “hombre
fuerte”, del “tirano honrado”, en el entendido que sus pueblos no habían
avanzado lo suficiente para que pudieran autorregularse, y hasta que eso no
sucediera debían establecerse límites a la libertad (Henderson, 2006, p. 82).[16] La necesidad de imponer el orden, en contra de las
perturbaciones que trajeron para la vida pública latinoamericana el sin fin de
guerras civiles que azotaron a los países del continente en el siglo XIX, y el
afán por fortalecer las economías nacionales, los había llevado a formular
políticas en donde se conciliaba el orden conservador, con la libertad y el
progreso de los liberales. En síntesis, un orden positivo, una libertad
controlada, ordenada y dirigida por un “hombre fuerte”, que acabara con el
enfrentamiento de los partidos políticos inspirados en ideologías teológicas y
metafísicas. En este entendido, las sociedades latinoamericanas evolucionarían
de una era militar, de enfrentamientos civiles entre facciones, a una era
industrial de desarrollo económico y bienestar social (Zea, 1980, p. XXVII).
Estos
planteamientos generales coincidían con las necesidades de un sector de la
élite colombiana en su afán por lograr el tan anhelado progreso truncado por
las guerras civiles del siglo anterior. Estos sectores, aunque en ocasiones
incómodos por las medidas arbitrarias tomadas por Reyes y el rápido viraje que
dio hacia la dictadura, vieron con complacencia el “régimen de protección
industrial que aumentaba los derechos de importación, que creaba nuevos
gravámenes, que subsidiaba las empresas y que garantizaba la rentabilidad de
las inversiones asegurando una subvención del capital invertido”.[17]
No es
de extrañarse entonces que bajo las precarias condiciones económicas con las
cuales el país entró al siglo XX, algunos miembros de la élite colombiana se
hayan visto deslumbradas por el éxito económico del México porfiriano y tentados
a adoptar, hasta cierto punto, el modelo de gobierno fuerte del general Díaz.[18] Sin embargo, el encanto duró muy poco. Los alcances
de la política económica del gobierno de Reyes no lograron conjurar las
críticas al autoritarismo del régimen, y para marzo de 1908 el presidente había
ofendido a tantos de sus compatriotas con sus medidas autoritarias, y afectado
con su centralismo los intereses de las élites regionales del país, que su
régimen empezó a tambalear (Quinche Castaño, 2011).
A
esta situación se le sumaron las críticas que produjeron los intentos del
general por mejorar las relaciones con Estados Unidos y firmar, por fin, un tratado
que reparara económicamente a Colombia por la pérdida de Panamá. Desde el
inicio de su administración, Reyes había considerado que era improbable iniciar
una confrontación directa con Estados Unidos para recuperar el territorio perdido.
Incluso veía el peligro de que se replicara la experiencia panameña en otros
departamentos como el Cauca, Antioquia o Bolívar, donde una crisis podría
encender el espíritu separatista de algunos sectores inconformes con el
centralismo bogotano. De igual manera juzgó como inconveniente, para la
precaria estabilidad del país, el inicio de un proceso de juzgamiento de
responsabilidades, que lo único que conseguiría sería profundizar las
divisiones entre los partidos (Lemaitre, 2001, p. 74). Por estas razones, desde
que llegó a la presidencia tendió un manto de olvido sobre los hechos del 3 de
noviembre y en su lugar comenzó a preocuparse por el problema de las relaciones
diplomáticas con Estados Unidos.
Desde 1906, el
gobierno colombiano estaba preparando la firma de dos tratados, uno con Estados
Unidos y otro con Panamá. El objetivo de estas negociaciones era regular las
relaciones políticas de Colombia con ambos países, establecer la soberanía
sobre Juradó, un área del Pacífico colombiano que
estaba en disputa con Panamá y definir algunos aspectos sobre el uso del Canal
y las prerrogativas que podrían ser concedidas a Colombia. Uno de los puntos
más sensibles de las negociaciones era el relacionado con el reconocimiento
diplomático de Panamá, asunto que generó gran encono entre la dirigencia
política colombiana y la opinión pública, y que estalló con la firma del
tratado en enero de 1909 y el inicio de los debates para su ratificación por el
Congreso de la República (Cardona Zuluaga, 2015).
A
raíz de la crisis, 250 influyentes antioqueños se organizaron en marzo de ese
año en Bogotá en la Unión Republicana, organización suprapartidista liderada
por Carlos E. Restrepo (Arias Trujillo, 2007, p. 69). Las élites de Antioquia
se habían visto tan afectadas por la redefinición de los límites geográficos de
su departamento, y por la creciente presión fiscal impuesta para financiar la
reconstrucción nacional (Quinche Castaño, 2011), que no era de extrañarse que
de allí surgiera el movimiento que haría tambalear al régimen de Reyes.
En este contexto de
crisis institucional La Ilustración
publicó la entrevista Díaz-Creelman en su número inaugural del 20 de julio de
1908. Las críticas contra el autoritarismo del régimen provenían de todos
lados, incluso de quienes en un primer momento habían sido sus aliados. Y así
como desde Estados Unidos se pretendió hacer uso político de las palabras de
Díaz para apoyar la reelección de Roosevelt (Garciadiego, 2011, p. 24), en
Colombia, Reyes pudo haber querido lo mismo al promover la publicación de la
entrevista en un periódico aliado de su gobierno.
Sobre las intenciones
del general Reyes podría decirse que además de las declaraciones del presidente
mexicano, sus preocupaciones radicaban en la reacción de Estados Unidos frente a
los posibles cambios políticos que sacudirían a México. Desde Washington, el ministro
colombiano mantenía informado al presidente y al ministro de Relaciones
Exteriores en Bogotá sobre los pormenores de las negociaciones por el asunto
panameño, y a la par hacía referencia a la información que el Departamento de
Estado y la prensa norteamericana hacían circular respecto de la situación
política de los países del sur, en particular de México.[19]
Hacia
adentro, el mensaje de Porfirio Díaz, traducido al contexto colombiano, podría
haberle ayudado a Reyes a decirles a sus opositores que era un error suponer
que el porvenir de una democracia estuviera en peligro por la continua y larga
permanencia de un presidente en el poder. Recordemos que Reyes había hecho que
su gobierno se extendiera a 10 años, cuando el periodo presidencial de Colombia
era de 6, por lo que pensar en el uso político de esta afirmación por parte del
colombiano no parece descabellado. El presidente mexicano dijo:
(...) por mí,
puedo decirlo con toda sinceridad, el ya largo periodo de la presidencia no ha
corrompido mis ideales políticos, sino, antes bien, he logrado convencerme más
y más de que la democracia es el único principio de gobierno, justo y
verdadero; aunque en la práctica es sólo posible para los pueblos ya
desarrollados (Luján, 2008, p. 15).
Con este argumento
quedaba claro que se estaban defendiendo los principios democráticos. El
problema era que, para ellos, ni México ni Colombia eran países desarrollados en
donde el libre juego de la política estuviera exento de provocar las guerras,
que en efecto había provocado en el pasado. Esta situación justificaba la
presencia de figuras fuertes como ellos para el mantenimiento de la paz y el
desarrollo económico de sus países.
La
temprana traducción y publicación de la entrevista en Bogotá generó muy poco
eco en la prensa de la época. El
Comercio, periódico medellinense, publicó en mayo de 1908 un cable
noticioso en el que informaba sobre las intenciones del presidente mexicano de
renunciar a sus pretensiones reeleccionistas.[20] El Nuevo Tiempo, por su parte,[21] hizo una pequeña referencia a la publicación de la
entrevista en La Ilustración, pocos
días después de su aparición. Casi un año después, en agosto de 1909, La Gaceta
Republicana, periódico del grupo de oposición que había liderado las
protestas de marzo en contra del gobierno de Rafael Reyes, mencionó el hecho
justo después de la renuncia definitiva del presidente colombiano en junio de
ese año.[22] En un cable titulado “Renuncia Presidencial” se
decía que Díaz tenía la intención de renunciar a la presidencia después de
efectuada la reelección, y manifestaron interés porque fuese elegido como
vicepresidente Ramón Corral.[23] La intención era clara. Días después de la renuncia
de Reyes, la Unión Republicana hizo eco de las promesas de su homólogo mexicano
y de la importancia de seguir las vías republicanas:
En nuestro
concepto –planteaban los redactores de La Gaceta Republicana– más valiera a México entrar por una
vía republicana, eligiendo Presidente a uno de sus hombres notables, que
reelegir al General Díaz, quien notable por su probidad y dotes
administrativas, ha adoptado un sistema de política que merece la condenación
de quienes aspiran al gobierno del pueblo y para el pueblo.[24]
Pese a las menciones anteriores, aquello que primó entre la opinión
pública fue un silencio generalizado frente a la publicación de la entrevista
Díaz-Creelman en Bogotá. Situación que puede explicarse por la conjunción de
los siguientes elementos: el carácter decimonónico que aún conservaba la prensa
colombiana, por el cual la noticia aún no le ganaba suficiente terreno a la
opinión; el aislamiento del país, lo que era causa de que las las noticias del extranjero no lograban captar la atención
de los lectores; el recio control que el ejecutivo ejerció sobre la prensa en
el Quinquenio, y que determinó en muchos casos el silencio respecto de los
asuntos políticos nacionales, y por último el carácter mismo del régimen
político colombiano, el cual no se vio interpelado ni por la entrevista ni por
los episodios que se desataron en noviembre de 1910.
La
prensa del siglo XIX se caracterizó por estar inserta en una lucha de principios,
expuestos en largos y magistrales artículos en donde los publicistas defendían
pareceres, más o menos dogmáticos, que estaban pensados para ser leídos por las
élites lectoras.[25] Muchos de los
periódicos de principios de siglo en Colombia, incluso la nueva prensa obrera y
artesana, se caracterizaron por publicar artículos de opinión, extensos o no,
no necesariamente relacionados con acontecimientos recientes, sino con
discusiones en torno a los grandes principios morales y políticos.
El
peso del acontecimiento era tan reducido que las primeras planas de los
periódicos de la época, hasta bien entrado el siglo XX, estaban ocupadas por la
publicidad con la que eran financiados. El diario El Nuevo Tiempo de Bogotá, por ejemplo, fundado en 1902, mantuvo
esta estructura hasta octubre de 1916, cuando apareció en un nuevo formato, “con
mayor cantidad de páginas y editado con elementos modernos”, [26] según el decir de sus propietarios. El Liberal, por su parte, fundado en
1911, cambió progresivamente la estructura de su primera plana a partir de
abril de 1913, cuando la columna de “Información extranjera” compartió espacio
con la publicidad.
La
necesidad de crear canales de información oportuna y detallada que dieran
cuenta de la cotidianidad, sobre todo nacional, con la mayor agilidad posible,
obligó a los periódicos a darle mayor peso a la noticia y restarle espacio a la
opinión. Generalmente, en la columna izquierda de la primera plana comenzaron a
ubicarse las editoriales del día. Estas comenzaron a tratar con mayor
frecuencia temas actuales y de interés general, aunque seguían editorializando
sobre grandes discusiones de principios. Esto dio lugar al nacimiento de una prensa híbrida en la que las noticias de la
actualidad nacional comenzaron a ganarle espacios a la opinión, pero para la
cual los acontecimientos internacionales aún eran muy lejanos. Además, si el
servicio cablegráfico nacional implicaba ya de por sí un costo adicional que
los modestos periódicos de las capitales no podían asumir, mucho más lo era el
servicio internacional.[27]
A la
austeridad de la prensa se le sumó el poco interés de las élites políticas por
los asuntos extranjeros (Ayala Diago, 2017, p. 61), sobre todo latinoamericanos,
por lo que no es de extrañarse que la sucesión presidencial en México no
causara interés en Colombia, y con ello que la traducción de la entrevista Díaz-Creelman
pasara, hasta cierto punto, desapercibida, hasta cuando hubo la necesidad de
hacer uso político de ella, en clave de los acontecimientos nacionales, y relacionarla
con la renuncia del general Reyes a la presidencia.
El
poco interés que la élite política colombiana mostró por los asuntos
internacionales se tradujo, en la prensa, en una ausencia significativa de
noticias relacionadas, sobre todo, con los países de América Latina. Los
directores del diario La Renovación
de Bogotá afirmaron que
(...) nada o muy poco sabemos de nosotros mismos, en tanto que
conocemos los más mínimos detalles de la vida de los extraños. Nuestra
intelectualidad se nutre de la savia europea, (…) sus destinos parecieran ser
los nuestros; de espaldas al continente, frente al mar, estamos siempre
midiendo el horizonte en espera de algo que llegara a resolver nuestra suerte,
quizá la buena nueva que venga a predicarnos con sus cien bocas de muerte algún
acorazado”.[28]
En relación con este
argumento, el escritor Arturo Quijano (1911), en un balance que hiciera del
mundo cultural colombiano de principios de siglo, denunciaba el aislamiento del
país respecto de los demás países latinoamericanos. Prueba de ello era el
desconocimiento, por parte de la mayoría de los colombianos, de los políticos y
poetas latinoamericanos destacados en sus respectivos países. Las razones de
esta situación, explicaba, se debían a que las librerías colombianas se
encontraban atestadas de libros editados en Europa, y no en Hispanoamérica, y a
que la prensa se limitaba a reproducir “simples” cables sobre uno u otro hecho
curioso, mas no artículos de opinión que permitieran conocer a profundidad las
naciones hermanas. Esta no era una situación exclusiva del contexto nacional:
hasta principios del siglo XX las sociedades latinoamericanas habían visto en
el “viejo mundo” un espacio privilegiado “de referencias y validación de
conductas y modelos sociales” que alentaba la fragmentación e incomunicación de
los países latinoamericanos entre sí (Yankelevich, 2003, p. 15).
Claro
está que este argumento no explica del todo el silencio de la prensa
colombiana, en tanto que otros asuntos sí fueron objeto de interés. Por
ejemplo, hay una nota en el diario El
Nuevo Tiempo sobre las declaraciones que hiciera Díaz acerca de la crisis
económica que estaba afrontando México en 1908,[29] y otras más sobre la ley de migración sancionada
ese año y de la cual se dijo había despertado un profundo sentimiento
anti-extranjero,[30] e incluso hay una nota sobre el incendio de los
talleres de La Gaceta de Guadalajara.[31]
Puede
ser que, según lo planteó Garciadiego (2011, p. 45), como aquello que causó
gran revuelo en México no fue tanto la entrevista como el hecho de que Díaz
declinara prontamente su propuesta de no presentarse a las elecciones de 1910,
a Colombia hayan llegado las dos noticias al mismo tiempo y hubiesen resultado
incomprensibles. Es de aclarar en este punto que, debido a la falta de canales
más expeditos de comunicación entre ambos países, y la intermediación de la
prensa norteamericana, la información que llegaba a Colombia era fragmentada,
parcializada, y muchas veces contradictoria.
Un
tercer elemento clave a la hora de comprender el silencio de la prensa
colombiana está relacionado con el control que el Ejecutivo tenía sobre esta. La
censura había sido uno de los mecanismos más efectivos y utilizados para el control
político de la oposición desde el siglo pasado. En 1906, en adición a la
legislación sobre prensa ya existente, el gobierno del general Reyes expidió el
decreto 47 de ese año por el cual se estipulaba que la prensa solo podía tratar
libremente y discutir asuntos de interés público dentro de los límites
establecidos por la misma norma.[32] Todo aquello relacionado con actos oficiales,
asuntos de interés público, reformas a la legislación, o candidaturas para
puestos de elección popular o parlamentaria, estaba sujeto a control; se estableció,
además, que habría amplia libertad para discutir todos los actos de la vida
pública de los candidatos, pero dentro de los límites de la moral y de la
decencia, quedando prohibidos los ataques a la vida privada.[33] A instancias de este decreto, la prensa o hacía eco
de las proezas del gobierno o era censurada (Vallejo, 2011).
Las
críticas al control del gobierno sobre la prensa fueron subiendo de tono desde
mediados de 1908. Por ejemplo, desde el periódico La Patria de Medellín se criticaba la tendencia de la prensa a
canonizar al gobierno nacional “muchas veces sin más milagro que el de atender
un deber simplemente trivial, al mismo tiempo que dejan de estudiarse sus actos
más serios, cuando de ese estudio podrían resultar luces desconocidas”.[34]
Para
1910, luego de la renuncia de Reyes, un grupo importante de periodistas criticó
los abusos autoritarios del régimen. En el periódico La Renovación de Bogotá se planteó que:
(...) menos política no quiere decir prohibición
absoluta de que los ciudadanos se ocupen de la política. Lo que significa esa
fórmula es que el Gobierno no debe entregarse enteramente a la política. Es a
él y no al pueblo a quien atañe el aforismo.[35]
La imposibilidad de desarrollar la crítica desde la
prensa, según La Renovación, produjo
el silencio de los ciudadanos frente a las actividades de la administración. “¿Qué
sucedió entonces?”, se preguntaban, “que el Gobierno careció de fiscal, de
consejeros, de censores y la Administración, que en realidad fue activa, eficaz
y atrevida, se manchó con faltas que durante mucho tiempo serán escándalo y
desgracia de este pobre país”.[36]
A lo anterior se suma, por último, el carácter mismo
del régimen político colombiano. A diferencia del caso argentino, estudiado por
Pablo Yankelevich, la Revolución mexicana no interpeló a la élite política
colombiana, al menos no en los mismos términos. En Argentina la reforma electoral
de 1912, por la cual se quiso democratizar el sistema político oligárquico del
país, fue promovida por el gobierno de Roque Sáez Peña con el objetivo de
contener la presión que la Unión Radical, y otros sectores en creciente
politización, estaban ejerciendo para acceder al poder. Con la apertura del
sistema político se quería evitar que la cerrazón de este llevara a los
radicales a tomar el camino de las armas, como había ocurrido en México (Yankelevich, 1997). Si bien las noticias sobre la
sucesión presidencial no llegaron a impactar a la opinión pública argentina,
cosa bien distinta ocurrió cuando la estructura porfiriana comenzó a
derrumbarse, y las élites rioplatenses se vieron reflejadas en el espejo mexicano.
Si en Argentina las noticias del levantamiento de
Madero produjeron sendas discusiones sobre el propio sistema político, y la
necesidad de su apertura, en el caso colombiano esto no fue así. En realidad,
este debate apareció con fuerza en la opinión pública a raíz del fin de la
última de las guerras civiles del siglo XIX, la Guerra de los Mil Días, y su
consecuencia más cara para la soberanía nacional, la independencia del
departamento de Panamá en 1903. A raíz de estos acontecimientos se fortaleció
la idea por la cual, primero, había que dar prioridad a los asuntos
administrativos por encima de las disputas políticas entre facciones, y
segundo, había que dar espacios en la administración pública a integrantes de
ambas colectividades políticas. Esta última propuesta fue puesta en marcha, con
sus limitaciones, por el régimen de Rafael Reyes, y encontró continuidad en el
régimen republicano que llegó al poder en 1910 bajo el mando de Carlos E.
Restrepo.
Pese a la exclusión de los sectores liberales desde
la llegada de los conservadores al poder 1886, los acontecimientos de 1903
alertaron a las élites colombianas sobre los peligros del sectarismo y la lucha
entre facciones, y en un acuerdo que tuvo más de renuncia por parte de los
liberales de las banderas históricas del radicalismo, se negoció cierta
apertura del régimen (Arias Trujillo, 2007,
p. 71). Así
cuando llegaron las noticias del derrumbamiento del régimen porfiriano las
élites colombianas estaban convencidas del avance y fortalecimiento de la democracia
en el país. La realización periódica de elecciones presidenciales, y la no
perpetuación en el poder de un solo individuo, a pesar de que se hubiese
perpetuado un solo partido, hacía pensar a las élites que la democracia en el
país se estaba fortaleciendo, y que no había motivos para levantarse en su
contra al solicitar la apertura de un régimen que según ya estaba abierto.
El análisis de las conexiones entre México y
Colombia que permitieron la publicación de la entrevista Díaz-Creelman en
Bogotá por el diario La Ilustración
me permitió acercarme, por una parte, al tema de la configuración de vínculos
políticos e intelectuales entre ambos países a principios del siglo XX; por
otra, al tema de los usos políticos que las élites colombianas hicieron de los
acontecimientos mexicanos.
A pesar de que en 1908 no puede hablarse de redes
intelectuales transnacionales y políticas, por lo escueto de los vínculos
existentes, resulta de vital importancia para estudios de periodos posteriores,
echar luz sobre los orígenes de la configuración de esas redes no solo entre Colombia
y México, sino entre este y los demás países de América Latina, que se
ensancharon y diversificaron a raíz de la Revolución Mexicana.
En este sentido el análisis de la publicación de la
entrevista Díaz-Creelman en Bogotá me permitió identificar los vínculos
personales entre la élite de ambos países y el papel de los diplomáticos como
soportes para dicha interconexión. Sin embargo, esta comunicación no fue
directa, y en su lugar Estados Unidos desempeñó un rol determinante por el cual
la comunicación se trianguló. Esta situación marcó las formas y las vías que
tomaron las noticias sobre México en los años posteriores y determinaron la
configuración de una de las aristas de la imagen de México en el exterior en la
etapa de la Revolución, la idea de un México bárbaro sumido en la guerra civil.
Por esta razón es clave entender también que, pese a
lo incipiente, esos vínculos sirvieron de base para la configuración de las
redes intelectuales transnacionales y políticas posteriores entre México y
América Latina, por lo que de alguna manera ayudaron a romper con el aislamiento
y desconocimiento que existía entre los países del continente. Para el caso colombo-mexicano esto sucedió cuando
aparecieron actores que se vincularon con sus pares en el exterior, se
enriquecieron y diversificaron las conexiones entre escritores y poetas, y
viajaron personas de un país a otro con mayor regularidad, como viajeros o como
exiliados y desterrados. Así, aunque para el periodo de estudio no puede
hablarse de redes en estricto sentido, sí estamos ante un proceso de gestación
de vínculos de diverso tipo entre Colombia y México que durante los primeros
años del siglo XX se irán fortaleciendo, para convertirse en los caminos que
facilitaron el tránsito de personas y de ideas. Fueron por tanto la base, la
semilla, de los proyectos de unidad latinoamericana que comenzaron a sacudir al
continente en las décadas siguientes. El análisis de la publicación de este
documento en Bogotá es un ejemplo de los vínculos que conectaron a países del
continente a principios del siglo XX, y que permite replantear la hipótesis de
la total desconexión y desinterés de estos países entre sí.
Por otra parte, el análisis de la entrevista me
sirvió para acercarme al tema de su lectura en el contexto colombiano. Como lo
dejé planteado, el carácter decimonónico que aún conservaba la prensa, el
desinterés de las élites por los asuntos latinoamericanos, la censura durante
el régimen de Rafael Reyes, y las características propias del régimen político colombiano
de principios de siglo llevaron a que la temprana traducción y publicación de dicho
documento no tuviera el eco esperado por los editores de La Ilustración entre la opinión pública y, en su lugar, fuera
ignorada. Las páginas que precedieron son la historia de ese silencio, ya que pese
al interés del gobierno de que se dieran a conocer las declaraciones de Díaz,
estas no encontraron resonancia y solo un año después, tras la renuncia de
Reyes, se mencionó la propuesta de renuncia hecha por Díaz, con clara alusión a
los acontecimientos nacionales.
Por
último, en términos metodológicos considero un aporte significativo para los
objetivos de este artículo que el trabajo se haya basado en la revisión de
archivos colombianos y mexicanos. Si bien a las historiadoras e historiadores del
periodo nos gustaría tener acceso a un volumen mayor de documentos para echar
luz sobre este periodo de la historia de Colombia, esta carencia es subsanada
en la medida de lo posible en este artículo, con el acceso a documentos
mexicanos que permiten ahondar en la relación de Reyes con México, y por esta
vía, en la configuración de los vínculos que comenzaron a unir a ambos países
desde finales del siglo XIX.
Archivos
Archivo General de la Nación, Colombia.
Archivo del Centro de Estudios de Historia de México,
México.
Hemerografía
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Comercio, 1908. Medellín.
El
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El
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El
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The Mexican Herald, 1908. Ciudad de México.
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* Este artículo es
parte de mi investigación en el programa de Doctorado en Historia de la
Universidad Nacional Autónoma de México, y contó con la financiación del
programa de becas del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología de México (CONACYT).
[1] El haber podido
acceder a documentos mexicanos sobre la estancia del general Rafael Reyes en
México, tras una búsqueda exhaustiva por archivos colombianos y mexicanos,
permitió subsanar la carencia de documentos que aqueja al periodo de estudio en
Colombia. Documentos que posibilitan ahondar en el vínculo que estableció Reyes
con México y en la influencia del México porfiriano en la política del
Quinquenio.
[2] Para un análisis detallado de la
entrevista Díaz-Creelman y su impacto en el escenario político mexicano y
norteamericano, véase el ensayo “la Entrevista Creelman” escrito por Javier
Garciadiego (2011, pp. 11-52) como discurso de ingreso a la Academia Mexicana
de la Historia, el 2 de septiembre de 2008, y reeditado en el libro de su
autoría.
[3] Garciadiego (2011, p. 28) hace
un balance de las interpretaciones que han pretendido explicar la aparentemente
contradictoria actitud de Díaz: resalta, por una parte, que el objetivo de Díaz
pudo haber sido provocar un movimiento en la opinión pública con la esperanza de
que brotaran opciones para su sucesión; otra interpretación es aquella que dice
que el objetivo era probar a sus partidarios y engañar a sus rivales, o bien,
era poner en marcha la usada y bien conocida “comedia del ruego”, en la que
Díaz amenazaba con retirarse de la política, confiado en que sus partidarios y
colaboradores le solicitaría que permaneciera en la presidencia, logrando así,
la legitimación de su reelección.
[4] En un artículo consagrado a la
figura del general ecuatoriano Eloy Alfaro, los redactores del periódico
confiesan a su público que el prolongado tiempo que pasa entre un número y otro
de los periódicos ilustrados de la capital comprueban que de tales
publicaciones no se deriva beneficio alguno “a pesar del apoyo con que el
Gobierno los favorece”, ya que si sucediera lo contrario estarían dispuestos a
sacar de imprenta más de cuatro números mensuales. “General don Eloy Alfaro”, La Ilustración, Bogotá, 20 de julio de
1908, pp. 15–16.
[5]
“Informe del Ministro de Colombia en Washington”, 16 de julio de 1908,
Washington. AGN,
Colombia: Ministerio de relaciones exteriores, sección primera, Legación de
Colombia en Washington, Correspondencia con Ministerio de Relaciones
Exteriores, 1908, car. 01052, c.
0133, f. 34–44.
[6]
“Extranjero. Página de un viaje”, El
Tiempo, México, 31 de enero de 1908, p. 1.
[7]
“Banquete en la Maisón Dorée”, El Tiempo,
México, 1 de diciembre de 1902, p. 1.
[8] “Comercio de México con Sur y
Centro América”. ACEHM, México, Fondo CDLIV, Colección José Y. Limantour.
CDLIV. 2a, 1902, 6. 59.1
[9] Carta
de Rafael Reyes al Ministro de Relaciones exteriores, México, D.F., 5 de junio
de 1902. AGN, Colombia: Ministerio de Relaciones Exteriores. Diplomática y
consular, Legación de Colombia en México,
c. 633, carp. 5, f. 65.
[10] “Posesión presidencial”, El Nuevo Tiempo, Bogotá, 9 de agosto de
1904, pp. 2–3.
[11] Al respecto consultar el
artículo de Adriana María Suárez (2017), titulado “La construcción de la nación
colombiana a la luz del modelo porfirista”. En este la autora analiza la manera
en que los colombianos recurrieron al ejemplo mexicano –para avalarlo o
criticarlo– en aras de plantear soluciones a la crisis en que se
encontraba el país”.
[12] El Sufragio, 8 de noviembre de 1897, s.p.
[13] Joaquín Vélez, el otro
candidato por el partido conservador afirmaba en 1904 que Reyes implantaría una
dictadura similar a la que Porfirio Díaz llevaba más de 20 años imponiendo en
México. Como respuesta a estas críticas el director del diario El Espectador, Fidel Cano, le contestó a
Vélez que Reyes carecía de la habilidad necesaria para crear un Porfiriato
(Henderson, 2006, p. 78). Por su parte, el expresidente Miguel Antonio Caro en
el artículo “El Porfirismo” publicado en el diario El Eco Nacional, el 16 de
junio de 1906, criticaba el supuesto deseo de Reyes de imitar los logros de
Díaz en una tierra que en nada se parecía a la colombiana, por lo que serían
infructuosos sus esfuerzos (citado en Suárez Mayorga, 2017, p. 118).
[14] El Nuevo Tiempo fue
fundado por el conservador Joaquín Pontón y los liberales José Camacho
Carrizosa y Carlos Arturo Torres, bajo el espíritu de reconciliación política
que sobrevino a la Guerra de los Mil Días y la pérdida de Panamá. A inicios de
la década de 1910 y tras la muerte de Camacho Carrizosa y Torres, el diario fue
vendido al poeta Ismael Enrique Arciniegas en 1911, quien lo convirtió en
plataforma de las ideas conservadoras. Desde esta nueva orientación política
fue más bien reacio a presentar información proveniente de México, lo cual
dejaba ver la distancia que los conservadores en el poder prefirieron mantener
respecto de la Revolución (Santos, 2004).
[15] “Hombres o instituciones?”, El Nuevo Tiempo, Bogotá, 11 de junio de
1904, p. 2.
[16] Respecto de este
punto, Arnaldo Córdova (2011) establece que el porfirismo se concebía a sí
mismo como una etapa de transición hacia una sociedad que no necesitara de la
dictadura y de la defensa del privilegio para existir en paz. “Esta ideología
–haciendo referencia al porfirismo– declara que nadie desea
desigualdad, que lo que todo el mundo desea, incluso los poderosos, es que un
día reine la igualdad y la libertad de quienes lleguen efectivamente a ser
iguales y libres. Mientras tanto, deben prevalecer la desigualdad y el dominio
de los poderosos, porque constituyen los únicos elementos reales que en el
futuro harán la igualdad. Las luchas por la libertad y por la igualdad son
ficticias, no hacen sino retrasar el proceso, ir contra la naturaleza de las
cosas e imponer sacrificios interminables al país” (p.
59).
[17] Para un análisis detallado de los logros
en materia económica del gobierno de Reyes, véase Vélez
Ramírez (1983, 1986).
[18]
En 1911 el general Uribe Uribe destacaba el progreso arquitectónico de la Ciudad
de México y lo comparaba con el precario desarrollo de la capital colombiana. “La Ciudad de los Palacios”, El Liberal, Bogotá, 1
de mayo de 1911, p. 4. En materia de tendido ferrocarrilero también México era
tema de comparación y debate. A principios de siglo este contaba con un
total de 14 000 kilómetros de líneas férreas, aunque no tenía un río navegable
de las proporciones del río Magdalena que había servido para comunicar el
centro del país con los puertos del mar Caribe.
[19]
“Carta del Manager de American Telegraph Press al Ministro de Colombia en
Washington, Julio Betancourt” 23 de diciembre de 1914, Washington: AGN, Colombia: Ministerio
de relaciones exteriores, sección primera, Legación de Colombia en Washington,
Correspondencia con Ministerio de Relaciones Exteriores, 1908, car. 01083, c. 0137, ff. 44–46.
[20] “Sobre la renuncia de Díaz”, El Comercio, Medellín, 20 de mayo de 1908, p. 1
[21] La referencia que hizo el
periódico bogotano fue más bien sobre la aparición del periódico La Ilustración y tangencialmente sobre
la publicación en dicho número de la entrevista Díaz–Creelman. “Hojeando
los periódicos de la capital”, El Nuevo
Tiempo, Bogotá, 23 de julio de 1908, p. 2. Cabe aclarar que ese periódico
fue más bien receloso de publicar informaciones sobre México, incluso después
de que sus colegas lo hicieran copiosamente a raíz de la renuncia de Díaz en
mayo de 1911. Otro elemento para resaltar es que para 1911 había aparecido en
la escena política colombiana dos nuevos periódicos de corte liberal y
republicano, a saber: El Tiempo
(1910) y El Liberal (1911), espacios
en donde tuvieron cabida las noticias sobre la Revolución.
[22] La Gaceta Republicana fue fundada en 1908 bajo la dirección de
Enrique Olaya Herrera en oposición al régimen del general Reyes. Fue
interrumpido después de publicados sus primeros tres números, y solo reinició
labores a finales de julio de 1909, para desempeñar la labor propagandística
que llevaría, en 1910, a la presidencia a Carlos E. Restrepo.
[23]“Renuncia presidencial”, La Gaceta Republicana, 14 de agosto de
1909, p. 2.
[24] “Cordura mejicana”, La Gaceta Republicana, 18 de agosto de
1909, p. 2.
[25] Para un análisis del surgimiento
de la prensa moderna, véase Lombardo (1992).
[26] “El Nuevo Tiempo”, El Nuevo Tiempo, Bogotá, 2 de octubre de
1916, p. 1.
[27] “En esa época, la mayoría de
los periódicos pequeños imprimían cuatro páginas levantadas con tipos de
composición (uno a uno) en una primitiva prensa plana, movida a pedal, y se
sacaban menos de 500 ejemplares. El negocio de la información se manejaba con
total austeridad: por telégrafo se transmitían sólo las “chivas” que
justificaran una edición extraordinaria; no había despilfarros de palabras ni
de centavos, salvo en caso de insultos, que debían ser reiterados y profusos
para que funcionaran” (Vallejo, 2011, p. 83).
[28]
“La
solidaridad americana ante el centenario”, La
Renovación, Bogotá, 24 de febrero de 1910, p. 2.
[29] “Mensaje de Porfirio Díaz”, El Nuevo Tiempo, Bogotá, 15 de mayo de
1908, p. 2; “Impuestos en Méjico”, El
Nuevo Tiempo, Bogotá, 16 de mayo de 1908, p. 2
[30] “Noticias por cable. Campaña
xenófoba”, El Nuevo Tiempo, Bogotá,
25 de julio de 1908, p. 2; “Cable. Méjico 23”, El Día, Cali-Colombia, 28 de julio de 1908, p. 2. Para un estudio
sobre esta las características de la Ley de migración de 1908 , véase
Yankelevich (2012).
[31] “Méjico, terrible incendio”, Pan, Bogotá, 23 de agosto de 1908, p. 2.
[32] “Decreto legislativo n° 47 de
1906 (12 de septiembre), sobre prensa”, La
Gaceta Republicana, Bogotá, 18 de noviembre de 1908, p. 2.
[33] “Decreto legislativo n° 47...”,
La Gaceta Republicana, Bogotá, 18 de
noviembre de 1908, p. 2.
[34] Citado en: “Situación de la
prensa”, El Crepúsculo, Sogamoso-Colombia,
7 de julio de 1908, p. 1.
[35] “La fórmula favorita del general Reyes”, La Renovación, Bogotá, 17 de enero de 1910, p. 1
[36] “La fórmula…”, La Renovación, Bogotá, 17 de enero de 1910, p. 1