Letras Históricas 26:e7347
Un acercamiento al
trabajo de los puesteros de lotería de cartones en Campeche, 1904–1916
An approach to the work of
card lottery stallholders in Campeche, 1904–1916
Cristóbal Alfonso Sánchez Ulloa
Consejo
Nacional de Ciencia y Tecnología, CIESAS-Unidad Peninsular
Parque
Científico y Tecnológico de Yucatán, 97302, Mérida, Yucatán.
ORCID ID:
0000-0003-3740-196X
Fecha de
recepción: 11 de noviembre de 2021
Fecha de aceptación:
30 de mayo de 2022
DOI:
https://doi.org/10.31836/lh.26.7347
Resumen:
Este texto aborda y discute el trabajo de quienes
instalaban puestos de lotería de cartones en las fiestas de la ciudad de
Campeche, a inicios del siglo XX. Las fuentes de investigación principales son
las solicitudes que los puesteros enviaban al gobierno del estado. Se analizan las
estrategias que utilizaron para obtener los permisos y para que se les
concedieran prórrogas cuando las requerían. El artículo destaca cómo los
puesteros lograron organizarse colectivamente y adaptarse a las
transformaciones políticas. Asimismo, se ofrecen indicios de cómo se difundió
en el espacio público de Campeche la lotería de figuras.
Palabras
clave: Campeche, fiestas, lotería de cartones, juegos de
azar, trabajo callejero.
Abstract: This article addresses
and discusses the work of those who installed card lottery – lotto
– stalls during the festivities in Campeche city, at the beginning of the
20th century. The research’s main sources are the applications that
stallholders sent to the state government. I analyze
here the strategies they used to obtain permits and the granting of extensions,
whenever these were required. The article highlights how stallholders were able
to organize collectively and adapt to political transformations. Likewise, it provides
indications on how lotería de figuras disseminated
in Campeche’s public space.
Keywords: Campeche, card lottery, festivities,
game of chance, lotto, street work.
Introducción[1]
Hoy en día, la lotería de figuras
ocupa un lugar importante en la cultura de Campeche; ahí, la versión local del juego,
que tiene algunas diferencias con la más conocida lotería mexicana, se disfruta
recurrentemente, tanto en el ámbito doméstico como en el espacio público.[2] Las figuras y la manera de “cantarlas” están
ampliamente difundidas entre muchos campechanos y forman parte de su
cotidianidad. Asimismo, desde hace algunos años, en el ámbito gubernamental, en
el de los medios de comunicación[3] y en el académico, la lotería se asume como parte de la
identidad y del patrimonio cultural inmaterial del estado y su capital (Alcocer;
2020, Gantús, 2011; Gutiérrez Ruiz y Rivero Canto,
2015).
Esta práctica
lúdica tiene una historia muy extensa. Desde el siglo XIX, por lo menos,
existen registros del juego de lotería de cartones en la península de Yucatán,
que en esa época se realizaba con números y con barajas. En cuanto a la de
figuras, que es la que se juega hoy en día, su origen y su difusión en el
ámbito doméstico y en el espacio público se remontan a finales del siglo XIX e
inicios del XX. En este trabajo, exploro el desarrollo de dicha práctica en
Campeche, en un breve periodo de inicios del siglo XX. Me acerco a la manera en
la que un grupo de personas contribuyó a fomentar el juego de lotería en los
espacios públicos de la capital campechana.
Así
como en el centro del país es conocido el papel que desempeñó el francés Clément – o Clemente – Jacques en la difusión
de las figuras de la lotería mexicana (Beezley, 2008,
p. 36), en el caso de la lotería campechana se ha señalado la labor de José
María Evia, propietario de la cigarrera La Esperanza,
quien desde finales de la década de 1890 incluyó las imágenes de la lotería en
sus cajetillas como una estrategia publicitaria (Ortiz, 2017, pp. 161–62).
Evia contribuyó, sobre todo, a difundir estas
imágenes y su práctica en el ámbito doméstico. Y en el espacio público, además
de Evia, hubo otros individuos que influyeron para
que la lotería de figuras se arraigara en Campeche, principalmente, aquellos
que se dedicaban a instalar puestos de lotería de cartones durante las fiestas
religiosas de la ciudad. Entre ellos, se ha destacado a don Guadalupe
Hernández, quien “popularizó la lotería campechana en las ferias de
los barrios de Campeche hasta principios de los años treinta” del siglo XX, y
difundió una forma específica de pregonarla (Ortiz, 2017, pp. 161–62;
Pozos y Saucedo, 1995, pp. 8–9).
En el presente
artículo, estudio la labor de Hernández y de otros puesteros – entre
quienes sobresalen Eudaldo C. Peón, Gabriel
Rodríguez, Augusto Otal, Felipe Escamilla y Pedro
Miranda –, en el periodo 1904–1916. Estos individuos, como
complemento a su ocupación habitual, se volvían trabajadores temporales de las
plazas en la ciudad de Campeche, y llevaban su diversión de una fiesta a otra.
La pregunta que busco responder en estas páginas es: ¿qué estrategias
utilizaron los puesteros para desempeñar su labor en el espacio público y cómo
contribuyeron a fomentar esta práctica en la ciudad a inicios del siglo XX? Este
es un primer acercamiento al trabajo de los puesteros de lotería, que espera
dar pie a otras investigaciones sobre los trabajadores de las fiestas y el
trabajo en las calles en Campeche.
El medio por el
cual me acerco al trabajo de estos individuos son las solicitudes que enviaron
a las autoridades del estado para establecer sus puestos en las fiestas. Estos documentos
definieron el periodo estudiado, ya que las solicitudes a las que pude acceder,
resguardadas en el Archivo General del Estado de Campeche (AGEC), corresponden
a los años 1904–1906.[4] Para contextualizar este corpus documental, conocer algunos antecedentes y el marco legal en
el que los puesteros se movían, consulté otro tipo de fuentes como periódicos y
legislación – i.e., códigos penales, reglamentos y planes de
arbitrios – de finales de siglo XIX e inicios del XX.
Al inicio del
texto refiero algunos antecedentes de la lotería de cartones en la península de
Yucatán y lo que la legislación de Campeche establecía respecto de los juegos
en dicho periodo. En los siguientes apartados, que pretenden ser el principal
aporte del texto, describo la labor de los puesteros de lotería de cartones;
explico cómo se relacionaban con la autoridad, y ahondo en las solicitudes que
enviaron, tanto a título individual como colectivo, para obtener el permiso de
trabajar. En dichas solicitudes, los puesteros usaron la deferencia, evidenciaron
su conocimiento de la ley y de los cambios políticos y, muchas veces, se
mostraron vulnerables. Todo ello les permitió realizar su labor durante los
días de fiesta y obtener prórrogas cuando las condiciones meteorológicas o
algún evento extraordinario en la ciudad les restaron clientes.
Cabe señalar que
la lotería de figuras en México se ha abordado desde distintas perspectivas y
disciplinas. Algunos estudios, por ejemplo, se centran en aspectos como la
estética de la lotería y sus cambios y permanencias a lo largo del tiempo (Lara, 1997), mientras que otros
analizan la forma de pregonar las figuras (González, 2011). En el ámbito histórico,
cabe referir el trabajo de William Beezley (2008),
quien aborda el desarrollo del juego desde finales del siglo XIX y la forma en
la que las figuras contribuyeron a difundir estereotipos y a formar la
identidad nacional. Otro texto interesante es el de Fausta Gantús
(2011), quien también refiere la relación de la lotería con la formación de las
identidades colectivas y remarca la importancia del juego en el patrimonio
cultural nacional y regional de México. Gantús estudia
la lotería mexicana y la campechana y analiza los elementos en común y las
diferencias. Las figuras que ambas loterías comparten, señala la autora,
“permiten y propician la afirmación de la identidad nacional”, mientras que las
imágenes “propias de la región” resaltan las características propias de los
habitantes de Campeche. De esta forma, a decir de la historiadora, el juego
contribuye “a delinear y consolidar la patria y la ‘matria’”
(Gantús, 2011, p. 393).
Algunos trabajos
se centran específicamente en la lotería campechana. Ellos dan a conocer
cartillas de distintas épocas y orígenes, abordan su historia y reiteran la
importancia del juego en la cotidianeidad y en la identidad actual de Campeche
(Alcocer, 2020; Ortiz, 2017; Pozos y Saucedo, 1995).[5] En el presente texto, busco contribuir a esta
historia del juego de la lotería, pero desde un ámbito diferente, que no ha
sido abordado en los estudios mencionados. Como ya apunté, me centro en la
experiencia de quienes laboraron en las fiestas tradicionales de la ciudad de
Campeche y que participaron en la difusión de la lotería en el espacio público.
Los puesteros de
lotería de Campeche, al desempeñar su labor en las plazas, compartían algunas
características con otros trabajadores de la calle de la misma época. Por
ejemplo, los trabajadores de las calles de la Ciudad de México, quienes como
señala Mario Barbosa (2010), lejos de estar excluidos de la vida económica,
participaban en ella “con las posibilidades que les brinda[ba]
cada momento y cada espacio social, y se adapta[ba]n
a las circunstancias para lograr mínimas condiciones de sobrevivencia” (p.
1080). Estos trabajadores participaban en una actividad y en un contexto que
algunos escritores y políticos descalificaban, porque desentonaban con el orden
urbano que se buscaba establecer. Paradójicamente, lograron tener cada vez
mayor visibilidad, por el “esfuerzo institucional por controlar estas
actividades”, que se notó en la “concesión de licencias” y en “los esfuerzos
por mejorar la recaudación” (Barbosa, 2010, pp. 1078–79).
De manera
similar, los puesteros de lotería en Campeche participaban, aunque fuera
temporalmente, en la dinámica económica urbana: aprovechaban los momentos y
espacios extraordinarios que las fiestas tradicionales abrían para mejorar sus
condiciones de vida, al tiempo que contribuían a la labor de los demás
ofertantes de servicios y diversiones en la fiesta; asimismo, aportaban a los
fondos municipales las cuotas que les solicitaban. Por otro lado, muchas veces
se organizaban de forma colectiva para eludir ciertas situaciones adversas que
se les presentaban y, tanto en lo grupal como en lo individual, supieron
adaptar sus palabras a los cambios políticos ocurridos en la segunda década del
siglo XX. Y como también ocurrió en el centro del país, la legislación y el
intento por controlar sus actividades les dio mayor visibilidad, así como un
medio para dialogar con las autoridades que, según se verá aquí, les benefició.
La presente
investigación también es un aporte a la historia de los trabajadores de las
fiestas, cuya actividad puede insertarse dentro del de las ferias comerciales. Estas,
como plantea Mariana Busso (2011), son un “espacio de
relaciones sociales, lúdicas y simbólicas”, en el que se dan “intercambios
económicos y socioculturales, donde se superponen sus características de
institución social, forma económica y entidad cultural” (pp. 107–15).
Esto es evidente en el caso de la lotería campechana, en cuya difusión tanto
del juego como de la manera de jugarlo y de dirigirlo, influyeron y siguen
influyendo las fiestas tradicionales y las actividades comerciales que las
acompañan.
Algunos
antecedentes
A inicios del siglo XX, la lotería de cartones era una diversión recurrente
en la península de Yucatán; sobre todo, era parte de las actividades lúdicas
que acompañaban a las fiestas religiosas. Esta práctica venía de varias décadas
atrás. A modo de ejemplo, en 1841, el viajero estadounidense John L. Stephens estuvo
en un juego de lotería durante la fiesta del barrio de San Cristóbal, en
Mérida. Stephens describió el juego – una lotería de números, del 1 al 90
– en el que “personas de todas edades y clases” convivían en el lugar y buscaban
ser los primeros en combinar cinco números en línea en una cartilla, para ganar
el dinero recaudado con la “módica suma” que cada participante aportaba para
jugar (Stephens, 2003, pp. 11–12). Para el último cuarto del siglo XIX y
la primera década del XX, esta práctica continuaba. Como lo deja ver la prensa
oficial del estado de Yucatán, las autoridades solían permitir a los ciudadanos
que así lo solicitaran, establecer loterías de cartones en las fiestas
tradicionales de Mérida y de otros municipios como Motul
o Halachó.[6]
La prensa también permite observar que el juego de
lotería estaba presente en la ciudad de Campeche desde mediados de siglo XIX,[7] y que era
un acompañante habitual de las celebraciones religiosas a finales de ese siglo
e inicios del XX. Las mesas de lotería brindaban momentos de diversión en
fiestas como la de San Juan de Dios, cerca del centro de la ciudad, y en las de
los barrios extramuros de San Francisco, Santa Lucía o San Román.[8]
Ocasionalmente, había quienes lanzaban alguna
crítica contra la lotería de cartones. El
Reproductor Campechano, por ejemplo, un semanario que se publicó en el
puerto desde 1888, se quejaba porque los gritos inherentes a estas “poco
edificantes” diversiones molestaban a los vecinos hasta altas horas de la
noche.[9] Asimismo,
en una ocasión planteó que la lotería era una vía, aparentemente inocente, por
la cual las personas entraban al “vicio” de los juegos de azar, los cuales
criticaba con mayor dureza.[10] Otro problema
que el periódico distinguía era que en las fiestas de la ciudad, los juegos
ilícitos se desarrollaban al abrigo de los que sí se permitían, como la
lotería.[11] Pero, en
general, los periodistas sí diferenciaban entre las loterías de cartones, parte
de un universo lúdico poco perjudicial, y los juegos de azar, reprobados por otros
tantos escritores y políticos mexicanos a lo largo del siglo XIX, – porque
consideraban que alejaban a las personas de la virtud del trabajo y contradecían
sus ideas de moralidad, civilización y progreso (Vázquez, 2000).
La legislación de la época también da cuenta de la
presencia constante de esta práctica lúdica en Campeche y en toda la península.
Desde la década de 1870, el código penal del estado – que reprodujo el
del estado de Yucatán – estableció que, para celebrar una lotería de
cartones temporal, se necesitaba obtener el permiso del gobierno (Código Penal del Estado de Yucatán, adoptado
para el de Campeche, 1893, art.
689; Código Penal y Código de Procedimientos
Penales para el Estado de Campeche, 1899, art. 740). En cierta medida, esto
diferenciaba a la lotería de los juegos ilícitos, los cuales eran, según los
Códigos, aquellos en los que “la ganancia o la pérdida dependen exclusivamente
de la suerte, sin intervención del ingenio o de medios lícitos conocidos de
ambas partes” (Código, 1893, art. 699; Código, 1899, art. 750), y comprendían los juegos de dados, ruleta,
monte y otros que no especificaba (Código,
1893, art. 702; Código, 1899, art. 752). Aunque la diferencia entre la lotería y
los juegos ilícitos estaba implícita en los Códigos, la indefinición dejaba
cierto margen para la interpretación;[12] no
obstante, con la legislación de inicios de siglo XX, este margen se estrechó.
A mediados de 1902, el gobernador José Castellot reformó el Código Penal. La reforma reiteró que,
para establecer una lotería de cartones, se precisaba el permiso del gobierno
(art. 739); recordó las características de los juegos ilícitos y la
proscripción de estos (art. 750). La diferencia fue que el artículo 750
especificó con claridad que las loterías de cartones, al igual que otras
loterías – e.g., de la nación y
del estado – y rifas se exceptuaban de dicha prohibición. Asimismo, la
autoridad estatal determinó que los juegos permitidos se regirían por
“reglamentos especiales expedidos por el Gobierno y quedar[ía]n
bajo la vigilancia de las autoridades administrativas”.[13] A finales
de 1903, en concordancia con esta reforma, el sucesor de Castellot,
Luis García Mézquita, emitió el reglamento de juegos
lícitos, el cual mencionó con mayor claridad cuáles entraban en esta categoría.[14] El
reglamento también estableció, entre otras cosas, que dichos juegos se
permitirían en las plazas públicas y calles, “sólo en caso de feria ó fiestas
en las poblaciones”, mientras ellas duraran, y se fijaron los requisitos a
cumplir para obtener el permiso de la autoridad.[15] De esta
forma, el Ejecutivo estatal precisó con mayor claridad cuáles eran los juegos
permitidos – entre los que estaba la lotería de cartones – y la
normativa a la que estaban sujetos.
Estas modificaciones coincidieron con un cambio en el
gobierno del estado. El ascenso de José Castellot a
la gubernatura, en 1902, implicó la llegada de un partido distinto al que había
dominado la política en décadas anteriores (Negrín, 2019, pp. 223–24). Los
cambios en la legislación obedecieron, como lo explicó el periódico oficial
tras las reformas al Código Penal, al interés de este nuevo grupo político
– que se identificó con el positivismo (Gantús,
2003, pp. 48–49) – por homologar la legislación del estado con la
del resto del país;[16] dejar
menos espacio para la interpretación, y “precisar con la posible claridad el
límite que separa los actos lícitos de los que no lo son”.[17]
Finalmente, cabe señalar que, aunque el gobierno del
estado era el que otorgaba los permisos para establecer los juegos en las
fiestas, la cuota que se fijaba para obtener la licencia se destinaba a los
fondos municipales. Por eso, en el plan de arbitrios del municipio de Campeche,
cada año se establecía la contribución que los interesados debían pagar por
instalar loterías de cartones en las fiestas, ya fuera de “números, figuras o
barajas”.[18]
Los puesteros de lotería que aquí estudio desarrollaron
su labor dentro de este marco legal. Como se aprecia, eran parte de una
práctica que contaba con una larga trayectoria; sin embargo, el interés por
legislar y por controlar mejor los juegos lícitos propició una mayor
comunicación con las autoridades, lo cual se aprecia en la existencia del corpus documental central de esta
investigación. Estas fuentes ofrecen una oportunidad para acercarnos a estos
individuos y a su labor, algo que en otros documentos como los periódicos o la
legislación es inaccesible. Asimismo, las solicitudes coinciden con un periodo
importante en el desarrollo de un tipo de lotería que se consolidó en el siglo
XX, como lo es la lotería de figuras – que más adelante se convertiría en
la lotería campechana.
Los puesteros
de lotería
El AGEC conserva una serie de expedientes con las solicitudes que
varios individuos enviaron al gobierno del estado, para establecer juegos de
lotería de cartones en las fiestas de los barrios, entre 1904 y 1916.[19] En ellas,
acorde con lo establecido en el reglamento de juegos lícitos y en el plan de
arbitrios de la municipalidad, los solicitantes afirmaban ser vecinos de
Campeche, mencionaban el tipo de juego que querían instalar, la festividad en
la que lo harían y las fechas que esta abarcaría. Adicionalmente, algunos
referían su ocupación.
En la Tabla 1 refiero los nombres de los
solicitantes, los años del periodo estudiado durante los cuales laboraron, el
número de solicitudes que se conservan de cada uno y el tipo de juego que instalaban.
Tabla 1
Solicitudes para instalar mesas de
lotería en las fiestas de Campeche, 1904–1916
Nombre |
Periodo activo |
Número de solicitudes |
Tipo de lotería |
Guadalupe
Hernández |
Octubre
de 1904–marzo de 1916 |
22 |
Cartones |
Eudaldo C.
Peón S. |
Diciembre
de 1910–diciembre de 1913 |
8 |
Cartones |
Gabriel
Rodríguez |
Mayo
de 1907–diciembre de 1912 |
6 |
Cartones |
Augusto
Otal D. |
Mayo
de 1905–abril de 1913 |
5 |
Barajas |
Felipe
Escamilla |
Septiembre
de 1911–marzo de 1912 |
5 |
Barajas |
Pedro
Miranda |
Mayo
de 1905–diciembre de 1911 |
4 |
Barajas,
números y figuras de animales |
Leopoldo
Ordieres |
Mayo
de 1905 |
1 |
Cartones |
Augusto
Ferrer |
Septiembre
de 1907 |
1 |
Cartones |
Francisco
Díaz |
Septiembre
de 1907 |
1 |
Números |
Apolonio
Boldo |
Diciembre
de 1907 |
1 |
Cartones |
Arsenio
Leal |
Septiembre
de 1911 |
1 |
Cartones |
Fuente: AGEC, fondo ‘Gobierno’, sección ‘Asuntos
jurídicos’, serie ‘Concesiones y permisos’, años 1901–1925, exps. 2–31.
Hay varios aspectos de esta Tabla dignos de resaltar, empezando por el
hecho de que no era solamente una persona quien se dedicaba a esta actividad.
Sobresale el nombre del ya aludido Guadalupe Hernández, quien sabemos siguió
dedicándose a la lotería en años subsecuentes, junto con su familia. Pero hubo
más individuos con una activa participación durante varios años, como Eudaldo Peón, Augusto Otal y
Pedro Miranda. También destaca Gabriel Rodríguez, quien instaló su mesa de
lotería de cartones en varias fiestas, además, obtuvo un permiso para
establecerse en los portales del barrio de San Francisco, todos los sábados, de
las 7:00 a las 12:00 de la noche, desde octubre de 1910 hasta diciembre de
1912.[20]
Otro
caso interesante es el de Felipe Escamilla, quien instaló su lotería de figuras
de baraja en las fiestas de Campeche entre septiembre de 1911 y marzo de 1912.
Anteriormente, entre 1904 y 1911, laboró en fiestas del vecino estado de
Yucatán, en Mérida, Izamal, Valladolid, Espita, Tekax y Progreso.[21] Escamilla
provenía del centro del país – en una de sus solicitudes al gobierno
campechano afirmó ser natural de Puebla; en otra, de México – y se
dedicaba al comercio.[22] Al
parecer, encontró en el juego de lotería un buen complemento a su actividad
comercial.
También es importante destacar los tres tipos de
lotería que los puesteros mencionaron en sus solicitudes. Al parecer, la que nombraban
como “lotería de cartones” era la de figuras, ya que aquellos que pregonaban
las de números y barajas lo especificaban; además, Guadalupe Hernández, quien
sabemos cantaba la de figuras, la nombraba siempre como “de cartones”.
Solamente Pedro Miranda, en una solicitud de diciembre de 1911, mencionó que la
suya era una “pequeña lotería compuesta de números y figuras representando
animales”.[23] Esto deja
ver que se trató de una época en la que coexistieron varios tipos de loterías,
aunque la de figuras – si creemos que todas las de cartones lo eran
– predominó, tendencia que continuó en las décadas posteriores.
No queda duda que en este proceso fue importante
Guadalupe Hernández, quien por lo menos desde 1904 destacó en la difusión de
esta actividad lúdica en Campeche. Hernández era platero. Nació cerca de 1850
en Tepetitán, Tabasco, y, según algunos autores,
estuvo en el puerto de Veracruz antes de llegar a Campeche, de donde trasladó
varias figuras de la lotería y la forma de pregonarlas (Ortiz, 2017, p. 261–62).
Aunque en uno de los estudios más tempranos sobre el tema, “La lotería
campechana de figuras”, publicado en la revista Orbe de 1949, Joaquín Lara C. menciona que Hernández:
[...] encargó
a Pedro Pérez Ortega que le dibujara una lotería, con veinticuatro de las
figuras originales de la Lotería Mexicana y otras cincuenta y seis, entre
lugares, frutos, personas, herramientas artesanales y objetos típicamente
campechanos. El propio don Guada se encargaba de
cantar su lotería con ingeniosos juegos de palabras: "Dichoso el que se
comió las uvas" (para el número 18, las uvas) o "ni se mueve el
Palacio Nacional" (núm. 19, el Palacio Nacional). Hasta 1924 se ocupó don Guada de su lotería y su hijo lo remplazó en 1930. El juego
ganó tal auge y fama que llegó a conocerse como la Lotería Campechana. (Lara,
1997, p. 78)
Resulta complicado saber qué versión de la lotería de figuras llevaba
Hernández en el periodo estudiado y cuándo y dónde surgió. Lo que destaca es su
presencia constante en las fiestas de la ciudad en las primeras tres décadas
del siglo XX. Sin duda, tuvo mucho que ver con el desarrollo y el crecimiento
de una práctica que aún se mantiene en nuestros días. Sin embargo, para él y
para otros que se dedicaban a ir de una fiesta a otra con su lotería de
cartones, lo primordial no era fijar una costumbre, sino obtener ingresos
adicionales a los que tenían por el oficio que desempeñaban regularmente. Para
ello y en su relación con la autoridad, se sirvieron de distintas estrategias,
que referiré más adelante.
Cabe
primero esbozar una descripción general de la labor de los puesteros de
lotería, con base en lo que las solicitudes refieren y siguiendo la propuesta
de Mariana Busso (2011), para quien es necesario
fijarse en las dimensiones “físico-estructurales,
sociodemográficas, legales/institucionales, comerciales, políticas e
ideológico-culturales” (p. 113). Sobre lo físico-estructural, los puesteros
instalaban sus mesas en las garitas que se construían para las fiestas, en
plazas públicas contiguas o cercanas a los templos católicos de los barrios de
Campeche – espacios de socialización que se volvían temporalmente espacios
comerciales. En el periodo de 1904 a 1916 se celebraban varias fiestas a lo
largo del año, que en su mayoría contemplaban entre 9 y 10 días de diversiones
a partir de la fiesta patronal. Entre ellas destacan las de San Juan de Dios,
en marzo; Santa Ana, en mayo; San Román, en septiembre; Guadalupe, en diciembre,
y San Francisco, que en esa época se efectuaba del 24 de diciembre al 6 de
enero.[24] Quizá
como ahora, la de mayor importancia era la de San Román, que tenía un carácter
regional, y atraía a personas de otros municipios – algunos lejanos como
Carmen –, y del estado vecino de Yucatán – algo que también se nota
en el número de solicitudes relativas a esa fiesta.
En
cuanto a los aspectos sociodemográficos, es posible conocer la ocupación de
varios de los puesteros: Felipe Escamilla, Augusto Ferrer y Eudaldo
Peón se dedicaban al comercio;[25] Augusto Otal, Leopoldo Ordieres y Francisco
Díaz se identificaban como artesanos, igual que Guadalupe Hernández, quien era
platero; Pedro Miranda afirmó ser carretillero.[26] Trabajar
en las fiestas era una buena oportunidad para obtener ingresos adicionales a lo
que ganaban por su oficio o por su actividad comercial cotidiana. Por otro
lado, cabe enfatizar en el hecho de que Felipe Escamilla y Guadalupe Hernández
procedían de otras regiones, ya que esto nos permite pensar que los juegos de
lotería propiciaban una circulación, además de comercial, cultural. Ellos
ejemplifican, con nombre y apellido, cómo en los procesos de configuración de
identidades nacionales hay un ir y venir entre lo nacional y lo regional (Gantús, 2011, pp. 383–84).
Las
loterías de cartones en las fiestas también involucraban el aspecto legal-institucional,
comenzando por el hecho de que los puesteros requerían del permiso de la
autoridad para instalar su juego. Los gobernantes de distintos niveles, por su
parte, adquirieron algunos beneficios de esta actividad: las cuotas o contribuciones
que los puesteros pagaban, aunque cortos, eran parte de los ingresos con los
que contaba el municipio. Además, al otorgar el permiso, el gobernador y el
jefe político involucraban a los trabajadores de las fiestas en la labor de
mantener el orden en las mismas y de evitar que se instalaran juegos
prohibidos.
Referente
a los aspectos comerciales, por el contenido de las solicitudes y el origen de
los puesteros, así como por el caso más conocido – i.e., Guadalupe
Hernández –, es posible saber que ellos mismos, quizás apoyados por su
familia, se encargaban de manufacturar las cartillas, de instalar las mesas, y
de dirigir el juego. El producto que ofrecían era el entretenimiento, junto con
la posibilidad de obtener algún premio. La mayoría de los puesteros cobraba 5
pesos por cada cartón y otorgaban premios como objetos “de losa y cristalería”
o “de uso doméstico y fantasía”;[27] por lo
que, como lo establecía el Plan de Arbitrios del municipio, debían pagar una
cuota de 2 pesos diarios.[28]
El
trabajo de los puesteros de lotería involucraba también aspectos políticos e
ideológico-culturales. En los siguientes apartados nos acercaremos con mayor
detalle a estos.
Las
estrategias de los puesteros
Las solicitudes de los puesteros de lotería en los años estudiados
seguían una fórmula básica, cumpliendo con lo que la ley establecía. Todos dirigían
sus escritos al gobernador, citaban el artículo 739 del Código Penal del estado
y la reforma al mismo del 10 de junio de 1902 y afirmaban que pagarían los
derechos correspondientes. Comúnmente, obtenían el permiso, y el gobernador
emitía un aviso tanto al solicitante como al jefe político, a quien le
encargaba mantener el orden y hacer cumplir el reglamento de juegos lícitos.
De
los años aquí estudiados, 1906 es uno de los pocos de los que no se conservan
solicitudes. Llama la atención que, en septiembre de dicho año, el periódico El Criterio Público refirió que “algunas
personas” solicitaron permiso al gobernador – en ese momento Tomás Aznar
y Cano[29] –
para establecer “ciertos juegos de lotería” en dicha fiesta. El semanario, que constantemente
emitía quejas contra el clero, contra algunas prácticas propias de las fiestas
religiosas y contra diversiones como los toros y los gallos,[30] celebró
que el gobernador negara “la autorización, fundándose en la prohibición de la ley
respecto de los juegos ilícitos”.[31] Es
difícil saber si con “ciertos”, se refería a todos los juegos de lotería de
cartones, o a otros juegos que involucraban apuestas. La fecha coincide; sin
embargo, con la ausencia de solicitudes en la documentación gubernamental.
Con ello, puede pensarse que hacia 1906, en
Campeche, aún había cierta ambigüedad en lo relativo a los juegos lícitos, o que
ciertos individuos veían a la lotería como parte de ellos. No obstante, el
aumento de solicitantes y de permisos otorgados en los siguientes años indican
que esta ambigüedad se fue venciendo, y que más individuos vieron la diversión
como una buena forma de obtener ingresos. Además, los puesteros consolidaron una
forma específica de dirigirse a las autoridades en sus solicitudes, que les
servía para legitimarse a sí mismos y al juego. Los solicitantes referían su
ocupación, su procedencia y su domicilio, para mostrar que eran ciudadanos
honestos y que contaban con una estabilidad. Esto les ayudaba a desligarse de
la imagen negativa que existía sobre los que se dedicaban a los juegos
ilícitos. Muchos de ellos especificaban el costo de las cartillas y el valor de
los premios, ninguno de los cuales era elevado, para evidenciar que lo central
del juego era la diversión y no las apuestas. Usaban, además, la deferencia
para dirigirse a las autoridades.
Aparte de esos elementos básicos, esgrimieron ciertas
explicaciones para recalcar que la lotería era parte de las fiestas. En
específico, lo hizo Guadalupe Hernández, quien construyó un argumento que le
fue útil a lo largo de los años para establecer su juego en esas ocasiones.
Ejemplar de ello fue su solicitud de marzo de 1907, para trabajar en la fiesta
de San Juan de Dios. En ella, mencionó:
[...] del ocho al diez y siete del mes en curso,
debe tener lugar la fiesta que anualmente celebran los vecinos de San Juan de
Dios; concistiendo [sic] las fiestas [...] en
loterías, tómbolas, ventas de dulces, comestibles, etc. que es lo que se llama
fiesta de plaza.[32]
Subrayó el hecho de que las loterías eran, como las demás diversiones
lícitas, intrínsecas a las fiestas tradicionales de la ciudad. Ese año y en los
siguientes, cuando mencionó la festividad en la cual deseaba laborar, Hernández
casi siempre incluyó frases como “según costumbre implantada en el pueblo
campechano [...] según costumbre muy antigua [...] siguiendo antigua costumbre [...]
según costumbre establecida desde hace muchos años”.[33] Y reiteró
también que dichas fiestas eran celebradas por “profanos y religiosos”.[34]
La costumbre tenía una connotación negativa entre quienes
criticaban al juego y otras diversiones, como los redactores de El Criterio Público o algunos de quienes
años antes escribían en El Reproductor
Campechano. Para ellos, como para otros escritores y políticos
decimonónicos de inicios del siglo XX, la fuerza de la costumbre era precisamente
la que impedía deshacerse de los lastres del progreso social y de los males con
los que los asociaban.[35] Para
Hernández, en cambio, la costumbre y el gusto de la población católica y no
católica hacia la lotería, y las fiestas de la ciudad en general, eran motivos
para permitirla.
Estrategias
colectivas
En ciertas ocasiones, en las que alguna circunstancia específica
inhibió la concurrencia a las fiestas, los pregoneros de lotería, junto con
otros puesteros, se dirigieron de manera colectiva a las autoridades con el fin
de obtener una prórroga de uno o más días. En estas solicitudes en especial,
los trabajadores de la fiesta recurrieron a la deferencia y enfatizaron las
dificultades que enfrentaban en su labor, para obtener el beneficio que
buscaban.
Estos
recursos quedan bien ejemplificados en un escrito que una docena de puesteros,
entre quienes estaban Guadalupe Hernández y Augusto Otal,
dirigieron al jefe político, el 20 de septiembre de 1907. Los firmantes
pidieron extender un día más la fiesta de San Román, que empezaba el 14 de
septiembre, por lo que los primeros días coincidían con las fiestas patrias del
15 y 16. “Respetuosamente”, expusieron:
Es un
hecho fuera de toda duda que el mayor aliciente que tienen todos los que ponen
negocios en la citada feria es el aprovechamiento de los tres primeros días por
juntarse en ellos las circunstancias de ser festivos no solamente para esta
localidad, sino también para la Patria; como consecuencia de esto la afluencia
de gente que es lo que favorece los negocios es mucho mayor, habiendo multitud
de personas que vienen á Campeche solamente por esos tres días, después de los
cuales se retiran a sus centros de trabajo ó de vecindad.
Pues bien, esos tres días son precisamente los que se han perdido este
año, debido a las escesivas [sic] lluvias que no solamente nos quitaron toda entrada, sino
que nos ocasionaron los gastos y perjuicios consiguientes á esos fracasos
inesperados. De los otros días, no feriados, solo han sido utilizables las
noches por ser así costumbre establecida en la población, resultando de todo
esto, que cuando concluya la fiesta, [...] ápenas si
podremos indemnizarnos de los cuantiosos gastos que hemos tenido que erogar
para nuestros pequeños negocios, quedando en consecuencia perdido nuestro
trabajo personal. [36]
Pidieron un día de prórroga para, “por lo menos recuperar algo de lo
que en mejor ocasión” habían perdido. Y apelaron a la “reconocida
justificación” del jefe político, esperando obtener dicha “gracia”, que, en
efecto, obtuvieron.
Al igual que las solicitudes enviadas a título
individual, las que los puesteros elaboraron de manera colectiva en los
siguientes años siguieron una misma estructura, que fue eficaz para obtener la
prórroga solicitada – siempre con la condición de pagar los derechos
correspondientes. Interpelaron a los gobernantes con extrema cortesía,
recalcando su condición social marginal y la vulnerabilidad del trabajo en las
ferias.
Al
trabajar en las plazas públicas, las ganancias de los puesteros dependían grandemente
de las condiciones meteorológicas. Por ello, en las peticiones colectivas
muchas veces aludían a las lluvias para explicar la falta de concurrentes a las
diversiones y sus consecuentes pérdidas. Pero además de los fenómenos
atmosféricos, era común que mencionaran alguna otra circunstancia o
acontecimiento que atrajo la atención de una gran parte de la población a otro
sitio de la ciudad. Por ejemplo, el 27 de enero de 1912, Guadalupe Hernández y
otros 10 puesteros de la fiesta del barrio de Santa Lucía refirieron que “la
serie de funciones del Circo Treviño y la inclemencia del tiempo” les
produjeron “grandes perjuicios”, por lo que le pidieron al gobernador, Manuel
Castilla Brito, extender el permiso hasta el 2 de febrero, lo que les fue
concedido.[37]
Castilla
Brito fue el líder del movimiento maderista en Campeche, y personificó el cambio
político en la entidad. Gobernó el estado entre septiembre de 1911 y junio de
1913 (Abud, 1992, pp. 35–38). Durante su
gobierno, procuró mostrar su filiación al presidente Francisco I. Madero y al
vicepresidente José María Pino Suárez – quienes lo respaldaron en su
llegada al gobierno – con distintas manifestaciones públicas (Abud, 1992, p. 35; May, 2014,
cap. 1). Los trabajadores de la fiesta se adaptaron a estas transformaciones
políticas y trasladaron la deferencia a los nuevos gobernantes del estado y del
país. De hecho, una visita de Madero a la ciudad y una celebración en su honor
fueron usados por los puesteros como un pretexto para pedir una prórroga.
La
noche del 16 septiembre de 1911, Madero y Pino Suárez estuvieron en la ciudad
de Campeche para la toma de posesión de Castilla Brito (Gantús,
2003, p. 62). La visita, aunque breve, coincidió con la fiesta del barrio de
San Román y afectó sus intereses, según los “organizadores de las diversiones”
de dicha fiesta – como los puesteros se autodenominaron. 16 ciudadanos,
encabezados por Guadalupe Hernández y Augusto Otal –
casi siempre los primeros entre los firmantes –, escribieron a Castilla
Brito para pedir una prórroga de cinco días, que se les concedió. La petición
es sin duda interesante. Refirieron que por los perjuicios que recibieron por
la inclemencia del tiempo y por
[...] la
extraordinaria animación que tuvieron en lugares apartados del centro de
nuestros negocios las fiestas de recepción del insigne libertador Co. Francisco
I. Madero las cuales nos restaron por días enteros casi la totalidad de la
concurrencia, nos es indispensable, ya no para conseguir una utilidad sino para
evitarnos pérdidas casi seguras, disfrutar de una prórroga de cinco días, sobre
el plazo concedido. [De concedérselas, se comprometían a conservar el orden] que
hasta hoy ha reinado en la parte que está bajo nuestra inmediata
responsabilidad y vigilancia.[38]
Como en las demás peticiones grupales de estos años, destaca el hecho
de que los puesteros enviaron una sola petición. En ella se reconocieron como
una especie de gremio, que además de dedicarse a organizar las diversiones de
las fiestas y proporcionar momentos de solaz a la población, cumplía la función
de mantener el buen orden entre los concurrentes a las diversiones. Como en
otras peticiones, resaltaron las condiciones precarias en la que se encontraban,
que les hacían buscar ya no ganancias, sino solamente la subsistencia. Y de
alguna forma hicieron responsable al gobierno de las “pérdidas casi seguras”
que sufrirían si no les concedía la extensión del permiso.
Lo
interesante en este caso también es el cuidado que tuvieron al mencionar la
causa de su complicada situación: las fiestas en honor a Madero. Aseguraron que
esta celebración les ocasionó pérdidas, pero al mismo tiempo se preocuparon por
mostrar su adhesión al régimen, por medio del elogio al gobernador y de la
exaltación del “insigne libertador”, quien naturalmente – a decir de los
puesteros –, atrajo todo el interés de la población. Recalcar este
entusiasmo y el interés de toda la población por celebrar a Madero sirvió para
reforzar la idea de que no habían tenido ganancia alguna; como una especie de
sacrificio cívico, que esperaban ver compensado por el gobierno.
Esta
experiencia les sirvió medio año después. En marzo de 1912, durante la fiesta
de San Juan de Dios, los dueños de los puestos – incluyendo a Guadalupe
Hernández, Augusto Otal y Felipe Escamilla –
explicaron que las diversiones en el Teatro ‘Toro’ y los bailes particulares y
públicos organizados en la ciudad habían afectado sus intereses. Y refirieron
que el domingo 18, último día de la fiesta, se celebraría adicionalmente una
Gran
Manifestación en honor de nuestros Ilustres Caudillos Señores Francisco I.
Madero y José María Pino Suárez, la cual dará motivo al decaimiento de la
fiesta aludida, en vista de la gran animación que existe en nuestros espíritus
de patriotas Campechanos, para acudir á un acto tan solemne y significativo.[39]
Previendo las pérdidas, solicitaron una prórroga hasta el día 22, que
se les concedió. Como seis meses atrás, siguiendo la corriente de los cambios políticos,
los puesteros se beneficiaron de su maderismo –
fuera sincero o no. Anticiparon que el gobierno correspondería a su fidelidad
hacia la causa revolucionaria y al hecho de que reconocieran el patriotismo
campechano y la importancia del acto en honor a los caudillos. Esto resulta
interesante porque permite observar expresiones de corte político en sectores
de la población no involucrados en el gobierno o en el periodismo.
Los
encargados de las diversiones en las fiestas establecieron, por lo visto, una
buena relación con Manuel Castilla Brito. En la concesión de prórrogas influyó
que las autoridades obtenían un beneficio económico, aunque ciertamente, este
beneficio no era muy grande. Quizá, la mayor ganancia era la posibilidad de
contar con su adhesión política. Por su parte, los ciudadanos, al evidenciar su
subordinación y elogiar las cualidades del gobernante, obtuvieron las ventajas
de las prórrogas.
Cabe destacar que, en sus solicitudes, los puesteros
utilizaron algunas de las estrategias que otros actores subalternos, en
diferentes contextos, emplearon al interactuar con las autoridades. Como otros colectivos,
los puesteros se adaptaron a las formas requeridas para hacer peticiones a los
gobernantes: en sus escritos, mostraban que conocían la legislación referente a
su actividad; se dirigían a los gobernantes con deferencia y los mostraban como
sus protectores, para lo cual subrayaban la vulnerabilidad en la que se
encontraban; apelaban a la tradición para legitimar su actividad, y finalmente,
como se aprecia en las solicitudes colectivas, ajustaron sus peticiones a los
cambios políticos. Esto se asemeja, en cierta medida, a las estrategias
utilizadas por actores subalternos del medio rural a finales del siglo XIX
(Falcón, 2002, pp. 80–81). Desde luego, hay que matizar esta afirmación.
Las estrategias de los puesteros no eran una forma de resistencia a los
gobernantes, ya que la relación con estos no era ríspida ni conflictiva, y los
puesteros no se percibían como actores oprimidos. No obstante, sí eran actores
subordinados a la autoridad, que ejercían una actividad ligada a las prácticas
lúdicas populares y a las fiestas religiosas que algunos actores de las élites consideraban
contrarias a las ideas modernizadoras y de progreso. Por ello, para poder
desarrollar su actividad en el espacio público, los puesteros requerían
legitimarla.
El 12 de abril de 1913, en la última de las
solicitudes colectivas del periodo estudiado, Guadalupe Hernández, Augusto Otal, Rafael Caraveo y Jacinto
León Mendoza relataron al gobernador Castilla Brito que, desde que inició la
fiesta de San José, solo hubo “uno o dos días de buen tiempo”. Por ello, en los
días de fiesta que restaban – hasta el 16 –, les sería imposible
recuperar los gastos que hicieron: “alumbrado, contribuciones y demás
impuestos”. Para alcanzar a cubrirlos y ganarse “siquiera un pequeño jornal”,
pidieron una prórroga, pero a diferencia de los cinco días solicitados
anteriormente, o el solitario día que le pidieron a las autoridades en 1907, en
1913 solicitaron una prórroga de nueve días. Tuvieron el cuidado de apelar a la
“benevolencia y magnanimidad” que “adornaban” al gobernador y a su “reconocida
justificación”.[40]
Obtuvieron con ello el privilegio que buscaban.
Si bien cada uno desarrollaba su labor por cuenta
propia, los puesteros de lotería de cartones dependían de distintos factores,
como los que Busso (2011) refiere para el caso de los
feriantes: de la presencia de clientes o consumidores; de las autoridades
locales y lo que ellas dispusieran en torno a los juegos, y como lo dejan ver
las peticiones colectivas, de los demás puesteros. Los individuos que
instalaban las mesas de lotería compartían el espacio, las condiciones de
trabajo y los inconvenientes que ocasionalmente surgían; al mismo tiempo,
compartían “universos simbólicos, y grupos de referencia y pertenencia” (Busso, 2011, pp. 120–21). Esa identidad les daba una
mayor coherencia al interpelar a las autoridades y les facilitaba obtener los
beneficios que buscaban, como contar con más días para buscar ganancias.
Según se lee en los planes de arbitrios del municipio
de Campeche, además de loterías, en las fiestas solía haber puestos de tómbolas,
argollas, bagatelas, tiro al blanco, tiro de muñecos y plumillas, junto con
espectáculos o exhibiciones de animales, figuras o aparatos.[41] El corpus documental revisado para esta
investigación; sin embargo, no nos brinda más información sobre esos otros
puesteros. A reserva de lo que puedan aportar nuevos trabajos que exploren el
tema desde distintas perspectivas y con otras fuentes, es interesante notar que
los puesteros de lotería, con Guadalupe Hernández a la cabeza, obtuvieron un
lugar preeminente en la relación con la autoridad y se convirtieron en los
portavoces de quienes proveían diversiones en las fiestas.
Las solicitudes enviadas de manera colectiva permiten
ver el desarrollo y la consolidación de una relación entre trabajadores y
gobernantes, en la cual ambas partes se beneficiaron. Los puesteros lograron
desarrollar su actividad sin objeciones durante las fiestas de la ciudad, y se
les permitió laborar en las jornadas adicionales que solicitaron, que cada vez
fueron más. De ello, los gobernantes obtuvieron cierto beneficio económico,
pero, sobre todo, les permitía establecer alianzas con un sector específico de
la población que, paulatinamente, se reconoció como un actor colectivo. En el
caso de Castilla Brito, esto resultaba importante para un régimen recién
establecido, que buscaba legitimarse y obtener apoyo por parte de la población,
y que enfrentaba cierta oposición (Abud, 1992, pp.
37–41; May, 2014, cap. 1), – la cual
aumentó a raíz de la muerte de Madero y Pino Suárez, hasta hacerlo sucumbir ante
el avance huertista, a mediados de 1913.
Reflexiones
finales
En el fondo documental revisado para este trabajo, que comprende el
periodo 1901–1925,[42] no
existen solicitudes enviadas por los puesteros a los gobiernos posteriores al
de Castilla Brito – excepto un par de Guadalupe Hernández, de diciembre
de 1913 y marzo de 1916. Para futuras investigaciones, se necesitará seguir el
rastro de los puesteros para conocer cómo se adaptaron a las transformaciones
políticas de los años siguientes, si mantuvieron una identidad y una
organización colectiva y explorar las relaciones que establecieron con los
gobiernos revolucionarios y posrevolucionarios. Asimismo, será interesante
acercarse a otros trabajadores de las fiestas y del espacio público en general
en Campeche, ámbito en el cual el presente trabajo busca contribuir.
También, cabría profundizar en la difusión de la
lotería de figuras en el espacio público y privado de Campeche para comprender mejor
su consolidación como la “Lotería campechana”. Sobre este tema, cabe hacer una
última reflexión, para la cual hay que recordar la alusión que Guadalupe
Hernández hacía de la costumbre. El vínculo que Hernández estableció entre el
juego de lotería y las fiestas de la ciudad resulta interesante si se considera
que las fiestas “ritualizan de forma recurrente el
particularismo, actualizando y reafirmando el sentimiento de formar parte de
una comunidad – local, regional, nacional – y reproduciendo
simbólicamente la identidad colectiva de ésta” (Homobono,
1990, p. 45). La lotería y las demás diversiones, al llamar a “profanos y
religiosos” – en palabras de Hernández –, y al desarrollarse en las
fiestas tradicionales de la ciudad, tenían un “sentido social integrador”, tal
como la fiesta misma (Homobono, 1990, p. 46). Esto es
algo que estaba implícito en las palabras de Hernández, y es una de las pistas
que podría seguirse – junto con la difusión de la lotería en el ámbito
doméstico – para observar el proceso por el cual la lotería se consolidó
como parte del patrimonio cultural del estado de Campeche; es decir, como una
expresión de identidad colectiva (Arévalo, 2004, pp. 929–30). Todo esto,
claro, sumado al hecho fundamental de que las imágenes remiten a elementos
naturales y culturales propios de la región (Gantús,
2011, p. 392).
Al respecto de esto último, creo necesario reiterar que,
si bien la relación de la lotería de figuras con la identidad es importante,
las fuentes en las que me centré para esta investigación y el enfoque del
trabajo se desvían de ese tema. Las solicitudes de los puesteros no especifican
las figuras que tenían las cartillas de lotería ni las formas de pregonarla. Es
por ello que en este texto privilegié el tema del trabajo en el espacio público
y las estrategias que los puesteros utilizaron para realizar su labor y para
obtener prerrogativas a partir de su relación con las autoridades.
Este trabajo es un primer acercamiento a la labor de
los puesteros de lotería de cartones de Campeche, para quienes las fiestas eran
un modo de subsistencia y un complemento a otras actividades económicas. Como
se vio en estas páginas, para poder laborar en el espacio público y para
superar las dificultades que ocasionalmente tuvieron, los puesteros fijaron una
manera específica de dirigirse a las autoridades y una serie de estrategias que
les permitieron, casi siempre, obtener una respuesta favorable a sus
solicitudes. Sin duda, es un tema interesante, que puede seguirse explorando
con nuevas preguntas y con el estudio de otras fuentes. Algunos aspectos que se
han explorado aquí pueden dar pauta a dichas indagaciones, como el origen de
los puesteros, su organización colectiva, su presencia en las distintas fiestas
de la ciudad, el lenguaje y los argumentos utilizados en su trato con las
autoridades y la idea que los puesteros tenían de su propia actividad.
Lista de referencias
Archivos
AGEC – Archivo General del Estado de
Campeche. Campeche, México.
Hemerografía
El Criterio Público.
Campeche, México.
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[1] Una primera
versión de este trabajo se presentó en el Seminario Permanente de Historia
Social del Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México. Agradezco las
observaciones hechas en aquella ocasión por la Dra. Fausta Gantús,
por quienes dirigen y coordinan el seminario, al igual que a todos mis colegas
que participan en él.
[2] A diferencia
de las 54 figuras de la más conocida lotería mexicana, la de Campeche cuenta
con 90. Las cartillas constan de 25 figuras; el pregonero no usa tarjetas con
las figuras sino fichas con números – lo cual implica saber de memoria la
figura que corresponde a cada número y la manera de cantarla –, entre
otras peculiaridades.
[3] ‘Artesanía campechana destaca en el Vaticano’ (2017, 13 de
diciembre), Tribuna, recuperado de https://tribunacampeche.com/local/2017/12/13/artesania-campechana-destaca-vaticano/ ; ‘Hicieron historia, magna lotería campechana en la UAC’
(2019, 27 de septiembre), Nuestra Gente, recuperado de: https://nuestragentecampeche.com/noticias/hicieron-historia-magna-loteria-campechana-en-la-uac/.
[4] Estos
documentos los resguarda el AGEC, en el fondo ‘Gobierno’, sección ‘Asuntos
jurídicos’, serie ‘Concesiones y permisos’.
[5] Sobre el origen y la difusión de la
lotería campechana, estas obras refieren la existencia de dos versiones,
correspondientes a los relatos fijados por los descendientes de José María Evia
– quienes ostentan los derechos de autor de la ‘Lotería Casera Campechana’
– y los de don Guadalupe Hernández. La
polémica o el interés por definir la autoría del juego se explica por la
popularidad que este tiene en el presente y por la importancia que se le ha
dado en la cultura de Campeche. No obstante, en los textos académicos, hay un
consenso en cuanto a que “no es una invención de ninguno de los dos, [...] sino
de una tradición que se fue desarrollando poco a poco”, con imágenes
provenientes de otros sitios de México y del extranjero (Ortiz, 2017, p. 162).
La labor de Evia y Hernández es innegable, el primero como quien fijó y propagó
las imágenes de una forma moderna; el segundo, como un gran difusor de la
lotería y de la forma de cantarla en las fiestas (Ortiz, 2017, pp.
161–62; Pozos y Saucedo, 1995, pp. 8–9).
[6] ‘Ayuntamiento
de Mérida’ (1878, 25 de septiembre), La
Razón del Pueblo, p. 3; ‘Ayuntamiento de Mérida’ (1878, 30 de septiembre), La Razón del Pueblo, p. 3; ‘Tesorería
del Hospital O’Horán’ (1904, 18 de enero) Diario Oficial del Gobierno del Estado Libre
y Soberano de Yucatán, p. 2; ‘Tesorería del Hospital O’Horán’
(1904, de febrero) Diario Oficial del
Gobierno del Estado Libre y Soberano de Yucatán, p. 5; ‘Concesión de
lotería’ (1906, 5 de noviembre), Diario
Oficial del Gobierno del Estado de Yucatán (en adelante, D. O. de
Yucatán), p. 1; ‘Lotería
prorrogada’ (1907, 18 de septiembre), D.
O. de Yucatán, p. 1.
[7] ‘Exposición’
(1851, 1 de julio), El Fénix, p. 2.
[8] ‘De fiesta’
(1890, 16 de marzo), El Reproductor
Campechano, p. 3; ‘La fiesta de San Juan de Dios’ (1894, 18 de marzo), El Reproductor Campechano, p. 3; ‘Ecos
de San Juan de Dios’ (1900, 25 de marzo), El
Reproductor Campechano, p. 3; ‘Más fiestas’ (1900, 23 de diciembre), El Reproductor Campechano, p. 3; ‘Las
fiestas de Santa Lucía’ (1902, 19 de enero), El Reproductor Campechano, p. 3; ‘Crónica’ (1898, 18 de
septiembre), La Aspiración del Estado,
p. 2.
[9] ‘Las fiestas del
Sr. de Tila’ (1890, 25 de mayo), El
Reproductor Campechano, p. 3; ‘Ecos de San Juan de Dios’ (1900, 25 de
marzo), El Reproductor Campechano, p.
3.
[10] ‘El juego’
(1894, 23 de septiembre), El Reproductor
Campechano, p. 2.
[11] ‘La fiesta de
S. Román’ (1894, 23 de septiembre), El Reproductor Campechano, p. 3.
[12] La ambigüedad llegó a ser más notoria en otros sitios
del país. En Jalisco, por ejemplo, donde el código penal establecía algo muy
similar, la lotería de cartones y otros juegos
se llegaban a ver como una recreación honesta, o bien, como parte del mundo de
los juegos de azar, según los intereses de quien lo interpretara (Vallejo
Flores, 2009, pp. 35–37).
[13] ‘Gobierno del
Estado’ (1902, 14 de junio), Periódico
Oficial del Gobierno del Estado Libre y Soberano de Campeche (en adelante, P. O. de Campeche),
p. 5.
[14] Los juegos de
“ajedrez, billar, boliche, bolos, brisca, carreras de animales, carruajes ó
personas, conquián, damas, dominó, ecarté, malilla, mus, paco, panguingue, peleas de gallos, pelota, pocker,
rentoy, tiro al blanco, tresillo, tute, whist; y otros semejantes”. ‘Reglamento
de juegos lícitos’ (1903, noviembre 3), P. O. de Campeche, p. 1.
[15] ‘Reglamento de
juegos lícitos’ (1903, 3 de noviembre), P.
O. de Campeche, pp. 1–2.
[16] A modo de
ejemplo, los juegos permitidos en el reglamento de Campeche eran prácticamente
los mismos incluidos en el reglamento capitalino. Ambos documentos, además, se
promulgaron en un periodo cercano (Barbosa, 2005, p. 171).
[17] ‘Las reformas
de los Códigos’ (1902, 19 de junio), P.
O. de Campeche, p. 1.
[18] ‘Plan de
Arbitrios para la Municipalidad de Campeche que empezará a regir el 1º de Enero
de 1904’ (1904, 5 de enero), P. O. de
Campeche, pp. 4–5; ‘Plan de Arbitrios para la Municipalidad de
Campeche que empezará a regir el 1º de Enero de 1914’ (1914, 13 de enero), P. O. de Campeche, p. 3.
[19] Estas son, hay
que decirlo, todas las solicitudes que existen en la
serie ‘Concesiones y permisos’ de la sección Asuntos jurídicos del fondo
Gobierno del AGEC, para el periodo 1901–1925.
[20] AGEC, fondo ‘Gobierno’, sección ‘Asuntos jurídicos’, serie
‘Concesiones y permisos’, años 1901–1925, exp.
s.n., fols. 54–55.
[21] ‘Tesorería del
Hospital O’Horán’ (1904, 23 de enero), Diario Oficial del Gobierno del Estado Libre
y Soberano de Yucatán, p. 2; ‘Tesorería del Hospital ‘O’Horán’’
(1906, 5 de enero), Diario Oficial del
Gobierno del Estado Libre y Soberano de Yucatán, p. 6; ‘Concesión de lotería’ (1908, 19 de diciembre), , p. 1; ‘Concesión
de lotería’ (1908, 24 de diciembre), ,
p. 1; ‘Concesión prorrogada’ (1909, 10 de agosto), , p. 2; ‘Concesiones de loterías’ (1910, 6 de diciembre), p. 1; ‘Concesión prorrogada’ (1911, 29
de abril), , p. 2.
[22] AGEC, fondo ‘Gobierno’, sección ‘Asuntos jurídicos’, serie
‘Concesiones y permisos’, años 1901-1925, exp. 2,
fol. 25; exp. 31, fol. 68.
[23] AGEC, años 1901–1925, exp. 31,
fol. 44.
[24] AGEC, fondo ‘Gobierno’, sección ‘Asuntos jurídicos’, serie
‘Concesiones y permisos’, años 1901–1925.
[25] AGEC, años 1901–1925, exp. 5,
fol. 25; exp. 31, fols. 64,
68.
[26] AGEC, años 1901–1925, exp. 5, fols. 2, 22; exp. 11, fol. 2; exp. 31, fol. 52.
[27] AGEC, años 1901–1925, exp. 31, fols. 42, 58.
[28] AGEC, años 1901–1925, exp. 12, fols. 11, 25, 31; exp. 31, fols. 44, 52. ‘Plan de arbitrios para la Municipalidad de Campeche
que empezará a regir el 10 de enero de 1904’ (1904, 5 de enero), P. O. de Campeche, pp. 4–5; ‘Reformas al Plan de Arbitrios de la
Municipalidad de Campeche, que regirán en el año entrante de 1913’ (1913, 7 de
enero), P. O. de Campeche, p. 2.
[29] Aznar y Cano,
hijo de Tomás Aznar Barbachano, sucedió a Luis García
Mézquita, quien falleció en 1905. Fue parte del mismo
grupo que llegó al poder en 1902 y gobernó hasta 1910, cuando renunció como
consecuencia de las tensiones políticas locales y nacionales y el crecimiento
del movimiento maderista (Negrín, 2019, p. 225; May,
2016, cap. 1).
[30] ‘Toros y
gallos’ (1906, 15 de julio), El Criterio
Público, p. 2; ‘Información’
(1906, 2 de septiembre), El Criterio
Público, p. 3; ‘Clerical’ (1906, 16 de septiembre), El Criterio Público, pp.
2–3; ‘La fiesta de Lerma’ (1906, 4 de noviembre), El Criterio Público, p.
2.
[31] ‘Capitalinas’
(1906, 20 de septiembre), El Criterio
Público, p. 3.
[32] AGEC, fondo ‘Gobierno’, sección ‘Asuntos jurídicos’, serie
‘Concesiones y permisos’, años 1901-1925, exp. 5,
fol. 2.
[33] AGEC, años 1901–1925, exp. 5, fols. 14, 40; exp. s.n. (mayo de
1909), fol. 1; exp. 13, fol. 11.
[34] AGEC, años 1901–1925, exp. 5, fol.
8; exp. 16, fol. 2; exp.
2.n. (mayo de 1909), fol. 1
[35] ‘Boletín’
(1890, 5 de octubre), El Reproductor Campechano, p. 2; ‘Toros y gallos’ (1906, 15 de
julio), El Criterio Público, p. 2.
[36] AGEC, fondo ‘Gobierno’, sección ‘Asuntos jurídicos’, serie
‘Concesiones y permisos’, años 1901-1925, exp. 5, fols. 29–30.
[37] AGEC, años 1901–1925, exp. 31, fols. 62–63.
[38] AGEC, años 1901–1925, exp. 12,
fol. 34–35.
[39] AGEC, años 1901–1925, exp. 31, fols. 70–71.
[40] AGEC, años 1901–1925, exp. 10, fols. 6–8.
[41] ‘Plan de arbitrios para la Municipalidad de Campeche que
empezará a regir el 10 de enero de 1904’ (1904, 5 de enero), P. O. de Campeche, pp. 4–5; ‘Reformas al Plan de Arbitrios de la
Municipalidad de Campeche, que regirán en el año entrante de 1913’ (1913, 7 de
enero), P. O. de Campeche, p. 2.
[42] AGEC, fondo ‘Gobierno’, sección ‘Asuntos jurídicos’, serie
‘Concesiones y permisos’, años 1901-1925.