Letras
Históricas 26:e7357
Nueva Galicia
en llamas: aspectos estratégicos en la Guerra del Mixtón
Nueva Galicia in flames. Strategic
aspects in the Mixton War
Alberto Puig Carrasco
Universidad
Complutense de Madrid
Paseo de Extremadura
61-3C, 28011, Madrid, España
ORCID ID: 0000-0002-5714-908X
Fecha de
recepción: 27 de enero del 2022
Fecha de
aceptación: 5 de mayo del 2022
DOI: https://doi.org/10.31836/lh.26.7357
Resumen: La
Guerra del Mixtón (1540–1541) fue la última guerra simétrica dentro del virreinato
de Nueva España hasta la llegada de la insurgencia y la Guerra de Independencia
de México a principios del siglo XIX. En el presente trabajo abordo, desde la historia
militar, aquellos aspectos correspondientes a la estrategia militar que
llevaron a cabo ambos bandos, para así comprender las decisiones que se
tomaron, el porqué de ellas y cómo desembocaron en la derrota del ejército indígena
a finales del año 1541.
Palabras
clave: estrategia, Guerra
del Mixtón, historia militar, Tenamaztle.
Abstract: The Mixton War (1540–1541) was the last
symmetric war within the viceroyalty of New Spain until the arrival of the insurgency
and the Mexican Independence War in the early 19th century. In this
paper, I approach, from military history, those aspects corresponding to the military
strategy carried out by both sides in order to understand the decisions that
were made, the reason for them and how these led to the defeat of the
indigenous army at the end of 1541.
Keywords: military history, Mixton War, strategy, Tenamaztle.
Introducción
Los territorios
septentrionales, al otro lado del eje de los ríos Lerma-Santiago, fueron
siempre de interés para las autoridades novohispanas. Esto se debía a la
presencia de bandas y tribus de cazadores-recolectores con agricultura incipiente
que merodeaban en las cercanías de los asentamientos de los aliados indígenas
de los españoles, como los purépechas, mexica u otomíes. Estos indígenas eran
los chichimecas (chichimecatl), una voz empleada para referirse a ellos
que, en vez de mantener la referencia a los ancestros en común entre los
mexicas y el resto de las naciones indígenas que salieron de Aztlán, poseía
para el siglo XVI fuertes connotaciones negativas, equivaliendo a ‘popoloca’ –
i.e., bárbaro – (Olko, 2012, p. 183).
Aunque
estas naciones indígenas, como los guachichiles, guamares, pames, jonaces,
zacatecos y cazcanes se movían a lo largo de la frontera, en un principio las interacciones
con ellos no fueron negativas. Todo lo contrario; los indígenas que apenas
tenían apego a la tierra en la que se movían dejaron pasar a los desconocidos
en sus numerosas expediciones hacia el norte. En opinión de Enrique Nalda, era
un hecho que las fronteras entre purépechas, mexicas y otomíes con los
chichimecas eran más permeables de lo que estos deseaban aparentar con los
españoles, produciéndose numerosos encuentros comerciales entre algunos grupos
chichimecas, como los pames y los aliados de los hispanos (2008, p. 43).
No solo
la defensa de la frontera contra posibles bárbaros preocupaba a los españoles;
la necesidad de encontrar el paso del noroeste seguía en la mentalidad de la
Corona, ya que había sido el principal objetivo desde que el almirante Colón se
embarcara en 1492. Asimismo, la propia mentalidad medieval (Crespo Cuesta, 2014,
p. 87),[1] con sus bestiarios, mitos,
leyendas y cuentos de aventuras, infundió en los europeos que llegaban a las
Indias ansias por encontrar los míticos lugares que conocían por estos relatos,
como las Siete Ciudades de Cíbola en el Nuevo México (Parker, 1896, p. 189), o
la Fuente de la Eterna Juventud en Florida (Crespo Cuesta, 2014, p. 88). Esta
herencia medieval en la llegada a América fue esencial, como ya señaló en su
momento Claudio Sánchez Albornoz, “de entre todas las colonizaciones conocidas en
la Historia es, por tanto, la de España en América la única que enlaza, deriva
y enraíza en la Edad Media” (1983, p. 35).
Este
interés hacia el norte tuvo un nuevo empuje cuando Nuño de Guzmán, en búsqueda
de éxitos y gloria, se lanzó a la conquista a sangre y fuego de la que,
posteriormente será conocida como Nueva Galicia (Anguiano, 1992, pp. 66–67).
Esta conquista, los desmanes provocados por el conquistador y sus malas artes
para con los indígenas, el resto de los españoles y su propia tropa condujeron
a que se le condenara en 1537 (Assadourian, 2008, p. 233). Tras él quedaba un
territorio, el de los actuales estados de Jalisco y Nayarit, lleno de
insurrecciones indígenas, hastío por la guerra y las ofensas cometidas, así
como un reparto del territorio entre los lugartenientes del conquistador y
varias ciudades de importancia: Compostela – la capital de Nueva Galicia
–, Guadalajara – en su segunda ubicación en Tonalá –,
Espíritu Santo de Chiametla, Purificación y San Miguel de Culiacán (Razo, 1988,
p. 17).
Ante
la partida de Nuño de Guzmán, queda como gobernador de la Nueva Galicia
Francisco Vázquez de Coronado, quien, ese mismo año, recibió a los
supervivientes de la fallida expedición a la Florida de Pánfilo de Narváez.
Estos cuatro supervivientes realizaron un Informe Conjunto, que fue
aprovechado por algunos para proponer al virrey Mendoza el envío de una gran
expedición hacia Quivira y las legendarias ciudades de Cíbola, en el norte (Jiménez,
2006, pp. 142–144; Magasich y De Beer, 2001, p. 83). Con su marcha, en
1538, la Nueva Galicia quedó en manos de Cristóbal de Oñate, quien se encontró
con rebeliones cerca del Teúl (Assadourian, 2008, pp. 34–35).
Los
primeros intentos de frenar la rebelión concluyeron en el martirio de fray
Antonio de Segovia y fray Francisco de Lorenzo, llevando así a la insurrección
generalizada en Huaynamota y Huazamota, en el estado actual de Nayarit, donde
los indígenas mataron a las milicias novohispanas y se comieron asado a su
encomendero, Juan de Arze (León-Portilla, 2015, pp. 63–64).
Rápidamente,
la noticia de la insurrección en Nayarit llegó a oídos de muchos indígenas de
Nueva Galicia, donde reinaba la animadversión hacia los españoles por la
conquista de Guzmán. En Tlaxicoringa – en el actual estado de Durango
– se reunieron e hicieron rituales preparándose para la guerra y tratando
de unir a las distintas naciones indígenas en una sola fuerza. El mensaje, o tlatol,
llegó hasta los Altos de Jalisco y encontró en los cazcanes de Nuchiztlán
(Nochistlán), Xalpa (Jalpa), Xuchipila (Juchipila), y Tequaltiche (Teocaltiche)
sus acérrimos defensores. De esta manera, en 1540, Nueva Galicia se encontraba
en guerra de forma generalizada quedando la ciudad de Compostela, de facto,
cercada, sin comunicación con Guadalajara ni el resto del virreinato.
Con
el fin de analizar el desarrollo de los acontecimientos bélicos que se dieron
durante la Guerra del Mixtón, que es como se conoce a esta insurrección
indígena en Nueva Galicia entre los años 1540–1541, comienzo por definir
el término de estrategia para, así, poder analizar cada una de las ramas que la
comprenden desde el punto de vista castrense, tanto desde la perspectiva
virreinal como indígena.
Antes
de comenzar el análisis, señalo que las fuentes que se tienen de este conflicto
son, prácticamente todas, desde el punto de vista español o desde el de sus
aliados indígenas.[2] Ello conlleva a que haya datos
errados sobre algunos nombres, que se de preferencia a los españoles o se
aumenten las descripciones negativas contra los indígenas.
Terminología: estrategia
Un aspecto esencial en
la historia militar cuando se analizan las contiendas que se han sucedido a lo
largo de los siglos es la estrategia de los líderes militares y naciones. Sin
embargo, en muchas ocasiones se tiende a confundir la terminología usando
indistintamente táctica y estrategia. Por este motivo, comienzo por definir
claramente qué entiendo por estrategia y su diferencia respecto de la táctica.
Desde
esta manera, la táctica se encuentra en un plano inferior a la estrategia, lo
que serían las órdenes tomadas sobre el campo de batalla o en un teatro de
operaciones. La Real Academia Española define estrategia como: “arte de dirigir las operaciones militares”
(2021). Esta definición podría confundirnos con táctica y llevarnos a un error
muy común. Sin embargo, aclaro estos dos términos partiendo de la famosa frase
del general Robert H. Barrow: amateurs
talk about tactics, but professionals study logistics (Davidson, 2007, p. 4).
La
estrategia es una técnica que difiere según la doctrina militar y la cultura
del comandante en jefe. En este caso habría dos estrategias, una indígena-rebelde
y una española. Quiero diferenciar claramente que sea de origen ibérico esta
estrategia ya que, por los antecedentes medievales de la península ibérica, los
reinos ibéricos disponen de características únicas, tanto culturales como
militares, respecto del resto de Europa y Oriente Próximo, y que influirán en
los primeros españoles llegados a América.[3] En gran medida esta visión ‘moderna’
y flexible en su estrategia y en la táctica de sus comandantes fue lo que llevó
a Castilla, Aragón y Portugal a levantar grandes imperios ultramarinos con una
escasa población y siempre teniendo frentes abiertos en Europa y el
Mediterráneo.
Para
definir más concretamente a qué me refiero con estrategia ibérica, tomo de
referencia el trabajo de Jonatan Romero Pérez en el que trata la evolución de
las estructuras militares hispanas a finales del siglo XIV (2019, p. 340). En
él señala que hay que tener en cuenta que durante la primera mitad del siglo
XIV comenzó un proceso cuya evolución dio lugar a los ejércitos modernos de
finales del siglo XV. Este proceso requirió de varios fenómenos, uno de ellos
esencial, como fue el aumento de la capacidad financiera y organizativa del
Estado, dejando atrás la estructura meramente feudal. Esta organización tenía más
coordinación entre las distintas ramas del ejército y permitía una mayor
proyección estratégica, así como la posibilidad de acabar con los conflictos a
partir de una gran batalla campal y dejando atrás la victoria por el desgaste o
por la defensa en profundidad, como de forma general, se había llevado a cabo
durante la Alta y Plena Edad Media en Europa (Romero Pérez, 2019).
Esta
apreciación, necesaria en mi opinión, permite pasar a definir en mayor
profundidad en qué se basa la estrategia. La estrategia organiza en ella las
operaciones militares en un nivel macro – i.e., teatro de
operaciones o frente –, la logística, y la diplomacia. Esta opinión es
compartida por José Lameiras, quién también diferenció entre táctica y
estrategia al inicio de su obra (1994, pp. 36–37). La táctica, por tanto,
quedaría relegada a la sucesión de decisiones militares tomadas por el
comandante en jefe de una unidad militar en los distintos campos de batalla en
un nivel local. Por tanto, se hablaría de una estrategia virreinal o una
estrategia indígena-rebelde, mientras que, táctica, haría referencia a la
elaborada, por ejemplo, por el virrey Mendoza durante la batalla en el peñol
del Mixtón o en Xuchipila.
Tradicionalmente, tal
y como señala Philip W. Powell, al hablar de las relaciones entre los españoles
y los chichimecas: “la falta de una jefatura
efectiva y fuerte, hizo que la diplomacia, aquella notable arma de los
españoles del Renacimiento, incluyendo los conquistadores del Nuevo Mundo,
fuera prácticamente imposible de ejercer en esta frontera” (1987, p. 22).
Desde
el inicio de la rebelión que se generalizó por Nueva Galicia, se trató de
convencer, por medio de la diplomacia, a los alzados para que volvieran a sus
tierras. El primero de estos intentos fue el realizado por Miguel Ibarra al ser
enviado a Xuchipila tras las primeras muertes del alzamiento. El intento de
pacificar a los indígenas no solo fue un fracaso, sino que, de hecho, aparte de
la recibida con arquería “a lo cual no
respondieron, sino con mucha flechería” (Tello, 1997, p. 344). También
se sumó un ataque sorpresa durante el Domingo de Ramos de 1541 al campamento
español, el cual los obligó a retirarse (León-Portilla, 2015, pp. 74–75).
Es
plausible suponer que los indígenas desconfiaran de los españoles al haberse
tratado de una de las conquistas más sangrientas del territorio novohispano la
realizada por Nuño de Guzmán. El recuerdo que debía quedar en los indígenas de
Nueva Galicia era suficientemente cercano como para mantener deudas de sangre. En
cuanto al hecho de leer El Requerimiento,
lo entiendo más que como un intento de diplomacia, que como una mera
justificación de hacer la “guerra justa” a los “indios alzados”.[4]
El
siguiente intento de ganar “los
corazones y las mentes”, como diría el mariscal Templer en 1951 (Calvo,
2010, p. 43), fue una visita de Miguel Ibarra a sus pueblos encomendados,
especialmente a Tequaltiche. Sin embargo, no fue bien recibido, con lo que
acabó yendo a Nuchiztlán donde se encontró con su cacique, Tenamaztle y con
otro señor principal, don Diego, de origen zacateco y cuya identidad aún sigue
en duda (León-Portilla, 2015, pp. 86–87). En este intento de parlamentar,
Tenamaztle fue proclive a conseguir la paz que le planteaba Ibarra. No obstante,
tanto don Diego como muchos del pueblo de Nuchiztlán se oponían a la paz con
Ibarra y este acabó retirándose, fracasando las negociaciones y pasando a las
operaciones militares.
El
último intento de emplear la diplomacia fue durante la guerra, cuando
Tenamaztle se entregó para parlamentar y salvar la vida de los suyos tras la
batalla en Nuchiztlán.[5] Como señaló León-Portilla, Tenamaztle
pidió audiencia con Ibarra y, una vez con él, le solicitó parar la batalla y la
persecución de los suyos, así como tener una entrevista con el virrey (2015, p.
107). Ibarra aceptó y le llevó ante Mendoza, con quien parlamentó. Sin embargo,
no se sabe a qué conclusión llegaron, o si Tenamazlte realmente se entregó. Lo
único que han dejado las fuentes es que, ya fuera que el cacique se aprovechó
de la diplomacia castellana y la utilizó contra ellos o, ya fuera que no
llegaron al acuerdo, el hecho es que al acercarse al Mixtón fue rescatado por los
rebeldes en una emboscada que sufrió la hueste de Ibarra (León-Portilla, 2015, p.
108).
Mientras fracasaba la
diplomacia, otro apartado de la estrategia virreinal se ponía en funcionamiento,
el del reclutamiento de tropas en Nueva España, especialmente en el Valle de
México y en Michoacán. Este apartado de la estrategia virreinal es esencial
puesto que, sin una correcta planificación militar, que a continuación se
analizará en el apartado de logística, no se podría haber conseguido alzar,
armar y unir la mezcolanza de naciones indígenas y españoles en un solo ejército.
El empleo del término ejército para definir las agrupaciones militares, tanto
las de los españoles y sus aliados indígenas, como las de los naturales que
poblaban Nueva Galicia, se hace con el sentido de definir el conjunto de
guerreros o militares que se encuentran bajo un mismo mando.[6]
Miguel
León-Portilla señala que el virrey realizó un alarde el 31 de mayo para que se
sumaran en la hueste que estaba reclutando para asistir a Guadalajara, tanto los
nobles indígenas como los españoles que así lo desearan (2015, p. 98). Asimismo,
Francisco de Sandoval Acacictli narra que fue a la Ciudad de México a alistarse
con sus tropas de Chalco, ya que sabía que los de Tenango, Xochimilco o
Amenecan ya se habían unido (1996, p. 14).
Assadourian
menciona que fueron 50 000 nahuas según el alarde, tarascos probablemente un
número también importante a los que se sumaban 500 españoles, 300 de ellos a
caballo, con un gran número de cañones (2008, p. 39). Sin embargo, León-Portilla
da una cifra diferente, indicando que el ejército indígena sumaba en total 50 000
indígenas, más algunos centenares de españoles (2015, p. 99).
De
una manera u otra, las crónicas del momento reportan que el virrey, previendo
las relaciones interétnicas dentro de su ejército, dispuso los flancos y el
avance del ejército de forma que los enemigos tradicionales no estuvieran
combatiendo al lado uno del otro. Así, en la batalla de Nuchiztlán los
tlaxcaltecas y huexotzincas iban primeros y, a cierta distancia, los mexicas y
xilotepecas mientras que, en la otra banda, iban los tarascos y chalcas (León-Portilla,
2015, p. 105; De Sandoval Acacictli, 1996, p. 18). Asimismo, el virrey permitió
y dio merced a los caciques aliados para que pudiesen llevar ropa y armas
españolas. Este hecho se conoce por varias fuentes: la primera de ellas la
propia relación de Francisco de SandovalAcacictli (1996, p. 14), testimonio
esencial para comprender la campaña. En segundo lugar, está también la carta de
queja de Gerónimo López, vecino de la Ciudad de México, al emperador, en la que
desaprobaba la entrega de armas españolas a los naturales, tanto por si estos murieran
y se las quedaran los alzados como por si ellos mismos se rebelaran; esto de
acuerdo con la edición de León-Portilla (2015, p. 19).
La logística de la
campaña es un aspecto esencial para conformar, mantener y dirigir un ejército
en un teatro de operaciones.[7] En este caso, el ejército de
Mendoza hubo de realizar una larga marcha desde la Ciudad de México hasta el
frente.
Es
necesario señalar que, para mantener una fuerza de combate de tal envergadura
con los medios de la época, hubo de pasar por las grandes ciudades del
virreinato en su marcha hasta el campo de batalla, siendo estas sus principales
focos para reabastecimiento de suministros. Asimismo, cada río y masa de agua
que encontrasen serviría para rellenar las reservas de líquido, esenciales en
la guerra. Tal y como menciona Romero Pérez:
La geografía física y humana actúa como primer factor limitante.
Conocer la distribución de hombres y recursos, así como sus posibilidades de
reunión y traslado a un teatro de operaciones son elementos clave para valorar
cual es la capacidad real de movilización para cualquier líder militar. (2019, p.
341)
Según la crónica de
Tello que el ejército virreinal llevó “mucho
ganado mayor y menor porque con la guerra había gran falta de todos bastimentos”
(1997, p. 442). A esto se suman las paradas que tuvieron que hacer para que los
animales pastaran. En este punto, me interesan especialmente los caballos,
puesto que es costumbre que el tren de bagaje vaya a cierta distancia del grupo
de combate principal. En él encontraríamos, especialmente en la vanguardia y
los flancos, a la caballería. Gezá Perjés señala que la comida necesaria para
mantener a un caballo de guerra es 25 kilogramos de forraje verde por día
(1970, pp. 16–17). Asimismo, lo óptimo sería darle entre 8 a 11 kilogramos
de forraje seco, si bien esto sería opcional. También señala Perjés que el
máximo operativo de los ejércitos europeos hasta la Guerra de los 30 años, 1618–1648,
era de 50 000 hombres, con lo que las tropas virreinales que describen las
fuentes corresponderían con este máximo (1970, p. 2).
Con estos
combatientes hay que considerar que, con el tren de bagaje,[8] presumiblemente, habrían de ir
todos los artesanos que harían posible que la maquinaria de guerra estuviera
engrasada, puesto que un ejército siempre ha necesitado de estos “cuerpos de
logística”, también en el siglo XVI (Perjés, 1970, p. 5). Por ello, sobre
cuánta comida requeriría estas tropas, se debe aumentar la cantidad a una
aproximada que sume un número aceptable de artesanos con el ejército. Así, los
indígenas necesitarían 1 kilogramo de maíz por cada uno de ellos al día,[9] ya fuera en forma de tortillas,
seguramente tostada (tlaxcal totopochtli), como solían llevar los
guerreros mexicas durante la Triple Alianza (Lameiras, 1994, p. 69). A estas
tortillas podría añadirse pinoles,[10] chile molido, frijoles y tamales.
Asimismo, ya en el frente, Francisco de Sandoval Acacictli consta que, al menos
los chalcas, se alimentaron de palmitos (1996, p. 27).
Respecto
de los alimentos llevados por el ejército de Mendoza, queda pendiente
determinar si llevaban desde el inicio el máximo que pudieron con ellos, ya
fuera con porteadores indígenas – lo que sumaría mayor cantidad de agua y
comida necesaria para mantenerlos – o con carretas tiradas por
bueyes – de las cuales no se menciona nada.[11] Puesto que lo natural sería
asumir que llevaron lo máximo que podían de ganado, pero no así de alimentos, ya
que aún habrían de pasar varias grandes poblaciones que podrían mantenerlos y
que, de hecho, los mantuvieron durante el regreso tras la campaña, como Toluca,
Mechoacán, Jacona o Guadalajara. Es presumible que sí llevarían carretas
tiradas por bueyes, ya que la artillería y la munición habrían de llevarse
tirados,[12] de otra manera es ineficiente y
habría lastrado, en exceso, la marcha de la hueste novohispana.
Finalizando
con la logística, se debió de comer en mayor cantidad para la fiesta de Navidad
que en el resto de los días de la campaña, puesto que se singulariza el hecho y
se menciona:
[...] huvo flores, y pebetes, comida vebida de Cacao que dió a los
Señores, y a todas las Naciones de diversas Provincias, danzaron, puestas sus
armas, sus rodelas, y macanas; todos vailaron sin que de parte ninguna quedase
por vailar. [...] y el Don Pedro le llevó Pescado [...] y el Sabado salió a
recibir el Don Pedro al Viso-Rey y le dieron Codornices, Pescado, y comida para
las Cabalgaduras (De Sandoval Acacictli, 1996, p. 26).
Sin embargo, durante
la campaña menciona De Sandoval Acacictli que llegaron a pasar hambre, lo cual
significaría que la logística realizada por los caciques y el virrey no fue del
todo exacta. Señala De Sandoval Acacictli que, en dirección a Tequilla, cerca
de Las Casas, pasaron mucha sed y desde Tonalá se les había acabado el maíz, un
dato esencial (1996, p. 31). Para entonces ya habían concluido las grandes
batallas de la guerra, el ejército virreinal únicamente estaba persiguiendo los
restos de los alzados y pacificando los pueblos más revoltosos de la región.
También menciona que durante los dos días siguientes a empezar a pasar hambre y
sed, los de un pueblo cercano aliado, San Juan, acudieron en socorro de las
tropas virreinales con “un Zeston de maiz,
y un cajete de fruta, digo de frijoles, que comió en dos dias, y al tercero
huvo solo para almorzar” (De Sandoval Acacictli, 1996, p. 32). Lo que se
puede apreciar por el comentario de De Sandoval Acacictli es que el ejército
virreinal se encontraba en apuros en cuanto a la comida. Tanto fue así que, aún
con la partida de todos los tlaxcaltecas, quienes decidieron volverse en esos
días, la hueste siguió pasando penurias puesto que cuatro días después
menciona: “y los Naturales todos
cocieron en barbacoa pencas de Maguei que también lo comieron los Españoles,
porque yà no havia otra cosa para sustentarse” (De Sandoval Acacictli,
1996, p. 32). Más adelante otros pueblos colaborarían en mantener a las tropas
virreinales, como los de Tlailotlacan, que les dieron maíz tostado y pinoles,
en Texalatzinco los naturales dieron miel (De Sandoval Acacictli, 1996, p. 35),
en Etzatlan fue el propio cacique quien les dio de comer (p. 36), y por último,
en su regreso, en Mechoacan se les dio comida y ropa: “llevó la comida de tortillas abiscochadas, y otras grandes apiladas,
Caco molido en pedazos y en polvo, pinole molido, mantas, Camisas, Zarragueles,
y Alparguetes, Calzado que dió à todos los Principales” (p. 39).
Respecto de la ruta del ejército de Mendoza, el
primer punto donde combate es en el peñol de Coyna – presumiblemente
Tototlán. La vanguardia de jinetes había explorado previamente la posición y
sabían que allí se encontraban algunos indígenas rebeldes. Assadourian da la
cifra de 1 500 guerreros (2008, p. 39). El juicio de residencia al que fue sometido
el virrey es recogido por Miguel León-Portilla y concreta que el ejército acabó
con toda resistencia, esclavizándose pocos supervivientes (2015).
Una vez tomado Coyna, la
hueste avanzó sobre Nuchiztlan, donde ocurrió la batalla mencionada en la Relación Geográfica de Tequaltiche.[13] En ella, las tropas virreinales se enfrentaron a un
número indeterminado de indígenas, utilizándose ampliamente la artillería. Ante
esta debacle, mencionan la mayoría de las fuentes, salvo Francisco de Tello,
que Tenamaztle pidió una entrevista con Miguel Ibarra, con el fin de tratar de
llegar a una paz honrosa con el virrey (Assadourian, 2008, p. 39; De Sandoval
Acacictli, 1996, pp. 17–18; León-Portilla, 2015, pp. 103–107).
Tello, por su parte, señala que Tenamaztle estaba de parte de los españoles, o
así le dijo a Ibarra, permitiéndole salir en plena noche del peñol y huir a
Xalpa (1997, p. 453).
Cerca de Xuchipila,
fue la ubicación de otra gran batalla contra un peñol en el que los alzados
decidieron atrincherarse tras una serie de empalizadas. También se cuenta con
el relato de un contrataque indígena desde el peñol, que casi desbarata las
líneas virreinales al lanzarse directamente contra la artillería hispana. No
obstante, la caballería española pudo desbandar a los rebeldes. Tras cuatro
días concluyó la contienda, se habían hecho varias veces lecturas del Requerimiento,
esperando que los indígenas se hubieran rendido sin entrar en conflicto. Sin
embargo, no fue aceptado en ninguna de las ocasiones (León-Portilla, 2015, pp. 110–13).
El peñol del Mixtón se
encontraba a tres leguas de la población de Xuchipila, donde el virrey puso su
campamento. El peñol era la base del alzamiento tras haber conseguido derrotar
a las huestes de Alvarado al principio de la guerra y, para los indígenas era
un baluarte indiscutible. Miguel Ibarra trató de entablar negociaciones con los
alzados. No obstante, estos pidieron primero ver a Tenamaztle, a lo que el
virrey aceptó, enviándole junto con Ibarra. No se conoce si el resultado de
esta embajada fue por una treta ya planificada de antemano por los rebeldes o,
si se trató de una declaración de intenciones por parte de Tenamaztle tras no
conseguir un buen fin en las negociaciones. El resultado fue una emboscada a
las tropas hispanas y el robo o huida del cacique. Tras el fracaso, los
indígenas se prepararon para la batalla, desde el ejército virreinal leyó tres
veces el Requerimiento y tras ello comenzó la batalla que daría fin a la
guerra (Assadourian, 2008, pp. 31–39; León-Portilla, 2015, pp. 110–16).
El resultado de la
batalla fue la huida de Tenamaztle y sus tropas. Aunque la mayoría murió en el
combate, Tenamaztle se suicidó o acabó como esclavo. Tras esta contienda,
Francisco de Sandoval Acacictli (1996, pp. 26–40) documenta la ruta de
vuelta del ejército virreinal, así como alguna escaramuza menor contra el resto
de las aldeas rebeldes en el camino hacia Nayarit. Tras esta pacificación se
produjo el regreso del ejército a la Ciudad de México volviendo por las mismas
poblaciones que habían encontrado en su marcha, con algunos nombres fácilmente
reconocibles como Mechoacan (Michoacán), Tlazazalca, Taximaroa (hoy Ciudad
Hidalgo, Michoacán), y Toluca.
Estrategia indígena-rebelde
Abordo ahora la
estrategia llevada a cabo por los caciques indígenas que lideraron la rebelión,
o al menos, los que han sido señalados por las crónicas españolas como los
principales líderes y caudillos siendo el más famoso de ellos Francisco
Tenamaztle, de los cazcanes.
Respecto de la
utilización del término rebelde, este lo empleo para denominar al conjunto
heterogéneo de poblaciones que se sumaron en contra del dominio novohispano.
Sin embargo, no solo se sumaron grupos indígenas que ya se encontraban bajo la
autoridad hispana, sino también otros cuya independencia se mantenía. En este
sentido, Bartolomé de las Casas expresó claramente su idea de que: “ninguno es
ni puede ser llamado rebelde si primero no es súbdito” (1985, p. 96). La
utilización, por tanto, de esta terminología se debe al resultado de la
contienda, con la victoria hispana en el conflicto y a la diferenciación entre
los indígenas aliados de los españoles y los alzados.
Si
bien los españoles a partir de la muerte de Alvarado tuvieron un solo mando
conjunto – i.e., el virrey Mendoza y sus oficiales de campo
– los indígenas disponen de una variedad de caudillos, encargados de las
distintas poblaciones y que, probablemente, impondrían sus decisiones sobre sus
naciones en el momento en que estuvieran integrados en un ejército conjunto.
Esto es importante remarcarlo, ya que no funciona igual, ni es posible llevar
una gran fuerza militar coordinada, con varios mandos que con uno solo. Asimismo,
otro detalle que deseo remarcar es la ausencia de fuentes indígenas, lo cual
conlleva que el relato que de ellos queda sea escaso y complica el análisis.
Como
menciono anteriormente, el alzamiento indígena comenzó en Huaynamota y
Huazamota, para más tarde trasladarse hasta Tlaxicoringa, donde se realizó el
ritual mencionado por Mendoza y Tello como casus
bellis (Assadourian, 2008, p. 44). Posteriormente, el tlatol llegó hasta el centro de Nueva Galicia, juntándose los
alzados en el pueblo de Tlaltenango,[14] donde convencieron al señor del
pueblo, muy importante en la región, de que se unieran a su alianza otros
señores, como Xuitleque de Xuchipila, Petácatl de Xalpa o Tenamaztle de
Nuchiztlán (León-Portilla, 2015, pp. 65–72).
El
hecho de tener distintos caudillos al mando de las tropas alzadas impidió una
respuesta unificada contra los españoles, algo similar a lo visto por otros
imperios al enfrentarse a grupos tribales y jefaturas aun cuando estas se
aunaban en una confederación, como el caso de la Guerra del Mixtón.[15] Esto lleva a distintas formas de
resistencia y diferentes respuestas ante las decisiones estratégicas hispanas.
Por ejemplo, el cacique Tenamaztle trató de dirigir a sus tropas,
presumiblemente con el apoyo de otros caudillos indígenas, en las grandes
batallas de la guerra.[16] Sin embargo, los indígenas de
Coyna hubieron de defender y librar batalla con sus propias tropas, sin el
apoyo de otros caciques.
Por
la importancia que más tarde tuvo y, por ser el cacique del que más información
ha quedado gracias a que fue el que señalaron los españoles como el principal
de la rebelión, me centro en analizar las decisiones estratégicas de Francisco
Tenamaztle, cacique del pueblo de Nuchiztlán y quien llevó a cabo la defensa
del Mixtón, de Nuchiztlán y el asedio de Guadalajara durante 1541. Él no empezó
la rebelión, como señala León-Portilla (2015, p. 43), pero sí sobresalió en
ella. El alzamiento tendría otro promotor, el cacique de Coringa, quien “alzó la tierra”.
Sobre
las decisiones tomadas por Tenamaztle habría que señalar que, en un principio,
no parece ser el único con capacidad de liderazgo en Nuchiztlán ya que, cuando
Ibarra acudió a dicho pueblo para ver si conseguía su pacificación, este le
dijo que se marchara, porque si no le matarían. Ibarra vio que otro cacique, un
tal don Diego, no deseaba la paz con los españoles. León-Portilla trata este
particular, puesto que se decía de él que era de origen zacatecano, como
anteriormente mencioné (2015, pp. 86–87). Sea con el apoyo de don Diego o
por decisión propia, lo que sí se sabe es que decidió empeñolar a sus súbditos
en un cerro cercano a su población, donde podrían defenderse fácilmente
mientras partía con los hombres de armas de su pueblo al peñol del Mixtón.
Allí, junto con Xuitleque y Petácatl empeñolaron a sus hombres y levantaron
barricadas, previendo un futuro ataque hispano. Esta decisión,
estratégicamente, fue bien pensada por los indígenas. Hay que recordar que
tenían aún cercano el recuerdo del paso por sus tierras de Nuño de Guzmán y su
hueste. Además, los chichimecas sabían del apoyo de los indígenas del Valle de
México y de Michoacán en las huestes novohispanas, así como de la superioridad
del armamento castellano. Es por esto, que la decisión de defenderse de la
primera oleada de españoles es acertada y consiguieron la derrota Alvarado.
Tras esta
primera escaramuza a finales de junio de 1541, las tropas indígenas parece que
tuvieron un tiempo de planificación o debate, especialmente entre sus líderes,
sobre qué acciones tomar. Pudo ser esta la causa de que tardaran tiempo en
continuar sus operaciones militares o, también, debido a la búsqueda de más
apoyos una vez conseguida la derrota de Tonatiuh.
Menciono este hecho puesto que, entre finales de junio hasta finales de
septiembre, no constan acciones de los rebeldes en contra de los hispanos.
Es
remarcable esto por dos motivos. El primero, ante esta inacción, el gobernador
Oñate pudo conseguir refuerzos de la vanguardia del virrey, un total de 50 jinetes
con su capitán, Juan de Muncivay, que se sumaban a los 25 infantes y jinetes
que disponía en la ciudad tras la partida de los desmoralizados hombres de
Alvarado, que sumaban 70 (Tello, 1997, pp. 381–382). En total, el
gobernador pudo reagrupar a sus tropas dispersas y congregar un total de 85
soldados, sin contar a los vecinos que quedaron con ellos. No solo eso, Tello indica
también que los españoles consiguieron información de cuando se produciría el
ataque: “si viniesen, que ya tenía
noticia seria para todo septiembre” (1997, p. 383). Esto indica que los
indígenas no solo tardaron en ordenar sus fuerzas; decidir su próxima acción o
conseguir refuerzos, sino que, además, fueron descubiertos sus planes de ataque
antes de ejecutarlos, un grave fallo en inteligencia militar humana (HUMINT).[17]
Sea
cual fuere la causa de su retraso, un fallo de su estrategia fue esperar
prácticamente dos meses para asediar Guadalajara, tiempo que permitió a los
españoles atrincherarse y reagruparse, así como acercarse el ejército
virreinal. Sin embargo, la idea de acabar con Guadalajara era acertada, puesto
que para los españoles la forma de control territorial se basaba en ciudades, villas,
pueblos, presidios y estancias que controlaban extensiones de terreno alrededor.[18] Si los alzados hubieran podido
tomar la ciudad, probablemente los españoles hubieran tenido mayor dificultad
para pacificar la región, puesto que era la ciudad que controlaba la zona
central del actual Jalisco por población. La retirada de los españoles del territorio,
sin embargo, es poco factible, puesto que aún quedaba Santiago de Compostela
(actual Compostela, Nayarit) capital de la Nueva Galicia.
Tras
el fracaso en el asedio de Guadalajara, los indígenas se retiraron y se produce
la llegada del ejército virreinal con la toma del peñol de Coyna. Presumiblemente
las tropas alzadas se fragmentaron en distintos grupos para proteger sus
tierras. Esto lo he interpretado ya que las batallas que libra el ejército de
Mendoza, antes de llegar al peñol del Mixtón, son en los peñoles donde se
refugiaron el resto de los pueblos pertenecientes al ejército confederado
indígena; un plan estratégico radicalmente distinto al realizado por Alvarado.
Esto llevó a que, al empezar a asaltar las tierras y pueblos de los distintos
grupos confederados que integraban el ejército estos decidieran acudir en
primer lugar a sus hogares. Lo que sucediera tras pasar el ejército virreinal
con ellos no se puede saber, como tampoco se conoce la cantidad de integrantes
de uno u otro pueblo, parcialidad o nación indígena que integraban el ejército ya
que no consta en las fuentes.
Se
sabe, sin embargo, que los indígenas, tras el fracaso en Guadalajara, deciden
oponer resistencia frontal al ejército virreinal en los peñoles, una estrategia
que habría sido factible de disponer de tropas experimentadas y con un
armamento similar al hispano. Sin embargo, a la vista de las derrotas sufridas
y sabiendo de la superioridad armamentística y táctica novohispana,
probablemente una guerra de guerrillas, como fue la Guerra Chichimeca, habría
sido más conveniente para estos indígenas. Sostengo esto, sobre todo, por la
posibilidad que tenían estos pueblos de atacar y esconderse rápidamente,
aprovechando sus conocimientos del terreno y, especialmente, siendo conscientes
de que la superioridad numérica no estaba asegurada en su caso, como quedó
demostrado con la llegada del ejército de Mendoza. Este tipo de estrategia
habría conseguido, para los indígenas alzados, haber creado una guerra de
desgaste contra los hispanos, hasta que estos hubieran optado por métodos de
colonización más defensivos, como se vería después con la Guerra Chichimeca, o
el abandono de la región hasta épocas posteriores.[19] Sin embargo, al haber decidido
emprender una guerra simétrica, con enfrentamientos frontales, resultó en la
derrota en cada uno de los peñoles, hasta la pérdida final del peñol del Mixtón,
con pequeñas escaramuzas posteriores en la pacificación del territorio cercano
a Guadalajara por parte del virrey (León-Portilla, 2015, pp. 98–119).
Conclusiones
A la vista del
análisis que he realizado de las principales líneas de actuación, tanto desde
el bando indígena como del español, llego a varias conclusiones.
En
primer lugar, desde el virreinato se actuó tarde y únicamente cuando la
situación se vio insostenible. Ello repercutió en mayores pérdidas de vidas y
recursos de lo que podrían haber gastado en una operación preventiva contra los
insurrectos y en escuchar las demandas de los caciques que habían aceptado la
autoridad castellana. La escaramuza irresponsable de Pedro de Alvarado pudo
haber puesto en un problema mayor a las autoridades españolas y le costó por
ello su propia vida, así como perder gran parte de la iniciativa en la guerra. Por
otro lado, la rápida actuación del virrey permitió acudir en rescate de Nueva
Galicia antes de que los rebeldes se recuperaran del desastre del asedio de
Guadalajara y afianzó a los españoles y sus aliados en el dominio de las
tierras al sur de la región cultural chichimeca, habiendo sido de gran ayuda el
hecho de afrontar una guerra simétrica, con grandes contingentes combatiendo
sobre el terreno.
En
segundo lugar, desde las fuerzas indígenas, la falta de un liderazgo firme y
unificado, así como la problemática de unir en un solo ejército a fuerzas
disparejas, con distintos dialectos y formas de combatir, a lo largo de la
historia ha dado malos resultados. En este caso se sumó el intento de los
cazcanes de plantar una batalla campal a los españoles, quienes estaban
habituados a esta forma de enfrentamiento por sus precedentes medievales. Este
fallo llevó al enfrentamiento frontal entre unas fuerzas indígenas incapaces de
llevar a cabo un asedio efectivo, con peor armamento, organización y
estructuras militares contra otra fuerza que, como contraposición, estaba compuesta
por guerreros profesionales – e.g., los aliados indígenas de los
grandes imperios mesoamericanos, como la Triple Alianza o el dominio Tarasco
–, artillería, jinetes e infantes españoles con un armamento más avanzado
y con una táctica adaptada a este tipo de enfrentamientos. El resultado,
previsible, fue la total derrota de las fuerzas confederadas indígenas y la
sumisión, poco a poco, del territorio neogallego. La guerra, sin embargo, no
concluiría en 1541 puesto que con la huida de Tenamaztle este continuó con la
guerra de guerrillas y acabó por unirse este conflicto con la Guerra Chichimeca,
1550–1600, iniciándose así un nuevo tipo de conflicto para el cual, los
españoles no estaban acostumbrados.
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[1] Con este concepto hacemos referencia al constructo cultural y social que impregnaba la sociedad indiana en sus primeros años. Hay que tener en cuenta la singularidad de los reinos ibéricos en cuanto al proceso histórico que significó la posteriormente denominada ‘reconquista’. En este aspecto, recoge Crespo Cuesta la idea de Sánchez Albornoz sobre cómo este proceso fue determinante para la continuidad de las formas y pensamiento medievales (2014, p. 88).
[2] Las fuentes principales para conocer este acontecimiento son las relaciones que dejaron por escrito Francisco de Sandoval Acacictli (1996), cacique chalca participante en el conflicto; Bartolomé de las Casas (1985) Obra indigenista de 1540-1566, así como Francisco de Tello Sandoval, esencial para conocer el proceso de exploración, conquista y colonización de Nueva Galicia; el testimonio del propio virrey Mendoza en sus descargos, recogidos por C. Pérez Bustamante (1928); la ‘Carta de Hernando Martínez de la Marcha’, 1550 (Archivo General de las Indias [AGI], Guadalajara, 51, L. 1, N. 7), e ‘Informaciones: Francisco Tenamaztle’, 1556 (AGI, México, 205, N. 11).
[3] Una característica diferenciadora entre los reinos ibéricos y el resto de Europa fue la existencia de los caballeros villanos y la posibilidad de ascenso social por medio de las armas, como se puede comprobar en la Crónica de la Población de Ávila (Hernández Segura, 1966, pp.18–19). Continuando sobre prácticas sociales y culturales diferenciadoras, las Siete Partidas del rey Alfonso X son básicas para entender la legislación y el mando de la guerra para Castilla, como se ve en la Partida II, título 22 (Biblioteca Nacional de España [BNE], Libro de las Siete Partidas, fols.152r-170r; “Las Siete Partidas de Alfonso X El Sabio”, 2007, pp. 55–64). Finalmente, sobre prácticas únicas de los caballeros españoles durante este periodo, poseemos referencia sobre cómo luchaban sin visor de yelmo o levantado (De Riquer, 2008, p. 135), así como el juego de cañas, el cual se siguió practicando hasta el siglo XVII, como se señalaba en la Primera Crónica General el rey Alfonso X (Menéndez Pidal 1906, pp. 431–32).
[4] El Requerimiento, como se le conoce al texto elaborado por Juan López de Palacios Rubios, en 1514, era un documento formal cuyo objetivo era explicar a los naturales el porqué de la presencia española en sus tierras y el derecho que los reyes de Castilla poseían sobre ellos, sus tierras y sus propiedades al no vivir bajo un príncipe cristiano. En caso de negarse al Requerimiento se les podría llevar a cabo la Guerra Justa. La idea de ‘requerir’ al adversario proviene del derecho medieval (Levaggi, 1993, pp. 83–84). Se debía leer en castellano y, a ser posible, en una lengua indígena vehicular, en este caso el náhuatl.
[5] Los intentos de llegar a una solución diplomática entre Tenamaztle y los hispanos continuarán, incluso, tras la contienda, ya que al entregarse a los españoles trata de negociar con el virrey Mendoza por medio del obispo Pedro Gómez de Maraver. Sin embargo, estos intentos fracasan tras ser enviado Mendoza al Perú y llegar su sustituto, el virrey Velasco. Este nuevo virrey enviará preso a Tenamaztle hasta la península en donde, por medio de Bartolomé de las Casas, defendió sus actos y se propuso como negociador con los insurrectos de la Chichimeca (Yáñez, 2010, pp. 253–54).
[6] El término proviene de la voz latina exercitus, utilizada en el
ámbito cultural romano desde la Edad Antigua, y se ha definido como “exercitum
conscribere, conficere, coligere, cogeré, contrahere, parare, faecere, levantar,
poner en pie un ejército) || infantería || tropel, multitud || ejercicio
|| tormento” (García de Diego y Mir, 1981, p. 176). Este empleo general del
término ‘ejército’ continuó en la Antigüedad Tardía, tal y como consta, por
ejemplo, en el tratado de Epitoma Rei Militaris de Flavio Vegecio (2010,
pp. 193, 307–10). Según esta obra, la palabra ejército deriva del latín exercitus-us,
la cual es utilizada en numerosas ocasiones para referirse al conjunto de
hombres o huestes que conformaban el aparato militar. Flavio Vegecio emplea
dicho término en multitud de ocasiones para referirse al conjunto de hombres
que conformaban las fuerzas de una provincia.
[7] El coronel Jairo A. Cáceres da a la logística un papel esencial, como queda demostrado en su frase: “La logística suministra los medios para lograr la Victoria” (Cáceres y Jiménez, 2019, p. 17).
[8] Se tiene referencia, en De Sandoval Acacictli de la existencia de este tren de bagaje en su crónica, puesto que él mismo fue encargado de vigilar y proteger esta sección del ejército tras las operaciones militares cerca de Ayahualulco y Etzatlán (1996, p. 36).
[9] He colocado 1 kilogramo de maíz en similitud a lo calculado para los ejércitos europeos del siglo XVII realizada por Gezá Perjés (1970), quien partía de la ya elaborada en 1744 por Dupré D’Aulnay en su Tratité Générale des Subsistances Militaires.
[10] Sobre el consumo de pinoles, se sabe por varias fuentes que sería viable que los indígenas se alimentaran de esto tanto en campaña, como por su origen del Valle de México y por la zona a la que van a combatir, ya que en ambas regiones se hacían pinoles. De Arregui lo menciona en su capítulo XV (1946, p. 36). Asimismo, Francisco de Sandoval Acacictli señala que cenaron pinoles y maíz tostado en Tlailotlacan y en Mechoacán (1996, p. 32).
[11] Se sabe de otras expediciones en donde aparece claramente que llevaban carretas, como es el caso de la que salió hacia Nuevo México para su colonización, sufragada y dirigida por Juan de Oñate en 1595; véase Cutter (1992, p. 39). Además, he indicado que la tracción era realizada por bueyes ya que, hasta bien entrado el siglo XVI, durante la Guerra Chichimeca, no se cambiaron las carretas de un solo eje tiradas por bueyes por las de dos ejes tiradas por varias parejas de mulas; véase Powell (1987b, p. 29).
[12] Sobre el posible calibre de la artillería, probablemente sería artillería menuda, de bajo calibre – i.e., falconetes de 1 libra – balas de 500 gramos – y a medias culebrinas de 9–12 libras – balas de 4–5 kilogramos.
[13] Para más información acerca de este documento, véase Puig Carrasco (2022).
[14] A este respecto se ha especulado sobre cómo se pudo extender esta serie de ideas entre los distintos grupos cazcanes. En opinión de Salvador Álvarez, Phil Weigand y Acelia C. de Weigand, en 1996, consideraron la existencia de una sociedad cazcana heredera de una vanguardia colonizadora tolteca que se asentó en el lugar a lo largo de los siglos II–III d. C; esta sociedad poseía una sociedad secreta de brujos-sacerdotes y guerreros que serían los encargados de realizar los rituales y la extensión de la rebelión (2008, pp. 169–171). Otro punto de vista parecido es el que aporta López Portillo para quien se trató de linajes poderosos, una suerte de élite tolteca conquistadora de los siglos anteriores.
[15] Para conocer más aspectos sobre los ejércitos confederados y las confederaciones tribales en Mesoamérica véase Mejía (1945, pp. 270–73) y Peligero (1998, pp. 19–20).
[16] Por ejemplo, la descripción que hace Tello del asedio de Guadalajara, donde menciona “que á cada cacique habían de caber repartiendo todas las mozas, y dijo un cacique de Xuchipila, llamado D. Juan” (1997, p. 393).
[17] Una definición más extensa sobre las distintas ramas de la inteligencia militar, aplicadas a conflictos actuales, se encuentra en Haigler (2012, p. 52).
[18] Sobre la jerarquización, uso y concepción del territorio para los ibéricos a su llegada a la región chichimeca, véase Piñón (1984, p. 107), Benedict (2000, p. 50), Jiménez (2006, p. 110) y Powell (1987b, p. 52).
[19] Por métodos defensivos me refiero a los presidios y asentamientos fortificados como se comenzaron a edificar en la región chichimeca desde mediados del siglo XVI (Arnal, 1998; Naylor y Polzer, 1986; Powell, 1977; 1987a; 1987b)