Resumen:

Este artículo analiza la propuesta de educación católica diseñada por el clero y los seglares de la ciudad de Puebla, en México, entre 1870 y 1900. La finalidad de este análisis es comprender los conflictos y debates regionales sobre la educación de la juventud durante el porfiriato, enfatizando la perspectiva confesional. El trabajo se concentra tanto en la fundación de escuelas como en los discursos católicos en torno a la educación básica y normal para profundizar en las guerras culturales entre creyentes y liberales en el México de la segunda mitad del siglo XIX. Se argumenta que, entre 1870 y 1900, el clero, las órdenes religiosas, y en menor medida los seglares de Puebla, impulsaron una propuesta de educación católica como respuesta a la educación laica fomentada por el régimen liberal. Se concluye que la Iglesia católica poblana desarrolló un proyecto de renovación educativa, social y eclesial que impulsó una formación de la juventud que buscó combinar los avances científicos con una sólida formación religiosa y una identidad patriótica mexicana.

Abstract:

This article analyzes the proposal of Catholic education designed by the clergy and laity of the city of Puebla, in Mexico, between 1870 and 1900, as attested in hemerographic sources. The purpose of this analysis is to comprehend the regional conflicts and debates around youth education during the ‘Porfiriato’ by emphasizing the confessional perspective. The work focuses both on the founding of schools and on Catholic discourses about basic and normal education in order to delve into the cultural wars between the faithful and liberals in Mexico during the second half of the 19th century. I argue that, between 1870 and 1900, the clergy, the religious orders and, to a lesser extent, the laity of Puebla promoted a proposal for Catholic education as a response to the secular education promoted by the liberal regime. I conclude that Puebla’s Catholic Church developed a project of educational, social, and ecclesial renewal that promoted a formation of the youth that sought to combine scientific advances with a solid religious formation and a Mexican patriotic identity.

Palabras clave:
    • Catolicismo;
    • educación;
    • guerras culturales;
    • porfiriato;
    • Puebla.
Keywords:
    • Catholicism;
    • cultural wars;
    • education;
    • porfiriato;
    • Puebla.

Introducción

Durante la segunda mitad del siglo XIX uno de los conflictos ideológicos más importantes de las sociedades occidentales de mayoría católica fue la guerra cultural entre liberales y católicos. Mientras el papa Pío IX perdía el poder temporal de los antiguos Estados Pontificios y se afianzaba como la autoridad suprema de la Iglesia católica en el Concilio Vaticano I, en el plano local y nacional de cada país tradicionalmente católico, se entabló una lucha simbólica - no siempre exenta de violencia - entre creyentes y no creyentes por el predominio de las consciencias y el dominio del espacio público.

Estos conflictos, que podemos categorizar como guerras culturales, se caracterizan por el común afán totalizador de la Iglesia católica y de los Estados nacionales. Estos se expresaron a través de una ardua batalla de palabras y símbolos por el poder, la influencia, el predominio y la ocupación tanto del espacio público como de los contenidos que deberían tener las nuevas identidades locales y nacionales. Fuera a través del combate entre intelectuales o entre párrocos y alcaldes, las últimas décadas del siglo XIX vivieron una amplia discusión en torno a los valores y las prácticas públicas colectivas, y buscaron definir cuál sería la posición de la religión en las sociedades de raigambre católica en vías de modernización, donde a la par que se renovaba la Iglesia católica se establecía una cultura secular, como es evidente en el conjunto de artículos que integran las compilaciones editadas por Clark y Kaiser (2003) y Garner y Smith (2017).1La educación fue uno de los campos en donde esta batalla se libró con más ahínco. A decir de McMillan (2003, pp. 90-7), en Francia, por ejemplo, a partir de 1870 la guerra cultural entre liberales y católicos se dio a través de conflictos locales en rededor de las escuelas, que hicieron del cura de parroquia la máxima autoridad en defensa de la Iglesia en pueblos y ciudades. Una de las aristas que más destacó entre los franceses fue el hacer de la escuela católica un lugar en donde se combinaba la mejor educación científica con la formación religiosa, además de concebir a la escuela católica, usualmente de pago, como un instrumento para marcar diferencias sociales entre “pobres revolucionarios” y “acomodados católicos” (McMillan, 2003, pp. 90-7). En Bélgica, durante las décadas de 1870 y 1880 la educación fue el ámbito fundamental en donde se expresó el desacuerdo entre católicos y liberales. Como respuesta a la prohibición de la religión en la escuela pública, entre 1879 y 1884 se fundaron 3 385 escuelas católicas a lo largo y ancho del país. En cada pueblo y ciudad del país, la decisión de enviar a los niños a una u otra escuela era ya una toma de partido (Witte, 2003, 102-28). Si bien aún son necesarios estudios a profundidad sobre estos enfrentamientos en América Latina, es ya evidente que ocurrió un proceso similar. A decir de Elisa Luque Alcaide (2003, p. 86), en los países de la región los seglares se enfrentaron “con las elites liberales” a propósito de “la educación católica”, que solía oponerse a la prevaleciente visión positivista de la escuela, sobre todo en el campo medio superior. Como respuesta a la escuela obligatoria y gratuita decretada en 1877, la Iglesia uruguaya desplegó una campaña a favor de la “educación del pueblo”, promoviendo la vinculación intrínseca del trinomio patria-religión-educación (Monreal, 2019, pp. 310-8). En Colombia, el impulso a la educación católica llegó de la mano de las congregaciones religiosas, que durante la segunda mitad del siglo XIX fundaron una multitud de escuelas confesionales como respuesta al proyecto laicista de la década de 1860 (Jaramillo Jaramillo, 2016, pp. 291-319).

A la luz de estos aportes, este artículo tiene como objetivo reconstruir y analizar la propuesta de educación católica diseñada por el clero y los seglares de la ciudad de Puebla entre 1870 y 1900, para comprender, desde una mirada regional y haciendo énfasis en la perspectiva confesional, los conflictos y debates en torno a la educación de la infancia y la juventud durante el porfiriato. En concreto, este trabajo se concentra en la fundación de escuelas y en los discursos católicos sobre la educación básica y normal, y reflexiona sobre ellas a partir del concepto de guerra cultural, para entender a partir de una de sus aristas el conflicto entre creyentes y liberales en el México de la segunda mitad del siglo XIX. Se argumenta que entre 1870 y 1900 el clero, las órdenes religiosas, y en menor medida los seglares de Puebla, fomentaron una propuesta de educación católica como respuesta al “régimen de laicidad liberal” establecido en la educación mexicana desde 1861 (González Villarreal y Arredondo, 2017, pp. 25-49). A través del diseño e implementación de su propio proyecto educativo, la Iglesia católica angelopolitana desarrolló un proyecto de renovación educativa, social y eclesial que impulsó una formación de la niñez y la juventud que buscó combinar los avances científicos con una sólida formación religiosa basada en el estudio del catecismo y la moral, además de una identidad patriótica mexicana que hacía posible ser mexicano y católico al mismo tiempo. Fuera a través de escuelas privadas, de escuelas para artesanos o de escuelas normales, se buscaba la recristianización de la sociedad y la formación en la religión, a pesar del hegemónico proyecto liberal. De hecho, es posible aseverar que, a través de la educación, diversos sectores de la Iglesia católica poblana libraron una guerra cultural por la formación de las conciencias de los niños y jóvenes, buscando incentivar en ellos una educación que privilegiaba el trinomio que unía fe, ciencia y patria.

La preocupación por la educación fue una constante del clero católico en México desde el triunfo liberal de 1867. A partir de la “exhortación pastoral” colectiva del episcopado mexicano en 1875, los católicos se dedicaron a fundar escuelas confesionales como parte de un proyecto mayor que llamaba a la “acción colectiva”, un programa de acción que pretendía movilizar a la población para “extender social y políticamente los valores católicos” (García Ugarte, 2019, p. 110). En los años siguientes, arquidiócesis tan importantes del país como México y Michoacán se avocaron a la fundación de escuelas como parte de un amplio proyecto de acción y renovación católica impulsado por el episcopado (Bautista García, 2017, pp. 167-201; Gómez-Aguado de Alba, 2020, pp. 85-120). El impacto fue desigual en las distintas latitudes: en Zacatecas, durante la década de 1880, una tercera parte de la educación de primeras letras enseñaba religión y doctrina cristiana (Magallanes Delgado, 2013, pp. 75-117); mientras que, como veremos en estas líneas, en Puebla lo hacía más de la mitad. Uno de los argumentos más comunes de los católicos para defender los colegios confesionales fue el derecho que tenían a la libertad de enseñanza, bajo el amparo de la constitución de 1857, como ha demostrado ya Cecilia Bautista García (2012, pp. 27-162).

Más allá de una preocupación por defender el derecho a la libertad de enseñanza, el clero de Puebla aprovechó la conciliación entre autoridades civiles y eclesiásticas que abrió primero la república restaurada y más tarde el régimen de Díaz para impulsar un amplio programa educativo. Frente a elites educativas que defendían una educación elemental y superior decididamente laica y secularizadora en favor del cambio social, el clero y los católicos poblanos plantearon la posibilidad de crear un sistema y un modelo educativo que fomentara la ciencia, el orden, el progreso, el trabajo y la fe como un conjunto de valores indisolubles para el bienestar de la sociedad.2 Para demostrar estos asertos, este trabajo está dividido en tres apartados: en el primero me concentro en la fundación de las escuelas de educación básica y media, a partir de la fundación en 1870 del Colegio Católico del Sagrado Corazón, haciendo énfasis en la situación de las escuelas en la década de 1890. En el segundo apartado reviso la fundación de las escuelas técnicas y femeninas entre las décadas de 1870 y 1890, así como los debates a los que dieron lugar, y finalmente analizo la fundación y los primeros años de las escuelas normales católicas en la década de 1890.

Religión, niñez e instrucción, 1870-1896

A partir de 1870 empezaron a fundarse escuelas católicas primarias, técnicas o de primeras letras en Puebla, aprovechando el clima de moderación política que llegó con el triunfo liberal y la restauración de la república. En 1896, en medio del porfiriato, existían al menos 25 escuelas primarias católicas y 2 metodistas, además de 11 escuelas públicas, mantenidas por el gobierno estatal o municipal. Las escuelas católicas podían dividirse en 9 colegios privados mixtos o para niños, 6 para niñas, 2 de educación técnica y 8 escuelas gratuitas mantenidas por la Sociedad Católica (Covarrubias, 1896, pp. 3-135). En este apartado vamos a repasar la fundación de las escuelas católicas de primeras letras, técnicas o escuelas primarias en la ciudad de Puebla entre 1870 y 1896, prestando especial atención a quiénes fueron sus fundadores, cuáles fueron las razones para fundarlas, reconstruir sus planes de estudio y finalmente cuál era el objetivo de su erección. A través de estos casos queremos demostrar que las escuelas primarias, técnicas y de primeras letras fundadas por los católicos tenían como objetivo formar a la niñez de ambos sexos en dos vertientes: fortalecer su conocimiento en torno a los últimos conocimientos científicos, siguiendo los programas de estudios vigentes en la época, e impulsar su formación religiosa, lo que se hacía a través de la enseñanza del catecismo y de la moral, además de la constante práctica religiosa y los actos públicos en donde la religión tenía un lugar preponderante.

Al conciliar una mejor educación científica con una sólida formación religiosa, las escuelas confesionales buscaron diferenciarse de las escuelas públicas, haciendo de la asistencia a una de las primeras un elemento de distinción social. En el caso de las escuelas católicas para la población de menos recursos, también se insistió en el trabajo manual como un mecanismo de alabanza divina y por supuesto, de mejoramiento social. A través de estos elementos es posible aseverar que a finales del siglo XIX los católicos poblanos insistían en que sus escuelas tenían mejor calidad educativa y contribuían a una mejor formación para los niños, pues incluían la religión y por lo tanto formaban mente y alma del niño.

Escuelas primarias, técnicas y de primeras letras católicas en Puebla, 1895
Nombre Fundador Corporación /congregación Año de fundación
Colegio de la Purísima Manuel Alvarado y Bandini Seglar 1868
Colegio Católico del Sagrado Corazón de Jesús Dionisio de Velasco / Francisco Javier Cavalieri Sociedad de Jesús 1870
Colegio de la Santísima Hilarión Paulet Seglar 1870
Colegio Pío de Artes y Oficios Francisco Javier Cavalieri Compañía de Jesús 1872
Colegio de San Vicente de Paúl José Victoriano Covarrubias Cabildo Catedral de Puebla 1875
Colegio de San Luis Gonzaga Luis G. Coeto Seglar 1876
Colegio de la Providencia de Señor San José Prisciliano J. de Córdova Cabildo Catedral de Puebla 1876
Colegio de Santa Teresa de Jesús Ramón Ibarra y González Cabildo Catedral de Puebla 1889
Colegio de San Bernardo Francisco Melitón Vargas / José Bernardo Fuentes Obispo y Cabildo Catedral de Puebla 1892
Convictorio Angelopolitano de San Luis Gonzaga José Victoriano Covarrubias Cabildo Catedral de Puebla 1892
Colegio Menor de San José de Gracia José Victoriano Covarrubias Cabildo Catedral de Puebla / Órden de Santa Úrsula 1892
Colegio de la Sacra Familia s.d. Seglar 1893
Moderno Instituto Católico Señor Navarro Seglar 1893
Asilo de Misericordia Cristiana José María de Yermo y Parres Hermanas del Sagrado Corazón de Jesús 1894
Colegio Salesiano Francisco Melitón Vargas / Ignacio Benítez Obispo de Puebla y seglar 1894
Colegio de San Alfonso Francisco Melitón Vargas Cabildo Catedral de Puebla / mujeres seglares n.d.
Escuela del Corazón de María s.d. Sociedad Católica de Puebla s.d.
Escuela del Corazón de Jesús s.d. Sociedad Católica de Puebla s.d.
Escuela del Santo Ángel s.d. Sociedad Católica de Puebla s.d.
Escuela de Santo Tomás s.d. Sociedad Católica de Puebla s.d.
Escuela de Nuestra Señora de Guadalupe s.d. Sociedad Católica de Puebla s.d.
Escuela de Nuestra Señora de la Luz s.d. Sociedad Católica de Puebla s.d.
Escuela de Nuestra Señora del Carmen s.d. Sociedad Católica de Puebla s.d.
Escuela de Santa Teresa de Jesús s.d. Sociedad Católica de Puebla s.d.
Fuente: Covarrubias (1896, pp. 3-135).

El ejemplo paradigmático de la educación católica en Puebla fue el Colegio Católico del Sagrado Corazón de Jesús, que abrió sus puertas el 15 de enero de 1870, gracias al impulso del industrial textil avecindado en Puebla, Dionisio de Velasco, y del sacerdote jesuita, Francisco Javier Cavalieri, natural de Bérgamo, diócesis donde trabajó en la década de 1860 promoviendo la predicación y el catecismo.3 Según la biografía que se publicó apenas ocurrida su muerte, el mismo papa Pío IX envió a Cavalieri a México en 1868 con una sola instrucción: vaya a aquel “país tan católico y tan agitado por las revoluciones, y trabaje para conservar allí la fe y para hacer conocer más a nuestro Señor Jesucristo” (Biografía…, 1885, p. 19). Además de recibir la iglesia del Espíritu Santo a nombre de los jesuitas, el italiano fundó el periódico El Amigo de la Verdad y echó a andar no solo el Colegio Católico del Sagrado Corazón de Jesús, sino el muy famoso Colegio Pío de Artes y Oficios. Así, el caso que nos ocupa muestra que gracias a la labor conjunta de las elites católicas locales y el apoyo de una congregación religiosa, el Colegio Católico del Sagrado Corazón de Jesús formó parte de un grupo de nueve escuelas para niños o mixtas que tenían la particularidad de ser confesionales y privadas, estar cobijadas por las elites católicas y las autoridades eclesiásticas - fueran seculares o comunidades religiosas -, y estar dedicadas a la formación académica y religiosa de niños - y en ocasiones niñas - que formarían parte de los letrados de la ciudad, y quienes incluso podrían llegar a cursar la educación superior.4

¿Cuáles eran los planes de estudio y el objetivo de los estudios? Había tres grandes tipos de cursos: el preparatorio, el clásico y el científico. El primero de ellos era un curso general para quienes no tenían mayor preparación que leer y escribir. Los cursos eran religión, castellano, historia sagrada, geometría, aritmética, escritura e inglés. El curso clásico profundizaba los conocimientos literarios: se estudiaban, además de lo incluido en el preparatorio, cinco clases de literatura: castellana, inglesa, francesa, latina y griega. Además, se incluía retórica y álgebra. El curso científico preparaba para las carreras profesionales de los colegios civiles: además de lo ya citado, se estudiaba filosofía, cálculo, trigonometría, psicología, química, historia natural, física, ética, derecho natural, astronomía y teneduría de libros. La institución contaba con 27 catedráticos, y en 1895 tenía 439 alumnos, de los cuales 240 eran internos. El costo no era menor: los internos debían pagar 20 pesos mensuales, y los no internos 12. La dirección estaba en manos de los padres jesuitas: en el año que reportamos, presidía el colegio el padre Pedro Spina (Covarrubias, 1896, p. 99).

Como puede verse, los cursos enfatizaban materias ligadas a la formación humanística y científica, incluyendo una formación que fomentaba la erudición a través de la enseñanza de idiomas, estudios literarios y retórica. En el plan de estudios, el aspecto religioso se fomentaba a través de la enseñanza del catecismo y la historia sagrada - en realidad, el repaso de historias notables de la Biblia. En este sentido, la educación católica ofrecida en Puebla desde 1870 y hasta el cambio de siglo, se ajustó a los programas oficiales de estudio. Desde 1867 se seguía en el estado la Ley Orgánica de Instrucción Pública, promulgada el 2 de diciembre de 1867. En ella se establecía una educación laica, excluyente de cualquier elemento religioso y como se sabe, basada en el ideal positivista impulsado en México por Gabino Barreda. Solo hasta el 16 de septiembre de 1877, se promulgó una ley de Instrucción Pública del Estado, que establecía la primaria gratuita y obligatoria para todos los habitantes de la entidad, desde los 6 a los 14 años si eran varones, y 12 si eran mujeres. En cuanto a materias, estas debían ser uniformes en todo el estado y debían incluir lectura, escritura y aritmética, además del estudio “de las leyes fundamentales del país”. A partir de 1879 se debía estudiar también gramática castellana, geografía, historia universal e historia de México. Por último, se incluía la moral, tema que permitió a los católicos incluir su fe en el plan de estudios (Munguía Escamilla, 1996, pp. 5-8).

En efecto: en la polisemia del curso de moral - que los liberales entendían como una clase de civismo y valores laicos como la igualdad y la fraternidad -, los católicos encontraron un espacio para insertar la religión. En lo que toca a la educación media y superior, a partir de la década de 1890 una generación liberal influenciada por el krausismo impulsó en el Colegio del Estado y varias escuelas públicas de la ciudad de Puebla, “una enseñanza liberal, cuya meta era convertir a los individuos en ciudadanos conscientes de sus derechos y deberes constitucionales” y que, con base en el laicismo y la libertad, vinculara los últimos avances científicos con la discusión sobre los grandes problemas sociales de la época (Márquez Carrillo, 2019, pp. 256-7).

Visto así, el objetivo de la educación católica no era muy diferente. Como los liberales, los católicos querían formar ciudadanos mexicanos orgullosos de su identidad nacional, conscientes de sus derechos y deberes, pero además querían educar buenos católicos que defendieran la religión y fomentaran la fe en la familia. En última instancia, el debate no era en torno a aceptar o no la modernidad que llegaba con los nuevos avances científicos, pues había un consenso en cuanto a sus beneficios; se debatía, ante todo, sobre qué tipo de modernidad debía prevalecer: una modernidad liberal secularizadora, individualizadora y laica que enfatizaba el progreso como el avance unívoco de la ciencia y el único método válido para entender al hombre, la cultura y la naturaleza, o una modernidad católica corporativista que buscaba integrar los avances científicos a la fe, insistiendo en que a mayor ciencia habría mejor comprensión de los misterios divinos.5 Aquí está el fundamento de la guerra cultural que analizamos en estas páginas: frente a una modernidad secularizadora y una educación laicista que hacía de la ciencia el cimiento de la educación, los católicos integraban un binomio básico entre ciencia y religión, de modo que proponían como base de la formación del niño y el joven una que unía la religión a la ciencia; es decir, a la Iglesia católica.

Esto es evidente en el discurso que pronunció Francisco Flores Alatorre en la entrega de premios del Colegio Pío de Artes y Oficios el 31 de julio de 1883. El periodista festejó los avances de los niños en gramática, historia, aritmética, geometría, geografía y música, además de las prácticas de laboratorio, pero bien pronto alabó también la enseñanza de la religión y el catecismo. Para Flores Alatorre, “sin virtud ni religión la ciencia es árida e inútil”. Por ello, era fundamental la religión en la educación de los niños. El aserto fue ejemplificado con una historia: en “una aldea de Francia”, en la única escuela de niñas, se había querido introducir “pocos meses ha” un manual de moral liberal y materialista. Al cabo de pocos días, las alumnas se quejaron de su contenido. Cuando llegó el día de la lección sobre el matrimonio, y este se enseñó como un acuerdo meramente civil y sin ninguna intervención divina, las niñas escribían y escribían en sus cuadernos. Al revisar las notas del día, la maestra se percató que nadie le había puesto atención: “las niñas [decía Flores Alatorre] habían escrito el credo desde la primera palabra hasta la última”, impulsadas “por el Dios de los católicos, el Dios que combate a nuestro lado”.6 De este ejemplo - proveniente de las guerras culturales de Francia - Flores Alatorre extrajo una interesante lección: “el niño que en este colegio [de Puebla] se educa aprenderá a ser católico antes que todo y primero que nada. Así tendrá al Señor a su lado, así sabrá ser más fuerte y grande, así el Señor hará a su favor prodigios cuando haya de defender su religión, así será buen artesano y buen padre de familia, así será feliz en la eternidad”.7 Como se ve, en la visión católica credo y ciencia eran una ecuación indisoluble, y dependía de la educación impartida y de la voluntad misma de los niños la defensa de la fe. Es interesante constatar que Flores Alatorre se hiciera eco de un ejemplo galo: a partir de la segunda mitad del XIX Francia había dado pie a una amplia selección de apologistas que circularon ampliamente en México y América Latina, y que subrayaban la importancia de defender a la religión católica en el contexto de las sociedades liberales. Como el de Flores Alatorre, el ejemplo de Agustín Rivera y su esfuerzo por construir una “antropología católica” que buscaba una lenta conciliación entre la modernidad “humana” y la revelación divina, es un ejemplo de la búsqueda de soluciones católicas a las guerras culturales entre ciencia y fe en el México de fines del siglo XIX (Carbajal López, 2017).

Además de la aplicación del currículo escolar y la experiencia en el aula, las ceremonias escolares también tenían un amplio valor como elementos que destacaban la importancia de la religión y la práctica religiosa entre los estudiantes. En 1887 un reportero de El Amigo de la Verdad - el periódico fundado por el jesuita Francisco Javier Cavalieri - dio cuenta de las fiestas, y se sentía satisfecho porque era “muy grato […] ver que en el Colegio Católico no sólo se procura instruir a la juventud, sino además infundirle el amor a las prácticas de nuestra religión católica”.8

El 30 de mayo, último día del mes de María, se organizó una procesión por los patios de la escuela, que fueron adornados ex profeso y donde ondeaba la bandera de México “junto a la azul y blanca de la Inmaculada”. La procesión iniciaba con el estandarte del Colegio, azul y oro, y a la mitad iba una imagen peregrina de la Virgen, llevada por cuatro de los estudiantes más destacados. Al concluir la procesión estallaron múltiples cohetes y se puso a la Virgen en un altar preparado al fondo del colegio, mientras “los alumnos entonaban una hermosísima Salve Regina”.9

Lo mismo ocurría en otros colegios. En el de Santa Teresa de Jesús, fundado por el canónigo Ramón Ibarra y González, patrocinado por el Cabildo Catedral y gobernado por las teresianas, se celebró una velada en honor a la patrona del establecimiento el 15 de octubre de 1890. El eje del evento fue una obra de teatro contando las virtudes de la santa de Ávila. La crónica destacó la presencia del deán de la catedral de México, Próspero María Alarcón, una imagen de la santa presidiendo el evento y los focos de luz eléctrica en el escenario.10 Al cerrar los cursos del Convictorio Angelopolitano de San Luis Gonzaga, en diciembre de 1897, se realizó el examen público habitual sobre gramática, aritmética y francés. Al concluir, los alumnos fueron entrevistados por el obispo Perfecto Amézquita “sobre varios puntos de la religión, encareciendo la imperiosa necesidad que hay en las escuelas de instrucción sobre ella a la juventud”.11 Como se puede ver, los colegios católicos se preocupaban por hacer presente la fe en el espacio y en la opinión pública a través de ceremonias, procesiones, veladas o reparto de premios. De esta manera insistían en el valor de la educación religiosa. Al hacerlo fomentaban la diferenciación social, así como la preeminencia de la educación religiosa sobre la educación oficial, laica y gratuita. Finalmente, estos ejemplos dan cuenta de que la guerra cultural que los católicos libraban en Puebla tenía elementos visibles como las imágenes y las banderas, y elementos más bien intangibles de ocupación del espacio público - y letrado -, como los exámenes públicos o las ceremonias de fines de curso.

Estas líneas generales seguían el resto de los colegios católicos de la época. Además de ser creados por congregaciones como la Compañía de Jesús, destaca el papel del obispo y los canónigos del Cabildo Catedral de Puebla, quienes fundaron y sostuvieron al menos 7 de los 25 colegios católicos de educación básica en la década de 1890. En términos generales, su funcionamiento educativo era el mismo que el que ofrecían los jesuitas en el Colegio Católico. Para muestra un botón: el Colegio de San Bernardo fue fundado por el obispo de Puebla, Francisco Melitón Vargas, y era dirigido por el canónigo José Bernardo Fuentes, como rector, y el padre Juan M. Marín, como vicerrector y maestro de religión. En él se daban un curso inferior, uno medio y uno superior, además de una formación inicial de párvulos.

A estos se les enseñaba según un currículo de siete materias: juegos libres, lecciones de cosas, rudimentos de religión, lectura, escritura, cálculo y dibujo. Sin duda, el programa más importante era el medio: se les enseñaba religión demostrada, historia sagrada, higiene, lengua castellana, lectura, escritura, caligrafía, cálculo, sistema métrico, geometría, geografía del estado de Puebla, nociones de historia patria, ciencias naturales, instrucción cívica y casos de moral práctica. Si se optaba por el curso superior, que permitía obtener un certificado para seguir estudios superiores, se añadían cinco nuevas materias: geografía de México, elementos de geografía universal, cálculo y comercio, teneduría de libros y música, además de francés e inglés. Había 166 alumnos, de los cuales 42 eran internos: los precios iban de 12 a 3 pesos (Covarrubias, 1896, pp. 100-1). En el discurso que el abogado Mariano Rivadeneyra pronunció en este plantel el 29 de enero de 1892, sostuvo que el colegio tenía sentido porque unía tres palabras: religión, niñez e instrucción, lo que significaba formar en ciencias, fomentar “la fe y la religión”, y hacer de esta “un nuevo manantial de exquisitos dones [para] la niñez”.12

Honrados artesanos y buenas madres de familia, 1872-1900

Un innovador modelo educativo al que se avocaron los creyentes poblanos fue el de la educación técnica, que además de incluir la educación propiamente curricular, formaba a los niños en “artes y oficios” como un mecanismo para formar ciudadanos útiles y para mejorar el comportamiento de las clases menesterosas. En Puebla, el primero y más importante de estos fue el Colegio Pío de Artes y Oficios, fundado en 1872 por el varias veces citado, Francisco Javier Cavalieri, para que los artesanos cultivaran sus aptitudes y se alfabetizaran al tiempo que aprendían a practicar un oficio que les permitiera ganarse la vida.

La escuela estuvo en manos de los jesuitas desde su fundación y hasta 1895, cuando pasó al cuidado del obispado. Según planteaba Cavalieri, la creación del Colegio Pío tenía como objetivo “proporcionar a la juventud, además de los conocimientos religiosos y científicos, un oficio laborioso para pasar la vida convenientemente” (Covarrubias, 1896, p. 111). En concreto, se trataba de formar artesanos que vivieran de su oficio, caracterizados por su honradez y por su moral cristiana. En la institución se enseñaba tipografía e imprenta, encuadernación, sastrería, carpintería o zapatería, y se evitaba el cobro de colegiaturas. Para sostener a la institución se pedían donativos, se hacían bazares públicos y se vendía El Amigo de la Verdad, periódico que contribuía a sostener la escuela y que fungía también como mecanismo de combate contra el liberalismo.13

Así, además de la formación de varios cientos de alumnos desde su fundación hasta finales de siglo, el Colegio Pío de Artes y Oficios contribuía al debate público y a las guerras culturales locales a través de la palabra escrita, fuera a través del semanario El Amigo de la Verdad o de los libros que imprimía y distribuía. Así, en las décadas de 1880 y 1890 encontramos varios asertos contra la escuela laica, generalmente disfrazados como notas preocupadas por el avance de la escuela sin Dios en países europeos. El 28 de septiembre de 1889, por ejemplo, se difundió que en la escuela primara de Santa Sabina de Troyes, Francia, la directora “se había encargado de pervertir a las jóvenes que se le confiaban, enseñándolas una moral tan independiente, que las personas encargadas de las investigaciones no podían creerlo”.14 En Amiens, unas niñas se santiguaron al iniciar una tormenta, y “la maestra las reprendió severamente, castigándolas con no salir hasta una hora después de sus compañeras”. Entonces, el comentario sarcástico: “sólo el demonio se asusta tanto como esa necia maestra cuando hacen la señal de la cruz. Pero ella y el demonio… ¡son liberales!”.15 El corolario del ejemplo extranjero era evidente: la escuela laica era una escuela antirreligiosa, y a ella querían combatir los católicos poblanos.16 En Zaragoza, en España, Vicente Cuadra, un niño de 12 años, se había suicidado, pues tras un regaño escolar por no saberse la lección del día, asumió que no tenía sentido seguir viviendo. La nota concluía, mordaz: “no sabemos si a estas horas se arrepentirá el desventurado padre de no haberle enseñado el Catecismo”.17 Como se ve, a través de notas extranjeras la prensa del Colegio Pío hacía escarnio de la educación laica, identificando a sus defensores y promotores con el mismo demonio e insistiendo en que formaba niños sin religión y, por lo tanto, propicios al vicio y aún al suicidio. En marzo de 1898, finalmente, una editorial del periódico fue muy clara: toda vez que “el porvenir religioso de nuestro país […] depende, más que de ninguna otra cosa, de la educación de la niñez”, se debía impulsar la escuela católica. Solo ella sería capaz de detener “la secularización completa, es decir, la paganización del orbe entero civilizado”, pues si “en la escuela sin Dios está el baluarte enemigo, es imprescindible oponerle en todas partes la escuela religiosa, la escuela católica”.18 Como se ve, a partir de esta lógica dicotómica de creyentes versus ateos, los católicos poblanos insistieron en la importancia de la educación confesional para sostener la fe y lo que es más interesante, para detener - según las mismas palabras del rotativo - la secularización de las naciones civilizadas; es decir, católicas. Haciendo eco de las palabras del periodista Flores Alatorre, editorialista de El Amigo de la Verdad, a partir de la prensa y de la escuela, los fieles poblanos dejaron ver que desde su perspectiva, vivían en su propia ciudad una batalla entre creyentes y no creyentes por la fe, la formación y aún la vida y la moral de los niños.

Todavía en 1900 la tipografía del Colegio Pío de Artes y Oficios publicó un libro intitulado La Escuela Neutra ante la Teología, escrito originalmente en francés por “dos sacerdotes” y que se tradujo por encargo del obispo Perfecto Amézquita. El libro retomó la discusión francesa en torno a la escuela primaria laica, aprobada en Francia en 1882, apuntando que la laicización de la educación era una medida de la francmasonería contra la cual los católicos debían luchar abiertamente.

El contenido, plagado de ejemplos galos, tenía un mensaje básico: “Oponerse a la escuela sin Dios - que esta frase nos sirva de bandera [y] encuentre eco en todas partes: en las ciudades, en las villas, en las aldeas, en las chozas aisladas de las campiñas” (La Escuela Neutra, 1900, p. 33).19 El libro, en conjunto, llamaba a emprender una “nueva cruzada” en defensa de “las almas de los niños cristianos bautizados, que se deben sustraer a los odios de los sectarios impíos del ateísmo, ¡es la fe de la Francia la que está en peligro!” (La Escuela Neutra, 1900, p. 33). Esta batalla, en fin, era de todos los cristianos, quienes debían pelear aquel “combate por medio de la oración; combate por medio de la pluma y de la palabra” (La Escuela Neutra, 1900, pp. 34-5). El remedio contra el mal no podía ser otro que la escuela; así, aquel libro anónimo sostenía: “necesitamos, pues, tener escuelas nuestras, en las que la religión tenga el primer lugar […] en las que le sea permitido al niño arrodillarse para hacer antes y después del trabajo una devota oración” (La Escuela Neutra, 1900, p. 38). Como se ve, el obispo y el clero poblano evitaron entrar en conflicto directo con el régimen de Díaz denunciando la situación mexicana, pero a través del ejemplo francés proponían la fundación y el sostenimiento de escuelas católicas como una respuesta de la Iglesia a la escuela laica, que era irremediablemente antirreligiosa y que ponía en peligro la fe de la nación al atacar la fe de los niños. A través de este ejemplo europeo, era evidente que para los católicos poblanos la educación laica mexicana era también antirreligiosa y atacaba la fe de la infancia y la juventud. Por ello mismo no dudaron en asumir como propia esta “nueva cruzada”, pues solo así se mantendría el catolicismo en México en los años por venir.

Como en Francia, ya hemos visto que en Puebla las escuelas católicas eran una realidad. De hecho, la otra escuela católica dedicada a una enseñanza técnica era el Colegio Salesiano, fundado precisamente por aquella congregación con el apoyo del obispo Francisco Melitón Vargas. El 4 de abril de 1894, el recién nombrado Decurión de la Sociedad de Cooperadores Salesianos, José Ignacio Benítez, pidió al mitrado que permitiera la fundación para “proporcionar a la niñez desvalida un asilo que la libre de la perdición, mediante una educación cristiana e instrucción que le procure honesto porvenir en el trabajo” (Vargas, 1894, p. 4). Vargas respondió positivamente, y pidió al salesiano Rafael María Piperni se encargara de promocionar la nueva institución. Según el obispo, la escuela contribuiría a “formar honrados artesanos por medio de la educación y enseñanza católica” (Vargas, 1894, p. 14). Al año siguiente, Piperni reportó que había 106 alumnos internos y 60 externos, quienes ocupaban siete talleres “bien montados y organizados”. Además de la formación manual los alumnos estudiaban la primaria y cursos de canto gregoriano, dibujo y pintura.20 Como ocurría en otros casos, el Colegio Salesiano también se hizo presente a través de la profesión pública de su fe. En este caso lo hacían con una función abiertamente religiosa: el 31 de mayo de 1896, por ejemplo, se celebró en el colegio una velada solemne en honor de María Auxiliadora. Se hacía una novena en el oratorio de la escuela, los niños hacían comunión general encabezada por el obispo Melitón Vargas, además de misas, rosario y bendición solemne con el Divinísimo expuesto. En aquella velada, en concreto, la función concluyó con la bendición “de la máquina de vapor aplicada a las prensas del taller de imprenta”.21

Según se puede ver, la educación técnica tenía como objetivo contribuir a la educación primaria y religiosa de los menos favorecidos, así como formar técnicos para mejorar la disciplina del trabajo y para impulsar un nuevo comportamiento - tanto laboral como disciplinado - de las clases trabajadoras en el contexto de una sociedad industrial en desarrollo.22 A través del trabajo los católicos esperaban crear una nueva “moral pública” y una nueva disciplina del trabajo, un aspecto que compartían los liberales con el impulso a la educación técnica a lo largo y ancho del país (Herrera Feria, 2002, p. 12). A diferencia de ellos, el clero y los seglares de Puebla incorporaban la religión y la fe al trabajo manual y a la disciplina industrial.

Por último, en el caso de la educación femenina destacaban el Asilo de Misericordia Cristiana, que había fundado José María de Yermo en 1894, el Colegio de San Vicente de Paúl que desde 1875 estaba bajo el cuidado y la protección del deán José Victoriano Covarrubias, y los colegios de la Providencia de Señor San José, Menor de San José de Gracia y de San Alfonso, los tres bajo la protección de la Mitra y el Cabildo de Puebla. Hay que destacar la importancia que el clero diocesano dio a la formación de las mujeres, y el papel del deán Covarrubias para tomar el cuidado de los colegios femeninos desde la década de 1870. Además del currículo oficial, estas escuelas incorporaban labores tradicionalmente asociadas a la mujer, como bordados o labores manuales, o bien cursos dedicados al hogar. En el Colegio de San Alfonso se dictaba religión, lógica, estética, lengua castellana, aritmética, pesos y medidas, teneduría de libros, geometría, geografía e historia, ciencias físicas y naturales, francés e inglés y dibujo. Entre las clases determinadas por el género estaban higiene y economía doméstica, labores manuales y urbanidad (Covarrubias, 1896, p. 115). En el Colegio de San Vicente de Paúl, atendido por ursulinas, se enseñaban, además de los cursos oficiales, “idiomas, bordados, flores artificiales y objetos de fantasía”. En 1895 este colegio reportaba 69 alumnas, que pagaban 13 pesos mensuales de colegiatura (Covarrubias, 1896, p. 115). En conjunto, la enseñanza básica femenina compartía los afanes educativos y religiosos, al tiempo que hacía énfasis en la formación de la mujer como madre de familia. En una nota sobre el Colegio de Santa Teresa, en 1899, la prensa insistía que “educar a una mujer es educar a una familia”, por lo que había que formarla “según los principios de la sociedad católica”. En concreto, las teresianas buscaban que sus alumnas fueran “reproducciones fieles de aquellas admirables mujeres […] que si se distinguían por la aplicación y el progreso en el estudio de las letras, no por eso desdeñaban tomar la rueca y el huso, dedicarse a coser y repasar la ropa […] entender en el cuidado y buena administración de la casa, y ejercer la caridad”.23

En conjunto, la educación básica, técnica y de primeras letras fue ampliamente impulsada por los actores católicos de Puebla como un mecanismo para formar a los niños y jóvenes en la fe y la religión. Asimismo, insistió en la unidad entre ciencia y fe, siguió los planes de estudio oficiales incorporando a las materias científicas el factor religioso e impulsó las prácticas y las devociones religiosas como parte de una formación integral que pretendía diseñar un ciudadano católico abierto a la modernidad católica y preocupado por una activa participación social iniciando en la familia misma. Mediante los planes escolares, la práctica escolar y las ceremonias públicas, las escuelas católicas de la ciudad de Puebla fueron parte importante de la lucha simbólica a través de las cuales el obispo, los canónigos, los religiosos y los seglares poblanos participaron en las guerras culturales que vivieron el país y la ciudad en los años del triunfo liberal.

Para la patria y para Dios: las escuelas normales católicas, 1897-1900

No solo la educación básica fue motivo de preocupación del clero angelopolitano: también se interesó en la educación superior - fuera para crear profesionistas liberales o sacerdotes - y en la formación de maestros, temática a la que nos dedicaremos en este apartado. Como se sabe, la fundación de escuelas de formación magisterial cobró especial importancia en la década de 1870. En Puebla, el profesor Gustavo Pedro Mahr estableció en 1873 una academia gratuita y nocturna para formar a los jóvenes que quisieran dedicarse al magisterio, bajo la protección del gobierno del estado y con el ideal de educación laica y científica. A partir de 1880, ahora bajo el impulso de Guillermo Prieto, inició funciones la Escuela Normal del Estado, que buscaba uniformar la enseñanza básica en la entidad, fomentar el ideal de ciencia y progreso entre los profesores y finalmente, integrar a la población indígena al desarrollo local (Herrera y Torres, 2019, pp. 43-72; Leicht, 1999, p. 460). La orientación liberal, laica, científica y aún gratuita de las normales estatales se vio fortalecida en la Ley de Instrucción Pública del Gobierno del Estado de Puebla, decretada por el gobernador Mucio P. Martínez en 1893. Entre las más de 30 materias que debían cursarse en tres años, estaban lenguaje, matemáticas, geografía, moral, francés, teneduría de libros, física, química, historia, lógica, instrucción cívica, higiene escolar, inglés, economía política y por supuesto, pedagogía (Cruz, 1995, pp. 85-91). A mediados de 1880, empezaron a surgir los primeros egresados, punta de lanza de un proyecto de formación que, de la mano de Rafael Isunza, sentaría las bases de una educación liberal y laica durante el régimen del gobernador Mucio P. Martínez, que en buena medida perpetuó los postulados del liberalismo popular triunfante entre el ala liberal poblana, insistiendo así, por ejemplo, en el rechazo a cualquier colaboración con la Iglesia, buscando influir en las comunidades a través del ayuntamiento o bien, haciendo de la educación el motor de la transformación liberal de la sociedad (Márquez Carrillo, 2019, pp. 239-56).

La respuesta de los católicos a la formación del magisterio no se hizo esperar. Preocupado por formar maestros con una sólida base científica y pedagógica, el obispo Perfecto Amézquita fundó en 1897 dos normales católicas, una de mujeres y otra para hombres. Mientras la primera fue concedida a las religiosas josefinas desde su fundación, la de varones quedó bajo el cuidado del clero secular. Como había ocurrido con la enseñanza básica, las normales católicas retomaron el plan de estudios oficial y solo incorporaron la enseñanza de la doctrina y la religión católica, de modo que la formación de los futuros maestros integrara los avances científicos con una sólida formación en doctrina católica.24 Además de diferenciarse por la enseñanza religiosa, estas normales funcionaron como espacios que hacían evidente la presencia del catolicismo en la ciudad y como espacios de presencia simbólica donde se hacía del culto público y la alta cultura confesional elementos distintivos frente a la opción pública liberal. Así, más que en los planes de estudio, las normales católicas destacaron por su impacto simbólico en la ciudad: su sola presencia insistía en la necesidad de mantener la fe en la sociedad, y en la importancia de unir credo y ciencia en la formación de la juventud. Su presencia era, ante todo, una lucha por el espacio público y por mantener la religión vigente en medio del régimen liberal poblano.

El caso menos conocido es el de la Escuela Normal de Profesores, fundada el 8 de diciembre de 1897. La velada de fundación fue importante para destacar públicamente dos elementos centrales: la importancia que había cobrado el catolicismo en la sociedad local gracias a la política de conciliación del régimen local porfirista y, en sintonía con lo anterior, el acuerdo de autoridades civiles y religiosas en torno a la existencia de escuelas confesionales en la ciudad. A las 6:00 de la tarde de aquel 8 de diciembre inició el acto público, presidido por el obispo Amézquita “de mitra y capa pluvial”, el arzobispo de Oaxaca, Eulogio Gillow, y el gobernador del estado, Mucio P. Martínez, además del Cabildo Catedral de Puebla. El edificio estaba “profusamente iluminado por varios focos de luz eléctrica pendiente de un cielo de lona”. Después de escuchar piezas de Auber y Verdi, entre otros, la señorita María Clemencia Franco cantó la Salve María de Saverio Mercadente. Además de las piezas musicales, la inauguración destacó por la ornamentación del patio central de la escuela: presidía el evento “la imagen del Sagrado Corazón de Jesús”, además de que había “muchas banderas con los colores patrios” en las barandas del segundo piso. La crónica periodística del evento destacó la presencia de “dos prelados Ilustres de la Nación Mexicana”, la presidencia del evento del “señor Gobernador con su secretario general, que autorizó el acto de inauguración”, y el hecho mismo de la inauguración, pues era una muestra pública, decían, de una gran novedad en la ciudad: la existencia de una escuela para profesores que además de los estudios oficiales añadía “en beneficio de los católicos un curso completo de religión y el estudio de la filosofía cristiana”, uniendo felizmente “las ideas científicas […] a las ideas religiosas”.25

Como puede verse, para los católicos la educación de maestros en escuelas confesionales tenía el objetivo de unir ciencia y fe, para de esa manera influir más tarde en la educación de los niños. La Escuela Normal Católica era, según ellos, “el único medio de combatir la inmoralidad reinante, que como diluvio de pestilentes aguas amenaza inundar a la sociedad”.26 Bien pronto surgieron algunas críticas a esta postura moralizante, mostrando ejemplos de que la juventud prefería los placeres a la práctica devota. El 19 de junio de 1898, por ejemplo, El Tiempo¸ periódico de la capital de la república, reportó que la prensa liberal había circulado el rumor de que “un joven de la Escuela Normal Católica se había fugado con una actriz, yéndose para México”, donde habría sido aprehendido. Frente a ello, el periódico católico insistió que todo era una calumnia, y concluía: ningún alumno ha dado motivo de escándalo, y por lo demás, “como ese plantel no es una cárcel, mal puede alguien fugarse de él. Tampoco hay internado”.27 En esos mismos días de junio, el periódico liberal La Patria, también editado en la Ciudad de México, dijo que la Escuela Normal era “fábrica de facciosos y traidores” que preferían otorgar su lealtad a Roma que a México”.28 En conjunto, como se ve, la respuesta de los grupos liberales ligados a los restos del viejo jacobinismo ante la presencia de una normal católica, incluso en provincia, fue señalarla como depositaria de una juventud paradójicamente inmoral e incontinente, además de contraria, y por tanto traidora, al principio liberal.

La respuesta de la Escuela no tardaría en llegar. Un par de meses más tarde, en agosto, se celebró una velada en honor del obispo Amézquita, quien tras unos días en Roma presidió el evento aquella noche. En realidad, era una manera del clero y los escolares de hacer pública defensa de su propuesta de unión entre ciencia y fe, a la que ahora unían el patriotismo. Aquella noche, “todos los oradores, sin ponerse de acuerdo, hablaron de los sentimientos de ilustración y de patriotismo que la Escuela Normal Católica infunde a sus alumnos”. Y fueron un poco más allá: rechazaron “la torpe calumnia […] de facciosos”, pues “el ilustre Señor General Díaz había matado todos los facciosos para que no haya en México más que un solo partido: el de la paz y del progreso”. Siguiendo esta idea, monseñor Amézquita insistió en el patriotismo de los católicos poblanos, y, de hecho, identificó el patriotismo como una de las enseñanzas de Jesucristo, quien “derramó hasta la última gota de su sangre por amor de los hombres”. Siguiendo su ejemplo, “todos los católicos tenemos el deber sagrado e imprescindible de luchar hasta morir en defensa de la patria”.29

También es menester retomar las palabras del obispo respecto del presidente Díaz: en efecto, desde la década de 1880 el régimen de don Porfirio había privilegiado la gobernabilidad y por lo tanto la flexibilización en la aplicación de las Leyes de Reforma - constitucionalizadas por el presidente Lerdo de Tejada en 1873 -, lo que había permitido a la Iglesia católica, ocupar espacios antes vedados a lo largo y ancho del país, teniendo en Puebla un auge inusitado. Gracias a estos nuevos espacios, de nuevo bajo la perspectiva de Amézquita, la Normal Católica enseñaba el amor a la ciencia, a Dios y a la patria. Así, concluía, “si amar esos grandes ideales es fanatismo […] confieso que yo siempre he sido y pienso seguir siendo fanático”.30 Como puede verse, en 1898 fue evidente un abierto enfrentamiento entre liberales y católicos a propósito de la Normal Católica de Profesores: mientras aquellos acusaban al establecimiento de formar fanáticos antiliberales y a los alumnos de ser motivo de escándalo - poniendo así en duda la moralidad de la escuela -, el clero y los escolares anteponían el trinomio Dios, patria y ciencia a la labor normalista, insistiendo en que la vinculación entre la fe y los descubrimientos científicos formaba mejores hombres y además, mejores ciudadanos. Al hacer esta afirmación, los creyentes poblanos defendían el régimen de Díaz y su política conciliadora e insistían en una auto-adscripción ajena a la hegemonía liberal: la posibilidad de ser y sentirse a la vez católicos y mexicanos. No es casual que, en esos mismos días, a propósito de la Escuela, los católicos insistieran que la nueva escuela confesional tenía como objetivo “formar al hombre apto para la ciencia y para el arte, para la familia y para la sociedad, para la Patria y para Dios”.31

Por su parte, la educación normalista para mujeres inició sus actividades el 15 de diciembre de 1897, cuando el Colegio Mayor de San Vicente de Paúl se convirtió en la Escuela Normal Católica de Profesoras. En ella se seguía, como costumbre, “el sistema de enseñanza, asignaturas y tiempo de curso de la [Normal] del Gobierno, sin otro agregado que el importantísimo de un curso completo de Religión”.32 En esta ocasión el anuncio también incluía el reconocimiento oficial: “si pasan los exámenes, las alumnas recibirán el título del Gobierno y el que les expedirá la Academia Católica”. La enseñanza sería gratuita para las internas, quienes solo deberían pagar sus alimentos. Junto con la enseñanza de las futuras maestras se abriría una escuela primaria gratuita, anexa a la Normal. Sería la punta de lanza del proyecto educativo católico para señoritas. En este colegio “los recreos, días de campo, representaciones teatrales y otras diversiones suprimidas volverán a estar en uso y en todo se procurará que a las alumnas les sea agradable su permanencia en el Colegio”. El objetivo era claro: formar “virtuosas e instruidas madres de familia que serán las que después formen la sociedad que debe poner el remedio a los grandes males que afligen a nuestra querida patria”.33

Al cabo de medio año, en julio de 1898, esta Normal fue cedida por el obispo y el deán José Victoriano Covarrubias a las hermanas josefinas. A decir de Elisa Speckman (2002), “con ello se consolidó la opción católica para educar a las maestras, que competía con la Normal para profesoras a cargo del Estado y con las fundadas por las Iglesias protestantes” (p. 293). En manos de la congregación religiosa, el principal objetivo de la institución fue formar a las mismas religiosas josefinas como maestras, además de incentivar a solteras o viudas seglares a ejercer el magisterio como un mecanismo para fomentar la religión en escuelas que idealmente dirigirían o sostendrían en sus comunidades de origen. Estos logros se hicieron evidentes en 1899, cuando se titularon las señoritas Victoria Salyano y Julia F. Martínez, esta última de San Andrés Chalchicomula, hoy Ciudad Serdán. Ambos exámenes los había presidido monseñor Amézquita.34 La combinación de ciencia y fe permanecía intacta: en los exámenes de la escuela destacó el interés de enseñar los últimos avances de la física y al mismo tiempo probar la existencia de Dios (Speckman, 2002, p. 244).

En conjunto, el clero y las congregaciones religiosas de Puebla cumplieron el objetivo común de formar maestros en las escuelas normales que combinaran fe, ciencia y patriotismo, y que, a partir de una identidad común de católicos y mexicanos, pudieran transmitir fe y ciencia a los niños. Es interesante constatar, como puede colegirse de la polémica en la prensa que reseñamos líneas arriba, que a diferencia de las escuelas básicas, las normales llegaron a desatar más críticas por parte de algunos grupos liberales, identificados con el viejo jacobinismo más que con el régimen de Díaz, enfatizando el faccionalismo de los católicos y aún su falta de moralidad, esto último insistiendo en que preferían la educación religiosa dogmática y aún supersticiosa por encima de los valores morales universales, como la libertad, la igualdad y la fraternidad. En estos elementos resulta evidente la presencia de las guerras culturales en Puebla: unos y otros insistían en que ofrecían la mejor opción para el futuro del país. Así, las normales católicas de la ciudad fueron espacios de presencia educativa y urbana del catolicismo donde se apeló a la unión entre fe, religión y patriotismo como un mecanismo para educar a la juventud. Por supuesto, había una división de género: los hombres debían llevar su fe al espacio público y las mujeres formar madres de familia que mantuvieran la fe católica en la privacidad de sus hogares. En uno y otro caso, de cualquier forma, se buscaba sostener la religión y la fe frente al discurso liberal oficial, ahora aprovechando el carácter pragmático y conciliador del régimen de Díaz al cerrar el siglo XIX.

Conclusiones

Entre 1870 y 1900 el clero, los religiosos y los seglares poblanos impulsaron la creación de escuelas básicas, técnicas y normales católicas para la educación de la niñez y la juventud, como una respuesta al régimen de laicidad liberal establecido a partir del triunfo de la república y sostenido, al menos legalmente, por el régimen de Porfirio Díaz. Con este proyecto educativo para la niñez y la juventud, los católicos poblanos sostuvieron una amplia guerra cultural plena de símbolos y debates contra la educación laica, defendieron la presencia de la religión en la sociedad y sostuvieron una educación que incorporaba los avances científicos más recientes con una sólida formación religiosa. Además de cumplir con planes de estudio que integraban las disposiciones oficiales y la presencia de la fe, los católicos poblanos también incluyeron una formación patriótica, que a través de símbolos, ceremonias y discursos fomentó la identidad común de católico y mexicano entre los maestros y los alumnos. Así, la unión de fe, patriotismo y ciencia se convirtieron en la receta de modernidad católica que las escuelas confesionales de Puebla ofrecieron en el México del último tercio del siglo XIX.

Empero, las escuelas confesionales en la ciudad de Puebla no solo eran una opción educativa más en el contexto de un campo público y religioso abierto cada vez más a la pluralidad. Como han mostrado estas líneas, fueron también espacios de presencia simbólica del catolicismo en la ciudad, desde donde los fieles poblanos, encabezados por sus obispos - principalmente Francisco Melitón Vargas y su sucesor Perfecto Amézquita -, hicieron presente al catolicismo en la esfera pública. A través de funciones, veladas y aún celebraciones religiosas, los católicos poblanos emprendieron una labor simbólica que “reconquistaba” el ámbito educativo de la ciudad y creaba enclaves de presencia confesional que defendían la posibilidad de una identidad y una educación católica, que dieran paso a una sociedad y a una modernidad también católica que integrara fe, ciencia y patriotismo entre los futuros ciudadanos mexicanos. Si leemos desde esta clave la presencia de los católicos en la promoción de las escuelas básicas, fueran o no técnicas, mixtas o no, encontramos que la escuela fue un espacio desde el cual los católicos libraron una guerra cultural local contra la escuela laica y a través de ella contra el contexto liberal. Frente a la opción liberal, los católicos hicieron énfasis en la posibilidad de unir ciencia y religión para asegurar el bienestar y el progreso de la sociedad local, fuera a través de ejemplos europeos o debatiendo directamente el caso mexicano.

Finalmente, hay que enfatizar que a pesar de que las prensas poblanas llegaron a apelar a una “cruzada” en protección de la defensa religiosa, en realidad la educación católica fue posible en buena medida gracias al acuerdo de las autoridades públicas locales, desde el gobierno de Ignacio Romero Vargas en la república restaurada, hasta el gobierno de Mucio P. Martínez durante el porfiriato. Como hemos visto, este último llegó a participar en la fundación de las normales católicas de Puebla de la mano del obispo. Más allá de los acuerdos locales y del clima de conciliación en el régimen político angelopolitano, estas líneas subrayan la importancia de la educación católica como un elemento de avanzada en las guerras culturales que se libraron en el nivel local en el México liberal y que aún merecen la atención de los historiadores.

En las aulas y en el espacio público, entre 1870 y 1900 las escuelas católicas de Puebla fueron un lugar desde el cual obispos, canónigos, clérigos, religiosos y seglares de dicho estado, defendieron y fomentaron la fe de los niños y jóvenes mexicanos, e hicieron presente una guerra cultural que mostraba como posible y aún necesaria la unión de fe, ciencia y patria como un mecanismo para sostener el catolicismo en el último tercio del siglo XIX.

Notas al pie:
  • 1

    Uno de los aspectos más sugerentes de la propuesta del Nuevo Catolicismo de Christopher Clark es la importancia que le dan a las guerras culturales, que como hemos dicho arriba, se significan por ser una serie de conflictos simbólicos y letrados, no siempre exentos de violencia, entre actores liberales y actores católicos por el predominio del espacio público y el contenido de las identidades locales y nacionales (Clark, 2003). Evidentemente, esto no implica que hubiera un solo modelo de liberalismo o de catolicismo, por lo que hay que estar atento a los matices al atender cada una de las regiones, ciudades o diócesis bajo estudio. Hay una serie de trabajos sobre el Nuevo Catolicismo en la historiografía latinoamericana que sin duda contribuyen a poner en contexto mi propia contribución (Monreal, 2017, pp. 295-333; Vidal, 2016, pp. 39-68).

  • 2

    Hay una amplia bibliografía sobre el fenómeno educativo en Puebla, la cual se ha centrado mayormente en el proyecto y la perspectiva liberal. Sobre la educación básica destacan los aportes de Estela Munguía Escamilla (1996, pp. 5-25; 2013, pp. 61-73), y en torno a la educación superior impartida en el Colegio del Estado son fundamentales los trabajos de Ana María Huerta (1996, pp. 45-74) y de Jesús Márquez Carrillo (1995, pp. 11-81; 1999, pp. 73-110; 2019, pp. 239-68). Un aporte sobre la educación superior católica en Puebla durante el porfiriato puede verse en Rosas Salas (2014, pp. 189-207).

  • 3

    Sobre la fundación del Colegio, véase Covarrubias (1896, p. 99).

  • 4

    Desde 1881 se había inscrito en el Colegio del Estado la estudiante Matilde Montoya a las cátedras de Física y Zoología. Asimismo, en 1893 obtuvieron sus títulos Francisca Campos y Teodora Acosta, una como enfermera partera y otra como enfermera obstetra (Mansuy Navarro, 2016, pp. 182-92; Rivera Gómez, 2019, pp. 1-13).

  • 5

    Como de hecho se buscó en el paradigmático caso del Ecuador de Gabriel García Moreno (Medina, 2021).

  • 6

    Francisco Flores Alatorre, “Editorial. Discurso pronunciado por el Señor Licenciado Don Francisco Flores Alatorre, en la distribución de premios que tuvo lugar en el Colegio Pío de Artes y oficios, la noche del 31 de julio de 1883”, El Amigo de la Verdad, 4 de agosto de 1883, pp. 1-2.

  • 7

    Flores Alatorre, “Editorial”, El Amigo de la Verdad, 4 de agosto de 1883, pp. 1-2.

  • 8

    “Las fiestas del Colegio Católico”, El Amigo de la Verdad, 4 de junio de 1887, p. 2.

  • 9

    “Las fiestas del Colegio Católico”, El Amigo de la Verdad, 4 de junio de 1887, p. 2

  • 10

    Francisco Flores Alatorre, “Editorial. En el Colegio Teresiano”, El Amigo de la Verdad, 18 de octubre de 1890, p. 1.

  • 11

    “Solemnes Actos Públicos”, El Amigo de la Verdad, 18 de diciembre de 1897, p. 4.

  • 12

    “Discurso pronunciado por el Sr. Lic. Don Mariano Rivadeneyra y Lemos en la inauguración del Colegio de San Bernardo, la noche del 29 de enero de 1892”, El Amigo de la Verdad, 13 de febrero de 1892.

  • 13

    “El Colegio Pío de Artes y Oficios”, El Amigo de la Verdad, 18 de diciembre de 1897, p. 1.

  • 14

    “Una escuela laica”, El Amigo de la Verdad, 28 de septiembre de 1889, p. 3.

  • 15

    “Frutos de la enseñanza laica”, El Amigo de la Verdad, 16 de abril de 1887, p. 3.

  • 16

    “Libertad laica”, El Amigo de la Verdad, 19 de julio de 1890, p. 3.

  • 17

    “Frutos de la enseñanza laica”, El Amigo de la Verdad, 16 de abril de 1887, p. 3.

  • 18

    “Escuelas católicas”, El Amigo de la Verdad, 16 de marzo de 1898, p. 3.

  • 19

    Cursivas en el original.

  • 20

    “Remitido. Colegio Salesiano”, El Amigo de la Verdad, 23 de febrero de 1895, p. 2.

  • 21

    “A María Auxiliadora”, El Amigo de la Verdad, 30 de mayo de 1896, p. 4.

  • 22

    En 1897 había en Puebla 13 grandes fábricas textiles en el corredor del río Atoyac, además de una colonia industrial en las afueras de la ciudad, sobre el río San Francisco (Rosas Salas, 2013, p. 223).

  • 23

    “Colegios católicos para niñas y señoritas”, El Amigo de la Verdad, 2 de febrero de 1899, p. 2.

  • 24

    La Escuela Normal Católica para Profesoras estaba en la calle de San Juan de Letrán, hoy 2 Sur 700 y la de Profesores se estableció en la calle de Victoria - i.e., la 3 Poniente 300 (Leicht, 1999, pp. 407, 464).

  • 25

    “Editorial. Escuela Normal Católica para Profesores. Velada Literaria”, El Amigo de la Verdad, 18 de diciembre de 1897, p. 1.

  • 26

    La Patria. Diario de México, 16 de octubre de 1897, p. 1.

  • 27

    “Inexactitudes de un corresponsal”, El Tiempo, 19 de junio de 1898, p. 2.

  • 28

    “La velada en la Escuela Normal Católica”, El Amigo de la Verdad, 29 de junio de 1898, p. 3.

  • 29

    “La velada en la Escuela Normal Católica”, El Amigo de la Verdad, 29 de junio de 1898, p. 3.

  • 30

    “La velada en la Escuela Normal Católica”, El Amigo de la Verdad, 29 de junio de 1898, p. 3.

  • 31

    “Notas de la ciudad. Escuela Normal Católica”, El Amigo de la Verdad, 10 de agosto de 1898, pp. 2-3.

  • 32

    “Notas de la ciudad. Escuela Normal Católica”, El Amigo de la Verdad, 10 de agosto de 1898, pp. 2-3.

  • 33

    “El Colegio Mayor de San Vicente de Paúl para Señoritas”, El Amigo de la Verdad, 30 de octubre de 1897, p. 1.

  • 34

    “Examen profesional”, El Amigo de la Verdad, 2 de agosto de 1899, p. 2; “Brillante examen profesional”, El Amigo de la Verdad, 5 de agosto de 1899, p. 2.

Lista de referencias Hemerografía
  • El Amigo de la Verdad. Puebla, México.
  • La Patria. Diario de México. Ciudad de México.
  • El Tiempo. Ciudad de México.
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Historial:
  • » Recibido: 07/09/2022
  • » Aceptado: 07/11/2022
  • » : 30/03/2023» : 2022