En su autobiografía, Collingwood ilustra lo que él llama “la lógica de pregunta y respuesta” con varios ejemplos, uno de los cuales es su solución a la pregunta sobre el propósito de la muralla que los romanos construyeron aproximadamente entre las actuales Inglaterra y Escocia desde la época de Adriano. El propósito de este trabajo es presentar una traducción comentada del artículo de Collingwood en donde expone dicha solución. Analizando cuidadosamente su argumentación, es posible mostrar cómo funciona la lógica de pregunta y respuesta en detalle. Dado el lugar que las obras de Collingwood ocupan en el currículum de los estudiantes de historia en este país, esta forma de explicar la lógica de pregunta y respuesta parece ser la más idónea para que dichos estudiantes accedan a un poderoso instrumento heurístico y hermenéutico, tanto para comprender mejor las argumentaciones de los historiadores como para construir mejor las propias.
In his autobiography, Collingwood illus- of the purpose of the wall that the Rotrates what he calls “the logic of question mans built roughly between present-day and answer” with several examples, one England and Scotland under Hadrian and of which is his solution to the question later emperors. The purpose of this paper s to present an annotated translation of Collingwood’s article in which he sets out that solution. By carefully analyzing his argumentation, it is possible to show how the logic of question and answer works in detail. Given the place that Collingwood's works occupy in the curriculum of undergraduate students of history in this country, this way of explaining the logic of question and answer seems to be the most suitable for students to gain access to a powerful heuristic and hermeneutic tool both to better understand historians’ arguments and to better construct their own.
- Argumentación;
- historiografía inglesa;
- lógica de pregunta y respuesta;
- método histórico.
- Argumentation;
- English historiography;
- logic of question and answer;
- historical method.
Introducción
A diferencia de otras lenguas, el español dio la bienvenida al filósofo, arqueólogo e historiador británico Robin George Collingwood desde época muy temprana gracias a los buenos oficios del Fondo de Cultura Económica en México. Además, los traductores de entonces eran de primera línea: el filósofo español Eugenio Ímaz, exiliado en nuestro país, traductor y divulgador de las obras de Wilhelm Dilthey; Edmundo O’Gorman, historiador y enfant terrible de la historiografía mexicana, y Jorge Hernández Campos, prestigioso poeta y periodista. Malcolm Knox, antiguo alumno y amigo cercano de Collingwood, había editado póstumamente las dos obras de historia de las ideas que la muerte de nuestro autor - a principios de 1943 - le impidió pulir para su publicación: The Idea of Nature en 1945 y The Idea of History en 1946; ambas fueron traducidas casi inmediatamente, la primera por Ímaz en 1950 y la segunda por O’Gorman y Hernández Campos en 1952. Finalmente, An Autobiography, la autobiografía intelectual que Collingwood publicara en 1939 para preservar un recuento del meollo de su pensamiento ante la inminencia de un derrame fatal, la tradujo Hernández Campos en 1953.
La consecuencia de tal precocidad es que los lectores hispanohablantes - y entre ellos notablemente los historiadores mexicanos - se han acostumbrado a leer a Collingwood, principalmente la Autobiografía (1953) e Idea de la Historia (1952), desde la década de 1950, y han continuado leyendo estos dos libros hasta el presente. Sin ser yo historiador, la fortuna hizo que cayeran en mis manos estas mismas obras allá por 1973, en mi muy lejana juventud. Quedé deslumbrado por ellas, y no he dejado de leerlas desde entonces, así como los demás libros de Collingwood. Sin embargo, hay una doctrina en particular que aparece regada por toda su autobiografía bajo el nombre de “lógica de pregunta y respuesta” (logic of question and answer). Esta misma doctrina se expone de forma más tersa y concisa en el §3 de la Parte v (“Epilegómenos”) de Idea de la Historia (1946, pp. 249-82; 1952, pp. 241-71), bajo el nombre, con mayúsculas iniciales, de “Lógica del Cuestionamiento” (Logic of Questioning: 1946, p. 273; 1952, p. 264).
Antes de continuar, conviene aquí aclarar un hecho que muchos lectores hispanohablantes todavía ignoran, a saber, que la primera publicación del libro The Idea of History (1946) es una verdadera chapuza desde el punto de vista filológico. A la muerte de Collingwood, en efecto, la editorial de la Universidad de Oxford pidió a Malcolm Knox que decidiera cuáles de los materiales inéditos eran susceptibles de publicación (Knox, 1946). Collingwood había planeado escribir dos libros: uno dedicado a explicar el desarrollo de la idea de historia a manos de historiadores y filósofos; el otro destinado a desarrollar su propia filosofía de la historia. El primero de estos libros se basaba en los cursos sobre el tema que Collingwood había impartido en la Universidad de Oxford todos los años de 1926 a 1931 (Van der Dussen, 1993, p. XXIX), y de nueva cuenta en 1936 y 1940 (p. XI). Un manuscrito de 1939, con una introducción y los primeros cuatro capítulos del segundo libro, contenía la siguiente nota dirigida a su primera esposa:
Si este manuscrito llega a tus manos y yo me encuentro impedido para terminarlo, te autorizo a publicarlo bajo el título ‘Los principios de la historia’ y acompañado de un prefacio, escrito por ti, en el que expliques que se trata de un fragmento de lo que durante 25 años he esperado y anticipado escribir como mi obra principal. (Dray y Van der Dussen 1999, p. 3)
Knox no obedeció esta petición explícita del autor y en su lugar combinó pedazos del manuscrito de 1939 con artículos y conferencias escritas en 1935 y 1936. El resultado de esta sorprendente decisión es que el primer capítulo de lo que Collingwood mismo consideraba su obra principal pasó a ocupar el tercer puesto en la serie extrañamente incoherente que constituye la Parte v de The Idea of History (1946), cuyas partes i-iv habían sido tomadas del curso de filosofía de la historia de 1936. Por esa pifia editorial, muchos lectores no han prestado la debida atención a ese primer capítulo, el cual contiene la clave para entender la lógica de pregunta y respuesta de la que se habla tan insistentemente en An Autobiography (1939). El propósito principal de la presente publicación es precisamente basarse en este texto - sepultado en las pp. 249-82 de The Idea of History (1946) y pp. 241-71 de Idea de la Historia (1952) - para comprender lo que Collingwood consideraba su revolución lógica. La manera de hacer esto es aplicarlo al artículo “The Purpose of the Roman Wall” que el propio Collingwood señala en An Autobiography (1939, pp. 128-29; Autobiografía, 1953, pp. 128-29) como un ejemplo de la lógica de pregunta y respuesta.
Volviendo al tema, la lógica de pregunta y respuesta me pareció desde mi primera lectura de extraordinaria importancia y utilidad, tanto para la historia como para cualquier quehacer académico (Leal, 2015). Sin embargo, debo confesar que la propuesta de Collingwood me pareció entonces - y me sigue pareciendo - un tanto opaca, lo cual impide ver plenamente su importancia y utilidad. Me explico. No es que, en la exposición de la lógica de pregunta y respuesta que podemos leer en los textos mencionados, nuestro autor utilice términos extraños y desusados, o formule su teoría en oraciones enredadas y difíciles. Por el contrario, su prosa es en estos textos, como en toda su obra, maravillosamente límpida y llana. Tampoco es que a la doctrina le falten ilustraciones que, para su mejor comprensión, la acerquen a casos particulares. En An Autobiography (1939) se presentan muchos ejemplos reales, y en The Idea of History (1946) aparece además un ejemplo ficticio y divertido bajo la forma de un cuento de detectives. A pesar de ello, yo al menos hubiese querido tener en mis manos uno solo de los ejemplos reales que se dan en An Autobiography (1939), pero presentado con más detalle - de hecho, con tanto detalle como el que vemos en el cuento de detectives de The Idea of History (1946) -. Para ese propósito, puse mis ojos desde el principio en el ejemplo más sencillo, atractivo y luminoso que aparece en An Autobiography (1939, pp. 128-30; Autobiografía, 1953, pp. 128-30): la pregunta acerca del propósito de la muralla de Adriano. El problema era que Collingwood remite para los detalles a un artículo de 1920 publicado en una oscura revista regional. Durante años busqué esa revista cada vez que tuve acceso a bibliotecas en Europa y Estados Unidos, pero siempre sin éxito. No fue sino hasta hace un par de años que, buscando en internet, encontré una página en que se ofrecía la revista digitalizada completa para descarga en forma gratuita. Inmediatamente localicé el artículo de Collingwood y lo bajé: una acción afortunada, ya que la página de marras parece haber desaparecido de la red.
Lo que el lector tiene a continuación es mi traducción de “The Purpose of the Roman Wall”. Para permitir su lectura sin obstáculos no añado ninguna nota, y solo me permito dividir el texto en tres apartados que espero la faciliten. Con todo, el texto está lleno de palabras especializadas, algunas incluso en latín. Eso me hecho escribir un glosario. Mi recomendación al lector sería leer despacio el texto traducido y utilizar este glosario cada vez que sea necesario para su recta comprensión. Una vez que su lectura se haya absorbido y asimilado, le propongo que continúe con la última sección de este trabajo, la cual contiene una explicación del texto de Collingwood, siguiendo precisamente su lógica de pregunta y respuesta. Lo que tuve en mente al escribir esta sección era ofrecer el modelo de una técnica de análisis y representación del modo en que argumentan los historiadores y con ello aclarar en concreto lo que la lógica de pregunta y respuesta implica.
En efecto, ella implica un modo de análisis radicalmente diferente a los varios que se han propuesto en la literatura sobre argumentación (para un panorama, véase Van Eemeren et al., 2014). Las técnicas analíticas al uso, en efecto, en la inmensa mayoría de los casos ignoran completamente el papel que tienen las preguntas. Por el contrario, en la lógica de Collingwood, las preguntas que se van suscitando son lo único que permite identificar la marcha de la argumentación; son lo que hace posible pasar de un argumento al siguiente; son el eslabón lógico por excelencia. La tesis fundamental de Collingwood es que esta lógica de pregunta y respuesta corresponde exactamente a la manera en la que razona y arguye (y narra) un historiador, y en general a la manera en que razonan y arguyen todos los que investigan (An Autobiography, 1939, pp. 30-31; Autobiografía, 1953, pp. 38-39; An Essay on Metaphysics, 1940, passim). De hecho, Collingwood va más lejos y asegura que la lógica ordinaria no es capaz de representar fielmente el pensamiento sistemático de un historiador científico en absoluto; sola la lógica de pregunta y respuesta consigue esto. Por eso, Collingwood declara ser un revolucionario en lógica (An Autobiography, 1939, p. 52; Autobiografía, 1953, p. 58).
Para terminar, una confesión. En rigor, lo que aquí presento en la última sección debería haber sido claro para mí desde el principio, y de hecho debería haberlo sido también para todo aquel que hubiese leído con la debida atención el ejemplo del cuento de detectives en Idea de la Historia (1946, pp. 266-82; 1952, pp. 257-71). Sin embargo, la literatura secundaria sobre la lógica de pregunta y respuesta revela que nadie hasta ahora ha visto en qué consiste exactamente esta lógica. Mi propia experiencia me muestra que no es fácil hacerlo; no lo ha sido por muchos años y no es sino hasta una época reciente que he logrado terminar de entender - o quizá sería mejor decir que he comenzado apenas a hacerlo -. Por ello, lo que sigue pretende facilitar a otros, y sobre todo a los estudiantes de historia, la recta comprensión de lo que nuestro autor está proponiendo. Detalles adicionales sobre la lógica de pregunta y respuesta los expongo en un texto de próxima publicación (Collins y Williams, 2024, pp. 123-42).
El artículo, cuya traducción presento a continuación, lleva el título “The Purpose of the Roman Wall” y se publicó en la revista The Vasculum: The North Country Quarterly of Science and Local History, vol. viii, núm. 1, octubre de 1921, pp. 4-9. La división en tres partes, dotadas de número romanos, no está en el original, pero la he puesto con la intención de que sirva para apreciar mejor la articulación del texto.
Traducción
I. La pregunta y su respuesta tradicional
Entre los muchos cuestionamientos que historiadores y anticuarios se han hecho respecto de la muralla romana de Northumberland y Cumbria - quizá la más impresionante y discutida reliquia de la antigüedad en estas islas - hay algunos que curiosamente rara vez se plantean: ¿cuál es el objetivo preciso que sus constructores tenían en mente?, ¿cómo es exactamente que pretendían utilizarla y cómo la utilizaron de hecho?
Estas preguntas no se han planteado porque las respuestas se han dado por sentadas. Siempre se ha asumido que la muralla era una obra militar en el sentido más pleno, una fortificación continua como la muralla de una ciudad, diseñada para repeler o al menos detener ejércitos invasores que atacaran no en este caso las afueras de una mera ciudad, sino las de una provincia. Se ha imaginado siempre que las tropas romanas se alinearían en la parte superior de la muralla y que, desde esa posición de fuerza, atrincheradas por decirlo así en el paseo de ronda detrás del parapeto, se dedicarían a rechazar los ataques de los ejércitos caledonios que intentasen romper o escalar la muralla.
Muchas circunstancias ayudan a hacer creíble esa visión de las cosas. La muralla tenía aproximadamente 2.5 metros de grosor y tal vez de 4.5 a 6 metros de altura incluyendo el parapeto; su inmensa fortaleza - pues es prácticamente una muralla de concreto fundida en un paramento de sillería - la hacía a prueba de cualquier cosa que no fuese minería científica como la de la Edad Media; su posición táctica, defendida por un gran foso y en muchos lugares colocada en la cima de precipicios inaccesibles, parecía especialmente diseñada para un uso de este tipo. Pero hay ciertas características de la muralla que esta visión no ha tomado nunca en cuenta y que difícilmente parecen compatibles con ella. El objetivo de este artículo es decir cuáles son esas características y sugerir una posible explicación de ellas.
II. Objeciones a la respuesta tradicional
(1) La visión ordinaria ha tenido la ventaja de que la formuló hace pocos años un hombre especialmente calificado para ello. Elaborar en el pensamiento la manera en que los romanos pueden haber utilizado su muralla es una tarea que requiere cierto conocimiento de las antigüedades romanas, pero todavía más una imaginación vívida y conocimiento de causa sobre lo que implica pelear. Ese es el valor especial de la imagen que, en su obra Puck of Pook’s Hill, el Sr. Kipling nos da de la muralla y de las acciones en la muralla. En ella, Kipling representa a las cohortes auxiliares romanas de la guarnición de la muralla en el modo tradicional, peleando con los bárbaros desde la muralla, y él ve claramente que eso implica métodos tácticos precisos, a saber, fuego de arquería y catapulta o balista. “Todos aquí somos arqueros de la muralla”, dice su personaje Parnesio, y con razón, si uno piensa en las necesidades impuestas por una posición táctica como la imaginada. Pero es un hecho histórico que la guarnición de la muralla no estaba formada por arqueros, y toda la evidencia va contra la generosa provisión (o cualquier provisión) de artillería. Los auxiliares estaban armados de la manera romana usual, con el pilum y el gladius, y aunque una lanza arrojadiza pesada como el pilum podía resultar útil para lanzarla desde la muralla a un caledonio, a cada soldado romano se le daban solamente dos, y su uso era para dar una especie de “preparación” para cargar con la espada corta. Un soldado colocado en la parte alta de la muralla romana que hubiese arrojado sus dos pilum y la única arma que le quedase fuese una espada corta estaría simplemente fuera de combate; no había nada más por hacer mientras que el enemigo tendría todo el ocio para preparar la entrada o escalada de la muralla. En la época tardía de la historia de la ocupación romana, el armamento de los legionarios se fue reemplazando por el arco y otras armas ligeras, de forma que para la época del imaginario Parnesio (383-388 d. C.) hubiera ya podido haber bastantes arqueros en la muralla, pero cuando la muralla se diseñó, y durante los dos primeros siglos de su historia, no había prácticamente ningún arquero. Así, la teoría ordinaria es inconsistente con las tácticas y armamento romanos.
(2) En segundo lugar, es inconsistente también con el plano general de la muralla misma. El paseo de ronda no puede haber tenido más de 90 o 120 cm de ancho, y este es un frente muy estrecho para pelear. Apenas habría habido espacio para que un hombre pasase por detrás de la línea de fuego, y ningún espacio si la línea de ‘fuego’ estaba formada por hombres lanzando, con la necesaria libertad de acción, un pesado pilum de 1.80 metros. Sería prácticamente imposible mover en ese espacio a hombres heridos. Y unos pocos cadáveres, o un par de caledonios que hubiesen logrado escalar, hubieran bloqueado completamente el paseo de ronda. En efecto, al paseo de ronda solamente se podía acceder desde el suelo por las torretas, y estas estaban a 500 metros una de la otra. Trate quienquiera de imaginar una trinchera en el frente durante un ataque bajo las siguientes condiciones: la ‘trinchera’ es una muralla de 4.5 metros de alta desde el suelo, a la que se puede acceder solo en puntos situados a 500 metros de distancia, donde las torretas hacen las veces de trincheras de comunicación, y tendrá entonces que reconocer la imposibilidad de pelear sobre la muralla en la manera tradicional.
(3) En cuanto a la artillería (catapultas y balistas), el ancho normal de la muralla no deja espacio para ellas. En los muros de tierra y pasto que Lollius Urbicus construyó entre los estuarios de Forth y Clyde bajo el mando de Antonino Pío hay lo que se ha llamado “expansiones periódicas” que podrían haber sido emplazamientos de artillería, aunque de hecho es casi seguro que eran emplazamientos para balizas de señalización. Sobre la muralla de Adriano no hay nada que se le parezca. Podría fantasearse que las partes altas de las torretas tuvieran espacio para catapultas, pero la imagen de torretas similares en las construcciones de frontera preservadas en la columna de Trajano hace prácticamente seguro que las torretas de este tipo fueran estaciones de señalización y no emplazamientos de artillería. De haber habido “armas de posición” sobre la muralla, habrían estado solamente en los castillos miliares y los grandes fuertes.
(4) Un impresionante elemento de prueba procede de una cierta innovación en las obras defensivas que se introdujeron probablemente no muy tarde en el siglo IV. Se trata de la invención de los baluartes. En el siglo II los romanos construían murallas en línea recta, cuya parte frontal no tenía por lo general ninguna proyección. En el siglo III esto seguía siendo el caso, excepto que para ese entonces las torres con portal, frecuentemente se construían más allá de la muralla. Pero en algún punto del siglo IV se descubrió que una muralla podía flanquearse periódicamente con baluartes, lo que aumentaba muchísimo su fortaleza, especialmente cuando el uso de baluartes coincidía con el uso creciente del arco. Fortificaciones construidas por vez primera en el siglo IV parecen haber tenido baluartes desde el principio; al mismo tiempo, muchas obras anteriores, que databan de la época pre-baluarte, se actualizaban añadiéndoseles un parche de baluartes. Ejemplos de la primera clase son los fuertes tardíos de la costa sajónica, como en Pevensey, Lympne y otras partes; de la segunda tenemos en Londres un ejemplo notable. Como todas las poblaciones no militares de la Bretaña románica, Londres no estuvo amurallada al comienzo, pero cuando la pax romana se volvió menos segura, quizá para fines del siglo III, se construyeron murallas allí como en los demás sitios; finalmente, se añadieron baluartes. Ahora bien, a la muralla de Adriano nunca se le añadieron baluartes, lo cual resulta extraño si la muralla era la línea defensiva de la frontera. Es verdad que los fuertes para las cohortes romanas de la época adriánica también se dejaron sin baluartes, pero lo pequeño y compacto de ellas hacía innecesaria esa fortaleza adicional, mientras que las 73 millas de la muralla de Adriano presentaban la mejor oportunidad posible para el empleo útil de esta nueva invención.
Estos hechos - la intrínseca dificultad de pelear sobre la muralla tal como ella fue diseñada; la imposibilidad de hacerlo con las armas de que se dotaba al soldado romano; la ausencia de baluartes y de provisión de artillería - podrían ser suficientes para arrojar una cierta duda sobre la visión tradicional. Se ha hecho aparecer a esa visión como más razonable de lo que es por el empleo moderno de obras continuas de carácter defensivo, pero un análisis cuidadoso de las diferencias que las líneas de Torres Vedras, o de un sistema moderno de trincheras, guardan con la muralla de Adriano, debiera convencer a cualquiera de que la muralla difícilmente pudo haberse concebido para ser utilizada como obra defensiva en ese sentido. Por mor de brevedad, podemos dejar ahora de lado la pregunta de si los 10 000 hombres asignados a la muralla pudieron haber sido un número adecuado para el propósito sugerido por la visión tradicional, así como la pregunta de si los oficiales romanos, entrenados en la tradición de pelear en campo abierto y dormir detrás de las fortificaciones, hubieran podido planear una obra con ese propósito, y pasar directamente a sugerir una explicación alternativa.
III. La respuesta alternativa
Desde una época temprana, los romanos adoptaron el principio de reducir y asegurar el país enemigo mediante blocaos, como se les llamó en la última fase de la guerra sudafricana: pequeñas posiciones fortificadas y dotadas de guarniciones estacionarias, móviles por cuanto podían dar golpes súbitos en todas las direcciones, pero fijados a su posición en lugar de moverse de un lugar a otro en el país. Se volvió una parte reconocida, y de gran importancia, en la ciencia militar romana el diseñar, ejecutar y mantener una red de tales posiciones una vez que el ejército de campo, dedicado a la conquista, había completado la labor preliminar de romper las fuerzas enemigas concentradas. Dos grandes hombres del imperio temprano nos son especialmente conocidos por su habilidad en este oficio: el emperador Tiberio, que en su brillante juventud la practicó en el Danubio medio, y Agrícola, en la isla de Bretaña. Es hasta nuestros días que hemos comenzado a recuperar el sistema de blocaos de Agrícola, fuerte por fuerte; sabemos que se extendía densamente sobre el norte de Inglaterra y cruzaba los montes Cheviot y más allá del río Forth al otro lado de Perth. Algunas veces, incluso ya en tiempos de Agrícola, los fuertes tienden a agruparse en algo que podría llamarse una línea defensiva; esto ocurre con los propios fuertes de Agrícola a lo largo de la línea ForthClyde, reconstruida y conectada con un muro de tierra y pasto por Lolio Úrbico 60 años después. Pero en tales casos no hay nada que se asemeje a una muralla continua; solamente una línea de fuertes separadas por algunas millas.
La muralla continua o cerca o zanja comienza aproximadamente por la misma época o un poco más tarde, pero en su origen sirve un propósito diferente que el de la línea de fuertes. En efecto, mientras la línea de fuertes contiene grupos de soldados puestos allí para enfrentarse a las fuerzas enemigas armadas, la línea continua fue diseñada en un principio simplemente como una marca que mostraba dónde terminaba el territorio romano. A esta función primaria se le combinó una función secundaria - no siempre enfatizada por la naturaleza de la construcción - de ser un obstáculo para contrabandistas, ladrones y otros indeseables. Un hombre del otro lado de la frontera que fuese hallado del lado romano de la línea no podía alegar ignorancia ni inocencia de intención toda vez que la línea estaba marcada con claridad; si además era un obstáculo ligero, el cruzarlo por alguna parte que no fuese en los portales autorizados y controlados era prueba de un propósito siniestro. Todo esto es abundantemente claro si partimos de la naturaleza efectiva de las fronteras germanas del imperio romano, que son muy cercanas a las británicas. Pero la frontera británica es aparentemente un ejemplo posterior y más altamente desarrollado del mismo tipo. Tenemos aquí tres elementos: los fuertes, el vallum y la muralla con sus castillos miliares y torretas. El vallum ha sido durante siglos un enigma para los anticuarios simplemente porque se acercaron a él con el prejuicio de que debió haber tenido la intención de ser un terraplén defensivo. Cómo es que pudo haber sido defendido nunca nadie nos los ha informado, y todo el que ha pensado sobre el tema ha concluido que no pudo serlo, o solo bajo condiciones imposibles (como con un refuerzo de empalizadas, las cuales no existieron nunca). El enigma del vallum simplemente desaparece cuando se sugiere que no era una construcción con propósitos defensivos, sino una marca de frontera, una línea impresa sobre la tierra de manera indeleble para mostrar a un nativo errante por dónde no podía ir sin dar cuentas de sus movimientos. Aquí, el elemento de línea se enfatiza y el obstáculo secundario está totalmente ausente, pues incluso en su primera juventud el vallum no es un obstáculo para nada excepto el tráfico sobre ruedas.
El carácter no militar del vallum es hoy día un hecho aceptado; nadie que esté informado de lo investigado en los últimos 25 años lo considera como otra cosa que no sea una marca de la frontera romana. Pero el abandono de la teoría militar del vallum parece preparar la vía para un proceso similar de pensamiento en relación con la muralla misma. El Sr. F. Gerald Simpson ha mostrado, en un artículo que se publicará pronto, que la primera frontera adriánica en la isla de Bretaña consistía en fuertes de piedra, tal como los conocemos ahora, conectados por el vallum; ello significa que se trazó una marca de frontera sobre el suelo y se fortificó con blocaos, y que tras un corto periodo de tiempo el vallum no defensivo se remplazó con la muralla. ¿Cuál es la significación exacta de este cambio?
En opinión de quien esto escribe, la sustitución de una fortificación por una mera marca. Ya hemos visto las dificultades que presenta el ver la muralla como una fortificación dirigida contra ejércitos invasores. La muralla que tomó el lugar del vallum ligeramente anterior era una construcción que seguía el mismo patrón, que pertenecía a la misma serie que el propio vallum; la serie de marcas de frontera cuya función primaria podía o no combinarse con la función secundaria de ser un obstáculo para asaltantes o contrabandistas. La muralla siguió la línea de los riscos no por razones tácticas sino para aumentar la perspectiva de los vigías, pues en esencia la estructura entera era un paseo de ronda de altura, cuyos vigías eran provistos por las guarniciones de los castillos miliares y tenían las torretas como su alojamiento inmediato cuando estaban de guardia. Y las guarniciones de los castillos miliares pudieron muy bien haberse rotado a partir de las centurias de la cohorte que ocupasen el fuerte más cercano.
La frontera sufría perturbaciones mayores o menores todo el tiempo, pero la existencia de una muralla patrullada como se debe habría sido suficiente para prevenir las perturbaciones menores e impedir que pequeños grupos de asaltantes o facinerosos expulsados de las tribus del norte penetraran el territorio romano. Cualquier persona que tuviese buenas razones para entrar podía hacerlo por los fuertes o por el portal en Dere Street a la altura de Stagshaw Bank. Pero cuando la perturbación había crecido hasta convertirse en guerra, cuando grandes contingentes del norte avanzaban hacia la muralla e intentaban penetrarla - como sin duda lo hicieron y no siempre sin éxito -, no podemos imaginar que las cohortes romanas realmente se alinearan en el paseo de rondas para repeler a dichos contingentes desde lo alto de la muralla, y mucho menos que los ingenieros de Adriano hayan jamás contemplado semejante manera de actuar. Más bien abrían los portales del norte de la muralla y marchaban al campo para enfrentar a los bárbaros more Romano.
Análisis argumentativo según la lógica de pregunta y respuesta
Según la lógica de pregunta y respuesta, la argumentación tiene siempre como punto de partida una pregunta, explícita o muchas veces implícita. En “The Purpose of the Roman Wall”, la pregunta inicial, a la que llamaremos Q1, se formula mediante dos preguntas:1
(Q1) ¿ Cuál es el objetivo preciso que los constructores [de la muralla romana] tenían en mente? ¿Cómo es exactamente que pretendían utilizarla y cómo la utilizaron de hecho?
El lector podrá observar que en Q1 tenemos dos formulaciones de la misma pregunta, donde la segunda formulación sirve para hacer más clara la primera. Para que se entienda mejor el sentido de Q1, podemos imaginar a un turista ingenuo que visita por vez primera la muralla romana. Basta teclear en Google la frase “Hadrian’s Wall” para poder acceder a muchas fotografías que facilitan al lector ponerse imaginativamente en esa situación: viendo las ruinas de marras, el lector podrá hacerse la pregunta o, si va acompañado de un guía, hacerle la pregunta al guía: “¿Para qué servía esta muralla?”. Voy a llamar a esa pregunta *Q1, donde el asterisco sirve para distinguirla de Q1.2
¿Cuál es la diferencia entre Q1 y *Q1? Pues que la pregunta de nuestro imaginario turista, *Q1, es extremadamente vaga, como corresponde a las ideas igualmente vagas que tendrá ese turista sobre las cuestiones militares romanas en general y la cuestión militar particular de la muralla de Adriano. Pues bien, una pregunta tan vaga se responde de forma igualmente vaga. Podemos imaginar, en efecto, que la respuesta del guía va a ser algo así como: “Para defender el territorio” (*R1). Lo que hay aquí es una vaguedad, la de la respuesta, frente a otra vaguedad, la de la pregunta. Por lo mismo, lo más probable es que el turista, al oír *R1, se quede tan ancho y tan contento que no quiera saber más del asunto. “Claro”, pensará, “para defender el territorio: ¿para qué otra cosa se construiría una muralla?”. Por contraste, Q1 habla del “objetivo preciso” de la muralla, y para aclarar lo que se quiere decir con esto, la segunda pregunta dice: “¿Cómo es exactamente que [los constructores de la muralla romana] pretendían utilizarla?”. El adjetivo “preciso” y el adverbio “exactamente” sirven para lo mismo: para insistir en la necesidad de entrar en los detalles concretos del funcionamiento técnico de la muralla.
Ahora bien, toda pregunta surge o se suscita en virtud de algo anterior, algo que esa pregunta da por supuesto. El supuesto de una pregunta es, en la mayoría de los casos, la respuesta dada a una pregunta previa en el encadenamiento de preguntas y respuestas característico de un texto argumentativo. En tales casos decimos que la respuesta a la pregunta previa es un supuesto relativo, se entiende: relativo a la cadena en su totalidad. ¿Habrá supuestos absolutos, es decir, tales que no sean respuesta a una pregunta previa? Esta es una pregunta - una meta-pregunta, una pregunta sobre preguntas - que resulta muy difícil de responder, y cualquier respuesta que se le dé conducirá a discusiones probablemente interminables.
La respuesta de Collingwood, en todo caso, es afirmativa: en An Autobiography (1939, pp. 66-67; Autobiografía, 1953, pp. 71-72), nuestro autor la esboza apenas, pero en An Essay on Metaphysics (1940) que escribió inmediatamente después, la desarrolla con todo detalle y muchos ejemplos a lo largo de sus 350 páginas. Volviendo al supuesto de Q1, podemos formularlo más o menos de la manera siguiente:
(S1) T oda obra humana persigue un propósito preciso, específico, concreto, detallado.
Los adjetivos que en S1 califican al sustantivo “propósito” son cruciales. Decir que lo que hacen, construyen y fabrican los seres humanos persigue siempre un propósito, es demasiado blando y torpe para los fines del historiador. Collingwood insistió mucho en que no debemos nunca decir que las personas persiguen en sus acciones propósitos sin más, propósitos vagos, genéricos, abstractos, borrosos, sino siempre propósitos precisos, definidos, específicos, detallados, situados en un contexto particular (An Autobiography, 1939, pp. 31-33; Autobiografía, 1953, pp. 39-40). Los propósitos de que habla S1 pertenecen a esta segunda clase y no a la primera.
Si ahora volvemos a lo dicho al inicio de este párrafo, se suscita la pregunta de si S1 es un supuesto relativo o absoluto. Para los fines de esta publicación, podemos afortunadamente prescindir de resolver esta peliaguda pregunta meta-histórica. Bastará con que digamos que, relativamente al artículo “The Purpose of the Roman Wall”, S1 funciona como un supuesto absoluto, por cuanto no depende de ninguna pregunta anterior formulada dentro de ese texto. Ya los lectores decidirán por su cuenta si S1 es además un supuesto absoluto de la historia como disciplina científica.
La respuesta a Q1 (que surge de S1) la formula Collingwood como sigue:
(R1) L a pregunta no se ha planteado porque la respuesta se ha dado por sentada. Siempre se ha asumido que la muralla era una obra militar en el sentido más pleno, una fortificación continua como la muralla de una ciudad, diseñada para repeler o al menos detener ejércitos invasores que atacaran no en este caso las afueras de una mera ciudad, sino las de una provincia. Se ha imaginado siempre que las tropas romanas se alinearían en la parte superior de la muralla y que, desde esa posición de fuerza, atrincheradas por decirlo así en el paseo de ronda detrás del parapeto, se dedicarían a repeler los ataques de los ejércitos caledonios que intentasen romper o escalar la muralla.
Insisto por última vez en la enorme diferencia entre R1 y *R1 (la respuesta vaga, “para defender el territorio”, dada a la pregunta vaga *Q1 “¿para qué servía la muralla romana?”).
Ahora bien, dado que en R1 se está entrando en una serie de detalles militares de primera importancia, es imperativo utilizar esos detalles para replantearse cómo exactamente se concibió la muralla y cómo pudo haberse utilizado en los hechos. R1 es tan detallada que suscita inmediatamente la siguiente pregunta:3
(Q2) ¿ Es posible verificar R1 con datos arqueológicos e históricos fehacientes?
Es verdad que Collingwood no hace explícita la pregunta Q2, pero cualquier historiador considerará que R1 es meramente una hipótesis que necesita ser corroborada con datos, por lo que Q2 es para él una pregunta que se suscita. En cambio, ni el turista ni el lector lego se preocupará por esto: la imagen evocada en R1 le será lo suficientemente vívida y a su vez le traerá a la memoria muchas otras imágenes de ciudades amuralladas, como para no ocurrírsele siquiera plantear una pregunta adicional. Pero repito, los historiadores no proceden así: ellos quieren comprobar lo que se dice. Veamos la respuesta que formula Collingwood a Q2:
(R2) M uchas circunstancias ayudan a hacer creíble esa visión de las cosas. La muralla tenía unos 2 metros y medio de grosor y tal vez de 4.5 a 6 metros de altura incluyendo el parapeto; su inmensa fortaleza - pues es prácticamente una muralla de concreto fundida en un paramento de sillería - la hacía a prueba de cualquier cosa que no fuese minería científica como la de la Edad Media; su posición táctica, defendida por un gran foso y en muchos lugares colocada en la cima de precipicios inaccesibles, parecía especialmente diseñada para un uso de este tipo.
Tenemos en R2 muchos datos arquitectónicos y militares que son ciertamente elementos de prueba que apoyan la hipótesis R1. Sin embargo, el historiador querrá saber más, querrá saber:
(Q3) ¿Están todos los datos igualmente orientados a favor de R1?
Esta pregunta tampoco se explicita en el artículo, pero corresponde a la necesidad científica de que todo encaje antes de aceptar una hipótesis. Una vez más, en cuanto el historiador lea R2 se le suscitará Q3 como pregunta ineludible. En contraste, el lector lego nunca pensará en Q3.
A Q3 responde inmediatamente Collingwood:
(R3) H ay ciertas características de la muralla que esta visión no ha tomado nunca en cuenta y que difícilmente parecen compatibles con ella. El objetivo de este artículo es decir cuáles son esas características y sugerir una posible explicación de ellas.
El lector atento observará que en R3 nuestro autor formula la pregunta subyacente al artículo “The Purpose of the Roman Wall”: ¿cuáles son las características de la muralla romana que no son compatibles con R1 y cuáles son las razones que llevaron a sus constructores a imprimir esas características a la muralla?4
Para poder considerar las características no compatibles, necesitamos plantearnos todavía con mayor detalle la forma exacta, técnica, en la que las características enumeradas en R2 se podrían haber utilizado para repeler los ataques. Ello invita a repetir la pregunta inicial, Q1, pero a la luz de los detalles en R2:
(Q4) ¿ Cómo se podrían haber utilizado de hecho las características específicas de la muralla, su estructura arquitectónica, su grosor, su fortaleza, su posición táctica?
Aunque Q4 no aparece en el texto de Collingwood, está claro que esta es la pregunta que sigue; para responder Q4 no podemos contentarnos con la vaguedad de *R1: “la muralla servía para defender el territorio”, sino que tenemos que referirnos a la tarea imaginada de repeler los ejércitos caledonios desde arriba (cf. R2). Como se dice en R1, los historiadores de la Bretaña románica no han hecho ese ejercicio de imaginación. Sin embargo, una circunstancia afortunada permite responder Q4:
(R4) L a visión ordinaria ha tenido la ventaja de que la formuló hace pocos años un hombre especialmente calificado para ello. Elaborar en el pensamiento la manera en que los romanos pueden haber utilizado su muralla es una tarea que requiere cierto conocimiento de las antigüedades romanas, pero todavía más una imaginación vívida y conocimiento de causa sobre lo que implica pelear. Ese es el valor especial de la imagen que, en su obra Puck of Pook’s Hill, el Sr. Kipling nos da de la muralla y de las acciones en la muralla. En ella, Kipling representa a las cohortes auxiliares romanas de la guarnición de la muralla en el modo tradicional, peleando con los bárbaros desde la muralla, y él ve claramente que eso implica métodos tácticos precisos, a saber, fuego de arquería y catapulta o balista. “Todos aquí somos arqueros de la muralla”, dice su personaje Parnesio, y con razón, si uno piensa en las necesidades impuestas por una posición táctica como la imaginada.
El gran escritor inglés Rudyard Kipling combinaba imaginación literaria y experiencia militar, y por ello podemos confiar en que, pese a que los historiadores tradicionales no hicieron nunca el esfuerzo de imaginar cómo es que la muralla podía servir “para defender el territorio”, la imagen evocada por Kipling contiene la mayor precisión posible.
Sin embargo, por plausible que pudiera parecer R4, el historiador no puede aceptarla sin más, sino que tiene que continuar preguntando. La respuesta R4 invoca un primer detalle técnico: las armas específicas que requiere una defensa como la imaginada por Kipling. Eso suscita la pregunta:
(Q5) ¿ Disponían los soldados de la guarnición de la muralla romana de tales armas? ¿Es compatible lo que sabemos sobre las armas de que disponían realmente esos soldados con las acciones imaginadas por Kipling e implícitas en la visión tradicional?
Una vez más, esta pregunta no está explícita en el texto, pero corresponde a lo que cualquier historiador pensaría al leer R4. Pues bien, la respuesta no se hace esperar y es negativa:
(R5) E s un hecho histórico que la guarnición de la muralla no estaba formada por arqueros, y toda la evidencia va contra la generosa provisión (o cualquier provisión) de artillería.
Esta tajante respuesta suscita inmediatamente otra pregunta:
(Q6) ¿ Cuáles eran las armas específicas de que sí disponían los soldados romanos?
Obviamente, Q6 tampoco se explicita en el texto de Collingwood, pero Q1 exige que la planteemos. La respuesta histórica es fulminante:
(R6) L os auxiliares estaban armados de la manera romana usual, con el pilum y el gladius.
Todos los soldados romanos recibían el mismo armamento, incluyendo la clase de los auxiliares, que eran los que constituían la guarnición de la muralla.
R6 suscita inmediatamente la pregunta siguiente:
(Q7) ¿ Podían usarse el pilum y el gladius para defender la muralla de acuerdo con la imagen evocada por Kipling?
Al igual que antes, la pregunta es implícita, pero inevitable, y la respuesta es de nuevo negativa:
(R7) A unque una lanza arrojadiza pesada como el pilum podía resultar útil para arrojarla desde la muralla a un caledonio, a cada soldado romano se le daban solamente dos, y su uso era para dar una especie de “preparación” para cargar con la espada corta. Un soldado colocado en la parte alta de la muralla romana que hubiese arrojado sus dos pilum y la única arma que le quedase fuese una espada corta estaría simplemente fuera de combate; no le quedaría nada más por hacer mientras el enemigo tendría todo el ocio para preparar la entrada o escalada de la muralla.
En este punto, Collingwood imagina que a un lector que supiese suficiente historia del imperio romano como para estar enterado de cambios en la provisión de armas se le podría suscitar una duda:
(Q8) ¿ Pero no es verdad que en su momento se proveyó a los soldados romanos de arcos y flechas u otras armas comparables a las evocadas por Kipling?
Collingwood responde haciendo una concesión, pero desechando su relevancia:
(R8) E n la época tardía de la historia de la ocupación romana, el armamento de los legionarios se fue reemplazando por el arco y otras armas ligeras, de forma que para la época del imaginario Parnesio (383-388 d.C.) hubiera ya podido haber bastantes arqueros en la muralla; pero cuando la muralla se diseñó, y durante los dos primeros siglos de su historia, no había prácticamente ningún arquero. Así, la teoría ordinaria es inconsistente con las tácticas y armamento romanos.
En efecto, cuando uno se pregunta, como lo hace Collingwood en Q1, cuál era el propósito exacto de quienes idearon y construyeron la muralla romana, no tiene sentido traer a colación hechos futuros, pues la planeación y edificación de aquella obra se hizo a la luz del armamento de que entonces disponían los soldados auxiliares de la guarnición, y jamás pudo haber tenido en cuenta lo que ocurriría siglos después.
Ahora bien, la pregunta Q5 suscitada por R4 (o dicho con más propiedad, la serie de preguntas Q5-Q9) cubre solamente un aspecto de la imagen evocada por Kipling, a saber, la pregunta del armamento de los soldados, pero otros aspectos de esa imagen suscitan una pregunta técnica diferente, igualmente empapada en los detalles de R4, que podemos formular como sigue:
(Q9) ¿ Son las especificaciones arquitectónicas de la muralla compatibles con el modo de repeler ejércitos enemigos desde la muralla utilizando las armas disponibles?
Nótese cómo, si Q5-Q8 trataban de las armas, Q9 considera un aspecto suplementario: el espacio creado arquitectónicamente en la muralla y el modo de pelear que hacen posible. La respuesta a Q9 es, una vez más, negativa:
(R9) E l paseo de ronda no puede haber tenido más de 90 o 120 cm de ancho, y este es un frente muy estrecho para pelear. Apenas habría habido espacio para que un hombre pasase por detrás de la línea de fuego, y ningún espacio si la línea de ‘fuego’ estaba formada por hombres lanzando, con la necesaria libertad de acción, un pesado pilum de 1.80 metros. Sería prácticamente imposible mover en ese espacio a hombres heridos. Y unos pocos cadáveres, o un par de caledonios que hubiesen logrado escalar, hubiesen bloqueado completamente el paseo de ronda. En efecto, al paseo de ronda solamente se podía acceder desde el suelo por las torretas, y estas estaban a 500 metros una de la otra.
Esta respuesta asume la argumentación anterior; es decir, los detalles del uso de las armas que efectivamente tenían los soldados de la guarnición de la muralla.
Con R9, por lo tanto, podemos decir que está agotada la pregunta acerca de la defensa de la muralla desde el punto de vista de las armas de mano de los soldados, pero un lector atento recordará que la fantasía de Kipling incluía una referencia a catapultas y balistas, armamento que sí tenía el ejército romano. A la luz de esto, R9 suscita una pregunta adicional:
(Q10) ¿Son las especificaciones arquitectónicas de la muralla compatibles con la utilización de catapultas y balistas desde la muralla?
A ello responde inmediata y negativamente Collingwood:
(R10) En cuanto a la artillería (catapultas y balistas), el ancho normal de la muralla no deja espacio para ellas.
La respuesta es tajante y definitiva, pero el conocedor de la historia romana sabe que las ruinas de la muralla de Adriano están muy incompletas. Ante la ausencia de evidencia, se suscita entonces la pregunta:
(Q11) ¿Hay evidencia arqueológica de obras arquitectónicas similares que permitan imaginar que la muralla de Adriano tuvo estructuras que permitieran el emplazamiento de catapultas o balistas?
La respuesta a Q11 permite completar lo dicho en R10:
(R11) En los muros de tierra y pasto que Lollius Urbicus construyó entre los estuarios de Forth y Clyde bajo el mando de Antonino Pío hay lo que se ha llamado “expansiones periódicas” que podrían haber sido emplazamientos de artillería, aunque de hecho es casi seguro que eran emplazamientos para balizas de señalización. Sobre la muralla de Adriano no hay nada que se le parezca.
Esta respuesta hace referencia a la muralla de Antonino, que fue construida posteriormente a la de Adriano con el fin de recorrer la frontera hacia el norte y efectivamente separando sur y norte de la actual Escocia. En la muralla de Antonino había expansiones en las que quizá hubiera habido espacio para artillería pesada, pero la arqueología de la muralla de Adriano revela que esta no recibió expansiones de ese tipo.
Nótese cómo R11 pone al lector a agudizar su imaginación acerca de los detalles estructurales de la muralla de Adriano. Se ha hablado antes (R9) de que la muralla romana estaba pautada, cada 500 metros, por una torreta, por donde había acceso a la muralla. Eso suscita la siguiente pregunta:
(Q12) ¿Y no se podría emplazar la artillería en las torretas?
La respuesta, de nuevo, es negativa:
(R12) Podría fantasearse que las partes altas de las torretas tuvieran espacio para catapultas, pero la imagen de torretas similares en las construcciones de frontera preservadas en la columna de Trajano hace prácticamente seguro que las torretas de este tipo eran estaciones de señalización y no emplazamientos de artillería. De haber habido “armas de posición” sobre la muralla, habrían estado solamente en los castillos miliares y los grandes fuertes.
Nótese que aquí, una vez más, se utiliza evidencia externa a la muralla: las imágenes arquitectónicas esculpidas en la columna de Trajano. Y la conclusión es que las balistas y catapultas no habrían podido cumplir la función que Kipling imaginó.
Llegado a este punto, sin embargo, a un lector que sepa de la innovación técnica de los baluartes (también llamados ‘bastiones’), y que esté empeñado en dar a la fantasía de Kipling el último beneficio de la duda, se le va a suscitar una última pregunta:
(Q13) ¿Y no podría haber habido catapultas y balistas emplazados en los baluartes que probablemente se hubieran construido en la muralla?
Justo esta idea lleva a terminar de destruir tanto la imagen precisa y detallada que se forjó Kipling como la vaga de muchos historiadores y arqueólogos de la muralla:
(R13) Un impresionante elemento de prueba procede de una cierta innovación en las obras defensivas que se introdujeron probablemente no muy tarde en el siglo IV. Se trata de la invención de los baluartes. En el siglo II los romanos construían murallas en línea recta, cuya parte frontal no tenía generalmente ninguna proyección. En el siglo III esto seguía siendo el caso, excepto que para ese entonces las torres con portal con frecuencia se construían más allá de la muralla. Pero en algún punto del siglo IV se descubrió que una muralla podía flanquearse periódicamente con baluartes, lo que aumentaba muchísimo su fortaleza, especialmente cuando el uso de baluartes coincidía con el uso creciente del arco. Fortificaciones construidas por vez primera en el siglo IV parecen haber tenido baluartes desde el principio; al mismo tiempo, muchas obras anteriores, que databan de la época pre-baluarte, se actualizaban añadiéndoseles un parche de baluartes. Ejemplos de la primera clase son los fuertes tardíos de la costa sajónica, como en Pevensey, Lympne y otras partes; de la segunda tenemos en Londres un ejemplo notable. Como todas las poblaciones no militares de la Bretaña románica, Londres no estuvo amurallada al comienzo, pero cuando la pax romana se volvió menos segura, quizá para fines del siglo III, se construyeron murallas allí como en los demás sitios; finalmente, se añadieron baluartes. Ahora bien: a la muralla de Adriano nunca se le añadieron baluartes, y esto es extraño si la muralla era la línea defensiva de la frontera. Es verdad que los fuertes para las cohortes romanas de la época adriánica también se dejaron sin baluartes, pero lo pequeño y compacto de ellas hacía innecesaria esa fortaleza adicional, mientras que las 73 millas de la muralla de Adriano presentaban la mejor oportunidad posible para el empleo útil de esta nueva invención.
Con el hecho arqueológico sólido de que la muralla de Adriano jamás fue dotada de baluartes adicionales en un periodo posterior, queda definitivamente excluida la posibilidad de que hubiese podido concebirse con propósitos defensivos.
Por todo lo anterior, pero en particular por R13, se suscita entonces la pregunta siguiente:
(Q14) Siendo tan poderosos estos argumentos en su conjunto, ¿cómo es posible que se haya jamás creído que la muralla romana tenía propósitos defensivos?
La respuesta de Collingwood es que detrás de eso hay un anacronismo:
(R14) Estos hechos - la intrínseca dificultad de pelear sobre la muralla tal como ella fue diseñada; la imposibilidad de hacerlo con las armas de que se dotaba al soldado romano; la ausencia de baluartes y de provisión de artillería - podrían ser suficiente para arrojar una cierta duda sobre la visión tradicional. Se ha hecho aparecer a esa visión como más razonable de lo que es por el empleo moderno de obras continuas de carácter defensivo, pero un análisis cuidadoso de las diferencias que las líneas de Torres Vedras, o un sistema moderno de trincheras, guardan con la muralla de Adriano debiera convencer a cualquiera de que la muralla difícilmente pudo haberse concebido para ser utilizada como obra defensiva en ese sentido.
En R14 se aprecia de manera particular la atención a los detalles característica de Collingwood: no basta con decir de una cierta interpretación histórica que es anacrónica, sino que conviene especificar la fuente del anacronismo, en este caso la experiencia de dos guerras, la peninsular de comienzos del siglo XIX y la primera guerra mundial a comienzos del XX.
Un historiador cuidadoso que haya seguido la argumentación de Collingwood hasta este punto, se preguntaría seguramente lo siguiente:
(Q15) ¿Hay algún argumento más que valiera la pena mencionar sobre este asunto?
A lo que Collingwood inmediatemente responde como sigue:
(R15) Por mor de brevedad, podemos dejar ahora de lado la pregunta de si los 10 000 hombres asignados a la muralla pudieron haber sido un número adecuado para el propósito sugerido por la visión tradicional, así como la pregunta de si los oficiales romanos, entrenados en la tradición de pelear en campo abierto y dormir detrás de las fortificaciones, hubieran podido planear una obra con ese propósito, y pasar directamente a sugerir una explicación alternativa.
Como puede verse, R15 formula claramente la pregunta que ella misma suscita, y que no es otra que la pregunta inicial, Q1, pero ahora iluminada con todos los detalles de la falsa respuesta R1.
Para poder acercarse a una respuesta a Q1, se suscita como primera pregunta:
(Q16) ¿Cómo solían defender los romanos los territorios conquistados en la isla británica?
La respuesta detallada es la siguiente:
(R16) Desde una época temprana, los romanos adoptaron el principio de reducir y asegurar el país enemigo mediante blocaos, como se les llamó en la última fase de la guerra sudafricana; pequeñas posiciones fortificadas y dotadas de guarniciones estacionarias, móviles por cuanto podían dar golpes súbitos en todas las direcciones, pero fijados a su posición en lugar de moverse de un lugar a otro en el país. Se volvió una parte reconocida, y de gran importancia, en la ciencia militar romana el diseñar, ejecutar y mantener una red de tales posiciones una vez que el ejército de campo, dedicado a la conquista, había completado la labor preliminar de romper las fuerzas enemigas concentradas. Dos grandes hombres del imperio temprano nos son especialmente conocidos por su habilidad en este oficio: el emperador Tiberio, que en su brillante juventud la practicó en el Danubio medio, y Agrícola en la isla de Bretaña. Es hasta nuestros días que hemos comenzado a recuperar el sistema de blocaos de Agrícola, fuerte por fuerte; sabemos que se extendía densamente sobre el norte de Inglaterra y cruzaba los montes Cheviot y más allá del río Forth al otro lado de Perth. Algunas veces, incluso ya en tiempos de Agrícola, los fuertes tienden a agruparse en algo que podría llamarse una línea defensiva; esto ocurre con los propios fuertes de Agrícola a lo largo de la línea Forth-Clyde, reconstruida y conectada, con un muro de tierra y pasto, por Lolio Úrbico 60 años después. Pero en tales casos no hay nada que se asemeje a una muralla continua; solamente una línea de fuertes separadas por algunas millas.
La oración final de R16 toma la estrategia vagamente imaginada por los historiadores y arqueólogos de la Bretaña románica, e imaginada con todo detalle por Kipling, de utilizar una muralla continua, como la de Adriano, para propósitos defensivos, y la contrasta con la estrategia precisa que la evidencia histórica revela. Dicho contraste hace entonces surgir la siguiente pregunta:
(Q17) ¿Cuándo y con qué propósito se comenzó a edificar una obra continua?
La respuesta:
(R17) La muralla continua o cerca o zanja comienza por aproximadamente la misma época o un poco más tarde. Pero en su origen sirve un propósito diferente que el de la línea de fuertes. En efecto, mientras la línea de fuertes contiene grupos de soldados puestos allí para enfrentarse a las fuerzas enemigas armadas, la línea continua fue diseñada en un principio simplemente como una marca que mostraba dónde terminaba el territorio romano.
Nótese que una edificación continua no tiene por qué ser de entrada una muralla: puede ser una cerca o incluso una simple zanja. Lo importante es tener clara que la función de cualquiera de estas obras o combinación de ellas es marcar la frontera. Pero como sabemos que los romanos terminaron edificando una muralla poderosa, se suscita la pregunta:
(Q18) ¿Cuándo y con qué propósito se comenzó a edificar una obra continua?
Es importante, una vez más, recalcar la necesidad de entrar en los detalles. Todos sabemos por experiencia que incluso una mera raya pintada en el suelo es un límite, pero de una raya o una zanja a una cerca, y de allí a una barda, y de allí a una muralla, hay una diferencia. Por tanto, necesitamos explicar esa evolución. Y eso es precisamente lo que hace Collingwood a continuación:
(R18) A esta función primaria se le combinó una función secundaria - no siempre enfatizada por la naturaleza de la construcción - de ser un obstáculo para contrabandistas, ladrones y otros indeseables. Un hombre del otro lado de la frontera que fuese hallado del lado romano de la línea no podía alegar ignorancia ni inocencia de intención toda vez que la línea estaba marcada con claridad; si además era un obstáculo ligero, el cruzarlo por alguna parte que no fuese en los portales autorizados y controlados era prueba de un propósito siniestro. Todo esto es abundantemente claro si partimos de la naturaleza efectiva de las fronteras germanas del imperio romano, que son muy cercanas a las británicas. Pero la frontera británica es aparentemente un ejemplo posterior y más altamente desarrollado del mismo tipo. Tenemos aquí tres elementos: los fuertes, el vallum y la muralla con sus castillos miliares y torretas.
En este punto, cualquier persona bien informada de las peculiaridades de la muralla de Adriano, sabrá que el vallum o zanja excavada atrás de la muralla, del lado romano, es algo enigmática. Por ello, se suscita la pregunta:
(Q19) ¿Exactamente para qué servía el vallum?
La respuesta no se hace esperar:
(R19) E l vallum ha sido durante siglos un enigma para los anticuarios simplemente porque se acercaron a él con el prejuicio de que debió haber tenido la intención de ser un terraplén defensivo. Cómo es que pudo haber sido defendido nunca nadie nos los ha informado, y todo el que ha pensado sobre el tema ha concluido que no pudo serlo, o solo bajo condiciones imposibles (como con un refuerzo de empalizadas, las cuales no existieron nunca). El enigma del vallum simplemente desaparece cuando se sugiere que no era una construcción con propósitos defensivos, sino una marca de frontera, una línea impresa sobre la tierra de manera indeleble para mostrar a un nativo errante por dónde no podía ir sin dar cuentas de sus movimientos. Aquí, el elemento de línea se enfatiza y el obstáculo secundario está totalmente ausente, pues incluso en su primera juventud el vallum no es un obstáculo para nada excepto el tráfico sobre ruedas.
En este punto, Collingwood mismo hace explícita la pregunta que suscita R19:
(Q20) ¿Cuál es la significación exacta de este cambio?
A esta pregunta nuestro autor responde inmediatamente, y con todo el detalle necesario para que el lector visualice, como antes lo hizo con la narrativa fantástica de Kipling, la manera exacta en que la muralla se combinaba con el resto de la estrategia defensiva de los romanos:
(R20) En opinión de quien esto escribe, la sustitución de una fortificación por una mera marca. Ya hemos visto las dificultades que presenta el ver la muralla como una fortificación dirigida contra ejércitos invasores. La muralla que tomó el lugar del vallum ligeramente anterior era una construcción que seguía el mismo patrón, que pertenecía a la misma serie que el propio vallum; la serie de marcas de frontera cuya función primaria podía o no combinarse con la función secundaria de ser un obstáculo para asaltantes o contrabandistas. La muralla siguió la línea de los riscos no por razones tácticas sino para aumentar la perspectiva de los vigías, pues en esencia la estructura entera era un paseo de ronda de altura, cuyos vigías eran provistos por las guarniciones de los castillos miliares y tenían las torretas como su alojamiento inmediato cuando estaban de guardia. Y las guarniciones de los castillos miliares pudieron muy bien haberse rotado a partir de las centurias de la cohorte que ocupasen el fuerte más cercano.
La frontera sufría perturbaciones mayores o menores todo el tiempo, pero la existencia de una muralla patrullada como se debe habría sido suficiente para prevenir las perturbaciones menores e impedir que pequeños grupos de asaltantes o facinerosos expulsados de las tribus del norte penetraran el territorio romano. Cualquier persona que tuviese buenas razones para entrar podía hacerlo por los fuertes o por el portal en Dere Street a la altura de Stagshaw Bank. Pero cuando la perturbación había crecido hasta convertirse en guerra, cuando grandes contingentes del norte avanzaban hacia la muralla e intentaban penetrarla (como sin duda lo hicieron y no siempre sin éxito), no podemos imaginar que las cohortes romanas realmente se alinearan en el paseo de rondas para repeler a dichos contingentes desde lo alto de la muralla, y mucho menos que los ingenieros de Adriano hayan jamás contemplado semejante manera de actuar. Más bien abrían los portales del norte de la muralla y marchaban al campo para enfrentar a los bárbaros more Romano.
Con esta dramática descripción concluye la tarea específica propuesta por el artículo “The Purpose of the Roman Wall” de 1921, al que Collingwood hace referencia en un punto crucial de su autobiografía (An Autobiography, 1939, pp. 128-29; Autobiografía, 1953, pp. 128-29) para ilustrar la lógica de pregunta y respuesta.
Ahora bien: la cadena de preguntas y respuestas que Collingwood postula en su lógica no tiene un final fijo en ningún caso, pues la investigación siempre encuentra preguntas que se suscitan a partir de las respuestas encontradas a preguntas anteriores. Y el artículo que comento aquí no es la excepción. El propio Collingwood indica cómo debería seguir la investigación bajo el supuesto de R20 (o, más precisamente, de la serie R16-R20):
(Q21) A question answered causes another question to arise. If the Wall was a sentry-walk, elevated from the ground and provided (no doubt) with a parapet to protect the sentries against sniping, the same sentry-walk must have continued down the Cumberland coast, beyond Bowness-on-Solway, in order to keep watch on vessels moving in the estuary; for it would have been very easy for raiders to sail across and land at any unguarded point between Bowness and St. Bee’s Head. But here the sentry-walk need not be elevated, for sniping was not to be feared. There ought, therefore, to be a chain of towers, not connected by a wall but otherwise resembling those on the Wall, stretching down that coast. The question was, did such towers exist? (An Autobiography, 1939, p. 129)
Una pregunta a la que se responde suscita la aparición de otra pregunta. Si la muralla era una pasarela para centinelas, elevada por encima del suelo y dotada, sin duda, de un parapeto para proteger a los centinelas contra posibles disparos, la misma pasarela para centinelas debe haber continuado por la costa de Cumberland, más allá de Bowness-on-Solway, a fin de vigilar el movimiento de barcos en el estuario, porque hubiera sido fácil a los merodeadores cruzarlo y desembarcar en cualquier punto no vigilado entre Bowness y St. Bee’s Head. Pero aquí la pasarela no necesitaba ser elevada, porque no había que temer los disparos furtivos. Por tanto, debía haber habido una cadena de torres no conectadas por un muro, pero que en cuanto a lo demás se asemejaran a las de la muralla, y que se extendieran a lo largo de la costa. La pregunta era: ¿Existían tales torres? (Autobiografía, 1953, pp. 129-30)
La respuesta a esta pregunta ofrece una gran lección para los historiadores:
(R21) Search in old archaeological publicaions showed that towers of exactly the right kind had been found; but their existence had been forgotten, as generally happens with things whose purpose is not understood. Search on the ground in 1928 revealed a number of other places where it seemed possible that others might yet be revealed by future excavation. (An Autobiography, 1939, pp. 129-30)
Una rebusca en viejas publicaciones arqueológicas demostró que se habían encontrado torres del tipo justo exactamente; pero se había olvidado su existencia, como sucede en general con las cosas cuyo propósito no se comprende. Una investigación in situ, el año de 1928 reveló otros varios lugares donde parecía que habrían de en contrarse, mediante futuras excavaciones, otras torres semejantes. (Autobiografía, 1953, p. 130)
Con otras palabras, la respuesta a Q21 era conocida de los arqueólogos en el sentido de que ya habían sido identificados los restos que daban evidencia de las torres cuya existencia se desprendía de la argumentación de Collingwood en el artículo de 1921. Sin embargo, su carácter de respuesta no era reconocida por la sencilla razón de que nadie se había tomado la molestia hasta entonces de responder en serio a la pregunta inicial Q1, y no fue hasta que Collingwood la planteó y la respondió, como muestra el análisis de su artículo sobre el propósito (exacto) de la muralla de Adriano, que se volvió posible reconocer la importancia y significación de aquellos hallazgos. Nuestro autor remite al lector interesado a su artículo de 1929, “Roman Signal-Stations On and Off Hadrian’s Wall”, publicado en las Actas de la Sociedad Anticuaria y Arqueológica de Cumberland y Westmorland (Collingwood, 1929). Creo que, a estas alturas, el lector estará persuadido de que, si lee este segundo artículo de acuerdo con el modelo que he presentado aquí, podrá descubrir que la cadena de preguntas y respuestas del artículo de 1921 se continúa en el de 1929. Como no puede ser de otra manera, las respuestas a las que se llegue en 1929 conducirán a otras preguntas, y así siempre y sin que se pueda fijar un punto en que la investigación se detenga.
Como nota final, un tanto cómica, vale la pena mencionar que, en el pasaje siguiente al último citado de su autobiografía, Collingwood reporta que intentó convencer a sus colegas, los arqueólogos escoceses, que intentaran reproducir su argumentación mediante preguntas y respuestas para el caso de la muralla de Antonino, construida al norte de la de Adriano y dividiendo el territorio caledonio (hoy escocés) en dos partes. Sus colegas no le hicieron caso. Ante eso, nuestro autor se armó de valor y llevó a cabo él mismo la argumentación correspondiente (Collingwood, 1936, pp. 139-50). Desgraciadamente, su trabajo no fue bien recibido por los arqueólogos escoceses. La lógica de pregunta y respuesta no es, por lo visto, del agrado de todos, a pesar de ser - porque esta y no otra es la tesis de Collingwood - la única que debe regir las argumentaciones que se precien de científicas.
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1
En lo que sigue utilizaré las letras Q, S y R para designar, respectivamente, las preguntas planteadas por Collingwood, los supuestos de esas preguntas y las respuestas a ellas. Para rastrear las relaciones entre ellas, utilizaré números, de forma que, para cualquier número n, Sn será siempre el supuesto que suscita Qn y Rn la respuesta dada a Qn.
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2
El asterisco se utiliza en lingüística para designar una oración que está mal construida, si se quiere una pseudo-oración. De manera análoga, la expresión *Qn designa aquí una pseudo-pregunta que alguien incauto puede inadvertidamente confundir con Qn, que sí es una pregunta genuina.
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3
Es claro entonces que R1 funge como supuesto (S2) de la pregunta siguiente. Para no recargar el texto inútilmente, no insistiré en etiquetar cada vez la función de supuesto que tienen las respuestas a una pregunta respecto de la siguiente o siguientes preguntas.
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4
La serie de preguntas Q4-Q15 constituyen el desarrollo, despliegue o especificación de Q3. Dicho de otra manera, la respuesta cabal a Q3 se esboza o se anuncia en R3, pero en rigor consiste en el conjunto ordenado de respuestas R4-R15.
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- » Recibido: 29/03/2023
- » Aceptado: 15/06/2023
- » : 08/10/2024» : 2023