Resumen:

En el artículo se estudian algunas de las representaciones del aseo y del descanso militar durante la Intervención Francesa en México, a partir del análisis iconográfico e icono-textual de las imágenes y reportajes que se publicaron al respecto en tres de los impresos galos con mayor circulación internacional de la época: los semanarios ilustrados “L’Illustration Journal Universel” y “Le Monde Illustré”, y el diario con caricaturas “Le Charivari”. Los dos grabados y la litografía se contrastaron con epistolarios, memorias, manuales y piezas periodísticas de autores mexicanos y franceses, con el objetivo de observar la expresión gráfica de los conceptos de higiene y privacidad que comenzaron a sedimentarse socialmente en ambos países a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Se propone que, a pesar de su protocolización, los combatientes de uno y otro bando debieron adaptarse a las duras condiciones de la guerra para poder recuperarse de ella entre los ronquidos, el calor, la zozobra que produce el acecho del enemigo y los sueños de conquista.

Abstract:

This article examines some represen- co, based on the iconographic and iconotations of military cleanliness and rest textual analysis of images and reports during the French Intervention in Mexi- published in three of the most widely circulated French prints of the time: the illustrated weeklies “L'Illustration Journal Universel” and “Le Monde Illustré”, and the satirical newspaper “Le Charivari”. The two engravings and lithograph were compared with letters, memoirs, manuals, and journalistic pieces by Mexican and French authors in order to observe the graphic expression of the concepts of hygiene and privacy that began to take root socially in both countries from the second half of the 19th century. It is proposed that, despite protocolization, combatants on both sides had to adapt to the harsh conditions of war to recover from it amidst snoring, heat, the anxiety of enemy threat, and dreams of conquest.

Palabras clave:
    • Higiene militar;
    • iconografía;
    • prensa ilustrada;
    • Segundo Imperio Francés;
    • siglo XIX;
    • vida cotidiana.
Keywords:
    • Daily life;
    • illustrated press;
    • military hygiene;
    • Second French Empire;
    • iconography;
    • 19th century..

Introducción

Luego de explorar diversos repositorios, como la Hemeroteca Nacional de México, la Biblioteca Nacional de Francia y la asociación HathiTrust, catalogué la totalidad de ejemplares de las revistas parisinas L’Illustration Journal Universel y Le Monde Illustré y del diario con caricaturas Le Charivari - publicaciones de amplia circulación internacional - que informaron sobre la Intervención Francesa en México entre 1862 y 1867. Su análisis cuantitativo dio como resultado que el primero estampó 57 grabados costumbristas (17.8%), el segundo 43 (21.07%) - ambos ocupando el tercer lugar por volumen de aparición después de las escenas de historia y los paisajes - y, el tercero, 39 litografías del mismo género (100%).

Si bien debido a la censura prácticamente todos los esfuerzos de Le Charivari se dirigieron hacia la ‘satirización’ de la política francesa - desde un punto de vista veladamente pro republicano - a través de la representación de los asuntos de la vida cotidiana local (École Nationale des Chartes, s/f), la menor representatividad del costumbrismo en los semanarios puede explicarse, en parte, por la jerarquía de los géneros artísticos impuesta por las academias decimonónicas.

Ello se debe a que, por un lado, ese tipo de productos librescos - costosos, preocupados por enfatizar constantemente sus ventajas competitivas, alineados a la política exterior imperialista de Napoleón III y dirigidos principalmente a un público burgués que podía financiar su avidez de informarse cotidianamente sobre la “actualidad” nacional e internacional (Acevedo, 2019, p. 17; Bacot, 2001, p. 277; Bacot, 2005, p. 76) - solían contratar dibujantes y grabadores egresados de ellas; y, por el otro, a que - por lo menos hasta 1890, década en la que la industria editorial comenzó a aplicar las tecnologías fotomecánicas -, siguieron una estrategia en la que, a través del diseño de la puesta en página, las reproducciones de las obras de arte presentadas en los Salones se equipararon con las imágenes que representaban los sucesos de las noticias (Gretton, 2000, p. 158).

Con todo, únicamente se localizaron tres imágenes que representan el aseo y el descanso de los combatientes durante la guerra: una de L’Illustration que muestra a unos lanceros mexicanos bañándose en un río, otra de Le Monde en la que se observa a un grupo de militares y civiles franceses tomando una siesta, y otra más de Le Charivari que expone los sueños de un soldado galo destinado a México durante su travesía a bordo de un navío.

Sin embargo, como han advertido Georges Vigarello (1991) y Alain Corbin (2022), el análisis de dichos temas permite que cavilemos sobre el devenir histórico de los conceptos de limpieza, higiene, privacidad y comodidad; asuntos especialmente relevantes en el presente estudio de caso, dado que, por una parte, los soldados, corresponsales, redactores e ilustradores en ocasiones categorizaron a los combatientes de todas las facciones en función de ellos y, por la otra, puesto que la sociabilidad colectivista de la tropa contrastó con el énfasis familiar que imperó en el imaginario burgués decimonónico.

En consecuencia, las tres imágenes han sido analizadas en dos niveles: el de su producción, con el propósito de identificar los criterios iconográficos e icono-textuales con que se crearon y presentaron; y el de su recepción, para procurar distinguir los referentes culturales e ideológicos con que el mercado objetivo de las publicaciones pudo haberlos percibido.

Para intentar reconocer los códigos que muestran, la investigación se ha apoyado en fuentes como memorias y epistolarios en vista de que, como señaló Pilar Gonzalbo (2009):

una dificultad en el estudio de las costumbres del pasado se debe a que los individuos rara vez informan de lo que constituye su vida cotidiana, porque no aprecian las peculiaridades de un complejo de rutinas en el que se hallan inmersos; de ahí el valor de los reportes … de quienes manifestaron su sorpresa ante los mismos hábitos que parecían irrelevantes en el medio local (p. 56).

Aunado a ello, se ha puesto especial énfasis en los manuales de higiene militar, ya que, al ser dispositivos que intentaron marcar la pauta en las maneras de comportamiento, su comparación con los anteriores permitirá observar si las reglamentaciones en materia de aseo y descanso pudieron ser cumplidas o no durante la expedición mexicana, y algunas de las razones de ello.

Aseo

Como ya se adelantaba, la representación del aseo de los soldados mexicanos sólo fue mostrada en un grabado impreso a doble página que publicó L’Illustration en su número del 19 de abril de 1862. Aunque el asunto no sea protagónico, en la parte inferior central de la composición, dentro del río que corre entre la barranca, observamos a tres personajes masculinos: uno que parece enjuagar su cabeza con ambas manos; tras él, otro ubicado en la orilla que está retirando sus zapatos; y otro más que se ase de las rocas para salir del agua luego del chapuzón (Véase Imagen 1).

Expédition du Mexique. Vue de Soledad et du camp mexicain

Fuente: HathiTrust, Universidad de California. Adolphe Rouargue. Croquis de Luis Linder. L’Illustration Journal Universel. 19 de abril de 1862, año 20º, vol. XXXIX, núm. 999, pp. 248-49. Grabado sobre madera de pie.

El curso en el que se refrescan es el río Jamapa en su cruce con La Soledad, Veracruz, caracterizado históricamente por sus crecidas anuales muy voluminosas que, desde la época virreinal, trataron de ser controladas mediante distintos puentes. En la imagen se observan tres de los cinco arcos con que contaba uno de ellos, el llamado puente del Gran Maestre, realizado por el ingeniero conde Valeriano Madrazo y concluido hacia 1854.

El reportaje que acompañó la ilustración no hizo referencia alguna sobre el baño, pues centró su atención en describir la vegetación exuberante y el “encantador” aspecto del poblado; lugar donde se habían firmado los Tratados Preliminares el 19 de febrero de 1862 a las 10 de la mañana y en el que Ignacio Zaragoza estableció una parte del ejército de Oriente, representado acantonado en la plaza que se ve en el tercer plano a la derecha.1

Temperatura y vigor

Es posible que la escena fuera relativamente común entre las partidas de uno y otro bando ya que, cuando las condiciones no permitieron que se establecieran al interior de los poblados, los campamentos se organizaron cerca de cascadas, ríos y demás vías fluviales aprovechando el agua fresca para beber, refrescarse, bañarse, asear la ropa y lavar los utensilios asignados a la preparación y el consumo de los alimentos.

En un manual militar francés publicado en 1861 se consignó que los campamentos debían instalarse en terrenos “poco elevados, secos … y que presentaran una pendiente suave que facilitara el flujo del agua [proveniente de] los alrededores” (Thomas, 1861, p. 36). Además, el líquido obtenido de dichas fuentes naturales debía ser separado, de tal manera que el destinado a los soldados fuera tomado de la parte superior del afluente “para que estuviera puro y limpio”, el intermedio a los abrevaderos y el restante a la limpieza de la ropa (Thomas, 1861, p. 44).

Sobre esta última, el autor también indicó que el Estado debía proveer a los soldados de prendas de vestir nuevas - o “casi nuevas” - y mostró especial preocupación por las camisas puesto que se “se deterioraban muy rápido durante la campaña” y eran “raras” las ocasiones en las que podrían ser “reemplazadas” (Thomas, 1861, pp. 27-28). Asimismo, instó a la tropa a que se cambiara con frecuencia y aireara y “purificara” su uniforme - especialmente las secciones que estuvieran confeccionadas en tejido de lana - a través de su lavado con agua caliente, por lo menos una vez al mes, debido a que el “enjabonamiento simple con agua fría” no era suficiente y podía retener los “miasmas” causados por la “descomposición del sudor” (Thomas, 1861, pp. 18, 43). Ello “a pesar” de la “experiencia desestabilizante” que significaba que los soldados - varones - tuvieran que limpiar y ordenar obligatoriamente su propia ropa - actividades asociadas principalmente a las mujeres - (Roynette, 2012, párr. 13).

En términos parecidos, se aseguró que sólo el agua caliente limpiaba el cuerpo correctamente, aunque en campaña únicamente se recurriera a ella en los hospitales y enfermerías cuando el tratamiento así lo requería (Douillot, 1869, pp. 79-80). No obstante, lo contrario se prescribió para el fortalecimiento de los efectivos, ya que se consideró que el baño semanal con agua fresca corriente, a una temperatura de entre 20° y 28° centígrados, era “el mejor medio para combatir la acción debilitante del calor y mantener al soldado en un estado de vigor que le permita resistir las fatigas durante la estación calurosa” (Thomas, 1861, p. 20).

Así lo hizo, por ejemplo, el capitán Bochet (1894), quien escribió que acostumbró a tomar “exquisitos” baños diarios - de medio cuerpo o completo - en los torrentes naturales, especialmente cuando transitaron por las zonas más tórridas del país - e.g., Veracruz -, donde, aunque fuera noviembre, “el agua estaba excelente” (pp. 19, 36).2

Según el manual ya citado, la sensación generalizada de bienestar era resultado de la “sustracción progresiva del calor [del cuerpo por el contacto con el líquido frío] y de la absorción del agua” que, transportada por el torrente circulatorio, diluía “la sangre disminuyendo su acción estimulante en los órganos”. Además, los baños frescos “incrementaban la contracción muscular y el apetito, facilitando la digestión y, al atemperar el calor corporal, fortificaban la constitución linfática” (Thomas, 1861, p. 21).

Lo anterior se debía a que, al entrar en contacto con el agua fresca, la respiración se ralentizaba paulatinamente y, con ella, la circulación y la exhalación, por lo que la “absorción se activaba y, por consiguiente, la secreción urinaria” (Thomas, 1861, p. 21; Larousse, 1867, 65). Quizá fue por ello por lo que, correlacionando su propia experiencia con la vanguardia médica, el capitán Paul Guinard escribió desde Orizaba que “cada mañana, con verdadero placer” sentía “el agua fría de la palangana como una alianza renovada del hombre con los elementos” (Meyer, 2009, p. 72).

Todo en detrimento de los baños templados, enfocados hacia la limpieza de la población en general, porque el agua caliente permitía que las funciones de la piel se ejercieran “no ya con mayor energía, sino con mayor facilidad”; con todo y que se determinó la limitación de su frecuencia, debido a que en la Francia decimonónica persistió tanto la inquietud sobre sus “fuerzas disolventes” - que provocaban que el cuerpo perdiera su tonicidad y favoreciera su debilidad y agotamiento (Corbin et al., 2005, p. 283) -, como el temor a que “despertara el deseo sexual” - debido a los “tocamientos” y “malos pensamientos” que podían surgir en el aislamiento de la bañera (Vigarello, 1991, pp. 212, 218).

De esa manera, el énfasis en las temperaturas que hicieron los manuales franceses de higiene militar puede explicarse, en parte, porque sus indicaciones iban dirigidas, precisamente, a coadyuvar al mantenimiento óptimo de los cuerpos expedicionarios y, en consecuencia, insistieron en las características y beneficios “vigorizantes”, “estimulantes” y “dinamizantes” de los baños fríos que podían tomarse en los ríos, como muestra la imagen.

¡Aguas!

La orientación marcial del grabado se confirma no sólo por los elementos nombrados en su pie de imagen - “Expedición de México, vista de La Soledad y de un campamento mexicano” - y la ausencia de personajes civiles, sino porque también es posible identificar a los retratados como lanceros y soldados mexicanos debido a la indumentaria y las armas que portan.

Su presencia puede explicarse, en parte, si consideramos que la puesta en página de los informes de los corresponsales tardó aproximadamente un par de meses, debido a la distancia que el correo tenía que salvar entre México y Francia y a los procesos editoriales. Por consiguiente, el croquis y el texto fueron realizados en una fecha próxima a la firma de los Tratados Preliminares, cuyos objetivos fueron: discutir el avance de las tropas extranjeras que querían internarse en tierras más templadas por la escasez e insalubridad que sufría el puerto de Veracruz - como quedó asentado en el artículo 3 -; el reconocimiento del gobierno constitucional de Juárez; la declaración de que los aliados no acometerían en contra de la soberanía, integridad e independencia de México; y la solución pacífica de las controversias, como mecanismo diplomático para formalizar las reclamaciones.

En este sentido, no fue por casualidad que uno de los lanceros señale hacia el puente para indicar al observador la entrada de refuerzos a la población - de acuerdo con los manuales de iconografía de la época, la lanza es uno de los atributos con que se representaba al emblema de la “vigilancia en peligro” (Gravelot y Cochin, 1994, p. 163). Debemos tener en cuenta que la relevancia de los intereses que estaban en juego provocó un ambiente de tensión en los días previos a la reunión, ya que, conjuntamente a la llegada de las tropas, por un lado los aliados publicaron desplegados dirigidos al pueblo mexicano, “sin tomar en cuenta al gobierno [mexicano]” y, por el otro, se percataron “no sólo de la peligrosidad del clima, sino del error de considerar que llegarían a la Ciudad de México sin ningún tropiezo” (Villegas, 1990, pp. 150-52), como efectivamente sucedió.

Además del plan de defensa que presentó Uraga en caso de que fallaran las negociaciones, el entorno enrarecido también puede percibirse en algunas líneas de la carta que Ignacio Zaragoza dirigió a Juárez precisamente desde La Soledad el 10 de febrero de 1862, luego de ser nombrado general en jefe del Ejército de Oriente:

[El señor Mejía y yo] por desgracia no estamos de acuerdo sobre la calificación de la potencia e intenciones de los aliados: él opina que aquéllos han penetrado en nuestro territorio animados de la mejor buena fe […] y que será indudable nuestra completa pérdida […] si combatimos con ellos. [Sin embargo, yo considero que, al habernos invadido, han cometido] un verdadero acto de vandalismo […] [y que] los resultados de una verdadera defensa, cuando el ofendido, por débil que sea, observa religiosamente los preceptos del derecho y de la justicia […], [pueden convertir] en humo los cálculos probables que cuentan con los mejores datos (Tamayo, 1962, pp. 52-53).

Asimismo, al poderse apreciar que uno de los personajes ubicados al comienzo de la pendiente pareciera montar guardia mientras sus compañeros se lavan, se nos recuerda que, en esas geografías, el aseo de las tropas tenía que realizarse en grupos pequeños, bajo permiso del oficial al mando y cuando el enemigo se hallaba relativamente lejos.

Esto se debió a que el aseo del cuerpo implicó no solamente que los milicianos se alejaran del campamento o cuartel, sino que también tenían que desvestirse y acomodar sus fusiles en pabellón, quedando, por consiguiente, en un estado de vulnerabilidad. Por ejemplo, Eduardo Ruíz (1940) recordó una escena similar a la representada, ocurrida en Los Reyes, en la que “estaban los soldados en el baño; tranquilos, contentos porque sabían que el general velaba por ellos. En efecto, éste, sin fiarse en los informes recibidos, colocó un vigía en la torre y él mismo salió a vigilar los puntos por donde pudiera presentarse alguna fuerza contraria” (p. 313).3

Sin embargo, dado que el reportaje no mencionó la ablución, los lectoespectadores del semanario que desconocieran las precauciones que debían tomarse, observaron probablemente que, frente al numeroso grupo de tropas acantonadas, eran pocos los mexicanos realizándola y, además, que sus posturas, más bien apuradas, no reflejan que estuvieran gustando de ella o disfrutándola, a pesar del calor y los penetrantes rayos del sol jarocho que se describen en la pieza periodística.

En este sentido, aunque los soldados no solían indicar la duración de los baños frescos que tomaban, uno de los manuales franceses recomendó que no se prolongaran por más de 15 minutos. A la par, instruyó sobre las precauciones generales que debían tenerse en cuenta antes, durante y después de entrar en contacto con el agua: tener el estómago libre, mantenerse alejado del sol, realizar ejercicios de natación para favorecer el fortalecimiento de la constitución del cuerpo - debido a que el movimiento desarrollaba los músculos y prolongaba el área del pecho, obligándolo a mantenerse dilatado por las inhalaciones profundas y sostenidas -, salir del agua cuando la sensación de frío comenzara a ser incómoda, no sumergirse cuando el cuerpo estuviera muy caliente o sudoroso, mojarse la cabeza e introducirse poco a poco, vestirse inmediatamente después de haberse secado y evitar bañarse bajo la lluvia (Thomas, 1861, pp. 22-23).

En todo caso, a decir del capitán Elton4 (2005), ese tipo de prácticas estimulantes favorecieron sobremanera el buen ánimo de las combatientes, especialmente luego de una jornada larga y sofocante:

en cuanto hubimos arreglado nuestras camas, … nos dirigimos hacia el lago. Después del polvo y el calor seco del mediodía, la natación fue como un aperitivo - mejor que jerez o bíter - y a la hora de la cena teníamos un hambre de caballo. La sobremesa no fue larga, apenas dos pipas y el campamento entero ya estaba en la cama (p. 90).

Limpieza e higiene moral

Para algunos militares galos, los lanceros mexicanos que se distribuyeron sobre las inmediaciones de Paso del Macho - aunque el grabado muestre a algunos de ellos lavándose - no fueron motivo de “respeto”, sino de “risa”, debido a que iban descalzos, a que sus “uniformes” estaban elaborados con “trapos” y a que su suciedad era “tanta” que “daba miedo” (Lafont, 1865, p. 67).

En términos semejantes, se conserva una carta escrita por el capitán Bochet (1894) igualmente al comienzo de la expedición, en la que comentó que los oficiales mexicanos “daban el ejemplo más detestable a sus soldados” no sólo porque “eran los primeros en huir”, sino porque eran “sucios”. De igual manera recordó que, hospedado en una hacienda, tuvo que lavarse “de pies a cabeza” y cambiarse la ropa blanca frente a su desconfiado anfitrión mexicano, quien, sorprendido ante la pulcritud de los franceses, afirmó que los combatientes nacionales “no se limpiaban sino la punta de la nariz” y que dejaban que la ropa “caminara por si sola de sucia” (p. 74).

Por un lado, el escrito refleja la correlación entre higiene y salud que se tuvo en la época, en tanto que la demostración de la limpieza de los invasores ante el mexicano que los hospedó era un despliegue público de su “cuidada” apariencia y, como veremos a continuación, del orden en el seguimiento de sus protocolos.

Por ejemplo, al interior de los cuarteles galos, se exigió a los soldados que se lavaran cuidadosamente el rostro y las manos todos los días al levantarse, y, los pies, una vez a la semana en otoño y mensualmente en invierno (Thomas, 1861, p. 19). Si se encontraban en campaña, la indicación fue parecida: asearse el rostro y las manos frecuentemente porque estaban cubiertos de suciedad y polvo; sin embargo, se debería ser más precavido con el área de los pies, ya que, si no se lavaban “de vez en cuando”, “la materia grasa secretada por los folículos sebáceos …, mezclada con la suciedad” se acumulaba “alrededor de los dedos” y formaba una “corteza dura que, actuando durante la marcha como un cuerpo extraño situado entre la piel y el zapato”, provocaba “excoriaciones” (Thomas, 1861, p. 28). Igualmente - junto con la elección correcta de la talla del calzado -, se debía tener cautela con el recorte de las uñas para evitar que se enterraran y obstaculizaran el avance debido al dolor (Thomas, 1861, p. 37).

Según los manuales de higiene de la época - preocupados a partir de comienzos del siglo XIX, desde el seno de la medicina, de proveer dispositivos y conocimientos que favorecieran el mantenimiento de la salud (Vigarello, 1991, p. 210) -, las áreas del cuerpo que se encontraban más expuestas a la intemperie debían ser mantenidas limpias puesto que la mezcla del sudor, la suciedad del ambiente y el producto de la “exfoliación” evitaban que pudiera cumplir sus funciones de “secreción, exhalación y absorción” (Thomas, 1861, pp. 19-20).

Como advertimos, los estudios fisiológicos franceses consideraron que las tareas de la piel eran parecidas a las de los pulmones, excepto que “la cantidad de ácido carbónico exhalado” por la primera, así como la cantidad de oxígeno que absorbe, eran mucho menores”; a diferencia del “vapor de agua que se escapaba por la evaporación cutánea”, que era más considerable. Por ello, al mantener limpios los tegumentos, se disminuía la posibilidad de contraer “enfermedades catarrales y hemorroidales”, al igual que en los órganos respiratorios y abdominales (Thomas, 1861, pp. 19-20).

En palabras de Vigarello (1991), a partir de 1830 “el mecanismo es ‘sencillo’: la mugre podría impedir que se expulsara el gas carbónico a través de la piel” (p. 213), razón por la cual eran tan importante su aseo cotidiano, especialmente en personas como los soldados que realizaban actividades tan extenuantes y requerían de una correcta oxigenación (Douillot, 1869, pp. 79-80).

En contraparte, conocemos que las medidas higiénicas y sanitarias que preceptuaron los manuales militares mexicanos - como lavarse, peinarse y cortarse las uñas al despertar (Domingo y Barrera, 1880, p. 43) -, en pocas ocasiones pudieron formalizarse debido a las condiciones precarias y falta de supervisión en que trabajaba el ejército. Además:

La supuesta falta de higiene tenía que ver con algunas costumbres propias de la sobrevivencia diaria de los sectores populares [de los que provenía la mayor parte de los soldados, ya fuera por leva o por alistamiento], pues si no contaban con una vivienda, difícilmente tendrían un lugar donde llevar a cabo su limpieza corporal ejecutándola de vez en cuando en ríos, zanjas o fuentes (Ceja, 2013, p. 129).

No obstante, esa pretendida aversión por la limpieza también estuvo presente entre las tropas intervencionistas. Por ejemplo, Elton (2005) señaló en sus memorias a un oficial galo para quien el lavado en seco “servía muy bien para todo propósito y era mucho más agradable que el agua”, mientras que, por el contrario, el británico relató que acostumbró tomar un baño de tina “en traje de Adán” afuera de su tienda, a pesar de las inclemencias del tiempo y de la sorpresa que causaba a quienes no imaginaban que “alguien en pleno uso de razón quisiera enfrentar los elementos sólo para deshacerse de la mugre del día” (p. 75).

Posiblemente, el militar afecto al lavado en seco seguía el reglamento que indicaba que los soldados tuvieran un baño de pie semanal y un gran baño caliente completo mensual o cada quincena. De acuerdo con un manual francés publicado en 1869, dicha recomendación se debió a que, durante las campañas - y a pesar de lo que consignaran los textos -, las tropas galas “no conocían sino los baños en los ríos”, como los mexicanos retratados en la imagen. De tal suerte que, si el poblado donde se habían instalado no contaba con un curso de agua, algunos de sus paisanos morían “sin haber acreditado los beneficios de uno” (Douillot, 1869, pp. 79-80).

Por otra parte, en la descripción del carácter de los combatientes mexicanos realizada por Bochet (1894), se hizo de la cobardía - por su supuesta huida - sinónimo de la suciedad exterior. Su apariencia, pues, reflejaba su interior y valores, a diferencia de la extranjera, caracterizada, según el relato, por su racionalidad y conducta irreprochable (p. 74).

Es posible que semejante concepción tuviera uno de sus orígenes en las pedagogías edificantes francesas que, desde la década de 1830, fueron orquestadas por el Estado y los higienistas y se dirigieron hacia los estamentos menos privilegiados para asentar que, a la limpieza de la piel, se añadía “la garantía aparentemente tranquilizadora de un orden moral” (Vigarello, 1991, p. 251). Por consiguiente, comenzaron a editarse compendios - con consejos dirigidos a madres y mujeres jóvenes para que comprendieran el uso higiénico del agua - que, durante el imperio de Luis Napoleón, fueron acompañados por el aumento creciente en obra pública para permitir que la mayoría de la población tuviera acceso al vital líquido (Corbin et al. 2005, pp. 285-87, 290).

Si las imágenes de la prensa ilustrada decimonónica - y también las del arte romántico en general - remitían a la experiencia vivida del lecto-espectador a través de la insistencia en su “objetividad” y “cientificidad”, y en la disminución de la brecha entre la representación y el referente (Gombrich, 1987, p. 161), el grabado sobre los soldados mexicanos pudo haber evocado en ellos la práctica de los baños estivales que realizaban los franceses menos favorecidos en las orillas del Sena, de manera igualmente rápida, desordenada y ante la vista de todos, aunque la prefectura policial lo prohibiera. O quizá también, debido al entorno que enmarca la escena, la “rusticidad” de los habitantes del campo y su “resistencia” a aceptar las nuevas normas de la higiene pública del Segundo Imperio, impacientes por corregir las suciedades ajenas e instalar baños y lavaderos públicos gratuitos o de precio moderado (Vigarello, 1991, pp. 237, 246-48).

Aun cuando casi todos los grandes hoteles de la capital gala ya poseían habitaciones de baño hacia 1840, los cuartos de aseo de las casas más adineradas continuaban siendo “minúsculos anexos de las alcobas” (Vigarello, 1991, pp. 232-36) - como en los palacetes europeos de la primera mitad del siglo XVIII - o cercanos a las cocinas - como en la Nueva España, que fueron llamados “placeres” - en los que sus moradores podían llevar a cabo, de manera íntima, “el aseo y las abluciones parciales” (Curiel et al., 1999, pp. 103-4). Asimismo, las familias burguesas tenían “la posibilidad de hacerse llevar el baño a domicilio”, práctica establecida como una “elección intermedia entre el baño público y el baño de los hoteles” (Corbin et al., 2005, p. 288).

En concreto, las modificaciones del desagüe parisino comenzaron con la implementación de los proyectos de Haussman en 1852; mientras que los esfuerzos para renovar la red hidráulica permitieron hacia 1873, mediante la construcción de la red Belgrand, incrementar hasta en un 152% los litros diarios por habitante de la capital, respecto la cantidad con que contaban en 1840. Sin embargo, “los habitantes de la meseta, en Montfermeil, en 1860 [todavía] debían atravesar el pueblo para sacar agua de los estanques [de los alrededores]” (Corbin et al., 2005, pp. 288-91).

En el caso mexicano, no fue sino hasta finales de 1870, con el descubrimiento de la etiología microbiana, que el aseo corporal comenzó a asociarse firmemente con la preservación de la salud - al igual que en Francia, cuyos médicos continuaron debatiendo sobre el pasteurismo todavía en 1900 (Corbin et al., 2005, p. 293). Igualmente, los bandos y reglamentos para mantener la higiene en casas y vías públicas fueron desatendidos puesto que no tenían sentido, dado que las obras públicas que los volvían operativos comenzaron a construirse hasta finales del siglo, bajo el régimen porfiriano. Por ejemplo, en la Ciudad de México el sistema de desagüe se consolidó entre 1886 y 1990, y el de drenaje entre 1897 y 1905 (Agostini, 2014, p. 565); mientras que, en el Puerto de Veracruz, fue entre 1886 y 1889 que se realizaron obras de nivelación de calles y desazolve de zanjas para evitar los encharcamientos que provocaban la proliferación de los mosquitos causantes de las enfermedades típicas de la zona (Ronzón, 2013, pp. 104-5).

En cualquier caso, la pervivencia de aguamaniles y jofainas en las habitaciones francesas y mexicanas, incluso en los albores del siglo XX, manifiesta tanto la persistente ausencia de espacios dedicados al baño con agua corriente llevada mediante una red suministrada por el Estado, como la necesidad creciente en las personas de asearse de manera reservada y frecuente.

Descanso

Otro caso singular en la gráfica que se ocupó de la Intervención lo encontramos en el grabado publicado por Le Monde en su número correspondiente al 4 de abril de 1863, creado por Barbant, Thorigny y Lix, que muestra a un grupo de soldados, civiles y un par de perritos durmiendo bajo la sombra de un árbol (Véase Imagen 2).

Expédition du Mexique. Repos après une étape à Palo-Verde, entre la Soledad et le Chiquihuite. Campement des officiers d’artillerie et de voyageurs français suivant le convoi.

Fuente: gallica.bnf.fr / Biblioteca Nacional de Francia. Barbant, Félix Thorigny y Lix. Croquis de M. Brunet, lugarteniente de artillería. Le Monde Illustré. 4 de abril de 1863, año 7º, núm. 312, p. 217. Grabado sobre madera de pie.

A pesar de que la escena de género fue impresa en página completa, en el reportaje que la acompañó se anotó que probablemente el episodio retratado no tenía “ninguna importancia”; empero, se había incluido porque ofrecía “una idea” de cómo se las arreglaba el ejército francés en México y, por ello, no sería “inútil al lector”,5 enfatizando así las penurias que padecían los soldados del imperio en el cumplimiento de su deber.

La composición formó parte de un croquis que el lugarteniente de artillería apellidado Brunet - futuro comisionado de la expedición científica formada en 1864 - envió a los talleres de la publicación para informar sobre una parada que había hecho su regimiento en Palo Verde, luego de atravesar la ruta entre La Soledad y Chiquihuite. En la carta transcrita que acompañó al dibujo podía leerse que:

Bajo la sombra de esos árboles de follaje entrelazado, duermen siete personas; a la izquierda, ven escorzado al capitán Philibert sobre una especie de cama plegable bastante incómoda; a su izquierda, sobre tres taburetes plegables, a una familia francesa que viaja con nosotros, primero el esposo de la señora, luego ella y al final al comandante Vasse, cuya mano derecha oculta su rostro; al fondo, a mi amigo Vachier sobre una estera y al capitán Barbe en su cama. Un muchacho, en primer plano, hace juego con los otros que le preceden. No obstante, un gordo señor francés que ronca en el carro de la izquierda impide que duerma la hermana de diez años del mencionado niño. A la derecha en el primer plano, está la tienda del comandante; detrás, la gran tienda cónica que instaló el capitán Barbe y que presté a nuestros amigos franceses. En los últimos planos se pueden ver tiendas de campaña; a la izquierda, a nuestros artilleros; a la derecha, a los zuavos y los turcos y, en el horizonte, al eterno pico de Orizaba que resalta del cielo azul con sus tonos grises.6

Una siesta reparadora

Este ejemplo nos permite apreciar, por un lado, que el empleo de tecnicismos de la producción artística - como “escorzado” (raccourci) - en los textos de este tipo de revistas, tuvo el propósito editorial y comercial de evidenciar ante los lecto-espectadores parte de la formación que recibían de sus corresponsales y, por consiguiente, hacer hincapié tanto en las prerrogativas que ofrecían frente a sus competidoras no ilustradas, como en la ‘garantía’ de ‘objetividad’ de su información, ya que incorporaban textos e imágenes que, en algún momento de su creación, habían sido elaborados in situ a partir de la observación atenta de la ‘realidad’.

Por el otro, es perceptible que, si bien el reportaje habla de los miembros de ese regimiento en general, los protagonistas del grabado son los oficiales que están descansando en el primer plano, mientras que el resto del ocupado cuerpo expedicionario se relegó al fondo de la composición. El contraste entre ambos asuntos también es formal, al verse enfrentadas las posiciones horizontales con que se representó a los durmientes - referidas al mundo del descanso -, frente a las posturas verticales de los ocupados soldados - asociadas a la vigilia y al mundo de la actividad y del trabajo. Por ende, la imagen parece centrarse en evocar los privilegios de la jerarquía militar, al tiempo que establece una relación icono-textual tautológica con las líneas del texto que mencionan que las tiendas de los oficiales eran más grandes que las del resto de soldados.

Desde otra perspectiva, el ajetreo que se aprecia en el tercer plano también podría tener su explicación en el hecho de que, para que la tropa pudiera entregarse con celeridad al descanso luego de la jornada, uno de los manuales militares ya referidos recomendó que se distribuyeran las tareas de la instalación del campamento una vez que se había elegido el lugar propicio para ello, de tal manera que, mientras que unos soldados acomodaban las tiendas y se encargaban de los animales, otros iban por el agua, los víveres y la leña y, el resto, se ocupaba de encender el fuego para preparar los alimentos y vigilar (Thomas, 1861, pp. 37-38).

En todo caso, las siestas - como la que representó Le Monde - no fueron recomendadas en los protocolos puesto que, al ser de corta duración, eran poco ‘reparadoras’. En su lugar, se sugirió que durante los trayectos se hicieran paradas cada hora para que los milicianos pudieran recobrar el aliento, así como que cada paso que dieran estuviera bien coordinado para impedir las fatigas innecesarias, además de evitar las marchas forzadas, ya que la agitación que producían irritaba el estómago, causaba “estados febriles” y provocaba que la sangre perdiera sus cualidades debido a que la respiración se veía comprometida (Thomas, 1861, pp. 32-33).

La precariedad de los lechos

La escena abocetada por Brunet debió ser común durante la expedición mexicana, ya que, si bien la oficialía solía contar con catres y tiendas individuales o compartidas por pocas personas, el soldado raso en campaña durmió “siempre sobre el suelo” - como el de apellido Vachier que describe el reportaje -, aprovechando, por ejemplo, algunos colchones hechos a base de costales de paja o maíz que se tomaban prestados de las provisiones o que se mandaban a hacer con la población local bajo pedido (Bochet, 1894, p. 176; Kératry, 1868, p. 26; Bourdeau, 1907, p. 42).

Ante la falta de dicho recurso, la tienda de campaña podía transformarse en saco de dormir; cualidad que se sumaba a los “grandes servicios” que prestaba para proteger a los militares de la intemperie. Empero, los propios manuales admitieron la “precaria” condición del toldo, dado que su estructura obligaba a los ocupantes a estar en cuclillas, a que su limpieza era complicada y a que el agua de la lluvia podía filtrarse a través de las uniones de los paños, ocasionando enfermedades reumáticas y de las vías respiratorias (Thomas, 1861, p. 39).

Asimismo, fue usual que los militares extranjeros utilizaran sus catres y casas de campaña en los pasillos, zaguanes y arquerías de los edificios donde conseguían alojarse, debido no sólo a que muchos de ellos no se encontraban amueblados, sino a que también se hallaban sucios e infestados de bichos (Loizillon, 1890, pp. 78, 195; Bourdeau, 1907, p. 42); razón por la que algunos prefirieron, incluso, dormir sobre la calle (Bochet, 1894, p. 160) o, de encontrarlas por casualidad, sobre alguna mesa desvencijada (Hamann, 1989, p. 145).

La altura de los catres que muestra la imagen les permitía, precisamente, evitar en la medida de lo posible convertirse en víctimas de las picaduras de algún insecto rastrero, como alacranes, pulgas y garrapatas (Loizillon, 1890, p. 207; Bochet, 1894, p. 160), que podían llegar a requerir de tratamiento médico urgente. Además, la elevación del lecho respecto al suelo era propicia ya que debía procurarse no dormir directamente sobre la tierra - en especial si estaba húmeda - debido a que sus “emanaciones” causaban enfermedades (Thomas, 1861, pp. 38-39), según la teoría miasmática vigente en la época.

Si bien los líderes y oficiales mexicanos de una u otra facción también pudieron conciliar el sueño en sus catres de campaña (Altamirano, 2019, p. 51) o de manera improvisada en las habitaciones de los espacios donde se guarecieron (Ruíz, 1940, p. 494), la mayoría de la tropa también durmió a ras del suelo (Altamirano, 1992, p. 122) - sobre esteras de palma y tapetes gruesos llamados “cocos” (Blasio, 2016, p. 220) -, a pesar de que en las Ordenanzas militares se estableció que el ejército tenía la obligación de proveer “una cama para cada dos soldados, compuesta de jergón o colchón, cabeza, manta y dos sábanas” (Ordenanza militar, 1852, p. 49). Semejante situación se convirtió en una “verdadera tortura … por el incontable número de sabandijas que molestaban … hasta la salida del sol” (Blasio, 2016, p. 211).

Otros, en cambio, se acostumbraron a dormir en el caballo “y, cuando mucho, despuntaban un sueño en el suelo, recostados sobre los sudaderos y poniendo la cabeza en la silla de montar”. De igual manera, el clima tenía efectos perniciosos:

El que duerme en un monte sin más toldo que el firmamento, despierta siempre antes que llegue la luz, porque la aurora tiene allí por mensajeros, no a los blandos céfiros perfumados de que hablan los poetas que nunca han visto la rosada aurora, sino un vientecillo penetrante y frío que se cuela hasta la médula de los huesos, y ante el cual huye Morfeo a toda rienda y sin ninguna consideración (Riva Palacio, 2000, p. 180).

En esas circunstancias, por todas partes y con frecuencia los jefes de las partidas nacionales se vieron imposibilitados de librar batallas formales, pues, aunque contaran con elementos similares a los franceses, “sus soldados estaban fatigados” con “continuas vigilias”, varios días de “camino incesante, mal armados, con poco parque, y no teniendo la disciplina de sus contrarios” (Ruíz, 1940, pp. 353, 383).

Con todo, los sufrimientos y carencias de la mayoría de los combatientes mexicanos - reclutados no pocas veces mediante leva- llegaron a ser transformados por la prensa republicana en apologías para intentar justificarlos a través de la exaltación del “sacrificio patriótico”. Por ejemplo, en su número del 28 de julio de 1862, el periódico La Chinaca - escrito por algunos de los liberales mexicanos más prolíficos y cercanos al poder como Guillermo Prieto, José María Iglesias y Pedro Santacilia, quienes, por cierto, no padecieron con regularidad condiciones tan precarias - hacía decir a uno de los “incansables” guerrilleros:

Y entero está el corazón.7

Un reposo protector

La representación icono-textual de los personajes durmiendo en el exterior bajo la sombra del árbol nos informa que el calor se concentraba al interior de las tiendas, sobre todo cuando las tropas transitaban por las regiones tropicales del país. Tan bochornosa llegó a ser la tierra veracruzana para los invasores, que el oficial Bochet (1894) escribió en una de sus cartas que, todas las jornadas, en cuanto se instalaba el campamento, se lavaba medio cuerpo y se quedaba únicamente con un chaleco de franela puesto, ya que no soportaba llevar encima ni la sábana ni la camisa (p. 36).

Para paliar esas condiciones, un manual indicó que, cuando “la atmós fera” del lugar elegido para acampar fuera “tranquila y tibia”, la puerta de la tienda debería permanecer abierta para facilitar el tránsito y establecer una “corriente de aire refrescante” que ventilara el espacio (Thomas, 1861, p. 42), como vemos en la imagen.

Ahora bien, la escena muestra a los personajes vestidos y calzados por completo, a pesar de las altas temperaturas, posiblemente porque que el boceto representa un instante de la siesta. Sin embargo, es necesario considerar que, al acabar la jornada, también fue común que los soldados descansaran de esa manera (Bochet, 1894, p. 55) y con las manos puestas sobre las armas (Kératry, 1868, p. 269), sobre todo cuando recibieron información acerca de la presencia cercana de bandas enemigas (Elton, 2005, p. 65; Bourdeau, 1907, p. 41).

El estado de alarma constante provocó que algunos de ellos “pasaran un mes entero sin disfrutar del más mínimo descanso” (Lafont, 1865, p. 74), puesto que quedarse dormidos convertía a los soldados en presas que podían ser fácilmente sorprendidas por el enemigo - al igual que sucedió con los baños. Por consiguiente, sólo iban a recostarse “confiando en la vigilancia de las postas” (Kératry, 1868, p. 249), delegada por los oficiales a la soldadesca, como igualmente quedó reflejado en el grabado.

Además de las enfermedades o heridas incapacitantes, tan fuerte llegó a ser su cansancio que algunos ni siquiera alcanzaron a esconderse o darse a la fuga cuando fueron sorprendidos por el enemigo en la madrugada, con todo y la agitación causada por los gritos de alerta y los jinetes que se precipitaban por las calles y los campamentos (Ruíz, 1940, p. 494). La demora en espabilarse podía conllevar la aprensión de los rezagados y sus funestas consecuencias.

En contraste, llama la atención la pose de la mujer que descansa a pierna suelta, con los brazos cruzados tras la nuca, mientras que los varones adultos duermen sobre sus costados. La postura elegida por los ilustradores para representar a la yacente parece vincularla iconográficamente con una Venus dormida y tendida sobre el lecho (Carmona Muela, 2008, p. 29). De ser el caso, el niño en el primer plano, su hijo, podría relacionarse con la figura de cupido, retoño de Venus. Ambos, en compañía de Ares, dios marcial representado en la temática militarista del grabado y, especialmente, en las figuras de los combatientes, podrían estar simbolizando la ternura, vulnerabilidad y espontaneidad de los durmientes, como contrarresto de la guerra y su brutalidad.

Desde otro punto de vista, es posible que el ilustrador eligiera representar a la fémina de esa manera para expresar visualmente tanto lo confiada y tranquila que se hallaba, porque su familia estaba segura siempre de que se transportara a través del “hostil” país mexicano bajo la protección del ejército francés, como para simbolizar visualmente el olvido en el sueño de las penurias del conflicto armado.

Al respecto, cabría recordar que, debido al bandidaje en los caminos y a la incertidumbre sobre la propiedad privada que generaron los préstamos forzosos que impusieron todas las facciones, en ocasiones ciertas familias se trasladaron siguiendo a las tropas o junto a ellas para sentirse un poco más seguras.

Por ende, es posible que el reportaje y grabado de Le Monde quisieran indicar las atenciones que los soldados galos brindaron a sus compatriotas en tiempos difíciles; protección que había sido empleada por Francia como excusa, de entre otras muchas, para intervenir México, tanto en la década de 1860, como 30 años antes en la, así llamada, Guerra de los Pasteles.

Teniendo en cuenta los datos que proporciona la carta transcrita, también existe la posibilidad de que, desde el comienzo, Brunet haya sido quien dibujó a la fémina de esa manera porque, efectivamente, así hubiera estado dormida. Pero, de cualquier manera, no deja de llamar la atención el hecho de que se trate de una imagen construida a partir de una perspectiva masculina, que centró su atención en una mujer dormida y, por lo tanto, vulnerable - como Venus o los propios soldados frente al enemigo - en un entorno dominado por varones.

En este sentido, que el rostro de la retratada haya sido velado quizá pudiera ser un señalamiento dirigido tanto a salvaguardar simbólicamente el pudor, honor y anonimato de la dama - puesto que, al encontrarse dormitando en un lugar público, se vio expuesta ante las miradas del soldado que la retrata y las de los lecto-espectadores que la observan -, como a evitar algunas de las malinterpretaciones que pudieron llegar a surgir en espacios de homosocialidad8 como el militar. Ello a diferencia, por ejemplo, de la Venus pintada por Cabanel en 1863, que fue adquirida por Luis Napoleón para su colección personal luego de ser exhibida en el Salón de ese mismo año, no sólo porque se halle desnuda, sino porque “tiene los ojos casi (pero no del todo) cerrados; consciente de las miradas que recibe” (Corbin et al., 2005, p. 108).

¿Será por eso por lo que en el reportaje se apuntó que el lugarteniente-artista no esperaba que sus informes se imprimieran ‘tal cual’? Dicha protección también pareciera estar presente al no mostrar a la hija de la pareja francesa, quien, como señala la carta transcrita, se encontraba dormida al interior del carro que aparece a la izquierda de la imagen.

De cualquier manera, la representación parece formar parte del continuum decimonónico de imágenes en las que se retrató a la mujer como “inaccesible” y emblema “del deseo [masculino]”; iconografía que fue “adaptada y codificada en el seno de la academia” francesa (Corbin et al., 2005, p. 108), institución de la que egresaron muchos de los grabadores y dibujantes de las revistas ilustradas de lujo, como ya se tuvo oportunidad de mencionar.

Dormir ante la vista de todos

Tanto la descripción minuciosa del entorno que hizo el oficial en su carta y boceto, como su transcripción “íntegra” en la revista, parecen poner de relieve el cambio de mirada sobre los espacios y objetos de la vida privada que comenzaron a gestarse en Francia a comienzos del siglo XIX (Ariès y Duby, 2017, p. 315).

De tal manera que, aunque las distintas posturas de los personajes indiquen que están exhaustos y profundamente dormidos, el comentario anecdótico sobre los molestos ronquidos que perturbaron el sueño de uno de ellos hace pensar en las estrategias de las publicaciones para convencer a sus lectores de que vendían información “verídica” - preguntándole, entre líneas, ¿cómo podrían conocer ese tipo de detalles de no ser por los corresponsales? -, y también en las dificultades que significó la vida común en los campamentos por tiempos tan prolongados.

Al respecto, conocemos que las marchas forzadas, las escaramuzas, el clima y las continuas vigilias fatigaron en extremo a los combatientes de todas las facciones, por lo que debieron caer rápidamente en profundo sueño (Ruíz, 1940, pp. 353, 383, 494). Asimismo, en la época se consideró que la naturaleza del “hombre de guerra” era diferente de la del civil puesto que el entrenamiento y las penurias constantes a las que se veía sometido el primero, le permitían “dormir y levantarse a voluntad”, así como conciliar un “sueño profundo y suficientemente reparador a cualquier hora del día o de la noche” (Thomas, 1861, pp. 31-32).

Esa “característica” hizo posible que los oficiales al mando pudieran modificar el horario de las marchas según conviniera, aunque, para renovar sus fuerzas e ímpetu diario, se aconsejó que la tropa se aseara antes de dormir y se evitara transitar de noche - a menos que fuera una urgencia -, hacer llamadas intempestivas sobre asuntos cuya resolución podía postergarse o participar en juegos y conversaciones prolongadas (Thomas, 1861, p. 31-32).

Sin embargo, a pesar de las previsiones, no todos lograron recuperarse. Por ejemplo, muchos soldados no pudieron dormir debido a la “ansiedad” que “devoraba el corazón en los momentos que preceden a una batalla” (Mateos, 1993, p. 174); otros, como los centinelas, debían mantenerse despiertos toda la noche y gritar la voz de alerta de vez en cuando. Ruíz (1940) también nos cuenta de un soldado mexicano que no pudo conciliar el sueño por “los estrepitosos ronquidos de sus compañeros; el continuo patear de los caballos; la riña entre algunos de éstos disputándose un bocado de paja en que había más granos de maíz; el viento helado del norte corriendo debajo de las nubes que, poco a poco, iban ocultando las estrellas” (p. 595).

Bochet (1894) igualmente se quejó, en sus cartas dirigidas a sus familiares, de los ronquidos de sus subalternos que no lo dejaban dormir, por lo que, aún con la crudeza de la intemperie, en ocasiones prefirió quedarse en su tienda para estar solo; privilegio que se disfrutaba en todo momento únicamente “cuando se era capitán” (p. 51).

Además de reafirmar la visión jerárquica que imperó en la institución marcial, el general indicó que su oficio le trajo grandes regocijos, a pesar de los inconvenientes y su dura naturaleza. Sin embargo, también reveló que fue sólo durante el sueño - conciliable únicamente “en una buena casa de campaña” -, “lejos del fracaso del mundo”, que su “espíritu” consiguió “transportarse” (Bochet, 1894, 155).

Con ello en mente, las tiendas de campaña que aparecen en este tipo de imágenes pueden ser contempladas como el reemplazo de los doseles de las camas civiles que - aunque durante la segunda mitad del siglo XIX paulatinamente fueron desapareciendo, en función de la redistribución de la planta arquitectónica de la casa particular que otorgaba privacidad a sus habitantes mediante la construcción de habitaciones separadas - se constituyeron como fronteras para delimitar los espacios privados en los que, además de descansar, se reconstruía el mundo y las experiencias cotidianas a través de los sueños.

Como explica Corbin (2022), fue a partir de esa época que la habitación se convirtió en el lugar en que la sensación de reposo se impuso con una “fuerza particular”, ya que fue acompañada por una nueva noción de comodidad vinculada a la cultura material que involucraba no solamente al espacio, sino también a los artefactos creados exprofeso para el descanso (p. 69).

Así pues, el hecho de que la tienda del oficial fuera calificada como un “remanso de tranquilidad”, nos permite entrever indicios de la concepción de ‘intimidad’ y del contacto consigo mismo en la privacidad, aun cuando se estuviera viviendo en campaña. Dichos imaginarios pueden ser, además, el correlato del contexto francés vivido en dicha centuria, en el que “todo el mundo exige su espacio vital” y comienza a experimentar un sentido creciente de la individualidad del cuerpo (Ariès y Duby, 2017, p. 315).

Por ello, para el lecto-espectador promedio de la revista, el parcial hacinamiento que se observa en este y otros grabados que muestran las casas de campaña instaladas muy juntas, una tras otra, pudo haber resultado un contraste significativo y una reafirmación de la creciente “repulsión ante el panoptismo de los espacios colectivos” (Ariès y Duby, 2017, p. 313).

Entre sueños

En otra de sus epístolas, Bochet (1894) relató que durante la campaña mexicana acostumbró a leer, antes de dormir, el drama costumbrista Le Village escrito por Octave Feuillet en 1856,9 pues lo consideraba una buena obra para todos aquellos que tuvieran deseos de andar por el mundo (p. 155). Traducida al español como Vida Prosaica, la obra recurrió a la fábula para mostrar un cuadro de “paz doméstica” en el que se idealizaron los valores de unión familiar; temática recurrente en la literatura costumbrista y romántica decimonónica.

En términos generales, la pieza literaria narra la historia de un hombre quien, viajando por el mundo, logró refinar sus gustos. Por ello, comenzó a criticar y sorprenderse de la forma en que se hacían las cosas en su lugar de nacimiento, a donde había ido a visitar a un viejo conocido de la infancia para referirle sus travesías. Pasadas unas hojas, el trotamundos decidió invitar a su maravillado oyente a recorrer el mundo con él; sin embargo, hubo de enfrentarse a la negativa de la esposa y del personal del servicio de su amigo, convertidos primero en reclamos y temores, y luego en muestras de cariño y añoranzas por el futuro viajero. En el nudo, el consagrado paseante cayó en cuenta de lo afortunado que era su confidente, porque, a diferencia de él, vivía en una casa - aunque modesta y sencilla - integrada por una familia feliz que lo quería y procuraba. En vista de ello, retiró su oferta y le pidió a su amigo que se quedara y disfrutara de su dicha. Al final, el protagonista optó por postergar indefinidamente sus viajes ante la invitación de sus anfitriones y puesto que, por casualidad, pudo reencontrarse con la hermana de la esposa de su amigo quien, otrora, fuera su amor de juventud no formalizado ni consumado. Ahora él también podría descubrir de nuevo el amor y formar un hogar (Feuillet, 1856).

Probablemente motivado por sus deseos recurrentes de regresar a Francia con su familia, fue esa historia de una vida de “inefable dulzura”, “tierno afecto” y “amor puro” - aunque prosaica - la que Bochet tuvo en la cabeza antes de entregarse a los brazos de Morfeo durante su estancia en el país. Sin embargo, para Le Charivari los sueños que tuvieron los soldados franceses que se embarcaron rumbo a México desde el puerto de Saint-Nazaire al comienzo de la intervención, incitaron menos a la reflexión espiritual y las fantasías bucólicas, y más a la avaricia.

Así quedó representado en la caricatura que publicó en su número del 22 de febrero de 1862, titulada “En ruta hacia México. El sueño de un soldado que ha visto la ópera de Hernán Cortés…, y que espera encontrarse con Amazily en México”. En el dibujo, elaborado por Alfred Darjou, vemos a dos soldados recostados sobre la cubierta de un navío; ambos se hallan separados entre sí y han colocado sus respectivas gorras sobre sus rostros para no ser interrumpidos, señalando con ello el único artefacto a la mano con el que, en un contexto militar, podían conseguir un poco de espacio individual y privacidad para poder dormir y soñar (Véase Imagen 3).

En route pour le Mexique. Le rêve d’un troupier qui a vu jouer l’opéra de Fernand-Cortez…, et qui compte retrouver encore Amazily au Mexique!

Fuente: gallica.bnf.fr / Biblioteca Nacional de Francia. Alfred Darjou. Le Charivari. 22 de febrero de 1862, año 31. Litografía. Destouches, París.

Del humo de la pipa que fuma el protagonista - elemento vaporoso que ya había sido empleado históricamente en la iconografía cristiana de la escena del sueño de Jacobo, o como atributo en las distintas representaciones heráldicas y alegóricas del “sueño” (Gravelot y Cochin, 1994, p. 149) -, va tomando forma su deseo: declarar su amor a Amazily y ser correspondido por ella.

A grandes rasgos, en el primer acto de la ópera que refiere el pie de imagen, Cortés persuade a sus tropas para que no regresen a Cuba, mientras que Álvaro, su hermano, es hecho prisionero por los aztecas. Paralelamente, Télasco, hermano de su amada nativa Amazily, increpa a los ibéricos para que se retiren, pero Cortés se rehúsa y prende fuego a sus naves. En el segundo acto, los españoles logran rescatar a Álvaro de la refriega y toman prisionero a Télasco. Amazily, en cambio, es acusada de traición por su hermano, por lo que los amerindios amenazan con decapitarla si Álvaro no les es entregado a nuevamente; Cortés responde atacando el gran templo. En el tercer y último acto, los sacerdotes mesoamericanos se preparan para sacrificar a Álvaro, hecho nuevamente prisionero, al tiempo que llegan noticias que informan sobre la captura de Moctezuma por los ibéricos. Como venganza, el sumo sacerdote decide continuar el sacrificio de Amazily, pero los europeos llegan a tiempo para salvarla. Finalmente, ella y Cortés se unen en matrimonio (Jouy y Esménard, 1809).

El personaje de Amazily fue creado sobre la base de la figura de Marina, la Malinche, que Antonio de Solís presentó en su Historia de la Conquista de México publicada en Madrid en 1684. Si bien la obra fue romantizada y adaptada al gusto y los intereses decimonónicos para transformar el romance entre ella y Cortés en uno heroico e imbuido de la “pasión de la gloria” (Jouy y Esménard, 1809, p. 6), algunas imágenes de la época - como la litografía realizada en 1825 por Alexandre Marie Colin e impresa por Francisque Noël y Compañía, que muestra a la soprano Grassari en el papel protagónico femenino -10 nos permiten observar que el vestuario del personaje para la puesta en escena se concibió como una reinterpretación de la alegoría de América creada en el siglo XVI, representada descalza, con tocado y vestido de plumas, carcaj, flechas, arco y collar de cuentas redondeadas. De ahí que Darjou la dibujara en su caricatura de manera similar.

Cabría tener presente que la ópera, compuesta por Spontini y estrenada en noviembre de 1809, fue criticada negativamente en su propia época y considerada una suerte de propaganda musicalizada mediante la que se pretendió justificar la invasión de Napoleón Bonaparte a España (Andries, 2022). Por esa razón, es posible que Le Charivari la referenciara en su caricatura para mofarse de los delirios colonialistas en América de Luis Napoleón, sobrino del preso de Santa Elena.

De manera paralela, puesto que la protagonista finalmente se casa con Cortés, la caricatura muestra las ensoñaciones del soldado de convertirse, como su emperador, en el conquistador de Amazily-América para apoderarse de ella: aunque esté hincado para expresar su cortejo, lo que le interesa al militar es la “mina de oro” que está tras ella y parece custodiar; es la ocupación armada de una tierra muy atractiva, disfrazada de conquista amorosa.

Así, nos encontramos ante un par de representaciones simbólicas de la dominación elaboradas desde la perspectiva masculina: una, la del soldado que contempla y dibuja a una mujer casada que duerme exhausta en medio de la guerra; y otra, la de la conquista de una tierra abundante y prometedora, aunque fuera entre sueños. Que en ambos casos el sujeto sometido a los designios oníricos masculinos tenga una personificación femenina, nos permite apreciar las relaciones asimétricas de género que existían en la época.

En contraste, aunque no menos nacionalista, una representación distinta sobre el papel que “debían” jugar las mujeres durante la guerra, pero que igualmente las ponía al servicio de los hombres, quedó plasmada en las rimas de una canción publicada en el periódico La Chinaca el 7 de julio de 1862. En ella, la soldadera mexicana se transmuta en la madre patria mientras vela el sueño del guerrillero republicano, convirtiéndose en su único sostén ante las penurias de la guerra:

A manera de conclusión

Algunos aspectos de la vida cotidiana militar, como el aseo y el descanso, fueron protocolizados por la ciencia médica y difundidos a través de sus publicaciones empeñadas en la operatividad. Sin embargo, a lo largo del trabajo se procuró mostrar que los combatientes de una y otra facción no siempre pudieron - o quisieron - cumplir los reglamentos, debido a la variedad de condiciones que enfrentaron día a día y noche tras noche y que no fueron estipuladas en ellas, como la cercanía del enemigo que los obligó a apresurar el baño o los ronquidos de los compañeros que no les permitieron descansar.

Como ha propuesto la Historia social y cultural de la guerra y de las fuerzas armadas, podemos abordar y comprender las estructuras militares como parte de las sociedades y los estados que las sustentan; a los ejércitos como conglomerados humanos con orígenes y motivaciones discordantes; a los entornos donde se desenvuelven como espacios generadores de experiencias propias y compartidas; y a la cultura de guerra como una combinación de elementos - materiales, organizativos, psicológicos y discursivos - que inciden sobre los conductos mediante los que individuos y comunidades dan sentido a los conflictos bélicos. Por consiguiente, el “giro cultural”, anclado en la búsqueda de las representaciones simbólicas, ha promovido que, entre otras, las expresiones de opinión pública y el arte igualmente se integraran como fuentes para historiarlos (Moreno, 2021, pp. 313-19).

Así, en estos análisis de caso las miradas tuvieron un papel muy importante: las de los soldados, para quienes la limpieza ‘exterior’ avaló la ‘interior’; las de los higienistas y el Estado, que reestructuraron los servicios públicos para garantizar el orden y la disciplina de los estratos sociales menos favorecidos; las de los lecto-espectadores, para quienes fue cada vez más importante contar con espacios para asearse y dormir que estuvieran alejados del escrutinio público; y, finalmente, las de los redactores e ilustradores, cuyas representaciones - más próximas al comentario editorial que a la ‘objetiva’ información noticiosa - intentaron ‘hacer ver’ las penurias de la guerra desde la perspectiva del nacionalismo romántico de la época.

Es decir, que, aun cuando cada sistema de representación respondió a lógicas distintas e intereses a veces contradictorios, al converger en las dimensiones de lo visible y lo invisible, el análisis iconográfico e icono-textual también nos permite explorar los canales, propósitos y significados de los documentos que han mostrado, en lo particular, las adaptaciones y pervivencias de algunos hábitos colectivos e íntimos durante los conflictos bélicos; y, en lo general, el mundo del ‘nosotros’, el de los ‘otros’ y el de las interacciones entre ambos.

Notas al pie:
  • 1

    Linder, L. (19 de abril de 1862). Expédition du Mexique. La Soledad - Camp de l’armée mexicaine. L’Illustration Journal Universel, p. 250.

  • 2

    Jules-Alfred-Joachim Bochet había combatido en Crimea, formó parte de los primeros refuerzos enviados al general Lorencez - luego de la derrota gala del 5 de mayo de 1862 -, perteneció al 7º batallón de cazadores hasta el fin de la campaña mexicana, y Maximiliano lo condecoró con la Orden de Guadalupe el 16 de septiembre de 1866 (Bochet, 1894, pp. I-III).

  • 3

    Tanto él mismo (1940, pp. 313-14) como Porfirio Díaz (1994, p. 251) describieron un par de escaramuzas llevadas a cabo por soldados mexicanos medio vestidos, debido a que habían sido sorprendidos por el enemigo durante el baño en el río.

  • 4

    James Frederick Elton (1840-1877), de nacionalidad inglesa, formó parte del ejército británico en Bengala durante la rebelión de la India en 1857. Se alistó como voluntario para la expedición en China y, tras obtener la capitanía del 98º regimiento, abandonó el servicio militar de su país y se unió a las tropas que se dirigían a México en 1866. Fue testigo de las penurias de las marchas en las tierras del norte y de la retirada de los invasores (Elton, 2005, pp. 10-13).

  • 5

    C. V. (4 de abril de 1863). Repos après une étape à Palo Verde. Le Monde Illustré, p. 215.

  • 6

    C. V. (4 de abril de 1863). Repos après une étape à Palo Verde. Le Monde Illustré, p. 215.

  • 7

    (28 de julio de 1862). El Chinaco. La Chinaca, p. 4.

  • 8

    Escrito también como ‘homosociabilidad’, el concepto fue propuesto por Eve Kosofsky (1992) para reflejar la tensión entre el deseo de instaurar vínculos entre varones y la permanencia del orden heterosexual como régimen político.

  • 9

    Feuillet (1821-1890) gozó de gran prestigio en el Segundo Imperio francés; publicó por entregas en la Revue de Deux Mondes en 1851. En sus obras contrastó la realización de los deseos, la redención a través del amor y el apego a los principios religiosos (Wrenn, 2009, pp. 100-3).

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    (7 de julio de 1862). Canción Chinaca. La Chinaca, p. 2.

Lista de referencias Hemerografía
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Historial:
  • » Recibido: 21/04/2024
  • » Aceptado: 03/07/2024
  • » : 20/10/2024» : 2024